Salimos a fumar y hacía frío,
marginados los dos, a la intemperie,
y tú me diste fuego
antes de que encontrara algún mechero
en el caos de mi bolso.
Hablamos lo que hablan por hablar
dos secuaces del humo.
Y después una copa sentados en la barra.
O quizá fueran dos, no lo recuerdo.
Contamos entre risas los fracasos,
con esa libertad con que se cuentan
dos extraños la vida.
No creo en el amor, sentenciaste muy serio
tomándome la cara entre las manos. Yo te dije
que hace ya mucho tiempo que no pienso esas cosas.
Y me besaste como quien no quiere
besar del todo.
Se apagaron las luces un instante,
tenían que cerrar, tú me ofreciste
un segundo cigarro al salir a la calle.
Al quitarme la ropa
también me despojaste de los años,
de la culpa, el dolor, las soledades.
Mi completa memoria se derramó en tu cama.
No creo en el amor, creo que repetiste
cuando estaba en la puerta.
Dame fuego, te dije, que no encuentro el mechero.
Al salir te envolvía una nube de humo.