Séneca, Lucio Anneo - Sobre La Felicidad-Edaf (1997)

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Séneca

Sobre
la felicidad
Sobre la brevedad
de la vida
a

A E y a ta

Biblioteca Edaf no
EDAF
MADRID - MÉXICO - BUENOS AIRES - SAN JUAN
SÉNECA

SOBRE LA FELICIDAD
k
SOBRE LA BREVEDAD
DE LA VIDA

Prólogo de Herminio Álvarez Regueras

f
BIBLIOTECA EDAF
216
Director de la colección:
MELQUÍADES PRIETO

O De la traducción: J. AZAGRA
O 1997. De esta edición, Editorial EDAF, S.A.

Editorial EDAF, $. A.
Jorge Juan, 30. 28001 Madrid
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Edaf y Morales, $. A.
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San Juan, Puerto Rico
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5.” edición, junio 2002

Depósito legal: M. 25.169-2002


ISBN: 84-414-0222-1

PRINTED IN SPAIN IMPRESO EN ESPAÑA


Gráficas COFAS, S.A. Pol. Ind. Prado Regordoño - Móstole (Madrid)
ÍNDICE

Págs.

A 9
Séneca y SU tiempo .......ooooo.ooo oo... 49
Bibliografía .........o.oooooooooo...-. 59
SOBRE LA FELICIDAD .............. 61
SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA ... 135
SÉNECA, FILÓSOFO, ESTADISTA
Y ESCRITOR

NA personalidad tan rica y atractiva como la


de Séneca, que reunía en un solo individuo al
político, al escritor y al filósofo, no podía pasar
desapercibida ni para sus contemporáneos ni para
sus descendientes. Y así, tanto los historiadores
—Tácito, especialmente—, como quienes critica-
ron sus excesos literarios o quienes apelaron a sus
recomendaciones éticas o filosóficas, contribuye-
ron a la conservación y legado de un conjunto de
datos que, además de constituir una importante
fuente biográfica, pueden ser utlizados como ele-
mento de contraste para depurar o completar la pri-
mera impresión —inevitablemente parcial— que se
extrae de la lectura de sus obras.
En la penumbra quedan muchos detalles: fecha
exacta de su nacimiento, edad a la que se instaló en
Roma, datación de sus obras... Y acechan también
sombras de desconfianza, cuando se trata de inter-
pretar o valorar aquellos aspectos de su vida más
controvertidos: sus afinidades con el cristianismo,
HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

la incompatibilidad de las doctrinas estoicas con su


vida de lujo, sus silencios o complicidades con los
desmanes de los emperadores, etc. Temas tan espi-
noOsos —y, por otra parte, tan eternos— se convier-
ten, a menudo, en presa fácil para su utilización
con fines partidistas.

1. SÉNECA Y EL MUNDO DE SU ÉPOCA

El final de las Guerras Púnicas —siglos 11 y 1 a. C.—


confirma la derrota definitiva de Cartago, y deja
libre el camino para que Roma ascienda“al rango
de primera potencia mundial. Al mismo tiempo se
inicia una «crisis» de grandes proporciones, que
culminará, en época de Augusto, con la desapari-
ción de la República como sistema de gobierno. El
equilibrio social sé rompe y se multiplican los pun-
tos de fricción: entre las clases privilegiadas, los
viejos aristócratas (ordo senatorius) rivalizan con
los nuevos ricos (ordo equester o clase de los caba-
lleros) por conseguir prebendas y cargos para el
enriquecimiento personal; muchos hombres libres
ven considerablemente degradada su situación y
pasan a engrosar la gran masa de desocupados,
«Clientes», ociosos y parásitos que pululan por la
ciudad (plebe urbana); a la mayoría de los esclavos
sólo les queda la desesperanza y la muerte; las
poblaciones itálicas, verdadero soporte del poderío
romano, se estrellan una y otra vez contra la mio-
pía política de los conservadores, en su más que

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SÉNECA, FILÓSOFO, ESTADISTA Y ESCRITOR

justificada aspiración a convertirse en ciudadanos


de pleno derecho... La situación es un volcán a
punto de erupción.
En el orden político, la complejidad de las nue-
vas tareas organizativas y de administración enca-
ja mal en los viejos moldes del sistema. El poder se
dispersa, los cargos se multiplican...: se siente cada
vez más la necesidad de recurrir a poderes milita-
res especiales que, aunque de carácter temporal,
tenderán a perpetuarse y acabarán por convertir al
ejército en un factor decisivo a la hora de resolver
las rivalidades políticas. Tan sólo falta el «salvador
de turno» para dar el empujón definitivo.

1.1. Y fue Augusto quien, libre ya de sus adver-


sarios tras la batalla de Accio del año 31 a. C., llevó
a buen puerto el proyecto que, desde comienzos de
siglo, había sido bandera más o menos declarada
de prestigiosos militares y políticos (Mario, Sila,
Catilina, César...), pero que por diferentes motivos
no había conseguido cuajar. Utilizando algunos
términos del lenguaje moderno —pues no deja de
haber curiosos paralelismos con recientes situacio-
nes de nuestro mundo actual—, se trataba, en defi-
nitiva, de «reconducir» el proceso político, para ade-
cuar las instituciones no sólo políticas, sino tam-
bién sociales o morales, a las nuevas exigencias
derivadas del «nuevo orden mundial». Y así, bajo
una pretendida «Restauración de la República»,
Augusto emprende una operación de desmonte del
aparato republicano, mediante la cual mantendrá

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HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

formalmente sus órganos e instituciones más re-


presentativas, pero conseguirá vaciarlos de conte-
nido, hasta convertirse en el princeps de todos los
ciudadanos. Aquel equilibrio de los tres órganos,
que Cicerón ponía como modelo del sistema de
gobierno más justo, se rompe descaradamente: las
magistraturas son acaparadas por el princeps y sus
adláteres; el Senado, aunque revestido de las mis-
mas galas honoríficas, ve reducida de forma drástica
su capacidad de decisión, y las Asambleas funcio-
nan como meras máquinas de votar a los candida-
tos oficiales presentados por el emperador o pier-
den sus atribuciones electorales en beneficio del
Senado.
Pero esta labor restauradora tendrá también
efectos beneficiosos. Con el control absoluto del
ejército en manos del emperador, se deja de sentir
la amenaza permanente de guerra civil y se nor-
malizan el comercio y otras actividades económi-
cas. Se acomete por primera vez la tarea de crear
una verdadera administración en el sentido mo-
derno del término, lo cual afectará de forma muy
positiva a las provincias, puesto que a partir de
ahora su gestión tendrá que ser supervisada por
funcionarios imperiales, liberándose así de los abu-
sos anteriores. Éstas y otras medidas impulsarán
una etapa de prosperidad económica y lograrán
acallar el descontento. El panorama social que se
había venido dibujando durante el siglo 1 a. C. se
mantendrá básicamente, pero el enriquecimiento
de los caballeros y de una dinámica clase emergen-

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SÉNECA, FILÓSOFO, ESTADISTA Y ESCRITOR

te de libertos permitirá al emperador un mayor mar-


gen de maniobra en la búsqueda de apoyos.

1.2. Deesta forma, al comenzar la Era Cristiana,


Roma, cómodamente instalada en la supremacía
mundial, vive una etapa de paz y estabilidad, cono-
cida como la pax augustea. Aún habrá emperadores
capaces de añadir nuevos territorios al Imperio:
expedición de Claudio a Bretaña, conquista de Dacia
por Trajano.... Y, en verdad, corresponderá a Teo-
dosio, siglos más tarde, la gloria de alcanzar la
máxima expansión del Imperio Romano. Pero ya
en estos momentos Roma controla todas las tierras
que dan al Mediterráneo y es casi impermeable a
las amenazas externas. Los viejos imperios de
Oriente, envueltos en rivalidades constantes, sabia-
mente aprovechadas por los romanos, habían deja-
do de ser una amenaza para los pueblos medi-
terráneos. Y allá en el Lejano Oriente, lejos de su
radio de acción, el vasto Imperio Chino no dejó de
ser nunca un ilustre desconocido, que limitaba sus
ansias imperialistas a su propio ámbito y que bas-
tante tenía con atajar las convulsiones y rebeldías
que en su propio seno se producían.
El peligro para Roma anidaba más cerca, en los
bosques de Centroeuropa, al otro lado del Rin.
Augusto, consciente de ello, pone término a la polí-
tica de conquista y dirige sus esfuerzos políticos a
consolidar el dominio sobre los territorios con-
quistados y a fortificar la línea defensiva de este
lado del río. Con ello logra fijar una frontera natu-

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HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

ral entre el mundo civilizado y el mundo de los bár-


baros, convirtiendo el Rin en el símbolo de un pacto
de no agresión. Pacto de compromiso, frágil y
ciertamente engañoso, pues la incómoda presión
de los pueblos germanos, cada vez más agobian-
te, daba lugar, como anticipo de lo que sucedería
siglos más tarde, a frecuentes escaramuzas fronte-
rizas. Alguna de ellas tan sonada como la del año 9,
que acabó con el exterminio de varias legiones ro-
manas en los bosques de Teutoburgo y que haría
exclamar al propio Augusto, entre lágrimas de
dolor y rabia: «¡Quintilio Varo, devuélveme mis
legiones!»
Con todo, hay una coincidencia general entre los
historiadores a la hora de calificar esta etapa como
una de las más tranquilas y de mayor prosperidad
económica en la historia de Roma, aunque salpica-
da con demasiada frecuencia por las «excentricida-
des» de los emperadores de la dinastía julio-claudia.

1.3. Parecía un mundo de color de rosa. Florecían


las grandes ciudades y, a la cabeza de ellas, Roma
acogía una población variopinta, procedente de las
más diversas partes del mundo. El trabajo de los
esclavos y los adelantos tecnológicos permitían el
confort de las clases acomodadas y una cierta sen-
sación de conformismo general: las clases más
bajas aceptaban las condiciones económicas que,
por su posición social, les correspondía vivir, den-
tro de un rudimentario «estado del bienestar», en
el que la abundancia de panem et circenses relega-

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SÉNECA, FILÓSOFO, ESTADISTA Y ESCRITOR

ba a segundo plano la preocupación por la subsis-


tencia. Por iniciativa del Estado se proyectaron y
llevaron a cabo los más ambiciosos proyectos en el
campo de las obras públicas y del arte. La seguri-
dad marítima y la amplia red viaria del Imperio
favorecieron la multiplicación de los contactos co-
merciales y, con ello, la fluidez de la comunicación
a todos los niveles y el intercambio de todo tipo de
bienes materiales y espirituales. Era un mundo de
ensueño —¿similar al nuestro?—- nada parecía fal-
tarle.
Pero ¿era realmente un mundo feliz? Si es ver-
dad que la vida no se detiene, quizá estemos ante
uno de esos momentos cruciales en que, tras un
largo camino, se está llegando a la cima y se va
a iniciar el descenso. Y son precisamente tales
coyunturas las que suelen propiciar insatisfaccio-
nes, O incluso reacciones de signo contrario. «La
cultura del Principado es muy compleja, y tan con-
tradictoria como toda civilizacion altamente desa-
rrollada»', concluye Hubert Cancik, tras ofrecernos
como botón de muestra algunos indicios significa-
tivos. Así, por ejemplo, la magnificencia y el lujo de
la Gran Urbe, el embellecimiento de otras ciudades
y la realización de obras tan colosales como la
construcción de un nuevo puerto en Ostia o la
desecación del lago Fucino (incluso llegará a pro-

1! FUHRMANN, M. et alii: Literatura romana, ed. Gredos,


Madrid, 1985, pág. 357.

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HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

yectarse la apertura del istmo de Corinto), acredi-


tan que el hombre ha llegado a un alto grado en el
dominio de la naturaleza. Pero desde ese instante
se desarrollará una mayor sensibilidad hacia la
misma, y el progreso tecnológico no logrará sofo-
car el brote de un sentimiento de nostalgia por la
vida apacibley sencilla de la «villa». Del mismo
modo, en un mundo de espectáculos permanentes
y de sexualidad desenfrenada, asistimos al renacer
de la añoranza de la vida familiar y hogareña y
oirermnos a algunos poetas elogiar una virtud tan en
desuso como la fidelidad conyugal.
1.3.1. El mismo carácter contradictorio alcanza
también a las manifestaciones más nobles del pen-
samiento humano. Así, en el campo de la religión,
veremos a Augusto tratando de restaurar el respeto
a los viejos cultos y a los dioses tradicionales. Sus
disposiciones religiosas, teñidas de intención pro-
pagandística, hallarán eco favorable en el patriotis-
mo y en el orgullo nacional de quienes se sienten
ciudadanos del Imperio. Y, en su afán de aportar
legitimación religiosa al régimen, aprovechará su
carisma para hacerse rendir culto de sus súbditos,
en vida, y merecer la divinización oficial, tras su
muerte. Pero, bajo esta restauración, un tanto for-
zada y de claro matiz político —¿recuerda algunas
relaciones entre el Estado y la Iglesia?—, se escon-
de una cierta insatisfacción religiosa que, por un
lado, propicia la proliferación de supersticiones, y,
por otro, fomenta la atracción irresistible hacia
doctrinas y ritos de carácter esotérico. En este con-

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SÉNECA, FILÓSOFO, ESTADISTA Y ESCRITOR

texto se explica el amplio éxito alcanzado por los


misterios y las religiones orientales, que vienen a
satisfacer las ansias humanas de otra vida y tratan
de ofrecer respuestas a la angustiosa pregunta de la
salvación. Se está de acuerdo en que fueron los sol-
dados del ejército los principales transmisores de
estas creencias y que la tradicional tolerancia de
los romanos hacia las religiones de los pueblos
conquistados ayudó a su difusión. Pero incluso los
emperadores no pudieron sustraerse a la corriente
general: Tiberio, por ejemplo, que no creía en los
dioses y que, en un principio, llegó a perseguir los
cultos de Isis, fue un adicto de la astrología,
Calígula llegó a iniciarse en los misterios de Isis,
Nerón en los de Mitra...
¿Y Séneca? Cometeríamos un error de juicio y
de perspectiva histórica, si nos sintiéramos decep-
cionados al comprobar cómo una mente tan ra-
cionalista y rigurosa como la suya pudo dejarse
«embaucar por tales patrañas». Es posible que su
adhesión al vegetarianismo pueda contextualizarse
dentro de la habitual atmósfera de modas y extra-
vagancias juveniles. Pero, si tenemos en cuenta que
tal afición había sido puesta de moda por movi-
mientos místicos relacionadas con el culto de Isis,
y que podía tener sus raíces en doctrinas tan vene-
rables como la pitagórica, habremos de concluir
que Séneca se sintió atraído hacia ella por las mis-
mas ansias de saber y por el mismo espíritu curio-
so que, durante su estancia en Egipto, le lleva-
ron a estudiar a fondo tales doctrinas y a mante-

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HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

ner contactos con el judaísmo. Un espíritu curioso,


permeable a cualquier intento de explicación cientí-
fica, venga de donde venga, que, unido a su afán
de racionalidad, lle harán sensible a la astrología,
hasta el punto de atribuir a los astros la determi-
nación de los acontecimientos futuros?.
1.3.2. Ya en este punto podemos intuir cómo la
religión, tradicionalmente alejada del pensamiento
racional, inicia su descenso del Olimpo y se acerca
a preocupaciones menos teológicas y más huma-
nas, hacia las que, por un proceso similar, va a con-
fluir también la Filosofía. En rigor, ya los cínicos,
desde finales del siglo v a. C., y como reacción a las
ideas de Sócrates y de Platón, habían empezado a
alejarse de la Filosofía con mayúsculas y, desvian-
do el punto de mira de sus reflexiones hacia los
preceptos de la moral, concluyeron que la felicidad
residía en el autodominio y en la renuncia a los bie-
nes materiales. Pero el fenómeno adquirió magni-
tud, tras la muerte de Aristóteles, en el cosmopoli-
ta mundo de la época helenística: se abandona el
interés por la Metafísica, en beneficio de la Lógica,
la Física y la Ética, buscando siempre los aspectos
de mayor sentido práctico para el individuo.
La doctrina epicúrea, reconociendo las necesida-
des humanas, trataba de eliminar los temores tra-

2 SÉNECA, Diálogos (trad. de Carmen Codoñer), Tecnos,


Madrid, 1986, «Consolación a Marcia», 18, 3, pág. 205, y tam-
bién SÉnEcA, Cuestiones naturales (trad. de Carmen Codoñer),
C.S.LC., Madrid, 1979, vol. 1, II, 32, 4, pág. 84

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SÉNECA, FILÓSOFO, ESTADISTA Y ESCRITOR

dicionales y ponía su especial acento en la conse-


cución de la felicidad a través del uso racional del
placer, algo, por cierto, radicalmente distinto del pla-
cer indiscriminado a que llevaron algunas «desvia-
ciones» por parte de muchos seguidores de Epicuro,
y que darían pie al cristianismo para lanzar contra
ella las más feroces críticas, no siempre justifica-
das. Bien advirtió ese matiz nuestro Séneca, que
siempre trató de marcar las diferencias entre aqué-
llos y Epicuro, reservando para éste su mayor res-
peto y admiración y confiando siempre en la vali-
dez de sus enseñanzas. La doctrina estoica, por su
parte, buscará la felicidad en conseguir una vida
conforme a la naturaleza, según el camino racional
que nos ayudará a descubrir la virtud. Las cons-
tantes revisiones a que se ha visto expuesta por su
larga historia —de la que puede dar fe la perviven-
cia del adjetivo estoico hasta nuestros días incluso
en la lengua común— obligan a distinguir tres
fases en el estoicismo: antiguo, medio y nuevo.
A este último, punto final de una evolución y reno-
vación consistentes en ir admitiendo o adaptando
tesis de otras doctrinas dentro de un espíritu con-
ciliador y ecléctico, pertenece Séneca.
1.3.3. En cuanto a las corrientes artísticas y lite-
rarias, asistimos en los primeros años del siglo 1 a
la muerte de los grandes autores del clasicismo
—Virgilio, Horacio, Ovidio...—, y de Mecenas, per-
sonaje emblemático, bajo cuya égida se han lleva-
do a cabo las consignas restauradoras de Augusto.
Se tiene la sensación de que la literatura romana

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HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

ha concluido un ciclo: la asimilacion de los mode-


los griegos ha llegado a su más alta cima y ha per-
mitido el despliegue del genio romano en todo su
esplendor. Pero también aquí se adivina el inicio
del descenso a partir de algunas contradicciones.
Ante todo, la pérdida de las libertades y la acti-
tud intervencionista del Estado provocaron efectos
inmediatos: la desaparición de la oratoria, que tan
brillante papel había jugado en épocas anteriores,
y la utilización de la literatura con fines propagan-
dísticos (biografías, panegíricos...). Pero, en con-
trapartida, encontramos abundantes ejemplos de
una verdadera literatura de oposición, especial-
mente en la historiografía y en la épica, la mayoría
de cuyos autores pagaron con la vida su osadía.
Y, en un tono menor, pues sus críticas van dirigidas
a los vicios y costumbres de la época, no. tardare-
mos en oír las quejas satíricas y mordaces de poe-
tas como Persio, Juvenal y Marcial. En cuanto a la
oratoria, su pérdida se verá compensada por un
desarrollo imparable de la Retórica, la cual termi-
nará convirtiéndose en pilar básico de la educa-
ción, capaz por sí sola de proporcionar los instru-
mentos necesarios para dominar la palabra y poder
ascender socialmente. :
Suele hablarse, también, de una reacción anti-
clásica, en cuanto que los autores de esta época
buscan nuevos temas y fórmulas de expresión. La
fuerza de los clásicos, sin embargo, es tan grande
que resulta imposible despegarse de ellos y tan sólo
cabe hablar de auténtica innovación en: aspectos

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SÉNECA, FILÓSOFO, ESTADISTA Y ESCRITOR

formales y estilísticos: muchos autores de esta


época serán llamados «modernistas», fundamen-
talmente por oponerse al estilo amplio y redondo
de Cicerón; pero hasta aquí llegarán los tentáculos
de la Retórica, para exprimir al máximo, casi por
estrangulamiento, los recursos expresivos de la len-
gua y producir efectos de excesivo retoricismo, de
mayor artificiosidad y de exagerado patetismo, que
serán muy criticados entre sus contemporáneos y a
lo largo de la historia.

2. SÉNECA Y SU «MUNDILLO»

Más de una vez declaró Séneca que su patria era


el mundo, pero vino a éste en una ciudad de
Hispania. Córdoba ——Corduba— era por entonces
la capital de una de las tres provincias en que
Augusto había dividido Hispania, la Bética, el terri-
torio más prontamente romanizado de la Penínsu-
la. Los orígenes de la ciudad se remontan a media-
dos del siglo n a. C., cuando el cónsul Claudio
Marcelo decidió crear un conventus. Este término
fue restringiendo su significado y, en época impe-
rial, se aplicaba a un distrito regional que agrupa-
ba un conjunto de pagi (distritos locales) y de vici
(aldeas) en torno a una capital para la administra-
ción de justicia. Pero, en la época a la que nos esta-
mos refiriendo, su nombre se reservaba a aquellos
asentamientos de ciudadanos romanos o itálicos,
que la Administración Romana organizaba, junto a

21
HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

núcleos de población nativa, con fines comerciales


y defensivos. Este carácter de conventus le había
dado a Corduba una configuración particular, en
la que la población era una mezcla de veteranos,
inmigrantes y nativos. M. T. Griffin, citando fuen-
tes latinas, nos habla de diferencias sociales y de
prestigio a favor de los hispanos de residencia
—Hispanienses— frente a los Hispani, o hispanos
de sangre?. En cualquier caso, con el avance de la
romanización, es fácil que estas diferencias se fue-
ran nivelando o cambiando de sentido.
Durante la República, un acontecimiento relevan-
te, la guerra civil entre César y Pompeyo, tuvo uno de
sus últimos coletazos cerca de nuestra ciudad. La favo-
rable actitud de los cordobeses a las huestes pom-
peyanas sirve de argumento a P. Grimal para enca-
sillar a la familia de los Anneos dentro de la más pura
tradición republicana. Este «pompeyanismo» se hará
visible más tarde en las reservas expresadas por Séne-
ca ante el todopoderoso Augusto o en la nostalgia
republicana de su sobrino, el poeta épico Lucano, pero
además tendrá gran importancia en la configuración
de su propio ideal monárquico en época de Nerón!*.

3 GRIFFIN, M. T.: Seneca, a Philosopher in Politics, Oxford,


1976, pág. 31.
% GRIMAL, P.: Sénéque ou la conscience de l'Empire, París,
1979, pág. 132: se explica este «pompeyanismo» como la con-
junción de un doble poder, el que proviene del Senado y el que
emana del prestigio personal de Pompeyo: «Un Gran Protecteur,
travaillant en harmonie avec un senat qui aurait retrouvé son
auctoritas d'autrefois.»

22
SÉNECA, FILÓSOFO, ESTADISTA Y ESCRITOR

Ya en época de Augusto adquirió Córdoba el rango


de colonia, categoría inferior a la de municipium
—poblaciones indígenas a las que se concedía el
ius Lati o derecho de ciudadanía latina—, pero
que, en la realidad, podía comportar más ventajas
tributarias.
La organización social y política de las comuni-
dades locales reflejaba de forma fiel el sistema tra-
dicional romano y, como éste, se fundaba en la
posesión de la riqueza. Por encima de la plebe,
cuyas condiciones variaban considerablemente de
unas ciudades a otras, se situaban las clases domi-
nantes, constituidas por senadores, caballeros y
decuriones o aristócratas locales. Las posibilida-
des de promoción social no siempre estuvieron al
alcance de las poblaciones indígenas, pero parece
que, en estrecha relación con la mayor asimilación
a la civilización romana, pudo surgir una clase diri-
gente hispano-romana con acceso a todos los resor-
tes del poder. Los órganos de gobierno eran los de
Roma: un senado, constituido por el ordo decurio-
num o «clase de los decuriones»; los magistrados
—duóviros, ediles y cuestores—, y el pueblo, que se
organizaba en curiae para las elecciones.

2.1. En el seno de una familia perteneciente al


orden ecuestre —no sabemos muy bien si hispani o
Hispanienses, aunque voces autorizadas relacionan
su origen con colonos procedentes de Etruria o
de lliria— nació nuestro Séneca. Su padre, Lucius
Annaeus Seneca, gozaba de una excelente posición

23
HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

social y económica, pero, alentado sin duda por la


presencia en Roma de familiares y amigos, se sin-
tió desde muy joven atraído por la Urbe, adonde
acudió para perfeccionar sus estudios y probar
fortuna en la carrera política. Después de haberse
codeado con las más altas personalidades de la
política y del mundo intelectual, y cuando ya su
edad rebasaba probablemente los 40 años, regresó
a su Córdoba natal, donde conoció y desposó a
Helvia, con la que, en un plazo muy corto de tiem-
po, tuvo tres hijos: Novato, Séneca y Mela.
Experto conocedor de las corrientes pedagógicas
de actualidad, adoctrinó a sus hijos en el camino de
la elocuencia y la declamación, cuyos fundamentos
seguían teniendo fuerte arraigo en la Retórica, a
pesar de que la falta de libertades había supuesto
un duro golpe a la oratoria, su más genuina mani-
festación práctica. No dejó de advertir, sin embar-
go, que una educación exclusivista en este sentido
podía convertir a sus discípulos en mercenarios de
la palabra vacía al estilo de los sofistas profesiona-
les griegos. Para evitar tal peligro, marcó siempre
como objetivo inseparable la adquisición de cono-
cimientos generales a la manera de un saber enci-
clopédico. De esta manera, al viejo lema promovi-
do por Catón (vir bonus peritus dicendi, «hombre
de bien experto en hablar») se añadiría ahora el
calificativo de doctus («hombre culto experto en
hablar»). En este sentido, podría considerárselo
continuador de las doctrinas de Cicerón, de no ser
porque éste incluía en «su» saber enciclopédico

24
SÉNECA, FILÓSOFO, ESTADISTA Y ESCRITOR

como parte fundamental y definitiva la filosofía,


hacia la cual manifestó siempre el viejo Séneca
recelos incomprensibles. Quizá habría que matizar
que tales recelos apuntaban más directamente —¿o
de forma exclusiva?— hacia la filosofía griega, pero,
en cualquier caso y por fortuna, su hijo no siguió
en este campo los mismos derroteros que su padre.
Y de esta forma pudo concretarse en él la fusión de
Retórica y Filosofía, dando plena utilidad a aquélla
—en un momento en que su validez práctica pare-
cía ponerse en duda— como fuente de recursos téc-
nicos, estilísticos y lingúísticos, en cuyo molde pu-
diera canalizarse toda la fuerza y la sustancia del
auténtico saber.
Si bien no son frecuentes en los escritos de
Séneca el Filósofo las alusiones a su padre, la sen-
sación general de respeto que de ellas se desprende
y el hecho de que compusiera una biografía sobre
él, De vita patris (algunos de cuyos fragmentos apa-
recieron en el siglo pasado), pueden dar testimonio
de unas relaciones respetuosamente cordiales en-
tre ellos. Debió de ser sincero el agradecimiento
filial por todo lo que influyeron en su formación las
ideas y los desvelos de su padre, aspecto que hace
a algunos estudiosos modernos hablar del «sene-
quismo» como un estilo de pensar inseparablemen-
te unido a las dos figuras, y que tal vez fue la causa
de que los antiguos no llegaran a distinguir las dos
personalidades hasta la Edad Moderna. Es verdad
que en algún momento no parecen gustarle mucho
al hijo determinados toques de intransigencia del

25
HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

padre, y que algunos estudiosos, incluso, han utili-


zado la anécdota narrada en la Epístola 108, 22
-—a ruegos de su padre accede a interrumpir su
dieta vegetariana— como pretexto para hablar de
tensiones y tiranteces entre ellos. Pero, en realidad,
ambos detalles podrían interpretarse sin salir de lo
que normalmente se entiende como diferencias
generacionales entre viejos y jóvenes. En todo caso,
se deja ver en el incidente una diferencia sustan-
cial entre padre e hijo: la mayor intransigencia del
primero, con ese sorprendente mirar por encima a
todo lo griego, frente a una visión más amplia y
aperturista del hijo. En ello, sin duda, tendrían
mucho que ver el ambiente y las circustancias que
a cada cual le tocó vivir. Al fin y al cabo, el padre
no dejó de ser nunca un hombre de provincias que
había intentado «conquistar» Roma sin conseguir-
lo, tal vez, precisamente, por su incapacidad para
desligarse de sus propios prejuicios y de su radical
tradicionalismo: algunos, incluso, hablan de su ne-
gación a aceptar determinadas componendas como
la verdadera causa de su fracaso político. A su hijo,
en cambio, debieron de ayudarle esas experiencias,
amén de su mayor cosmopolitismo, para adoptar
una visión más amplia y un espíritu abierto, resuel-
to a no tropezar en la misma piedra y a ver cum-
plidas gran parte de sus aspiraciones.

2.2. De lo que no cabe duda es del amor de


Séneca hacia su madre, Helvia, una mujer hispana,
pero muy alejada ya del prototipo «semisalvaje»

26
SÉNECA, FILÓSOFO, ESTADISTA Y ESCRITOR

transmitido por algunos escritores antiguos. Su fa-


milia había asimilado plenamente los modos de
vida romanos y, seguramente gracias a ello, se había
situado en posiciones cercanas a la aristocracia
«hispano-romana».
Aún era mujer madura y hacía pocos años que
había enviudado, cuando su hijo, con ocasión de su
propio destierro, le dedicó una Consolación, obra
en la que, junto a las esperadas dosis de sabiduría
estoica y de consejos prácticos, nos traza una sem-
blanza de su madre, muy alejada de los estereo-
tipos femeninos que tan documentadamente nos
han transmitido los historiadores de la Roma im-
perial, y que, contrastada con las de otras mujeres
de su vida, tal vez nos acerquen al perfil femenino
que pudo haber sido el ideal de nuestro filósofo.
Ciertamente, la aparición de mujeres en la histo-
ria de Roma había sido, en general, muy poco rele-
vante. Y tanto aquellas figuras que se mueven entre
las sombras de la leyenda (las Sabinas, Tanaquil,
Lucrecia, Clelia...), como las que gozan de mayor
consistencia histórica (Cornelia, madre de Cayo y
Tiberio Graco), quizá deban su gloria a la utilidad
que han reportado a los historiadores como exem-
plum o prototipo de las virtudes romanas. Pero
ya en el siglo anterior, mujeres de refinada cultura
como Clodia —la Lesbia amada de Catulo— habían
aprovechado un primer impulso «feminista» —si
se me permite la expresión— para acceder a círcu-
los aristocráticos y literarios. Lamentablemente, la
mayoría de las veces se vieron engullidas en el tor-

27
HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

bellino de la vida fácil y su papel terminó dilu-


yéndose entre amoríos y escándalos, muy lejos de
aquella pudicitia tradicionalmente atribuida a la
matrona romana. Evidentemente, ése no era el
camino que debía seguir un movimiento auténtico
de liberación femenina. Con la llegada del Imperio,
entran en escena mujeres como Livia, Antonia,
Mesalina o Agripina que, al margen de sus escán-
dalos sociales o de sus crímenes «políticos», van a
ejercer sobre sus maridos y sobre la vida de la corte
una influencia que dejará huellas en la Historia y
que, en cierto modo, justifica aquella frase atribui-
da a Séneca: «Los romanos gobiernan el mundo,
pero a los romanos los gobiernan sus mujeres.»
Es en este ambiente donde podemos situar la
semblanza que Séneca nos ofrece de su madre y
que parece responder a un perfil deseado por el
filósofo, capaz de hacer compatibles las virtudes de
la mujer del pasado con las tendencias y posibili-
dades de la mujer moderna. Por un lado, admira su
fortaleza ante el cúmulo de adversidades que en los
últimos años se han abatido sobre ella, y la pone
como modelo de mujer virtuosa, educada en la rec-
titud de la vieja tradición romana, muy lejos de los
modales indecorosos y falta de pudor que a menu-
do exhiben las mujeres de alta sociedad en la vida
de palacio. Pero, por otro lado, lamenta el hecho de
que su espíritu apenas pudiera dar los primeros
pasos en el conocimiento de los preceptos de la
sabiduría y de que el viejo Séneca, su marido, lle-
vado de sus prejuicios y en consonancia con su

28
SÉNECA, FILÓSOFO, ESTADISTA Y ESCRITOR

carácter riguroso, no le permitiera remontar el


vuelo en la actividad intelectual, a pesar del talen-
to y aplicación demostrados. Incluso, yendo más
allá, la anima a que, ahora que dispone de tiempo,
vuelva a tomar contacto con el estudio y vuelque su
amor y sus conocimientos en la educación de sus
nietos.
Otras dos mujeres encontramos en la vida de Sé-
neca que fueron objeto de su cariño y admiración.
En primer lugar su tía, la hermana mayor de Helvia,
cuyo nombre desconocemos, pero que desempeñó
un papel importante en sus vidas. En sus brazos
dice Séneca que fue trasladado a Roma. Y, poco
después, sintió el afecto maternal con que lo reci-
bió en Egipto, cuando acudió allí por motivos de
salud. A ella debe también el primer empujón en
los inicios de su carrera política, cuando desplegó
toda su influencia para que recibiera el nombra-
miento de cuestor allá por el año 35. No es extraño,
pues, que la suba en un pedestal y que, incluso por
delante de su madre, la proponga como modelo de
mujer virtuosa. Una menor predisposición a los
estudios, o tal vez la necesidad de tener que cubrir
el vacío dejado por la muerte de su madre, había
hecho de ella una mujer mucho más tradicional
que su hermana. De ahí que Séneca, reconocien-
do su timidez y falta de preparación “intelectual,
comienza su elogio dentro del marco de virtudes
atribuidas a la matrona romana, y nos narra el epi-
sodio del naufragio que ocasionó la muerte de su
marido al regresar de Egipto, claro exemplum de

29
HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

abnegacióny fidelidad, en el que demostró unas


agallas impropias de su condición femenina y que
la hacen digna de figurar en los anales de la
Historia junto a otras mujeres legendarias. Pero,
al mismo tiempo y por encima de todo, resalta
su capacidad para vencer sus propias limitacio-
nes y hacer valer su influencia o imponer sus
gustos y opiniones en una corte tan dada a la di-
famación y a la incontinencia verbal como la de
Egipto.
En cuanto a Marcia, no conocemos muy bien el
tipo de relaciones que los unía, pero la Consolación
que le dedicó en la muerte de su hijo parece ase-
gurar, al menos, una respetuosa amistad y quizá
un cierto grado de simpatía política. Era hija de
Cremucio Cordo, un historiador de ideas republi-
canas a quien Augusto había «tolerado», pero que,
durante el reinado de Tiberio, tuvo que soportar la
prohibición de sus obras y se vio empujado al sui-
cidio. Ella, si bien no pudo impedir su muerte, con-
siguió que sus obras se salvaran de las llamas y que
se publicaran poco después. Séneca elogia sincera-
mente su amor filial, una virtud en la línea del más
sano tradicionalismo, pero vuelve a sentir admira-
ción ante una mujer con inquietudes ideológicas,
que nos da una lección de coraje en la defensa
tenaz de los ideales de su padre. Ideales que, sin
duda, haría suyos, y que, en la medida en que per-
siguen la salvaguardia de la palabra y la libertad,
podrían entrar de lleno en lo que nosotros enten-
demos como «literatura de compromiso».

30
SÉNECA, FILÓSOFO, ESTADISTA Y ESCRITOR

El tratamiento de estas tres mujeres, sin embar-


go, no debe llevarnos a conclusiones apresuradas
en el sentido de atribuir a Séneca posturas cerca-
nas a lo que pudiera entenderse como «movimien-
to feminista» de la Antigúedad. Ni mucho menos.
En éste, como en otros campos de su vida, Séneca
se mostró fiel a sus principios estoicos, y, sabedor
de que era inútil oponerse a los designios del des-
tino, mantuvo una actitud comprensiva ante los
cambios que los nuevos tiempos acarreaban. Como
hombre de mundo acostumbrado a moverse en
los más diversos ámbitos sociales, percibe que, de
forma irreversible, han comenzado a romperse las
viejas cadenas que habían impuesto a la mujer una
absoluta dependencia del hombre. Sabe aceptar los
hechos y no tiene más remedio que admitir —e
incluso promover— la participación de la mujer en
otras actividades que rebasen ya el ámbito del
hogar y le den acceso a las nuevas posibilidades
que se ofrecen. Pero los excesos e inmoralidades
a que dichas posibilidades pueden conducir son
motivo de queja frecuente por parte del filósofo.
Y ello, seguramente, debió de hacerle volver la
mirada a los tiempos del pasado en busca de los
modelos tradicionales. Por fortuna, aún existían
mujeres depositarias de las antiguas virtudes per-
didas: su madre, su tía, Marcia y, en menor medida
por la falta de referencias significativas, su esposa,
Paulina, de la cual, no obstante, sabe valorar sus
tiernos cuidados y su fidelidad conyugal. Ellas son
el espejo en que debe mirarse cualquier mujer

31
HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

moderna que se precie. En ellas permanece fuerte-


mente arraigada la pudicitia, un sentido del pudor
y de la decencia, que permite desplegar en diversas
direcciones otras cualidades del espíritu, sin peli-
gro de que las mismas se desvíen por rutas equivo-
cadas, tal como había sucedido a muchas mujeres
de su época y de las anteriores.

2.3. Ante las demás mujeres que ocupan las


«páginas de sociedad» en los relatos de los histo-
riadores, parece Séneca guardar las distancias y
sólo menciona sus nombres cuando le pueden ser-
vir como exemplum, y tras comprobar que el cami-
no está despejado de riesgos políticos. Livia, por
ejemplo, la mujer de Augusto, aparece como mode-
lo de resignación ante la muerte de su hijo Druso.
Julia, la hija de Augusto, encarna la lujuria y el
desenfreno. Mesalina es tachada de adúltera en la
Apocolocyntosis... Se comprende bien el silencio
sobre Julia Livila, un amargo episodio de su vida
que le costó el exilio... Pero ¿qué pensar del silen-
cio sobre la hermana de ésta, Agripina la Menor?
Mujer notable, nieta de Marco Antonio y herma-
na de Calígula, no reparó en nada a la hora de
mover los hilos que aseguraran a su hijo Nerón el
acceso al trono, a pesar de lo cual terminó sus días
trágicamente, asesinada por orden de aquél. Sin
duda debido a ello, ha padecido siempre los efectos
de su «mala prensa» entre los historiadores anti-
guos y modernos, para quienes su figura constitu-
ye el más claro modelo de mujer intrigante, ambi-

32
SÉNECA, FILÓSOFO, ESTADISTA Y ESCRITOR

ciosa y sin escrúpulos. Ni siquiera sus dotes litera-


rias alcanzaron el reconocimiento de quienes, con
criterios evidentemente «masculinos», controlaron
los filtros de paso a la historia: tan sólo se nos con-
servan dos escuetas menciones de sus Memorias
en Tácito y en Plinio el Viejo. Y que tampoco de Séne-
ca mereciera mayor consideración, a pesar de ha-
ber sido su principal valedora ante Claudio y haber
conseguido su regreso del exilio, nos lleva a refle-
xionar sobre otro de los temas sujetos a inacaba-
ble discusión: el papel político desempeñado por el
filósofo durante el reinado de Nerón y su actuación
concreta entre el emperador y su madre.
En un principio, tuvo que ser reconfortante para
él —y sumamente productivo desde el punto de
vista económico— recibir las máximas atenciones
de aquella poderosa mujer y gozar de la confianza
del príncipe. Confianza que supo utilizar adecua-
damente en los primeros años de gobierno para
que de sus principios estoicos emanaran prudentes
medidas políticas, basadas en el pacifismo, en la
generosidad y en el sentido humanitario. Pero no
tardó en desatarse el terror, cuando salieron a flote
los más bajos instintos de Nerón. Para quien ha-
bía sido su preceptor, sentir las esperanzas defrau-
dadas y comprobar los efectos de sus enseñanzas
tuvo que suponer la primera gran frustración. Las
cosas se torcieron de manera definitiva cuando los
celos y las rivalidades deterioraron peligrosamente
las relaciones entre madre e hijo. A partir de en-
tonces, no debió de ser nada fácil, para un filósofo

33
HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

acostumbrado a poner como bandera la sensatez y


el buen juicio —la ratio frente al furor—, desarro-
llar su labor de consejero en medio de tanta sinra-
zÓn, y mantener, al mismo tiempo, una posición de
justo equilibrio sin caer en desgracia. Pero, si hemos
de seguir a Tácito, Séneca hace gala en todo mo-
mento de una habilidad y sangre fría encomiables,
que le van a permitir nadar y guardar la ropa, e
incluso salvar situaciones de gran compromiso: en
una ocasión, ante la impetuosa entrada de Agri-
pina en el Senado —prohibida a todas las muje-
res—, hace que Nerón salga a recibirla afectuosa-
mente, convirtiendo así un problema de alegalidad
en una tierna escena entre madre e hijo. Y, en otra
ocasión, «... cuando ya los que al lado estaban adver-
tían sus lascivos besos y las ternuras precursoras
de la infamia, Séneca buscó ayuda contra las artes de
aquella hembra en otra mujer, haciendo entrar a la
liberta Acte...» *, para truncar los deseos incestuosos
de la madre. Pero estas tácticas dilatorias debieron de
agotarse cuando tuvo que enfrentarse al momento
crucial del asesinato de Agripina. Inesperadamen-
te, se vio entre la espada y la pared, y, ante la impo-
sibilidad de disuadir al emperador, no tuvo más
remedio que alinearse con su decisión. El posterior
escrito de justificación ante el Senado, redactado
por Séneca y que venía a ser una confesión de cul-

3 C. Tácrro: Anales (trad. y notas de J. L. Moralejo), ed.


Gredos, Madrid, 1986, XIV, 2, pág. 157.

34
SÉNECA, FILÓSOFO, ESTADISTA Y ESCRITOR

pabilidad, no logró sino confirmar las sospechas de


complicidad que habían salpicado su reputación, y
dañar gravemente su popularidad.

2.4. Sus hermanos estuvieron siempre presentes


en la mente de Séneca. Al mayor de ellos, conocido
como Galión a partir de su adopción por Junio
Galión, dedica el Diálogo sobre la felicidad que apa-
rece en este volumen. A Mela, el padre del poeta
Lucano, se refiere con menor frecuencia, pero una
mención conjunta, en la Consolación a Helvia*, al
mismo tiempo que destaca su cariño de hijos pia-
dosos como refugio seguro para la soledad de la
madre, contrapone sus diferentes estilos de vida:
Galión había seguido una trayectoria política simi-
lar a la de Séneca, el menor había escogido una
vía más alejada de la alta política, pero el triunfo
sonrió a ambos por igual, en forma de riquezas y
poder.
Por todas sus obras desfilan otros amigos, entre
los que destacan Sereno y Lucilio por haberse con-
vertido en destinatarios de alguna de ellas. No
vamos a entrar en el detalle de sus relaciones par-
ticulares, pero se nos antoja deber ineludible re-
señar, al menos, una de las cuestiones de mayor
actualidad entre los estudiosos de nuestro persona-
je. Un minucioso seguimiento de la trayectoria que
siguieron sus hermanos, sus amigos íntimos y

é O.c., 18, 1-3, pág. 406.

35
HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

otros que no lo fueron tanto, ha puesto de mani-


fiesto sospechosas coincidencias en los vaivenes a
que todos ellos estuvieron sometidos. ¿Significa
ello la existencia, en el seno de las intrigas palacie-
gas, de un fuerte grupo de presión, dispuesto a
conseguir el poder efectivo y la influencia sobre el
emperador? La falta de refrendo explícito en las
fuentes antiguas ha podido, en ocasiones, dejar
solas a la imaginación y a la fantasía en este terre-
no. Pero las minuciosas investigaciones de Grimal
y de Griffin (véase Bibliografía), han aportado en
nuestros días bases sólidas y argumentaciones casi
definitivas a tan atractiva tesis. En síntesis, pode-
mos seguir la línea general del proceso a través de
algunos hitos fundamentales:

a) La sucesión de Augusto pudo ser el desenca-


denante de las primeras rivalidades. La can-
didatura de Germánico, a pesar de resultar
perdedora, apareció siempre más pura y legí-
tima que la de Tiberio. Al amparo de su popu-
laridad y prestigio entre amplios sectores del
pueblo y del ejército, su figura concitó la
adhesión de un grupo de simpatizantes que
no veían con buenos ojos al nuevo empe-
rador.
b) El asesinato de Germánico, en.el que proba-
blemente se implicaron Sejano y el propio
Tiberio, agravó la situación del grupo, que
tuvo que refugiarse en torno a su viuda pri-
mero, y a sus hijas Agripina y Livila, después,

36
SÉNECA, FILÓSOFO, ESTADISTA Y ESCRITOR

en una situación semiclandestina a la espera


de que pasara el temporal.
c) El grupo sale a flote hacia el año 31, en que
muere Sejano, cuya posición, a pesar de todo,
no queda muy clara en esta lucha por las
posiciones de poder. En sus filas aparece ya
Séneca, gracias a los buenos oficios de su tía,
que, años atrás, había hecho de excelente
anfitriona con Germánico en la visita de éste
a Egipto, y mantenía, por tanto, excelentes
relaciones con sus descendientes.
d) Un episodio del año 39, la conspiración de
Léntulo Getúlico, que pretendía reemplazar
a Calígula por Emilio Lépido, parece poder
encuadrarse dentro de estas luchas. En torno
a él hay muchos puntos oscuros, pero detrás
de todo aparecen los nombres de Agripina y
Livila, que tuvieron que ir al destierro, y per-
sonajes como Pasieno Crispo o Lucilio, con
quienes probablemente Séneca tuviese ya
relaciones de amistad o de simpatía ideoló-
gica.
e) Tras la muerte de Calígula, regresan las dos
hermanas, pero, casi de inmediato, se verán
obligadas a replegarse ante el odio y la ambición
de Mesalina, esposa del emperador Claudio.
Las posiciones aparecen claramente delimi-
tadas: en el lado triunfador, Mesalina y el
grupo de libertos, que se encargan de los
asuntos administrativos y políticos, gozan de
total confianza ante el príncipe y dominan los

37
HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

resortes del poder; en el bando contrario, se


vive de nuevo la zozobra, y ahora será el pro-
pio Séneca quien tenga que ir al destierro,
tras una acusación de adulterio con Livila,
que probablemente encubra otros móviles de
tipo político.
La muerte de Mesalina deja libre el camino al
triunfo de Agripina. Séneca regresa del exilio,
y, tras unos años de prudente espera —la
muerte de Claudio está próxima— empren-
derá su irresistible ascensión a la cima del
poder. El joven Nerón se abandona a la total
influencia del filósofo, que había encontrado,
además, un complemento ideal en la estrecha
colaboración de Burro, el consejero militar.
Empiezan a aparecer, ocupando posiciones,
los nombres de sus afines, de sus amigos, de
sus parientes, incluso de sus hermanos, en
una escalada que no se detendrá hasta con-
seguir el copo definitivo de todos los puestos
de mayor responsabilidad política y mili-
tar, pasando incluso por encima de Agripina,
que pierde la confianza de su hijo y se ve rele-
gada a un segundo plano, muy difícil de acep-
tar para su espíritu tan ambicioso y calcu-
lador.
8) En sus años de poder, también le tocó resistir
los embates de la oposición, y hay que decir
en este punto que su actitud general fue bas-
tante hábil y guiada por la clemencia y la
generosidad. La llegada de Tigelino provocó

38
SÉNECA, FILÓSOFO, ESTADISTA Y ESCRITOR

su definitiva ansia de retiro, pero incluso desde


allí siguieron manifestándose su poder e in-
fluencia y algunos atisbos de oposición que
terminaron llevándolo al suicidio.

Dos maneras distintas de entender la «monar-


quía» parecen marcar la linea divisoria entre
ambos polos ideológicos: unos, a favor de una
monarquía de tipo oriental, otros a favor de lo que
Grimal llama diarquía (equilibrio entre el poder del
príncipe y el del Senado). Los límites a veces se
hacen borrosos, y tampoco se vislumbran con niti-
dez las coincidencias ideológicas entre los compo-
nentes del grupo. Pero, al menos, se puede seguir
la evolución del pensamiento político de Séneca
desde su primitivo «pompeyanismo», que suponía
ya un primer paso hacia la pérdida de poder del
Senado en beneficio de la monarquía, hasta su
aceptación total del principado como régimen
diárquico. Este sistema pretendía que la influen-
cia del Senado, o, en su defecto, del Consilium
Principis, actuara de contrapeso al poder personal
del emperador, con la idea de garantizar una armo-
nía entre filosofía y política capaz de plasmar el
viejo ideal del Rey Sabio anhelado hace tiempo por
Platón.

39
HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

3. LA OBRA DE SÉNECA. LOS DIÁLOGOS


«SOBRE LA FELICIDAD» y «SOBRE LA
BREVEDAD DE LA VIDA»

El político triunfador, el hombre de acción que


no se resignaba a que la «sabiduría» quedara ence-
rrada en las escuelas, al mismo tiempo que puso
todo su empeño en aplicar sus principios filosófi-
cos a la práctica política y a la vida real, sintió tam-
bién la necesidad de plasmar los mismos por escri-
to. Diferentes son las motivaciones que se aducen
para explicar tal necesidad..., pero, en el fondo de
todo, no hay que olvidar que Séneca nunca pudo
renunciar a su formación retórica y que ésta se
relaciona íntimamente con la actividad literaria.

3.1. Sea como fuere, su dedicación resultó fe-


cunda. Quintiliano incluye discursos y poemas
como parte de su obra. También Plinio nos habla
de su afición a la poesía, aunque la obra en verso
conservada se limita a nueve tragedias, algunas de
las cuales resultan de dudosa autoría. De éstas se
ha llegado a decir —sin mucho fundamento— que
ocultan abundantes alusiones y críticas a persona-
jes de su época y tienen como fin principal la ex-
posición encubierta de sus doctrinas. Teoría nada
fácil de demostrar, pero que no puede ocultar que
el aliento general, la caracterización de los perso-
najes y el conflicto de sus pasiones tienen mucho
que ver con los planteamientos y la tensión de la
filosofía estoica. Éstos son los títulos: Tiestes,

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SÉNECA, FILÓSOFO, ESTADISTA Y ESCRITOR

Hércules loco, Las troyanas, Fedra, Medea, Aga-


menón, Edipo, Hércules en el Eta y Fenicias.
El verso y la prosa se mezclan, al estilo de la sáti-
ra menipea, en la Apocoloquintosis o «Conversión
en calabaza», obra escrita con el doble objeto de
ridiculizar al emperador Claudio, tras su muerte,
y despertar en el ánimo del pueblo las mayores
expectativas hacia el reinado de su sucesor Nerón.
Pero es en prosa en donde la relación de obras con-
servadas es más extensa y significativa:

— Diálogos breves: Sobre la providencia, Sobre


la firmeza del sabio, Sobre la ira (3 libros),
Sobre la felicidad, Sobre el ocio, Sobre la sere-
nidad, Sobre la brevedad de la vida, entre los
que se incluyen las Consolaciones: Conso-
lación a Marcia, Consolación a Polibio, Con-
solación a Helvia.
— Veinte libros entre los que se reparten las 124
Epístolas a Lucilio.
— Tratados amplios: Sobre los beneficios (7 libros),
Sobre la clemencia (3 libros) y Cuestiones
naturales (8 libros).

A menudo los estudiosos no se ponen de acuer-


do a la hora de encasillar cada una de ellas en los
distintos géneros literarios: diatriba, género episto-
lar, etc. Como éste no es lugar para zanjar la dis-
cusión, nos limitaremos a destacar, por un lado,
la coincidencia de algunos rasgos formales, como la
presencia general de un destinatario y las apari-

41
HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

ciones ocasionales de un interlocutor ficticio que


actúa como contrapunto o revulsivo de las opinio-
nes del autor; y, sobre todo, el parentesco temático
que hermana a todas ellas en la exposición de dife-
rentes aspectos de la doctrina estoica. Desde nues-
tro punto de vista moderno, haciendo abstracción
de sus peculiaridades formales y con un criterio
muy amplio, se podrían englobar bajo lo que nos-
otros entendemos como «ensayo».
Por otra parte, se echa en falta un plan previo de
obra global que ayude a sistematizar el conjunto
de su pensamiento. La azarosa vida política del
autor probablemente tuviera mucho que ver con
ello, porque las Epístolas, escritas a partir del año
62 en su retiro, parecen responder a ese intento de
compendio general. Además, la publicación de los
tratados a lo largo de diferentes épocas de su vida
abre interesantes posibilidades para apreciar la
evolución de su pensamiento. En este sentido, las
dificultades de datación no deben representar
un obstáculo insalvable, puesto que es posible, al
menos, establecer con garantías una mínima cro-
nología relativa. En todo caso, cualquier análisis de
este tipo tendrá siempre que contemplar las estre-
chas relaciones que presiden su actuación políti-
ca, su evolución ideológica y su actividad literaria,
pues parece claro que Séneca escribe sus Diálogos
al hilo de los acontecimientos de la vida política.
Y, si no fuera por el riesgo de incurrir en flagrante
anacronismo, uno se sentiría tentado de comparar
tal tipo de publicación —espaciada en pequeñas

42
SÉNECA, FILÓSOFO, ESTADISTA Y ESCRITOR

entregas— con una página editorial o ventana de


opinión de nuestra prensa moderna, siempre a su
disposición para influir decisivamente en los esta-
dos de opinión: de hecho, algunos de sus tratados
son realmente discursos programáticos destinados
a explicar las grandes directrices o la filosofía ims-
piradora de sus actuaciones políticas en momentos
claves —Sobre la clemencia, por ejemplo, al princi-
pio del reinado de Nerón—, y otros parecen venir a
justificar determinadas medidas o salir al paso de
las críticas y acusaciones de que era objeto.

3.2. Echemos, por último, una rápida ojeada a


los dos Diálogos seleccionados en la presente edi-
ción, antes de entrar de lleno en su lectura.
El Diálogo sobre la brevedad de la vida presenta dos
dificultades previas: la identificación de su destinata-
rio y la fecha de composición. En cuanto a la prime-
ra, la opinión más extendida es que el nombre de
Paulino corresponde a dos personas mencionadas
en los textos antiguos, padre y hermano, respecti-
vamente, de la mujer de Séneca, y que sería al
segundo a quien éste dirige el presente Diálogo. En
todo caso, lo que nos interesa es que se trata de un
personaje representativo de la administración
imperial, un alto funcionario que ha puesto su vida
al servicio del Estado y al cual recomienda el filó-
sofo la conveniencia de pasar ya a un retiro honro-
so y dedicado al estudio de la filosofía. La sinceri-
dad de este consejo —que también dirige en otras
obras a Sereno y a Lucilio— ha sido desde siempre

43
HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

puesta en duda por quienes acusan a Séneca de


hipocresía y de falta de coherencia con las doctri-
nas estoicas. En opinión de Grimal, tales acusacio-
nes parecen desconocer que lo que verdaderamen-
te aconseja el filósofo a su destinatario es un paso
sin traumas de los valores «preferibles» o de acción
a los valores absolutos, según una escala estableci-
da en función de la opportunitas o capacidad de
adaptación de esos valores a las distintas etapas y
circustancias de la vida. Por otro lado, debe tener-
se en cuenta que el estoicismo en ningún caso pro-
híbe la participación política, sino que, muy al con-
trario, pone la filosofía al servicio de la acción (en
este mismo Diálogo —capítulo X— oiremos a Séneca
criticar a los «filósofos de escuela»).
El segundo aspecto ha sido objeto de múltiples
controversias por parte de los estudiosos: una
fecha tardía, el año 62, ha sido propuesta al rela-
cionar el tema de la retirada de la vida pública con
la suya propia; otros, basándose precisamente en
un pasaje del propio Diálogo (véase capítulo XIV),
que se refiere a Sila como «el último de los roma-
nos que había alargado el recinto de las murallas»
o pomerio, fijan el año 49 como terminus post
quem non, por ser ésta la fecha de la ampliación
llevada a cabo por Claudio; finalmente, Griffin,
rechazando de plano esta última interpretación
por no tener en cuenta que tales palabras están
puestas en boca de otro personaje y, además, con
cierta intención despectiva, apunta, sin excesiva
convicción, como probable la del año 55. El asun-

44
SÉNECA, FILÓSOFO, ESTADISTA Y ESCRITOR

to en sí no carece de interés, por cuanto su esclare-


cimiento podría iluminar determinados aspectos y
confirmar las sospechas sobre posibles resonancias
políticas y segundas intenciones: ¿se trata, en reali-
dad, de una solicitud encubierta —o la justificación
correspondiente— de su propio retiro, ante el des-
contento con la política imperial?, ¿o es, más bien,
un compendio de consejos al abrigo de los múlti-
ples exempla, en la misma línea de la Apocoloquin-
tosis? ¿Existen críticas encubiertas a medidas con-
cretas imperiales, o se trata de influir previamente
en la adopción de las mismas? ¿Expresa algún tipo
de disconformidad con la vida de la corte el ataque
virulento contra quienes gastan su «ocio» mal en-
tendido en fiestas y banquetes? ¿Se puede ver en
alguna alusión al peso que representaba para
Augusto el poder personal una admonición dirigi-
da a mantener a Nerón lejos de la tentación de
prescindir del Senado o del Consilium principis?
¿Podrían extenderse también a Nerón los repro-
ches lanzados contra los proyectos megalómanos
de Calígula e incluso de Pompeyo?
La tesis principal viene a demostrar que la bre-
vedad de la vida sólo es tal para quienes la malgas-
tan —los occupati— en actividades distintas al
estudio de la filosofía, puesto que desconocen la
noción de tiempo (no controlan el pasado, el pre-
sente se les escapa, y temen el futuro), y no apren-
den ni a vivir ni a morir. La conclusión, una vez
más, apunta al sabio como el único capaz de dis-
frutar de la vida, puesto que está capacitado para

45
HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

recordar el pasado, servirse del presente y prever el


futuro. A partir de ahí se pueden extraer otros.dos
conceptos fundamentales: la libertad interior indivi-
dual, a la cual debe mirar el hombre, sin perder
tanto tiempo con los demás; y la noción positiva
del ocio —otium—, como «vida dedicada al estudio
de la filosofía», en oposición al negotium de los
«ocupados» o al falso entretenimiento —«ociosi-
dad», en sentido moderno— del vulgo que consu-
me su tiempo en espectáculos.
En el Diálogo sobre la felicidad, el destinatario es
su hermano mayor. La fecha mayormente acepta-
da es la de 58, año en que Suilio fue llevado a jui-
cio y condenado. Este personaje había llegado a la
vejez, después de sufrir innumerables reveses en su
agitada vida de intriga y corrupción, pero no se
mordía la lengua ante nada ni ante nadie, y, utili-
zado quizá como punta de lanza de una campaña
orquestada desde la filas de la «oposición», cons-
tantemente propalaba infundios y duras acusa-
ciones contra Séneca. Tácito sugiere que fue el de-
seo de acallar estas feroces críticas lo que llevó
a Séneca y su camarilla a remover hechos de su
vida que se remontaban a la época de Claudio y a
formular contra aquél una acusación formal de ex-
torsión y de apropiación de caudales públicos, que,
finalmente, provocaron su destierro. Aun así, debió
de ser notable el daño que infligió a la fama y popu-
laridad de Séneca, pues, para paliar en cierto modo
sus efectos, creyó éste necesario autodefenderse
ante la opinión pública. De este modo, no extraña

46
SÉNECA, FILÓSOFO, ESTADISTA Y ESCRITOR

que se pueda inscribir en tal coyuntura la compo-


sición de este Diálogo, cuya segunda parte está
dedicada casi íntegramente a defenderse de tales
acusaciones, muy especialmente de las que aluden
a la incompatibilidad del sabio y de las riquezas.
En este sentido, los argumentos utilizados por el
filósofo vuelven a incidir en su teoría de los «prefe-
ribles» y su íntima relación con la opportunitas: el
sabio debe aspirar a los valores absolutos, en este
caso, a conseguir la libertad interior ante estados
«indiferentes» como la riqueza o la pobreza, pero
en el camino que conduce a ese ideal, las distintas
circustancias de la vida pueden aconsejar actitudes
o valores preferibles a otros; el filósofo no busca
nunca la riqueza o la pobreza, pero tampoco tiene
por qué desaprovechar las ventajas que aquélla le
ofrece para desplegar las buenas cualidades de su
espíritu.
Por lo demás, y en su primera parte, el Diálogo
trata uno de los temas centrales de la filosofía
estoica: la definición del summum bonum o «bien
máximo», que proporciona la felicidad. La conclu-
sión aparece bastante clara: la felicidad reside en
«vivir conforme a la naturaleza», a la cual conduce
la virtud de la mano de la razón. De aquí se pueden
extraer cuatro conceptos claves: la FELICIDAD,
que no debe buscarse, como hacen los discípulos
de Epicuro, en un falso concepto de placer, sino en
liberarse de su tiranía; la NATURALEZA, identifi-
cada con la divinidad que rige los principios de la
vida, y para acceder a la cual el hombre debe con-

47
HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

seguir su perfección individual; la VIRTUD, que


persigue precisamente esa «divinización» del indi-
viduo a través de una selección ajustada del bien
y del mal y de la imperturbabilidad, y. la SABI-
DURÍA, actitud de sabio, que constituye el único
método seguro para guiar esa virtud individual a su
identificación con la naturaleza, a través de la libe-
ración del azar y de los temores.
- Desde el punto de vista literario, ambos Diálogos
se avienen plenamente a las normas de la Retórica.
Los conceptos se someten a múltiples contrastes y
perspectivas. Definiciones y ejemplos —exempla—
se suceden en auténtica catarata, acompañados del
incesante martilleo de las frases sentenciosas. Pero
la aparente sensación de desorden responde a un
plan perfectamente elaborado.

48
SÉNECA Y SU TIEMPO
HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

AÑO EMPERADOR DATOS BIOGRÁFICOS

- 31 Augusto

— 30-29

- 28

- 27

—- 26

- 23-20

- 19

-15 El padre de Séneca en Hispania.

¿4-1? Nace Séneca.

14

16 Su tío Galerio, prefecto de Egipto.

19

23

25 ¿Séneca parte para Egipto?


N.B.: Las fechas de composición de las obras de Séneca son todas inseguras.

50
SÉNECA Y SU TIEMPO

PANORAMA CULTURAL ACONTECIMIENTOS HISTÓRICOS

Victoria de Octavio en Accio.

Virgilio, Geórgicas.
Horacio, Epodos.

Octavio, princeps senatus.

Octavio recibe el título de


Augusto.

Campaña en Hispania.

Horacio, Odas y Epístolas.

Muere Virgilio. Hispania sometida.

Muere Propercio.
Ovidio, los Amores.

Mueren Horacio y Mecenas.

Ovidio, Metamorfosis.

Destierro de Ovidio.

Desastre de Varo en Teutoburgo.

Muerte de Augusto.
Tiberio, emperador.

Muerte de Germánico.
Persecución del culto de Isis.

Nace Plinio el Joven.

Cremucio Cordo se suicida.


Nace Silio Itálico.

51
HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

AÑO EMPERADOR DATOS BIOGRÁFICOS

29

31 Retorno de Egipto. Muere su tío.


Séneca en Roma.

32

33

35 ¿Cuestor?

37 Calígula

38 ¿Magistratura?

39 Muere su padre.

40

41 Exilio en Córcega.

42 Claudio.

43

47

48
49 Regresa del exilio. Preceptor de Nerón
entre 49-62.

52
SÉNECA Y SU TIEMPO

PANORAMA CULTURAL ACONTECIMIENTOS HISTÓRICOS

Muerte de Tito Livio.


¿Nace Quintiliano?

Caída de Sejano.

Nace Persio.

Muerte de Agripina, viuda de


Germánico.

Marcia publica de nuevo la ¡| Muerte de Tiberio.


obra de su padre, Cremucio | Calígula, emperador.
Cordo. Nace Nerón.

Nace Lucano. Claudio se casa con Mesalina.

Consolación a Marcia. Autorización del culto a 1sis.

Sobre la ira (3 libros). Es asesinado Calígula.


Claudio, emperador.
Nace Británio.

¿Consolación a Helvia? Muere Livia.

¿Consolación a Polibio?

Problemas en Oriente.
Mesalina se enreda con Silio.

Muerte de Mesalina.

Tragedias. Matrimonio de Claudio con


Agripina. Guerras en Oriente.

53
HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

AÑO | EMPERADOR l DATOS BIOGRÁFICOS

50 Pretor.

51

52

53

54

55 Nerón

56 Consulado de Séneca.

57

58

59

61

54
SÉNECA Y SU TIEMPO

PANORAMA CULTURAL ACONTECIMIENTOS HISTÓRICOS

Guerras en Germania y en
Britania.
Adopción de Nerón.

Guerras en Oriente.
Burro prefecto del pretorio.

Se casan Nerón y Octavia.

Sobre la serenidad. Medidas de exención fiscal.

Apocoloquintosis. Envenenamiento de Claudio.


Nerón, emperador.
Burro y Séneca, consejeros.

Sobre la brevedad de la vida. Tensiones con Agripina.


Sobre la firmeza del sabio. Asesinato de Británico.

Discurso sobre la clemencia Escándalos de Nerón.


(primer libro del Sobre la
clemencia).

Condenas; medidas sobre los


esclavos.
Ataques de Suilio.

Sobre la felicidad. Campañas en Oriente.


Nerón y Popea.

Sobre los beneficios. Asesinato de Agripina.


Excesos de Nerón.

Rebelión y campaña de
Britania.

Condenas varias.

55
HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

AÑO. EMPERADOR DATOS BIOGRÁFICOS

“ 62 Cruce de acusaciones con Romano.


Solicita retirarse. Muere Sereno.

63 En Sicilia. En primavera viaja a


Campania. Lucilio amenaza con un
proceso.

64 Se encuentra en Pompeya con Lucilio.

65 Muerte de Séneca.

56
SÉNECA Y SU TIEMPO

PANORAMA CULTURAL ACONTECIMIENTOS HISTÓRICOS

Sobre el ocio. Empieza las Muere Burro y Séneca se


Cuestiones naturales. retira. Nerón repudia a
Comienza las Epístolas Octavia y se casa con Popea.
morales a Lucilio. Primera acusación contra
Séneca ¿origen de la conjura
de Pisón? Crueldad de Popea
y Tigelino.

Sobre la providencia. Popea da una hija a Nerón.

Moralis Philosophiae libri. Excesos de Nerón: incendio


de Roma (19-27 de julio) y
persecución de los cristianos.
Muere Persio.

Conjura de Pisón. Asesinato


de Popea. Muere Lucano.

57
BIBLIOGRAFÍA

A naturaleza del presente «estudio», sin pre-


tensiones de investigación científica, disculpa,
en cierto modo, la omisión de una exhaustiva rela-
ción de citas y de autores. Sirva la siguiente rese-
ña como inexcusable —aunque muy incompleta—
orientación bibliográfica y, al mismo tiempo, como
expreso reconocimiento a aquellos autores de los
que me considero absoluto deudor.

a) Estudios de carácter general sobre Séneca:


GRIFFIN, M. T.: Seneca, a Philospher in Politics,
Oxford, 1976.
GRIMAL, P.: Sénéque ou la conscience de l'Empire,
París, 1979,

b) Ediciones de Séneca:
L. ANNEO SÉNECA: Diálogos (Est. prel., trad. y notas
de Carmen Codoñer), Tecnos, Madrid, 1986.
SÉNECA: Cuestiones naturales (revisado y traducido
por Carmen Codoñer), C.S.I.C., Madrid, 1979.

59
HERMINIO ÁLVAREZ REGUERAS

SÉNECA: Epístolas morales a Lucilio (Intr., trad. y


notas de Ismael Roca Meliá), Bibl. Clás. Gredos,
Madrid, 1986.
SÉNECA: Tragedias (Intr., trad. y notas de Jesús
Luque Moreno) (2 tomos), Bibl. Clás. Gredos,
Madrid, 1979.

c) Varias (obras de literatura, historia,


religión, etc):
BONNER, S. F.: La educación en la Roma antigua,
Herder, Barcelona, 1984.
CONDE GUERRI, E,: La sociedad romana en Séneca,
Universidad de Murcia, 1979,
CURCHIN, L. A.: La España romana. Conquista y civi-
lización, Gredos, Madrid, 1996.
ELORDUY: Séneca 1, Vida y escritos, Madrid, 1965.
FUHRMANN, M. et alii: Historia de la literatura roma-
na (tomo 3 de Literatura Universal), Gredos, Ma-
drid, 1985.
LE GLaY, M.: La religion romaine, París, 1971.
LEÓN ALONSO, P.: Séneca el Viejo. Vida y obra,
Universidad de Sevilla, 1982.
Perrr, P.: La paz romana, Nueva Clío, Barcelona,
1969.
RosTOVIZEFF, M.: Roma. De los orígenes a la última
crisis, EUDEBA, Buenos Aires, 1977.

60
SOBRE LA FELICIDAD
CAPÍTULO PRIMERO

ODOS quieren vivir felices, mi querido Galión:


pero para ver con claridad en qué consiste lo
que hace una vida completamente bienaventurada,
andan a ciegas. Y de tal manera no resulta sencillo
conseguir esa vida feliz, que cada uno se aparta de
ella tanto más, cuanto con mayor ahínco la busca;
si ha equivocado el camino: porque, comoquiera
que éste conduce a la parte contraria, la misma
vehemencia los impulsa a una mayor distancia. Es
necesario, pues, que primeramente estudiemos en
qué consiste la felicidad que apetecemos: una vez
conseguido esto, hemos de mirar y examinar las
cosas que nos rodean, con el fin de encontrar el
camino más corto por donde podamos llegar a ella:
conoceremos sobre la marcha, y por muy poco
recto que sea el camino, el adelanto tan grande que
conseguimos cada día, y lo mucho que nos vamos
alejando de aquello a que nos empuja nuestro
natural apetito. Pero mientras andemos errantes
por todas partes, sin seguir los pasos de un guía,

63
SÉNECA

sino el estruendo y gritos disonantes que nos llevan


a la distracción, la vida se nos irá acabando entre
constantes errores y sin darnos tiempo a nada,
puesto que ésta resulta muy corta, aun cuando tra-
bajemos noche y día para el bienestar del espíritu.
Por consiguiente, es necesario determinar adónde
vamos y por dónde; y no sin la ayuda de algún
experto que haya explorado antes los caminos que
hemos de recorrer: porque no se da aquí la misma
circunstancia que en cualquier otro viaje. En éstas,
conocido algún límite del camino, y preguntando a
las gentes del país por donde se pase, no se sufren
errores: en cambio aquí, cuanto más conocido sea
y más trillado esté, nos engaña muchísimo mejor.
En nada, por consiguiente, hemos de poner mayor
empeño que en no seguir, según acostumbran las
ovejas, al rebaño que va delante y que caminan, no
por donde se debe ir, sino por donde va todo el
mundo. Porque ninguna cosa nos proporciona ma-
yores desgracias que aquello que se decide por los
rumores: convencidos, además, de que lo mejor es
aquello que ha sido aceptado por la mayoría de las
gentes, y de éstos tenemos muchos ejemplos; vivi-
mos no según nos dicta la razón, sino por imita-
ción. De ahí ese amontonamiento tan grande de los
unos que caen sobre los otros. Es lo mismo que
sucede en las grandes aglomeraciones de hombres,
cuando la multitud se comprime contra sí misma
de tal manera que no cae nadie sin que arrastre a
otro tras de sí, y a la caída del primero siguen las
de los demás: puedes comprobar cuando quieras

64
SOBRE LA FELICIDAD

que lo mismo sucede en todos los órdenes de la


vida; nadie se equivoca solamente para él, sino que
es causa y autor del error de los demás. Perjudica,
pues, ser arrastrado por los que van delante, y
mientras cada uno prefiere mejor confiarse que
juzgar, jamás se medita sobre la vida, y siempre
se cree en los demás; el error, que va pasando de
mano en mano, nos hace dar vueltas y nos precipi-
ta al abismo, pareciendo por los malos ejemplos de
los otros. Acertaremos tan pronto como nos sepa-
remos de los demás; ahora, en cambio, la multitud
se ha plantado en contra de la razón, como defen-
sora de su perdición. Sucede aquí lo mismo que en
las elecciones, en las cuales, después de haber ele-
gido sus pretores, los mismos que los eligieron se
sorprenden de haberlos votado, cuando el favor, en
su huida, dio la vuelta alrededor de la asamblea.
Aprobamos las mismas cosas que censuramos des-
pués; éste es el resultado de cualquier negocio donde
se sentencia por el mayor número de votos.

65
CAPÍTULO 11

UANDO se trata de la felicidad de la vida, no


tienes motivo para que me respondas según se
hacen las votaciones en el Senado: «Esta parte
parece tener la mayoría.» Pues por eso precisa-
mente acuerda lo peor. No están las cosas tan cla-
ras cuando se trata de los intereses humanos, que
lo mejor agrade a los más: la multitud es un argu-
mento irrefutable que prueba lo peor. Examinemos
qué acción es la mejor, y no la que más se usa: qué
es lo que nos lleva a la posesión de una felicidad
eterna, y no lo que ha sido aprobado por el vulgo,
pésimo intérprete de la verdad; y llamo vulgo no
sólo a quienes visten la clámide vulgar y sencilla,
sino también a los que ciñen corona. No miro,
pues, el color de los vestidos con que se cubren los
cuerpos: no me fío de los ojos del hombre; tengo
una luz mejor y más segura, por medio de la cual
distingo lo verdadero de lo falso: el espíritu es
quien debe encontrar los bienes del alma. Éste, si
nunca hubiera tenido tiempo de respirar y concen-

66
SOBRE LA FELICIDAD

trarse en sí mismo, ¡ay!, con qué asco se confesará


en su interior la verdad, exclamando: «Todo lo que
hice hasta estos mismos instantes, quisiera mejor
no haberlo hecho: cuando reflexiono sobre lo que
dije, envidio a los mudos: todo lo que deseé lo con-
sidero como maldiciones de los enemigos; sola-
mente lo que temí, justos dioses, fue mejor que lo
que ambicioné. Rompí las amistades con muchos y
por odio volví a las buenas relaciones (si de alguna
manera pueden existir buenas relaciones entre los
malos): ni de mí mismo soy amigo todavía.
Dediqué toda mi vida a elevarme sobre los demás
hombres de la plebe, y hacerme famoso por alguna
cualidad: ¿qué otra cosa he conseguido sino expo-
nerme a los dardos de la envidia y descubrir a la
malevolencia la parte que me podía morder?» ¿Te
fijas en estos que alaban la elocuencia, que andan
detrás de las riquezas, que se sienten adulados por
los favores y que exaltan el poder? Todos ellos, o
son enemigos, o, lo que es igual, lo pueden ser.
Porque al paso que creciere el número de los que se
admiran, ha de crecer el de los que envidian.

67
CAPÍTULO HI

HORA mismo ando yo buscando algo btieno


para mis fines, y que lo sienta yo, no para exhi-
birlo; esas cosas que se ponen a la vista de todo el
mundo, junto a las cuales se para uno para con-
templarlas, que muchos las enseñan a los otros con
estupefacción, es cierto que por fuera brillan, pero
por dentro son miserables. Busquemos algo, no
solamente bueno en apariencia, sino sólido a la vez
y que se iguale la parte exterior con la de dentro y
que sea más hermoso por la parte que no se ve;
desenterremos esto. Y no está escondido muy lejos:
lo encontraremos; tan sólo es necesario saber hacia
qué lado se ha de extender la mano. Ahora pasa-
mos por las cosas que tenemos cerca, como en
tinieblas, tropezando en lo mismo que buscamos.
Pero para no llevarte dando rodeos, pasaré por alto
las opiniones de los demás: porque tan sólo el enu-
merarlas resultaría largo y después habría de refu-
tarlas además; escucha la nuestra. Cuando digo la
nuestra, sin embargo, no me obligo a ninguna de

68
SOBRE LA FELICIDAD

las opiniones de los próceres estoicos: porque yo


también me reservo el derecho de censura. Por
consiguiente, seguiré la de alguno, pero a otros
quizá les obligue a que aclaren su criterio, dividién-
dolo en partes; y tal vez y aun después de haber
hecho declarar a todos, no rechazaré nada de lo
que hubieran opinado nuestros antepasados, y diré
yo: tengo un criterio mucho más amplio que todo
esto. Mientras tanto y según el modo de pensar,
común a todos los estoicos, estoy conforme con la
naturaleza de las cosas; no apartarse de ella y for-
marse según sus leyes, tomándola como modelo,
eso es la sabiduría. Bienaventurada es, por tanto,
aquella vida que se ajusta a su naturaleza; que no
puede concebirse de otra manera, que si teniendo
la mente sana y hallándose en posesión perpetua de
su buena salud, después, si es fuerte y vehemente,
entonces será hermosísima y sufrida, apta para to-
dos los tiempos y cuidadosa de su cuerpo y para
todo aquello que le pertenece; sin embargo, no
debe inquietarse demasiado; he de ser escrupuloso
en el cumplimiento de las otras cosas que llenan la
vida, sin buscar la admiración de los demás: pero
sin servirse de los bienes de la fortuna con avaricia,
haciéndose esclavo de ellos. Debes entender, aun-
que yo no te lo añadiera, que, después de haber
desterrado todas aquellas cosas que nos irritan o
nos causan terror, se consigue una tranquilidad
perpetua y la libertad. Porque, en lugar de los pla-
ceres, en lugar de otras satisfacciones que son
insignificantes y frágiles, además de perniciosas

69
SÉNECA

por su misma carrera de desconciertos, surge un


inmenso gozo, inquebrantable y continuado; en-
tonces viene la paz en bella armonía con el espíri-
tu, y la grandeza, en estrecha unión con la manse-
dumbre. Porque, en efecto, toda la fiereza tiene su
origen en la enfermedad.

70
CAPÍTULO IV

Y puede definirse nuestro bien de otra


manera, comprendiéndose en la misma sen-
tencia, aunque no en las mismas palabras. De la
misma manera que un mismo ejército, unas veces
se extiende a todo lo ancho y se reduce otras a
la mínima expresión, en otras ocasiones adopta la
forma de media luna, curvándose por la mitad y a
continuación adelanta su centro para formar en
línea recta; comoquiera que esté formado, su fuer-
za es la misma, así como su decisión de seguir
defendiendo la misma causa; así sucede con la
de-finición del sumo bien, que unas veces puede
extenderse y alargarse, otras estrecharse y reducir-
se sobre sí misma. Realmente, lo mismo será que
diga: el sumo bien es un espíritu que desprecia la
casualidad y se alegra con la virtud; o que lo defina
diciendo que es «una fuerza invencible del espíritu,
experta y conocedora de todas las cosas, compla-
ciente en su manera de obrar, con mucha delicade-
za y que demuestra un cuidado esmerado con los

71
SÉNECA

hombres que trata». Me agrada, pues, definirlo de


tal manera que llamemos bienaventurado al hom-
bre aquel para quien no existe lo bueno ni lo malo,
sino un espíritu bueno o malo: que practica la
honestidad, que se conforma con la virtud, a quien
no llenen de soberbia los bienes de la fortuna, ni
tampoco lo abatan; que no haya conocido otro bien
mayor que aquel que se puede dar él mismo; para
quien la verdadera felicidad consistirá en el des-
precio de los placeres. Si quieres divagar, está per-
mitido, con absoluta y entera libertad, considerar
estos mismos conceptos bajo otros aspectos dife-
rentes. Porque, ¿quién nos impide a nosotros decir
que la felicidad de la vida consiste en tener el espí-
ritu libre y elevado, sin miedo y seguro, y colocado
fuera del alcance del temor y de la ambición; un
espíritu para quien el único bien está en la hones-
tidad, y el único mal en la vileza? Todas las demás
cosas que forman parte de nuestra existencia
representan una enorme cantidad de cosas vergon-
zosas, que ni quitan, ni añaden nada a la felicidad
de la vida, y que vienen o se van sin que sufra dis-
minución ni aumento el bien supremo. Se quiera o
no se quiera, es necesario que éste se sienta forta-
lecido de tal manera que pueda conseguir una ale-
gría continuada y un gozo interior que le nazca en
sus entrañas, para que se alegre con las cosas que
son exclusivamente suyas, y que no ambicione
otras mayores que las que lleva dentro. ¿Por qué,
pues, no ha de valorar bien estas cosas comparán-
dolas con los pequeños y frívolos movimientos de

72
SOBRE LA FELICIDAD

su deleznable cuerpo, y que no son perdurables?


En el día aquel en que se viera bajo los efectos del
placer, en ese mismo día sentiría los efectos del
dolor.

73
CAPÍTULO V

AS podido conocer, por tanto, a qué miserable


y perniciosa esclavitud se somete aquel que se
siente poseído alternativamente por los placeres y
por los dolores, que son los dueños más capricho-
sos y absolutos que hay en el mundo. Por consi-
guiente, es necesario salir en busca de la libertad;
ninguna otra cosa nos la proporciona, sino el des-
precio de la fortuna. Entonces surgirá aquel bien
inestimable, esa quietud del espíritu colocado
sobre seguro, y su misma elevación; desechado el
terror, del conocimiento de la verdad aparecerá un
inmenso gozo, que resultará inconmovible, y una
dulzura que proporcionará al espíritu la distrac-
ción deseada: con todo lo cual disfrutará, no como
bienes de la fortuna, sino como nacidos de sí
mismo. Ya que comencé hablando con amplia
libertad, añadiré que puede llamarse feliz el que
no desea ni teme nada, beneficiándose del uso de
la razón. Porque también las piedras carecen de
temor y tristeza y no menos les faltan a las bestias;

74
SOBRE LA FELICIDAD

sin embargo, no por ello alguien podrá decir que


son más felices, no teniendo el conocimiento de la
felicidad. Coloca en el mismo lugar a los hombres
que fueron incluidos en el número de las bestias y
de los animales por su naturaleza embotada y el
desconocimiento de sí mismos. No existe diferen-
cia alguna entre aquéllos y éstos, porque los aní-
males carecen de todo raciocinio y aquellos hom-
bres lo tienen depravado y para su perjuicio, ya que
tan sólo lo emplean con habilidad para su des-
gracia. Nadie puede llamarse feliz si se encuentra
separado de la verdad, y, por tanto, bienaventurada
es la vida que se halla estabilizada sobre un recto
y seguro criterio: esa vida sí que es inmutable.
Entonces, pues, resulta puro el espíritu y libre de
todo mal, cuando haya conseguido huir, no sola-
mente de las heridas, sino también de los pincha-
zos; habrá de permanecer siempre en el lugar que
se le asignó y defenderá su puesta, aun cuando la
fortuna se le vuelva contraria y furiosa. Mas por lo
que se refiere al placer, aunque se extienda por
todas partes, aunque se infiltre por todos los poros
y calme nuestro espíritu con sus caricias, reempla-
zando unos deleites con otros, que halaguen to-
dos o parte de nuestros sentidos: ¿quién entre los
mortales, que le quede alguna huella del hombre,
querría sentirse acariciado constantemente durante
todo el día y toda la noche, y abandonando su espí-
ritu, dedicar al cuerpo todos sus esfuerzos?

75
CAPÍTULO VI

po también el alma —se me argitirá—


<« I habrá de tener algún deleite.» Perfectamente:
que los tenga y que se rinda a la lujuria, consti-
tuyéndose en árbitro de placeres; que emplee su
tiempo en todas esas cosas que suelen halagar los
sentidos; después, que mire las cosas pasadas, y
recordando los deleites caducos, alégrese con los
primeros y prepárese a disfrutar de los que inme-
diatamente han de llegar; que ordene minucio-
samente sus esperanzas y, mientras su cuerpo se
revuelca en su grasa presente, ¡que se decida a pen-
sar en el futuro! Esto me parece la mayor de las
desgracias, porque tomar lo malo por bueno es una
locura. Además, que nadie es feliz sin que tenga
sana la razón, ni existe hombre sano a quien se le
apetezcan las cosas que le pueden perjudicar como
si fueran las mejores. Feliz es, por consiguiente, el
que tiene un criterio recto, el que se contenta con
lo que tiene, tenga lo que tenga, y el que prefiere sus
propias cosas a las que le puedan venir de fuera;

76
SOBRE LA FELICIDAD

bienaventurado aquel a quien la razón hace agra-


dables todas las situaciones de su vida. Incluso los
que dijeron que el bien supremo estaba en el pla-
cer podrán comprender sobradamente lo vergon-
zoso del lugar en que lo pusieron. Por esto, niegan
ellos que pueda separarse el deleite de la virtud, y
añaden que nadie vive honestamente como no viva
alegremente; ni pueden vivir alegremente, sin que
al mismo tiempo vivan con honestidad. No puedo
llegar a comprender cómo unas cosas tan diferen-
tes puedan compaginarse en una sola asociación.
¿Cuál es la causa, decídmela, por la cual no se
puede separar de la virtud el placer? Quizá porque
todo principio del bien tiene su origen en la virtud;
de sus raíces nacen también aquellas cosas que
vosotros amáis y buscáis con afán. Pero si el placer
y la virtud fuesen inseparables, no podríamos dis-
tinguir cuáles son deleitables, mas no honestas;
cuáles, por el contrario, pueden ser muy honestas,
pero ásperas, y han de ser expulsadas por los dolo-
res que proporcionan.

71
CAPÍTULO VIH

UEDES añadir ahora que los placeres llegan


incluso a la vida más vergonzosa: pero la virtud
no admite la mala vida, y, además, algunos hom-
bres son infelices, no porque carezcan del placer,
sino precisamente en virtud del mismo deleite; y
esto no sucedería si con la virtud se mezclase el pla-
cer, y si bien es verdad que la virtud carece con fre-
cuencia del deleite, sin embargo, nunca lo necesita.
¿Para qué has de unir dos cosas diferentes, y al
mismo tiempo opuestas? La virtud es algo elevado,
excelso, soberano, invencible e infatigable: el pla-
cer es bajo, servil, deleznable, caduco, cuyo lugar
apropiado y domicilio son los burdeles y las taber-
nas. Por el contrario, encontrarás la virtud en los
templos, en el foro, en la curia y detrás de las mura-
llas defendiendo la ciudad, polvorienta y sudorosa,
y con las manos llenas de callos: las más de las
veces tropezarás con el placer que se oculta y busca
las tinieblas; rondando los balnearios y las termas,
y en los lugares en que se teme la llegada de la

78
SOBRE LA FELICIDAD

justicia; el placer resulta blandengue, enervante,


empapado en vino y perfumes, pálido y acicalado:
en fin, sucio y lleno de afeites. El bien supremo es
inmortal y no conoce lo que es desaparecer: ni sien-
te cansancio, ni arrepentimiento; porque jamás un
espíritu recto se vuelve atrás; ni siente odio de sí
mismo, ni cambió lo más mínimo, porque siempre
ha seguido lo mejor; pero el placer, en el momento
que más deleita, entonces es cuando se extingue.
Y tampoco ocupa mucho lugar; por consiguiente,
rápidamente se llena, y se cansa, y después del pri-
mer impulso, desfallece. Jamás se debe tener segu-
ridad en algo cuya naturaleza descansa en el movi-
miento. Así pues, ni siquiera puede subsistir una
naturaleza cuya esencia consiste en venir de paso
y con la mayor rapidez, para desaparecer con el
desgaste producido en el mismo servicio que nos
presta. Terminándose donde llega y caminando al
declive cuando comienza.

79
CAPÍTULO VIH

. UÉ explicación se puede dar a esto, puesto


que el placer está presente lo mismo en los
buenos que en los perversas? Y, además, no menos
agrada a los desvergonzados su desvergiienza que
a los honestos deleitan las buenas acciones. Por eso
mismo los antiguos ordenaron seguir la vida más
virtuosa, y no la más agradable: para que el placer
no sea el guía de una voluntad recta y buena, sino
su compañero. Desde luego, es necesario que nos
sirvamos de la naturaleza como guía: la razón la
observará y consultará con ella. Vivir felizmente,
o con arreglo a la naturaleza, es, por tanto, una
misma cosa. Explicaré inmediatamente lo que esto
significa: si llegamos a respetar con sumo cuidado
y sin miedo las condiciones del cuerpo y las cosas
que convienen a la naturaleza, como si nos las
hubieran prestado para devolverlas en un mismo
día; si no nos sometemos a su esclavitud, ni permi-
timos que se apoderen de nosotros cosas extrañas;
si las cosas agradables al cuerpo y que le llegan por

80
SOBRE LA FELICIDAD

casualidad, las colocamos en un lugar parecido al


que se utiliza en los campamentos para guardar los
recursos y armas ligeras. Que todos esos bienes
los tengamos a nuestro servicio y no permitamos
que nos manden: únicamente así serán más útiles
a nuestro espíritu. El hombre ha de sentirse inco-
rruptible a las cosas externas, insuperable, y tan
sólo ha de valorar lo suyo propio, confiando en las
fuerzas de su alma y preparado para los cambios
de fortuna se convertirá en maestro de su propia
vida. Que su confianza no lo lleve a despreciar la
ciencia, porque la ciencia no se consigue sin un tra-
bajo constante; una vez tomadas a gusto sus deci-
siones, que permanezcan en ellas y que tampoco
haya tachadura alguna en sus decretos. Se com-
prende, aunque yo no lo diga, que un varón como
el descrito ha de ser compuesto y ordenado, y en
aquellas cosas que efectúe con agrado, magnífico.
La verdadera razón estará incrustada en sus senti-
dos y de aquí tomará sus principios: desde luego,
no tiene otro lugar donde apoyarse para intentarlo,
o desde el que pueda tomar impulso para lanzarse
a la verdad y volver sobre ella misma. Porque tam-
bién el mundo que todo lo abraza y el mismo dios
que rige los destinos del universo se lanzan real-
mente hacia el exterior, pero, sin embargo, desde
todos los sitios vuelven sobre sí mismos totalmen-
te. Haga lo mismo nuestro espíritu cuando, des-
pués de haber seguido a sus sentidos, se hubiera
acercado a las cosas exteriores, entonces sepa
dominarlos y dominarse, y, por decirlo así, encade-

81
SÉNECA

na al bien supremo. De esta manera se proporcio-


nará una fuerza y un poder de acuerdo consigo
mismo, y surgirá una seguridad absoluta en su
raciocinio, que no admite disidencias ni dudas en
las opiniones y conceptos, ni en sus mismas con-
vicciones. Cuando el espíritu se halle dispuesto en
este modo y dé su consentimiento absolutamente
en todo y, por decirlo de una vez, cante victoria,
entonces habrá alcanzado ya el sumo bien. Real-
mente, nada le queda ya de peligroso ni tortuoso,
nada contra lo que pueda chocar o resbalar. Todo
lo hará bajo su dominio y nada sucederá que no
haya sido previsto; y todo lo que intente le resulta-
rá bien, con facilidad y prontitud, y sin tergiversa-
ciones del agente. Porque la pereza y la duda son
señales de lucha y de inconstancia. Por todo lo cual
te es permitido defender con valor que el bien su-
premo consiste en la unificación y concordia del
espíritu. Las virtudes, por tanto, deberán encon-
trarse precisamente allí en donde haya pleno con-
sentimiento y unidad. Los vicios andan siempre en
continua discordia.

82
CAPÍTULO IX

ERO tú —se me dirá— tampoco practicas la


« E virtud por otro motivo, sino porque esperas
de ella algún placer.» En primer lugar, si bien es
verdad que la virtud proporciona placer, sin embar-
go, no es ésa la causa por la que se busca; porque
no solamente proporciona deleite, no solamente
proporciona placer y trabaja para éste, sino que
su trabajo, aunque su intención vaya encaminada
hacia otros fines, conseguirá también el deleite. Lo
mismo sucede en el campo, en el que, a pesar de
haber sido roturado para la siembra del trigo, na-
cen algunas flores que se entremezclan con éste
y, sin embargo, no se gastó tanto trabajo con el fin
de que nacieran estas pequeñas hierbas, que ade-
más no se sembraron: otro fue el propósito del
sembrador y le sobrevino esto; de la misma ma-
nera también, el placer no és la recompensa ni la
causa que nos mueve a practicar la virtud, sino que
es algo accidental a ella: nos agrada, no porque
deleite, sino que, porque nos agrada, deleita. El

83
SÉNECA

supremo bien está en el juicio mismo y en el hábi-


to de la mejor intención: ésta, tan pronto como ha
colmado su círculo de expansión, ciñéndose a sus
propios fines, termina su misión y consigue el bien
supremo sin aspirar a nada más. El todo contiene
todas sus partes y ninguna se encuentra fuera de él;
no es menos verdad que tampoco habrá nada más
allá del fin. Por consiguiente, te equivocas cuando
preguntas cuál sea la finalidad que me mueve a
buscar la virtud: es como si quisieras conocer algo
que pudiera existir por encima de lo supremo, más
allá del fin. Me preguntas ¿qué es lo que pretendo
de la virtud? Ella misma; porque nada tiene que
sea mejor: ella es la recompensa de sí misma. ¿Es
que te parece poco? Cuando .te haya dicho que el
supremo bien constituye el vigor y la providencia
de un espíritu inquebrantable, su sagacidad, la
salud, la libertad, su concordia y elegancia, inme-
diatamente después de haber conocido esto, ¿exigi-
rás ahora algo mayor a lo que estas cosas se refie-
ren? ¿Por qué me nombras el placer? Busco el bien
del hombre, no del vientre, que tiene mayor capa-
cidad entre las bestias y el ganado. -

84
CAPÍTULO X

ERGIVERSAS lo que yo digo —me figuro


« que dirás-—, porque yo afirmo que nadie
puede vivir alegremente, a no ser que al mismo
tiempo viva también con honestidad: lo que no
puede suceder a los animales mudos, ni a los que
miden su felicidad por la comida. Digo claramente,
y lo declaro a la vista de todo el mundo, que esta
vida que yo llamo alegre no existe sin que se le
agregue la virtud.» Pero ¿quién desconoce que los
más saturados con vuestros placeres son también
los más insensatos? ¿Quién ignora que la maldad
abunda en esas alegrías y que su mismo espíritu
les sugiere nuevas clases de placer, no solamente
depravadas, sino infinitas? En primer lugar, la in-
solencia y una excesiva estimación de sí mismo,
que es un tumor que sobresale entre los demás, un
amor a sus riquezas ciego e imprudente: nadando
en delicias se exaltan por las causas más pequeñas
y pueriles; se dejan llevar por la mordacidad y por
la soberbia, disfrutando en herir y mortificar a los

85
SÉNECA

demás; se vuelven perezosos y disolutos, teniendo


el alma cansada y descuidándose a sí misma. La
virtud aparta todas estas cosas, importuna nues-
tros oídos con sus advertencias y valora los place-
res, eligiéndolos antes de admitirlos: ni los que admi-
tió aprecia demasiado (lo único que hizo fue admitir-
los), y tampoco es su disfrute el que la contenta,
sino la templanza con que los disfruta; como quie-
ra que la templanza disminuye los placeres, se con-
vierte en injuria del bien supremo, según vosotros.
Tú te abrazas al placer, yo lo freno; tú disfrutas
de él, yo lo utilizo; tú lo consideras como el: bien
supremo, yo ni siquiera como un bien; tú lo haces
todo con miras al placer, yo nada. Cuando afirmo
que yo no hago nada con miras al placer, hablo 'en
nombre de aquel sabio a quien sólo concedes tú el
placer.

86
CAPÍTULO XI

Pp ERO yo no llamo sabio a un hombre sobre quien.


tiene imperio cualquier cosa, con mayor razón
si le domina el deleite. Es natural que si está domi-
nado por él, ¿cómo resistirá el trabajo o el peligro,
la pobreza y tantas otras cosas que alborotan con
exceso la vida humana? ¿Cómo soportará la pre-
sencia de la muerte y del dolor? ¿Cómo podrá resis-
tir las tormentas del mundo y las amenazas de sus
enemigos más crueles, sintiéndose dominado por
un adversario tan flojo? Hará lo que le aconseje el
placer. Piensa: ¿no adivinas lo mucho que le pue-
de aconsejar? «Ninguna cosa vergonzosa le podrá
aconsejar —me responderás sin dudarlo—, porque
está unido a la virtud.» ¿Todavía no te has dado
cuenta de cómo será ese bien supremo, que necesi-
ta de un guardián para que sea un bien? La virtud,
en cambio, ¿cómo podría gobernar el placer que
sigue, siendo así que el seguir es propio del que
obedece, y el gobernar del que manda? Os echáis a
las espaldas las órdenes del que manda. Para vos-

87
SÉNECA

otros, ¡el hermoso deber que tiene la virtud consiste


en que sea la primera en probar los placeres! Pero
ya hablaremos, si la virtud puede seguir siendo vir-
tud y conservar su nombre, ante quienes tan afren-
tosamente la tratan: porque no puede conservar su
nombre si abandona su puesto. Mientras llega el mo-
mento oportuno para tratar de ello, pondré a tu con-
sideración el ejemplo de algunos hombres obsesio-
nados por el placer, sobre los cuales la fortuna
derramó todos sus dones y que necesariamente has
de admitir que son malos. Reflexiona sobre No-
mentano y Apicio, que andaban buscando (según
decían ellos) los bienes de la tierra y del mar, y que
sobre su mesa eran capaces de reconocer todos los
animales que se pudieran encontrar en cada uno
de los pueblos. Observa a estos mismos cómo se
deleitan desde su lecho de rosas, mientras esperan
que les sirvan la comida; están complaciendo sus
oídos con el sonido de las voces, alegrando sus ojos
con bellos espectáculos y haciendo gozar a su pa-
ladar anticipadamente con el sabor de los guisos.
Todo su cuerpo languidece bajo los efectos de un
suave y ligero frotamiento; y para que sus narices
no descansen entretanto, el mismo lugar en que se
celebra el sacrificio de la lujuria se hace irrespira-
ble con los múltiples y diferentes olores. Dirás tú
que éstos son los que viven en medio de los place-
res; sin embargo, ni aun ellos lo pasan bien, porque
no gozan del bien.

88
CAPÍTULO XII

LGUIEN dice que les irá mal porque inter-


vienen muchas cosas que les perturban el
espíritu, y las opiniones contrarias entre sí inquie-
tarán el entendimiento.» Admito que así es; pero,
después de todo, esos mismos estúpidos, que no sa-
ben lo que se hacen y andan pendientes del golpe que
les imponga la penitencia, perciben grandes place-
res: y necesario es confesar que en esos momentos
se encuentran tan alejados de cualquier molestia
como de un pensamiento bueno; y (les sucede a la
mayor parte) enloquecen con la locura de la risa, y
a causa de la misma risa se enfurecen con los de-
más. Mas, por el contrario, los modestos y tranqui-
los placeres de los sabios, apenas casi languidecen,
son reprimidos y ni siquiera se notan: comoquiera
que ni vienen llamados, ni se los recibe con hóno-
res, aunque se acerquen por su propia voluntad, se
encuentran a disgusto entre quienes los perciben.
Los sabios, en efecto, los mezclan y los interponen
en su vida, como juego y entretenimiento.en medio

89
SÉNECA

de los asuntos serios. Dejen, por consiguiente, de


unir las cosas incompatibles y complicar a la virtud
con los placeres, por cuya causa se adula a los más
viciosos. Volcados en los placeres, arrastrándose
siempre y embriagados, porque saben que viven ro-
deados de placeres, creen que también viven con
virtud: pues oyen que el placer no puede separarse
de la virtud; después, escriben sobre sus vicios el
nombre de sabiduría, y hacen una pública ostenta-
ción de lo que debiera estar oculto. De esta manera,
no se entregan a la lujuria empujados por Epicuro,
sino que, enfangados en los vicios, esconden la luju-
ria en el seno de la filosofía, y allí se reúnen, en
donde oyen que se alaba a los deleites. Y tampoco se
tiene en cuenta aquel placer que propugna Epicuro
(así lo entiendo), porque ese deleite es sobrio y aus-
tero, sino que invocan su nombre, buscando algún
patrocinio que les sirve para cubrirse. Y de esta
manera pierden la vergúenza de pecar, que era el
único bien que les quedaba a los viciosos. Ensal-
zan, pues, aquellas cosas con las que se ruboriza-
ban, y se ufanan con sus defectos; como conse-
cuencia de todo esto, ni siquiera se le permite a la
juventud recuperar sus fuerzas, después de haber
sido proclamada la torpe ociosidad con un título de
honestidad.

90
CAPÍTULO XIH

E ahí por qué resulta perniciosa esa alabanza


del placer: porque los preceptos sanos quedan
encubiertos, los podridos salen a la luz. En rea-
lidad, yo mismo estoy conforme con aquella doc-
trina (y digo esto, mal que les pese a los filósofos
más populares de nuestra escuela), que Epicuro
enseñó unos preceptos justos y rectos, y, si los estu-
dias un poco más a fondo, tristes: porque el placer
aquel que defiende se reduce a la más mínima
expresión; y la fuerza que nosotros atribuimos a la
virtud, la misma concede él a los placeres. Impone
que éstos obedezcan a la naturaleza; lo que para la
naturaleza es suficiente, a la lujuria, en cambio, le
parece poco. Pero ¿cómo puede ser esto? Aquel, no
importa quién sea, que llama felicidad a una ocio-
sidad prolongada y al cambio de situación placer,
cuando pasa de la gula al libertinaje es que busca
un buen autor para una mala obra; y cuando da
con él, seducido por lo agradable del nombre, se
entrega al placer, no al que le han dicho, sino al que

91
SÉNECA

llevaba dentro; y cuando comenzó a pensar que sus


vicios se parecían en algo a la doctrina que escu-
chó, se siente complacido con ellos; no tiene mie-
do, ni se esconde: se lanza a la lujuria a cara des-
cubierta. Así que yo no digo lo que muchos de los
nuestros, que la escuela de Epicuro sea maestra de
ignominias; pero lo que sí afirmo es que goza
de mala reputación y que es infamada sin razón.
¿Quién puede saber esto sin haber sido admitido en
el interior? El mismo frontispicio da lugar a la fábu-
la, e invita a concebir malas esperanzas. Lo que en él
se ve es como si un hombre fuerte estuviera vesti-
do con traje de mujer. Siempre y cuando te quede
algo de vergúenza, tu integridad estará a salvo: en
tu cuerpo no hay cabida para deshonra alguna,
pero en tu mano tienes el tambor de Cibeles*. Es
necesario, por tanto, elegir un título honesto y una
inscripción que impulse al espíritu a rechazar aque-
llos vicios, que tan pronto como se presentan ener-
van las fuerzas. Quienquiera que se acercó a la vir-
tud dio señales de generoso carácter; el que se
entrega a los placeres, parece afeminado, roto, y
renuncia a la dignidad masculina para encenagar-
se en cosas torpes y vergonzosas; si es que alguien
no le pudiera señalar la naturaleza de los placeres,
para que sepa cuáles se encuentran dentro de los
límites naturales del hombre y cuáles han de ser
arrojados al abismo y que son infinitos, mostrán-

* Distintivo de sus sacerdotes, que eran eunucos.

92
SOBRE LA FELICIDAD

dose más insaciables a medida que se van llenando.


Piensa ahora que la virtud te va guiando: siguiendo
sus huellas, todo será seguridad. El excesivo delei-
te perjudica; en la virtud no es de temer que nada
sea excesivo; porque precisamente en ella se en-
cuentra la medida justa. No constituye un bien lo
que su propia grandeza hace padecer.

93
CAPÍTULO XIV

FORTUNADAMENTE te ha tocado en suerte


una naturaleza razonable: ¿qué otra cosa mejor
se nos puede ofrecer que la razón? Si es agradable
esta compañía y te interesa caminar hacia la felici-
dad en la vida acompañado por ella, que la virtud
te preceda y te guíe, que te acompañe el deleite y
gire alrededor de tu cuerpo como si fuera tu som-
bra. Pero la virtud, que es la más excelente de todas
las cosas, entregarla al placer como sirvienta, supo-
ne un espíritu incapaz de conseguir nada grande.
Que la virtud sea la primera y que ella lleve la ban-
dera; no por ello tendremos menos placer, pero
seremos nosotros quienes lo dominemos y mode-
remos; algo obtendrá de nosotros con sus halagos,
pero en nada nos obligará. Pero esos que olvidaron
sus principios por el placer se verán privados
de ambas cosas; porque pierden la virtud, y además
no son ellos los que poseen el placer, sino que el
placer les posee a ellos: o se sienten atormentados
por la escasez del mismo o su abundancia los

94
SOBRE LA FELICIDAD

estrangula. ¡Desgraciados, si se ven abandonados


por él, y más desgraciados todavía si se sienten des-
bordados! Como los que se hundieron en el mar
de las Sirtes, unas veces son abandonados en los
secos arenales, y otras son arrastrados por el tor-
bellino de las olas. Pero esto sucede por la excesi-
va destemplanza y por un ciego amor a las rique-
zas; pues a quien apetece el mal por el bien le resul-
ta peligroso el alcanzarlo. Pasa lo mismo que cuan-
do cazamos las fieras con mucha fatiga y traba-
jo, que resultan peligrosas, y también nos causa
inquietud la posesión de aquellas que hemos cap-
turado; porque muchas veces despedazan a sus
dueños. De la misma manera, los que disfrutan de
grandes deleites salieron mal librados, porque una
vez que los consiguieron, ellos mismos fueron cap-
turados. Cuanto mayores son los placeres y más
abundantes, tanto más pequeño se siente el hom-
bre y más veces esclavo de tantos señores ha de
ser considerado aquel a quien el vulgo llama feliz
y bienaventurado. Me agrada continuar en el desa-
rrollo de este tema, aunque sea abusando de la
misma imagen; de la misma manera que el caza-
dor anda buscando las cuevas en que se esconden
las fieras, y valora en mucho el hecho de captu-
rar las bestias con los lazos y rodear con sus perros
los grandes desfiladeros, para poder seguir las hue-
llas de las mismas, y abandonó otras cosas me-
jores, renunciando a muchas de sus ocupacio-
nes habituales; así también, el que persigue los
placeres pospone todas sus cosas y hasta desprecia

95
SÉNECA

su primera libertad, sacrificándola a su vientre;


y tampoco compra los placeres para beneficiar-
se de ellos, sino que se vende a sí mismo a los de-
leites.

96
CAPÍTULO XV

IN embargo, me dirá algún seguidor de Epicuro,


¿qué es lo que se opone a que la virtud y el pla-
cer puedan confundirse en una sola cosa, y que el
bien supremo se convierta en algo que al mismo
tiempo sea honesto y agradable? Porque no puede
existir una parte de lo honesto, sino lo honesto: ni
tampoco el bien supremo tendrá toda su pureza si
observa algo en sí mismo que sea diferente a lo
mejor. Ni siquiera el gozo que nace de la virtud,
aunque no deje de ser un bien, sin embargo, no
forma parte del bien absoluto, como tampoco lo
son la alegría y la tranquilidad, aunque tengan su
origen en causas muy hermosas. Ciertamente que
son bienes estas cosas, pero lo son como conse-
cuencia del bien sumo, no porque compartan la
supremacía del summum. Pero aquellos que pro-
claman la unificación de la virtud y el placer, y ni
siquiera en igualdad de derechos, por la fragilidad
de uno de los bienes, debilita todo lo que de fortale-
za hay en el otro, y precisamente así anulan aque-

97
SÉNECA

lla libertad, que sería invencible, si no hubiera co-


nocido otra cosa superior a ella misma y de más
valor, y la someten al yugo. Pues comienza a serle
necesaria la fortuna (lo que constituye la máxima
esclavitud); a continuación viene una vida ansiosa,
de todo se sospecha, llena de alarmas, temerosa
de lo que pueda suceder y pendiente en cualquier
momento de las circunstancias. No das a la virtud
una base fija e inmutable, sino que la obligas a
estar firme sobre algo que se mueve. ¿Qué hay, pues,
tan voluble, como la espera de las casualidades, el
capricho de los cuerpos y la multitud y variedad de
las cosas que lo afectan? ¿Cómo podrá éste obede-
cer a dios, ni recibir con buen espíritu lo que le
sucede, ni quejarse del destino, interpretando favo-
rablemente sus desventuras, si se siente excitado a
la menor picadura de los placeres o de los dolores?
Pero, realmente, tampoco es un buen protector de
la patria, ni la querrá vengar, ni saldrá en defensa
de sus amigos, si se inclina a los deleites. Es nece-
sario colocar el bien supremo en un lugar tan ele-
vado que ninguna fuerza humana pueda derribar-
lo: allí a donde no tengan acceso ni el dolor, ni la
esperanza, ni el temor, ni cosa alguna que pueda
causar deterioro en los atributos del sumo bien.
Desde luego, solamente la virtud puede subir allí;
aquella cuesta ha de ser dominada al paso de ésta:
la virtud resistirá con entereza y soportará todo lo
que sucediere; y no sólo con paciencia, sino con
gusto: comprenderá que toda dificultad de los tiem-
pos es una ley de la naturaleza. Como hace un buen

98
SOBRE LA FELICIDAD

soldado, se aguantará las heridas, contará sus cica-


trices y, atravesado por los dardos, al morir pensa-
rá en su general, por cuya causa muere; de la
misma manera la virtud tendrá presente en su espí-
ritu aquel viejo precepto: «Sigue a dios.» En cam-
bio, aquel que se queja y llora y gime, se ve obliga-
do a cumplir las órdenes a la fuerza, y, poco menos
que contra su voluntad, es arrastrado a la obedien-
cia. En realidad, ¿no supone una locura esperar a
ser arrastrado antes que seguir con buena volun-
tad? Tanto, a fe mía, como afligirse, por ignorancia
y desconocimiento de su condición, de que le suce-
dió algo más amargo, o bien admirarse, o indig-
narse por aquellas cosas que suceden lo mismo a
los buenos que a los malos: me refiero a las enfer-
medades, defunciones, mutilaciones y todas las
demás cosas que se presentan atravesadas en la
vida humana. Todo aquello que necesariamente
nos toca padecer por la constitución natural del
universo, ha de ser aceptado con buena disposición;
nos hemos obligado a cumplir con esta carga sa-
grada de soportar la mortalidad de las cosas, y tam-
bién a no dejarnos maltratar por aquello que no
podemos evitar, por exceder los límites de nuestras
fuerzas. Éste es el reino en que hemos nacido: obe-
decer a dios constituye nuestra libertad.

99
CAPÍTULO XVI

OR consiguiente, la verdadera felicidad consis-


te en la virtud. ¿Qué es lo que ésta te aconseja-
rá? Que nó consideres las cosas como buenas o
malas, como no te lleguen ni de la virtud ni de la
maldad; después, que permanezcas inquebrantable
contra el mal, sin que te inclines a él desde el bien,
y que imites a dios en todo lo que puedas. ¿Qué es
lo que se te promete por esta campaña? Inmensos
beneficios y equipararte a la divinidad. A nada te
verás obligado: de nadie y nada has de necesitar;
serás libre, tendrás seguridad y te sentirás invulne-
rable; nada intentarás en vano y nada te será prohi-
bido. Todo te saldrá según lo pensaste; no sufrirás
contrariedad alguna, ni sucederá nada contra tu
criterio y voluntad. ¿Y después, qué? ¿Es suficien-
te la virtud para vivir felizmente? Y ¿por qué no ha
de ser suficiente la virtud, si es perfecta y hasta
divina? Más que suficiente: es superabundante y le
sobra. ¿Qué le puede faltar a quien está situado
lejos de la ambición humana? ¿Qué necesita del

100
SOBRE LA FELICIDAD

exterior el que ha reunido dentro de sí mismo


todos sus bienes? Pero a este que camina hacia la
virtud, aunque haya adelantado mucho, le hace
falta, sin embargo, algún favor de la fortuna, mien-
tras esté luchando con las cosas humanas y se suel- :
ta aquel nudo que lo libra totalmente de sus liga-
duras mortales. ¿Cuál es la diferencia, por tanto?
Que los unos están atados, los otros encadenados y
algunos también vacilantes; aquel que ha llegado a
las regiones superiores y se situó en lo más alto
arrastra una cadena menos apretada, y si todavía
no puede considerarse totalmente libre, sin embar-
go, es como si ya lo fuera.

101
CAPÍTULO XVII

I por lo que fuere, alguno de aquellos que ladran


contra la filosofía se atreviera a decir, según
acostumbran: «Entonces, ¿por qué hablas tú con
una entereza mayor que en la que vives? ¿Por qué
bajas la voz o te callas delante de tus superiores y
valoras el dinero como un instrumento necesario
para ti, te dejas conmover por la desgracia, derra-
mando lágrimas tan pronto como se te ha comuni-
cado la muerte de tu esposa o de algún amigo y
miras por tu fama, indignándote cuando oyes que
hablan mal de ti? ¿Por qué tienes un jardín mejor
cuidado que lo que aconseja su uso? ¿Por qué no
comes con arreglo a las normas que prescribes a
los demás? ¿Por qué tienes un mobiliario más bri-
llante? ¿Por qué se bebe en tu mesa un vino más
viejo que tu edad? ¿Por qué, pues, se arregla tu
casa? ¿Por qué se plantan árboles que no han de
dar otro fruto que la sombra? ¿Por qué lleva tu
esposa en las orejas el valor de los bienes de una
casa acaudalada? ¿Por qué se les exige a los jóvenes

102
SOBRE LA FELICIDAD

esclavos que se educan en tu casa que vayan ele-


gantemente vestidos con túnicas preciosas? ¿Por
qué se observa un cuidado tan exquisito para servir
tu mesa (porque no se coloca la plata con aturdi-
miento y a capricho, sino que se hace con pericia),
y tienes siempre a tu disposición un maestro en el
arte de partir las viandas que ofrecen dificultades?»
Puedes añadir, si quieres, lo que sigue: «¿Por qué tie-
nes posesiones al otro lado del mar? ¿Por qué han
de ser muchas más de las que llegaste a conocer?
Desgraciadamente para ti, o eres tan negligente
que ni siquiera te has molestado en conocer el
nombre de los pequeños esclavos, o tan fastuosa-
mente vives, que posiblemente tengas muchos más
de los que tu memoria sea capaz de recordar.» Poco
a poco te lo iré aclarando todo; tus reproches y las
muchas cosas que de mí piensas procuraré refutar-
las: de momento he de contestarte así. No soy
sabio, y, para fomentar tu malevolencia, ni lo seré.
«Lo único, pues, que ahora exijo de mí es, no que
sea igual a los mejores, sino ser mejor que los
malos; para mí es suficiente esto de arrancar dia-
riamente alguno de mis vicios, o un poco tan sólo
de cualquiera de ellos, y censurar mis errores. No
he llegado todavía a la verdadera salud, y posible-
mente no llegue tan pronto: estoy aplicando a mi
gota unos calmantes, más bien que remedios, y muy
contento de que me duela menos veces. Comparado,
quizá, con la debilidad de vuestros pies, yo soy un
gran corredor. »

103
CAPÍTULO XVII

STAS cosas no las digo por mí, puesto que yo


me encuentro en lo más profundo de los vicios;
lo digo por aquel que tiene algo de bueno en sus
acciones. «Hablas de una manera —dice—, y vives
de otra diferente.» De esto, ¡oh mentes llenas de
maldad y las más enemigas de los mejores hom-
bres!, de esta infamia, vuelvo a repetir, fueron acu-
sados Platón, Epicuro y también Zenón. Todos
estos filósofos hablaban, no precisamente como
vivían ellos mismos, sino de la forma en que se
debía vivir. Hablo de la virtud, no de mí; y cuando
reprocho los vicios, pongo los míos en el primer
lugar; cuando me sea posible, viviré como convie-
ne. Pero esa maldad, que vosotros mezcláis con
abundante veneno, tampoco me apartará de los me-
jores, ni esa ponzoíña con que rociáis a los demás
y corroe vuestras propias entrañas será capaz de
impedirme que por lo menos siga alabando una
vida, no la que yo llevo, sino la que yo sé que se
debe llevar; nadie podrá impedir que yo adore la

104
SOBRE LA FELICIDAD

virtud, y la seguiré, aunque haya de arrastrarme la


mayor parte del camino. ¿Se puede esperar que
quede algo al margen de la maledicencia, que no
respetó ni a Rutilio, ni a Catón? ¿Por qué no les ha
de parecer alguno demasiado rico a esos para quie-
nes Demetrio el Cínico es poco pobre? ¡Varón enér-
gico éste, y que supo luchar contra todas las ambi-
ciones de la naturaleza y por esto fue más pobre
que los demás cínicos, porque cuando ellos mis-
mos se prohibían las riquezas, él prohibió incluso
pedirlas: le niegan que tuviera demasiada necesi-
dad! ¿Te das cuenta, pues? No profesó la ciencia de
la virtud, sino la de la pobreza.

105
CAPÍTULO XIX

UE Diodoro, aquel filósofo epicúreo que puso


fin a su vida en muy pocos días con su propia
mano, cortándose la garganta, lo hiciese por orden
de Epicuro, lo niegan sus propios compañeros;
unos pretenden presentar este hecho suyo como
un acceso de locura, y otros como una temeridad.
Él, entretanto, feliz y plenamente convencido de su
buena conciencia, se lo demostró a sí mismo reti-
rándose voluntariamente de la vida, y elogió la
calma de los tiempos pasados en el puerto y junto
al ancla, y dijo lo que vosotros oís contra vuestra
voluntad:

Vixi, et quem dederat cursum fortuna, peregri (1).

Disputáis de la vida del uno y de la muerte del


otro; sin embargo, al solo nombre de unos varones

! «Viví y llegué al final del camino que me dio la fortuna.»

106
SOBRE LA FELICIDAD

que son grandes por algún mérito eminente,


ladráis como ladran los perros pequeños cuando se
acercan hombres desconocidos. Os conviene, pues,
a vosotros, que nadie parezca bueno: como si la
virtud de los demás fuese una reprobación de vues-
tros defectos. Involuntariamente confundís las
cosas brillantes con vuestras suciedades, y no os
dais cuenta con cuánto detrimento vuestro os atre-
véis a hacer esto. Pues, si aquellos que practican la
virtud son avaros, libidinosos o ambiciosos, ¿qué
sois vosotros, a quienes sirve de odio el mismo nom-
bre de la virtud? Afirmáis que nadie cumple lo que
dice, ni vive con arreglo al modelo de su predica-
ción. ¿Qué tiene de extraño si están hablando de
cosas más fuertes, de una elevación extraordinaria,
y que se escapan a todas las vicisitudes humanas,
aunque intentan desclavarse de las cruces en que
cada uno de vosotros mismos ha hundido sus clavos?
Llevados, sin embargo, al suplicio, cada uno está
colgado en un solo madero; pero aquellos que se
castigan a sí mismos, cuelgan de tantas cruces
como pasiones tienen, y hablando mal de todo el
mundo, se muestran habilidosos para ofender a los
demás. Los creería libres de todo esto si no fuera
porque muchos escupen a sus espectadores desde
el patíbulo.

107
CAPÍTULO XX

. UE no cumplen los filósofos lo que dicen?


Pero a pesar de todo ayudan mucho con lo
que hablan y con lo que conciben en su recto pensa-
miento. Pues si, además, se comportasen de acuerdo
con lo que dicen, ¿qué se podría encontrar más biena-
venturado que los filósofos? Entretanto, no hay
razón para que desprecies sus buenas palabras, ni
sus sentimientos llenos de rectas intenciones. Dedi-
carse al estudio de lo que aprovecha a la humani-
dad es cosa que merece ser alabada, aunque no se
consigan los efectos. ¿Qué tiene de extraño, si los
que emprenden caminos escabrosos no llegan a la
cumbre más alta? Valora a los hombres por los
esfuerzos que hacen para intentar cosas grandes,
aunque desfallezcan en su empeño. Es algo gene-
roso, que sin mirar a sus propias fuerzas, sino a las
de la naturaleza, se esfuercen en sus intentos de
alcanzar las cosas más sublimes y en concebir en
su mente unos proyectos mayores que los que pue-
dan conseguir incluso los que se hallan dotados de

108
SOBRE LA FELICIDAD

un espíritu extraordinario. Esto es lo que se propo-


ne a sí mismo un filósofo: «Oiré yo la sentencia de
mi muerte con el mismo rostro con que pudiera
ordenar y ver la de un criminal; yo me someteré a
los trabajos, sean los que sean, apuntalando el cuer-
po con mi espíritu; yo despreciaré igualmente las
riquezas que tengo en el momento presente y las
que me puedan venir; y tampoco me pondré más
triste si están enterradas en alguna parte, ni más
alegre si brillan cerca de mf; ni me envanecerá la
fortuna cuando llegue, ni lo sentiré si desaparece;
yo miraré todas las tierras como si fueran mías, las
mías como si fueran de los demás; yo viviré de tal
manera, como si supiera que he nacido para todos
los que me rodean y por esta razón daré las gracias
a la naturaleza: ¿de qué manera pudo contribuir
mejor a mi negocio? A mí, que soy uno, me entre-
gó para todos; para mí, que soy solo, me fueron
entregados todos. Todo lo que tuviere, ni lo guar-
daré con avaricia ni lo derrocharé con despilfarro;
para nada mejor consideraré mis posesiones, sino
para emplearlas en el bien: no por el número, ni
por su peso mediré los beneficios, ni las demás
cosas, sino esto se hará siempre por la estimación
del que las ha de recibir. Nunca será mucho para
mí aquello que ha de recibir una persona que se lo
merece. Todo lo haré con arreglo a mi conciencia y
nada por la opinión de los demás; todo lo que haga
sabiéndolo únicamente yo, creeré que se hace a la
vista de todo el pueblo. La finalidad de las comidas
y de las bebidas será aplacar las necesidades de la

109
SÉNECA

naturaleza, no para llenar el vientre y vaciarlo. Seré


amable con mis amigos, suave y sencillo con mis ene-
migos, y procuraré ser complaciente antes que se
me ruegue; correré al encuentro de las honestas ne-
cesidades. Sabré que mi patria es el mundo y que
los dioses la presiden: que ellos están por encima de
mí y muy cerca de mí para juzgar mis acciones y
mis palabras. Por consiguiente, cuando quiera que
la naturaleza reclame el espíritu que me anima, o la
razón lo rechace, partiré atestiguando haber amado
la buena conciencia y los estudios virtuosos: pro-
clamaré no haber disminuido la voluntad de nadie
en lo más mínimo, y que nadie consiguió disminuir
la mía.»

110
CAPÍTULO XXI

QUEL que quiera hacer esto, se lo proponga y lo


intente, emprenderá su camino hacia los dioses;
no en vano éste, aunque no lo haya conseguido,
Magnis tamen excidit ausis'.
En cambio, vosotros, que siempre habéis odiado la
virtud y a quienes la cultivan, nada de nuevo hacéis:
porque también los ojos enfermos aborrecen el sol.
De la misma manera huyen de la luz del día los ani-
males nocturnos, incluso a veces escondiéndose,
temerosos de la luz, en cualquier hueco de las peñas.
Llorad y ejercitad vuestras lenguas infelices en ultra-
jar a las gentes de bien; daos prisa en la persecu-
ción y morded todos a la vez; ¡mucho más pronto os .
romperéis los dientes que lograréis clavarlos! «¿Por
qué se dedica ése a la filosofía y vive rodeado de
tantas riquezas? ¿Por qué dice que se debe despreciar
la opulencia y pasa su vida metido dentro de ella?

' «Al menos sucumbió en empresas de altos vuelos», Ovidio,


Metamorfosis, IL, 328.

111
SÉNECA

Piensa que se debe despreciar la vida y sin embargo


vive. Afirman que no se debe hacer caso de la salud y,
sin embargo, la cuida con toda diligencia y prefiere
la mejor. Considera el destierro como un nombre sin
sentido, y dice: ¿qué tiene de malo, pues, el cambiar
de región? Y, por otro lado, si se le permite, envejece
en su patria. No ve diferencia alguna entre vivir largo
tiempo o más breve: sin embargo, si nada lo impi-
de, procura prolongar su vida y se complace en
halagar su virilidad hasta la vejez más avanzada.»
Dice que todas estas cosas deben ser despreciadas;
no afirma que no pueda tenerlas, sino que, las posea
sin ansiedad y sin que le causen inquietud; no echa
fuera de sí estas cosas, sino que, al alejarse ellas, él
continúa seguro. Realmente, ¿en dónde ha de guardar
la fortuna con mayor seguridad las riquezas que allí
donde sabe que las ha de recuperar sin que se lamen-
te el que las devuelve? Cuando Marco Catón alababa a
Curio y a Coruncanio, y aquel siglo en que se consi-
deraba un crimen la posesión de unas pocas meda-
llas de plata, tenía él cuatrocientos sextercios; menos,
sin duda, que Craso y, sin embargo, más que Catón,
que hacía de censor. Si se comparan, Marco Catón ha-
bía vencido a su bisabuelo por mayor diferencia
que por la que lo venció Craso. Y si le hubieran llega-
do mayores riquezas, no las habría rechazado; porque
ni aun siendo sabio, se creyó indigno de algunos pre-
mios fortuitos. No por ello ama las riquezas, sino que
las prefiere: no las recibe en su alma, sino en su casa;
no rechaza las que ya poseía, sino que las guarda
y quie-
re suministrarse una materia mayor para su virtud.

112
CAPÍTULO XXI

. UÉ duda puede caber de que un hom-


bre sabio tendrá muchas más ocasiones de
ejercitar y demostrar su espíritu en las riquezas
que en la pobreza? Mientras en ésta el único géne-
ro de virtud consiste en no doblegarse, ni sentirse
deprimido, en las riquezas tendrá un ancho campo
que lo espera, que es el de la templanza, la liberali-
dad, la diligencia, la economía y la magnificencia.
El sabio no se despreciará a sí mismo, ni aunque
fuere de unía estatura mínima; sin embargo, querrá
tener una figura prócer, pero aunque haya perdido
un ojo y sea débil de cuerpo, se comportará como
si estuviera sano; sin embargo, preferirá tener un
cuerpo robusto. Estas cosas las recibirá de tal ma-
nera que sepa tener dentro de sí mismo algo más
saludable; sufrirá con paciencia su flaca constitu-
ción, pero preferirá otra mejor. Hay muchas cosas
que, no obstante su insignificancia en la totalidad
del conjunto y la posibilidad de separarse sin per-
juicio del supremo bien, añaden, sin embargo, algo

113
SÉNECA

a la perpetua alegría, que nace de la virtud. La


impresión de regocijo que producen en el sabio las
riquezas es la misma que le produce al navegante
el viento favorable que lo empuja; la misma impre-
sión que produce un día bueno o un lugar abriga-
do que protege contra el frío y la bruma. Entre los
sabios, pues, y hablo de los nuestros, para quienes
la virtud constituye el único bien, ¿cuál de ellos
niega que incluso estas cosas que llamamos indife-
rentes tengan dentro de sí algún valor, y que unas
puedan ser mejores que las otras? A muchas de
esas cosas se les concede poca importancia, a otras,
mucha. Así pues, no te equivoques: entre las más
importantes se encuentran las riquezas. Ya veo lo
que me contestas: «Entonces, ¿por qué me dejas en
ridículo, siendo así que ocupan el mismo lugar en
tu opinión que en la mía?» ¿Quieres saber por qué
no tienen el mismo lugar? Si las riquezas huyeran
de mí, nada mío se llevarían, a no ser ellas mismas;
en cambio tú, si fueras abandonado por ellas, te lle-
narías de espanto y considerarías haberte quedado
sin ti; las riquezas ocupan en mi vida algún lugar
cualquiera; en la tuya, el principal; y, finalmente,
las riquezas son algo que me pertenece; en cambio,
tú perteneces a las riquezas.

114
CAPÍTULO XXIHI

por consiguiente, deja tranquilos a los sabios y


no les pongas el veto en cuestiones de dinero;
nadie ha castigado la sabiduría con la pobreza.
El sabio podrá tener inmensas riquezas, siempre y
cuando no las haya robado a nadie, ni estén man-
chadas de sangre ajena; siempre que las haya ad-
quirido sin hacer sufrir a otros y sin mezclarte en
negocios ajenos; siempre que su origen sea tan hones-
to como el fin; siempre que por ellos nadie tenga
que lamentarse, sino el envidioso. Puedes aumen-
tarlas cuanto quieras, porque son honestas; entre
las riquezas se encuentran muchas cosas que todos
quisieran llamar suyas; nada hay, en cambio, que
cualquiera pueda decir suyo. El sabio nunca podrá
olvidar la benignidad de la fortuna, y no se enva-
necerá, ni tampoco se avergonzará con un patri-
monio adquirido honestamente. Por otra parte,
también tendrá con qué vanagloriarse si, abriendo
su casa y admitida en ella toda la ciudad para que
examine sus riquezas, pudiera decir: «Lo que cada

115
SÉNECA

uno de vosotros reconozca como suyo, que lo tome.»


Qué gran hombre; ¡cuán justamente rico sería
aquel cuyas obras correspondiesen a sus palabras,
y después de pronunciadas pudiera conservar exac-
tamente lo mismo que antes! Quiero decir, si con-
fiado y seguro hubiera ofrecido al pueblo una in-
vestigación sobre sus bienes y nadie pudiese en-
contrar en su poder algo en que poner las manos;
precisamente entonces podrá llamarse rico ante
todo el mundo y sin miedo. De la misma manera
que un sabio no admitirá dentro de los umbrales de
su casa ni un solo denario que hubiera entrado des-
honrosamente, así tampoco rechazará ni excluirá
las grandes riquezas, que son un regalo de la fortu-
na y el fruto de la virtud. ¿Qué razones le pueden
impedir que las coloque en un buen lugar? Que
vengan y se encontrarán con un alojamiento
bueno. No hará ostentación de ellas, ni tampoco
las esconderá; lo primero indica estupidez de espí-
ritu; lo segundo, timidez y apocamiento, como si
quisiera defender un gran tesoro ocultándolo den-
tro de su seno. Como ya he dicho anteriormente,
tampoco las arrojará de su casa. ¿Qué ha de hacer,
entonces? Les dirá, quizá, marchad, porque me
resultáis inútiles; o, dejadme tranquilo, yo no sé
hacer uso de las riquezas. De la misma manera
que, aun siéndole posible hacer un viaje a pie, pre-
ferirá montar en un vehículo, sin ninguna duda, así
también si pudiera ser rico, lo querrá, y podrá
adquirir riquezas efectivamente, pero como cosas
ligeras y que pueden volar, sin llegar a consentir

116
SOBRE LA FELICIDAD

que resulten pesadas a otro cualquiera, ni aun a sí


mismo. Va a hacer donaciones. ¿Por qué alargáis
las orejas? ¿Por qué abrís vuestras bolsas? Dará, sí,
pero a las gentes de bien, o a aquellos que pueda
hacerlos buenos. Repartirá con sumo cuidado, eli-
giendo los que más se lo merezcan; teniendo pre-
sente en todo momento que debe rendir cuentas,
tanto de lo que reparte como de aquello que reci-
bió. Distribuirá partiendo de una causa justificada
y probable, pues resulta un mal servicio tirarlas
entre los infames. Tendrá la bolsa dispuesta para
abrirla con facilidad, pero no con agujeros; de la
cual saldrá mucho, sin que se caiga nada.

117
CAPÍTULO XXIV

I alguien piensa que es una cosa muy fácil el


hacer regalos, se equivoca. Esta ocupación en-
cierra muchísimas dificultades si se le presta un
poco de atención y no se hace tirando el dinero con
ímpetu y al azar. A éste le doy para tenerlo propi-
cio; a ése, porque me obsequió primero; al otro le
hago un socorro; de aquél me compadezco. A unos
los coloco dignamente para que la pobreza no los
arrastre, ni los mantenga ocupados. A muchos no
les daré nada, aunque les haga falta; porque, aun-
que les diere, les seguiría faltando igual; a otros les
haré una oferta; y a ésos, incluso los obligaré a que
lo acepten a la fuerza. No puedo ser negligente en
este asunto: nunca anoto mejor los nombres de los
beneficiarios que cuando doy alguna cosa. «¿Cómo?
—pensarás—. ¿Es que tú das para recibir?» No es
eso, lo hago para no perder. La donación ha de
estar situada en un lugar, desde el cual no haya que
forzar su vuelta, pero que pueda volver. El benefi-
cio hay que esconderlo de la misma manera que se

118
SOBRE LA FELICIDAD

entierra profundamente un tesoro; que no será to-


cado por ti hasta que la necesidad no te obligue a
ello. ¿Qué te parece? La misma familia de un hom-
bre rico, ¿cuántas ocasiones tiene de hacer el bien?
¿Quién es el que llama liberalidad a la que se refie-
re únicamente a los togados? La naturaleza ordena
ayudar a los hombres: ¿qué importa que sean libres
o esclavos, libres de nacimiento o «libertos», que
hayan recibido la libertad con arreglo a las leyes o por
amistad? Dondequiera que se encuentre el hombre,
allí tiene ocasión para hacer el bien. Puede, por
tanto, repartir su dinero dentro de los umbrales de
su misma casa y ejercer la liberalidad: ésta no ha
tomado su nombre, porque se debe a los hombres
libres, sino que tiene su origen en la libertad del es-
píritu. Ésta, entre los sabios, ni una sola vez recae
sobre los hombres perversos e indignos; y nunca
anda tan exhausta de fondos que deje de desbor-
darse como si estuviera totalmente llena, tantas
cuantas veces se encuentra con un hombre de bien.
No hay razón, por consiguiente, para que interpre-
téis torcidamente las cosas tan honestas que dicen
los estudiosos sobre la sabiduría, con su caracte-
rística entereza y fortaleza de espíritu; y atended a
esto lo primero: una cosa es el que estudia la sabi-
duría, y otra diferente el que la ha conseguido. El
primero te dirá: «Hablo muy bien, pero todavía me
revuelco entre muchísimo fango. No tienes razón
para que me exijas vivir con arreglo a mis palabras;
lo más que hago es formarme; cuando haya pro-
gresado todo lo que me propongo, entonces exige

119
SÉNECA

que mis hechos respondan a lo que digo.» En cam-


bio, aquel que llegó a conseguir la cumbre del bien
humano, hablará contigo de otra manera, y te dirá:
«En primer lugar, no tienes por qué tomarte la
libertad de juzgar a quienes son los mejores; eso
me corresponde a mí, que tengo ya un concepto de
lo recto que me permite despreciar a los malos.
Pero para darte una razón de lo poco que envidio a
ninguno de los mortales, escucha lo que te prometo
y en cuánto estimo las cosas. Niego que las rique-
zas constituyan un bien; porque si lo fuesen, harían
buenos a los hombres; ahora bien, como resulta
que se encuentra entre los malos, no puede llamar-
se bien y, por tanto, les niego este nombre; por lo
demás, confieso que se pueden tener, que pueden
ser útiles y que pueden aportar grandes comodida-
des a la vida.

120
CAPÍTULO XXV

NTONCES, ¿qué se debe pensar de las rique-


zas? Escuchad los motivos que me aconsejan
no contarlas entre los bienes, y la diferencia que
encuentro en ellas y que vosotros no llegáis a com-
prender, aunque todos convengamos en que se pue-
den tener. Piensa que vivo en la más opulenta de las
casas, piensa que me hallo rodeado de oro y plata
y que puedo servirme indistintamente de estas ri-
quezas: no me envaneceré por estas cosas, que si
bien se encuentran a mi lado, sin embargo, están
fuera de mí. Trasládame ahora a vivir debajo de
un puente, y déjame abandonado entre las gentes
necesitadas: no por ello me despreciaré, ni me
avergonzará sentarme al lado de aquellos que alar-
gan la mano en busca de limosna; a quien no le falta
un lugar donde se pueda morir, ¿qué le importa lo
demás, ni que le falte un pedazo de pan? ¿Qué se
debe hacer en esta coyuntura? Yo prefiero aquella
casa esplendorosa antes que el puente. Colócame
entre alhajas resplandecientes y en medio de un

121
SÉNECA

boato delicadísimo: por nada me consideraré más


feliz, aunque tenga a mi lado un amiguito muy tier-
no y las mesas y asientos de mis invitados se vean
recamados de púrpura. En nada seré más desgra-
ciado si mi cansada cabeza reposa sobre un puña-
do de heno, o si me acostase encima de esa lana
que asoma por las costuras de un viejo lienzo. ¿Qué
harías tú en este caso? Yo prefiero expresar los sen-
timientos de mi alma estando revestido con la ropa
pretexta o la clámide, que llevando desnudas mis
espaldas o poco cubiertas. Que todos los días trans-
curran según mis deseos, que nuevas satisfacciones
se sucedan enlazadas las unas con las otras: no por
esto me complaceré más conmigo mismo. Piensa
ahora que esta complacencia del tiempo se ha cam-
biado al lado contrario: que mi espíritu se siente
golpeado por una y otra parte, con ausencias y
muertes de los seres queridos, con diversas aflic-
ciones y que no pase absolutamente un solo mo-
mento del día sin alguna queja: no por ello me consi-
deraré el más desgraciado entre las máximas miserias
que me rodean, ni maldeciré por lo mismo día al-
guno; porque ya estoy resuelto a que ni un solo día
me fuese aciago. ¿Qué he de hacer entonces? Pre-
fiero templar las satisfacciones a calmar los dolores.
Sócrates, aquel gran filósofo, dijo esto: «Hazme
vencedor de todas las naciones; que aquel delicioso
carro de Baco me lleve, triunfante, desde donde
nace el sol hasta Tebas; que los reyes de Persia se
vean obligados a consultar conmigo sus leyes; a lo
sumo, entonces, pensaré que soy un hombre, aun-

122
SOBRE LA FELICIDAD

que sea saludado por todas partes como si fuera un


dios.» A esta dignidad tan sublime, añade inmedia-
tamente un cambio instantáneo: «He de ser coloca-
do en andas extranjeras como elemento de adorno
en la procesión de un vencedor soberbio y fiero: no
me sentiré más humillado junto al carro de otro de
lo que me sentía en el mío propio.» ¿Cuáles han de
ser mis deseos? Preferiré mil veces ser el vencedor,
antes que ocupar el lugar del cautivo. Yo despre-
ciaré la fortuna y todo su reino será poco para mí:
pero de él tomaría las cosas mejores si se me diere
derecho a elegir. Cualquiera cosa que llegase a mi
poder se convertiría en un bien: pero prefiero que
me vengan las cosas más suaves y las más agrada-
bles, y aquellas que molesten menos a quien las
tiene que pasar.» No hay razón, pues, para que creas
que existe alguna virtud sin sufrimiento, lo que
sucede es que algunas virtudes necesitan que se los
estimule y otras echan de menos los frenos. De la
misma manera que el cuerpo debe contenerse en
las cuestas abajo y esforzarse cuesta arriba, lo
mismo sucede, pues, con las virtudes, que las unas
están situadas en la cuesta para bajar y las otras
para subir. ¿Ofrece, quizá, alguna duda, que quien
tiene que subir ha de esforzarse con paciencia y ha
de emplear la constancia, el coraje y cualquiera
otra virtud que se oponga a la dureza de la escala-
da, venciendo así a la fortuna? ¿Qué me respondes
a esto? ¿No es igualmente claro que la liberalidad,
la templanza y la mansedumbre caminan en des-
censo? En éstas contenemos el ánimo, para que no

123
SÉNECA

resbale y caiga; en las otras, lo alentamos y lo em-


pujamos. Por consiguiente, aplicaremos a la pobreza
las virtudes más decididas, aquellas que se hacen
más fuertes cuando se las ataca; con las riquezas
hemos de emplear las más cuidadosas: las que de-
tienen el paso en el aire y frenan el peso del cuerpo
en las cuestas abajo.

124
CAPÍTULO XXVI

JHe2enDo establecido esta división, yo pre-


« fiero para mi uso las primeras, aquellas
que se pueden practicar con una mayor tranquili-
dad que las otras, cuyo empleo cuesta sangre y
sudor.» Por tanto, dirá el sabio, yo no vivo de dife-
rente manera a la que predico: sois vosotros los que
interpretáis las cosas en diferente sentido. Única-
mente el sonido de las palabras es el que llega a
vuestros oídos: no buscáis lo que significan. «¿Qué
diferencia existe, por consiguiente, entre mi pensa-
miento, que es el de un necio, y el tuyo, que es de
sabios, si tanto el uno como el otro deseamos lo
mismo, que es poseer cuanto más mejor?» Muy
grande es la diferencia; porque las riquezas en po-
der de un hombre que sea verdaderamente sabio
se encuentran en un estado de esclavitud, mientras
si están en poder de un necio, son ellas las que
dominan; el sabio no permite lo más mínimo a las
riquezas, en cambio, vosotros, todo lo cifráis en
ellas. Vosotros, como si alguien os hubiera prome-

125
SÉNECA

tido su eterna posesión, os acostumbráis a ellas y


llegáis a formar un mismo cuerpo; el sabio, por el
contrario, se da cuenta de la pobreza precisamente
entonces, cuando se encuentra rodeado del bienes-
tar que le reporta las riquezas. Nunca el general se
confía en la paz de tal manera que no se prepare
para la guerra, que aun no habiéndose declarado,
siempre hay indicios de que puede venir cuando
menos se piensa. ¡Os quedáis paralizados ante una
hermosa casa, como si no pudiera arder, ni derrum-
barse; las riquezas os vuelven insolentes, como si
estuvieran fuera de todo peligro y contasen con
mayores fuerzas que las que tiene la fortuna para
terminar con ellas! Estáis jugando con las riquezas
sin hacer nada por conservarlas y sin prever el peli-
gro en que se encuentran: como los bárbaros que
se hallan cercados por todas partes y, desconocedo-
res de las máquinas de guerra, pasan el tiempo en
la indolencia contemplando el trabajo de sus sitia-
dores, y no comprenden para qué sirven aquellas
cosas que se van construyendo desde tan lejos. Lo
mismo os sucede a vosotros: os quedáis faltos de
vigor en vuestra molicie y no pensáis en los muchos
peligros que os acechan y que ya están preparados
para llevarse como botín de guerra unas cosas tan
preciosas. Quienquiera que le hubiese robado las
riquezas a un sabio, siempre le ha de dejar todas
sus cosas: porque vive contento con su presente y
seguro con el futuro. «Nada me convenció tanto
como lo que antecede —diría Sócrates o cualquier
otro que tuviera el mismo poder y la misma auto-

126
SOBRE LA FELICIDAD

ridad sobre las cosas humanas—, para no amol-


dar los actos de mi vida a vuestras Opiniones.
Reunid por todas partes todas las mordacidades
acostumbradas y echádmelas a la cara: jamás pen-
saré que seáis capaces de injuriarme, lo más que
podéis hacer es dar vagidos, como los niños más
desgraciados.» Estas cosas diría aquel a quien cupo
en suerte llegar a la sabiduría; aquel a quien su
alma, inmunizada contra los vicios, le ordena re-
prender a los demás, no porque los odie, sino como
un remedio. Aquél añadiría esto: «Vuestra manera
de ver las cosas es lo que me altera, no por mi nom-
bre, sino por el vuestro; haber odiado la virtud y
haberla escarnecido constituye una renuncia a
toda buena esperanza. Ninguna injuria me habéis
hecho, como tampoco se la hacen a los dioses
aquellos que derriban sus altares; pero sus malos
propósitos y sus malos pensamientos aparecen, in-
cluso allí donde no pueden hacer daño alguno. De
la misma manera soporto vuestras elucubraciones,
como toleraba Júpiter, el mejor y más grande de los
dioses, las sutilezas de los poetas; alguno de los
cuales le ponía alas, otro le plantaba unos cuernos,
alguno lo quería introducir entre nosotros como
adúltero y trasnochador; éste, cual señor terrible
contra los mismos dioses; ése, como un juez injusto
contra los hombres; aquél, como raptor y corrup-
tor de hombres libres, incluso de sus mismos her-
manos; y muchos, como un parricida y usurpador
del trono de su rey, y hasta del de su mismo padre.
Con todo lo cual no se consiguió otra cosa que qui-

127
SÉNECA

tar la vergienza a los hombres para que pecasen si


se hubieran creído que sus dioses eran así. Pero si
bien es verdad que ninguna de estas cosas llegan a
herirme, sin embargo, os amonesto én beneficio
vuestro: elevad vuestra mirada y abrazad la virtud.
Tened confianza en aquellos que, después de haber-
la seguido largo tiempo, han alcanzado para ellos
mismos algo muy grande, y gritan con todas sus
fuerzas, que cada día será mayor. Como si fueseis
ministros del culto, rendidle honores, como se hace
con los dioses, y estimad a los que la profesan, y
cuantas veces oigáis hablar de ella y mencionar sus
sagradas letras, guardad la debida compostura: esta
palabra no implica ni se pronuncia para captarse las
simpatías, como piensa la mayor parte de las gen-
tes; por el contrario, se ordena el silencio, a fin de
que pueda terminarse ritualmente la sagrada cere-
monia, sin que el rumor de una mala palabra la
perturbe.»

128
CAPÍTULO XXVII

ES mucho más necesario recalcaros aquel silen-


cio, para que, cuantas veces os fuere revelado
algo por aquel oráculo, lo escuchéis con profunda
atención y con los labios apretados. Cuando aquel
que agita el sistro miente por orden superior; cuan-
do alguno de esos que tienen habilidad para abrir-
se heridas en sus músculos, ensangrienta sus bra-
zos y hombros, teniendo las manos en alto; cuando
alguien anda por las calles dando alaridos, arras-
trándose sobre sus rodillas; cuando un anciano,
vestido de lino sale a la vía pública en pleno día,
llevando en la mano una linterna y un ramo de lau-
rel y al mismo tiempo va gritando que alguno de
los dioses está irritado, acudís corriendo y los escu-
cháis, alimentando un estupor mutuo, y al mismo
tiempo afirmáis que son seres divinos. ¡Ahí tenéis a
Sócrates, que sale de aquella cárcel, que purificó
con su entrada, y que vuelve de ella dejándola más
honrosa que todo el Senado! Él mismo os lo dice,
clamando con voz clara y potente: «¿Qué locura es

129
SÉNECA

ésta? ¿Es posible que exista una naturaleza que se


revuelva contra los dioses y contra los hombres,
que difame la virtud y que viole las cosas más san-
tas con sus malignas palabras? Si sois capaces de
comprender la virtud, alabad a los buenos; si no es
así, pasad de largo. Porque si os agrada llevar a la
práctica ese abominable capricho, embestíos los
unos contra los otros; pues cuando os enfurecéis
contra el cielo, no digo que cometáis un sacrilegio,
pero sí os digo que estáis perdiendo el tiempo. En
cierta ocasión, Aristófanes me eligió como víctima
propiciatoria de sus sátiras: toda aquella gran ma-
nada de poetas burlescos derramó contra mí el
virus de sus chistes envenenados. Por aquellas mis-
mas cosas con que se me atacaba, quedó robuste-
cida mi virtud; es muy conveniente para ella, por
consiguiente, que sea llevada al combate y que
se ejercite en la lucha; nadie comprenderá mejor
hasta dónde alcanza su fortaleza, sino aquellos que
experimentaron sus fuerzas luchando. La dureza
del sílex a nadie mejor le es conocida que a quienes
lo golpean. Yo me ofrezco a vosotros de la misma
manera que una roca cualquiera abandonada en
medio de los mares, que no cesa de ser azotada por
las olas, soplen los vientos de donde quiera que
soplen: y no por ello la mueven de lugar, ni la po-
drán destruir a través de los siglos con su terrible
embestida. Entrad al asalto, haced fuerza, que yo
os he de vencer únicamente con que os soporte.
Todo el que lucha contra aquellas cosas que son fir-
mes e imposibles de vencer, se estrella, ejercitando

130
SOBRE LA FELICIDAD

sus fuerzas para su mal. Por tanto, os habéis de


buscar otra materia más blanda y susceptible de
que se claven en ella vuestros dardos. ¿Os queda
tiempo todavía para escudriñar en los males aje-
nos, y exponer vuestro criterio sobre quienquiera
que sea. ¿Por qué os habéis de meter en si ese filó-
sofo habita con mayor holgura y si el otro come
con excesiva suntuosidad? Os fijáis en los granos
ajenos, siendo así que vosotros mismos os encon-
tráis llenos de innumerables heridas. Eso es lo
mismo que si alguien se mofase de los lunares y
verrugas de los cuerpos más hermosos y él mismo
estuviera cubierto totalmente por la suciedad de la
lepra. Reprochad a Platón que buscase el dinero; a
Aristóteles que lo recibiera; a Demócrito, que lo
despreciara; criticad a Epicuro porque se lo gastó,
y a mí mismo me podéis echar en cara el Fedroy
Alcibíades. ¡Qué dichosos llegaríais a ser con su
empleo si primeramente os cupiese en suerte imi-
tar nuestros vicios! ¿Por qué no tenéis más cuida-
do de vuestros propios vicios, que os atraviesan
de parte a parte, los unos abriéndose paso hacia
el exterior y los otros quemándoos vuestras mis-
mas entrañas? No están los negocios humanos en
una situación, aunque vosotros os preocupéis muy
poco de la vuestra, como para que os quede tanto
tiempo que lo podáis perder en darle a la lengua
criticando las buenas acciones de los mejores.»

131
. CAPÍTULO XXVHI

E STO es lo que no queréis comprender y os


« lleva a volver la cara a vuestra fortuna:
de la misma manera se conducen muchísimos de
los que se divierten sentados tranquilamente en los
circos o en el teatro, cuando la casa se les ha que-
mado ya, y ellos sin enterarse siquiera. Pero yo,
que miro las cosas desde más arriba, veo la clase
de tempestades que os amenazan y que no han de
tardar mucho tiempo en romper la nube que las
detiene, o aquellas que vienen de camino, acercán-
dose poco a poco hasta vosotros, y que cuando lle-
guen han de arrasar vuestros bienes, destruyén-
doos con ellos. ¿A qué esperáis, pues? ¿Es posible
que ahora tampoco os deis cuenta de que está
girando a vueltro alrededor cierto torbellino (aun-
que no lo sintáis apenas cerca de vosotros), que
pone en peligro vuestras almas y que las envuelve
cuando huyen, y al mismo tiempo buscan las mis-
mas cosas? ¿No advertís que ese mismo torbellino,

132
SOBRE LA FELICIDAD

unas veces os eleva a lo más alto, para arrastraros


después hechos pedazos hasta lo más profundo de
los abismos?»

FIN DE
«SOBRE LA FELICIDAD»

133
SOBRE LA BREVEDAD
DE LA VIDA
CAPÍTULO PRIMERO

A mayor parte de los mortales se lamenta, mi


querido Paulino, de la mezquindad de la natu-
raleza, culpándola porque al nacer nos concedió
tan pocos años de vida, y además porque esos es-
pacios de tiempo que nos dio pasan tan deprisa,
tan rápidamente que, exceptuados unos pocos so-
lamente, a todos los demás les priva de la existen-
cia en el preciso momento en que aprenden a vivir.
Y no es solamente la plebe y el vulgo insensato a
quienes hace llorar esta común, según opinan ellos,
desgracia: este sentimiento también ha despertado
las quejas de los hombres más esclarecidos. De ahí
aquella exclamación del más famoso de los médi-
cos: «La vida es breve, largo el arte» (Hipócrates).
De aquí parten las acusaciones, indignas de un
hombre sabio, que formuló Aristóteles contra la
naturaleza de las cosas, cuando trataba de com-
prenderla; pensaba él que la naturaleza había sido
excesivamente indulgente con los animales, por-
que les había permitido vivir durante cinco siglos o

137
SÉNECA

diez, mientras que el hombre, nacido para empre-


sas muy superiores y más variadas, el término de
su vida era incomparablemente más reducido. No
tenemos poco tiempo: es que nosotros perdemos
mucho. La vida es suficientemente larga y se nos
ha concedido con liberalidad para que pudiésemos
terminar las empresas de mayor importancia, si
toda ella se emplease debidamente. Pero cuando se
desperdicia indolentemente entre placeres y lujos,
cuando se gasta en cosas inútiles, llega por fin el úl-
timo momento que nos obliga a reflexionar, y en-
tonces nos damos cuenta de que ha pasado, sin lle-
gar a comprender cómo se ha ido. La verdad es que
no hemos recibido una vida breve, sino que nos-
otros mismos la hicimos breve; si andamos esca-
sos de tiempo, es que lo derrochamos. De la misma
manera que unas riquezas inmensas y regias, cuan-
do van a parar a las manos de un administrador
inexperto, en un momento se evaporan, y aunque
sean mucho menores, crecen, si han sido confiadas
aun excelente guardián, así también nuestra vida
ofrece un ancho campo a quien sabe disponer de
ella dejándose guiar por la razón.

138
CAPÍTULO UH

OR qué nos quejamos de la naturaleza? Ella


C se comportó admirablemente: la vida, si se
sabe utilizar, es larga. A muchos los entretiene una
insaciable avaricia: éste se siente arrastrado por la
constantes dificultades que encuentra en unos tra-
bajos sin sentido; otro se embrutece con el vino;
aquél se duerme en la pereza; a ése lo cansa su am-
bición siempre pendiente del juicio de los demás;
algunos, guiados por un incontenible deseo de ne-
gociar, dan la vuelta por toda la Tierra y recorren
todos los mares con la única obsesión del lucro.
La pasión por las armas arrastra a cierta clase de
hombres, que nunca tienen en cuenta los peligros
ajenos, ni se preocupan por los suyos; los hay que
se consumen en una esclavitud voluntaria, deján-
dose llevar por una veneración hacia sus amos. La
mayor parte de aquellos que no saben adónde van,
se dejan influir por pareceres diferentes, y una in-
constancia, siempre voluble y descontenta consi-
go misma, los zarandea por todas partes. A otros,

139
SÉNECA

nada a donde puedan dirigir sus pasos les satisfa-


ce, y, decaídos y marchitos, se ven sorprendidos por
la muerte de tal manera que no dudo sea verdad
aquello que dijo el más grande de los poetas a
modo de oráculo:

«Exigua pars est vitae, quam nos vivimus»..

Porque realmente es cierto que toda su duración


no es vida, sino tiempo. Por todas partes estamos
rodeados de vicios que nos atacan y que no nos
dejan levantarnos, ni volver nuestros ojos hacia la
contemplación de la verdad: antes bien nos man-
tienen hundidos y clavados en las pasiones: Jamás
se les permite recurrir a sí mismo, si es que por ca-
sualidad les llega algún descanso: siguen fluctuan-
do, como sucede en lo profundo del mar, en donde
continúa el movimiento, aun después de haber ce-
sado los vientos; así pues, tampoco a ellos les llega
la calma, obligándoles a separarse de sus pasiones.
Piensas tú que solamente hablo yo de aquellos cu-
yos defectos están a la vista de todo el mundo: pon
tus ojos en esos a cuya felicidad se recurre; ellos
mismos se ahogan en sus propios bienes. ¿A cuán-
tos no les son pesadas sus riquezas? ¿Se pueden
contar siquiera aquellos a quienes les costó su san-
gre esa misma elocuencia con la que trataban de
dar a conocer su inteligencia en un esfuerzo conti-

' «Una mínima parte de la vida es la que nosotros vivimos.»

140
SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA

nuado? ¿No son muchísimos los que sufren angus-


tias en medio de sus constantes placeres? ¿A cuán-
tos no ha dejado un instante de libertad aquella
multitud de clientes que los agobia? Recorre, final-
mente, todas las clases sociales, desde la más baja,
hasta la más elevada: uno cita a juicio, el otro se pre-
senta, éste peligra, ése defiende y aquél sentencia.
Nadie se preocupa de sí mismo: cada uno se va
acabando, ocupándose de los: otros. Pregunta sobre
aquellos cuyos nombres son más conocidos: obser-
varás que se distinguen por estas cualidades: «Éste es
admirador de aquél, aquél es admirador del otro,
nadie de sí mismo.» Además, la indignación de al-
gunos es de lo más ridícula: se quejan del despre-
cio que les hacen los superiores, porque no los en-
cuentran desocupados, ni dispuestos a recibirlos
cuando ellos quieren. ¿Se atreverá nadie a quejarse
de la soberbia de los demás, cuando él mismo no se
halla libre jamás para preocuparse de sí mismo?
Aquel superior tuyo, sin embargo, sea el que fuere,
admito que te recibiera con cara de pocos amigos,
pero se dignó mirarte alguna vez; aquél dejó libres
sus oídos para escuchar tus palabras; aquél te ad-
mitió a su lado; en cambio, tú jamás te has dignado
volver la mirada para ver lo que pasaba dentro de ti
mismo, ni escuchaste siquiera.

141
CAPÍTULO 11

N? hay razón, por tanto, para que asignes estos


deberes a cualquiera: porque realmente, cuan-
do tú los realizabas, no es que quisieras estar con
el otro, sino que no podías estar contigo mismo.
Aunque todas las inteligencias que brillaron alguna
vez coincidían unánimemente en ello, jamás se ex-
trañarán bastante de esa ceguera de la mente hu-
mana. Los hombres no consienten que sean ocu-
padas sus propiedades por nadie, y si se presenta
una pequeña disputa sobre la manera de estable-
cer los límites de sus propiedades, recurren rápi-
damente a las piedras y a la armas: permiten que
otros intervengan en su vida, más todavía, ellos
mismos son los que además introducen en ella a
sus futuros propietarios. No se encuentra ninguno
que quiera repartir su dinero; y, en cambio, ¿entre
cuántos distribuyen su vida todos y cada uno de los
hombres? Todos se empeñan en conservar su pa-
trimonio, pero en cuanto llega la ocasión de perder
el tiempo, entonces es cuando precisamente se con-

142
SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA

ducen con la mayor de las liberalidades, en el úni-


co asunto en el que la avaricia estaría más que jus-
tificada. Me agradaría traer aquí a uno de los
muchos ancianos que ha llegado a una edad muy
avanzada, y hacerle recordar su vida con estas con-
sideraciones: «Vemos que tú has llegado ya a lo úl-
timo de la edad que puede alcanzar la naturaleza
humana; pesa sobre ti en estos momentos el año
cien o quizá alguno más; procura recordar y llama
a tu vida para que rinda cuentas del empleo de su
tiempo. Explícanos ahora el tiempo que perdiste
con un acreedor, cuánto con tu amiga, cuánto con
un acusado y cuánto con los clientes que hayas
podido tener; cuenta la cantidad que has perdido
en las disputas con tu mujer, cuánta en el castigo
de tus esclavos, y en las calles de la ciudad cuando
te dirigías a cumplir con tus obligaciones. Añade
también las enfermedades que cogimos por nues-
tra culpa; añade el que se perdió tumbados y sin
hacer nada: te darás cuenta que tienes bastantes
menos años de los que cuentas. Procura recordar
nuevamente en tu memoria si cuando tomaste una
resolución firme en cualquier asunto, transcurrió
todo aquel día según lo habías destinado; qué par-
tido le sacaste para ti mismo; recuerda cuándo es-
tuvo tu rostro en su estado normal, y cuándo tuvis-
te el espíritu libre de todo temor; qué beneficio ob-
tuviste para ti mismo en lo que hiciste durante tan
largo tiempo; cómo muchos te robaban tu propia
vida, sin que tú te dieras cuenta de lo que perdías;
cuenta la cantidad de tiempo que te ha quitado un

143
SÉNECA

dolor inútil, una necia alegría, la ambición des-


ordenada y el encanto de una conversación; ¡qué
parte tan pequeña de tu vida ha quedado para ti:
comprenderás ahora que tu muerte ha sido pre-
matura!»

144
CAPÍTULO IV

5 “UÁL es, por consiguiente, la causa de todo


C esto? Pasáis la vida como si siempre fuerais
a vivir; nunca se os ocurre pensar en vuestra fragi-
lidad. Jamás tenéis en cuenta la cantidad de tiem-
po que ya pasó: lo gastáis como si dispusierais de
un caudal inmenso e interminable, siendo así que
quizá ese mismo día que vosotros habéis destinado
para pasarlo entretenido con un amigo, o en cual-
quier negocio, pudiera ser el último de vuestra exis-
tencia. Tenéis miedo de todo, como mortales que
sois, y, sin embargo, ambicionáis todas las cosas,
como si fuerais inmortales. Oirás a la mayor parte
de los hombres, que dicen: «A partir de mis cin-
cuenta años me retiraré a descansar, y cuando
cumpla los sesenta abandonaré todas mis ocupa-
ciones.» ¿Y quién te garantiza, a fin de cuentas, que
has de vivir una vida tan larga? ¿Quién te permiti-
rá que todo esto ocurra como tú lo dispones? ¿No
te da vergúienza reservar para ti los restos de tu vida,
destinar a la virtud solamente aquel tiempo que no

145
SÉNECA

puede ser empleado en ninguna otra cosa? No será


demasiado tarde comenzar a vivir, precisamente
cuando ha llegado ya el momento de morir? ¡Qué
olvido tan necio de nuestra condición mortal el in-
tentar diferir los buenos propósitos para el año cin-
cuenta o el sesenta de nuestra vida, y pretender re-
anudar la verdadera vida a partir de una edad a la
que muy pocos han podido llegar! A los hombres
más poderosos y que han alcanzado los puestos
más elevados verás que se les escapan las palabras,
y los oirás decir que desean el reposo para sí mis-
mos, que lo alaban y que lo prefieren al resto de sus
bienes. Que desearían bajar de aquellas alturas en
que se encuentran encumbrados, si lo pudieran ha-
cer con seguridad. Pues comoquiera que nada del
exterior les puede atacar y quebrantar, su misma
fortuna se les cae encima.

146
CAPÍTULO V

L divino Augusto, a quien los dioses concedie-


ron más bienes que a otro alguno, no cesó de
rogar para sí el descanso, pidiendo lo relevasen de
las obligaciones y cuidados que le acarreaba la re-
pública. Todas sus palabras estaban encaminadas
precisamente a esto, a esperar que le llegase la hora
del descanso. Con este dulce consuelo, aunque en-
gañoso, sin embargo, alegraba su trabajo: «Alguna
vez me tocará vivir para mí», se decía. En cierta
carta enviada al Senado, cuando en el transcurso de
la misma les prometía que su retiro no perjudica-
ría en nada su dignidad, ni desmentiría su gloria
anterior, encontré estas palabras: «Pero estos pro-
yectos pueden realizarse con mayor brillantez de la
que se promete; sin embargo, a mí, esa impacien-
cia por alcanzar un tiempo tan deseado me produ-
ce ya una satisfacción inmensa, hasta el extremo de
poder anticiparme algo de placer con la dulzura
de las palabras, aunque se retrase todavía la alegría
del momento deseado.» ¡Tan grande importancia

147
SÉNECA

concedía al descanso que, al no poder disfrutar de


él en aquellos momentos, se adelantaba a tomarlo
con el pensamiento! Aquel que veía que todas las co-
sas dependían de él, tenía en sus manos el destino
de todos los hombres y de todas las naciones, sal-
taba de gozo solamente al pensar en la felicidad de
aquel día en que pudiera desprenderse de su digni-
dad. Conocía por experiencia propia cuántos sudo-
res costaban aquellos bienes que deslumbraban a
todo el mundo, y cuántas inquietudes ocultas arras-
traban consigo. Obligado a resolver sus asuntos por
medio de las armas, primeramente con sus conciu-
dadanos, después con su colegas, y por último con
sus parientes, derramó la sangre en la tierra y en el
mar; acosado por las armas en Macedonia, Sicilia,
Egipto, Siria, Asia y casi por todas las fronteras,
saltó al exterior para combatir con sus «ejércitos
cansados de matanzas de romanos. Mientras paci-
fica los Alpes y castiga a los enemigos que se habían
llevado la paz, y mientras extiende los límites de
- sus fronteras más allá del Rin, del Éufrates y del
Danubio, en la misma ciudad de Roma se estaban
afilando ya la espadas de Murena, de Fannio Ce-
pión, Lépido y los Egnacios, que conspiraban con-
tra él. Apenas si había tenido tiempo de deshacer
las asechanzas de éstos, cuando su propia hija,
en unión de la mayor parte de los jóvenes de noble
linaje, seducidos por el adulterio como si fuera un
sacramento, hacían temblar su quebrantada vida;
esto era mucho más temible para él que una nueva
Cleopatra con su Antonio. Extirpaba estas llagas

148
SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA

cortando los mismos miembros, y volvían a nacer


otras. De la misma manera que si tuviera a su cui-
dado un cuerpo cargado excesivamente de sangre,
algo le brotaba siempre por alguna parte. Por esto
suspiraba tanto por el descanso; pensando en ello y
esperando su llegada, podía resistir en sus trabajos.
Éste era el único deseo de aquel que habría podido
complacer todas las aspiraciones de los demás.
Marco Tulio Cicerón, perseguido por los Catilina,
los Clodio, Pompeyo y Craso, los unos enemigos
declarados suyos y los otros amigos dudosos, mien-
tras andaba flotando con la república en medio del
oleaje de las conspiraciones y aguantaba a duras
penas que se le fuera a pique, habiéndola salvado
en última instancia y sin haberse quedado tranqui-
lo con su buena suerte, ni ser capaz de conformar-
se con la adversa, ¿cuántas veces abominó de su
mismo consulado, no sin causa alabado, pero sí
con exceso? ¿Qué manifestaciones hace tan lamen-
tables en cierta carta que escribió a Ático, cuando
había sido vencido ya Pompeyo padre, mientras su
hijo todavía se encontraba en España, intentando
rehacer los ejércitos maltrechos? «Me preguntas
—decía Cicerón— qué es lo que hago aquí. Semilibre,
paso la vida en mi casa de Tusculano.» Añade poco
después otras cosas por las que no solamente se la-
menta de la primera parte de su vida, sino que se
queja también de la presente y además desespera
de la futura. ¡Decir Cicerón que se sentía medio
libre! Pero ¡a fe mía! que nunca el sabio se humilla-
rá con una palabra semejante, ni jamás deberá en-

149
SÉNECA

contrarse en situación de semilibre: gozando de ab-


soluta y entera libertad, y dependiendo exclusiva-
mente de sí mismo, estará siempre a una altura su-
perior a los demás. Porque, ¿qué es lo que puede es-
tar sobre aquel que se encuentra a situado muy por
encima de la fortuna?

150
CAPÍTULO VI

IVIO Druso, hombre cruel y vehemente, cuan-


do hubo promovido las nuevas leyes y resucita-
do el peligro de los Gracos, rodeado de una inmen-
sa multitud venida de toda Italia, y no habiendo
previsto el final de unas cosas, que ni permitía lle-
varlas a cabo, ni se veía ya libre para poder aban-
donarlas, una vez empezadas, después de haber
execrado su vida turbulenta desde los primeros
momentos en que alcanzó la mayoría de edad, se
cuenta que habló así: «Ni de niño siquiera me cupo
en suerte disfrutar de un solo día de descanso.» En
efecto, todavía bajo la custodia de su tutor y vis-
tiendo la ropa pretexta, propia de su edad, se atre-
vió ya a proteger a los culpables ante sus jueces, in-
terponiendo su influencia en los tribunales tan efi-
cazmente, que nos consta haber conseguido esca-
motear a los magistrados más de un juicio con sus
argucias. ¿Hasta dónde no habría de llegar una am-
bición tan prematura? Habrás comprendido que
aquella audacia tan precoz, necesariamente había

151
SÉNECA

de degenerar en un inmenso mal, y no solamente


privado, sino hasta público. Tarde se quejaba, pues,
«de no haber conseguido un solo día de descanso»
quien desde niño había sido un rebelde, y peligro-
so, ante los tribunales. Se pone en duda si él mis-
mo se dio la muerte o no. Desde luego, tan pronto
como recibió la herida en la ingle falleció, habien-
do alguien que pone en duda si la muerte fue vo-
luntaria; sin embargo, todos coinciden en que fue
demasiado oportuna. Es inútil citar a otros mu-
chos que, pareciendo muy felices ante los demás,
sin embargo, al descubrir y legarnos todos los ac-
tos de su vida, ellos mismos dejaron claro testimo-
nio de su verdad. Pero con estas lamentaciones no
lograron cambiar a los demás, ni siquiera se en-
mendaron ellos. Porque mientras se quejaban de
palabra, sus sentimientos se deslizaban hacia sus
costumbres habituales. Vuestra vida, a fe mía, aun-
que lograse sobrepasar los mil años, se podría re-
ducir al más corto de los espacios; estos vicios se
tragarán los siglos y persistirán a través de las ge-
neraciones, pero ese espacio que la razón alarga,
aunque la naturaleza siga su curso, necesariamen-
te huirá de vosotros con toda rapidez. Porque no
sois capaces de agarrarlo, ni lo podéis detener, ni os
es posible poner freno en su carrera a la cosa más
veloz del mundo, sino que la dejáis marchar como
si fuera una cosa superflua y fácilmente recupera-
ble. Y pongo en primer lugar a aquellos que no en-
cuentran tiempo libre para otras cosas que no sean
el vino y las mujeres; en verdad que éstos no pue-

152
SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA

den estar ocupados en cosa más torpe. Los demás,


aunque se dejen seducir por la ilusión de una falsa
gloria, sin embargo, se equivocan con una mayor
gallardía. Aunque me hables de los avaros, aunque
me cites a los hombres más iracundos que hayan
existido, cuyo odio los empujó a desencadenar las
guerras más injustas, todos éstos, sin embargo, co-
meten sus crímenes con una mayor virilidad. Pero
el pecado de quienes se lanzan a satisfacer los ca-
prichos del estómago y de su sensualidad es des-
preciable y quedan degradados enteramente por él.
Escarba en la vida de todos éstos: fíjate en las ho-
ras que pierden haciendo cálculos, en intrigas, .en
inquietudes; cuenta los días que pasan haciendo
homenajes o recibiéndolos, asistiendo a convites de
una manera tan asidua que parece como si éstos
constituyeran ya su propio oficio; observa cuánto
les ocupan sus propios compromisos y los ajenos:
comprenderás entonces que los asuntos en que an-
dan metidos, sean buenos o malos, no les dejan
tiempo ni para respirar. Y, por último, todos coin-
cidimos en que ninguna obligación puede ejercer-
se dignamente por un hombre demasiado ocupa-
do; éste no puede cultivar ni la elocuencia ni las ar-
tes liberales, porque cuando el espíritu está distraí-
do nada puede asimilar con profundidad, sino que
todo lo rechaza como si se lo quisieran inculcar a
la fuerza. Nada tiene en menos el hombre ocupado
que el vivir; sin embargo, ninguna otra ciencia es
más difícil que la que se ocupa de la vida.

153
CAPÍTULO VIH

ENERALMENTE se encuentran muchos pro-


fesores de las demás artes. Muchas de éstas,
realmente, hasta los niños las han aprendido de tal
manera que muy bien las podrían incluso enseñar.
Es necesario aprender a vivir durante toda la vida;
y lo que quizá te pueda sorprender con mayor mo-
tivo es que durante toda la vida debemos aprender
a morir. Los más grandes hombres que han existi-
do hasta nuestros días, al abandonar y desprender-
se de todo aquello que les servía de rémora, y cuan-
do renunciaron a sus riquezas, empleos y placeres,
únicamente hicieron esto hasta el fin de su vida
para aprender a vivir; sin embargo, la mayor parte
de éstos se marcharon de este mundo confesando
no haberlo conseguido todavía, como para que lo
sepan aquellos que ni siquiera lo intentaron.
Es propio de un hombre extraordinario, hazme
caso a mí, y que se encuentra situado por encima de
los errores humanos, el no dejar que se les escape la
más mínima parte de su tiempo sin aprovecharse

154
SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA

de ella; y, por ello, la vida más larga es la de aquel


que se desprendió de todo cuanto la misma le ofre-
cía para dedicarse por entero a ella. Nada dejó, por
consiguiente, sin cultivar y que no diera fruto; nada
quedó pendiente de la voluntad de los demás; mi-
nucioso cuidador de su tiempo, nada absolutamen-
te encontró que mereciera la pena de cambiarlo por
él. De esta manera, la vida le fue suficiente; a esos,
en cambio, de cuya vida se lleva el pueblo la mayor
parte, es natural que luego les falte a ellos. Y no hay
razón para que pienses que éstos no comprenden
que su propia perdición arranca de ahí; a la mayor
parte de esos que se sienten abrumados por su des-
lumbrante felicidad los oirás exclamar mientras
se encuentran rodeados de un inmenso rebaño de
clientes, o cuando se hallan enfrascados en los ne-
gocios propios de su despacho u ocupados en otras
miserias honradas: «¡No se me permite vivir!» ¿Por
qué no se te permite? Porque todos aquellos que te
reclaman para sí te apartan de ti mismo. ¿Cuántos
días te quitó aquel acusado? ¿Cuántos aquel candi-
dato? ¿Cuántos aquella vieja, cansada de enterrar a
sus herederos? ¿Cuántos aquel que se hacía pasar
por enfermo para excitar la codicia de quienes cre-
ían tener en sus manos sus bienes? ¿Cuántos aquel
amigo poderoso, que busca tu compañía no por
amistad sincera, sino por la vanidad de presumir
contigo? Repasa las cuentas, te vuelvo a repetir, y
examina los días de tu vida; verás no solamente que
son pocos, sino que resulta hasta ridículo el núme-
ro de los que quedan para ti. Los unos, después de

155
SÉNECA

haber conseguido las dignidades que habían desea-


do con ardor, se cansan y quieren desprenderse de
ellas. Inmediatamente dicen: «¿Cuándo pasará este
año?» Los otros están celebrando las fiestas, cuya
llegada esperaban con tanta ilusión, a medida que
se le iban acercando, y cuando se encuentran en
pleno jolgorio, dicen: «¿Cuándo me podré librar de
todo este bullicio?» Aquel abogado está viendo que
se lo rifan en todos los tribunales y que cuando él
interviene se llenan todas las salas más allá de don-
de puede llegar su voz; y, sin embargo, dice:
«¿Cuándo se aplazarán o se suspenderán los jui-
cios?» Cada cual precipita su vida y trabaja con la
ansiedad del mañana, cansándose con las cosas del
presente. Pero aquel que aprovecha el tiempo en su
beneficio, aquel que regula cada uno de sus días
como si toda su vida hubiera de desarrollarse en
cualquiera de ellos, ése ni ansía el mañana ni lo
teme. Pues ¿qué hay que pueda proporcionarle ya
una sola hora de placer que no conozca? Todos le
son conocidos, todos han sido experimentados has-
ta la saciedad; en lo demás, que disponga de su
suerte la fortuna como quisiere; la vida discurre ya
sobre seguro. A ésta se le podrá añadir algo, pero
quitarle, nada; y se le podrá añadir algo de la mis-
ma manera que alguien puede tomar algo de comi-
da, cuando tiene ya el estómago satisfecho, pero no
lleno del todo y que ni siquiera se molesta en de-
searlo.

156
CAPÍTULO VII

O. hay motivo para pensar que cualquiera


«haya vivido» largo tiempo porque le salieran
las canas o porque lo veamos con la cara arrugada;
éste no vivió largo tiempo, sino que estuvo largo
tiempo en la Tierra. Y ¿qué?, ¿piensas que navegó
mucho aquel a quien una terrible tempestad arran-
có del puerto, llevándolo de un lado para otro, y
que, empujado por la fuerza de vientos encontra-
dos y furiosos, avanzó hasta la tierra, moviéndose
siempre por los mismos espacios, porque éste no
es que navegase mucho, sino que fue zarandeado
mucho. Suelo sorprenderme cuando veo a ciertos
hombres que piden tiempo, y a la vez observo a esos
mismos a quienes se lo piden, que se. muestran ex-
cesivamente condescendientes. Los uno y los otros
se fijan en aquello por lo cual se ha perdido el tiem-
po; ni el uno ni el otro tienen en cuenta para nada
ese mismo tiempo. Como si no se pidiera nada y
como si nada se concediera; sin embargo, se sigue
jugando con una cosa que es la más valiosa de to-

157
SÉNECA

das. Desde luego sufren error en esto, porque es


algo incorpóreo y que no cae bajo sus ojos: de aquí
que se le valore de una manera tan despreciable;
peor aún, que no se le conceda valor alguno. Hom-
bres muy importantes reciben pensiones anuales
y cambian por ellas su trabajo, sus servicios y su
atención; nadie valora el tiempo. Usan de él con
amplitud ilimitada como si no valiera nada. Pero
observa a esos mismos cuando están enfermos
cómo se abrazan a las rodillas de los médicos si
han sentido más cercano el peligro de la muerte; si
temen ser condenados a muerte, los verás dispues-
tos a gastar toda su fortuna para seguir viviendo.
¡Tan grande es la inconsecuencia de sus sentimien-
tos! Y, además, si se pudiera hacer un cómputo de
los años que nos faltan por vivir de la misma ma-
nera que lo podemos presentar de aquellos que
cada cual hemos vivido, ¿cómo temblarían aque-
llos que se dieran cuenta de los pocos que les que-
daban, y con qué avaricia los aprovecharían? Así
pues, resulta sencillo administrar ese tiempo que
tenemos por cierto aunque sea muy corto; éste
debe conservarse con sumo cuidado, porque no sa-
bes cuándo se ha de acabar, y tampoco hay razón
para que pienses que éstos desconocen el valor tan
extraordinario que tiene esa cosa que llamamos
tiempo. Porque les suelen decir a quienes aman
con todo cariño que se encuentran dispuestos a en-
tregarles parte de sus años. Ni entienden siquiera
lo que dan, porque lo dan de una manera que se lo
quitan a sí mismos, sin que puedan prolongar la

158
SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA

vida de los otros; pero ni siquiera comprenden que


se lo están quitando; por ello les resulta tolerable la
pérdida de algo, cuyo daño se les oculta. Nadie res-
tituirá los años, y cuando mueras, nadie será capaz
de hacerte vivir de nuevo. La vida seguirá adelante
desde que comenzó a ser vida, y no retrocederá en
su camino, ni se detendrá: ni un ruido siquiera,
nada te advertirá de su velocidad; se deslizará sua-
vemente, callada. No se prolongará más porque se
lo mande un rey, ni por el favor del pueblo. Como
se le ordenó desde un principio, así lo recorrerá;
nunca se desviará y jamás sufrirá un retraso. ¿Qué
se le va a hacer? Mientras tú andas distraído, la
vida se apresura; entretanto, llega la muerte, y ante
ella, quieras o no quieras, será necesario que te des-
prendas de todo para recibirla.

159
CAPÍTULO IX

. CASO alguien puede conseguir sus fines, y


€ me refiero a esos hombres que presumien-
O de prudencia cada día se encuentran más ocu-
pados buscando con afán la manera de poder vivir
mejor? A costa de su propia vida, intentan prepa-
rarse para vivirla, haciendo planes para un futuro
lejano; ahora bien, precisamente en la dilación es-
triba la mayor pérdida de la vida. Ella comienza
robando a cualquiera su primer día; ella, mientras
promete muchas cosas para después, nos quita las
presentes. El máximo impedimento para vivir son
las esperanzas que dependen del mañana. Pierdes
lo de hoy, dispones de aquello que todavía se en-
cuentra en manos de la fortuna y desprecias lo que
está en las tuyas. ¿Hacia dónde miras? ¿Hasta dón-
de quieres llegar? Todas las cosas que están por ve-
nir se encuentran sepultadas en la incertidumbre,
comienza a vivir desde este mismo momento. Oye
la voz del más grande de los poetas cuando canta su
verso saludable como inspirado por la boca de dios:

160
SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA

«Optima quaeque dies miseris mortalibus aevi


Prima fugit»..

¿Por qué lo dudas? —dice—, ¿por qué te retrasas?


Si no aprovechas la ocasión en ese día, se te va; aun
cuando te aproveches, huirá igualmente. Por con-
siguiente, contra la celeridad del tiempo, necesa-
riamente se habrá de luchar con la velocidad en su
aprovechamiento; habremos de utilizarlo con rapi-
dez, como si se tratara del agua que arrastra un to-
rrente en su vertiginosa carrera, y que desaparece
tan pronto cesa el aluvión. Esto también viene muy
bien para reprochar vuestros infinitos pensamien-
tos, porque no dice que sea la mejor cualquier edad,
sino que se refiere a un día cualquiera. ¿A qué vie-
ne esa seguridad tuya, y tan despreocupado por esa
fuga tan vertiginosa de los tiempos te entretienes
en prolongar tu vida prometiéndote una larga serie
de meses y años, hasta donde le parece bien a tu co-
dicia? Advierte que el poeta habla contigo de un
día, y precisamente de ese mismo día que se te es-
capa. No hay lugar a dudas, por consiguiente, de
que el día más precioso de su vida es aquel que pri-
mero se les escapa a los mortales desgraciados,
esto es, a los ocupados, cuyo espíritu pueril se sien-
te oprimido por la vejez. A la cual llegan sin prepa-
ración y sin defensa. En efecto, ellos nada tenían
previsto; cayeron en ella de repente y sin pensarlo;

! «El día más hermoso en la vida de los desgraciados morta-


les es el que primero se les va.»

161
SÉNECA

no se daban cuenta de que diariamente se iban


acercando a la ancianidad. De la misma manera
que una conversación, una lectura o alguna dis-
tracción interior engaña a los viajeros a lo largo del
camino, y conocen que llegaron ya al final antes de
que se dieran cuenta que ya se estaban acercando,
así sucede en este camino tan concurrido y agitado
de la vida, que lo recorremos al mismo paso tanto
si lo hacemos durmiendo como si lo hacemos vigi-
lantes, y, en cualquier caso que lo hagamos, nos en-
contramos tan ocupados que no nos damos cuenta
del final hasta que no hemos llegado.

162
CAPÍTULO X

I quisiera dividir en partes todo lo que he ex-


puesto y ampliarlo con argumentos, serían
muchos los que podría emplear para demostrar
que la vida de los ocupados es la más corta. Solía
decir Fabiano, que no era un filósofo de aquellos
que podríamos llamar de cátedra, sino de los ver-
daderos y antiguos: «Contra las pasiones es nece-
sario luchar con virilidad, y no con sutilezas, de la
misma manera que no podremos romper la resis-
tencia de una fortaleza enemiga con pequeños gol-
pes, sino con una carga impetuosa; las intrigas y
cabildeos deben rechazarse rotundamente y sin en-
trar en discusión.» Sin embargo, tratándose de re-
prochar a los hombres sus errores no es suficiente
con deplorarlos, sino que necesariamente han de
ser puestos en claro. La vida se divide en tres tiem-
pos: lo que es en el momento presente, lo que fue
en el pasado y lo que será en el futuro. De estas tres
situaciones de nuestra vida la más corta es la que
vivimos en el presente; es dudosa la que nos falta

163
SÉNECA

por vivir, y la única cierta es aquella que ya hemos


vivido. Sobre esta última, la fortuna ha perdido ya
todos sus derechos, porque es lo único que no pue-
de someterse a los caprichos de nadie. No pierden
los que se encuentran ocupados en sus negocios: ni '
les queda tiempo para volver su mirada hacia el pa-
sado, y si les quedase, les resultaría enojoso el re-
cuerdo de una cosa de la que deberían arrepentir-
se. Desde luego, cuando vuelven a pensar en el
tiempo mal empleado, lo hacen de mala gana y a la
fuerza, y ni siquiera se atreven a tocar de nuevo
aquellos momentos que, volviéndolos a recordar,
ponen al descubierto algunos de sus vicios, incluso
aquellos cuya memoria produciría en la actualidad
algún deleite con su nostalgia del pasado. A nadie
le gusta remover voluntariamente su pasado, a no
ser que se trate de una persona cuyos actos hayan
sido revisados por su conciencia, que nunca se en-
gaña. Aquel que deseó muchas cosas con ambición
desmesurada, el que despreció con soberbia a los
demás, el que abusó de la victoria con despotismo,
quien se valió de malas artes para engañar a sus se-
mejantes, quien se apoderó de las cosas con avari-
cia y aquel que las tiró con insensata prodigalidad,
necesariamente han de temer a su memoria. Así
pues, resulta que esta parte de nuestra vida es sa-
grada e irrevocable: ha sobrepasado ya todos los lí-
mites de las posibilidades humanas y se encuentra
situada fuera del dominio de la fortuna; ni la po-
breza, ni el miedo, ni los achaques de las enferme-
dades la pueden afligir. Ésta ni puede ser perturba-

164
SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA

da ni quitada; sin miedo a perderla, su posesión


será constante. Todos y cada uno de los demás días
de nuestra vida se van sucediendo los unos a los
otros, y esos días solamente están presente a nues-
tra vista por muy breves instantes; pero aquellos
que ya pasaron se harán presente tan pronto como
se lo ordenares, y se someterán a tu inspección y se
detendrán a tu capricho, cosa que no tienen tiem-
po de hacer los que se encuentran constantemente
ocupados. Solamente les es permitido recordar y
meditar sobre todas las vicisitudes de su vida a
los que tienen el espíritu seguro y tranquilo; los
ánimos de los ocupados se encuentran como so-
metidos al yugo, y no pueden volverse para mirar
atrás. En efecto, la vida de éstos se hundió en lo
más profundo y para nada le sirven, por más
que quieras echarle cosas, si se las guarda y no
vuelve a recordar lo que recibió de fuera; de la mis-
ma manera, nada importa el tiempo que se le
dé si no encuentra dónde posarse. Se escapa a
través de las almas vacilantes y agujereadas. El
tiempo presente es muy breve, tan breve que a
muchos hombres les parece nulo; vuela siempre en
voraz carrera, brota para desaparecer inmedia-
tamente en el abismo de la nada; antes de llegar,
ha desaparecido ya y no soporta mayor retraso
que el de los astros o el mundo, cuyo incesante
y sempitermo movimiento jamás les permite la
permanencia en un mismo lugar. Por consiguien-
te, solamente a los que están constantemente ocu-
pados les pertenece el tiempo presente, y éste re-

165
SÉNECA

sulta tan breve que ni siquiera se le puede echar


mano, y, distraídos en tan diversas ocupacio-
nes, ese mismo tiempo se les escapa por entre los
dedos. |

166
CAPÍTULO XI

finalmente, ¿quieres conocer el poco tiempo


que viven? Observa cómo ansían prolongar
indefinidamente su existencia. Los viejos decrépitos
andan mendigando con súplicas que se les conceda
la limosna de unos pocos años más. Ellos mismos
se hacen a la idea de que tienen menos edad, se ha-
lagan con esta mentira y se engañan tan a gusto
como si al mismo tiempo estuvieran engañando al
destino. Ahora bien, tan pronto como se sienten
advertidos de su condición mortal por la más lige-
ra de las enfermedades, ¿por qué tiemblan ante la
muerte, pensando que van a morir no como si se
marcharan de la vida, sino como si fueran arran-
cados de ella? Claman a gritos haber sido unos
necios porque no vivieron como debían haber vivi-
do, y si después logran escapar de aquella enferme-
dad se prometen vivir en el descanso. Entonces es
cuando se dan cuenta de la inutilidad de aquellas
cosas que buscaron con tanto afán para luego no
poder disfrutar de ellas, y cuán en vano cayó todo

167
SÉNECA

su trabajo. Pero ¿por qué no resulta larga su vida


a quienes la pasan lejos de todo negocio? Abso-
lutamente nada de ella se pone a disposición de na-
die, nada se pierde malgastándola por un lado ni
por otro; y, por consiguiente, nada se deja en ma-
nos de la fortuna, en nada se interfiere el descuido,
nada se le quita a su prolongación y nada hay
en ella de superfluo; por decirlo de alguna manera,
toda ella se encuentra produciendo un interés. Por
consiguiente, sea lo corta que sea, siempre resulta
más que suficiente; por ello, cuando quiera que le
llegue su último día, un hombre sabio jamás vaci-
lará en presentarse ante la muerte con paso oscu-
ro. ¿Quieres saber acaso a quiénes considero que se
hallan ocupados? No hay razón para que pienses
que yo considero ocupados solamente a quienes es
necesario echarles los perros para que se marchen
de los tribunales; ni aquellos a quienes resulta más
agradable ser pisoteados en medio de la muche-
dumbre que les sigue alborozada que ser excluidos
por el desprecio de turbas extrañas; ni tampoco
aquellos a quienes sus deberes los sacan de sus ca-
sas para estrellarse contra las puertas de sus veci-
nos; ni a los que se sirven del bastón de mando del
pretor para justificar sus ganancias ilícitas y que
huelen en muchas ocasiones. Muchos tienen ocu-
pada su ociosidad, bien en su villa, bien en su le-
cho, y en medio de su soledad; aunque se hayan se-
parado de todos, se sienten molestos consigo mis-
mos. De éstos no se puede decir que lleven una vida
ociosa, sino que tienen una ocupación perezosa.

168
CAPÍTULO XII

.y quero tú ocioso a ese que con cuidadosa


C precisión se ocupa en coleccionar vasos de
Corinto, que se han hecho famosos por la locura de
UNOS pocos, y que pasa la mayor parte de sus días
quitándoles el orín a esas mohosas medallas? ¿A ese
que se sienta en el gimnasio (¡porque, oh deprava-
ción, ni siquiera nos conformamos ya con sufrir los
vicios romanos!) para presenciar las luchas de los
jóvenes atletas? ¿A ese que separa los rebaños de
sus esclavos capturados en el combate y los clasifi-
ca según las edades y color? ¿A ese que les pone la
comida a los atletas más conocidos? ¿Qué te pare-
ce? ¿Llamas ociosos a esos a los que se pasan las
horas sentados ante el peluquero, mientras se les
corta el pelo, si es que les ha crecido algo desde la
noche anterior; mientras hacen su consulta sobre
todos y cada uno de sus cabellos; mientras se vuel-
ve a su sitio aquella parte que se les fue, o bien fal-
tándoles el pelo en la parte superior, lo obligan a
subir de un lado y de otro hasta que les cubre la cal-

169
SÉNECA

vicie? ¿Te das cuenta cómo se enfurecen si el el pe-


luquero estuvo un poco negligente? ¡Como si lo hu-
biera arrancado el cabello por todas partes! ¿Observas
cómo se enardecen si algo de su cabellera ha que-
dado separado por un corte mal hecho, si le han
dejado alguno fuera de lugar, o si todos ellos no en-
traron bien ordenados dentro de sus rizos? ¿Quién
hay entre éstos que no prefiera ver a su patria al-
borotada, antes que consentir el desorden en sus
cabellos? ¿Cuál de ellos no se siente más cuidado-
so del adorno de su cabeza que de su salud? ¿Quién
no prefiere parecer el más elegante, antes que ser el
más honrado? ¿Te atreverías tú a llamar ocioso a
estos que se pasan la vida ocupados entre el peine
y el espejo? ¿Qué me dices de aquellos que han tra-
bajado constantemente en componer sus cancio-
nes, Oírlas y cantarlas: que alteran su voz, cam-
biándola de dirección como consecuencia de unas
modulaciones estúpidas, siendo así que la natura-
leza le señaló un camino recto, que resulta el mejor
y más sencillo de todos? ¿Qué me dices de aquellos
cuyos dedos suenan sin cesar, midiendo algún ver-
so que están recitando en su interior? ¿Y qué te pa-
rece el comportamiento de aquellos que cuando
son llamados para asuntos serios y muchas veces
incluso tristes, se ponen a cantar en voz baja, mu-
sitando alguna melodía? Éstos no permanecen ocio-
sos, sino que se encuentran ocupados inútilmente.
A fe mía que no habría puesto yo los convites de
ésos entre los tiempos libres, al verlos tan ocupados
en ordenar las vajillas de plata, al observar cuán di-

170
SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA

ligentemente cuidan de arreglar las túnicas de sus


criados, remangándolas con gracia, y, pendientes
de todo detalle, vigilan hasta la manera de sacar el
jabalí desde la cocina; se cuidan de que los pajes
acudan a cumplir con su ministerio con la mayor
ligereza, tan pronto como se les haga una señal; se
preocupan de que las aves se partan con elegancia
en pequeños trozos; procuran que los desgraciados
y jóvenes esclavos limpien con cuidado las devolu-
ciones de los embriagados. Por todos estos peque-
ños detalles se logra adquirir fama de elegancia y
delicadeza, y hasta tal extremo los persiguen sus
males en todas las circunstancias de la vida, que ni
pueden beber ni comer sin ambición. Y tampoco
podrás contar en el número de los ociosos a quie-
nes se hacen llevar en literas o sillas de mano de un
lado para otro, y se presentan así precisamente a
las horas de sus gestiones, como si no les fuera per-
mitido dejarlas para otro momento. Éstos necesi-
tan que alguien les avise cuándo deben lavarse,
cuándo han de bañarse y cuándo deben comer; y
hasta tal extremo se desentienden de todo, deján-
dose llevar por la excesiva molicie y languidez de
su espíritu, que no pueden saber por sí mismos si
sienten apetito. He oído contar que uno de estos
voluptuosos (si es que se puede llamar voluptuosi-
dad a olvidarse de vivir con arreglo a las costum-
bres humanas) había dicho en forma de pregunta,
cuando era sacado del baño en brazos de sus es-
clavos y lo ponían en una silla: «¿Estoy sentado
ya?» ¿Tú crees que ignorando éste si está sentado

171
SÉNECA .

puede saber si vive, o si ve, o si está ocioso? No me


atrevería a decir fácilmente si sería más digno de
compasión por ignorar si realmente estaba sentado
o por haber fingido que lo ignoraba. Verdaderamente
sufren olvido de muchas cosas, pero de la mayoría
hacen como que se olvidan. Ciertos vicios los acep-
tan y hasta gozan con ellos, como si fueran la prue-
ba de su felicidad. Parece ser que si uno sabe lo que
se hace, entonces ya es un hombre demasiado hu-
milde y despreciable. Anda, corre, atrévete tú aho-
ra a decirme que los comediantes también mienten
muchas veces para poner en ridículo los excesos de
nuestra lujuria. A fe mía que son muchas más las
cosas de las que se olvidan que las que figuran, y es
tanta la abundancia de vicios increíbles a la que se
llegó en este siglo, únicamente en eso ingenioso,
que ya nos podemos permitir el lujo de criticar la
negligencia de nuestros comediantes. ¡Que pueda
existir alguien que se haya perdido entre los delei-
tes hasta el extremo de pedir parecer a otros sobre
si está sentado!

172
CAPÍTULO XIHM

ESDE luego que no se le puede llamar ocioso


a ese individuo; es necesario que le pongas
otro nombre: está enfermo. ¿Qué digo enfermo?
Está muerto ya. Se puede llamar ocioso a quien tie-
ne el sentido de su ociosidad; pero aquel a quien le
hace falta la voz de un espía para comprender la
situación de su cuerpo, a lo sumo se le podrá con-
siderar semivivo. ¿Cómo podrá éste ser dueño de
alguna parte del tiempo? Sería demasiado largo de
hablar de todos y cada uno de aquellos que pasaron
su vida jugando al ajedrez, dándole a la pelota o
tostando su cuerpo al sol. No están ociosos aque-
llos cuyos placeres les reportan bastante entreteni-
miento. Pues nadie dudó jamás del trabajo que de-
sarrollan aquellos que se entretienen en el conoci-
miento literario de cosas inútiles; esta clase de es-
tudios se ha introducido ya entre los romanos a
manos llenas. Los griegos tuvieron esa enfermedad
de investigar el número de remeros que habría po-
dido tener Ulises; si primero se escribió la /líada o

173
SÉNECA

la Odisea; además, si las dos obras fueron escritas


por el mismo autor. Y así sucesivamente otros co-
nocimientos de la misma categoría que, si los ad-
quieres, en nada satisfacen tu conciencia interior; y
si los divulgas, no por ello se te considerará más sa-
bio, sino que se te acarrearán mayores molestias.
Y ¡ahí tienes a los romanos, que también se han de-
jado seducir por esa manía idiota de «aprender co-
sas inútiles y sin contenido! Días pasados he oído
referir a uno de nuestros sabios las cosas que cada
uno de los generales romanos había hecho el pri-
mero. El primero que venció en una batalla naval
fue Duilio, y el primero que llevó elefantes en el
desfile de su triunfo, Curio Dentato. Y todavía estos
casos, aunque no conducen a la gloria verdadera,
sin embargo nos muestran ejemplos de los hechos
de nuestros conciudadanos. Y si no nos sirve de
provecho una ciencia de esta categoría, por lo me-
nos entretiene nuestra vanidad con el brillante as-
pecto de las cosas. Vamos a quitarles a los investi-
gadores la preocupación de buscar quién fuera el
primero que persuadió a los romanos para que
montasen en una nave. Ése fue Claudio, llamado
Caudex por esto mismo, porque a la trabazón de
muchas tablas entre sí se la llamaba entre los anti-
guos Caudex?. De ahí que se llamen códices las ta-
blillas públicas; y todavía en nuestros días, a las na-
ves que nos traen las provisiones por el Tíber se les

? Zoquete, pequeñas tablillas que, unidas entre sí, formaban


el conjunto de un libro.

174
SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA

llama caudicarias, como recuerdo a la antigua cos-


tumbre. Verdaderamente, y ésta es la mejor ocasión
de recordarlo, porque viene al caso, que Valerio
Corvino fue el primero que se apoderó de la ciudad
de Mesana, y el primer descendiente de la familia
de los Valerio fue conocido con el nombre de
Mesana, habiéndolo él recibido en memoria de la
ciudad capturada, y poco a poco el vulgo ha des-
virtuado las letras, cambiándolas, y ahora se le lla-
ma Mesala. ¿Me permites ahora que diga, y esto lo
puede averiguar cualquiera, que fue L. Sila el pri-
mero que dio libertad a los leones en el circo, de-
jándolos sueltos, siendo así que hasta entonces ha-
bían sido presentados atados, y que fue necesario
que el rey Boco le mandase unos arqueros para que
los mataran? Pues ya está dicho, y que nadie se cui-
de de investigar esto. Y por último, ¿nos reporta al-
guna cosa buena el saber que fue Pompeyo el pri-
mero en presentar en el circo la lucha de dieciocho
elefantes, en forma de combate, contra otros tantos
criminales? El príncipe de la ciudad, el mejor entre
todos los príncipes antiguos, según dice su fama, y
de una bondad extremada, creyó hacerse famoso
ideando esta clase de espectáculo de perder a los
hombres con un nuevo suplicio. ¿Combaten entre
sí? Eso es poco. ¿Se acribillan a lanzadas? Es poco
todavía; que sean exterminados por la ingente. mole
de éstos. Habría sido mejor dejar estas cosas en el
olvido, no sea que después algún poderoso las
aprenda y quiera imitar una cosa tan inhumana.

175
CAPÍTULO XIV

e SUÁNTA oscuridad proporciona a las mentes


| humanas una prosperidad tan desmesurada!
Pompeyo se creyó superior a la misma naturaleza
en el mismo momento que arrojaba catervas de
hombres tan desgraciados a unas bestias nacidas
bajo diferente cielo; cuando enfrentaba en la lucha
a unos animales tan desiguales; cuando hacía de- .
rramar oleadas de sangre en presencia del pueblo
romano, al que no tardando mucho obligaría a de-
rramar bastante más. Y él mismo, engañado des-
pués por la perfidia alejandrina, presentó su cuer-
po al último de sus esclavos para que lo atravesara
con su espada, por no tener valor suficiente para
quitarse la vida, y entonces fue cuando se descu-
brió por fin la vanidosa mentira de su sobrenom-
bre. Pero volviendo al punto del que me aparté,
pondré al descubierto la engañosa diligencia de al-
gunos, en otro orden de cosas; contaba aquel mis-
mo sabio que Metelo, triunfante en Sicilia, después
de haber sido vencidos los cartagineses, fue el úni-

176
SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA

co de todos los romanos que llevó delante de su ca-


rroza los ciento veinte elefantes que había captura-
do; que Sila fue el último de los romanos que había
alargado el recinto de las muralla en que no se per-
mitía edificar, ni cultivar, porque era costumbre en-
tre los antiguos no permitir jamás la prolongación
del terreno conquistado en provincias, sino el ad-
quirido en la propia Italia. Conviene mucho más
conocer este detalle que saber si el monte Aventino
se encontraba fuera del recinto de las murallas, y
según él afirmaba, por una de estas dos razones: o
porque el pueblo se retiró de él en tiempos remotos,
o porque habiendo acudido Remo a consultar los
auspicios en aquel lugar, las aves no le fueron favo-
rables. Y para terminar, continúa diciendo otras in-
numerables cosas, que, o bien se las inventa, o bien
se parecen mucho a la mentira. Pues aun admi-
tiendo que ellos digan todas estas cosas de buena
fe, y que escriban haciéndose responsables, sin em-
bargo, ¿de quién podrán ellos disminuir los erro-
res? ¿De quién frenarán las pasiones? ¿A quién ha-
rán más fuerte, a quién más justo y a quién más li-
beral? Entretanto, nuestro amigo Fabiano solía de-
cir que él dudaba si sería lo mejor apartarse de to-
dos los estudios o dedicarse a ellos. Entre todos, so-
lamente gozan de reposo los que consagran su vida
al estudio de la sabiduría; los que viven retirados.
Porque no solamente benefician con ello la época
en que viven, sino que acercan a ellas todas las ge-
neraciones. Todo lo que se ha hecho en los años an-
teriores a éstos se lo han apropiado y va acrecen-

177
SÉNECA

tándose con ellos. A no ser que queramos cometer


la mayor de las ingratitudes, es necesario confesar
que estos hombres tan ilustres, creadores de las
opiniones más sublimes, han nacido para nuestro
bien y prepararon los caminos de nuestra vida.
Gracias al trabajo ajeno hemos podido llegar al co-
nocimiento de esas cosas tan hermosas, que ellos
arrancaron a las tinieblas, sacándolas a la luz del
día. Ningún siglo se nos ha prohibido; en todos te-
nemos la entrada libre; y si con grandeza de espíri-
tu nos place salir de los estrechos límites en que
nos encierra la humana imbecilidad, disponemos
de grandes espacios de tiempo por los que poder
distanciarnos. Nos es permitido discutir con Sócra-
tes, dudar con Carnéades, descansar con Epicuro,
con los estoicos, vencer la naturaleza del hombre; con
los cínicos, rebasarla; caminar a la par con la natu-
raleza de las cosas, asomarnos al concierto de to-
das las épocas. ¿Por qué, pues, en el transcurso de
esta vida tan corta y caduca, no nos hemos de en-
tregar con todas nuestras fuerzas al estudio de esas
cosas tan inmensas que nos rodean y que son co-
munes entre los mejores hombres? Esos que se pa-
san la vida cambiando de oficio continuamente,
que se fastidian a sí mismos y fastidian a los de-
más, una vez hayan llegado a enloquecer de verdad,
y después de haber recorrido diariamente las puer-
tas de todos y cada uno de sus conciudadanos, sin
olvidarse de ninguna que encuentre abierta, des-
pués de andar dando vueltas, acechando la ocasión
de repartir sus saludos entre las familias más di-

178
SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA

versas, con la esperanza de recompensa: ¿podrán


encontrar uno siquiera, que se entregue a ello, en-
tre los que viven en una ciudad tan inmensa como
la de Roma, y que se siente han atraída por sus di- :
ferentes concupiscencias? ¿Cuántos habrá cuyo
sueño les obligue a alejarlos de su lado, o la lujuria,
o su misma descortesía? ¿Cuántos serán los que
huyan, simulando una prisa que no tienen, y des-
pués de haberlos hecho desesperar largo tiempo?
¿No serán muchos los que evitarán pasar por el
atrio, repleto de clientes, y huirán por los oscuros
pasillos a sus casas? ¡Como si no fuera más inhu-
mano engañar que negarse a recibirlos! ¿Cuántos
no encontrará medio endormiscados y con la cabe-
za embotada a causa de la borrachera de la víspera
que, habiendo sido interrumpidos en su sueño por
aquellos desgraciados para recibir a un extraño,.
repetirán una y mil veces con los labios casi bal-
bucientes el mismo nombre, pronunciándolo a
medias con una indiferencia insultante? Aunque
admitamos que estén muy entretenidos en sus ver-
daderos deberes aquellos que desean ardientemen-
te tener relaciones íntimas y familiares con los
Zenón, Pitágoras, Demócrito y demás pontífices de
las buenas artes, y que diariamente consultan a
Teofrasto y Aristóteles, ninguno de éstos dejará de
encontrar tiempo para recibir, ninguno permitirá
que nadie de los que han venido a visitarlo se mar-
che sin hacerlo más feliz y más afectuoso en el que
los ha recibido; nadie consentirá que alguno pueda
separarse de él con las manos vacías. De noche y

179
SÉNECA

por el día pueden reunirse con todos los mortales.


Ninguno de ellos te obligará, pero todos te enseña-
rán a morir; ninguno de ellos analizará tus años,
pero todos contribuirán con los suyos a tu felici-
dad. Ninguna conversación suya será peligrosa; no
será culpable su amistad, ni costosa su reconven-
ción.

180
CAPÍTULO XV

OMARÁS de ellos lo que quieras; no quedará


A por ellos el que te lleves todo lo que más pue-
das tomar. ¿No es verdad que les espera una gran
felicidad y que les aguarda una hermosa vejez a
quienes se confiaron a la tutela de esos grandes
hombres? Habrán encontrado con quienes puedan
deliberar sobre los asuntos más importantes y so-
bre las cosas más pequeñas, tendrán a quien con-
sultar diariamente sobre sí mismos y del que po-
drán oír la verdad sin ofenderse; serán alabados sin
adulación y habrán encontrado a quien parecerse,
formándose a su semejanza. Acostumbramos a de-
cir que no estuvo en nuestras manos el poder elegir
a nuestros padres; nos fueron asignados a suerte.
A nosotros, sin embargo, se nos permite nacer a
nuestro capricho. Hay numerosas familias de abo-
lengo intelectual extraordinario, elige para ti aque-
lla en que quieres ser admitido; no serás adoptado
solamente para que puedas utilizar el nombre, sino
los mismos bienes; bienes que no serán guardados

181
SÉNECA

ni con malicia, ni en lugares incalificables busca-


dos al efecto; se harán mayores cuanto en más par-
tes se dividan aquéllos. Éstos te enseñarán el cami-
no hacia la eternidad y te elevarán a un lugar del
cual nadie te podrá desalojar; éste es el único me-
dio de prolongar la vida mortal y, mejor diría, de
convertirla en inmortal. Los honores, los monu-
mentos, todo lo que la ambición se propuso con de-
cisión, o levantó con su trabajo, rápidamente se
hunde. No hay nada que no sea destruido por una
vejez prolongada y hace desaparecer lo que antes
consagró. Pero no puede perjudicar a la sabiduría.
En ningún tiempo será destruida, ni sufrirá dismi-
nución. Las generaciones futuras, una detrás de la
otra, le irán añadiendo algo para su veneración.
Como realmente la envidia se desarrolla cerca de
nosotros, nos extrañamos con mayor sinceridad
de verla colocada lejos. La vida del sabio, por con-
siguiente, abarca todas las latidudes; no se siente
encerrado dentro de los mismos límites que los de-
más mortales. Solamente él se ve libre de las leyes
del género humano. Todos los siglos se le rinden
lo mismo que si fuera dios. ¿Que ha pasado ya
algún tiempo? Se hace con él de nuevo por medio
del recuerdo. ¿Está presente? Lo aprovecha. ¿Está
por llegar? Lo previene. La recapitulación de todos
los tiempos en uno le hace la vida más larga. La
vida más breve y agitada es la de aquellos que se
olvidan de los tiempos pasados, desprecian los pre-
sentes y tiemblan ante el futuro; cuando han llega-
do al final de su vida, tarde ya comprenden los des-

182
SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA

graciados que habían estado tanto tiempo ocupa-


dos para encontrarse después con que no hicieron
nada.

183
CAPÍTULO XVI

NP hay razón para que pienses que con este ar-


gumento puede probarse «que ellos tuvieron
una vida larga porque de vez en cuando llaman a la
muerte.» La irreflexión los persigue en sus desor-
denadas pasiones y los obliga a caer precisamente
en aquello mismo que temen; por eso a veces de-
sean la muerte, porque le tienen miedo. Tampoco
constituye una prueba que debas tener en conside-
ración la de aquellos que dicen vivir largo tiempo
«porque con frecuencia se les hacen largos los días
O porque se quejan de la lentitud con que transcu-
rren las horas, mientras están esperando que llegue
el momento señalado para comer». Pues si alguna
vez los dejan libres sus ocupaciones, abandonados
en la ociosidad se desazonan y no encuentran la
forma de salir de ella ni de aprovecharla. Por con-
siguiente, intentan buscar una ocupación cualquie-
ra, y todo tiempo que va pasando entretanto se les
hace pesado; tan pesado, a fe mía, como cuando ha
sido anunciado ya el día de un importante comba-

184
SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA

te entre gladiadores famosos, o ha sido señalada ya


la fecha de cualquier otro espectáculo o diversión,
que se espera con ansiedad a que pasen los días
que nos separan del momento convenido y que pa-
rece que nunca terminan de pasar. Toda demora de
la cosa que se espera resulta larga. Por el contrario,
aquel tiempo que aman se les hace corto y preci-
pitado, y se les hace mucho más breve por su cul-
pa, pues van huyendo de unas cosas a otras y no
pueden permanecer tranquilos en uno solo de sus
deseos. No es que les sean largos los días, sino in-
soportables. Pero ¡qué cortas se les hacen las no-
ches que se extinguen entre los brazos de sus que-
ridas o en la embriaguez! De ahí la locura de los
poetas, que alientan los errores humanos con sus
fábulas, en las que se nos hace ver a Júpiter, cuan-
do, embriagado por las delicias de una noche de
adulterio, duplica su duración. ¿Qué otra cosa se
consigue cuando se describe a los dioses como au-
tores de los vicios, sino fomentar los nuestros y dar
a la pasión una libertad que se excusa en el ejem-
plo de la divinidad? ¿Pueden dejar de parecerles
cortísimas esas noches que tan caras se compran?
Pierden el día con la ansiedad de la noche, y la no-
che con el miedo a la luz. Sus mismos placeres son
agitados y se sienten inquietos por diferentes terro-
res, y cuando más gozosos se encuentran se pre-
senta un angustioso pensamiento: «¿Cuánto tiem-
po durará este placer?» Por este sentimiento llega-
ron los reyes a lamentar su poderío, y no les satis-
fizo la grandeza de su fortuna, sino que se estre-

185
SÉNECA

mecieron ante la idea del fin, que necesariamente


había de venir. Viendo desplegado su ejército por
las grandes llanuras de los campos, y sin querer co-
nocer su número, sino la extensión del terreno que
ocupaba, el monarca más orgulloso de los per-
sas no pudo contener sus lágrimas al considerar
que, pasados cien años, absolutamente ninguno de
aquella inmensa juventud había de sobrevivir.
Y, sin embargo, aquel mismo Jerjes, que lloraba, los
había de llevar a su fatal destino para hacerlos mo-
rir a los unos en tierra, a los otros en el mar, a los
más en el combate y a muchos en la huida; y todos
aquellos por quienes temía que pasaran los cien
años ¡habían de consumirse dentro de un plazo
muy corto!

136
CAPÍTULO XVII

OR qué te parece que sus deleites están lle-


C nos de recelos? Pues porque no descansan
sobre fundamentos sólidos, sino que se sienten per-
turbados por la misma vanidad de la que nacen.
¿Qué momentos de la vida piensas tú que son des-
graciados, incluso por propia confesión de los mis-
mos, teniendo en cuenta también que aquellos de
los que se enorgullecen y con los que presumen de
elevarse sobre el resto de los hombres son poco sin-
ceros? Los bienes que se consideran mayores no se
libran de la angustia, ni en ninguna fortuna se tie-
ne menor confianza que en la mejor. Es necesario
tener otra felicidad para que pueda proteger la feli-
cidad, y por los mismos votos que se elevaron es
necesario seguir haciendo otros, pues todo aquello
que se produce por casualidad es inestable; cuanto
más alto subió, mayor oportunidad tiene para caer.
Realmente, a nadie deleitan las cosas que están
expuestas a la ruina. Por consiguiente, la vida de
aquellos que preparan con gran esfuerzo lo que

187
SÉNECA

han de poseer con un trabajo mayor, necesaria-


mente ha de ser muy desgraciada y no solamente
muy corta; consiguen las cosas que quieren con
muchos sudores, para luego conservarlas en medio
de grandes angustias. Entretanto, ningún cuidado
se tiene de un tiempo que nunca más ha de volver.
Nuevas ocupaciones sustituyen a las antiguas, una
esperanza llama a otra esperanza, y una ambición
desaloja otra ambición; no se busca el fin de las des-
gracias, sino que se cambia de materia. ¿Nuestros
honores nos hacen sufrir? Los ajenos nos quitan
más tiempo todavía. ¿Hemos dejado de trabajar
como candidatos? Comenzamos a gestionar la de
otros. ¿Abandonamos la penosa función de acusar?
Emprendemos la de juzgar. ¿Dejó de serjuez? Ya es
fiscal. ¿Envejeció siendo asalariado procurador de
bienes ajenos? Ahora se siente agobiado en la ad-
ministración de sus riquezas. ¿Cesó Mario en el
servicio militar? Ejerce el consulado. ¿Se apresura
Quintio a escapar de la dictadura? Se le volverá a
llamar, arrancándole de su arado. Irá Escipión a la
guerra contra los cartagineses, todavía sin la expe-
riencia necesaria para una empresa tan importan-
te, y fue vencedor de Aníbal, vencedor de Antíoco,
orgullo de su consulado y garantía del de su her-
mano; si él no se hubiera opuesto, ¿no lo habrían
sentado al lado de Júpiter? Pues bien, pasado algún
tiempo, sublevaciones y reyertas de sus conciu-
dadanos atormentarán al salvador de la patria, y
después de haber desdeñado en su juventud unos
honores que le hubieran igualado a los mismos

188
SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA

dioses, la ambición le complacerá ya viejo con un


destierro sin fin. Nunca faltarán causas de inquie-
tud, felices o desgraciadas; el ocio será intercepta-
do por las ocupaciones; jamás se conseguirá, aun-
que se deseare siempre.

189
CAPÍTULO XVII

A LÉJATE, pues, de la muchedumbre, mi queri-


o Paulino, y refúgiate, por fin, en un puerto
más tranquilo, sin esperar a que sea la vejez la que
te obligue a entrar en él. Piensa cuántas veces has
recorrido los mares, cuántas tempestades privadas
te has visto obligado a soportar y en las que, sien-
do públicas, las hiciste recaer sobre tu cabeza. Ha
sido ya suficientemente demostrada tu virtud a lo
largo de tu vida, llena de trabajos e inquietudes;
procura experimentar ahora lo que es capaz de ha-
cer en el ocio. La mayor parte de la vida, en reali-
dad la mejor, ha de entregarse a la república; pero
toma algo de tu tiempo también para ti. No es que
te aconseje un descanso inútil y perezoso; ni tam-
poco que con el sueño y los placeres codiciados por
la plebe aplastes lo que hay en ti de energía y viva-
cidad. Eso no es descansar. Hallarás unas ocupa-
ciones superiores a todas las que hasta este mo-
mento has efectuado con vigor y que, tranquilo y
seguro, podrás llevar a cabo. Tú administras real-

190
SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA

mente las rentas del Imperio con moderación por


ser ajenas, con el mismo cuidado que si fueran tu-
yas, y tan religiosamente como si estuvieran a la
vista de todo el mundo; pretendes conseguir el
amor en un oficio en el que resulta muy difícil evi-
tar el odio; pero, sin embargo, créeme, es mucho
mejor haber conocido las cuentas de la vida de uno
que las de la alimentación pública. Ese vigor de tu
espíritu, capaz de realizar las mayores empresas, lo
has de emplear contigo mismo, a la vez que cesas
en un servicio, que será muy honorable, no lo
dudo, pero que es el menos indicado para conse-
guir la felicidad en esta vida; y piensa que eso de
haberte obligado desde tus primeros años a que es-
tudiaras todas las ciencias de las artes liberales no
se hizo con el fin de que se confiaran a tu honradez
miles de sacos de trigo; algo mejor y más elevado
se esperaba de ti. Para un asunto tan laborioso no
faltarán hombres de una honradez escrupulosa.
Los sufridos jumentos son mucho más apropia-
dos para lleva a la carga que los nobles caballos.
¿Quién se atrevería jamás a frenar la generosa lige-
reza de un caballo con una impedimenta pesada?
Recapacita, además, lo enojoso que resulta echarte
en cara que hayas tomado sobre tus hombros una
carga tan pesada; llevas un negociado que tiene
una relación directa con el vientre humano; un
pueblo hambriento ni atiende a razones ni se cal-
ma con la equidad, ni se doblega con súplicas de
ninguna especie. Pocos días después que murió
Cayo César (si es que en los difuntos hay algún sen-

191
SÉNECA

tido), debió lamentar amargamente que se moría


dejando al pueblo romano sano y salvo y con ali-
mentos para siete u ocho días aproximadamente.
Mientras él unía los puentes con sus naves, jugan-
do con las fuerzas del Imperio, se iba acercando
también a los que se encontraban cercados por el
último de todos sus males: la falta de comida. Y en
tan mala hora quiso imitar la soberbia de un rey
extranjero y furioso, que casi le costó la muerte el
hambre, y la ruina total de sus cosas, que siempre
sigue al hambre. ¿Qué espíritu tuvieron en aquella
ocasión aquellos a quienes se había encargado se
cuidasen de distribuir al pueblo los alimentos?
Sabiendo que serían pasados por las armas, y que
recibirían hierro, piedras o fuego, disimulaban con
un cuidado extremado tanto mal como se ocultaba
en sus entrañas; y con razón realmente, pues cier-
tas enfermedades han de ser curadas sin que se den
cuenta los enfermos; muchos murieron por haber
conocido su enfermedad.

192
CAPÍTULO XIX

ETÍRATE a ocupaciones más tranquilas, segu-


, ras y más elevadas. ¿Piensas tú que es igual el
dedicarse a vigilar que el trigo llegue intacto a los
graneros sin haber sufrido merma en el camino
por descuido de los que lo transportan o por robo,
el preocuparse que no se estropee con la humedad
adquirida, ni se recaliente, para que responda a su
medida y peso? ¿Es posible que prefieras esto en
lugar de acercarte a esas otras cosas tan sagradas
y sublimes, para conocer la naturaleza que tienen
los dioses, sus placeres, su condición y su forma?
¿Para conocer el destino que espera a tu alma
cuando la naturaleza vuelva a reconstruirnos des-
pués de haber abandonado nuestros cuerpos? ¿Es
igual cuidarse de las subsistemcias que conocer
la fuerza que sostiene en medio del espacio unos
cuerpos tan pesados o deja suspendidos los más li-
geros; la que lleva la materia ígnea a las regiones
más altas, la que mueve los astros en su carrera,
y finalmente, todo lo demás que nos rodea y que

193
SÉNECA

está lleno de milagros ingentes? ¿Quieres tú, dejan-


do de mirar al suelo, elevar tu pensamiento a todas
esas cosas? Ahora mismo, mientras la sangre está
caliente, los que se encuentran llenos de vigor han
de caminar hacia lo mejor. En esa clase de vida te
están esperando multitud de ocupaciones útiles, el
amor a la virtud y su ejercicio, el olvido de las
pasiones, el arte de vivir y la ciencia de morir, y,
por fin, una profunda calma en todas tus cosas.
Verdaderamente, es desgraciada la condición de to-
dos los ocupados; pero todavía es mucho más des-
graciada la de aquellos que ni siquiera se preocu-
pan de sus ocupaciones; duermen cuando duer-
men los demás, caminan al paso que les marcan los
otros; comen cuando ven que sus vecinos tienen
apetito; en el amor y el odio, los más libres de to-
dos los sentimientos, se ven forzados a obedecer. Si
éstos quisieran saber cuán corta es su propia vida,
que piensen de toda ella qué parte haya podido ser
verdaderamente suya. Por consiguiente, cuando
veas que un magistrado ha desgastado ya su toga
por sus continuas actuaciones, cuando se te ofrez-
ca en el foro un nombre famoso, no les tengas en-
vidia. Esas mismas cosas están proporcionando
perjuicios a la vida; para que un solo año tome su
nombre como recuerdo de su grandeza, serán ca-
paces de destruir todos los años de su vida. A mu-
chos, después de esforzarse en su ambición, lu-
chando durante toda su juventud, se les acabó la
vida. Otros, tan pronto como habían conseguido la
más alta de las dignidades a que podían aspirar, lle-

194
SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA

gando a ella a fuerza de mil indignidades, se sien-


ten afligidos por un triste pensamiento y se dan
cuenta que ellos mismos se habían labrado el títu-
lo del sepulcro. Mientras alguno, y para terminar,
en los últimos días de su vida se dispone a conce-
bir nuevas esperanzas, como en su juventud, le fa-
llan las fuerzas y muere sumido en medio de ím-
probos y grandes esfuerzos.

195
CAPÍTULO XX

; p)"ereciono aquel a quien se le evapora el


| alma, perdido entre juicios, defendiendo liti-
gantes desconocidos y buscando únicamente los
aplausos de un auditorio ignorante! ¡Infeliz aquel
que, antes cansado de vivir que de trabajar, se
encuentra con la muerte en medio de sus ocupa-
ciones! ¡Infeliz aquel de quien se ríe su heredero
mientras está amasando su fortuna durante toda
su vida, y se sigue riendo mucho más después de
muerto aquél! No puedo pasar por alto lo que se
me ocurre como ejemplo. Turanio fue un viejo de
una exactitud matemática; éste, después de haber
cumplido los noventa años, cuando Cayo César le
hubo concedido libremente el retiro de su cargo de
procurador de Roma, ordenó que se le pusiera en
el lecho, como si verdaderamente estuviera muer-
to, y que toda su familia le llorase a su alrededor.
Toda la casa continuó lamentando el cese de su vie-
jo señor, y no puso fin a sus gemidos en tanto que
fue repuesto en sus funciones. ¿Tanta utilidad pro-

196
SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA

porciona el morir ocupado? Ese mismo espíritu


tienen la mayoría; la manía del trabajo es en ellos
más duradera que sus facultades; luchan contra la
flaqueza de su cuerpo, y por ningún otro título les
parece pesada su vejez, sino porque les aparta del
trabajo. La ley no obliga al servicio militar a partir
de los cincuenta años; a partir de los sesenta, no
admite a los senadores; los hombres obtienen de sí
mismos el descanso con mayores dificultades que
de la ley. Entretanto, mientras se roban los unos a
los otros, mientras se quitan el descanso y se hacen
mutamente desgraciados, discurre la vida sin fruto,
sin placer y sin provecho alguno para el alma; na-
die tiene presente la muerte, todos alargan sus es-
peranzas. Y muchos hay que disponen lo que se ha
de hacer para cuando ellos hayan dejado de existir
y se encuentren más allá de la vida; enormes moles
de piedra para sus sepulcros, inscripciones de sus
hechos más notables, ofrendas para la hoguera y
ambiciosos funerales. Ten por cierto que las muer-
tes de éstos se pueden reducir a hachas y cirios,
como entierro de niños.

FIN DE
«SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA»

197
a rica y atractiva personalidad de Séneca,

DISEÑO DE CUBIERTA (al) cEzaRDo DOMINGUEZ


que reunía en un solo individuo al político,
al escritor y al filósofo, no podía pasar
desapercibida ni para sus contemporáneos ni
para los estudiosos posteriores. De espíritu curioso,
permeable a cualquier intento de explicación
científica, con un gran afán racionalista, fue
preceptor de Nerón —que más tarde le ordenó su
suicidio— y protegido de la intrigante Agripina,
cuya muerte no supo o no quiso impedir. Sus
excesos literarios, sus recomendaciones éticas o
filosóficas, ciertas afinidades con el cristianismo, la
incompatibilidad de las doctrinas estoicas con su
vida de lujo, los silencios y complicidades con los
desmanes de los emperadores son rasgos que
caracterizan al filósofo cordobés y que se pueden
rastraer en sus diálogos y epístolas.
En Sobre la felicidad trata de cómo el sabio debe
aspirar a los valores absolutos, a conseguir la libertad
interior ante los estados de riqueza o de pobreza, y
de cómo, en el camino que conduce a ese ideal, las
distintas circunstancias de la vida pueden aconsejar
actitudes o valores preferibles a otros.
En Sobre la brevedad de la vida viene a asegurar
que el único capacitado para disfrutar de la vida es el
hombre culto que recuerda el pasado, se sirve del
presente y tiene previsión del futuro, mientras que
los torpes no controlan el pasado, el presente se les
escapa y temen el futuro.

8 VID 1
ISBN: 84-414-0222-

EDAF 9 "788441 "402225

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