Texto Memoria Ludica Libro, Virginia Guarda y A. Kuiyan PDF
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Narrar las propias biografías entendemos que resulta una propuesta metodológica que
permite revisar las huellas del pasado, ponerlas en palabras, cuestionarlas,
contextualizarlas y evaluarlas en términos de formación para el desarrollo de nuestras
propias prácticas; partiendo de la base de que toda construcción narrativa implica una
interpretación y una reinterpretación.
Al narrar, no solo se recupera la experiencia, sino que se contextualizan las situaciones
vividas, se las pone en palabras, se las historiza, otorgándoles nuevos significados. Al
contar la propia historia, no solo se recupera la experiencia personal vivida, sino que
también se articula con otras narrativas y se puede comprender como parte de otras
historias.
Por otro lado, esta construcción narrativa autobiográfica implica una selección de eventos
y una determinada manera de expresarlos. “Quien realiza una autobiografía
En tal sentido, es importante rescatar que todo recuerdo no es más que la representación
en tiempo presente de una cosa ya ocurrida, irrecuperable. Y nos alerta al respecto sobre
las falsas huellas, el desajuste entre lo percibido y lo pensado, lo que se retuvo y lo que
no. El recuerdo aplica al pasado y, en su revisión, permite dar cuenta de las prácticas
actuales y repensar de qué modo podemos modificar el presente.
Consideramos la biografía lúdica como el recorrido de los juegos que se han jugado en la
infancia, en la adolescencia, en la adultez; y hasta se puede incluir el día anterior a
escribirla. Refiere a aquel recorrido de juegos y juguetes que nos han acompañado a lo
largo de nuestra historia y que han dejado una huella.
Construir la biografía es una tarea personal y recomendable para cualquier adulto, pero
indispensable para aquellos que trabajan en actividades recreativas, lúdicas y educativas.
Quien tiene su biografía descubrirá la cantidad de recursos que posee y que puede incluir
en su práctica profesional. Es muy probable que, al acordarse de los juegos de la
infancia, los lugares y los amigos, vayan surgiendo las experiencias que el cuerpo aún
recuerda y que luego se podrán transformar en nuevas dinámicas para ser adaptadas al
trabajo de recreación.
Entendemos la memoria lúdica desde dos dimensiones: una subjetiva y otra social. La
dimensión subjetiva refiere al modo en que los juegos infantiles atravesaron al propio
sujeto; es la historia lúdica intrapersonal que condiciona quiénes somos, a qué hemos
jugado y, por ende, a qué jugamos hoy. Esta dimensión, a su vez, podemos desagregarla
en aquello que queda como huella o marca vinculada a la primera infancia, que
permanece latente hasta el momento en que, siendo adultos, jugamos con un niño. Son
aquellos momentos lúdicos que favorecen el vínculo entre el bebé y el adulto a cargo de
su crianza; nos referimos a los juegos de sostén, ocultamiento y persecución, como por
ejemplo: la sabanita, el escondite, ico caballito, hamaquita, etc. La manera y el estilo en
que jugaron o, mejor dicho, cómo “nos jugaron” durante los primeros años de vida deja
marcas que nos atraviesan inconscientemente y que se vuelven presentes en el momento
de jugar como adultos con un niño. Los juegos que se despliegan durante la crianza de
un niño son parte del bagaje de juegos que el adulto ya conoce, al recrear el código de
sus antepasados y poner en funcionamiento su saber en actos (Calmels, 2010).
Cada sujeto fue jugado por otros, por aquellos otros cercanos que dejaron marcas en el
cuerpo, y se pueden recuperar en el momento en que se vuelve a jugar desde el lugar de
adulto. Un sujeto se implica en el juego de la manera en que ya lo ha jugado, poniendo el
cuerpo en función de cómo otros han jugado con él.
Por otro lado, la dimensión social de la memoria lúdica refiere a la cultura lúdica, en
cuanto la presencia de una cultura preexistente que define el juego lo hace posible para
realizarlo. Y comprende sobre sus mismas formas solitarias una actividad cultural que
supone la adquisición de estructuras que el niño va a retomar de manera más o menos
personalizada para cada nueva actividad lúdica (Brougère, 1998).
La memoria lúdica de una sociedad refiere a los juegos que históricamente han sido
jugados por varias generaciones de niños; y nos permite comprender cómo la cultura
atraviesa dicha práctica social y, a su vez, esta determina la construcción cultural. Es
posible reconocer algunos juegos tradicionales que se repiten en diferentes partes del
mundo, y también hay juegos propios de cada cultura, inherentes a la construcción social
que allí se desarrolla y que se transmite como parte fundamental del saber popular de los
pueblos.
Recuperar la memoria lúdica sirve para conocerse y descubrir cuáles han sido nuestros
juegos favoritos, cómo los hemos desarrollado, en qué contextos y con quién. El
descubrimiento personal es de tal impacto que abre puertas que despliegan la
creatividad; descubrimos herramientas y recursos personales a nuestra disposición.
Las experiencias lúdicas vividas a lo largo de la historia de cada sujeto forman parte de lo
que Bourdieu (1991) define como habitus, es decir, un “sistema de disposiciones
duraderas y transferibles, generadores y organizadores de representaciones y prácticas”
(p. 92). En el caso específico de las prácticas lúdicas, las acciones previas y posteriores a
las conductas lúdicas son entendidas dentro de cierta estructura social y cultural, en la
cotidianidad de los sujetos, es decir, los juegos están influenciados por diferentes
procesos históricos, económicos y políticos. Siguiendo a Bourdieu (1991), este ámbito
social sería lo que el autor llama campo, esto es, el espacio de acción e influencia en el
que confluyen relaciones sociales determinadas.
En síntesis, la construcción de la memoria lúdica nos permite develar los olvidos y dar
cuenta de dos momentos: el narrativo y el proyectivo. El primero remite al relato de la
propia biografía lúdica, al listado de recursos y juegos conocidos que alguna vez hemos
jugado. A partir de ese viaje al pasado, podemos reconocer que todos tenemos un bagaje
lúdico más o menos significativo que tiende a actualizarse en nuevas propuestas que
podemos jugar en un futuro. Aquel recorrido por las experiencias lúdicas nos lleva a
revivir las huellas que han dejado en nosotros. Nos permite reconocernos como homo
ludens1 y rescatar el impacto tónico-emocional que nos atraviesa, cargado de
sensaciones y emociones.
En la medida que construimos un relato del pasado, podemos no solo reconocerlo como
algo teñido de subjetividad, sino que también nos permite dotarlo en el presente de
nuevos sentidos, nuevas significaciones y representaciones para problematizar nuestro
rol actual, a partir de atravesarlo por nuevas conceptualizaciones y repensar acciones a
futuro dando lugar a lo proyectivo.
Por todo lo expuesto, sería recomendable que todas aquellas personas que trabajen con
niños y niñas en actividades recreativas, sociales, culturales y educativas destinen un
momento para construir su memoria lúdica subjetiva y social. La pregunta por uno mismo,
que se plantea en esta construcción de la propia historia, posibilita entenderse como
parte de otras historias y, asimismo, posibilita un entramado temporal que anuda
1
La expresión homo ludens, planteada por Johan Huizinga (1938), pretende señalar la
Consideramos que dicho habitus se pone en acto como organizador y configurador de las
prácticas de los facilitadores lúdicos. Por lo tanto, la revisión del mismo debería estar
incluida en el proceso de formación de aquellas personas que trabajen con niños y niñas.
Eduardo Galeano
• Alliaud, A. (1998). El maestro que aprende. Ensayos y experiencias, 23. Buenos Aires:
Novedades Educativas.
http://www.raco.cat/ index.php/analisi/article/viewFile/15057/14898.