Hipolito Euripides

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1de 28

Afrodita

Hipólito
Servidores
Coro de mujeres trecenias
La nodriza
Fedra
Un mensajero
Teseo
Otro mensajero
Artemisa

Afrodita
Soy la Diosa Cipris, tan conocida y no sin gloria entre los hombres y en el Urano. De todos los
vivos que habitan el mar de confines atlánticos y ven la luz de Helios, honro á los que respetan
mi poder y arruino á los que se alzan en contra mía. Porque también está conforme con la
naturaleza de los Dioses regocijarse de que los honren los hombres, Y demostraré
inmediatamente la verdad de estas palabras. [10] Hipólito, el hijo de Teseo, nacido de una
amazona, criado por el sabio Piteo, es el único, entre los ciudadanos de esta tierra de Trecenia,
que dice que soy la peor de los Demonios, y desprecia el lecho nupcial y rehuye las bodas.
Pero honra á la hermana de Febo, á Artemisa, hija de Zeus, y la tiene por la más grande de los
Demonios. Y siguiendo siempre á la virgen en la verde selva, extermina los animales salvajes
con ayuda de perros rápidos, y se dedica á un co¬mercio demasiado elevado para un hombre.
[20] No la envidio á ella por eso. ¿Para qué? Pero castigaré á Hipólito en este mismo día por
haberme ultrajado. Ya he preparado todo para ello, y me costará poco trabajo hacerlo. Cuando
salía él un día de la morada de Piteo para ver celebrar los misterios sagrados en la tierra de
Pandión, al verle Fedra, la noble mujer de su padre, sintióse poseída de un violento amor en su
corazón. Antes de venir á esta tierra de Trecenia, [30] erigió un templo á Cipris en la roca de
Palas, desde la cual se divisa este país; y ardiendo de amor por un ausente, quiso, en honor de
Hipó¬lito, que ese templo llevase su nombre en el porvenir. Pero después de abandonar la
tierra cecropiana, desterrándose para expiar la muerte de los Palantidas, Teseo vino aquí por
mar con su mujer, á fin de sufrir un año de destierro; y aquí es donde la sinventura perece en
silencio, gimiendo y traspa¬sada por los aguijones del amor. [40] Y ninguno de sus servidores
conoce su mal. Pero no habrá de ser vano este amor. Yo se lo revelaré á Teseo, y quedará de
manifiesto. Y al que es enemi¬go mío le matará su padre con imprecaciones, porque el Dios
marino Poseidón ha prometido á Teseo atenderle y no dejar incumplidas tres peticiones suyas.
En cuanto á Fedra, por muy ilustre que sea, perecerá, sin embargo. En efecto, menos me
preocupa perderla [50] que satisfacerme castigando á mis ene¬migos. Pero veo venir al hijo de
Teseo, abandonando las fati¬gas de la caza. Voy á salir de aquí. Le sigue un cortejo
nume¬roso de servidores y celebra con himnos á la Diosa Artemisa. No ve, por cierto, las
puertas abiertas del Hades, ni sabe que ha llegado su último día.

Hipólito
¡Seguid, seguidme, cantando á la hija uránica de Zeus, [60] á la cual somos gratos!

Los servidores
¡Venerable, venerable, augustísima! ¡Salve, progenie de Zeus! ¡Salve, oh hija de Latona y de
Zeus, Artemisa, la más hermosa de las vírgenes, que habitas en el vasto Urano [70] la noble
morada de tu padre, la morada resplandeciente de oro de Zeus!

Hipólito
¡Salve, oh bellísima, la más bella de las vírgenes que habitan el Olimpo, Artemisa! ¡Oh señora,
te ofrendo esta corona tejida en una pradera no hollada, á la que nunca tocó el hie¬rro, en la
que jamás osó el pastor apacentar sus rebaños, á la que sólo viene la abeja primaveral, y que
el pudor fecunda con su rocío! Sólo puede coger estas flores, lo cual no está permitido á los
malos, aquel que no ha aprendido nada con el estudio [80] y á quien la propia Naturaleza ha
enseñado la sabidu¬ría en todas las cosas por igual. ¡Oh cara señora, recibe, pues, de mi
mano piadosa esta corona para tu cabellera dorada! Unicamente á mí se me ha otorgado este
don entre los morta¬les: te acompaño, te hablo y oigo tu voz, si bien no veo tu rostro, y acabaré
mi vida como la he empezado.

Un servidor
¡Rey! pues sólo á los Dioses debe llamarse señores, ¿quie¬res recibir de mí un buen consejo?

Hipólito
[90] Ciertamente; si no, no sería cuerdo.

El servidor
¿Conoces cierta ley que obliga á los mortales?

Hipólito
No la conozco; pero ¿acerca de qué me preguntas?

El servidor
Consiste en odiar el orgullo y lo que disgusta á todos.

Hipólito
Muy bien. En efecto, ¿qué hombre lleno de orgullo no se hace odioso?

El servidor
¿Y no agrada, por el contrario, la afabilidad?

Hipólito
Sin duda, y á poca costa se saca provecho de ella.

El servidor
¿Crees que ocurrirá esto también entre los Dioses?

Hipólito
Sí, ya que de los Dioses reciben los hombres sus leyes.

El servidor
¿Por qué, pues, no saludas á una verdadera Diosa?

Hipólito
[100] ¿Cuál? ¡Cuida de que tu boca no ofenda!

El servidor
Esta, Cipris, que preside á tus puertas.

Hipólito
Como estoy puro, la saludo desde lejos.

El servidor
Sin embargo, es venerable é ilustre entre los mortales.

Hipólito
Cada ano de los Dioses y de los hombres se ocupa de quien le parece.

El servidor
¡Dichoso tú, si fueras todo lo cuerdo que hay que ser!

Hipólito
No me place ninguno de los Dioses á quienes hay que hon¬rar de noche.

El servidor
¡Oh hijo! es necesario honrar á los Demonios.

Hipólito
Vamos, compañeros. Entrad en la morada y preparad la comida. Después de la caza, agrada
[110] una mesa llena. Conviene estrillar á los caballos, con objeto de que, luego de comer,
pue¬da yo uncirlos al carro y guiarlos con soltura. En cuanto á tu Cipris, le deseo mucha
alegría.

El servidor
Por lo que á mí respecta, como no conviene imitar á losjóvenes, manifestando los sentimientos
que debe expresar un esclavo, adoro tus imágenes, ¡oh señora Cipris! Pero hay que perdonar á
la juventud impetuosa el que se deje arrastrar en contra tuya con palabras insensatas. Finge no
oírle. [120] A los Dioses cumple ser más prudentes que los hombres.

El coro
Estrofa I
Hay una roca famosa por la que corre agua de Oceano y de la que brota una fuente donde se
llenan las urnas. Una de mis compañeras lavaba allí vestidos purpúreos, que tendía luego en el
lomo de la roca entibiada por Helios. [130] Ella me ha entera¬do de que mi señora...

Antistrofa I
Se consumía en sus moradas, acostada en su lecho doliente, y cubría con ligeros velos su
cabeza rubia. Y he sabido que hoy se cumplen tres días desde que por su boca ambrosiana no
entra en su cuerpo el trigo de Damater, queriendo, en su es¬condida pena, [140] llegar al
término de su vida desdichada.

Estrofa II
Sin duda ¡oh joven! deliras, divinamente herida por Pan, por Hécata, por los venerables
Coribantes ó por la Madre que recorre las montañas. ¿Acaso has ofendido á Dictina, que
dis¬fruta con las fieras, y sufres así por no haber ofrecido las tor¬tas sagradas? Porque
también vuela ella sobre el mar, [150] por encima de la tierra y de los remolinos del mar salado.

Antistrofa II
¿Acaso dentro de tus moradas se acuesta clandestinamen¬te en tu lecho alguna mujer,
encantando á tu marido el Eupatrida, príncipe de los Erectidas? ¿O ha navegado desde Creta
hasta este puerto tan hospitalario algún marino, trayen¬do noticias á la reina, y la tristeza que
le han causado [160] la retiene en su lecho?

Epodo
El fastidio penoso y melancólico excita, efectivamente, el humor irritado de las mujeres en los
dolores del parto ó en el deseo carnal. A veces sentí correr por mi vientre ese vapor, y
entonces he invocado á Artemisa que hiere con sus flechas, á la Diosa uránica que ayuda á
parir; y me ha sido propicia siempre, con asentimiento de los Dioses. [170] Pero he aquí,
delante de las puertas, á la vieja nodriza, que saca á Fedra de la mora¬da. Sobre sus cejas
pesa una nube triste. Mi corazón desea sa¬ber por qué y quién hiere así el cuerpo marchito de
la reina.

La nodriza
¡Oh miserias de los mortales, oh males lamentables! ¿Qué haré por ti? ¿Qué no haré? He aquí
la clara luz que pedías, he aquí el Eter. Tu lecho doliente está ahora [180] fuera de la morada.
Siempre, en efecto, hablabas de venir aquí. Pero en seguida volverás á la morada, porque
cambias de opinión con frecuen¬cia, y nada te satisface. No te gusta nada de lo que tienes, y
prefieres lo que no tienes. Más fácil es enfermar que asistir á los que sufren. Porque lo primero
es sencillo, y lo otro añade á la inquietud del espirita el cansancio de las manos. Toda la vida
de los hombres está llena de dolor, [190] y no hay tregua para sus males, pues si hay algo más
dulce que la vida, lo envuel¬ven y nos lo ocultan las tinieblas. Amamos locamente esta luz que
resplandece en la tierra, á causa de nuestra inexperiencia de otra vida; y sin saber nada de lo
que pasa debajo de la tie¬rra, nos asustamos de vanas ficciones.

Fedra
¡Alzad mi cuerpo, erguid mi cabeza! Amigas, mis miembros van á disolverse. [200] ¡Servidoras,
sostened mis hermosas manos! Me pesa en la cabeza esta banda, ¡Quitádmela! Dejad que
caiga mi cabellera por los hombros.

La nodriza
Ten ánimo, hija, y no agites penosamente tu cuerpo. Más fácilmente soportarás tu mal con
reposo y con noble valor. Fatal es que los hombres estén agobiados de males.

Fedra
¡Ay, ay! ¡Ojalá sacase de vivo manantial un agua pura, y la bebiese, [210] y acostada bajo
chopos negros, reposase en una verde pradera!

La nodriza
¡Oh hija! ¿qué dices? No digas eso ante la muchedumbre; no profieras esas palabras llenas de
demencia.

Fedra
¡Llevadme á la montaña! Iré á la selva y á los pinares, donde los perros exterminadores de
animales salvajes corren y se abalanzan sobre los ciervos tachonados. ¡Por los Dioses! ¡con
mis clamores quisiera excitar á los perros, [220] y blandir jun¬to á mi cabellera rubia la pica
tesaliana, oprimiendo en mi manó el dardo agudo!

La nodriza
¡Oh hija! ¿á qué viene abrigar semejantes pensamientos? ¿Por qué te preocupas así de la
caza? ¿Por qué deseas claras fuentes? Junto á la morada pasa un manantial de agua
corrien¬te en donde puedes beber.

Fedra
¡Artemisa, señora de la marítima Limna y de los gimnasios hípicos! [230] ¡si estuviera yo en tus
llanuras, desbravando á los ca¬ballos vénetos!

La nodriza
¿Por qué lanzas de nuevo esa frase insensata? ¡Hace poco, tras de ascender á la montaña, te
transportaba el deseo de ca¬zar, y ahora quieres guiar á tus caballos por la arena á lo lar¬go
del mar! A los adivinadores compete decir qué Dios te ator¬menta y quién turba tu espirita, ¡oh
hija!
Fedra
¡Desdichada! ¿Qué he hecho? [240]¿Por dónde he caminado, pri¬vada de razón? ¡Deliro, he
caido en la emboscada de un Demo¬nio! ¡Ay, ay, infeliz de mí! Nodriza, cubre otra vez mi
cabeza. Me da vergüenza de las palabras que he dicho. ¡Cúbreme! Las lágrimas brotan de mis
ojos, que se recatan con vergüenza, Al recobrar la razón, me siento abrumada de dolor. La
demencia es un mal; pero más vale morir sin sentir nuestro mal.

La nodriza
[250] Ya cubro tu cabeza. ¿Cuándo cubrirá también la muerte mi cuerpo? Una larga vida me ha
enseñado muchas cosas. Conviene, en efecto, á los mortales no contraer entre si mas
queamistades moderadas que no lleguen hasta la médula del alma, afectos fáciles de romper y
que se puedan tomar ó dejar. Pero el dolor de un alma que sufre por dos es una carga
pesa¬da; [260] y así sufro yo por ésta. Con razón se dice que las pasiones de la vida dañan
más que deleitan, y turban mucho la salud. Así, pues, apruebo menos lo que es excesivo que
esta frase: «¡De nada demasiado!», y los sabios pensarán como yo.

El coro
Anciana, fiel nodriza de la reina Fedra, ya veo sus lamen¬tables males; pero no sabemos qué
escondida dolencia la con¬sume, [270] y quisiéramos interrogarte y saberlo por ti.

La nodriza
No lo sé, aunque lo he preguntado. No quiere decírmelo.

El coro
¿No sabes, pues, el origen de sus males?

La nodriza
Lo mismo que tú. Ella calla todo lo referente á eso.

El coro
¡Qué enferma está, y cómo languidece su cuerpo!

La nodriza
¿Cómo no? Ya hace tres días que está sin comer.

El coro
¿A causa de su mal, ó es que quiere morir?

La nodriza
Quiere morir; no toma alimento para acabar con la vida.

El coro
¡Es extraño que eso agrade á su marido!

La nodriza
Ella oculta su mal; niega que esté enferma.

El coro
[280] Pero ¿no lo advierte él al mirarla al rostro?

La nodriza
El no está aquí; está lejos de esta tierra.
El coro
¿Y por qué no recurres á procedimientos violentos para saber su mal y la causa de su
demencia?

La nodriza
Lo he intentado todo, y nada me ha servido. Sin embargo, no desistiré de mis cuidados, y
puedes quedarte y ser testigo de lo que soy para mi desventurada señora... Vamos, ¡oh
que¬rida hija! olvidemos ambas lo que ya hemos dicho. Cálmate, disipa la tristeza de tu frente y
de tu pensamiento; [290] y yo, abandonando los caminos por donde te he seguido equivocada,
te diré palabras mejores. Si padeces algún mal oculto, aquí hay mujeres que también tratarán
de calmar tu dolor. Si tu mal puede ser revelado á hombres, habla, á fin de darlo á co¬nocer á
los módicos. Y bien, ¿por qué te callas? No debes ca¬llarte, hija, sino recriminarme si hablo
mal, ú obedecer mis palabras si son buenas. [300] Di algo, mira aquí. ¡Oh! ¡desgraciada de mí!
Mujeres, nos tomamos un trabajo inútil, y estamos del fin perseguido tan lejos como antes. Ya
no la conmueven mis palabras; no obedece á ellas ahora. Has de saber, no obstante, que,
aunque seas más tenaz que el mar, si mueres, serán en¬gañados tus hijos y no participarán de
la riqueza paterna. No, que la real amazona ecuestre ha parido un bastardo para que mande en
tus hijos, y tiene pensamientos libres. ¡Y le cono¬ces bien, porque es Hipólito!

Fedra
[310] ¡Ay de mí!

La nodriza
¿Te conmueve esto?

Fedra
¡Que me pierdes, nodriza! Por los Dioses te suplico que en lo sucesivo no me hables de ese
hombre.

La nodriza
¡Ya lo ves! piensas cuerdamente, y sin embargo, no quie¬res prestar ayuda á tus hijos y
conservar tu vida.

Fedra
¡Quiero á mis hijos! pero me atormenta otro destino.

La nodriza
¡Oh hija! tienes las manos puras de sangre.

Fedra
Mis manos están puras, pero está manchado mi espíritu.

La nodriza
¿Procede de algún enemigo esa mancha?

Fedra
Es un amigo quien causa mi perdición, á pesar suyo y á pesar mío.

La nodriza
[320] ¿Te ha faltado en algo Teseo?

Fedra
¡Así nunca le ofendiera yo!
La nodriza
¿En qué consiste, pues, eso tan terrible que te impele á morir?

Fedra
¡Déjame ser culpable, que no lo soy contigo!

La nodriza
No querrás, seguramente; pero no viviré más que por ti.

Fedra
¿Qué haces? ¿Quieres violentarme cogiéndome la mano?

La nodriza
Y también las rodillas, que no he de soltar.

Fedra
¡Desdichada de ti, oh infeliz, si supieras esos males!

La nodriza
¿Hay para mí mayor desdicha que la de perderte?

Fedra
Perecerás. Sin embargo, esto puede acabar dándome gloria.

La nodriza
[330] ¿Y me ocultas esas cosas gloriosas, á pesar de mis súplicas?

Fedra
Es que busco un final honroso para cosas vergonzosas.

La nodriza
Por eso, diciéndolas, serás más honrada.

Fedra
¡Vete, por los Dioses! Suéltame la mano.

La nodriza
No, por cierto, mientras no me concedas lo que te pido.

Fedra
Te lo concederé, porque respeto la santidad de tus manos suplicantes.

La nodriza
Me callaré, pues. Tú eres quien ha de hablar.

Fedra
¡Oh madre desventurada, con qué amor amaste!

La nodriza
¡Amó á un toro, hija mía! ¿Por qué hablas de eso?

Fedra
¡Y tú, desventurada hermana, esposa de Dionisos!

La nodriza
[340] ¡Oh hija! ¿qué te ocurre? ¡Insultas á tus parientes!

Fedra
¡Y yo soy la tercera en morir, y cuán desdichada!

La nodriza
¡En verdad que estoy asustada! ¿Adónde van á parar tus palabras?

Fedra
Por eso soy desdichada, y no desde hace poco.

La nodriza
No me entero de nada de lo que deseo saber.

Fedra
¡Ay! ¿Por qué no podrás decir tú misma lo que tengo que decir?

La nodriza
No soy un adivinador para averiguar con claridad las cosasobscuras.

Fedra
¿Qué es lo que los hombres llaman amar?

La nodriza
Lo más dulce, ¡oh hija! y lo más amargo á la vez.

Fedra
Por lo que á mí respecta, sólo he experimentado lo último.

La nodriza
[350] ¿Qué dices? ¡Oh hija mía! ¿amas á algún hombre?

Fedra
Tal como es, al hijo de la amazona...

La nodriza
¿Hablas de Hipólito?

Fedra
¡Tú sola le has nombrado!

La nodriza
¡Ay de mí! ¿Qué has dicho, hija? ¡Ah, estoy perdida! ¿Mujeres, esto es intolerable; ya no puedo
soportar la vida; el día me es odioso y odio la luz! ¡Desfallezco y abandono mi cuerpo; cesaré
de vivir, moriré! ¡Salve! No vivo ya. ¿A pesar suyo aman, pues, el mal las más virtuosas?
¿Entonces Cipris no es una Diosa? [360] ¡Es más que una Diosa, si hay algo más grande, la
que ha perdido á Fedra, á su familia y á mí misma!
El coro
¿Has oído, has oído á la reina declarar su mal lamentable é insólito? ¡Muera yo, oh querida,
antes de llevar á cabo lo que has meditado en tu espíritu! ¡Ay de mí, ay, ay! ¡Oh des¬dichada
víctima de estos males, oh miserias que alimentáis á los hombres! Estás perdida, has sacado á
la luz cosas horri¬bles. ¿A cuántos días como éste estás condenada? [370] Alguna novedad va
á ocurrir en este palacio. Ya no hay que dudar sobre quién va á caer la calamidad enviada por
Cipris, ¡oh infeliz hija de la Creta!

Fedra
Mujeres trecenias que habitáis en el vestíbulo de la tierra de Pelops: bastantes veces ya,
durante largas noches, refle¬xioné abstraída en lo que corrompe la vida de los hombres. Y me
parece que no es por la naturaleza de su espíritu por lo que hacen el mal. Muchos, en efecto,
piensan con cordura. Mas hay que considerar esto: [380] sabemos y conocemos el bien; pero
no lo practicamos, unos por pereza, otros porque prefieren lo agradable á lo honesto.
Numerosos son los placeres de la vida: los coloquios largos, el ocio, ese mal que encanta, y la
ver¬güenza. Esta es de dos clases: una que no es un mal, y otra que es una calamidad en las
moradas. Si se manifestase la razón de la una y de la otra, no se las nombraría con el mis¬mo
nombre. Como desde hace tiempo sé eso, ningún deleite puede distraerme [390] hasta el punto
de hacerme pensar de otramanera. Pero te diré el camino que ha emprendido mi espí¬ritu.
Después que el amor me hirió, busqué un medio de poder soportarlo lo más honestamente
posible. Entonces comencé á callar y á ocultar mi mal, porque no hay que fiarse de la len¬gua,
que sabe censurar con acritud los pensamientos de los demás hombres, pero á sí misma se
atrae males sin cuento. Y tomé la resolución de soportar valientemente este amor insen¬sato y
vencerlo con la castidad. [400] Por fin, sin poder triunfar así de Cipris, me pareció que lo mejor
sería morir. Nadie se opon¬drá á esta determinación. ¡Ojalá no se mantengan ocultas mis
buenas acciones, y mi vergüenza no tenga muchos testigos! Sabía yo que este amor y mi mal
eran infames, y sabía tam¬bién que era mujer y que la mujer es odiosa para todos.¡Perezca
muy oprobiosamente la primera que mancilló su lecho con otros hombres! [410] Las familias
nobles extendieron este mal sobre las mujeres. Porque, cuando las cosas vergonzosas
agra¬dan á los biennacidos, han de parecer buenas á los malos. También odio á las mujeres
que son castas de palabra, y en secreto muestran una audacia deshonesta. ¿Cómo ¡oh señora
Cipris nacida ¿el mar! se atreven á mirar cara á cara á sus maridos, y no les dan horror las
tinieblas cómplices de su falta, y no temen oír gritar al techo de su morada? Eso es lo que me
mata, amigas, [420] para que jamás pueda yo deshonrar á mi marido y á los hijos que he
parido, y para que, florecientes y hablando con libertad, habiten en la ciudad de los ilustres
atenienses y se glorien de su madre. Porque, por muy audaz que sea, se torna en esclavo el
hombre que tiene conciencia de los crímenes desu padre ó de su madre. Dicen que sólo un
bien hay de un valor igual al de la vida: un corazón justo y honesto. En el momento fatal el
tiempo descubre á les hom¬bres perversos, como el espejo refleja el rostro de una joven. [430]
¡Ojalá no me cuente nunca entre ellos!

El coro
¡Ah! ¡qué hermosa es en todo la cordura, y qué excelente gloria obtiene entre los mortales!

La nodriza
Señora, en verdad que tu desdicha me ha producido un te¬mor terrible; pero ahora comprendo
que era yo una insensata. Entre los hombres, los pensamientos posteriores son más
pru¬dentes que los primeros. Lo que te pasa nada tiene, en efecto, de extraño ni de
irrazonable. Se ha cernido sobre ti la cólera de una Diosa. ¡Amas! ¿Qué hay de sorprendente
en eso? Te ocurre lo que á innumerables mortales. [440] ¿Y vas á hacer perecer á tu alma por
culpa de ese amor? En verdad que nadie amaría en lo sucesivo, si fuera necesario morir por
haber amado. Por¬que Cipris es invencible cuando se precipita con violencia. Trata dulcemente
á quien se somete; pero cuando encuentra un corazón arrogante y fiero, ¿cómo orees que se
apodera de él y le vence? Cipris vuela por el Eter y se sumerge en las olas del mar. Todas las
cosas nacen de ella. Ella hace germinar y da el amor, [450] que á todos nos ha engendrado en
la tierra. Cuan¬tos conocen los escritos de los antiguos y se entregan asidua¬mente al estudio
de las musas, saben de qué manera Zeus de¬seó en otro tiempo á Semele; saben cómo la
espléndida Eos se llevó á Céfalo entre los Dioses, á causa del amor que por él sentía. Sin
embargo, esos Dioses habitan siempre en el Urano, y no huyen de los demás Dioses, y
supongo que sufrirán el destino que los obliga. [460]¿Y no sufrirás tú éste? Si no te sometes á
esas leyes, será porque tu padre te engendrara en ciertas condiciones y bajo el poder de otros
Dioses. ¿Cuántos hombressanos de espíritu crees tú que hay, que, al ver mancillado su lecho
nupcial, fingen no ver nada? ¿Y cuántos padres que ayu¬dan á los amores culpables de sus
hijos? Entre las precaucio¬nes hábiles de los hombres, es prudente la de ocultar las cosas
deshonestas. No conviene que los mortales lleven una vida de¬masiado severa, como no es
oportuno decorar demasiado el techo de la morada. ¿De qué modo piensas salvarte de la
cala¬midad en que has caído? [470] Pues si, siendo mortal, disfrutas de más bienes que
males, puedes estar contenta. ¡Oh querida hija! desecha tus malos pensamientos, cesa de
ultrajar; porque pre¬tender elevarse por encima de los Demonios, no es nada me¬nos que
ultrajarlos. Soporta valientemente tu amor. Lo ha querido un Dios, y lleva á buen fin el mal que
te consume. Hay hechizos y palabras calmantes. Se encontrará remedio á tu mal. [480] En
verdad que los hombres tardarían en inventar algo, si las mujeres no halláramos secretos.

El coro
Fedra, lo que te dice es lo más práctico en tu desgracia actual; sin embargo, yo apruebo tu
conducta, aunque sin duda mi alabanza sea para ti más odiosa y más cruel de oír que sus
palabras.

Fedra
Las palabras demasiado hermosas son las que destruyen las ciudades bien constituidas y las
familias. No hay que decir lo que es grato á los oídos, sino sólo aquello que conduzca á la
gloria.

La nodriza
[490] ¿Por qué hablar con tanta magnificencia? No necesitas buenas palabras de ese hombre.
Has de explicarme en seguida lo que sientes, á fin de que diga yo directamente lo que te
concierne. Si no estuviera tu vida en tan gran peligro, si fue¬ras una mujer sana de espíritu,
jamás te pondría yo en ese trance por satisfacer tu deseo voluptuoso. Pero hoy lo más
importante es salvarte la vida; y eso lo justifica todo.

Fedra
¡Qué palabras tan horribles! ¿No cerrarás la boca? ¿No ce¬sarás de pronunciar tan
vergonzosas palabras?

La nodriza
[500] Vergonzosas son, en verdad; pero mejores para ti que si diesen honestas. Y lo que te
salve valdrá más que la fama con que te envaneces de morir.

Fedra
¡Por los Dioses te suplico que no sigas, pues tus palabras son dulces, pero vergonzosas! En
efecto, he sometido honesta¬mente mi alma á este amor; pero si quieres embellecer lo
ver¬gonzoso, caeré en el mal de que huyo, y pereceré en él.

La nodriza
Si así lo crees, no debiste escucharme; pero, ya que lo has hecho, concédeme esta segunda
gracia. Ahora recuerdo que en la morada tengo filtros que aplacan el deseo. [510] Sin que en
ello haya nada vergonzoso para ti, y sin que pierdas la razón, te librarán de ese mal, si no eres
cobarde. Pero se necesita algún rastro del que amas, cualquier trozo de sus vestirlos, para
ha¬cer un solo deseo de dos amores.
Fedra
¿Se administra ese filtro untándolo ó bebiéndolo?

La nodriza
No lo sé. Permite que te ayude, hija mía, sin responderte.

Fedra
Temo que seas demasiado hábil conmigo.

La nodriza
Lo temes todo. ¿De qué te asustas?

Fedra
[520] De que reveles algo al hijo de Teseo.

La nodriza
Déjame hacer, ¡oh hija! que yo lo arreglaré todo. Pero ayúdame tú, ¡oh mi señora Cipris nacida
del mar! Para los demás designios que medito, me bastará advertir á los amigos que están en
la morada.

El coro
Estrofa I
¡Eros, Eros, que derramas el deseo con los ojos, haciendo penetrar la suave voluptuosidad en
las almas de los que sitias, no seas enemigo mío nunca, y no vengas furioso contra mí![530]
Porque ni el fuego ni el dardo de los astros superiores son como el de Afrodita que lanzas con
tus manos, Eros, ¡oh hijo de Zeus!

Antistrofa I
En vano, en vano en Pisa y en los templos píticos de Febo toda la tierra de la Hélada
multiplicada la degollación de bueyes, si no reverenciáramos á Eros, tirano de los hombres, hijo
de Afrodita, [540] que tiene las llaves de los carísimos lechos nupciales y que prodiga
calamidades á los mortales cuando cae sobre ellos.

Estrofa II
Cipris se llevó de las moradas en una nave á la joven ecalia, virgen é ignorante de lo que eran
bodas; y como una ba¬cante del Hades, se la dió al hijo de Alcmena, [550] en medio del
exterminio, del incendio y de la sangre. ¡Oh! ¡qué desdichada fué por culpa de esas bodas!

Antistrofa I
¡Oh murallas sagradas de Tebas! ¡oh fuente de Dirca! ¡vos¬otras podéis también atestiguar
cuán cruel es la llegada de Cipris! ¡Porque con el fuego del rayo consumió [560] á la madre de
Baco, engendrado por Zeus, á quien se había unido ella fatal¬mente; pues Cipris lo abrasa
todo con su aliento furioso, y echa á volar como una abeja!

Fedra
¡Callad, oh mujeres! ¡Estoy perdida!

El coro
¿Qué ha sucedido de terrible en tus moradas, Fedra?

Fedra
Deteneos, para que sepa yo por qué gritan ahí dentro.
El coro
Ya me callo; pero esto es de mal agüero.

Fedra
[570] ¡Ay de mí, ay, ay! ¡Oh! ¡qué desdichada soy!

El coro
¿Qué grito es ése? ¿Qué palabras dices? Explícanos cuál es el rumor súbito que espanta á tu
alma, ¡oh mujer!

Fedra
¡Estoy perdida! Escuchad, de pie junto á las puertas, el ruido que se eleva en la morada.

El coro
Junto á la puerta estás, y hasta ti llega el ruido de la mo¬rada. [580] Dime, dime qué desgracia
ha ocurrido.

Fedra
El hijo de la ecuestre amazona, Hipólito, grita y lanza im¬precaciones terribles contra mi
nodriza.

El coro
Ya lo oigo; pero no lo entiendo claramente. Hasta ti llega la voz á través de las puertas.

Fedra
En alta voz la llama forjadora de desgracias, [590] alcahueta traidora al lecho de su amo.

El coro
¡Ay! ¡Cuántos males! ¡Estás vendida, querida! ¿Qué consejo te daría yo? ¡Descubierto el
secreto, estás perdida!

Fedra
¡Ay, ay!

El coro
¡Traicionada por tus amigos!

Fedra
Me ha perdido, revelando mi mal por amistad y por cu¬rarme, pero no honrosamente.

El coro
¿Cómo? ¿Qué vas á hacer, si sufres males incurables?

Fedra
¡Sólo sé una cosa, que tengo que morir! [600] Es el único reme¬dio á mis males.

Hipólito
¡Oh madre Tierra! ¡Oh luces de Helios! ¿Qué abominables palabras he oído?

La nodriza
Cállate, ¡oh hijo! antes de que te oiga alguien.
Hipólito
No, no puedo callar las cosas horribles que he oído.

La nodriza
¡Te lo suplico por tu hermosa mano derecha!

Hipólito
¡No toques mi mano, no toques mi peplo!

La nodriza
¡Oh! ¡por tus rodillas, no me pierdas!

Hipólito
¿Cómo voy á perderte, si, según aseguras, no has dicho nada malo?

La nodriza
Lo que he dicho, ¡oh hijo! no debía revelarse.

Hipólito
[610] Sin embargo, las cosas honestas son honrosas de decir.

La nodriza
¡Oh hijo, no violes tu juramento!

Hipólito
Ha jurado la boca, pero no mi corazón.

La nodriza
¡Oh hijo! ¿qué vas á hacer? Vas á perder á tus amigos.

Hipólito
¡Reniego de ellos! Ningún culpable es amigo mío.

La nodriza
¡Perdóname! En la naturaleza humana está el equivocarse, ¡oh hijo!

Hipólito
¡Oh Zeus! ¿por qué hiciste nacer á la luz á las mujeres? Si querías crear la raza humana, no
había para qué hacerla nacer de las mujeres. [620] Colgando en tus templos oro, hierro y
bronce, los hombres hubieran comprado hijos al precio que estimase cada cual, y hubieran
habitado en sus moradas sin hijos y sin mujeres. Ahora, en cuanto queremos traer esa
calamidad á nuestras moradas, agotamos todos nuestros bienes. De lo cual se deduce que una
mujer es una gran calamidad, hasta el punto de que el padre que la ha engendrado y educado
la echa fuera, con una dote, para librarse de ella. [630] Quien, por el contrario, recibe en su
morada semejante ruina, se regocija, cubre de adornos á la funestísima ídola, la engalana con
peplos el des¬dichado y gasta toda la hacienda de su familia. Si se ha aliado con personas
ilustres, es inevitable para él simular que se alegra de un matrimonio amargo, ó si ha
encontrado una buena unión y padres indigentes, hay que ocultar su miseria con una
apariencia de bienestar. Lo mejor es tener en la mo¬rada una mujer inútil por su simplicidad.
[640] Odio á la mujer sabia. ¡Que, al menos, no tenga en mi morada una que sepa más de lo
debido! Cipris fecunda á las sabias en depravación; pero una mujer simple, en vista de su poca
inteligencia, está exenta de impudicia. Convendría que no hubiese ninguna ser¬vidora junto á
las mujeres, y que fuesen servidas por animales mudos, con el fin de que á nadie pudiesen
hablar ni nadie les contestara. Pero ahora, en las moradas, las mujeres malas me¬ditan
proyectos malos [650] que las servidoras sacan afuera. Así es como has venido á mí, ¡oh
cabeza malvada! para urdir el opro¬bio del lecho sagrado de mi padre, de cuyo oprobio me
purifi¬caré en aguas corrientes, vertiéndomelas por los oídos. ¿Cómo iba á ser impuro yo, que
creo haber cesado de ser puro por haber oído tus palabras? Entérate bien, mujer: lo que te
salva es mi piedad. Porque, si no me hubieses sorprendido y ligado con un juramento hecho á
los Dioses, nunca hubiera podido contenerme para no decírselo todo á mi padre. Pero ahora
me alejaré mientras Teseo esté ausente de sus moradas y de esta tierra, [660] y mi boca
guardará silencio. Cuando vuelva mi padre,veré cómo le recibís tu señora y tú, y observaré tu
audacia, de la que ya tengo prueba. ¡Ojalá perezcáis! Jamás me hartaré de odiar á las mujeres,
aun cuando me censuraran por decir siem¬pre lo mismo. Porque siempre son crueles y malas.
¡Enséñeles alguien la castidad, ó séame dado revelarme siempre contra ellas!
El coro
¡Desgraciadas de nosotras! ¡Qué miserables son los desti¬nos de las mujeres! [670] ¿Con qué
astucias, con qué palabras desataríamos el nudo de esta intriga?

Fedra
Me merezco el castigo que recibo. ¡Oh tierra! ¡Oh luz! ¿Adónde huiré de esta calamidad? ¿Qué
Dios vendrá en mi ayuda? ¿Qué hombre me socorrerá ó participará de mi impie¬dad? La
desdicha de mi vida se ha hecho irremediable; ¡soy la más desgraciada de las mujeres!

El coro
[670] ¡Ay, ay! Ya es un hecho. Las astucias de tu servidora no dieron resultado, ¡oh señora! y
todo va mal.

Fedra
¡Oh la peor de las mujeres, oh ruina de quienes te quieren! ¿Qué has hecho? ¡Hiérate y
extermínete con su rayo Zeus, que es mi padre! ¿No te dije, previendo esto, que callaras lo que
ahora me produce un dolor amargo? ¡No has podido callarte, y moriré deshonrada para
siempre! Pero tengo que poner en juego otras astucias. Porque ese, como tiene el corazón
lleno de cólera, [690] me acusará ante su padre por culpa tuya; contará estas desventuras al
anciano Piteo, y llenará toda esta tierra de pa¬labras vergonzosísimas para mí. ¡Ojalá perezcas
con quien se dedique á excitar á sus amigos para hacer el mal á pesar suyo!

La nodriza
Señora, tienes derecho á reprocharme mis faltas. Porque la puna que te roe turba tu juicio;
pero, si quieres escuchar, puedo responderte. Te he criado y estoy dedicada á ti. Buscando
remedios á tu mal, encontré lo que no buscaba. [700] Si hubiera te¬nido éxito, pasaría por muy
prudente. Se juzga de nuestra sabiduría, en efecto, después de los acontecimientos.

Fedra
¿Es justo y te basta declarar tu culpa después de dego¬llarme?

La nodriza
Discutimos con exceso. No he sido prudente; pero, después de todo, aún puedes salvarte, hija
mía.

Fedra
¡Basta de palabras! Ya me has aconsejado é impulsado al crimen. Huye de aquí, y piensa en ti.
Yo me ocuparé sólo de lo que me afecta. [710] En cuanto á vosotras, ¡oh jóvenes trecenias
bien nacidas! acceded á mis súplicas de que guardéis silencio acerca de lo que habéis oído.

El coro
Por la casta Artemisa, hija de Zeus, juro no revelar jamás tus males.

Fedra
Bien hablado. Por lo que á mí respecta, he encontrado el único remedio para mi desdicha, á fin
de asegurar una vida honrosa á mis hijos y salvarme yo misma, después del golpe que me
hiere. Porque nunca deshonraré á la raza cretense, [720] ni por salvar mi alma, apareceré ante
Teseo mancillada de ver¬gonzosos crímenes.

El coro
¿Quieres llevar á cabo una desdicha irreparable?

Fedra
He resuelto morir. ¿Cómo? ya lo pensaré.

El coro
Habla mejor.

Fedra
Y tú dame buenos consejos. Regocijaré á Cipris, que me pierde, renunciando hoy á la vida,
vencida por un amor cruel. Pero, al morir, haré la desdicha de otro, con el fin de que sepa que
no tenía [730] que enorgullecerse de mis males. Participando de mi mal, aprenderá á ser más
modesto,

El coro
Estrofa I
¡Pluguiera á los Dioses que estuviese yo bajo altas caver¬nas, y que un Dios hiciese de mí un
pájaro alado entre la ban¬dada voladora de las aves! Sería transportada muy por encima de las
olas del Adriena y del agua del Eridano, donde las tres desventuradas [740] jóvenes,
compadeciendo á Faetón, vierten lá¬grimas chispeantes de ámbar diáfano en el agua purpúrea
de su padre.

Antistrofa I
Y también iría á la costa de las Hespérides armónicas, que abunda en frutos, donde el dueño
del mar purpúreo impide el paso á los marinos, y detiene el limite venerable del Urano que
sostiene Atlas; allí donde manantiales ambrosianos corren á la morada de Zeus, [750] y donde
la tierra divina derrama delicias para los Dioses.

Estrofa II
¡Oh nave cretense de alas blancas que llevaste á mi señora por las olas ruidosas y saladas del
mar desde sus moradas feli¬ces hacia la voluptuosidad de bodas desgraciadas! Porque, de
una á otra comarca, ó de la tierra de Creta, voló á la ilustre Atenas un mal augurio, [760] pero
ataron los torcidos cables á la ribera de Munico, y bajaron á tierra firme.

Antistrofa II
¡Por eso Afrodita la ha herido en el corazón con el horrible mal de un amor culpable, y
abrumada por tan dura calamidad, mi señora colgará del techo nupcial [770] una lazada que
sujetará á su cuello blanco, adorando así á un Demonio fatal, y pre¬tiriendo dejar buena fama y
ahuyentar de su corazón un amor cruel!

Un mensajero
¡Ay, ay! ¡Acudid cuantos estéis cerca de aquí! ¡Mi señora, la mujer de Teseo, acaba de
ahorcarse!
El coro
¡Ay, ay! ¡Es un hecho! ¡Ya no existe la mujer real, porque se ha ahorcado!

El mensajero
[780] ¿No os daréis prisa? ¿No traerá ninguno una espada para cortar el nudo que oprime su
cuello?

Primer semicoro
¿Qué haremos, amigas? ¿Debemos volver á las moradas, para librar á nuestra señora del lazo
que la estrangula?

Segundo semicoro
¿Por qué? ¿No hay allí servidores jóvenes? No es prudente mezclarse en tantas cosas de la
vida.

El mensajero
¡Erguid y extended ese desventurado cadáver, lamentable guardián de las moradas en
ausencia de mi señor!

El coro
Por lo que oigo, ha muerto la infeliz.Ya extienden el ca¬dáver.

Teseo
[790] Mujeres, ¿sabéis qué significan esos gritos que resuenan en las moradas? Hasta mí ha
llegado la violenta gritería de los esclavos. A mi regreso del oráculo, no me acoge mi familia
dignamente y alegremente, con las puertas abiertas. ¿Le ha sucedido algo á la vejez de Piteo?
En verdad que es de edad avanzada; pero no dejará mis moradas sin gran pena por parte mía.

El coro
¡No te ha herido el destino en ancianos, Teseo! Son muer¬tos más jóvenes los que van á
agobiarte de dolor.

Teseo
¡Ay de mí! ¿Han quitado la vida á mis hijos?

El coro
[800] Vivos están; pero su madre ha muerto, lamentabilísimamente.

Teseo
¿Qué dices? ¿Ha muerto mi mujer? ¿Cómo es eso?

El coro
Se ha colgado de un lazo, que la ha estrangulado.

Teseo
¿Abrumada de dolor ó por cualquier otra desgracia?

El coro
No sé más. Ahora mismo llegaba yo á las moradas para gemir por tus males.

Teseo
¡Ay, ay! ¿Por qué traía coronada de hojas la cabeza, si ha¬bla de sufrir semejantes males á la
vuelta del oráculo? ¡Abrid los batientes de las puertas, servidores; quitad las barras, á fin de
que yo vea el cruel espectáculo [810] de mi mujer, que con su muerte me hace morir!

El coro
¡Ay, ay! ¡Oh desventurada por culpa de tantos males! ¡Con lo que has sufrido y con lo que has
hecho has arruinado esta morada! ¡Ay, ay! ¡Qué audacia! ¡Has cometido el acto impío de osar
matarte con tus propias manos! ¿Quién ha destruido tu vida, pues, ¡oh desdichada!?

Teseo
¡Ay de mí, que estos son los males más crueles que he su¬frido! ¡Oh destino, qué abrumador
eres para mí y para mis moradas! Esto es una mancilla [820] infligida por cualquier Alastor, ó
más bien un mortal derrumbamiento de mi vida. ¡Desdi¬chado de mí, que contemplo tan vasto
mar de males, que nunca podré nadar sobre él ni remontar las olas de tal cala¬midad! ¿Qué
nombre podré dar con justicia á tu destino, ¡oh mujer!? Porque de un salto rápido has partido
para el Hades, como un pájaro que se escapa de las manos. [830] ¡Ay, ay, ay, qué lamentables
son estos males! Hace tiempo que me persigue esta venganza de los Demonios, por culpas de
uno de mis abuelos.

El coro
No eres tú solo ¡oh rey! quien sufre tales desgracias; has perdido una esposa ilustre, lo mismo
que muchos otros.

Teseo
¡Quiero ir bajo la tierra, á las tinieblas subterráneas! ¡Quiero morir en la obscuridad, ya que me
hallo privado de tu carí¬sima vida, porque, más que á ti misma, es á mí á quien has perdido!
[840] ¿Por quién me enteraría yo de qué procede la revolu¬ción mortal que ha entrado en tu
corazón, ¡oh mujer!? ¿Me dirá alguien lo que ha pasado, ó es que mi morada real encierra
inútilmente una muchedumbre de servidores? ¡Ay de mí, des¬dichado por tu causa! ¡Qué duelo
veo en mis moradas, que no puedo expresar ni soportar! ¡Estoy perdido! ¡mi casa está vacía,
mis hijos están huérfanos!

El coro
Nos has abandonado, nos has abandonado, ¡oh querida, oh la mejor de las mujeres [850] que
han visto la luz de Helios y la de Selana, que ilumina la noche chispeante! ¡Desgraciado! ¡qué
calamidad turba tu morada! ¡Mis párpados rebosan lágrimas derramadas por tu destino; pero
estoy espantada de la desdi¬cha que se avecina!

Teseo
¡Ah! ¿qué significan esas tabletas suspendidas de su que¬rida mano? ¿Me anuncian una
nueva calamidad? ¿Me habrá escrito la infeliz sus últimas voluntades ó sus disposiciones con
respecto á nuestro lecho nupcial y á nuestros hijos? [860] Tran¬quilízate, desdichada, que
ninguna otra mujer entrará ya en la morada ni en el lecho de Teseo. El signo grabado en el
anillo de oro de la que ya no vive encanta mis ojos. ¡Vamos, desátense los lazos del sello, á fin
de que yo vea lo que quieren decirme esos caracteres!

El coro
¡Ay, ay! ¡Un Dios contrario nos envía una nueva serie de desdichas! ¡Ya no puedo vivir,
después de lo que ha pasado! [870] ¡Ay, la familia de nuestros amos está perdida! ¡Ay, ya no
existe! ¡Oh Demonio! si es posible, no destruyas esta morada, y oye mis ruegos, pues al igual
de un adivinador, preveo un mal augurio en esto.

Teseo
¡Ay de mí! ¡Una desdicha que no puedo soportar ni decir se añade á la primera! ¡Oh
desventurado de mí!
El coro
¿Qué ocurre? Dilo, si conviene que yo lo sepa.

Teseo
¡Estas tabletas abominables gritan, gritan! ¿Adónde huiré de este cúmulo de males? ¡Perezco,
desgraciado de mí, [880] frente á la querella que se exhala de este escrito!

El coro
¡Ay! ¡las palabras que pronuncias son presagio de calami¬dades!

Teseo
En verdad que no puedo retener por más tiempo tras las puertas de mi boca esta desventura
horrible. ¡Oh ciudad, ciu¬dad! ¡Hipólito ha osado atentar por la violencia á mi lecho nupcial, con
desprecio del ojo venerable de Zeus! Pero ¡oh padre Poseidón, que me has prometido cumplir
tres votos míos! cumple uno de ellos contra mi hijo, y que no escapa á este día, [890] si me
hiciste promesas ciertas.

El coro
¡Oh rey! ¡por los Dioses, retira esa imprecación! No tarda¬rás en comprender que te has
equivocado. Obedéceme.

Teseo
No es posible. Además, le expulsaré de esta tierra. Le he¬rirá uno de estos dos malos
destinos: ó Poseidón le enviará muerto á las moradas del Hades, cumpliendo así mis
impreca¬ciones, ó expulsado de aquí y vagando por tierra extranjera, arrastrará él su vida
miserablemente.

El coro
A propósito, he aquí á tu propio hijo Hipólito. [900] Contén tu cólera, ¡oh rey Teseo! y abriga
designios mejores para tu fa¬milia.

Hipólito
Al oír tus gritos, padre, he venido en seguida. Sin embargo, tío sé por qué gimes, y desearía
saberlo por ti. ¡Ah! ¿Qué es esto? ¡Padre, veo muerta á tu mujer! Me sorprende mucho.
Cuando la dejé, hace poco tiempo, todavía veía ella la luz. ¿Qué le ha ocurrido? ¿Cómo ha
perecido? [910] ¡Padre! quiero saberlo por ti. ¿Te callas? Pues en el dolor no conviene guardar
silen¬cio, porque el corazón, que desea saberlo todo, está ávido, incluso en medio de los
males. En verdad que no es justo, padre que ocultes tus desventuras á tus amigos y á quien es
algo más que eso.

Teseo
¡Oh hombres, que erráis en tantas cosas! ¿por qué enseñar tantas artes, por qué inventarlo y
descubrirlo todo, mientras exista una que no conocéis ni poseéis todavía, [920] y que es
ense¬ñar bondad á quien le falta?

Hipólito
Sería un sofista hábil quien tuviera poder para inculcar la bondad á los que no son buenos.
Pero ahora, padre, no es ocasión de discutir sutilmente; y temo que tu lengua, á causa de tus
males, no guarde moderación.

Teseo
¡Ay! Hacía falta á los hombres un método seguro para conocer á sus amigos y distinguir el
verdadero del falso. Y sería necesario que todos los hombres tuviesen dos voces, una veraz, y
la otra tal como es, [930] con el fin de que la embustera fuese re¬futada por la sincera; y
entonces no se nos engañaría.

Hipólito
¿Acaso me ha calumniado á tu oído algún amigo tuyo, y se me acusa de algún crimen, aunque
no sea culpable? En verdad, que estoy estupefacto, porque me turban tus palabras,
despro¬vistas de toda razón.

Teseo
¡Ay! ¿Hasta dónde no irá el espíritu humano? ¿Cuál será el término de su audacia y de su
temeridad? Si su audacia, en efecto, crece con las generaciones, si el recién llegado es peor
que el que le ha precedido, [940] será preciso que los Dioses añadan á ésta otra tierra para los
malos y los perversos. ¡Mirad á éste, que ha nacido de mí, que ha mancillado mi lecho y que,
por manifestación de esta muerta, está convicto de ser el más grande de los malvados! ¡Alza la
faz ante tu padre, con toda tu mancilla! ¿Y eres tú quien vive con los Dioses, como el mejor de
los hombres? ¿Eres tú el casto y puro de todo mal? En lo sucesivo no creeré en tu jactancia,
[950] que me obligaría á pensar que los Dioses ignoran y se engañan. Envanécete, pues; usa
del fraude, alimentándote de cosas sin vida; toma por maestro á Orfeo, delira y esparce
humaredas de ciencia; ¡estás cogido en el crimen! A todos aconsejo que huyan de los que se te
parezcan. Sus palabras son magníficas y sus pensa¬mientos vergonzosos. Ella ha muerto;
pero ¿crees que esta muerte te salva? Esta misma muerte te acusa, ¡oh el peor de los
hombres! [960] ¿Qué juramento, qué palabras podrán desmentir á estas tabletas y disculparte?
¿Dirás que ella te odiaba y que un bastardo es siempre odioso á los hijos legítimos? Sería
pre¬ciso que estimase ella en muy poco la vida para sacrificar á su odio por ti lo más dulce que
hay. ¿Quizá dirás que la impu¬dicia es natural en las mujeres y no en los hombres? Pues yo
conozco á hombres jóvenes que en nada son más invulnera¬bles que las mujeres cuando
turba Cipris su joven corazón, [970] aunque de algo les sirve la naturaleza viril que poseen.
Pero ¿á qué refutar tus palabras, cuando aquí está este cadáver, que es el más abrumador de
los testigos? Márchate, pues, des¬terrado de esta tierra en seguida, y no vuelvas á Atenas la
divinamente fundada, y no te quedes en los confines de la tie¬rra que manda mi lanza.
¡Porque, si yo sufriera esta injuria, Sinis el ístmico negarla que fué muerto por mí, y me
acusaría de haberme vanagloriado, y las rocas Scirónidas del mar [980] ya no dirían que soy
terrible para los perversos!

El coro
No puedo decir que sea dichoso mortal alguno, cuando tales calamidades ocurren.

Hipólito
Padre, terribles son tu cólera y la conmoción de tu alma. Sin embargo, no es honroso, si bien
se lo examina, el asunto que da origen á hermosas palabras. Yo soy inhábil para hablar ante la
multitud. Ante mis iguales en edad y ante un reducido número de oyentes, sería más inhábil. Y
tiene ello su razón de ser, pues los que mejor hablan á la multitud no son conside¬rados de
ninguna manera como sabios. [990] Sin embargo, es pre¬ciso que hable, ya que me asalta la
desdicha. Y empiezo por el primer ataque que parece iba á abrumarme, y al cual yo no iba á
tener nada que responder. ¿Yes esta luz del día y ves la tierra? Digas lo que quieras, no hay en
ella ningún hombre más casto que yo. Porque, ante todo, sé honrar á los Dioses, y tengo
amigos que quieren ser justos y se avergonzarían de que se les pidiese obraran mal ó
ayudaran en sus malos propósitos á quienes los abrigan. [1000] Yo no me río de mis amigos,
padre; el mismo soy para los presentes y para los ausentes; y de lo que más inocente estoy es
de eso de que me crees convicto. Porque hasta el día mi cuerpo está puro de todo contacto
impúdico. No sé da semejante cosa mas que lo que he oído decir ó lo que he visto en pinturas,
y no deseo ver esas cosas, porque tengo el alma virgen. Quizá no te convenza mi castidad,
aunque debas demostrar cómo me han corrompido. ¿Era el cuerpo de ésta superior en belleza
al de todas las mujeres? [1010]¿Esperé llegar á ser jefe de tu morada sucediéndote en tu
lecho? Sería un in¬sensato y estaría absolutamente desprovisto de razón. ¿Acaso el mando es
grato para los hombres castos? No, por cierto, á menos que la monarquía corrompa el corazón
de aquellos á quienes agrada. En verdad que quisiera ser el primero y ven¬cer en los
combates helénicos; pero siendo el segundo en la ciudad, y viviendo feliz siempre con
excelentes amigos. Así también me es dado gobernar la cosa pública, [1020] y la ausencia de
peligro produce mayor alegría que la tiranía. He admitido una sola de las pruebas que me son
favorables; pero ya has oído las demás. Si tuviese un testigo como yo, si esta mujer viera la
luz, yo me defenderla, y después de compulsarlo todo, reconocerías á los verdaderos
culpables. Ahora, ¡por Zeus, vengador del per¬jurio, y por la tierra donde ando! te juro que
jamás he tocado á tu mujer, que jamás he tenido deseo ni pensamiento de ello. ¡En verdad,
perezca yo sin nombre, infamado, desterrado de la patria, sin hogar, fugitivo y vagabundo por la
tierra, y ni la tierra ni el mar reciban [1030] mis carnes muertas, si soy un mal¬vado! En cuanto
á ésta, no sé si el temor la ha impulsado á matarse. No me es dable decir más. Ella ha
conservado la apariencia de castidad, aunque no haya sabido permanecer casta. Yo, que tengo
castidad, la he practicado con más desdicha.

El coro
Bastante has refutado esagrave acusación, jurando por los Dioses.

Teseo
¿Es un Epodo ó un mago quien se envanece de ablandar mi alma con su dulzura, [1040]
después de haber cubierto de oprobio á su padre?

Hipólito
¡Me asombras, padre! ¡Porque, si tú fueras mi hijo y yo fuera tu padre, en verdad que te habría
matado, y no te ha¬bría castigado con el destierro, si hubieses osado atentar contra mi mujer!

Teseo
¡Qué bien has hablado! Pero no morirás tan fácilmente, en virtud de esa ley que te aplicas.
Porque una pronta muerte es más agradable para el hombre infeliz. En cambio, errante,
desterrado lejos de la patria, arrastrarás una vida miserable por tierra extranjera. [1050] Eso es
lo que se merece el hombre impío.

Hipólito
¡Ay de mí! ¿Qué vas á hacer? ¿No esperarás á que el tiempo te dé una prueba en contra mía?
¿Me echarás de esta tierra?

Teseo
¡Allende el mar y los limites atlánticos, si me fuera posible, en vista del odio con que persigo tu
cabeza!

Hipólito
¿No te detendrás en juramentos, pruebas ni adivinaciones? ¿Me arrojarás de esta tierra sin
juzgarme?

Teseo
No necesito echar suertes, porque esta tableta te acusa con un testimonio cierto, y me importan
poco las aves que vuelan por encima de nuestra cabeza.

Hipólito
[1060] ¡Oh Dioses! ¿Por qué cierro la boca todavía, si me pierdo por honraros? ¡No! en verdad
que no persuadiría á los que tengo que persuadir, y violaría inútilmente el juramento que he
pres¬tado.

Teseo
¡Ah! ¡cómo me mata tu falsa virtud! ¿No te irás de la tie¬rra de la patria cuanto antes?

Hipólito
¿Adónde iré, desdichado de mí? ¿En qué morada hospitala¬ria entraré, desterrado por un
crimen?

Teseo
Recibirás hospitalidad de quienes se alegran de acoger á los corruptores de mujeres y
participar de los crímenes do¬mésticos.

Hipólito
[1070] ¡Ay, ay! el dolor me penetra hasta el hígado, y lloro porque te parezco culpable.

Teseo
Haber gemido y previsto cuando proyectabas atentar con¬tra la mujer de tu padre.

Hipólito
¡Oh moradas, pluguiera á los Dioses que pudieseis elevar la voz y atestiguar si soy un hombre
culpable!

Teseo
Invocas á testigos mudos; pero éste, aunque sin voz, prueba que eres culpable.

Hipólito
¡Ay! ¡Pluguiera á los Dioses que me fuese dado contem¬plarme frente á frente, á fin de llorar
por los males innúme¬ros que sufro!

Teseo
[1080] El caso es que te preocupa mucho más honrarte á ti mismo que demostrar á tus padres
la piedad que les debías.

Hipólito
¡Oh madre desdichadísima! ¡Oh nacimiento amargo! ¡Ojalá no sea bastardo nunca ninguno de
mis amigos!

Teseo
¿No le arrancaréis de aquí, servidores? ¿No me habéis oído ordenar desde hace rato que se le
destierro?

Hipólito
¡Gemirá aquel de ellos que me toque! Echame de aquí tú mismo, si tal es tu voluntad.

Teseo
Lo haré, si no obedeces mis palabras, porque no me com¬padezco de tu destierro lo más
mínimo.

Hipólito
[1090] Parece que es cosa decidida. ¡Oh desdichado de mí, que sé no puedo decir lo que sé!
¡Oh hija de Latona, la más querida de las Diosas, con quien habito, compañera de mis
cacerías! ¡huiré, pues, dela ilustre Atenas! Os saludo, ¡oh ciudad y tierra de Erecteo! ¡Oh suelo
de Trecenia, que tan dulces alegrías otorgas á la juventud, salve! ¡Por última vez os miro y os
hablo! Venid, ¡oh jóvenes de esta tierra, los que sois de mi edad! saludadme, sacadme de este
país. [1100] Jamás encontraréis otro hombre más casto que yo, aunque á mi padre no se lo
pa¬rezco.
El coro
Estrofa I
En verdad que, cuando la previsión de los Dioses se im¬pone á mi pensamiento, me quita
inquietudes; pero apenas creo haberla comprendido, renuncio á ello al ver las miserias y las
acciones de los mortales. Van, en efecto, de vicisitudes en vicisitudes, y la existencia de los
hombres [1110] siempre está sometida á innumerables mudanzas.

Antistrofa I
¡Plegue á la divina Moira concederme una fortuna y una vida dichosas, y un corazón libre de
penas! ¡Que no sea mi fama ni ilustre ni despreciable, y variando de un día á otro mis
costumbres fáciles, que lleve una venturosa vida com¬partida!

Estrofa II
[1120] Pero no tengo tranquilo el espíritu desde que, contra lo que esperaba, veo al astro
resplandeciente de Atana desterrado á otro país por la cólera de su padre. ¡Oh arena de la
costa de la patria! ¡Oh jarales de las montañas, donde, con ayuda de los perros rápidos,
mataba álos animales salvajes el compañero [1130] de la casta Dictina!

Antistrofa II
¡Ya no subirás á un carro tirado por yeguas vénetas, lan¬zando por la playa de Limna tus
caballos ejercitados en correr con pie seguro! En la morada paterna callará tu cítara, cuyas
cuerdas vibraban siempre sobre el puentecillo. Los altares de la hija de Latona quedarán [1140]
sin coronas en la espesa selva, y con tu destierro cesará el apremio nupcial con que te
asedia¬ban las jóvenes.

Epodo
Y en vista de tu desventura, derramaré lágrimas por tu destino doloroso. ¡Oh madre
desdichada, en vano has parido! ¡Ay! estoy furiosa contra los Dioses. ¡Ay, ay! ¡oh Carites
nup¬ciales! ¿por qué alejáis de la tierra de la patria y de estas moradas á ese desventurado
[1150] que de ninguna falta es culpable?Pero veo que un servidor de Hipólito, lleno de tristeza,
corre hacia la morada con veloces pies.

El mensajero
¿En dónde encontraré ¡oh mujeres! á Teseo, señor de este: tierra? Decídmelo, si lo sabéis.
¿Está en esta morada?

El coro
Hele á él mismo, que sale de las moradas.

El mensajero
Teseo, te traigo una noticia preñada de aflicción para ti y para los ciudadanos que habitan la
ciudad de los atenienses y la tierra de Trecenia.

Teseo
[1160] ¿De qué se trata? ¿Qué reciente calamidad ha caído sobre las dos ciudades vecinas?

El mensajero
Ya no existe Hipólito, pues sólo verá la luz por muy poco tiempo.
Teseo
¿Quién le ha matado? ¿Algún enemigo á cuya mujer ha vio¬lado como á la de su padre?

El mensajero
Ha perecido por culpa de su propio carro y de las impreca¬ciones que tu boca ha proferido
contra tu hijo, entregándoselo á tu padre, el Dueño del mar.

Teseo
¡Oh Dioses! ¡Oh Poseidón, verdaderamente eres mi padre,[1170] pues has atendido mis
imprecaciones! Di de qué manera ha perecido, cómo ha herido la justicia con su maza al que
me ha cubierto de oprobio.

El mensajero
Junto á la costa lavada por las olas, peinábamos las crines de los caballos con almohazas, y
llorábamos porque había ve¬nido un mensajero diciendo que Hipólito no volvería á poner los
pies en esta tierra, castigado por ti con un destierro lamen¬table. Y á la costa vino él mismo
trayendo también tan triste noticia, [1180] y le seguía una muchedumbre de amigos. Por fin, sin
gemir ya, dijo: «¿Por qué lamentar esto? Tengo que obedecer á las palabras de mi padre.
Servidores, uncid, los caballos al yugo del carro. ¡Porque ya no existe para mí esta ciudad!» Y
nos dimos prisa todos; y más rápidos que la palabra, presenta¬mos al amo los caballos
uncidos. Y tomó él con sus manos las riendas en el extremo anterior, y metió sus pies en los
hermo¬sos borceguíes del carro. [1190] Luego suplicó á los Dioses, con las manos extendidas:
«¡Zeus, no viva yo si soy un hombre per¬verso; pero que sepa mi padre cuánto me ha
injuriado, mu¬riendo yo ó viendo todavía la luz!» Y entonces empuñó el látigo y excitó con él á
los caballos. Y los servidores seguimos al amo, al lado del carro y los frenos, por el camino
directo de Argos. Pero, después de entrar en un desierto que hay fuera de esta tierra, [1200]
llegamos á la orilla del mar de Sarónico. Un ruido cual el rayo subterráneo de Zeus estalló allí
con una trepidación terrible que asustarla á quien lo oyera, y los ca¬ballos irguieron la cabeza y
las orejas, y apoderóse de nosotros un temor grande por no saber de dónde procedía aquel
ruido. Pero, al mirar á la costa en que rugía el mar, vimos una ola inmensa que llegaba al
Urano y ocultaba á los ojos la playa de Scirón. Y cubrió el istmo y la roca de Asclepio. [1210]
Inflándose luego y haciendo borbotear con estrépito una espuma inmensa impulsada por el
viento, se estrelló en la orilla donde estaba el carro de cuatro caballos. Y de aquella ola enorme
y de aquella tempestad surgió un toro, un monstruo salvaje, cuyo mugido llenaba la tierra y
resonaba horriblemente. Y aquel espectáculo era más espantoso de lo que los ojos podían
soportar. Brusca¬mente invadió á los caballos un terror violento; [1220] y el amo, tan hábil en el
arte de guiar, tomó las riendas, echándolas atrás, como hace el marinero con el remo, y se ciñó
al cuerpo las correas. Pero los caballos arrancaron furiosos, tascando con su boca los frenos
endurecidos al fuego, sin hacer caso ya de la mano del amo, ni de las riendas, ni del carro
sólido. Y cuantas veces guiaba el carro hacia un camino llano, aparecía el toro ante los
caballos para hacerlos retroceder, y les infundía un espanto loco. [1230] Y cuando ya iban,
furiosos, por las rocas, el monstruo se acercó en silencio y los siguió hasta el momento en que
volcó el carro, rompiendo contra una roca las ruedas. Todo quedó revuelto; saltaron los radios
de las ruedas y las clavijas de los ejes. Y el desgraciado, cohibido por las riendas y sujeto por
lazos enredosos, estrellándose la cabeza contra las rocas y desgarrándose el cuerpo, gritaba,
con voz lamentable al oído: [1240] «¡Deteneos, caballos que alimenté en mis cuadras, no me
matéis! ¡Oh terrible imprecación de mi padre! ¿Quién ven¬drá á salvar á un hombre inocente?»
Y muchos de entre nos¬otros lo deseaban; pero estábamos muy atrás. Por fin, libre de las
riendas que le oprimían, cae, sin más que un último soplo de vida. Y los caballos y el prodigio
del toro desaparecieron, no sé por dónde, tras de la tierra montuosa. Por lo que á mí respecta,
¡oh rey! esclavo soy de tus moradas; [1250] pero no podré jamás creer que tu hijo fuese un
malvado. Aun cuando toda la raza de las mujeres se ahorcase, aun cuando se cubriera de
acusaciones toda la selva del Ida convertida en tabletas, se¬guiría convencido de que él es
inocente.

El coro
¡Ay, ay! ¡Ya se han consumado nuevos males! ¡No hay re¬fugio contra la Moira y la necesidad!

Teseo
Si me dejara llevar del odio que tengo al hombre que ha sufrido eso, me regocijaría, en verdad,
con tus palabras; pero, por respeto á los Dioses y por él, que ha nacido de mi, [1260] ni me
regocija ni me aflige esa desgracia.

El mensajero
¿Qué haremos, pues? ¿Traeremos aquí al desventurado? ¿Qué tenemos que hacer para
complacer á tu alma? Reflexiona. Si siguieras mi consejo, no serias cruel para tu desdichado
hijo.

Teseo
¡Traedle, á fin de ver con mis ojos al que negó haber man¬cillado mi lecho, y á quien confundo
con mis palabras y con este castigo divino!

El coro
¡Juegas con el alma inflexible de los Dioses y con la de los mortales, Cipris! [1270] Contigo
vuela el niño de hermosas plumas y alas rápidas. Vuela por encima de la tierra y del mar
salado que ruge sordamente. Eros encanta á aquel cuyo corazón fu¬rioso invade, alado como
es y brillante de oro; encanta á la naturaleza de los animales que habitan en las montañas y de
los que están en el mar ó nutre la tierra, y de los que Helios ilumina con su esplendor, y de los
hombres. [1280] ¡Eres, oh Cipria, la única que entre todos posee el poderío real!

Artemisa
¡Hijo Eupatrida de Egeo! te recomiendo que me escuches. Te estoy hablando yo, Artemisa, hija
de Latona. ¡Oh Teseo desdichado! ¿Por qué te alegras de estos males, habiendo ma¬tado
injustamente á tu hijo con pruebas inseguras, persuadido por las mentirosas palabras de tu
mujer? Te hiere una cala¬midad manifiesta. [1290]¿Cómo no ocultas tu cuerpo en los tártaros
de la tierra, enrojeciendo de vergüenza, ó no huyes por la al¬tura, alejándote de este desastre
á fuerza de alas? En verdad que ya no puedes continuar tu vida entre los hombres de bien.
Escucha, Teseo, el encadenamiento de tus desventuras. Ya que no puedo hacer que te
aproveche, te haré que lo sientas, por lo menos. He venido aquí con el fin de poner de relieve
el alma piadosa de tu hijo y su muerte gloriosa, [1300] y el furor de tu mujer y también su
generosidad. En efecto, ella ha amado á tu hijo, mordida por el aguijón de la Diosa que, entre
todas, es más odiosa para mí, como para cuantos aman la virginidad. Esforzándose en vencer
á Cipris con la razón, ha caído, á pesar suyo, por culpa de los ardides de su nodriza, que ha
revelado su mal á tu hijo tras de hacerle jurar que se callaría. Y éste, como era justo, no cedió á
sus palabras; y aunque maltratado por ti, no ha violado su juramento, porque es piadoso. [1310]
Pero ella, temerosa de ser traicionada, ha escrito esas falsas reve¬laciones y ha perdido á tu
hijo con su astucia; y sin embargo, te ha convencido.

Teseo
¡Ay de mí!

Artemisa
¡Te desgarra eso, Teseo! pues tranquilízate, que cuando hayas oído lo que sigue gemirás más
aún. ¿No tenías que hacer tres imprecaciones para que las cumpliese tu padre? ¡Oh
cruelí¬simo, has fulminado una contra tu hijo, cuando pudiste lanzár¬sela á un enemigo! Tu
padre marino te la ha concedido, como era natural, cumpliendo su promesa. [1320] Pero nos
has ultrajado á él y á mí; no has esperado la prueba ni la voz de los adivi¬nadores; no has
examinado nada, no has dejado al tiempo ha¬cer pesquisas, y más de prisa de lo que
convenía, has lanzada imprecaciones contra tu hijo, ¡y le has matado!

Teseo
¡Muera yo, señora!

Artemisa
Has cometido ana acción horrible; pero aún te está permi¬tido obtener perdón por ella, pues ha
querido Cipris que las cosas ocurriesen de esta manera para saciar así su cólera. La ley entre
los Dioses ordena que ninguno pueda oponerse á la voluntad de otro, [1330] y cedemos
siempre unos á otros. Y has de saber que, si no fuese por temor á Zeus, nunca, en verdad,
habría yo llegado hasta el deshonor de dejar morir á quien me era el más caro entre todos los
mortales. Pero tu falta está mitigada por tu ignorancia, y tu difunta mujer se ha llevado las
pruebas morales que hubiesen convencido á tu espíritu. Y ahora acaban de agobiarte estos
males; pero también yo estoy dolorida. Porque los Dioses [1340] no se alegran de la muerte de
los justos. A quienes hacemos parecer es á los malos, á sus hijos y á su raza.

El coro
¡He aquí que viene el desventurado! Ensangrentadas están sus tiernas carnes y su cabeza
rubia. ¡Oh lamentable familia! ¡Qué doble duelo, enviado por los Dioses, ha caído sobre estas
moradas!

Hipólito
¡Ay, ay, desdichado de mí, que me desgarra la sentencia de un padre injusto! [1350] ¡Ay de mí,
que me muero! Arrollan mi ca¬beza los dolores, la convulsión salta en mi cerebro. Dejad que
mi cuerpo herido repose por un instante. ¡Ah! ¡ay! ¡oh arreos odiosos de los caballos que
alimentó mi mano, me habéis per¬dido, me habéis matado! ¡Ay, ay! servidores, tocad
dulcemente con vuestras manos mi cuerpo desgarrado. [1360] ¿Quién está ahí, ámi derecha?
¡Levantadme con cuidado, llevad sin sacudidas á este desdichado herido por la injusta
execración de su padre! ¡Zeus, Zeus! ¿ves esto? ¡Yo, que soy casto y respeto á los Dio¬ses;
yo, que por mi pureza preponderaba sobre todos, pierdo la vida y voy al Hades, debajo de la
tierra! En vano cumplí con los hombres todos los deberes de la virtud. [1370] ¡Ah! ¡ay! he aquí
que me invade el dolor. ¡Dejadme, dejad á este infeliz, y que la muerte me cure! ¡Matadme,
matad á este infeliz! ¡Quiero una espada de dos filos para herirme y adormecer mi vida! ¡Oh
lamentable imprecación de mi padre! Sobre mí pesan todos los actos criminosos y sangrientos
[1380] de mis antiguos abuelos. ¿Y por qué, si no soy culpable de nada? ¡Ay! ¿Qué voy á
decir? ¿Cómo rescataré mi vida de este acerbo dolor? ¡Ojalá aduerma mi miseria la negra y
nocturna necesidad del Hades!

Artemisa
¡Oh desgraciado, á qué calamidad te ves encadenado! [1390] Te ha perdido la grandeza de tu
alma.

Hipólito
¡Ay! ¡oh divino hálito perfumado! Aunque abrumado de males, te he percibido, y mi cuerpo se
alivia. ¡La Diosa Arte¬misa está aquí!

Artemisa
¡Oh desventurado! aquí tienes á la Diosa á quien más amas.

Hipólito
¡Mira cuán desdichado soy, señora!

Artemisa
Ya lo veo; pero de mis ojos no pueden correr lágrimas.

Hipólito
¡Ya no existe tu cazador, tu servidor!

Artemisa
Claro que no. Pereces, aunque eres tan querido para mí.

Hipólito
¡El que guiaba tus caballos, el guardián de tus imágenes!

Artemisa
[1400] La astuta Cipris es quien ha urdido esto.

Hipólito
¡Ay! ¡Reconozco á la Diosa que me ha perdido!

Artemisa
No la honrabas, y estaba irritada porque eras casto.

Hipólito
Ya lo comprendo; á los tres nos ha perdido ella sola.

Artemisa
A tu padre, á ti y á la mujer de tu padre.

Hipólito
¿Debo, pues, llorar también la desventura de mi padre?

Artemisa
Le han engañado las asechanzas de un Demonio.

Hipólito
¡Oh! ¡qué desdichado eres, padre, á causa de esta calamidad!

Teseo
¡Muero, hijo! Ya no me deleita vivir.

Hipólito
Por ti y por tu error gimo, más que por mí.

Teseo
[1410] ¡Pluguiera á los Dioses, hijo, que hubiese muerto yo en lugar tuyo!

Hipólito
¡Oh dones amargos de tu padre Poseidón!

Teseo
¡Quisiera que la petición no hubiese rozado mi boca!
Hipólito
¡Bah! Me habrías matado, de tan irritado como estabas contra mí.

Teseo
Los Dioses me habrían quitado la razón.

Hipólito
¡Ay! ¿Por qué no podrá la raza de los mortales herir á los Dioses con sus imprecaciones?

Artemisa
¡Calla! Porque, incluso en la sombra subterránea, puede penetrarte la cólera de la Diosa Cipris,
á causa de tu piedad y tu razón. [1420] Yo, con mi mano y mis dardos inevitables, te vengaré
en aquel de los mortales que le es más querido. En vista

de tus males, ¡oh desdichado! te otorgaré grandes hono¬res en la ciudad de Trecenia. Antes
de su boda, las jóvenes vírgenes cortarán para ti sus cabellos, y durante una larga serie de
años te honrarán con sus lamentaciones y sus lágri¬mas. Te celebrarán siempre los cantos de
las vírgenes, [1430] y jamás cesará ni se olvidará el amor de Fedra por ti. Y tú, ¡oh hijo del
anciano Egeo! coge en brazos á tu hijo y estréchale contra tu pecho, ya que le has perdido á
pesar tuyo; pero cuando los Dioses quieren, es natural que yerren los hombrea, Y á ti,
Hi¬pólito, te exhorto á que no persigas á tu padre con tu odio, pues ya sabes por qué destino
mueres. ¡Salve! No me está permitida mirar á los muertos ni manchar mis ojos con el estertor
de un moribundo; y me parece que te aproximas ya á ese momento.

Hipólito
[1440] ¡Yo también te saludo, virgen venturosa! Con alma resigna¬da renuncio á nuestra larga
familiaridad. Aplaco toda cóleracontra mi padre, según me pides, porque siempre he obedecido
á tus palabras. ¡Ay, ay! ¡ya cubre mis ojos la sombra! ¡Cógeme, padre, y alza mi cuerpo!

Teseo
¡Ay, hijo! ¿cómo me haces tan desgraciado?

Hipólito
¡Me muero; ya veo las puertas subterráneas!

Teseo
¿Te irás allá, dejándome mancillada el alma?

Hipólito
No, en verdad, porque te absuelvo de este asesinato.

Teseo
[1450] ¿Qué dices? ¿Me redimes de esa sangre?

Hipólito
Lo atestiguo con Artemisa, que vence con sus flechas.

Teseo
¡Oh carísimo, cuán generoso eres con tu padre!

Hipólito
¡Salve, oh padre, salve! ¡Una vez más te saludo!
Teseo
¡Ay! ¡Cuán excelente y piadosa es tu alma!

Hipólito
Haz votos por obtener hijos legítimos iguales á mí.

Teseo
¡No me abandones, hijo! ¡Sé fuerte!

Hipólito
¡Ya no tengo fuerzas, me muero, padre! Cubre pronto con un velo mi faz.

Teseo
¡Oh ilustre tierra de los atenienses y de Palas, de qué hombre te han privado! [1460] ¡Oh
desdichado de mí! ¡Cuánto me acordaré de tus males desde lejos, Cipris!

El coro
Contra todo lo previsto, ha sobrevenido este duelo, común á todos los ciudadanos. Será
manantial de lágrimas abundan¬tes, pues la memoria de los grandes hombres merece lutos
eternos.

Fin

También podría gustarte