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RODULFO – EL NIÑO Y EL SIGNIFICANTE

C7 - LAS TESIS SOBRE EL JUGAR - MÁS ACÁ DEL JUEGO DEL CARRETEL

Respecto al jugar tendremos que renunciar a la idea de encontrarlo adscripto a una sola función, en los
distintos momentos de la estructuración subjetiva observamos transformaciones en sus funciones. Insisto en
la importancia de decir jugar y no juego, siguiendo la propuesta de Winnicott, para acentuar el carácter de
práctica significante que tiene para nosotros esta función; la actividad en sí debe ser marcada por el verbo en
infinitivo, que indica su carácter de producción.
Para nosotros el concepto de jugar es el hilo conductor del cual podemos tomarnos para no perdernos
en la compleja problemática de la constitución subjetiva. Partimos de un descubrimiento: no hay actividad
significativa en el desarrollo de la simbolización del niño que no pase vertebralmente por aquél. No es una
catarsis entre otras, no es una actividad más, no es un divertimento, ni se limita a una descarga fantasmatica
compensatoria o a una actividad regulada por la defensas, así como tampoco se lo puede reducir a una
formación del icc: no hay nada más significativo en la estructuración de un niño que no pase por allí, de
modo que es el mejor hilo para no perderse.
Los conceptos más abstractos mas genéricos (como es de deseo y tantos otros) que podamos invocar
sean bienvenidos pero ¿Dónde voy a verlos funcionar si es que funcionan, donde comprobaré su pertinencia
si no está práctica por excelencia?. En particular, cada vez que quiero evaluar el estado de desarrollo
simbólico de un chico, no hay ningún índice que lo brinde más claramente que el estado de sus posibilidades
en cuanto al jugar.
En general, no hubo quien se ocupara en psa de la observación del fort/da, prácticamente no hay
analista que no haya vuelto sobre él: En 1985 publique un articulo, en donde llegué a la conclusión de que
existen funciones del jugar más arcaicas, más decisivas, más primordiales que las del fort/da. En mi opinión,
la práctica clínica impone la evidencia de funciones del jugar anteriores, funciones que pueden verse
desplegar en su estado más fresco a lo largo del primer año de vida, relativas a la constitución libidinal del
cuerpo.
No de otra cosa hemos estado hablando, desde la perspectiva del significante del sujeto, al referirnos a
la necesidad de extraer materiales para fabricar el cuerpo, materiales que deben ser arrancados al cuerpo del
Otro. Las funciones del jugar, tan fundamentales, son ese proceso mismo. Puede decirse que a partir del
jugar, el chico se obsequia un cuerpo a sí mismo, apuntalado en el medio. Todo lo que hace el entorno
posibilita u obstruye, acelera o bloquea, ayuda a la construcción o ayuda a la destrucción de ciertos procesos
de ese medio, como creen las teorías ambientalistas más ingenuas, sino que, apoyado en las modalidades de
aquél (fundanmentalmente el mito familiar, la estructuración de la pareja paterna, la circulación del deseo),
el niño va produciendo sus diferencias.
Si hay una idea o un prejuicio del cual psa se ha ido separando muy energéticamente, ha sido la
concepción del niño como pasivo en los primeros tiempos de su vida. La creencia de que el niño sería más
activo en la etapa fálica y más pasivo en la etapa oral, es falsa. Más aún, si hay una etapa en que no
corresponden absoluto el término pasividad es en los primeros años de la vida e incluso durante la vida
prenatal. En todo caso el término “pasivo” corresponde más a los adultos, pero nunca antes.
Cuando detectamos en un infans algo que realmente pueda pensarse como pasividad, es que estamos
frente a una perturbación seria, como puede serlo una depresión grave o incipiente proceso autista, a menos
que se trate de una enfermedad orgánica.
En cambio si todo está en orden, el niño, a través del jugar, durante el primer año de vida y apoyado en
las funciones, hace lo que hemos señalado. De la misma manera que uno camina con sus propias piernas,
apoyado en algo, necesita un lugar. Eso es precisamente lo que Winnicott aísla como el factor de la
espontaneidad, algo que ni la madre ni el padre le dan al bebé.
La clínica nos pone en contacto con versiones mitícas donde al niño se le ha dado todo lo que es, claro
que se trata de un fantasma patógeno que circula en esa familia, merced al cual se desconoce la actividad
inherente a la posición hijo.
Existe además otra razón fundamental para nunca en lo sucesivo confundir la dependencia del infans
respecto de los materiales en si no son nunca unívocos. El mito familiar es una cosa extremadamente
heteróclita, su organización es la del collage, donde los elementos están bastantes mal pegados y si permiten
la subsistencia de muchas contradicciones. En conjunción con la espontaneidad, esto promueve lo
imprevisible.
En efecto, es una apuesta fácil de ganar predecir que el niño extraerá materiales del mito familiar, dado
que no tiene –al menos hasta su adolescencia – alternativa. Pero es una apuesta segura de perder pretender
un conocimiento a priori sobre cuáles aspectos tomará y cuáles rechazará el pequeño sujeto de ese gran
archivo.
En psa, hay que acostumbrarse a considerar el material de mito preexistente como un potencial del
cual desconocemos lo que será actualizado; si no ocurriera así, la fabricación del sujeto se asemejaría a la de
un robot, lo cual es el sueño de algunas familias con elevado potencial psicótico. Las derivaciones
patológicas, por cierto, tampoco escapan a la espontaneidad del icc. Y vale lo mismo para la salud para las
tentativas de autocuración, que impulsan a buscar fuera del mito familiar materiales para construir categorías
simbólicas ausentes en él.
Si quisiéramos comparar a éste con un rompecabezas, intrucideremos dos modificaciones:
1) no existe “la” solución final; cada cual hace su itinerario y su composición de armado de las piezas;
2) no se lo podría imaginar en forma adecuada como un dispositivo de figuras fijas que permite
yuxtaponerse éstas y sólo esas; mejor es concebirlo cinematográficamente, hecho de piezas con movilidad
interna, extensibles y mudables.
Y aun debemos añadir que este proceso icc se vuelve más complejo, teniendo en cuenta que los padres
no saben lo que ponen; de hecho ponen más o menos de lo que creen poner, entre otros motivos a causa de
su propia sujeción a la prehistoria, que cuestiona los limites imaginarios del “triangulo” edipico.
Todas estas consideraciones inducen a matizar al máximo la problemática de la edificación del cuerpo
durante el primer año de vida. No hay que olvidar que el niño, antes de disponer de manos ya cuento con
ojos y con boca, que son también y en grado extremo órganos de incorporación: con ellos empieza la tarea
de arrancar a lo que, para no simplificar, corresponde agregar piel. Hay una actividad múltiplemente
extractiva que empieza muchos antes que las manos, pero se vuelve más notoria con las manos liberadas.
¿Qué es lo que hace con todo los materiales extraídos? La actividad que hay que pensar como jugar
primero es una combinación de dos momentos: agujerear-hacer-superficie, agujerear-hacer-superficie. Puede
verificarlo en cualquier bebé de cierta edad que se embadurna con todo entusiasmo y unta luego cuando está
a su alrededor. Ese pegote toma sentido para nosotros porque sólo el psa está en condiciones de reconocer
lo estruturante de una práctica, al descubrir en su clínica que en realidad el cuerpo mismo no es más que un
gran pegado y nada más engañoso o fascinante con su unidad anatomica.
Desde la estructuración primordial del cuerpo a través del juga, lo primero que se construye no es para
nada un interior, es decir, un volumen, sino una película en banda continua.
Ese estado de no integración se sostiene bien en la medida en que acudan funciones que aporten la
integración faltante, lo cual exime al bebe de esfuerzos especiales por juntarse; ya existe un lugar, el cuerpo
del Otro que lo dona. En cambio, el pasaje de la no integración a una desintegración que podría ser caótica y
aniquilante se da cuando hay fallos graves y sostenidos en las funciones primordiales.
Es una nueva verificación clínica que nos impulsa a valorizar en un muy alto grado la categoría de la
continuidad en la estructuración temprana. De una modo mas abarcativo, la reencontramos en la práctica de
la pediatría, cuando se sostiene que el bebé necesita de ciertas rutinas. Muy probablemente, el especialista
ignora cuánto está diciendo al hacerse cargo de transmitir esta idea y que lleva a regiones de la subjetividad
harto más importantes que el carácter de medida o consejo “practico” para la crianza.
Las rutinas son otros nombres de la fabricación de superficies: cabe al Otro primordial ofrecer por
medio de ellas lo medios para armar un cotidianeidad. Antes de educar la formación de hábitos, forma
cuerpo. Vemos cómo no hay bebé que no se resista denodada e indignadamente a que se le desprenda
cualquier pegote de la cara, la repulsa no es a la limpieza sino a que lo despojemos a una parte potencial de
su cuerpo, la que lo cohesiona.
Para su nivel de simbolización no se trata de ningún pegote externo, forma intrínsecamente
intrínsecamente su unificación en trámite. Pero lo que hay que entender es no son solo posesiones en el
sentido yo/no-yo, aunque también llegue a un momento en que esto entre en juego: en un nivel más
primitivo no es tanto “esto es mío, no es tuyo”, sino “con esto es mi: lo soy”.
Winnicott insistía en el punto de no tirar indiscriminadamente esos elementos a los que el pequeño se
aferra, aunque suelan oler mal u ofendan visiblemente la estética familiar. Hay que andar con más cuidado,
lo podemos tirar a él. No sirve pensar al objeto en el sentido cartesiano; es el objeto en todo caso en el
psicoanalítico, objeto paradójico porque bien podemos descubrir que en realidad es el sujeto mismo en su
corporeidad libidinal. Por lo tanto, su perdida traumática provoca desde una ruptura narcisistica hasta una
devastación de tipo psicótico.
Con respecto a las irrupciones patológicas de una formulación defectuosa de superficies es muchas
veces bien tardía. Por otra parte, no es nada difícil localizar manifestaciones de perturbación temprana al
respecto. En los niños autistas, estamos habituados a encontrar esbozos amputados, restos de superficies mal
formadas, por ejemplo, lo que psiquiátricamente se llaman estereotipias; vemos allí lo que quedo de un niño
jugando, índice además de que todavía subsiste algo de un niño, ardiendo débilmente en el fragmento
mutilado de lo que sería en otras circunstancias un movimiento plenamente extendido en el tiempo y en el
espacio.
Arriesgaría a decir que toda cotidianeidad en su sentido de plataforma, de apoyo, es heredad de la
función materna. En familias con un elevado potencial psicótico es posible observar en la clínica que el
sujeto se encuentre en la imposibilidad absoluta de prever lo que va a ocurrir: no hay constitución de rutina;
mientras que un neurótico suele quejarse de ella y de los impasses que según él ocasiona a su deseo.
Winnicot llamo nuestra atención sobre la forma intuitiva en la se montó desde los inicios una rutina de
la situación analítica. Contemporáneamente, Lacan puso énfasis crítico particular sobre derivaciones
secundarias e indeseables de ella: burocratización formalista de la terapia, promoción de la rutina al ritual.
Pero lo primario está en otra parte: la continuidad es un rasgo diferencial del tratamiento psicoanalítico. Las
razones prácticas que sería obvio invocar no alcanzan a explicarla; hay razones más profundas: con sólo la
estabilidad de un psa no alcanza, como no basta con ningún otro elemento considero aisladamente, pero creo
que ningún análisis se puede realizar sin ese elemento: el apuntalamiento en la continuidad. Para esto no se
requiere que el analista se imposte como se excepcional: apenas que sea previsible, así como lo imprevisible
debe ser un elemento fundamental para que su intervención tenga efectos interpretativos. Esta combinación
paradójica de estabilidad, con sorpresa constituye una de la dificultades de la posición del analista y, en el
corazón mismo de la práctica, suministra otra prueba de la función primordial que hemos reconocido en el
origen del jugar.

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