El rumor corrió insistentemente, no solo por Alba, sino también por su comarca y por la provincia de Salamanca en los primeros años del pasado siglo: La Casa de Alba tenía la intención de poner a la venta las ruinas de su castillo-palacio en el solar de su linaje.
Desconocemos el grado de veracidad que había en ello, aunque algunas informaciones que han llegado hasta nosotros, tras consultar con la administración de los duques en nuestra provincia, lo daban por cierto. Incluso nuestro paisano, Sánchez Rojas, en uno de sus artículos –La ventana del Castillo, El Sol (30-08-1918) -La Esfera (01-11-1924)– nos da cumplida cuenta de su tasación en inventario: 100 pts.
Sea como fuere, hoy acercamos a esta página la reseña de uno de los periodicos de la epoca –El Castellano (02011905)– que se hacía eco de aquel rumor y también transccribimos un curioso artículo, de autoria desconocida, publicado sobre este asunto en este mismo diario salmantino pocos días más tarde.
Castillo en venta
Carta del otro mundo
De don Fernando Alvarez de Toledo al Duque de Alba.
Haces bien, nieto mio: Dicenme de ahí abajo que tienes en venta el castillo donde yo daba vagar a aquellos arcabuceros y a aquellas lanzas que llevé a Flandes, Italia y Portugal. ¿Para qué le quieres? Las anchas cuadras de mi servidumbre son ahora refugio de gitanos y ladrones; las estancias del palacio guarida de las aves del monte; la altiva torre del homenaje no ha de ver rendidos ante ti a los famosos capitanes de las mesnadas albanas; el rey no ha de utilizarse de tu genio y de tu brazo para domar pueblos y tajar cuellos. Los tiempos han cambiado: arcabuceros, lanzas, siervos, mesnadas y reyes, o no existen, o se han modificado; de consiguiente, poco provecho habías de tener en conservar un edificio que para encerrar todo aquello construí. El recuerdo histórico debe el Estado sostenerlo. Si alcancé triunfos y esos dorados sillares de mi castillo son gloriosos, debió la patria por que peleé perpetuarIos, y no dejaros a vosotros, mis sucesores, el encargo de ver cómo, día a día, se desmoronan y se truecan en rodadizo cascote.
Bien sé que muchos te dirán que eres tú el que debes conservar todos esos restos, por ser los de tu casa solariega. ¡La casa solariega! ¡Si supieras qué cosas he aprendido desde que abandoné ese mundo por este de la verdad, y cuánto han variado mis pensamientos sobre muchas materias desde que aquí me hallo platicando no ya con los de mi tiempo y los de más antaño, sino también con los que vienen (aunque no son muchos en verdad) a morar mas aina entre nosotros!
También aquí nuestro espíritu está sujeto a mudanzas, y conocemos algo de eso que vosotros llamais por ahí abajo progreso aunque a mí se me figura que bastaría con llamarlo variación o cambio.
Yo víne aqui con la idea de que los deseendientes de un linaje que fue honra de su país, llevando a término memoorables hazañas, son algo así como porcioneros del que fue cabeza y tronco del linaje mismo. También sé que algunos de por ahí participan todavía de esas creencias e imaginaciones. Empero, bien comprendo que no es esa la verdad de las cosas sino otra muy diferente. Si en los signos y señales de la casta falta la ley de herencia, figúrate lo que será en las manifestaciones del ánima.
Yo no sé si tú tendrás en el rostro rasgos del mio y en tu caracter las vehemencias que eran particulares y aun lo son de este tu abuelo. Lo que sé es que sí participas de los honores que a mí me concedieron en pago de mis servicios y te ves como obligado a conservar los restos de nuestras grandezas y de nuestro castillo, no es sino en virtud de una especie de mágica social.
¿Qué tiene que ver que yo, guerrero famoso, edificase un castillo en consonancia con mi oficio y con mi gusto, para que tú , distinguido sportman, según me dicen, hagas de él solar de mi grandeza? Para ello deberías convertirlo en garaje, o cosa así, porque eso cuadraría tal vez a tus gustos, y esas máquinas con que haceis tantas maravillas, son como las armas de tus empresas y los trofeos de tus victorias.
Mi villa y los pueblos del llano al ver en la alta torre los primeros y los últimos rayos del sol que alumbra la diaria labor de la tierra, no se acuerdan seguramente tanto de tí, apuesto mancebo, como de mí y de mis gentes de armas.
Una sola cosa rechazo de tu propósito: el precio de la venta. Para venerando recuerdo mio, no es mucho que lo valúes en cinco mil maravedises de oro, y si solo ves en esas ruinas una cosa inútil cuyo mantenimiento te es indiferente, toda cantidad que señales quizás sea harto crecida, porque el taso de esos agrietados muros y montones de escombros, no puede ser sino cosa de alarifes.
Que seas feliz te desea tu abuelo
FERNANDO ALVAREZ de TOLEDO
Por la copia,
Luis de Villa Regia