Texto Memoria Ludica Libro, Virginia Guarda y A. Kuiyan PDF

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1 ​Juegotecas

Barriales en la Ciudad de Buenos Aires

Virginia Guardia y Anahí Kuiyan (comps.)

Capítulo V Memoria lúdica

Lic. Virginia Guardia y Lic. Anahí Kuiyan

Nos proponemos abordar en este capítulo el concepto de memoria lúdica, entendiendo


que cada uno de nosotros en cuanto sujetos sociales construimos una trayectoria de las
prácticas lúdicas, desarrolladas a lo largo de nuestras vidas y principalmente fundadas en
la infancia.

La posibilidad de reconstruir y resignificar esta memoria lúdica nos brindará herramientas


para el desarrollo de propuestas. Pues, consideramos que cada sujeto posee una historia
que dará cuenta de su capacidad de despliegue lúdico y la posibilidad y modalidad de
habilitar el juego con otros.

Nos planteamos este abordaje conceptual desde la práctica desarrollada en el Programa


Juegotecas Barriales a lo largo de dieciséis años y a partir de la reflexión surgida hacia el
interior del equipo del Centro Lúdico, que nos permitió profundizar en los aspectos
subjetivos, sociales y culturales que lo contienen y en su relación con el desarrollo de las
prácticas.

La narrativa histórica subjetiva y colectiva

Previamente a introducirnos en el concepto de memoria lúdica, consideramos importante


abordar las implicancias de la narrativa histórica subjetiva —el relato personal—, la cual
nos permite situarnos como protagonistas y dar cuenta de un recorrido y de un contexto
particular, y, a su vez, reconocerse como parte de otras historias.

La memoria no es solo retrospectiva. Es al mismo tiempo memoria selectiva y crítica, en


una relación dialéctica entre verdad y fidelidad. Nos vemos en la necesidad de reelaborar
el sentido de los acontecimientos, y es así que entre la memoria y su narrativa hay una
recreación de estos. En tal sentido, entendemos la memoria en dos funciones: una
vinculada a la inscripción y conservación del recuerdo y otra, a la evocación o
rememoración, en un juego con el olvido de aparición, desaparición y reaparición que se
entabla en el nivel de conciencia reflexiva (Ricoeur, 2004).

Narrar las propias biografías entendemos que resulta una propuesta metodológica que
permite revisar las huellas del pasado, ponerlas en palabras, cuestionarlas,
contextualizarlas y evaluarlas en términos de formación para el desarrollo de nuestras
propias prácticas; partiendo de la base de que toda construcción narrativa implica una
interpretación y una reinterpretación.
Al narrar, no solo se recupera la experiencia, sino que se contextualizan las situaciones
vividas, se las pone en palabras, se las historiza, otorgándoles nuevos significados. Al
contar la propia historia, no solo se recupera la experiencia personal vivida, sino que
también se articula con otras narrativas y se puede comprender como parte de otras
historias.

Por otro lado, esta construcción narrativa autobiográfica implica una selección de eventos
y una determinada manera de expresarlos. “Quien realiza una autobiografía

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asume la posición de decir “yo”, y al hacerlo se produce un reconocimiento de sí ​
2​ mismo en
aquello que cuenta” (Alliaud, 2010, p. 71). De esta manera, se construye la trama en cuanto
combinaciones mediante las cuales los acontecimientos se transforman en una historia que
contiene una selección y disposición de los acontecimientos y las acciones narradas, y que da
cuenta de un proceso de reflexión en cuanto acto de retorno a uno mismo (Ricoeur, 2000).

En tal sentido, es importante rescatar que todo recuerdo no es más que la representación
en tiempo presente de una cosa ya ocurrida, irrecuperable. Y nos alerta al respecto sobre
las falsas huellas, el desajuste entre lo percibido y lo pensado, lo que se retuvo y lo que
no. El recuerdo aplica al pasado y, en su revisión, permite dar cuenta de las prácticas
actuales y repensar de qué modo podemos modificar el presente.

Biografía y memoria lúdicas

En este apartado, abordaremos estos dos conceptos centrales, entendiendo que la


construcción de la biografía lúdica implica un trabajo de memoria, pero la memoria lúdica
es mucho más que la propia biografía.

Consideramos la biografía lúdica como el recorrido de los juegos que se han jugado en la
infancia, en la adolescencia, en la adultez; y hasta se puede incluir el día anterior a
escribirla. Refiere a aquel recorrido de juegos y juguetes que nos han acompañado a lo
largo de nuestra historia y que han dejado una huella.

Construir la biografía es una tarea personal y recomendable para cualquier adulto, pero
indispensable para aquellos que trabajan en actividades recreativas, lúdicas y educativas.
Quien tiene su biografía descubrirá la cantidad de recursos que posee y que puede incluir
en su práctica profesional. Es muy probable que, al acordarse de los juegos de la
infancia, los lugares y los amigos, vayan surgiendo las experiencias que el cuerpo aún
recuerda y que luego se podrán transformar en nuevas dinámicas para ser adaptadas al
trabajo de recreación.

Llamamos biografía lúdica al “entramado tónico-emocional que se va construyendo a


través de todas las huellas de placer o displacer producidas durante los momentos de
juego desde la primera infancia” (Porstein, 2009). La misma es elaborada a partir de una
trayectoria lúdica que se hace presente a modo de escenas, donde se representan los
primeros juegos, con quiénes se compartían, en qué lugares, con qué juguetes, y cómo
se jugaba. En definitiva, aquello que nos aparece como registro de lo vivido, de lo jugado,
que se hace presente al recordarlo a través de la biografía lúdica; y puede ser
mencionada como aquellas vivencias del sujeto experimentadas con placer o displacer.

La autobiografía es una elaboración personal, que involucra no solo la selección de


eventos sino también la manera de expresarlos: qué decimos y cómo lo decimos. Da
cuenta de “realidades experimentadas”, acontecimientos y situaciones vividas por un
sujeto concreto.

Por otro lado, el concepto de memoria lúdica refiere al entramado de emociones y


recuerdos que se construye a través de las huellas producidas por los momentos de
juego vivido, solo o con otros, durante toda la vida y centralmente en la infancia — etapa
en la que jugar es la actividad central—. Recordar aquellos juegos implica nombrarlos y
también traer al presente las imágenes y escenarios que los rodeaban.

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Es evocar las sensaciones que hemos sentido al jugarlos y que, en el instante en que ​
3​ las
nombramos, nos atraviesan con emoción y nostalgia.

Entendemos la memoria lúdica desde dos dimensiones: una subjetiva y otra social. La
dimensión subjetiva refiere al modo en que los juegos infantiles atravesaron al propio
sujeto; es la historia lúdica intrapersonal que condiciona quiénes somos, a qué hemos
jugado y, por ende, a qué jugamos hoy. Esta dimensión, a su vez, podemos desagregarla
en aquello que queda como huella o marca vinculada a la primera infancia, que
permanece latente hasta el momento en que, siendo adultos, jugamos con un niño. Son
aquellos momentos lúdicos que favorecen el vínculo entre el bebé y el adulto a cargo de
su crianza; nos referimos a los juegos de sostén, ocultamiento y persecución, como por
ejemplo: la sabanita, el escondite, ico caballito, hamaquita, etc. La manera y el estilo en
que jugaron o, mejor dicho, cómo “nos jugaron” durante los primeros años de vida deja
marcas que nos atraviesan inconscientemente y que se vuelven presentes en el momento
de jugar como adultos con un niño. Los juegos que se despliegan durante la crianza de
un niño son parte del bagaje de juegos que el adulto ya conoce, al recrear el código de
sus antepasados y poner en funcionamiento su saber en actos (Calmels, 2010).
Cada sujeto fue jugado por otros, por aquellos otros cercanos que dejaron marcas en el
cuerpo, y se pueden recuperar en el momento en que se vuelve a jugar desde el lugar de
adulto. Un sujeto se implica en el juego de la manera en que ya lo ha jugado, poniendo el
cuerpo en función de cómo otros han jugado con él.

Por otro lado, la dimensión social de la memoria lúdica refiere a la cultura lúdica, en
cuanto la presencia de una cultura preexistente que define el juego lo hace posible para
realizarlo. Y comprende sobre sus mismas formas solitarias una actividad cultural que
supone la adquisición de estructuras que el niño va a retomar de manera más o menos
personalizada para cada nueva actividad lúdica (Brougère, 1998).

La memoria lúdica de una sociedad refiere a los juegos que históricamente han sido
jugados por varias generaciones de niños; y nos permite comprender cómo la cultura
atraviesa dicha práctica social y, a su vez, esta determina la construcción cultural. Es
posible reconocer algunos juegos tradicionales que se repiten en diferentes partes del
mundo, y también hay juegos propios de cada cultura, inherentes a la construcción social
que allí se desarrolla y que se transmite como parte fundamental del saber popular de los
pueblos.

Los juegos tradicionales se transmiten de boca en boca, de generación en generación, y


se sostienen colectivamente. Por lo tanto, la memoria lúdica en su dimensión social
incluye los aspectos interpersonales del jugar, es decir, el jugar con otros y compartir el
saber de los mismos juegos solo por el hecho de pertenecer a la misma cultura.

Finalmente, al momento de rescatar la memoria lúdica en todas sus dimensiones


proponemos poner el foco también en el lugar o los lugares que ocupaban los adultos y
en la referencia de estos en cuanto habilitantes y posibilitantes del juego. Durante los
primeros años de vida, el adulto es el sostén corporal del niño cada vez que lo agarra, lo
mece, lo mima; y con el paso de los años, ese sostén desde el cuerpo da lugar a la
mirada y a la palabra que el adulto tiene sobre ese niño.

Recuperar la memoria lúdica sirve para conocerse y descubrir cuáles han sido nuestros
juegos favoritos, cómo los hemos desarrollado, en qué contextos y con quién. El
descubrimiento personal es de tal impacto que abre puertas que despliegan la
creatividad; descubrimos herramientas y recursos personales a nuestra disposición.

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Partiendo de lo vivido y de la resignificación que hacemos de ello, entendemos la ​
4​ memoria no
solo como retrospectiva, sino también como recreadora del presente.

Las experiencias lúdicas vividas a lo largo de la historia de cada sujeto forman parte de lo
que Bourdieu (1991) define como habitus, es decir, un “sistema de disposiciones
duraderas y transferibles, generadores y organizadores de representaciones y prácticas”
(p. 92). En el caso específico de las prácticas lúdicas, las acciones previas y posteriores a
las conductas lúdicas son entendidas dentro de cierta estructura social y cultural, en la
cotidianidad de los sujetos, es decir, los juegos están influenciados por diferentes
procesos históricos, económicos y políticos. Siguiendo a Bourdieu (1991), este ámbito
social sería lo que el autor llama campo, esto es, el espacio de acción e influencia en el
que confluyen relaciones sociales determinadas.

Los esquemas interiorizados (habitus), construidos a partir de las vivencias lúdicas


pasadas, tienden a actualizarse en el momento en que jugamos como adultos en nuestra
práctica profesional. En este sentido, consideramos que para entender una práctica
presente hay que tener en cuenta la trayectoria biográfica de los sujetos, como también
considerar la historia social que ese sujeto comparte con otros. Ambas instancias están
ligadas entre sí toda vez que la historia colectiva se produce y se transmite en diversas
experiencias vividas de los sujetos (Alliaud, 1998).

En síntesis, la construcción de la memoria lúdica nos permite develar los olvidos y dar
cuenta de dos momentos: el narrativo y el proyectivo. El primero remite al relato de la
propia biografía lúdica, al listado de recursos y juegos conocidos que alguna vez hemos
jugado. A partir de ese viaje al pasado, podemos reconocer que todos tenemos un bagaje
lúdico más o menos significativo que tiende a actualizarse en nuevas propuestas que
podemos jugar en un futuro. Aquel recorrido por las experiencias lúdicas nos lleva a
revivir las huellas que han dejado en nosotros. Nos permite reconocernos como ​homo
ludens1​ ​y rescatar el impacto tónico-emocional que nos atraviesa, cargado de
sensaciones y emociones.

En la medida que construimos un relato del pasado, podemos no solo reconocerlo como
algo teñido de subjetividad, sino que también nos permite dotarlo en el presente de
nuevos sentidos, nuevas significaciones y representaciones para problematizar nuestro
rol actual, a partir de atravesarlo por nuevas conceptualizaciones y repensar acciones a
futuro dando lugar a lo proyectivo.

Es importante considerar que la construcción de la memoria lúdica es un trabajo de


revisión del pasado y que siempre será un recorte de la realidad, atravesada por las
marcas que ha dejado en nosotros. El recordar y rememorar es una construcción desde
el presente, es decir, miramos el pasado por un lente formado por todo aquello que
hemos aprendido a lo largo de nuestras vidas. “Entre vivir y narrar existe siempre una
separación, por pequeña que sea. La vida se vive, la historia se cuenta” (Ricoeur, 2000,
p. 192).

Por todo lo expuesto, sería recomendable que todas aquellas personas que trabajen con
niños y niñas en actividades recreativas, sociales, culturales y educativas destinen un
momento para construir su memoria lúdica subjetiva y social. La pregunta por uno mismo,
que se plantea en esta construcción de la propia historia, posibilita entenderse como
parte de otras historias y, asimismo, posibilita un entramado temporal que anuda

1​
La expresión homo ludens, planteada por Johan Huizinga (1938), pretende señalar la

importancia del juego


​ en el desarrollo de los humanos. En efecto, destaca que el acto de jugar es
consustancial a la cultura humana

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el pasado, invocado significativamente en el presente, y el futuro, imaginado a través ​
5​ de caminos
posibles.

La recuperación de la memoria lúdica refiere a los modos de jugar de nuestra infancia


que dejan huellas implícitas, a partir de las cuales aprendemos a significar nuestras
experiencias, emociones y pensamientos. Forman esquemas que moldean las formas en
que jugamos como adultos y determinan las representaciones que tenemos del presente.

Consideramos que dicho habitus se pone en acto como organizador y configurador de las
prácticas de los facilitadores lúdicos. Por lo tanto, la revisión del mismo debería estar
incluida en el proceso de formación de aquellas personas que trabajen con niños y niñas.

RECORDAR: Del ​latín ​re-cordis, ​volver a pasar por el corazón​.

Eduardo Galeano

Bibliografía del capítulo

• Alliaud, A. (1998). El maestro que aprende. Ensayos y experiencias, 23. Buenos Aires:
Novedades Educativas.

• Bourdieu, P. (1991). El sentido práctico. México: Taurus.

• Brougère, G. (1998, julio-diciembre). El niño y la cultura lúdica. Revista da Faculdade de


Educaçao, 24(2), USP.

• Calmels, D. (2010). Juegos de crianza. Buenos Aires: Editorial Biblos.

• Galeano, E. (s.f.). El libro de los abrazos. Barranquilla: Ediciones La Cueva.

• Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología – OEA (2003). Narrativa docente,


prácticas escolares y reconstrucción de la memoria pedagógica. Recuperado de
http://www.memoriapedagogica.com.ar/publicaciones/PDF_ArtPon/Manual_
sistemat1.pdf​.
• Porstein, A. M. (2009). Cuerpo, juego y movimiento en el Nivel Inicial. Rosario: Homo
Sapiens.

• Ricoeur, P. (2000). Narratividad, fenomenología y hermenéutica. En Anàlisi. Quaderns e


comunicació i cultura. Recuperado de

http://www.raco.cat/ index.php/analisi/article/viewFile/15057/14898.

• (2004). La memoria, la historia, el olvido. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

• Suárez, D. y Ochoa, L. (2005). La documentación narrativa de experiencias


pedagógicas. Una estrategia para la formación de docentes. Buenos Aires: Ministerio de
Educación, Ciencia y Tecnología/OEA/AICD.

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