U4 - Gutton - El Juego de Los Niños 2
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El primer momento del juego esta impresión inicial inmediata, a la percepción de un objeto, él
escoge su juguete entre otros. El entorno se encuentra revestido poco a poco de
significaciones correspondientes a los temas del deseo despierto: la niña representa tal o cual
papel al terminar una jornada de clase. Esta secuencia hace referencia una situación reciente
en la cual el deseo ha sido insatisfecho, esta insatisfacción ha de ser superada. Muchos
pasados se encuentran condensados así y se juntan es una experiencia actual original.
El juego, derivado así del encuentro de un presente libidinoso y una historia fantasmática, se
propone como el cumplimiento actual de un deseo, es decir, como un movimiento que crea
una situación en el presente, resultado actual, este presente lúdico se desarrolla como una
relación pasada para convertirse en el elemento de una estructura actual abierta hacia el
futuro.
El juego entra así en el proceso de memorización que permite repetirlo, siempre aprecido a él
mismo (automatismo de repetición) o de modularlo.
PROYECCIÓN
El objeto localizado fuera pro la proyección lleva un conjunto de rasgos afectivos que lo
modifican, que le dan su estatus de objeto, es decir, su sentido tal como se define por la
historia del niño. Así, según este movimiento de asimilación egocéntrica, el objeto se convierte
para el niño en juguete: empieza a revestirse de un significado para el niño.
El análisis formal del dibujo infantil atrae nuestra atención sobre la totalidad misma del niño
proyectándose, evitando así perderse en el análisis exclusivo de los contenidos del dibujo y su
simbolismo.
El juego, es primero, proyección, él bebe lanza sus objetos más allá de su cuna, como si el
juguete considerado mal objeto debiera ser arrojado fuera pues es peligroso, y en un segundo
tiempo traído por la madre que lo “repararía”. El niño más mayor hará lo mismo cuando
juegue sus miedos o los dibuje.
Se puede pensar que por la repetición de experiencias proyectivas, el niño se defiende contra
la angustia. El juego tiene pues un lugar fundamental en el aprendizaje de este mecanismo de
defensa primario que es la proyección.
DESPLAZAMIENTO
El otro aspecto está unido a los procesos secundarios restringiendo los precedentes en sus
recorridos y en su cuantía energética; este segundo desplazamiento aparece esencialmente
defensivo en el sentido en que las representaciones prohibidas por la censura son atraídas al
inconsciente, es decir, al campo libremente asociativo.
Es importante darse cuenta que es a partir de la falla materna (ausencia de la madre) que el
niño desplaza su interés hacia los juguetes.
Sabemos que el bebé no está en condiciones de efectuar este desplazamiento hacia las cosas
inanimadas sino después de haber establecido relaciones sólidas con el objeto libidinal, es
decir, después de haber alcanzado una especie de constancia objetal. Encontramos ahí el valor
dialéctico, instituido por la alternancia armoniosa de la presencia materna que da el juguete, y
de su ausencia que permite la utilización.
En la medida en que el niño puede jugar como lo hace desde el fin de su primer año a la
presencia-ausencia del objeto libidinal, su atención puede desplazarse hacia otros juegos. Ha
adquirido un instrumento defensivo considerable para poder resolver sus conflictos. Puede
trasladar sobre el juguete o el juego todo conflicto de los objetos libidinosos iniciales.
Parece que el objeto conflictual puede convertirse en fobógeno o en lúdico, o en ambas. ¿Qué
es lo que distingue a estos dos objetos? El objeto fobógeno provoca el evitamiento; el objeto
lúdico se incluye en la acción; el uno es evitado, el otro manipulado.
El niño juega en el curso de su historia, con juguetes cada vez más significativos en su
configuración externa. El desplazamiento, simple al principio (pecho, chupete, bobina), se
vuelve cada vez más complejo. Las características físicas de su adaptabilidad a la zona erógena
(suavidad de la textura, forma del chupete, sonoridad del sonajero) son los primeros criterios
retenidos por el niño en la elección del juguete. Posteriormente, otros rasgos característicos
toman importancia, en particular las reglas de su funcionamiento, su posibilidad instrumental.
Los primeros juguetes tienen un sentido conferido al grado asociativo del niño: en cierta
forma, todo es juguete.
Después el juguete será deseado por lo que representa: una muñeca, una pistola, un caballo.
SUBLIMACIÓN
Derivado de los deseos del niño, el juguete se propone como una ilusión en el sentido en que
la ha definido Freud. En la sublimación, la pulsión deriva hacia un nuevo fin no sexual,
enfocado a un objeto en el cual «entra en consideración nuestra evaluación social» (Freud). El
juego es, pues, por definición, una actividad sublimada: su valor es dado por la sociedad, y más
concretamente por sus representantes: los padres que compran juguetes y los ofrecen a sus
hijos. En sus juegos (y en sus dibujos), el niño busca realizar una obra admirable a sus ojos y a
los de su entorno. «Mira mamá que bonito es lo que he hecho». Aquí hay una tentativa de
sobrepasar sus exigencias pulsionales para ofrecer a sus padres realizaciones terciarias.
Los juegos ordenados por reglas, estructuras instaladas con su historia sociológica, toman una
importancia considerable desde el principio del periodo de latencia (incluso antes); los
fantasmas infantiles deben amoldarse. El niño encuentra la ocasión de desplazar su
competitividad, su búsqueda del tener, al mismo tiempo debe renunciar a su fantasmagoría
personal bajo pena de ser excluido del juego.
IDENTIFICACIÓN
El niño presenta un PRE-LUDISMO, tal como lo hemos definido: los pre-juegos del niño de esta
edad son una repetición de la dialéctica presencia-ausencia de la madre y una manipulación
repetida de los objetos bajo el ángulo de la proyección y la incorporación.
Cuando la madre está ausente, el niño se identifica con ella, se transforma en ella y busca
objetos susceptibles de reemplazar su propio Yo al que pueda amar y cuidar como él ha sido
cuidado y cuidado por su madre. Contra el duelo provocado por la ausencia materna, el juego
se propone como término de identificación materna.
Así, el juego se presenta como un juego de rol a representar, en el cual los personajes
observados son reconstruidos a partir de las representaciones de sus características. Entre la
realidad y la Gestalt del papel representado, se sitúa un desfase fundamental que da su
sentido al juego.
La identificación lúdica permite el retroceso con respecto al conflicto. De igual modo, este niño
que después de haber leído un libro en el cual dos muchachos hacen numerosas travesuras, se
permite imitarlos en la realidad; lo hace como si él no pudiera ser responsable de sus reales
fechorías repetidas bajo el nombre del autor del libro. Este desfase es interesante en el
momento en que el niño representa sus creencias infantiles; se puede incluso decir que
cuando más representa el niño lo que cree, menos lo cree.
Los juegos sexuales son trabajos prácticos, en los cuales sus teorías sexuales son sometidas a
discusión implacable por los mismos niños. En el transcurso de éstos, una niña puede superar
su desconocimiento de la vagina; el niño en su búsqueda de un agujero para introducir su pene
hace conocer su cuerpo a la niña en un juego como el del « papá y mamá».
Las identificaciones las podemos clasificar en dos aspectos: por un lado los mecanismos de
identificación; y, por otro lado, los objetos de estas identificaciones.
Los juegos infantiles se presentan como una dialéctica entre las identificaciones sucesivas y la
identidad a menudo tambaleante. El niño se ve así en el camino estrecho y tortuoso de la
identificación alternada con el objeto amado y con el objeto agresor; estas experiencias son
tomadas y asimiladas en la construcción progresiva de la identidad.
El juego es una actividad de placer, realización de los deseos infantiles. Hemos visto los
enmascaramientos adoptados por estas satisfacciones para neutralizar la frustración y la
censura provocadas por los padres fantasmados y reales. La dinámica de las actividades lúdicas
está constituida por el juego desorganizado de las pulsiones parciales. En el juego, el niño
busca la satisfacción de las pulsiones parciales. Así, las primeras actividades pre-lúdicas se
encuentran concentradas a nivel de la zona bucal y peri-bucal por un lado, y por otro a nivel de
la erogeneidad de la sensibilidad vestibular; posteriormente, cualquier zona del cuerpo se
puede encontrar investida de una significación erógena (en particular bajo la apetencia
materna).
Los juegos de los niños se repiten indefinidamente; esta repetición forma parte incluso de la
definición de la actividad pulsional; adquiere una importancia particularmente grande durante
la observación de las pulsiones parciales que, en cierto modo, solamente llevan al niño a
placeres parciales; así, la insatisfacción del juego sería el origen de su repetición tanto como la
misma satisfacción. Hemos demostrado muchas veces que cada nueva repetición permitía un
nuevo dominio tanto en el terreno de los progresos funcionales como en el de las
superaciones del hecho desagradable. Las repeticiones lúdicas estarían relacionadas; de alguna
forma con un aprendizaje: en el terreno de lo agradable están constituidas por la búsqueda de
un placer cada vez menos parcial; en el terreno de lo desagradable son un refinamiento del
dominio de lo penoso.
La observación de los juegos infantiles nos muestra cómo cada uno de ellos busca para él
mismo una satisfacción particular de placer en su propio cuerpo según el mapa de sus zonas
erógenas.
Juego y estadio anal. Durante el estadio anal, alrededor de los dos años, el niño descubre un
sistema dialéctico de placeres; complejo centrado en una nueva concepción del dentro y fuera
que estructura el propio cuerpo en el medio circundante. Por un lado los excrementos son
retenidos en el interior del cuerpo: poder auto-erótico, poder afectivo sobre la madre, poder
sobre el objeto guardado. Por otra parte, los excrementos pueden ser expulsados, nueva
fuente de placer, regalo a la madre gratificadora. Los excrementos tienen el significado de un
regalo del que el cuerpo del niño acepta separarse; son ofrecidos a la madre con la esperanza
de una gratificación, los juguetes adquieren una particular importancia, un juguete puede
satisfacer la falta del niño, en otros términos, puede anular la pérdida del objeto anal por el
niño. Las actividades pre-lúdicas tenían como finalidad satisfacer una falta arcaica relacionada
con la ausencia de la madre; las actividades lúdicas se desarrollan sobre una prohibición
corporal.
El juego anal es, antes que nada, juego del «conservado”, el erotismo del conservar nos sitúa
en lo que podríamos llamar los juegos solitarios del niño; el niño prefiere jugar sólo con sus
juguetes; se encierra en la habitación, espacio que simboliza su espacio corporal.
El juego anal es, por otra parte, una simbolización de la manipulación de los excrementos
fuera, es escenificada la totalidad del cuerpo anal: es el juego del lleno y el vacío; la caja llena y
la caja vacía; juego del continente y el contenido.
Juego y estadio fálico. En este estadio, la actividad lúdica presenta una estructura
profundamente diferente; se presenta como una relación de por lo menos dos personas, entre
las cuales se sitúa un objeto concreto o abstracto (el juego). El ligamento entre estas dos
personas está constituido por este objeto. El juguete se puede definir como símbolo fálico,
equivalente simbólico del pene. El vínculo fundamental que se establece alrededor del falo no
es, como en el estadio anal, del orden de la manipulación solitaria o bien del intercambio
cuerpo-símbolo. Aquí es una relación de deseo que se podría resumir, en una primera
aproximación, con la frase: «Quiero jugar contigo» y la respuesta correspondiente al espejo. El
juego del niño es entonces esencialmente el deseo del deseo del otro. Las reglas del juego
constituyen los lazos de este encuentro.
Dolto relata cómo el juego infantil, en este estadio, permite la realización sustitutiva de los
deseos edípicos tal como son fantasmados por el niño.
La acción lúdica constituye uno de los mecanismos de defensa más primitivos contra la
angustia, Melanie Klein hace de la técnica del juego el fundamento mismo de la práctica
psicoanalítica de los niños.
En la posición depresiva, tal como aparece a partir del cuarto mes y hasta el final del primer
año, el niño es, de ahora en adelante, capaz de aprehender a la madre corno objeto total; «el
corte entre buen objeto y mal objeto se atenúa; las pulsiones libidinosas y hostiles tienden a
caer en el mismo objeto. La angustia llamada depresiva lleva al peligro fantasmático de
destruir y perder a la madre a partir del sadismo del sujeto». Esta angustia de destrucción del
objeto querido es combatida por diversos métodos de defensa. Tienen la finalidad de
mantener el objeto querido como parcialmente bueno, de forma que la posición depresiva,
pueda ser superada durante el primer año por medio de una introyección estable y
aseguradora del objeto amado, es decir, la madre; esta introyección permite el desarrollo del
Yo.
los juegos de los niños transforman su angustia en placer. Las pulsiones de ataque y de
destrucción del interior del cuerpo de la madre se expresan, durante el desplazamiento lúdico,
por medio de toda una serie de accidentes: coches chafados, caminantes atropellados, casas
en ruinas, muñecas rotas. El niño se defiende restableciendo la integridad del cuerpo material
de un modo fantasmático, construyendo casas cuidadosamente, adornándolas, vistiendo
muñecas, transportando los coches; inventa personajes de identificación y de protección:
madre, hada, guardia, doctor, diversos modelos culturales. Así, los juegos se presentan como
creaciones de objetos maternos sustitutivos, seguidos de su destrucción y reaparición.
Según Klein, el juego aparece como una actividad de liberación de fantasmas masturbatorios.
Éstos son la fuente de toda actividad lúdica del niño y «uno de los elementos constitutivos de
todas las sublimaciones posteriores».
A través del juego el niño nos traduce sus fantasmas, sus deseos. Klein hace una analogía entre
el juego y el sueño: el juego contiene símbolos que podemos interpretar. Se desarrolla sobre
un mundo asociativo en que las resistencias puedan ser descritas, como en el adulto en una
secuencia de psicoanálisis. Un solo juguete, un solo detalle del juego, pueden adquirir sentidos
diferentes según el momento de la secuencia. Así, todos los elementos que nos ofrece el
espectáculo del niño jugando durante una sesión, «como en los sueños, no son el efecto de
una casualidad y libran su significado si los interpretamos igual que éstos». El niño,
espontáneamente, mezcla los juegos y los sueños; explica los sueños jugando y acaba
imitando, durante el juego, el último sueño, cosa que permite muchas asociaciones
clarificantes sobre los circuitos de su subconsciente.
El análisis por medio del juego es la técnica apropiada para el psiquismo infantil, el juego es,
todavía mejor que la palabra. Expresa directamente su subconsciente, a la vez en la situación
actual y en la original, de forma que la interpretación puede guiar las fijaciones de su historia.
El niño actúa en lugar de hablar cuando juega. No es por defecto de la palabra que los niños se
sirven de las representaciones por medio de juguetes, sino a causa de la angustia que opone
una resistencia más grande a las asociaciones verbales. La expresión simbólica está menos
investida de angustia. Si aliviamos la angustia, podemos obtener la expresión verbal más
completa de que es capaz el niño.