Téophile Gautier

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POESÍA PARNASIANISTA

Téophile Gautier (Francia 1811- 1872)

 El arte

Sí, es más bella la obra trabajada 


con formas más rebeldes, como el verso, 
o el ónice o el mármol o el esmalte. 

¡Huyamos de postizas sujeciones! 


Pero acuérdate, oh Musa, de calzar, 
un estrecho coturno que te apriete. 

Rehúye siempre cualquier ritmo cómodo 


como un zapato demasiado grande 
en el que todo pie puede meterse. 

Y tú, escultor, rechaza la blandura 


del barro al que el pulgar puede dar forma, 
mientras la inspiración flota lejana; 

es mejor que te midas con carrara 


o con el paros * duro y exigente, 
que custodian los más puros contornos; 

o pídele quizá a Siracusa 


su bronce en que resalta firmemente 
el rasgo más altivo y delicioso; 

con la delicadeza de tu mano 


descubre dibujando en una veta 
de ágata el perfil del dios Apolo. 

Huye, pintor, de la acuarela y fija 


el color demasiado desvaído 
en el horno de los esmaltadores. 

Haz que sean azules las sirenas 


y retuerzan de cien modos distintos 
los heráldicos monstruos sus figuras; 

en el lóbulo triple de su nimbo, 


la Virgen con el Niño, en cuya mano 
hay la esfera con una cruz encima. 

Todo pasa. Tan sólo el arte fuerte 


posee la eternidad. Únicamente 
el busto sobrevive a la ciudad. 

Y la moneda rústica y austera 


que un labriego ha encontrado bajo tierra, 
recuerda que existió un emperador. 

Hasta los mismos dioses al fin mueren. 


Mas los versos perfectos permanecen 
y duran más que imágenes de bronce. 

Artista, esculpe, lima o bien cincela; 


que se selle tu sueño fluctuante 
en el bloque que opone resistencia.

 El hipopótamo 

El hipopótamo de vientre enorme 


suele vivir en selvas como Java, 
y allí en el fondo de las cuevas hay 
monstruos que no se pueden ni soñar. 

La boa que se agita entre silbidos, 


el tigre que tan bien sabe rugir, 
el búfalo enfadado que resopla; 
él sólo duerme o pace siempre en calma. 

El kris y la azagaya no le asustan, 


contempla al hombre sin darse a la huida, 
se ríe del cipayo y de sus balas 
que no hieren su piel y que rebotan. 

Por eso yo soy como el hipopótamo; 


me protege mi fuerte convicción, 
armadura que me hace invulnerable, 
y así por el desierto ando sin miedo.

 El traje rosa

Adoro la túnica rosa


en que va tu hermosura envuelta;
es el tibor de tu garganta;
es de tu cuerpo ánfora esbelta.

Frágil como una rosa thé,


leve como un ala de abeja,
toda te ciñe y te circunda
con rauda caricia bermeja.

A la seda tu piel trasmite


sus estremecimientos cálidos:
a tu piel la seda devuelve
reflejo de carmines pálidos.

-¿ Quién urdió la mágica tela


con hilos de tu carne misma,
en un misterio donde suman
luz, seda y piel un móvil prisma?

-¿Son los iris de la alborada;


o los nácares de Afrodita;
o los rubíes de tu seno
lo que en tu clámide se agita?
-¿Quizá las hebras se tiñeron
en tus corales de pudor,
cuando desnuda contemplabas
de tus líneas el esplendor?

Tú, despojada de esos velos


-soñada encarnación del arte-
ser podrías ante Canova
cual otra Venus Bonaparte.

No sé si eres urna de ónice


donde ávidos goces van presos,
o si lo que tu cuerpo ciñe
es una túnica de besos.

 Humo

Bajo los árboles hay 


una choza corcovada; 
con el tejado vencido, 
rotas paredes y musgo 
en el umbral de la puerta. 

Ciega está por sus postigos 


la ventana, pero igual 
que cuando hace mucho frío 
se ve como un tibio aliento 
de la casa que respira. 

Un tirabuzón de humo 
gira en hilillos azules 
y así del alma encerrada 
en aquel tugurio lleva 
noticias frescas a Dios.

 Las palomas

En el collado aquel de los sepulcros 


una palmera y su penacho verde 
se yerguen donde acuden las palomas 
a anidar por la noche y guarecerse. 

Con el alba desertan de las ramas: 


como un collar que se desgrana, vemos 
-blancas, dispersas, en el aire azul-
que algún tejado buscan aún más lejos. 

Todas las noches es un árbol mi alma 


donde se posan con las alas trémulas 
enjambres blancos de visiones locas 
para echar a volar cuando clarea.
 Lied

Es rosada la tierra en el abril, 


como la juventud, como el amor; 
y casi no se atreve, siendo virgen, 
a enamorarse de la Primavera. 

En junio, con un pálido semblante 


y el corazón turbado de deseos, 
con el Verano de tostada piel 
se apresura a ocultarse en los trigales. 

En agosto, bacante color cobre, 


al Otoño le ofrece sus dos pechos, 
con su piel atigrada se revuelca 
y hace brotar la sangre de las vides. 

En diciembre es la anciana que se encorva, 


empolvada de blanco por la escarcha; 
en sus sueños quisiera despertar 
al Invierno que ronca junto a ella.

 Lo que dicen las golondrinas 

Aquí y allá se ven las secas hojas 


sobre campos de hierba amarillenta; 
desde el alba a la noche el viento es fresco, 
éste es el fin del tiempo de verano. 

Veo abrirse las flores que conserva 


el jardín como un último tesoro: 
quiere lucir la dalia su divisa, 
la maravilla su dorada toca. 

La lluvia en el estanque hace burbujas; 


y tienen conciliábulos extraños 
las golondrinas sobre los tejados: 
¡Ya ha llegado el invierno con sus fríos! 

Se reúnen por cientos con el fin 


de llegar a un acuerdo sobre su éxodo. 
Una dice: «Qué bien se está en Atenas, 
viéndolo todo desde la muralla. 

Todos los años voy allí y anido en 


metopas del mismo Partenón. 
En los frisos mi nido disimula 
el hueco de una bala de cañón.» 

Otra dice: «Yo tengo mi cuartito 


en Esmirna, en el techo de un café; 
sus granos de ámbar cuentan los hayíes 
en el umbral que recalienta el sol. 

Entro y salgo, avezada como estoy 


a los rubios vapores de las pipas, 
y entre mares humosos rozo siempre 
los turbanes y feces al pasar.» 

Ésta dice: «Yo habito en un triglifo, 


en el frontón de un templo, allá en Baalbek; 
allí me poso y me sujeto, encima 
de mis crías de pico puntiagudo.» 

Otra dice: «Sabed mi dirección: 


Rodas, palacio de los caballeros; 
cada invierno mi tienda se alza allí 
en capiteles de negros pilares.» 

Y la quinta: «Yo voy a descansar, 


pues la edad no permite largos vuelos, 
en las blancas terrazas que hay en Malta, 
entre el azul del agua y el del cielo.» 

La sexta: «¡Hay que ver qué bien se está 


en El Cairo y sus altos minaretes! 
Recubro con el barro un ornamento 
y mi cuartel de invierno ya está listo.» 

«Pues yo tengo mi nido», dice la última 


«donde está la segunda catarata; 
el exacto lugar está indicado 
en el psen de un monarca de granito». 

«Mañana cuántas leguas», dicen todas, 


«nuestra bandada habrá dejado atrás, 
pardas llanuras, picos blancos, mares 
azules con bordados espumosos». 

Entre tanto chillido y aleteo, 


sobre estrechas cornisas de la altura, 
conversan entre sí las golondrinas 
viendo cómo la herrumbre invade el bosque. 

Comprendo las palabras que se dicen 


porque al fin el poeta es como un pájaro; 
pero, ay, está cautivo, y sus impulsos 
se rompen contra redes invisibles. 

¡Alas quiero tener, dadme unas alas!, 


como dice aquel cántico de Rückert, 
para volar con ellas hacia el oro 
del sol, hacia la primavera verde.

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