Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Posidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.
Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Posidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas.
Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
y comprar unas bellas mercancías:
madreperlas, coral, ébano, y ámbar,
y perfumes placenteros de mil clases.
Acude a muchas ciudades del Egipto
para aprender, y aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.
No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ella, jamás habrías partido;
mas no tiene otra cosa que ofrecerte.
Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.
Konstantínos Kaváfis.
domingo, 23 de diciembre de 2007
lunes, 17 de diciembre de 2007
EPÍLOGO
Como las cosas casi nunca son blancas ni negras, a mi también me ataca el famoso espíritu ese, que parece que es que yo me paso la navidad amargada por las perversidades del consumo y despotricando del gasto energético. No, no soy tan talibana. A mí también me gusta reunirme con mis hermanas a rellenar unos pavos con la receta de mi abuela y juntarnos tropecientos, desde mi madre hasta la benjamina Almudena, que este año va a ser un caos con los cuatro nuevos bebés de la familia. Y brindar para que el año próximo estemos todos o más, que siempre hay más. Y también me pongo triste porque ya no está mi padre, con lo que disfrutaba y, sobre todo, porque no está Jaime. Y me lo paso de miedo jugando al trivial y a eso que consiste en adivinar el significado de las palabras más raras del diccionario y cada uno de los chicos dice un disparate más grande. Y a las películas, que nos tronchamos de risa escenificando los títulos.
Yo también voy al Corte Inglés o a los mercadillos de artesanía -soy más de mercadillos- y escojo con cuidado los regalos de mi gente. Y me encanta ir a cenar con esos amigos que no veo casi nunca pero que quiero un huevo. Algún lector de este blog sabe que soy yo quien ha organizado la cena y ha hecho encaje de bolillos para cuadrar las agendas de todos. Y me emociono con Palomita y Marcos poniendo los zapatos a los Reyes, el otro día escribimos la carta. Y todavía se me hace un nudo en la tripa cuando me acuerdo de otra carta que nunca llegó a Oriente; Jaime, con su caligrafía de ocho años, la escribió demasiado pronto, en septiembre, pero yo la encontré en su mochila del cole demasiado tarde: Queridos Reyes, este año no he sido ni malo ni bueno, pero quiero que me traigáis el barco de los airgam boys. Sí, yo también vivo la navidad, como todo el mundo, con sus risas y sus penas. Pero nada de esto cambia ni una coma a todos los topicazos y obviedades tan vulgares que escribí en el anterior post, porque los topicazos es lo que tienen, que casi siempre son verdad.
Por alguna razón que ignoro, vengo observando que este blog provoca algunas reacciones inusitadamente airadas y agresivas. Y no lo entiendo muy bien. A mí, por poner un ejemplo muy evidente, no me gusta Federico Jiménez Losantos y os aseguro que si dejara de hablar por la radio no me enteraría porque no le escucho jamás. Lo mismo me pasa con algunos periódicos y con algunos blogs. Que no sé lo que dicen porque no los leo. Suponiendo que Nani tuviera un blog -que yo no digo que lo tenga- no se me ocurriría entrar para decirle impertinencias del estilo de mira, Nani, bonita, esto te va a doler pero a tu edad ya deberías irte enterando de que los Reyes son los padres, porque creo que está en su derecho a ir levitando por la vida; simplemente no entraría en un blog que -en caso de que existiera- me produciría un bostezo infinito. Sin embargo aquí entran algunas personas que les caigo gorda y les crispan mis opiniones, ya sean de política o de la navidad, pero, erre que erre, me siguen leyendo quién sabe por qué. Me debería dar igual que me llamaran vulgar o lo que me quieran llamar, pero no soy tan dura. Soy demasiado vulnerable -debe ser cosa de una frágil autoestima, me lo tengo que mirar- y, para qué negarlo, me duelen los ataques personales. No por lo que dicen, que tampoco es para tanto, sino por los sentimientos que intuyo detrás de las palabras. Me precio de tener amigos de todas las ideologías, desde falangistas a comunistas, republicanos y monárquicos, ateos y del Opus, rojos, fachas y mediopensionistas, y nunca he desestimado una amistad, ni incluso un amor, por su manera de pensar. Creo que las personas tenemos otros valores más importantes y siempre que no se hagan trampas y se actúe con honestidad, todo el mundo es válido. Pero a mí sí se me ha descalificado por mis ideas o por las opiniones que he expresado aqui. Se me ha llamado vulgar, panfletera, que doy pena y no sé qué más. Y esas cosas son ataques frontales a mi persona y se escriben con mala baba o, por decirlo de una manera más suave, con ganas de fastidiar.
No me apetece escribir escogiendo las palabras con pinzas para no molestar a nadie, porque eso no es escribir ni es nada. Digo lo que pienso o lo que siento en cada momento emocional, pero no creo que ni en los ciento y pico artículos del blog anterior ni en los noventa y tres -noventa y cuatro con éste- del actual haya insultado a ningún lector. Bien es verdad que sois mayoría los que me habéis dado unas muestras de afecto de las que me enorgullezco y os agradeceré siempre, como a los que habéis sacado la cara por mí. Pero tampoco me apetece ser el blanco de un pim-pam-pum ni que mi blog se convierta en un ring dialéctico.
Me gusta escribir, no lo puedo evitar, y escribo para que me lean; por eso puse muchísima ilusión en esta cosa de los blogs, porque era un medio sencillo -y encima gratis- de que mis escritos llegaran a la gente. Pero calculé mal el riesgo.
Feliz año, amigos. Yo me voy. Esta vez no es una rabieta ni un cabreo, es una decisión meditada que quizá se haya acelerado con los comentarios dejados en mi último post. Pensaba terminar el año pero, total, ya casi se ha acabado.
Pinchando en la foto está mi felicitación. Me la ha mandado alguien que me quiere un poco. Suscribo todo lo que dice.
Yo también voy al Corte Inglés o a los mercadillos de artesanía -soy más de mercadillos- y escojo con cuidado los regalos de mi gente. Y me encanta ir a cenar con esos amigos que no veo casi nunca pero que quiero un huevo. Algún lector de este blog sabe que soy yo quien ha organizado la cena y ha hecho encaje de bolillos para cuadrar las agendas de todos. Y me emociono con Palomita y Marcos poniendo los zapatos a los Reyes, el otro día escribimos la carta. Y todavía se me hace un nudo en la tripa cuando me acuerdo de otra carta que nunca llegó a Oriente; Jaime, con su caligrafía de ocho años, la escribió demasiado pronto, en septiembre, pero yo la encontré en su mochila del cole demasiado tarde: Queridos Reyes, este año no he sido ni malo ni bueno, pero quiero que me traigáis el barco de los airgam boys. Sí, yo también vivo la navidad, como todo el mundo, con sus risas y sus penas. Pero nada de esto cambia ni una coma a todos los topicazos y obviedades tan vulgares que escribí en el anterior post, porque los topicazos es lo que tienen, que casi siempre son verdad.
Por alguna razón que ignoro, vengo observando que este blog provoca algunas reacciones inusitadamente airadas y agresivas. Y no lo entiendo muy bien. A mí, por poner un ejemplo muy evidente, no me gusta Federico Jiménez Losantos y os aseguro que si dejara de hablar por la radio no me enteraría porque no le escucho jamás. Lo mismo me pasa con algunos periódicos y con algunos blogs. Que no sé lo que dicen porque no los leo. Suponiendo que Nani tuviera un blog -que yo no digo que lo tenga- no se me ocurriría entrar para decirle impertinencias del estilo de mira, Nani, bonita, esto te va a doler pero a tu edad ya deberías irte enterando de que los Reyes son los padres, porque creo que está en su derecho a ir levitando por la vida; simplemente no entraría en un blog que -en caso de que existiera- me produciría un bostezo infinito. Sin embargo aquí entran algunas personas que les caigo gorda y les crispan mis opiniones, ya sean de política o de la navidad, pero, erre que erre, me siguen leyendo quién sabe por qué. Me debería dar igual que me llamaran vulgar o lo que me quieran llamar, pero no soy tan dura. Soy demasiado vulnerable -debe ser cosa de una frágil autoestima, me lo tengo que mirar- y, para qué negarlo, me duelen los ataques personales. No por lo que dicen, que tampoco es para tanto, sino por los sentimientos que intuyo detrás de las palabras. Me precio de tener amigos de todas las ideologías, desde falangistas a comunistas, republicanos y monárquicos, ateos y del Opus, rojos, fachas y mediopensionistas, y nunca he desestimado una amistad, ni incluso un amor, por su manera de pensar. Creo que las personas tenemos otros valores más importantes y siempre que no se hagan trampas y se actúe con honestidad, todo el mundo es válido. Pero a mí sí se me ha descalificado por mis ideas o por las opiniones que he expresado aqui. Se me ha llamado vulgar, panfletera, que doy pena y no sé qué más. Y esas cosas son ataques frontales a mi persona y se escriben con mala baba o, por decirlo de una manera más suave, con ganas de fastidiar.
No me apetece escribir escogiendo las palabras con pinzas para no molestar a nadie, porque eso no es escribir ni es nada. Digo lo que pienso o lo que siento en cada momento emocional, pero no creo que ni en los ciento y pico artículos del blog anterior ni en los noventa y tres -noventa y cuatro con éste- del actual haya insultado a ningún lector. Bien es verdad que sois mayoría los que me habéis dado unas muestras de afecto de las que me enorgullezco y os agradeceré siempre, como a los que habéis sacado la cara por mí. Pero tampoco me apetece ser el blanco de un pim-pam-pum ni que mi blog se convierta en un ring dialéctico.
Me gusta escribir, no lo puedo evitar, y escribo para que me lean; por eso puse muchísima ilusión en esta cosa de los blogs, porque era un medio sencillo -y encima gratis- de que mis escritos llegaran a la gente. Pero calculé mal el riesgo.
Feliz año, amigos. Yo me voy. Esta vez no es una rabieta ni un cabreo, es una decisión meditada que quizá se haya acelerado con los comentarios dejados en mi último post. Pensaba terminar el año pero, total, ya casi se ha acabado.
Pinchando en la foto está mi felicitación. Me la ha mandado alguien que me quiere un poco. Suscribo todo lo que dice.
* No tengo palabras para agradecer las muestras de afecto que estoy recibiendo via e-mail o teléfono. ¡Sois la leche!
sábado, 15 de diciembre de 2007
TIEMPO DE MENTIRA
El cielo se disfraza de azul purísima para que nos confiemos, pero los termómetros de las paradas del autobús, a las nueve y pico de la mañana, marcan dos grados bajo cero; para mí, en estas condiciones, salir de la cama es una hazaña que roza lo heroico y no digamos poner un pie en la calle.
Ya están entrando esos días tan entrañables en los que nos ponemos como locos a organizarnos la vida de manera que nos quedemos sin un duro en el menor tiempo posible. Las calles de Madrid son un exceso de luces que nos deslumbran, que nos aturden, que nos ciegan para que no miremos hacia el interior de la realidad; ahora toca ser feliz, ya vendrá enero con la rebaja, como si la felicidad dependiera de la pasta que cada uno sea capaz de gastarse. En estos días nos incitan, todavía más de lo habitual, al consumo desaforado; a los niños los encandilan con unos juguetes carísimos que, para colmo, cierran las puertas al más mínimo atisbo de imaginación, que empiezan y acaban en sí mismos, que sólo sirven para mirarlos funcionar ellos solitos y, claro, la ilusión les dura menos que las pilas. Eso sí, aprenden a envidiarse desde la más tierna infancia. A los adultos nos obligan a regalarnos unos a otros mil gilipolleces para demostrarnos que nos queremos, parece que el cariño y la amistad se venden en El Corte Inglés.
Por otra parte, hay que acallar las conciencias enseñándonos la postal de la pobreza. Mil y una ONG's se asoman a la tele para mostrarnos la cara oculta del mundo, los niños prostituidos, los niños trabajadores, las enfermedades de los pobres y así, "por menos de lo que cuesta un café al día" nos podemos comprar el derecho al despilfarro.
Los políticos también ponen su granito de arena en esta descomunal estafa. Con la mirada puesta en el mes de marzo, resulta que to er mundo e güeno y se hacen la foto del bracete. Menos mal que la gente es lista y los dejó casi solos en la concentración del día 4. Espero que cuatro años de mentiras, de manipulaciones, de excesos y de mugre no se borren de la memoria con esta nueva mentira.
También desde la caja tonta nos ofrecen pasta que, con sólo una llamada, aparece en la cuenta corriente y las familias se endeudan hasta la asfixia mientras los beneficios de la banca engordan hasta el infinito.
Al mismo tiempo que nos abruman con el cambio climático, derrochan energía a manos llenas cubriendo las ciudades con millones de bombillas desde un mes antes de las fiestas; nos anuncian sistemas de calefacción que permiten estar en casa en pelotas en el mes de enero y refrigeraciones que obligan a ponerse una chaquetita en verano. No hay agua, pero el gobierno ¿socialista? de Aragón va a trasladar Las Vegas al desierto de los Monegros, una fastuosa macrohorterada que en el 2015 habrá traído veinticinco millones de turistas, más de la mitad de la población española.
En fin, que me ha salido un post raro, deslavazado y bastante triste.
Ya están entrando esos días tan entrañables en los que nos ponemos como locos a organizarnos la vida de manera que nos quedemos sin un duro en el menor tiempo posible. Las calles de Madrid son un exceso de luces que nos deslumbran, que nos aturden, que nos ciegan para que no miremos hacia el interior de la realidad; ahora toca ser feliz, ya vendrá enero con la rebaja, como si la felicidad dependiera de la pasta que cada uno sea capaz de gastarse. En estos días nos incitan, todavía más de lo habitual, al consumo desaforado; a los niños los encandilan con unos juguetes carísimos que, para colmo, cierran las puertas al más mínimo atisbo de imaginación, que empiezan y acaban en sí mismos, que sólo sirven para mirarlos funcionar ellos solitos y, claro, la ilusión les dura menos que las pilas. Eso sí, aprenden a envidiarse desde la más tierna infancia. A los adultos nos obligan a regalarnos unos a otros mil gilipolleces para demostrarnos que nos queremos, parece que el cariño y la amistad se venden en El Corte Inglés.
Por otra parte, hay que acallar las conciencias enseñándonos la postal de la pobreza. Mil y una ONG's se asoman a la tele para mostrarnos la cara oculta del mundo, los niños prostituidos, los niños trabajadores, las enfermedades de los pobres y así, "por menos de lo que cuesta un café al día" nos podemos comprar el derecho al despilfarro.
Los políticos también ponen su granito de arena en esta descomunal estafa. Con la mirada puesta en el mes de marzo, resulta que to er mundo e güeno y se hacen la foto del bracete. Menos mal que la gente es lista y los dejó casi solos en la concentración del día 4. Espero que cuatro años de mentiras, de manipulaciones, de excesos y de mugre no se borren de la memoria con esta nueva mentira.
También desde la caja tonta nos ofrecen pasta que, con sólo una llamada, aparece en la cuenta corriente y las familias se endeudan hasta la asfixia mientras los beneficios de la banca engordan hasta el infinito.
Al mismo tiempo que nos abruman con el cambio climático, derrochan energía a manos llenas cubriendo las ciudades con millones de bombillas desde un mes antes de las fiestas; nos anuncian sistemas de calefacción que permiten estar en casa en pelotas en el mes de enero y refrigeraciones que obligan a ponerse una chaquetita en verano. No hay agua, pero el gobierno ¿socialista? de Aragón va a trasladar Las Vegas al desierto de los Monegros, una fastuosa macrohorterada que en el 2015 habrá traído veinticinco millones de turistas, más de la mitad de la población española.
En fin, que me ha salido un post raro, deslavazado y bastante triste.
lunes, 10 de diciembre de 2007
DÍAS ANDALUCES
Han sido días de vino y rosas, de escaqueo de la realidad y de mucha calma; de risas, de confidencias, de algún momento fronterizo entre la incertidumbre y el desasosiego, apoyada en Lola, sermoneada por Lola, consolada por Lola. ¡Lo que me ha aguantado Lola! La terraza de Lola ha sido el escenario de unos desayunos de lujo, largos y lentos, en pijama y con gafas oscuras para poder soportar el derroche de luz mediterránea que cada mañana nos cegaba los ojos y nos calentaba el alma. Días sin prisa, de mucha conversación y de afianzar una amistad relativamente joven -quince años no es nada en las edades que manejamos- pero cada día más profunda. Desde lo más alto de Carboneras he mirado a la ballena desperezarse por la mañana y acostarse temprano por la tarde, porque a las seis caía la noche de repente y parecía que se protegía del relente arrebujándose en un manto negro adornado con luces, para volver a surgir en todo su esplendor de amanecida, ribeteada de espuma, como una reina en medio de un mar plateado.
Esta ballena también me ha acompañado y también me ha tenido que aguantar algunas neuras con infinita paciencia. La mañana del lunes me senté sola en un banco del paseo marítimo, rumiando palabras como piedras, palabras como balas, palabras como caricias, palabras como cuerpos. Y quería tirar al mar todas las palabras que me hacían daño. Entonces hice un pacto de silencio con la ballena y le juré no decir nunca más lo que siento, quedarme callada eternamente para que mis palabras no se volvieran contra mí como un boomerang, golpeándome en ese lugar oscuro donde nace la rabia y el orgullo más destructivo. Ella me escuchaba con la indiferencia del que todo lo sabe porque lleva la vida entera escuchando tonterías. Y le hice una foto más, esta vez adornada con palmera.
Afortunadamente, mis neuras las interrumpió un senegalés que se acercó a pedirme un pitillo. Y no sé si además del pitillo me estaba pidiendo también un poco de compañía, el caso es que se quedó allí contándome que había llegado en patera a Fuerteventura hacía año y medio y que ahora se iba a Jaén a recoger la aceituna. Me cayó muy bien, básicamente porque me quitó doce años de una tacada, pues a los dos minutos me estaba preguntando la edad. Yo le dije que muchos, así sin concretar, y él, ya digo, me rebajó doce de un plumazo, con lo que no tuve más remedio que regalarle el paquete de tabaco entero y decirle que se sentara en el banco. También me preguntó mi nombre y se quedó repitiéndolo mil veces, como una salmodia. Luego me dijo que la edad no importa; según para qué, pensé yo, pero no se lo dije; para conseguir papeles cualquier edad es buena. Llegaron otros dos compatriotas, uno de los cuales estaba como para perder los papeles, empapelarle en celofán y llevárselo a casa, perdonad la frivolidad. Yo cogí mis bolsas y me fuí, y cuando se lo conté a Lola me regañó mucho porque dice que no se puede ir por la vida ligando con senegaleses. Ojalá le haya ido bien con la aceituna. Ojalá consiga papeles y ojalá se cumplan sus sueños.
En mi anterior viaje a Carboneras os hablé de una casa muy curiosa que hay en el paseo marítimo, llena de leyendas en las paredes que proclaman una filosofía anticonsumista y en contra de esta absurda vida que llevamos y que me quedé con las ganas de conocer al personaje que la habitaba. Pues esta vez le hemos conocido, hemos visitado la casa por dentro, nos ha enseñado sus fotos y nos ha dado un master de austeridad por el morro. Es un anciano italiano, con unos ojos azules llenos de recuerdos, que se afincó allí en el sesenta, cuando no existía ninguna otra casa sobre lo que entonces era pura playa virgen; la casa más antigua de Carboneras, nos enseñó fotos que lo atestiguan. Actualmente es una mezcla de castillo de Drácula y casa ocupa -lo de castillo de Drácula lo digo porque hice una foto al espejo, poniéndome delante, y no salgo en él, no sé si me volví vampira por un momento- dónde guarda los objetos más insospechados, desde una olla exprés del siglo XVI, a unos garrafones vestidos con prendas íntimas femeninas. Es un artista multidisciplinar como Leonardo, que lo mismo pone bragas a una botella, que talla una escultura en un leño, que escribe un poema, que pinta un mural erótico. Nos enseñó fotos de un cementerio a cielo abierto que había encontrado en no sé qué desierto de la zona, donde los niños jugaban al fútbol con los cráneos cadavéricos. Nosotras, que somos unas cursis de mierda, estábamos estremecidas, pero a él le parecía muy "simpático", es el calificativo que utilizó para definirlo.
Después de esta experiencia tan intensa no nos quedaba más opción que emborracharnos, así que nos fuimos a Juan Mariano a ponernos hasta ahí mismo de vinito blanco de Rueda con atún a la plancha, tortilla de cebolletas y calamares, vacilando con Saíd, el camarero marroquí que tiene más peligro que un saco de bombas. Siesta en el sofá y hacer el jersey de Marcos por la tarde, en un ambiente de velas y sahumerios, que Lola es muy oriental. Al anochecer una vuelta, unas cañitas y a casa. Lola se ha hecho amiga de todo el pueblo, desde la ecuatoriana del locutorio hasta el camarero Saíd, pasando por el chino del bazar y el pescador del puerto. Esta mujer sabe defenderse de la soledad y dentro de un año será la reina de Carboneras. Así hasta el jueves y el viernes por la mañana me fuí.
Volví por la carretera de Andalucía y cada cartel era a la vez una promesa y un recuerdo. Me han dicho que en Granada las callejas del Albaicín suben hasta el séptimo cielo y todavía un poco más arriba. Me han dicho que el sol fuma porros refugiado en un rincón donde hay un bareto hippy. Me han dicho que la Alhambra entre brumas invade el corazón de una humedad cálida. Todo eso me han dicho de Granada. Y una gitana me anunció una vez que, aunque yo había sufrido mucho -era lista, la tía- iba a encontrar un hombre de durse que me haría feliz para siempre. Me costó cinco euros que me dijera esas cosas y yo creo que no me va a engañar, pero no me dijo cuándo; como tarde mucho se me pasa el arroz.
Esta ballena también me ha acompañado y también me ha tenido que aguantar algunas neuras con infinita paciencia. La mañana del lunes me senté sola en un banco del paseo marítimo, rumiando palabras como piedras, palabras como balas, palabras como caricias, palabras como cuerpos. Y quería tirar al mar todas las palabras que me hacían daño. Entonces hice un pacto de silencio con la ballena y le juré no decir nunca más lo que siento, quedarme callada eternamente para que mis palabras no se volvieran contra mí como un boomerang, golpeándome en ese lugar oscuro donde nace la rabia y el orgullo más destructivo. Ella me escuchaba con la indiferencia del que todo lo sabe porque lleva la vida entera escuchando tonterías. Y le hice una foto más, esta vez adornada con palmera.
Afortunadamente, mis neuras las interrumpió un senegalés que se acercó a pedirme un pitillo. Y no sé si además del pitillo me estaba pidiendo también un poco de compañía, el caso es que se quedó allí contándome que había llegado en patera a Fuerteventura hacía año y medio y que ahora se iba a Jaén a recoger la aceituna. Me cayó muy bien, básicamente porque me quitó doce años de una tacada, pues a los dos minutos me estaba preguntando la edad. Yo le dije que muchos, así sin concretar, y él, ya digo, me rebajó doce de un plumazo, con lo que no tuve más remedio que regalarle el paquete de tabaco entero y decirle que se sentara en el banco. También me preguntó mi nombre y se quedó repitiéndolo mil veces, como una salmodia. Luego me dijo que la edad no importa; según para qué, pensé yo, pero no se lo dije; para conseguir papeles cualquier edad es buena. Llegaron otros dos compatriotas, uno de los cuales estaba como para perder los papeles, empapelarle en celofán y llevárselo a casa, perdonad la frivolidad. Yo cogí mis bolsas y me fuí, y cuando se lo conté a Lola me regañó mucho porque dice que no se puede ir por la vida ligando con senegaleses. Ojalá le haya ido bien con la aceituna. Ojalá consiga papeles y ojalá se cumplan sus sueños.
En mi anterior viaje a Carboneras os hablé de una casa muy curiosa que hay en el paseo marítimo, llena de leyendas en las paredes que proclaman una filosofía anticonsumista y en contra de esta absurda vida que llevamos y que me quedé con las ganas de conocer al personaje que la habitaba. Pues esta vez le hemos conocido, hemos visitado la casa por dentro, nos ha enseñado sus fotos y nos ha dado un master de austeridad por el morro. Es un anciano italiano, con unos ojos azules llenos de recuerdos, que se afincó allí en el sesenta, cuando no existía ninguna otra casa sobre lo que entonces era pura playa virgen; la casa más antigua de Carboneras, nos enseñó fotos que lo atestiguan. Actualmente es una mezcla de castillo de Drácula y casa ocupa -lo de castillo de Drácula lo digo porque hice una foto al espejo, poniéndome delante, y no salgo en él, no sé si me volví vampira por un momento- dónde guarda los objetos más insospechados, desde una olla exprés del siglo XVI, a unos garrafones vestidos con prendas íntimas femeninas. Es un artista multidisciplinar como Leonardo, que lo mismo pone bragas a una botella, que talla una escultura en un leño, que escribe un poema, que pinta un mural erótico. Nos enseñó fotos de un cementerio a cielo abierto que había encontrado en no sé qué desierto de la zona, donde los niños jugaban al fútbol con los cráneos cadavéricos. Nosotras, que somos unas cursis de mierda, estábamos estremecidas, pero a él le parecía muy "simpático", es el calificativo que utilizó para definirlo.
Después de esta experiencia tan intensa no nos quedaba más opción que emborracharnos, así que nos fuimos a Juan Mariano a ponernos hasta ahí mismo de vinito blanco de Rueda con atún a la plancha, tortilla de cebolletas y calamares, vacilando con Saíd, el camarero marroquí que tiene más peligro que un saco de bombas. Siesta en el sofá y hacer el jersey de Marcos por la tarde, en un ambiente de velas y sahumerios, que Lola es muy oriental. Al anochecer una vuelta, unas cañitas y a casa. Lola se ha hecho amiga de todo el pueblo, desde la ecuatoriana del locutorio hasta el camarero Saíd, pasando por el chino del bazar y el pescador del puerto. Esta mujer sabe defenderse de la soledad y dentro de un año será la reina de Carboneras. Así hasta el jueves y el viernes por la mañana me fuí.
Volví por la carretera de Andalucía y cada cartel era a la vez una promesa y un recuerdo. Me han dicho que en Granada las callejas del Albaicín suben hasta el séptimo cielo y todavía un poco más arriba. Me han dicho que el sol fuma porros refugiado en un rincón donde hay un bareto hippy. Me han dicho que la Alhambra entre brumas invade el corazón de una humedad cálida. Todo eso me han dicho de Granada. Y una gitana me anunció una vez que, aunque yo había sufrido mucho -era lista, la tía- iba a encontrar un hombre de durse que me haría feliz para siempre. Me costó cinco euros que me dijera esas cosas y yo creo que no me va a engañar, pero no me dijo cuándo; como tarde mucho se me pasa el arroz.
lunes, 26 de noviembre de 2007
MASOQUISMO
El sábado me tocó trabajar, bueno no exactamente. Me tocaba estar en la oficina perdiendo el tiempo o ganándolo, no sé, y la mañana transcurrió lenta y perezosa. Me llevé un libro para leer pero no leí una sola línea y me compré el periódico pero no lo abrí. Tenia una desgana tristona y apática y, al mismo tiempo, una emotividad absurda y fuera de lugar que en cuanto bajaba la guardia, hacía que se me acumularan demasiadas cosas a la altura del estómago y se me agolparan las lágrimas. Me lo voy a tener que mirar.
Paseé por la blogosfera buscando yo qué se qué, seguramente compañía. Aprender de la sabiduría escéptica de Aguamarga, informarme con el seguimiento de la vida que hace Deyanira y acompañarla en su dolor y su rabia. Me he acordado de ella con la decepción que me ha producido el Juez Gómez Bermúdez por lo que le toca en las ganancias -gananciales- que va a reportar el vergonzoso libro de su mujer. No lo he leído ni pienso, pero me da igual. Me parece una impudicia que sea ella y en este momento preciso la que publique ese libro. Ojalá no venda ni un puto ejemplar, pero no caerá esa breva. ¿Hasta qué punto se ha perdido la vergüenza?
Relajarme con la suavidad de Sherpa e identificarme con la visión realista de las cosas que tiene Ybrim. Animarme con el buen rollo de Gary y reírme y asombrarme con el ingenio y la gracia repajolera de Elefancia.
Pero a todos menos a Gary os encontré detenidos en el tiempo. Luego Elefancia nos dió la gran noticia y Deyanira nos ha transcrito un artículo sobre la politización de las víctimas. Siete manifas de la AVT, siete. Ni un grito contra ETA, todos contra ZP. Ya es que me canso de repetir lo obvio. Todo el mundo sabe, y ellos más que nadie que esto es artificial. En la legislatura que menos víctimas y más detenciones ha habido, es cuando se hacen más manifestaciones. Si matan, mal. Si no matan también mal porque el gobierno pacta. Ya no me producen ni siquiera indignación, sólo un hastío infinito ¿A qué viene esto ahora? Es todo tan evidente...
Por alguna razón que se me escapa, la blogosfera languidece; Gary nos pone unos videos preciosos de una actuación de su banda que ha ganado un premio y sin embargo su post obtiene un eco escaso; Elefancia nos cuenta que ha sido tía y, en un grito de júbilo, prolonga hasta el infinito la última vocal de su nueva condición, pero no encuentro las felicitaciones y las enhorabuenas de sus incondicionales. Lo que digo, el corazón colectivo está perdiendo latido; quizá es que ha llegado el momento de volvernos cada uno hacia nuestro propio disco duro, en un ejercicio de onanismo. Yo no sé el vuestro, pero el mío, mi disco duro, no me dice ni oste ni moste; le dá lo mismo que hable del Rey o de Chavez, de ZP o de Ansar; de amor, de política, de soledad, de penas o de dichas. Se limita a guardar todo en una carpeta que se llama "cosas mías", pero ni siente ni padece. Tiene la ventaja, eso sí, de que no me juzga ni cuenta nada a nadie, por lo que me puedo permitir el lujo de largar más libremente, de llamar al pan, pan y al vino, vino, y de poner nombre y apellidos a mis emociones, a las buenas y a las malas. Pero eso ¿para qué sirve? Hace mucho tiempo que perdí aquel diario de piel verde que escribía de pequeña; además, creo que siempre abrigué la esperanza de que alguien rompiera el candado. Esto es una ventana abierta, pero no al campo sino a un patio de vecinos y si los vecinos cerramos las persianas y no nos hacemos caso, a ver a quién le vamos a pedir la sal o el perejil, cuando nos haga falta darle un poco de gracia al guiso cotidiano de la vida.
Paseé por la blogosfera buscando yo qué se qué, seguramente compañía. Aprender de la sabiduría escéptica de Aguamarga, informarme con el seguimiento de la vida que hace Deyanira y acompañarla en su dolor y su rabia. Me he acordado de ella con la decepción que me ha producido el Juez Gómez Bermúdez por lo que le toca en las ganancias -gananciales- que va a reportar el vergonzoso libro de su mujer. No lo he leído ni pienso, pero me da igual. Me parece una impudicia que sea ella y en este momento preciso la que publique ese libro. Ojalá no venda ni un puto ejemplar, pero no caerá esa breva. ¿Hasta qué punto se ha perdido la vergüenza?
Relajarme con la suavidad de Sherpa e identificarme con la visión realista de las cosas que tiene Ybrim. Animarme con el buen rollo de Gary y reírme y asombrarme con el ingenio y la gracia repajolera de Elefancia.
Pero a todos menos a Gary os encontré detenidos en el tiempo. Luego Elefancia nos dió la gran noticia y Deyanira nos ha transcrito un artículo sobre la politización de las víctimas. Siete manifas de la AVT, siete. Ni un grito contra ETA, todos contra ZP. Ya es que me canso de repetir lo obvio. Todo el mundo sabe, y ellos más que nadie que esto es artificial. En la legislatura que menos víctimas y más detenciones ha habido, es cuando se hacen más manifestaciones. Si matan, mal. Si no matan también mal porque el gobierno pacta. Ya no me producen ni siquiera indignación, sólo un hastío infinito ¿A qué viene esto ahora? Es todo tan evidente...
Por alguna razón que se me escapa, la blogosfera languidece; Gary nos pone unos videos preciosos de una actuación de su banda que ha ganado un premio y sin embargo su post obtiene un eco escaso; Elefancia nos cuenta que ha sido tía y, en un grito de júbilo, prolonga hasta el infinito la última vocal de su nueva condición, pero no encuentro las felicitaciones y las enhorabuenas de sus incondicionales. Lo que digo, el corazón colectivo está perdiendo latido; quizá es que ha llegado el momento de volvernos cada uno hacia nuestro propio disco duro, en un ejercicio de onanismo. Yo no sé el vuestro, pero el mío, mi disco duro, no me dice ni oste ni moste; le dá lo mismo que hable del Rey o de Chavez, de ZP o de Ansar; de amor, de política, de soledad, de penas o de dichas. Se limita a guardar todo en una carpeta que se llama "cosas mías", pero ni siente ni padece. Tiene la ventaja, eso sí, de que no me juzga ni cuenta nada a nadie, por lo que me puedo permitir el lujo de largar más libremente, de llamar al pan, pan y al vino, vino, y de poner nombre y apellidos a mis emociones, a las buenas y a las malas. Pero eso ¿para qué sirve? Hace mucho tiempo que perdí aquel diario de piel verde que escribía de pequeña; además, creo que siempre abrigué la esperanza de que alguien rompiera el candado. Esto es una ventana abierta, pero no al campo sino a un patio de vecinos y si los vecinos cerramos las persianas y no nos hacemos caso, a ver a quién le vamos a pedir la sal o el perejil, cuando nos haga falta darle un poco de gracia al guiso cotidiano de la vida.
Así que yo aquí sigo. Seguramente tengo algo de masoquista y, como con la cafetera de Carelman, vierto sobre mi propia mano el café hirviendo. Quizá algún vecino guarde en su botiquín una pomada milagrosa.
viernes, 23 de noviembre de 2007
¿POR QUÉ NOS QUEREMOS?
Muchas veces me pregunto cuáles son las claves que determinan por qué queremos a algunas personas y otras pasan por nuestra vida sin rompernos ni mancharnos y esta es la fecha en que no he encontrado una respuesta. No depende de ningún factor adquirido, como puedan ser las vivencias en común o el hecho de compartir tal o cual ideología. No depende de la antigüedad en la relación ni siquiera de la frecuencia. Es algo inconcreto de uno mismo que algunas veces vemos repetido en otra mirada. Y cuando se da esa extraña conjunción, cuando encontramos una de esas pupilas en las que nos vemos vivos -Sabina dixit- nos quedamos enganchados para siempre.
Ocurre sin embargo que, como estamos hechos de materiales emocionales -y físicos- muy diversos, las carencias a veces se confunden o se mezclan y nuestro reflejo en el otro también se hace un lío; entonces corremos el riesgo de intentar llenar un vacío con la materia equivocada. Vamos, que igual aplicamos al corazón el tratamiento indicado para el bajo vientre o viceversa. Por eso lo mejor es encontrar un medicamento de amplio espectro que alivie al mismo tiempo las dolencias del cuerpo y las del alma.
Pero no me quería centrar en las relaciones de pareja -no sé en qué estaría yo pensando- sino que me preguntaba por qué determinadas personas, sean del sexo que sean, con las que en algún momento tuvimos una relación incluso estrecha, se pierden en el abismo de la memoria y en cambio otras con las que a lo mejor sólo hemos tenido un trato aparentemente superficial, se quedan grabadas a fuego en nuestro recuerdo. Yo creo que es porque alguna vez se dió un instante mágico en el que nos vimos reflejados en sus ojos. Quizá entonces mirásemos para otro lado, pero algo nos dijo que en esa mirada fugaz había mucha tela que cortar.
También puede ocurrir que ambos intuyeran la cantidad de metros de tela que tenían para cortar entre los dos, pero la vida se encargara de que nunca la cortasen juntos; y eso es fatal. El Flaco nos tiene dicho que los besos que no damos nos calan hasta los huesos y, lo que es peor, se nos instala para siempre una nube de arena dentro del corazón.
Ocurre sin embargo que, como estamos hechos de materiales emocionales -y físicos- muy diversos, las carencias a veces se confunden o se mezclan y nuestro reflejo en el otro también se hace un lío; entonces corremos el riesgo de intentar llenar un vacío con la materia equivocada. Vamos, que igual aplicamos al corazón el tratamiento indicado para el bajo vientre o viceversa. Por eso lo mejor es encontrar un medicamento de amplio espectro que alivie al mismo tiempo las dolencias del cuerpo y las del alma.
Pero no me quería centrar en las relaciones de pareja -no sé en qué estaría yo pensando- sino que me preguntaba por qué determinadas personas, sean del sexo que sean, con las que en algún momento tuvimos una relación incluso estrecha, se pierden en el abismo de la memoria y en cambio otras con las que a lo mejor sólo hemos tenido un trato aparentemente superficial, se quedan grabadas a fuego en nuestro recuerdo. Yo creo que es porque alguna vez se dió un instante mágico en el que nos vimos reflejados en sus ojos. Quizá entonces mirásemos para otro lado, pero algo nos dijo que en esa mirada fugaz había mucha tela que cortar.
También puede ocurrir que ambos intuyeran la cantidad de metros de tela que tenían para cortar entre los dos, pero la vida se encargara de que nunca la cortasen juntos; y eso es fatal. El Flaco nos tiene dicho que los besos que no damos nos calan hasta los huesos y, lo que es peor, se nos instala para siempre una nube de arena dentro del corazón.
martes, 20 de noviembre de 2007
GÉLIDO LUNES
Parece que esto va en serio. Ayer por la noche les crecieron barbas de hielo a los leones de la Cibeles y se les ha puesto una cara muy triste. Los otros, los del Congreso, son más aguerridos y más fieros -algo se les ha debido pegar de sus señorías- pero estos nos dan la patita como dos perrillos viejos y caseros y parece que están hartos de pasar calamidades en su eterna travesía de piedra. El cielo era del mismo color que el Palacio de Correos, y a través de los ojos de la Puerta de Alcalá sólo se veía un fondo monocromo en gris plomizo. El domingo todavía reinaba en el ambiente una policromía de contrastes, con un cielo azul limpísimo enmarcando los árboles pintados de amarillo pero ayer, por si el día no tuviera suficiente, ya de por sí, con su condición de lunes, se nos echó encima un Madrid húmedo y frío, en blanco y negro como un reportaje del NO-DO. Un amenazador presagio del interminable invierno.
Sin embargo los semáforos de la Castellana estaban de buen rollo y me enseñaban una sonrisa redonda y verde. Pensé que tenían razón, que hacían bien en resistirse a la tristeza y que, a pesar de todo, la primavera es posible. No voy a decir eso de que volverá a reír, aunque estaría muy bien traído siendo hoy el día que es. ¡Ay zeñó y qué frío han debido pasar estos chicos en mangas de camisa -azul, off course- caminando hasta Cuelgamuros con la corona de laurel a cuestas!
Yo, en cambio, calentita en mi casa haciendo un jersey a Marcos con las lanas que compré aquel día en la mercería, ya va para dos meses. En un alarde de egoísmo, he decidido tomarme un receso de nietos, madre y demás andanzas y quedarme saboreando despacito una soledad cálida y silenciosa, confortable y placentera. Una soledad que no es soledad ni es nada. Es un tiempo para pensar a ritmo lento, viendo llover por la ventana y sintiendo que soy afortunada.
Sin embargo los semáforos de la Castellana estaban de buen rollo y me enseñaban una sonrisa redonda y verde. Pensé que tenían razón, que hacían bien en resistirse a la tristeza y que, a pesar de todo, la primavera es posible. No voy a decir eso de que volverá a reír, aunque estaría muy bien traído siendo hoy el día que es. ¡Ay zeñó y qué frío han debido pasar estos chicos en mangas de camisa -azul, off course- caminando hasta Cuelgamuros con la corona de laurel a cuestas!
Yo, en cambio, calentita en mi casa haciendo un jersey a Marcos con las lanas que compré aquel día en la mercería, ya va para dos meses. En un alarde de egoísmo, he decidido tomarme un receso de nietos, madre y demás andanzas y quedarme saboreando despacito una soledad cálida y silenciosa, confortable y placentera. Una soledad que no es soledad ni es nada. Es un tiempo para pensar a ritmo lento, viendo llover por la ventana y sintiendo que soy afortunada.
Porque a veces la soledad no está tan sola.
domingo, 18 de noviembre de 2007
ANOCHECER
Ya no sonaba la voz de Norah Jones. Esta vez no fue un insolente sol el que como un ladrón entró por la ventana, sino que fue la noche la que entró a saco para ponerme delante de la realidad justo ahora, cuando más desprotegida estaba, despojada de defensas, inerme ante el tiempo infinito.
Estoy tan harta de que me digan eso de es que tú eres muy fuerte, estoy tan harta de ser tan fuerte que es un lujazo que alguien adivine mis miserias y poder quedarme en cueros vivos; con las debilidades a la intemperie y la fragilidad expuesta a cualquier viento. Y es curioso que sea en el entorno fugaz de lo ilusorio donde una pueda mostrar su parte más real, pero quizá también más escondida. Arrancarse las etiquetas que le han puesto los demás y que tal vez le obligan demasiado a enfundarse en el traje de dureza que le sienta tan bien, para no defraudar al respetable; al fin y al cabo, una tiene su prestigio.
Es tan gratificante cruzarse en el camino con quien poder permitirse el lujo de ser débil, quitarse las corazas y dejar que se aireen los puntos vulnerables...
Quité la mesa y eché a lavar el mantel de punto de cruz. La botella de vino estaba vacía y la casa también. La noche y la realidad me cayeron juntas encima; de golpe y porrazo.
Estoy tan harta de que me digan eso de es que tú eres muy fuerte, estoy tan harta de ser tan fuerte que es un lujazo que alguien adivine mis miserias y poder quedarme en cueros vivos; con las debilidades a la intemperie y la fragilidad expuesta a cualquier viento. Y es curioso que sea en el entorno fugaz de lo ilusorio donde una pueda mostrar su parte más real, pero quizá también más escondida. Arrancarse las etiquetas que le han puesto los demás y que tal vez le obligan demasiado a enfundarse en el traje de dureza que le sienta tan bien, para no defraudar al respetable; al fin y al cabo, una tiene su prestigio.
Es tan gratificante cruzarse en el camino con quien poder permitirse el lujo de ser débil, quitarse las corazas y dejar que se aireen los puntos vulnerables...
Quité la mesa y eché a lavar el mantel de punto de cruz. La botella de vino estaba vacía y la casa también. La noche y la realidad me cayeron juntas encima; de golpe y porrazo.
jueves, 15 de noviembre de 2007
¡POR QUÉ NO TE CALLAS!
Pues confieso que a mí, en el primer momento también me hizo gracia esa salida tan castiza, como de bar de barrio, en la mejor tradición borbónica; pero eso no quita que haya sido una clamorosa metedura de la real gamba y un error diplomático monumental. Yo, perdonad mi ignorancia, pero desde que hace mucho tiempo dejé de creer en los magos de oriente, no sé muy bien para qué sirven los reyes; me parece una cosa antigua y poco funcional tal como están concebidos actualmente. Antes era otra cosa; eran reyes de verdad, que iban a la guerra a caballo y mandaban mucho; pero esto es un quiero y no puedo que no viene a cuento. Y tampoco sé muy bien por qué fueron dos mandamases a la famosa cumbre, si todos los demás paises se conforman con uno. ¿Es que somos los más chulos o qué? Si con nuestro ZP y su proverbial talante habíamos ido sobraos.
Y el pobre señor rey -que diría Chavez- que le tenemos muy tenso últimamente, con tanta quema de fotos, tanta caricatura del niño haciendo cosas feas y tanto Marichalar, pues saltó como un plebeyo cualquiera. Y todo porque ZP estaba defendiendo a Ansar, después de las veces que él ha ido por ahí poniéndo a parir a ZP en particular y al gobierno de su país en general sin que nadie le diga ¡por qué no te callas!
Y ahora encima se hacen amigos. Esto no es serio, oyes. Una cosa es rebajar la crispación y otra irse juntos de cañas. Por ahí no paso.
domingo, 11 de noviembre de 2007
CHARLAS, SILENCIOS, HUMO
La plaza de Cascorro en un sábado de otoño, vacía de los tenderetes del Rastro, es un lugar apacible y castizo donde pasear sin prisas y comerse unos caracoles charlando con Amadeo que, al mismo tiempo que nos enseña a mojar pan, nos recuerda que en la vida, a pesar de internet, la gente sigue riendo y llorando. Estas y otras cosas cuenta Amadeo a la clientela mientras vigila si se aplica a mojar pan convenientemente. La Cava Baja es un bullir de gentes inclasificables, todas con aire despreocupado como si no existieran los bancos, ni las hipotecas, ni los tipos de interés, ni la vejez, ni la política, ni el desamor. Parece que todo el mundo es moderadamente feliz, incluso muy feliz. Este puente de la Almudena los madrileños se han quedado aquí, para sacar el corazón al solecito de noviembre. Yo también tengo el alma predispuesta a recibir el calorcito que viene de fuera y a dejar salir el que me nace dentro. A ratos me duele la piel de tan sensible, con un dolor tan dulce que quizá sea una caricia. A ratos me siento tan importante que me creo que alguien ha colocado la cúpula de San Francisco el Grande recortándose contra el cielo sólo para que yo la mire.
Anochece muy temprano y las tardes son largas y lentas. Hay tiempo para hablar, para mirar hacia atrás sin nostalgia y revisar sin dolor el álbum de fotos de la vida. Y para compartir silencios descubriendo la poesía de Atahualpa Yupanqui, que me cuenta cómo la tarde arrejunta los cobres sobre los campos y cómo un jinete de sombras se lleva en ancas a esa misma tarde para vivir su romance sobre un poncho de misterio. Las letras mil veces escuchadas, suenan como nuevas en mis oídos y aunque nunca he tenido un alazán al que llorar me estremezco como si fuera mío, mientras fumo despacio jugando con el humo.
Y es que es una gran suerte que en otoño se caigan todas las hojas secas del corazón y escuchar cómo suenan al pisarlas. Es una gran suerte que se queden desnudas las ramas del alma, y en vez de morirse triste, hacer flores de las penas, como el aromo que nació en el rajón de una piedra.
Yo no sé si antes ya existía Amadeo, el de los caracoles y la filosofía, y la Cava Baja, y Atahualpa Yupanqui o si alguien los ha traído este otoño para que yo los vuelva a descubrir.
Anochece muy temprano y las tardes son largas y lentas. Hay tiempo para hablar, para mirar hacia atrás sin nostalgia y revisar sin dolor el álbum de fotos de la vida. Y para compartir silencios descubriendo la poesía de Atahualpa Yupanqui, que me cuenta cómo la tarde arrejunta los cobres sobre los campos y cómo un jinete de sombras se lleva en ancas a esa misma tarde para vivir su romance sobre un poncho de misterio. Las letras mil veces escuchadas, suenan como nuevas en mis oídos y aunque nunca he tenido un alazán al que llorar me estremezco como si fuera mío, mientras fumo despacio jugando con el humo.
Y es que es una gran suerte que en otoño se caigan todas las hojas secas del corazón y escuchar cómo suenan al pisarlas. Es una gran suerte que se queden desnudas las ramas del alma, y en vez de morirse triste, hacer flores de las penas, como el aromo que nació en el rajón de una piedra.
Yo no sé si antes ya existía Amadeo, el de los caracoles y la filosofía, y la Cava Baja, y Atahualpa Yupanqui o si alguien los ha traído este otoño para que yo los vuelva a descubrir.
jueves, 8 de noviembre de 2007
ESPEJOS Y ESPEJISMOS
“HAY QUE BUSCAR CON LA ESPERANZA DE NO ENCONTRARLO TODO. HAY SIEMPRE QUE PARARSE A DOS JORNADAS DE LA FELICIDAD. HAY QUE TENDER AL INFINITO, ESTAR A PUNTO DE LLEGAR PERO NO LLEGAR NUNCA” (Aquilino Duque)
Hay días en que parece que se estrena la vida -ahora que el mundo está recién pintado- y ya no se recuerdan los malos recuerdos. Días en que el espejo me devuelve una imagen distinta de lo que soy, mucho más joven, mucho más guapa, mucho más feliz. Porque el espejo no es un espejo, sino un espejismo que todo lo transforma y lo embellece, que alisa la piel y borra las tristezas. Que enciende los ojos con un brillo cálido y hasta el despertador suena de otra manera.
Me pregunto qué será más verdad, si lo que me dice el espejo o lo que me enseña el espejismo. Me lo pregunto y no sé si me importa, porque estoy cansada de tanta realidad. Corro hacia un espejismo de sosiego donde cerrar los ojos y dejarme llevar, sabiendo que quizá se desvanezca cuando llegue.
A lo mejor es verdad que hay que quedarse a dos jornadas. No llegar nunca, nunca...Y así siempre tender al infinito. Infinito ¡Menuda palabra!
Hay días en que parece que se estrena la vida -ahora que el mundo está recién pintado- y ya no se recuerdan los malos recuerdos. Días en que el espejo me devuelve una imagen distinta de lo que soy, mucho más joven, mucho más guapa, mucho más feliz. Porque el espejo no es un espejo, sino un espejismo que todo lo transforma y lo embellece, que alisa la piel y borra las tristezas. Que enciende los ojos con un brillo cálido y hasta el despertador suena de otra manera.
Me pregunto qué será más verdad, si lo que me dice el espejo o lo que me enseña el espejismo. Me lo pregunto y no sé si me importa, porque estoy cansada de tanta realidad. Corro hacia un espejismo de sosiego donde cerrar los ojos y dejarme llevar, sabiendo que quizá se desvanezca cuando llegue.
A lo mejor es verdad que hay que quedarse a dos jornadas. No llegar nunca, nunca...Y así siempre tender al infinito. Infinito ¡Menuda palabra!
domingo, 4 de noviembre de 2007
NOVIEMBRE
Sigüenza en noviembre es un regalo. La alameda brilla con un sol acogedor y está muy elegante con sus galas de otoño. Los chopos se han vestido de amarillo intenso, los álamos han elegido un tono ocre y las hojas palmípedas de los castaños de indias están ribeteadas de color tabaco. Los árboles dejan caer sus ropas al suelo despacio, como los amantes. Estaba Sara con los niños. Marcos se columpiaba con sus pelos tiesos y Paloma presumía con su hermana en brazos. Almudena, toda de blanco, se parecía a un muñeco que yo tenía de pequeña que, no sé por qué, se llamaba Pedro.
Había mucha gente en el cementerio por eso de la fecha. Me gusta cuando está silencioso y vacío pero el día ha amanecido precioso y he venido con Almu. He llevado a Jaime unas flores blancas y redondas como merengues. Sé que él no está aquí, pero yo coloco las flores al lado de su nombre mientras me llega desde el pinar el susurro de un viento suave y, de vez en cuando, el graznido de un grajo. Hago como que me mira y me sonríe. A lo mejor me mira desde quién sabe dónde y a lo mejor sonríe de ver a su madre poniendo flores sobre una losa.
Almu y yo hemos dado un paseo por el pinar; asomadas al barranco, las dos nos hemos quedado calladas y eso es algo insólito tratándose de Almu que parlotea sin cesar. Me alegra ver cómo ha renacido mi amiga de sus propias cenizas y su capacidad para transmitirme su buen rollo y sus ganas de vivir. Entre la masa verde sobresalen algunas lucecitas amarillas, restos de hojas que aún quedan en lo más alto de los chopos y el cielo está pintado de un azul inverosímil, hasta un poco cursi. He pensado que la belleza hay que compartirla con quien se ama, que esta inmensidad verde salpicada de amarillo la abarcan mejor dos pares de ojos. Y una, que está mayor y ya no pide demasiado, se conforma con tener a quien echar de menos.
Luego, en los bares nos hemos encontrado a algunos conocidos; hay gente que parece que se siente en la obligación de decir alguna parida y casi sería mejor que no dijera nada, pero bueno, forma parte del programa...Los restaurantes estaban a tope y nos hemos sentado a comer cerca de las cuatro. Daba igual, no teníamos ninguna prisa y hemos comido despacio y disfrutando.
Había mucha gente en el cementerio por eso de la fecha. Me gusta cuando está silencioso y vacío pero el día ha amanecido precioso y he venido con Almu. He llevado a Jaime unas flores blancas y redondas como merengues. Sé que él no está aquí, pero yo coloco las flores al lado de su nombre mientras me llega desde el pinar el susurro de un viento suave y, de vez en cuando, el graznido de un grajo. Hago como que me mira y me sonríe. A lo mejor me mira desde quién sabe dónde y a lo mejor sonríe de ver a su madre poniendo flores sobre una losa.
Almu y yo hemos dado un paseo por el pinar; asomadas al barranco, las dos nos hemos quedado calladas y eso es algo insólito tratándose de Almu que parlotea sin cesar. Me alegra ver cómo ha renacido mi amiga de sus propias cenizas y su capacidad para transmitirme su buen rollo y sus ganas de vivir. Entre la masa verde sobresalen algunas lucecitas amarillas, restos de hojas que aún quedan en lo más alto de los chopos y el cielo está pintado de un azul inverosímil, hasta un poco cursi. He pensado que la belleza hay que compartirla con quien se ama, que esta inmensidad verde salpicada de amarillo la abarcan mejor dos pares de ojos. Y una, que está mayor y ya no pide demasiado, se conforma con tener a quien echar de menos.
Luego, en los bares nos hemos encontrado a algunos conocidos; hay gente que parece que se siente en la obligación de decir alguna parida y casi sería mejor que no dijera nada, pero bueno, forma parte del programa...Los restaurantes estaban a tope y nos hemos sentado a comer cerca de las cuatro. Daba igual, no teníamos ninguna prisa y hemos comido despacio y disfrutando.
Anochece enseguida. Por la tarde hacía fresco y en Barbatona, el último sol, se escondía entre los pinos, lamía las copas redondas y se recogía en la fachada de la ermita. Daban ganas de abrazar a alguien pero, aunque quiero mucho a Almu que se estaba quedando frita en el coche, no es mi tipo. Así es la vida.
Hemos vuelto a Sigüenza persiguiendo unos jirones de nubes rosas, pero se nos han escapado.
jueves, 1 de noviembre de 2007
LA SENTENCIA
Hoy es el día de todos los santos, ese que la Iglesia dedica a las buenas personas anónimos que no figuran en el santoral porque el año no tiene suficientes días para todos. Hoy hace tres años, siete meses y veinte días que esa multitud sin nombre, aumentó en ciento noventa y dos personas con nombre y apellido. No soy creyente pero creo que todos nuestros seres queridos que se han ido viven y vivirán en nuestra memoria emocional. Viven y vivirán mientras les recordemos. Por eso me gusta poner nombre y rostro a los muertos; por eso hoy, que se ha conocido la sentencia, he visitado cada una de las fotos y de las biografías de esas ciento noventa y dos personas. He visto rostros jóvenes, maduros, sonrientes, serios, de hombres, de mujeres, de niños. He leído nombres españoles, dulces nombres latinos y otros imposibles, con muchas consonantes seguidas. Y árabes, también árabes, que el horror no se anduvo con distinciones. Entre ellos, Rodrigo, que ya es un poco nuestro, de todos los blogueros porque su madre nos lo ha acercado. Mi abrazo para ella en este día.
Escuché por la radio el resumen de la sentencia del juez Gómez Bermúdez. Y traté de meterme en la piel de cada padre y cada madre, de cada hijo, de esa chica recién casada, de la novia de ese rumano que estaba aquí, trabajando de albañil, aunque era titulado universitario en su país. Qué penalidades no habrá pasado para tomar esa decisión. Quise sufrir con ellos el escalofrío de enfrentarse a los rostros fríos, impasibles, inexpresivos, robóticos de los asesinos. Sé que nunca podrá haber una condena suficiente para compensar tanto dolor. Y que es muy delgada la línea que separa el deseo de justicia del ansia de venganza. El cuerpo nos pide lo peor para ellos. Pero en mi opinión el juez Gómez Bermúdez ha hecho un gran trabajo. No sé nada de derecho pero me ha parecido una sentencia minuciosa, razonada, estricta y fría. La absurda suma de miles de años que acumulan los autores materiales sólo es un símbolo. No podrán cumplir más de cuarenta años cada uno, una minucia en la inmensidad de las vidas que robaron, del dolor inacabable que causaron y es en estos casos cuando cobran sentido los principios abstractos -tan civilizados, tan políticamente correctos, tan democráticos- del no a la pena de muerte. Es la grandeza de renunciar a la venganza. ¿Reinsertar en donde? ¿En la sociedad que quieren destruir? Creo que el fanatismo no tiene reinserción posible. Nos brota un grito de las vísceras ¡que se pudran en la carcel!
Me resisto a caer en la tentación -muy fuerte, por cierto- de decir lo que pienso de los mentirosos, de los que llevan tres años, siete meses y veinte días envenenándonos la vida sin descanso. De los medios de comunicación in-mundos que no han tenido escrúpulos en sembrar la infamia con tal de vender periódicos y de aumentar los niveles de audiencia. De los cronistas-escritores que se han forrado vendiendo basura y envileciendo el noble oficio del escritor y del periodista. De los políticos que, conscientemente, han montado una estrategia artificial, basada en la mentira prefabricada, para recuperar el gobierno. Soy muy escéptica en cuanto a que esta sentencia sirva para callarlos. Seguirán envenenando porque es mentira que quieran saber la verdad. La verdad la saben desde el mismo día once de marzo de dos mil cuatro. Lo que quieren es envenenar, sembrar la duda. Ellos sabrán por qué, allá su conciencia, que ya se ve que no es muy exigente: les permite manipular el dolor. La sentencia no los va a callar, pero espero y deseo que los callen las urnas.
Hace un día precioso en esta mañana de todos los santos. Ojalá lo disfruten todas las víctimas y sus familias. Ojalá sientan el calorcito del abrazo de sus hijos, de sus padres, de sus novios, de sus mujeres, de sus maridos. Hoy y siempre.
Escuché por la radio el resumen de la sentencia del juez Gómez Bermúdez. Y traté de meterme en la piel de cada padre y cada madre, de cada hijo, de esa chica recién casada, de la novia de ese rumano que estaba aquí, trabajando de albañil, aunque era titulado universitario en su país. Qué penalidades no habrá pasado para tomar esa decisión. Quise sufrir con ellos el escalofrío de enfrentarse a los rostros fríos, impasibles, inexpresivos, robóticos de los asesinos. Sé que nunca podrá haber una condena suficiente para compensar tanto dolor. Y que es muy delgada la línea que separa el deseo de justicia del ansia de venganza. El cuerpo nos pide lo peor para ellos. Pero en mi opinión el juez Gómez Bermúdez ha hecho un gran trabajo. No sé nada de derecho pero me ha parecido una sentencia minuciosa, razonada, estricta y fría. La absurda suma de miles de años que acumulan los autores materiales sólo es un símbolo. No podrán cumplir más de cuarenta años cada uno, una minucia en la inmensidad de las vidas que robaron, del dolor inacabable que causaron y es en estos casos cuando cobran sentido los principios abstractos -tan civilizados, tan políticamente correctos, tan democráticos- del no a la pena de muerte. Es la grandeza de renunciar a la venganza. ¿Reinsertar en donde? ¿En la sociedad que quieren destruir? Creo que el fanatismo no tiene reinserción posible. Nos brota un grito de las vísceras ¡que se pudran en la carcel!
Me resisto a caer en la tentación -muy fuerte, por cierto- de decir lo que pienso de los mentirosos, de los que llevan tres años, siete meses y veinte días envenenándonos la vida sin descanso. De los medios de comunicación in-mundos que no han tenido escrúpulos en sembrar la infamia con tal de vender periódicos y de aumentar los niveles de audiencia. De los cronistas-escritores que se han forrado vendiendo basura y envileciendo el noble oficio del escritor y del periodista. De los políticos que, conscientemente, han montado una estrategia artificial, basada en la mentira prefabricada, para recuperar el gobierno. Soy muy escéptica en cuanto a que esta sentencia sirva para callarlos. Seguirán envenenando porque es mentira que quieran saber la verdad. La verdad la saben desde el mismo día once de marzo de dos mil cuatro. Lo que quieren es envenenar, sembrar la duda. Ellos sabrán por qué, allá su conciencia, que ya se ve que no es muy exigente: les permite manipular el dolor. La sentencia no los va a callar, pero espero y deseo que los callen las urnas.
Hace un día precioso en esta mañana de todos los santos. Ojalá lo disfruten todas las víctimas y sus familias. Ojalá sientan el calorcito del abrazo de sus hijos, de sus padres, de sus novios, de sus mujeres, de sus maridos. Hoy y siempre.
lunes, 29 de octubre de 2007
LIMÓN, LIMONERO
Me ha hecho mucha gracia este video que me ha mandado Almu, aparte de por la constancia del chaval -digna de mejor causa- por lo que tiene de simbólico. Algunos tenemos una atracción fatal por las sensaciones intensas y nos acercamos a ellas una y otra vez sabiendo que los sabores fuertes pueden saltarnos las lágrimas y que, si andamos jugando con fuego, lo más probable es que salgamos un poco chamuscados, cuando no con quemaduras profundas en la piel del alma. Aunque el sabor le estremece, el niño -erre que erre- insiste con el limón, intuyendo una promesa de placeres agridulces. Al final consigue que le guste y lo chupa con el mismo deleite que si se tratara de una piruleta, no sé si porque se ha acostumbrado o porque ha perdido la sensibilidad, que viene a ser lo mismo. Creo que ya no le va a gustar la papilla de cereales.
El eterno dilema. No sabe uno cómo acertar, si dedicarse a la dieta sin sal, tan sana y tan aburrida, o comerse un chuletón a la pimienta que está delicioso pero nos puede abrir un agujero en el estómago, o quizá en el corazón. La dieta sin sal tiene un problema y es que hay que reforzarla con un tratamiento intensivo de pastillas para no soñar, lo que acarrea demoledores efectos secundarios y una agonía larga, sorda e incruenta que deja el alma aterida y el hastío instalado en el cuerpo. Por otra parte, los alimentos sabrosos nos abrasan la lengua y nos inundan con el calorcito de las emociones; las quemaduras nos enrojecen la delicada y rugosa piel del sentimiento y las ampollas inflaman la parte más vulnerable de nosotros; y nos pueden quedar cicatrices imborrables, con pérdida de sensibilidad en las zonas más expuestas al fuego.
Pero algo me dice que es preferible arder que congelarse. Al menos, al acariciarnos las cicatrices, cerraremos los ojos y reviviremos la calidez del roce de las llamas.
sábado, 27 de octubre de 2007
IRSE LA OLLA
Hace muchos años, allá por los primeros setenta -¡qué horror, qué vejez la mía!- ví La Naranja Mecánica, tremenda película de Kubrick que todavía hoy, con lo que ha llovido y con las burradas que llevamos vistas en el cine y en la vida real, me sigue estremeciendo. Simplificando mucho, la moraleja viene a dar a entender que el violento no es nadie si se le despoja de su condición de tal y deja de tener interés como persona. Digo que la película me sigue estremeciendo porque aún no he logrado aprender que la violencia gratuita existe y la maldad químicamente pura anda por ahí a sus anchas. Me pasó lo mismo cuando leí A sangre fría y supe que los hechos que tan magistralmente relata Capote ocurrieron de verdad. Porque lo que me sobrecoge, precisamente, es la frialdad de la sangre; no son hechos relizados en el entorno de una guerra ni inspirados en quién sabe qué alucinantes fanatismos. El dolor ajeno, la tortura, la muerte son simples modos de pasar el rato, planes para llenar el ocio del fin de semana.
Esta semana todos hemos visto que sí, que existen desalmados totales capaces de manosear primero y dar una patada en la cara después a una chavala inmigrante, sólo porque se le fue la olla, según las propias palabras de ese indeseable. Pero es que además esta sociedad se baja los pantalones ante la chulería y el cinismo y le paga por hacer declaraciones y porque nos escupa a la cara. Pronto estará en el tomate o en salsa rosa y esos programas serán líderes de audiencia. Al tiempo.
Esta semana todos hemos visto que sí, que existen desalmados totales capaces de manosear primero y dar una patada en la cara después a una chavala inmigrante, sólo porque se le fue la olla, según las propias palabras de ese indeseable. Pero es que además esta sociedad se baja los pantalones ante la chulería y el cinismo y le paga por hacer declaraciones y porque nos escupa a la cara. Pronto estará en el tomate o en salsa rosa y esos programas serán líderes de audiencia. Al tiempo.
Un chaval al que quiero mucho salió de copas el viernes pasado con sus amigos de siempre. A lo largo de la noche conocieron a otros chicos que se unieron a ellos y pasaron juntos unas cuantas horas, bebiendo -seguramente demasiado- riendo, en fin, de coña. Los amigos de mi amigo se fueron yendo y al final se quedó él solo con los nuevos, tan majos ellos, tan colegas.
-Venga, tío, la última en tu casa.
Le liaron, se lío él solo, yo qué sé. Acababa de cerrar la puerta cuando le empezaron a llover los golpes, las patadas, los insultos, las vejaciones de los mismos que llevaban toda la noche haciendo risas con él. A la gente decente la maldad siempre nos pillará desprevenidos, porque no contamos con ella. Seguramente, lo peor no fue la televisión de plasma, ni el ordenador, ni la chaqueta de cuero nueva, ni la pasta que sacaron del cajero después de conseguir el pin a golpes. Seguramente, lo peor no fue el ojo morado ni el dolor en las costillas, ni las horas que pasó inconsciente y atado, prisionero en su propia casa. Seguramente lo peor fue la perplejidad de encontrarse cara a cara con la crueldad, inerme ante ella. Le robaron, quizá para siempre, lo mejor que tenemos: la confianza en el ser humano, la limpieza en la mirada, la naturalidad.
A lo mejor los pillan, a lo mejor no. Dará lo mismo. Sólo tienen que alegar que se les fue la olla.
martes, 23 de octubre de 2007
IRA
Me da miedo la ira por lo que tiene de irracional. Porque es un sentimiento incontrolado que brota del lugar más siniestro de las tripas y va por libre. Y, como a menudo es injusto y, por lo tanto, imprevisible, vivimos absolutamente ajenos a los nefastos efectos que somos capaces de suscitar con sólo abrir la boca; de repente nos cae encima un torrente de venablos, acompañado de una rabia que revienta como si se hubieran abierto las compuertas de un embalse y nos quedamos dando tumbos como un tentetieso, sin saber de dónde nos vienen los tiros ni qué hemos roto para merecer semejante trato.
Y es que, por lo general, no es que hagamos nada sino que somos de una determinada manera o nuestro carácter tiene algún rasgo que provoca, vaya usted a saber por qué, un rechazo visceral -y digo lo de "visceral" porque nace de alguna víscera oscura, no de la razón- en una persona concreta. Además, en la percepción del iracundo, esa faceta perversa anula lo que pudiéramos tener de bueno -que digo yo que algo tendremos- hasta el punto de que ESO y sólo eso es lo que nos caracteriza. Ya no cuenta nada más: ni las risas, ni el entendimiento, ni la compañía, ni los buenos ratos, ni la habilidad para hacer el gazpacho, ni el Real Madrid; todo desaparece y ya no vale nada; nada merece respeto cuando estalla la ira. Porque, para colmo, estas explosiones ocurren siempre con la persona que tenemos más cerca y con la que más vida compartimos. Cuando alguien de pronto se encuentra frente a la sinrazón y descubre un extraño brillo en los ojos que le miran desde la ceguera y la irracionalidad, no le queda más opción que salir huyendo.
Por desgracia es demasiado frecuente que obsequiemos con lo peor de nosotros a aquellos que más participan de nuestra vida, mientras al resto del mundo le enseñamos nuestro mejor perfil y la más reluciente de nuestras sonrisas. Y uno se queda pensando si no será más gratificante pasar por la vida sin mojarse por nadie y dedicarse a disfrutar de encantadoras sonrisas, tan ricamente.
Y es que, por lo general, no es que hagamos nada sino que somos de una determinada manera o nuestro carácter tiene algún rasgo que provoca, vaya usted a saber por qué, un rechazo visceral -y digo lo de "visceral" porque nace de alguna víscera oscura, no de la razón- en una persona concreta. Además, en la percepción del iracundo, esa faceta perversa anula lo que pudiéramos tener de bueno -que digo yo que algo tendremos- hasta el punto de que ESO y sólo eso es lo que nos caracteriza. Ya no cuenta nada más: ni las risas, ni el entendimiento, ni la compañía, ni los buenos ratos, ni la habilidad para hacer el gazpacho, ni el Real Madrid; todo desaparece y ya no vale nada; nada merece respeto cuando estalla la ira. Porque, para colmo, estas explosiones ocurren siempre con la persona que tenemos más cerca y con la que más vida compartimos. Cuando alguien de pronto se encuentra frente a la sinrazón y descubre un extraño brillo en los ojos que le miran desde la ceguera y la irracionalidad, no le queda más opción que salir huyendo.
Por desgracia es demasiado frecuente que obsequiemos con lo peor de nosotros a aquellos que más participan de nuestra vida, mientras al resto del mundo le enseñamos nuestro mejor perfil y la más reluciente de nuestras sonrisas. Y uno se queda pensando si no será más gratificante pasar por la vida sin mojarse por nadie y dedicarse a disfrutar de encantadoras sonrisas, tan ricamente.
domingo, 21 de octubre de 2007
EL TÚNEL
No se ve la luz al final del túnel pero los ojos se acaban acostumbrando a la oscuridad y se las arreglan con lo que hay, algún mínimo atisbo de claridad que entra por los resquicios de las paredes y alumbra otro trecho del camino. Luego otra vez a tientas, tanteando los muros, un grito que resuena y lo multiplica el eco. Alguien lo oye desde lejos, confusamente, y lanza una cuerda por si acaso...
Siempre, por mal que vayan las cosas, en algún lugar, donde menos se espera, hay alguien que ha pensado en nosotros aunque sólo sea un minuto. Y que nos quiere con cualquier forma de amor o sucedáneo. Porque hay amores grandes, con historia común, con fundamento y amores pequeñitos y fugaces, robados o prestados, que engañan a la vida por un rato, que dan una larga cambiada a este morlaco áspero, resabiado y difícil. Fogonazos de luz, música dulce que apaga el runrun que bulle entre las sienes. Hay que cerrar los ojos a la realidad e inventarse otra vida. Hay que bailar el tango, el otro día lo decía Sherpa y le voy a hacer caso.
Por lo demás, mi madre ha estado medio bien dos días. Hoy otra vez lo mismo. Si no es esto es aquello y este sinvivir, esta impotencia, este ir y venir de su casa a la mía; este agotamiento. Y con mala conciencia.
Ha venido Rosario, una alegría. Es mi amiga del alma aunque casi nunca nos vemos, vive lejos. Pero es una suerte tenerla: su humor, su retranca, su inteligencia, su cariño. Un lujazo. Dos vidas tan distintas, la suya y la mía; la mía un caos, la suya todo en orden; sin embargo es tan fácil entendernos, todo lo sabe sin que se lo explique. Es delicioso retomar con ella: decíamos ayer...
Y luego Amparo; volvía yo esta noche de casa de mi madre, Castellana abajo, dispuesta a recogerme; pero ha sonado el móvil y era ella; estaba en el Jazz Bar y allí me he ido a apretarme un gin-tonic y charlar.
Debo ser afortunada, después de todo. Hay gente que me quiere. Con cualquier clase de amor, con cualquier gratificante sucedáneo. Esto es así, seguimos en la brecha.
Siempre, por mal que vayan las cosas, en algún lugar, donde menos se espera, hay alguien que ha pensado en nosotros aunque sólo sea un minuto. Y que nos quiere con cualquier forma de amor o sucedáneo. Porque hay amores grandes, con historia común, con fundamento y amores pequeñitos y fugaces, robados o prestados, que engañan a la vida por un rato, que dan una larga cambiada a este morlaco áspero, resabiado y difícil. Fogonazos de luz, música dulce que apaga el runrun que bulle entre las sienes. Hay que cerrar los ojos a la realidad e inventarse otra vida. Hay que bailar el tango, el otro día lo decía Sherpa y le voy a hacer caso.
Por lo demás, mi madre ha estado medio bien dos días. Hoy otra vez lo mismo. Si no es esto es aquello y este sinvivir, esta impotencia, este ir y venir de su casa a la mía; este agotamiento. Y con mala conciencia.
Ha venido Rosario, una alegría. Es mi amiga del alma aunque casi nunca nos vemos, vive lejos. Pero es una suerte tenerla: su humor, su retranca, su inteligencia, su cariño. Un lujazo. Dos vidas tan distintas, la suya y la mía; la mía un caos, la suya todo en orden; sin embargo es tan fácil entendernos, todo lo sabe sin que se lo explique. Es delicioso retomar con ella: decíamos ayer...
Y luego Amparo; volvía yo esta noche de casa de mi madre, Castellana abajo, dispuesta a recogerme; pero ha sonado el móvil y era ella; estaba en el Jazz Bar y allí me he ido a apretarme un gin-tonic y charlar.
Debo ser afortunada, después de todo. Hay gente que me quiere. Con cualquier clase de amor, con cualquier gratificante sucedáneo. Esto es así, seguimos en la brecha.
domingo, 14 de octubre de 2007
LA REALIDAD
El otoño se derrama con lentitud y nos regala unos días dulces y dorados, cálidos y acogedores. Por la ventana veo que la gente pasea, sin prisas, camino del parque, que debe estar empezando a vestirse de melancolía.
Pero yo no lo veo; no quiero abrir las persianas porque el sol entra en tromba a despertarme y cierra el paso a mi huida. Anoche tardé en dormirme; no conseguía alcanzar ese espacio inaccesible a la realidad, donde no llega la angustia ni suena el teléfono. Y esta mañana no quería salir de él. Tengo la puerta cerrada, con la horquilla cruzada, como en un bunker fortificado. Fumo sin parar; los tres kilos que me calcé en Los Ancares, se han evaporado junto con los valles verdes y la ilusión, todo en el mismo lote. Yo sé que los que no me conocéis pensaréis que padezco un síndrome bipolar agudo, pero estáis equivocados. Ocurre que a veces hay que inventarse una vida discretamente amable, fabricar una fantasía para sobrevivir a la realidad. Porque la realidad es invivible, prosaica y carece del menor interés literario.
A lo largo de este blog me habréis visto en diferentes estados de ánimo: crítica, melancólica, divertida, irónica, triste. Todo era mentira. Todo era una fuga de la realidad. Escribir es una manera de huir, pero llega un momento en que se levanta un muro altísimo al final de todas las salidas y una se queda encerrada dentro. Fuera están los hijos, los nietos -¡tan preciosos!- los amigos, todos ajenos a este laberinto de miedo.
Este blog no es lo suficientemente anónimo como para contar la realidad y ya no tengo escapatoria así que, de momento, cierro la tienda hasta que se abra alguna grieta en alguno de los muros por donde pueda dejar salir otra vida inventada.
Disfrutad el otoño, creo que está delicioso.
miércoles, 10 de octubre de 2007
SALUD, DINERO, AMOR
Estas tres palabras encierran casi todas las angustias del ser humano, lo demás son pamplinas. Y estoy por decir que en ese orden, pues sin salud el dinero no sirve para nada y sólo cuando tenemos cubiertas nuestras necesidades más elementales y los pagos al corriente, podemos disfrutar del lujazo del amor o lamentarnos de su falta. Bien es verdad que todo, hasta una salud precaria, es más llevadero cuando se dispone de la infraestructura que proporciona una economía desahogada, y también que los problemas económicos se soportan mejor entre dos.
Y se da la contradicción de que, a pesar de que la economía se desplome y los números bailen en la cabeza todo el día más que a Pedro Solbes, a pesar de que en el terrerno amoroso se coseche un fracaso tras otro, la salud continúa impertérrita, lo que obliga, aunque uno no quiera, a seguir enseñando los dientes a la vida; a seguir viviendo sin un puto duro y en soledad; ni siquiera un maldito infarto para echarse al miocardio que, en un pispás, diera carpetazo a todo esto.
Mi padre se sabía una copla:
El que nace pobre y feo
se casa y no le han querío,
se muere y se va al infierno,
menúa juerga ha corrío.
Pues eso, que jodío mundo éste.
sábado, 6 de octubre de 2007
EL HOSPITAL
Desde la ventana de la planta dieciséis del Hospital Gómez Ulla se abarca una vista infinita del revés de Madrid. Hace un día neblinoso y gris pero aún así se divisa al fondo, entre brumas, el Cerro de los Angeles que me recuerda las visitas con el colegio. Las nubes bajas y sucias forman como un cerco de grasa alrededor de este Madrid destartalado y proletario que no aparece en las postales; es un amalgama desordenado de tejados, antenas, azoteas con sábanas volando, fachadas anónimas e impersonales que, seguramente, guardan inacabables historias de supervivencia, de lucha, de cansancio. Historias de miseria urbana, malencarada y cruel, esa miseria oscura de paredes húmedas y aliento de alcohol; de violencia agazapada en los portales.
Miro desde arriba con la lejana indiferencia con que se mira lo inevitable. ¡Qué vista más fea! digo por decir algo. Pero mi madre no me escucha; su ánimo oscila entre la rebeldía y la claudicación, entre el rechazo a la enfermedad y a la vejez y la evidencia de su postración. Ahora está enfadada; el médico mandó que la trajéramos cuando vió los análisis. Y aquí, ya se sabe, se complican las cosas. Más análisis, radiografías; otras pruebas diagnósticas en el borde de la tortura -ella dice que es como la checa de Fomento, con su particular reivindicación de la memoria histórica-. Quisiera un tratamiento mágico y a casa. Una imposición de manos o algo así. A ratos cae en un silencio soñoliento, en una tristeza muda. Yo me vuelvo loca tratando de entretenerla, le cuento cosas de los niños y sonríe un poco. -¿Quieres leer?. Niega con la cabeza. Le compro una revista de cotilleo, se ha separado el hijo de la duquesa. Apenas la ojea, apenas la hojea. No sé para que se casa la gente, murmura. Reza el rosario.
Así desde el martes pasado y hoy es sábado. Lentitud, sensación de que nadie nos hace caso. Las enfermeras entrar y salen, la tensión, el termómetro, el desayuno, la limpieza. Son jóvenes, la tutean, le dicen cielo y esas cosas. Pero pocas explicaciones.
Me muero de pena. A lo mejor se recupera de ésta. Pero yo sé que esto no hay quién lo pare. Que no hay vuelta atrás. Son peldaños que va bajando poco a poco, implacablemente. De vez en cuando sube uno, pero baja tres.
Me siento tremendamente inútil.
Miro desde arriba con la lejana indiferencia con que se mira lo inevitable. ¡Qué vista más fea! digo por decir algo. Pero mi madre no me escucha; su ánimo oscila entre la rebeldía y la claudicación, entre el rechazo a la enfermedad y a la vejez y la evidencia de su postración. Ahora está enfadada; el médico mandó que la trajéramos cuando vió los análisis. Y aquí, ya se sabe, se complican las cosas. Más análisis, radiografías; otras pruebas diagnósticas en el borde de la tortura -ella dice que es como la checa de Fomento, con su particular reivindicación de la memoria histórica-. Quisiera un tratamiento mágico y a casa. Una imposición de manos o algo así. A ratos cae en un silencio soñoliento, en una tristeza muda. Yo me vuelvo loca tratando de entretenerla, le cuento cosas de los niños y sonríe un poco. -¿Quieres leer?. Niega con la cabeza. Le compro una revista de cotilleo, se ha separado el hijo de la duquesa. Apenas la ojea, apenas la hojea. No sé para que se casa la gente, murmura. Reza el rosario.
Así desde el martes pasado y hoy es sábado. Lentitud, sensación de que nadie nos hace caso. Las enfermeras entrar y salen, la tensión, el termómetro, el desayuno, la limpieza. Son jóvenes, la tutean, le dicen cielo y esas cosas. Pero pocas explicaciones.
Me muero de pena. A lo mejor se recupera de ésta. Pero yo sé que esto no hay quién lo pare. Que no hay vuelta atrás. Son peldaños que va bajando poco a poco, implacablemente. De vez en cuando sube uno, pero baja tres.
Me siento tremendamente inútil.
miércoles, 3 de octubre de 2007
LA TORRE DE BABEL
Es descorazonador comprobar lo mal que nos entendemos a veces y cómo las palabras mal interpretadas pueden desencadenar un pequeño desastre emocional. La palabra, ese puente sutil que tendemos entre nosotros, es cambiante y con frecuencia no depende de sí misma sino de los oídos que la escuchan o, lo que es peor, de los ojos que la leen. Ocurre que los que tenemos el vicio de escribir, pretendemos que nos lean y, no contentos con eso, aspiramos a arrancar al lector una sonrisa o un juramento; una carcajada o quizá un nudo en el hígado, en una búsqueda de complicidades que en ocasiones peca de optimista. Nos asomamos a este precipicio para volcar desde lo alto nuestras miserias disfrazadas de literatura. Y cuando al día siguiente nos encontramos que alguien lo ha leido y se ha visto reflejado, o nos ha discutido o se le ha escapado una risa o una lágrima o ha proferido un ¡joder! delante de la pantalla, sabemos que no estamos solos. Lo malo es que, como nuestro idioma no es universal, nos hacemos un lío; cuando pedimos la argamasa nos dan el agua y la torre de palabras se derrumba; intentamos hacer reír y alguien que pasa por aquí se siente ofendido o tratamos de plasmar el dolor y nos topamos con la indiferencia.
Es peligroso este juego porque no es un juego. Decía Gil de Biedma que
Es peligroso este juego porque no es un juego. Decía Gil de Biedma que
el juego de hacer versos,
que no es un juego, es algo
parecido, en principio,
al placer solitario.
Y también que
tratar con el idioma
como si fuera mágico
es un buen ejercicio,
que llega a emborracharnos.
Este difuso placer si fuera solitario casi no sería placer; ya se sabe que el placer en compañía es más reconfortante pero también más arriesgado. Se puede convertir en dolor, porque la borrachera de palabras a veces trae una resaca envenenada.
Y eso que sólo son palabras...
Y eso que sólo son palabras...
sábado, 29 de septiembre de 2007
CONVERSACIÓN EN LA MERCERÍA
Este año me está costando tomar contacto con la realidad después de las vacaciones. No compro el periódico y oigo la radio como ahora mismo estoy oyendo llover a mi espalda; el cambio climático no respeta las tradiciones y se ha saltado a la torera el veranillo de San Miguel, esos días dorados que nos traían el otoño dulcemente. Veo con desazón que a ZP le crecen los enanos por doquier y me da muchísima pereza meterme en harina electoral. Lo de Cataluña me parece, más que nada, una ordinariez que no se corresponde con el tradicional seny. Me considero republicana de corazón, sobre todo porque la monarquía es un lujo innecesario, caro como todos los lujos, y un anacronismo. Pero creo que es un debate inoportuno en este momento y eso de quemar fotos es un espectáculo que hiere la sensibilidad de la chica bien educada que llevo dentro. Ahora Ibarreche -o Ibarretxe o como coño se llame el menda ese- viene también a tocar las narices para cobrar un protagonismo que no consigue por solucionar problemas sino por crearlos. Y mientras tanto, el PP crecidito y dando por saco como es su obligación. El gobierno trata de encontrar la fórmula imposible de repartir la pasta entre todas las autonomías sin agravios comparativos y promete casas, dentistas y no sé qué más. La oposición también se quiere poner medallas y le obliga a ampliar el cheque-bebé en el caso de hijos discapacitados, familias numerosas y madres solteras. Este último supuesto desata la santa ira de la Conferencia Episcopal, que está más en la línea de las arrecogías de Santa María Egipciaca. La justicia ya se sabe que es independiente de la política, por eso las leyes son o no constitucionales dependiendo de quién domine en el Tribunal Constitucional. Así las cosas, conseguir que la ideología propia pueda sobreponerse al escepticismo es un verdadero triunfo. Y abundando en la teoría de que cada cual vive la vida que quiere vivir, una catalana desmitifica el 11-S, haciéndose pasar durante seis años por una superviviente, con un nombre yanqui y ejerciendo de guía de los visitantes de la zona cero. Yo me pasmo con la capacidad del personal para, como dice mi Sabina, meterse en el traje y la piel de todos los hombres que nunca serán. ¿cómo no se le habrá ocurrido escribir un libro?
Por otra parte, en el ámbito familiar y doméstico las cosas no están mucho mejor. El declive de mi madre continúa imparable. Su lucidez sigue intacta pero, quizá por eso, le embarga una tristeza negra y un negativismo contra el que es muy difícil luchar. En el otro extremo, los niños de Ana estupendos, pero comiéndose a su madre por los pies y yo viéndola agotada y, a veces, un poco desbordada. Palomita y sobre todo Marcos, celosos de Almudena y reclamando a su madre su parte de atención. Menos mal que Sara es una mujer templada que nunca pierde la perspectiva ni la cabeza. Yo trato de dividirme entre todos pero tocan a muy poco.
Para afrontar las vacas flacas del otoño, me he puesto a tejer jerseys a mis nietos, que es cosa barata, relajante y levemente marujil, a ser posible con un buen culebrón delante. Así que me fui a una mercería a comprar lanas. Las mercerías siempre han sido un lugar de convivencia muy enriquecedor donde las vecinas intercambian impresiones mientras eligen botones, hilos y cremalleras, tarea delicada que lleva su tiempo y no se debe hacer a tontas y a locas. Una quería comprar unas gomas para coser en unos zapatos que había comprado en un chino, con lo que la conversación derivó hacia las tiendas de chinos, a los chinos en general y, por extensión, a los gitanos y otras minorías étnicas.
-¿Por qué no los llevas al zapatero?
-Porque me va a salir más caro que los zapatos, me costaron diez euros en un chino.
-Si es que los chinos sólo venden mierda, mi marido no me deja comprar en los chinos.
Por otra parte, en el ámbito familiar y doméstico las cosas no están mucho mejor. El declive de mi madre continúa imparable. Su lucidez sigue intacta pero, quizá por eso, le embarga una tristeza negra y un negativismo contra el que es muy difícil luchar. En el otro extremo, los niños de Ana estupendos, pero comiéndose a su madre por los pies y yo viéndola agotada y, a veces, un poco desbordada. Palomita y sobre todo Marcos, celosos de Almudena y reclamando a su madre su parte de atención. Menos mal que Sara es una mujer templada que nunca pierde la perspectiva ni la cabeza. Yo trato de dividirme entre todos pero tocan a muy poco.
Para afrontar las vacas flacas del otoño, me he puesto a tejer jerseys a mis nietos, que es cosa barata, relajante y levemente marujil, a ser posible con un buen culebrón delante. Así que me fui a una mercería a comprar lanas. Las mercerías siempre han sido un lugar de convivencia muy enriquecedor donde las vecinas intercambian impresiones mientras eligen botones, hilos y cremalleras, tarea delicada que lleva su tiempo y no se debe hacer a tontas y a locas. Una quería comprar unas gomas para coser en unos zapatos que había comprado en un chino, con lo que la conversación derivó hacia las tiendas de chinos, a los chinos en general y, por extensión, a los gitanos y otras minorías étnicas.
-¿Por qué no los llevas al zapatero?
-Porque me va a salir más caro que los zapatos, me costaron diez euros en un chino.
-Si es que los chinos sólo venden mierda, mi marido no me deja comprar en los chinos.
-Pues hay gente que todo lo compra en los chinos; todo, la ropa, los zapatos, lo de limpieza...hasta la comida.
-Pues ya viste lo que pasó con la pasta de dientes, que tenía no sé qué cosa tóxica...y era como el Colgate. Bueno, y los juguetes, que esa es otra. Mierda, todo mierda.
-Un vecino mío se compró un destornillador y se le partió al apretar un tornillo, le costó tres euros y en la ferretería costaba dos.
-Si es que lo barato sale caro.
-Caro no, carísimo.
-¿Te has dado cuenta de que nunca vienen esquelas de chinos en el periódico? Yo nunca he visto una esquela de un chino; a mí eso me da que pensar.
- Ni esquelas ni entierros. No hay entierros de chinos.
-Pero ¿cómo va a haber esquelas si no son creyentes?
-Ah, claro, pero ¿y los entierros? ¿Por qué no hay entierros? Es curioso que no haya entierros de chinos. Yo me quedo pensando...
-Yo creo que los ponen en chop suey en los restaurantes.
-¡Hija, qué asco! ¡Qué cosas dices!
-Pues mi marido no me deja ir a comer a los restaurantes chinos. Prefiere hasta un burguer.
-¿Y te has fijado que tampoco se ven chinos subnormales?. ¿Por qué no hay chinos subnormales?, eh, eh, dime por qué no hay chinos subnormales. Ni gitanos tampoco. ¡Qué curioso! ¿no?, tampoco hay gitanos subnormales.
-¿Te has dado cuenta de que nunca vienen esquelas de chinos en el periódico? Yo nunca he visto una esquela de un chino; a mí eso me da que pensar.
- Ni esquelas ni entierros. No hay entierros de chinos.
-Pero ¿cómo va a haber esquelas si no son creyentes?
-Ah, claro, pero ¿y los entierros? ¿Por qué no hay entierros? Es curioso que no haya entierros de chinos. Yo me quedo pensando...
-Yo creo que los ponen en chop suey en los restaurantes.
-¡Hija, qué asco! ¡Qué cosas dices!
-Pues mi marido no me deja ir a comer a los restaurantes chinos. Prefiere hasta un burguer.
-¿Y te has fijado que tampoco se ven chinos subnormales?. ¿Por qué no hay chinos subnormales?, eh, eh, dime por qué no hay chinos subnormales. Ni gitanos tampoco. ¡Qué curioso! ¿no?, tampoco hay gitanos subnormales.
- A saber...
Elegí una lana color granate y unas agujas del tres.
Elegí una lana color granate y unas agujas del tres.
martes, 25 de septiembre de 2007
VEJEZ
Ayer, al salir del metro, iba yo, acelerada como siempre camino del trabajo, cuando mi pie derecho emprendió una carrera en pelo sin contar con el izquierdo ni con el resto del cuerpo, deslizándose sobre el pavimento como si tuviera puesto un patín. No me abrí en canal porque mi rodilla izquierda aterrizó en la acera a tiempo, pero me quedé absurdamente espatarrada en medio de la Castellana, como una bailarina entrada en años que quisiera recordar mejores tiempos. Al levantarme no podía casi andar y llegué al trabajo muy malamente, dolorida y caminando a pasitos cortos y lentos. Los servicios médicos del Ministerio lo consideraron accidente laboral, me sacaron una silla de ruedas y un coche oficial me llevó a la clínica de la aseguradora correspondiente, para que me hicieran una radiografía, porque la doctora opinaba que podía tener rota la cadera. Esto me deprimió horriblemente por lo que supone de entrada oficial en la tercera o cuarta edad, que una cadera rota es como un certificado de vejez. Pero no, todo se quedó en una distensión del abductor mayor, que es cosa mucho más glamurosa y como de futbolista del Real Madrid, y me han dado la baja hasta el próximo viernes. Así que estoy en casa ordenando papeles y tomando conciencia de mi nivel de gastos, algo que procuro evitar por aquello de que disgustos, los imprescindibles.
Quizá por el susto que me llevé, me ha dado por pensar en la vejez y en las supuestas ventajas que encierra, no sé, por irme haciendo a la idea. Y es que dicen que se alcanza una sabiduría enciclopédica y que la experiencia salva de cometer muchos errores. Pero tengo para mí que demasiada sabiduría es un lastre para la curiosidad y un caldo de cultivo para el miedo y que no es la experiencia lo que salva de nada sino la inapetencia.
También dicen que la verdadera juventud no está en el cuerpo sino en el espíritu, aunque, curiosamente, los que dicen eso no son los jóvenes. Son -somos- los que nos resistimos a aceptar que envejecemos porque nuestro espíritu no va al mismo ritmo que nuestro cuerpo y todavía nos creemos que podemos sacar petróleo a la vida. En algún sitio he leído que la edad madura es aquella en la cual se es todavía joven, pero con mucho más esfuerzo y también he leído que envejecer es pasar de la pasión a la compasión, supongo que a la compasión por uno mismo, lo que en ocasiones se traduce en indiferencia por todo lo demás. Y es que cuando el cuerpo no responde difícilmente se le pueden pedir peras al olmo del espíritu.
A pesar de las escasas ventajas y los muchos inconvenientes que conlleva la vejez, es raro encontrar a alguien que no quiera llegar a viejo y más raro todavía es encontrar a alguien que reconozca que ya ha llegado. El abuelo de una amiga mía, que enviudó nonagenario, cuando murió su mujer proclamó que su vida se había partido por la mitad. ¡¿...?! Es una cosa muy rara que todo el mundo quiera cumplir años pero nadie quiera tenerlos.
Yo, para ser sincera, no es que tenga prisa por dejar de fumar, pero realmente no espero grandes cosas de lo que me queda de aquí en adelante, si acaso que otra vez que me caiga se me rompa la cadera de verdad o que mi cerebro se pierda en los laberintos de la memoria, o que...yo qué sé. Es cierto que, de momento, todavía le saco el jugo a la vida pero creo que voy a seguir fumando, aparte de porque me gusta, para que esto no se prolongue más de la cuenta.
Quizá por el susto que me llevé, me ha dado por pensar en la vejez y en las supuestas ventajas que encierra, no sé, por irme haciendo a la idea. Y es que dicen que se alcanza una sabiduría enciclopédica y que la experiencia salva de cometer muchos errores. Pero tengo para mí que demasiada sabiduría es un lastre para la curiosidad y un caldo de cultivo para el miedo y que no es la experiencia lo que salva de nada sino la inapetencia.
También dicen que la verdadera juventud no está en el cuerpo sino en el espíritu, aunque, curiosamente, los que dicen eso no son los jóvenes. Son -somos- los que nos resistimos a aceptar que envejecemos porque nuestro espíritu no va al mismo ritmo que nuestro cuerpo y todavía nos creemos que podemos sacar petróleo a la vida. En algún sitio he leído que la edad madura es aquella en la cual se es todavía joven, pero con mucho más esfuerzo y también he leído que envejecer es pasar de la pasión a la compasión, supongo que a la compasión por uno mismo, lo que en ocasiones se traduce en indiferencia por todo lo demás. Y es que cuando el cuerpo no responde difícilmente se le pueden pedir peras al olmo del espíritu.
A pesar de las escasas ventajas y los muchos inconvenientes que conlleva la vejez, es raro encontrar a alguien que no quiera llegar a viejo y más raro todavía es encontrar a alguien que reconozca que ya ha llegado. El abuelo de una amiga mía, que enviudó nonagenario, cuando murió su mujer proclamó que su vida se había partido por la mitad. ¡¿...?! Es una cosa muy rara que todo el mundo quiera cumplir años pero nadie quiera tenerlos.
Yo, para ser sincera, no es que tenga prisa por dejar de fumar, pero realmente no espero grandes cosas de lo que me queda de aquí en adelante, si acaso que otra vez que me caiga se me rompa la cadera de verdad o que mi cerebro se pierda en los laberintos de la memoria, o que...yo qué sé. Es cierto que, de momento, todavía le saco el jugo a la vida pero creo que voy a seguir fumando, aparte de porque me gusta, para que esto no se prolongue más de la cuenta.
jueves, 20 de septiembre de 2007
LOS DOS PÁJAROS
Creo que he ido a todos los conciertos que ha dado Sabina en Madrid desde que alcanza mi memoria; de Serrat he ido a dos o tres y siempre he salido encantada de ambos, cada uno por separado, cada uno en su estilo. Pero los dos juntos encima de un escenario son difícilmente combinables. Serrat no puede evitar ser un buen chico, no le pega nada ir de golfo. En estas condiciones, no debería juntarse con un golfo profesional como Sabina que ha elevado el golferío a categoría de arte, de bella arte; porque queda como un adolescente que quiere hacerse el mayor y dice tacos cuando no viene a cuento. Serrat forma parte de nuestra vida y le queremos como es: un buen chico, un referente ético, ese gran amigo que nunca falla. Y Sabina en cambio es el adivino de nuestras más secretas ensoñaciones, esas que a muchos, en algún momento, nos han convertido en la pareja protagonista de Peor para el sol. Serrat no puede cantar cosas como yo no quiero un amor civilizado porque, por mucho que se esfuerce, seguirá siendo la imagen misma de la civilización, ni el Flaco puede cantar tu nombre me sabe a hierba, porque no se lo cree, lo suyo es mucho más carnal; él tiene muy claro que a hierba, hierba, lo que se dice a hierba, no sabe tu nombre sino tu boca. Y a veces, a hierba de la de fumar.
No sé en otros lugares de la gira, pero aquí en Madrid había un anfitrión y un invitado y se ha notado mucho quién era cada cual. Un invitado de lujo, pero invitado al fin. Y un anfitrión generoso que regaló a su primo El Nano algunas de sus mejores perlas, como Contigo o A la orilla de la chimenea. Joaquín en el escenario estaba en su casa, aunque la acústica del Palacio de Deportes es horrorosa. Pero le da lo mismo, no le hace falta porque sus canciones las cantamos todos, las coreamos y él siempre nos toma la lección. Ya he dicho alguna vez que a los conciertos de Sabina no se va a oírle cantar, se va a despendolarse y a que nos despeine el vientecillo de la libertad. Serrat es otra cosa mucho más formal; hay que escucharle en silencio y, algunas canciones, con los ojos un poco entornados, dejando que tiemblen nuestros recuerdos al mismo tiempo que a él le tiembla el corazón en la garganta. A Sabina le amo porque me destripa el alma, me deja el corazón en los huesos y siempre tiene un verso que me encaja y le odio porque el muy cabrón ha escrito todo lo que quisiera haber escrito yo. A Serrat le escucho con la misma lejanía placentera con que puedo escuchar, no sé, a Pavarotti, porque yo, mal que me pese, no nací en el Mediterráneo y tampoco me llamo Penélope ni Lucía; con lo que sí me identifico es con lo de esos locos bajitos, ahora que los tengo tan cerca. Pero va para muy largo que aprendí que las palabras de amor, sencillas y tiernas, siempre esconden más de cien mentiras aunque, eso sí, valen la pena. Quizá por eso, ya no me creo lo de que hoy -ni tampoco mañana- puede ser un gran día. Sin embargo, parece mentira pero aún andan por ahí, si no más de cien, sí unos cuantos pares de pupilas donde verme viva.
Joaquín se paseaba por el escenario como por el pasillo de su casa, estaba en su casa. Joan Manuel era ese amigo íntimo que, aunque se le dé toda la confianza, casi no se atreve a abrir la nevera.
La primera hora, francamente, me aburrí. Se me pasó pensando que el tiempo corría y no nos metíamos en harina.
Luego la cosa se fue arreglando, sobre todo en los tres cuartos de hora de bises. Porque nos dieron las diez y las once, las doce, la una y hasta la una y cuarto. Estábamos en la penúltima fila, así que subimos una más y nos fuimos al gallinero a pisar el acelerador y a bailar con el pirata cojo. Por cierto, a Serrat se le despegaba bastante la casaca de corsario.
Verlos juntos tiene la emoción de ver nuestra historia hecha música. Y sí, es una ocasión histórica porque será única. Eso espero. Los experimentos, mire usté, con gaseosa.
No sé en otros lugares de la gira, pero aquí en Madrid había un anfitrión y un invitado y se ha notado mucho quién era cada cual. Un invitado de lujo, pero invitado al fin. Y un anfitrión generoso que regaló a su primo El Nano algunas de sus mejores perlas, como Contigo o A la orilla de la chimenea. Joaquín en el escenario estaba en su casa, aunque la acústica del Palacio de Deportes es horrorosa. Pero le da lo mismo, no le hace falta porque sus canciones las cantamos todos, las coreamos y él siempre nos toma la lección. Ya he dicho alguna vez que a los conciertos de Sabina no se va a oírle cantar, se va a despendolarse y a que nos despeine el vientecillo de la libertad. Serrat es otra cosa mucho más formal; hay que escucharle en silencio y, algunas canciones, con los ojos un poco entornados, dejando que tiemblen nuestros recuerdos al mismo tiempo que a él le tiembla el corazón en la garganta. A Sabina le amo porque me destripa el alma, me deja el corazón en los huesos y siempre tiene un verso que me encaja y le odio porque el muy cabrón ha escrito todo lo que quisiera haber escrito yo. A Serrat le escucho con la misma lejanía placentera con que puedo escuchar, no sé, a Pavarotti, porque yo, mal que me pese, no nací en el Mediterráneo y tampoco me llamo Penélope ni Lucía; con lo que sí me identifico es con lo de esos locos bajitos, ahora que los tengo tan cerca. Pero va para muy largo que aprendí que las palabras de amor, sencillas y tiernas, siempre esconden más de cien mentiras aunque, eso sí, valen la pena. Quizá por eso, ya no me creo lo de que hoy -ni tampoco mañana- puede ser un gran día. Sin embargo, parece mentira pero aún andan por ahí, si no más de cien, sí unos cuantos pares de pupilas donde verme viva.
Joaquín se paseaba por el escenario como por el pasillo de su casa, estaba en su casa. Joan Manuel era ese amigo íntimo que, aunque se le dé toda la confianza, casi no se atreve a abrir la nevera.
La primera hora, francamente, me aburrí. Se me pasó pensando que el tiempo corría y no nos metíamos en harina.
Luego la cosa se fue arreglando, sobre todo en los tres cuartos de hora de bises. Porque nos dieron las diez y las once, las doce, la una y hasta la una y cuarto. Estábamos en la penúltima fila, así que subimos una más y nos fuimos al gallinero a pisar el acelerador y a bailar con el pirata cojo. Por cierto, a Serrat se le despegaba bastante la casaca de corsario.
Verlos juntos tiene la emoción de ver nuestra historia hecha música. Y sí, es una ocasión histórica porque será única. Eso espero. Los experimentos, mire usté, con gaseosa.
miércoles, 19 de septiembre de 2007
UNA VEZ MÁS
Una vez más, y ya son quince, ha llegado tu aniversario. Dirás que qué más da, que sólo es una fecha, un día como otro. Y seguramente tienes razón. Me he levantado temprano, como siempre; he desayunado medio dormida y, también como siempre, se me ha echado el tiempo encima; no sé lo que hago pero al final todos los días, por mucho que madrugue, acabo deprisa y corriendo, pintándome en el coche. Y es que la vida es implacable, no se detiene nunca; no se detuvo aquel maldito día, continuó su curso como si no pasara nada. No me concedió un año sabático para dedicarme a llorar a gusto y a deleitarme con tu recuerdo. Tuve que seguir viviendo, madrugando, trabajando, pasando apuros, improvisando soluciones sobre la marcha, mientras tu última imagen, que se había clavado como una foto fija en mi retina, se alejaba de mí y poco a poco te volvía a recuperar vivo. Vivo y feliz.
Y sí, han pasado muchas cosas desde entonces y no todas buenas. ¿Sabes? muchas veces he pensado que tuviste suerte. Te fuiste cuando la vida todavía era un amanecer esplendoroso, no conociste el lado oscuro. Tu no sabías nada de lo que pasaba, de mis angustias, de mis frustraciones, del sueño roto. Tú te limitabas a llenar la casa de luz y, sin saberlo, a hacerme olvidar -al menos a ratos- los problemas. Es verdad que no has conocido a tus sobrinos, que no te has enamorado como tus amigos, que no aprobaste la selectividad, que no has hecho el viaje de paso del ecuador ni el de fin de carrera, que no te sacaste el carnet de conducir, que no fuiste en moto...que no te independizaste...que no....Pero míralo por el lado bueno: tampoco te has enterado de nada de lo que vino después, ni te has comido los marrones que se han tenido que comer tus hermanos. Y te aseguro que han sido finos.
A mí no me conocerías. Ya no soy la que era, aquella madre joven que se comía el mundo y podía con todo. Ahora ya no me como nada, porque además, si como más de la cuenta engordo. Estoy cansada, resignada, llena de miedos. Ya no corro riesgos, ya no me ilusiono, ya sé que la felicidad no existe, me conformo con un pasar discreto, instalada en el escepticismo. Y papá, ni te cuento.
Al principio iba a Sigüenza todos los meses, el día diecinueve, a llevarte flores. La abuela venía siempre conmigo. Íbamos con sol y con nieve, con las carreteras llenas de hielo o con un calor de justicia y sin aire acondicionado. Me acuerdo de subir por el puerto con una lluvia racheada y un vendaval que se llevaba el coche; y otros días con una niebla que no dejaba ver ni los faros de un camión que iba a dos metros, sólo para dejar unas flores junto a tu nombre, que se nos quedaban las manos heladas colocándolas en un macetero. Cuando salíamos de allí ya estaban lacias por la lluvia o quemadas por el sol. Ahora ya no voy tanto. Voy en tu cumpleaños y en Reyes y el día de Santiago; a veces no puedo y me digo a mí misma que da lo mismo un día o dos más tarde. Antes siempre podía, aunque no pudiera.
Ahora la abuela no viene conmigo, porque esa es otra, no sabes cómo está la abuela, ni siquiera sube la cuesta cuando está en Sigüenza; me da dinero y me dice cómprale a Jaime flores de mi parte. ¡La de veces que se ha quedado contigo cuando estabas en el hospital y yo me tenía que ir a trabajar! Leyéndote cuentos, haciendo recortables, jugando a las cartas, dibujando trenes; que hasta tenía yo celos de lo que la querías. Ella tampoco es la misma, no sabes lo triste que es la vejez; ahora lleva un bastón y le duele todo el cuerpo. Y muchas veces está mustia y de mal humor; se enfada conmigo y con las tías y yo siempre tengo mala conciencia.
Esta mañana, mirándome en el espejo, me han acometido unos sollozos roncos, antiguos, secos, fosilizados en algún lugar de la memoria. Luego, por fin, se han hecho líquidos y se han mezclado con el agua de la ducha que me caía sobre la cara. Lloraba por tí, pero también por mí, por papá, por la abuela, por todo lo que se ha quedado por ahí perdido en estos quince años. Sí, mi niño, a veces creo que has tenido suerte.
Hoy voy a ir cuando salga de trabajar. Fíjate si será un día normal que esta noche es el concierto de Sabina y Serrat -ya sabes lo que me gustan- y tengo la entrada desde hace tres o cuatro meses, aunque me dí cuenta de que era el día diecinueve de septiembre; y es que esto es así, pura contradicción. Pero antes iré a Sigüenza; sola, sin la abuela. Porque no es un día normal.
Y sí, han pasado muchas cosas desde entonces y no todas buenas. ¿Sabes? muchas veces he pensado que tuviste suerte. Te fuiste cuando la vida todavía era un amanecer esplendoroso, no conociste el lado oscuro. Tu no sabías nada de lo que pasaba, de mis angustias, de mis frustraciones, del sueño roto. Tú te limitabas a llenar la casa de luz y, sin saberlo, a hacerme olvidar -al menos a ratos- los problemas. Es verdad que no has conocido a tus sobrinos, que no te has enamorado como tus amigos, que no aprobaste la selectividad, que no has hecho el viaje de paso del ecuador ni el de fin de carrera, que no te sacaste el carnet de conducir, que no fuiste en moto...que no te independizaste...que no....Pero míralo por el lado bueno: tampoco te has enterado de nada de lo que vino después, ni te has comido los marrones que se han tenido que comer tus hermanos. Y te aseguro que han sido finos.
A mí no me conocerías. Ya no soy la que era, aquella madre joven que se comía el mundo y podía con todo. Ahora ya no me como nada, porque además, si como más de la cuenta engordo. Estoy cansada, resignada, llena de miedos. Ya no corro riesgos, ya no me ilusiono, ya sé que la felicidad no existe, me conformo con un pasar discreto, instalada en el escepticismo. Y papá, ni te cuento.
Al principio iba a Sigüenza todos los meses, el día diecinueve, a llevarte flores. La abuela venía siempre conmigo. Íbamos con sol y con nieve, con las carreteras llenas de hielo o con un calor de justicia y sin aire acondicionado. Me acuerdo de subir por el puerto con una lluvia racheada y un vendaval que se llevaba el coche; y otros días con una niebla que no dejaba ver ni los faros de un camión que iba a dos metros, sólo para dejar unas flores junto a tu nombre, que se nos quedaban las manos heladas colocándolas en un macetero. Cuando salíamos de allí ya estaban lacias por la lluvia o quemadas por el sol. Ahora ya no voy tanto. Voy en tu cumpleaños y en Reyes y el día de Santiago; a veces no puedo y me digo a mí misma que da lo mismo un día o dos más tarde. Antes siempre podía, aunque no pudiera.
Ahora la abuela no viene conmigo, porque esa es otra, no sabes cómo está la abuela, ni siquiera sube la cuesta cuando está en Sigüenza; me da dinero y me dice cómprale a Jaime flores de mi parte. ¡La de veces que se ha quedado contigo cuando estabas en el hospital y yo me tenía que ir a trabajar! Leyéndote cuentos, haciendo recortables, jugando a las cartas, dibujando trenes; que hasta tenía yo celos de lo que la querías. Ella tampoco es la misma, no sabes lo triste que es la vejez; ahora lleva un bastón y le duele todo el cuerpo. Y muchas veces está mustia y de mal humor; se enfada conmigo y con las tías y yo siempre tengo mala conciencia.
Esta mañana, mirándome en el espejo, me han acometido unos sollozos roncos, antiguos, secos, fosilizados en algún lugar de la memoria. Luego, por fin, se han hecho líquidos y se han mezclado con el agua de la ducha que me caía sobre la cara. Lloraba por tí, pero también por mí, por papá, por la abuela, por todo lo que se ha quedado por ahí perdido en estos quince años. Sí, mi niño, a veces creo que has tenido suerte.
Hoy voy a ir cuando salga de trabajar. Fíjate si será un día normal que esta noche es el concierto de Sabina y Serrat -ya sabes lo que me gustan- y tengo la entrada desde hace tres o cuatro meses, aunque me dí cuenta de que era el día diecinueve de septiembre; y es que esto es así, pura contradicción. Pero antes iré a Sigüenza; sola, sin la abuela. Porque no es un día normal.
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