Cu adernos del Rebalaje
Nº 35 / Julio-septiembre de 2016│D L: MA 702-2016│Edita ABJ
MUJERES DEL
REBALAJE
Eva Cote Montes
Prólogo
David Florido del Corral
Ilustraciones
Equipo Lalufa_3
Cuadernos del Rebalaje
DL : MA 702-2016 / ISSN: 2174-9868
Publicación monográfica de periodicidad trimestral editada desde 2010 por la
asociación cultural Amigos de la Barca de Jábega
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Coordinación artística
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Edición y coordinación general
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Tiene como objetivo divulgar conocimientos relacionados con el mar Mediterráneo y su
vinculación con la costa malagueña y andaluza, sus gentes, embarcaciones, tradiciones y
costumbres desde el punto de vista antropológico, histórico, geográfico, científico-técnico,
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Mujeres en la playa de El Bulto (detalle). Fondo B. Arenas. Archivo CTI-UMA
MUJERES DEL
REBALAJE
Eva Cote Montes
Prólogo
Ilustraciones
David Florido del Corral
Equipo Lalufa_3
Cuadernos del Rebalaje nº 35
Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
EN LA ARENA MOJADA EL TIEMPO SE ESCONDE (2014)
Collage, acrílico y barniz sobre DM, 110 x110 cm
Pág. 2
│ Cuadernos del Rebalaje nº 35 │AABJ
Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
“La situación de la mujer se considera, a menudo,
como un test mediante el cual se puede juzgar
la civilización de un país o de una época”
(Eileen Power, 1889-1940)
SUMARIO
1. Prólogo
2. Mujeres del rebalaje
2.1. Las gentes del rebalaje
2.2. Historias de mujeres
2.3. Las protagonistas
3. Anexo: el hogar
4. Agradecimientos
5. Bibliografía
Pág. 3
│ Cuadernos del Rebalaje nº 35 │AABJ
Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
LA POESÍA HA MUERTO (2014)
Collage, barniz y acrílico sobre cartón, 110 x 110 cm
Pág. 4
│ Cuadernos del Rebalaje nº 35 │AABJ
Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
1. Prólogo
REDES DE SOLIDARIDAD ENTRE MUJERES SOLAS,
LOS MARIDOS EMBARCADOS
David Florido del Corral
M
iguel de Unamuno introdujo en nuestro léxico el término
intrahistoria para hacer referencia a la realidad cotidiana, al
paisaje que mujeres y hombres construyen cada día con sus manos, sus
aspiraciones, sus esfuerzos, sus deseos. La Antropología gusta de usar la
técnica de las entrevistas biográficas porque las respuestas obtenidas nos
devuelven historia vivida, experiencia, encarnada en personas, en sus
recuerdos, en sus expectativas, en sus afanes, reconstruidos desde el
presente. Y aquí es donde radica su fuerza, pues nos permiten el acceso
a un mundo sentido, no el mundo del que se habla, desde el exterior a
través de datos fríamente obtenidos, sino mediante el tamiz del corazón
de quien recuerda. Hacer uso de esta técnica nos da acceso, además, al
diverso juego de los puntos de vista. Es la triangulación de las diversas
voces, junto a las aportaciones de otras fuentes (bibliográficas,
documentales, estadísticas, etc.) la que nos permite tener un relato que
se acerca con más profundidad a la siempre densa red de relaciones que
constituye la vida social.
Este es el primer valor del trabajo que nos ofrece Eva Cote. Las voces
que nos trasladan el mundo marengo del rebalaje de mediados del siglo
Pág. 5
│ Cuadernos del Rebalaje nº 35 │AABJ
Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
XX en adelante nos permite acercarnos a los conocimientos, modos de
vida, aspiraciones y padecimientos de las mujeres -lo que ya de por sí es
imprescindible para conocer a las sociedades marítimas-; esto es,
podemos acceder a ese mundo desde el punto de vista de las mujeres,
que es diferente y enriquecedor. Respecto al primer aspecto, el papel de
las mujeres, este trabajo viene a consolidar lo que ya conocíamos en
otros territorios costeros andaluces. El papel económico de las mujeres
es limitado en las familias marineras, pero no inexistente. Así, Eva
documenta que las muchachas llevaban el rancho de comida a sus
hermanos, novios y padres, el costo; así como el trabajo de hilado (con
materiales vegetales) de las jarcias de palangres o de las redes. Las
“malleras”, concentradas en la Malagueta, tejían esos paños para los artes
de pesca (que acabarían armando los sotarraeces) así como realizaban el
trabajo de remienda de los paños averiados -aunque estos trabajos
también los realizasen, y mayoritariamente, hombres-. Por supuesto, las
mujeres trabajaban en fábricas de conserva, los “freidores”, que eran
suministrados por flota de traíñas y sardinales, antes que por el arte por
excelencia del rebalaje, la jábega. También sabemos por los testimonios
recopilados que las muchachas se acercaban a la playa a solicitar pescado
del copo, a recogerlo incluso sobre la arena, participando en históricas
formas de solidaridad entre trabajadores que conocemos en otros puntos
del litoral. Al igual que esa forma de reciprocidad negativa que es sacar,
apañarse, pescado de los procesos de transformación de las fábricas.
Muy minoritariamente, las muchachas del rebalaje también se acercaban
al copo para jalar de las trallas e, incluso, hay casos excepcionales en los
que se embarcaban en la barca para la boga. En todas estas tareas, sin
embargo, hay un aspecto fundamental que nos sirve para entender el
papel de las mujeres en sus unidades familiares. La regla era participar
en actividades a cambio de salario cuando estaban por casar o, asimismo,
desarrollar estrategias de subsistencia, complementarias, durante esa
fase de su ciclo vital. Así, las que obtenían una parte en el copo la
llevaban a su familia de orientación, al igual que sus hermanos. Era tal la
importancia de lograr una autonomía económica en unas condiciones
generales de dificultad de acceso a la renta y los recursos, que algunos
testimonios nos hablan de mujeres embarcadas en el bote con su marido
para evitar entregar un salario a unos brazos ajenos a la familia, en
espera de que los hijos varones estuviesen en edad para poner su pan
debajo del brazo a disposición de su unidad doméstica.
¿Qué nos aportan esos mismos testimonios respecto a las condiciones de
vida de los marengos? Pues nos vuelven a confirmar las historias de
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│ Cuadernos del Rebalaje nº 35 │AABJ
Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
dificultades, de miseria incluso, de los colectivos de marineros y
pescadores de su tiempo. La promesa de prosperidad de la pesca, que
debería haber avanzado de la mano de su industrialización desde las
primeras décadas del siglo XX, no se produjo. Las condiciones de
habitabilidad, en particular, eran deleznables: viviendas de autoconstrucción en zonas inundables que aguzaron el ingenio constructivo
de hombres y mujeres, para hacer frente a las mareas, para acceder al
agua del subsuelo, para evacuar las aguas negras. Sólo la política de
viviendas gubernamental sirvió para paliar esta situación. Así mismo, su
dieta, a base de hidratos de carbono y pescado de las barcas asado,
constituía otro indicador de la limitación de recursos. Como ocurría en
otros puntos del litoral, una respuesta a este marco era la combinación
de los productos del mar y de la huerta, pero la política de
reurbanización del litoral malagueño hizo imposible este modelo, de
modo que por aquí empezó a desangrarse el mundo marengo hacia otras
industrias, la primera de ellas la de la construcción. Por aquí se les abrió
una posibilidad económica a muchas de estas mujeres, pero se consolidó
el drenaje para la progresiva desaparición de un mundo abigarrado, cuyo
paisaje podemos disfrutar a través de las fotografías, pero también de los
relatos.
Por último, los testimonios de mujeres trabajadoras del rebalaje nos
permiten entrever sus prácticas de solidaridad, las redes de apoyo
mutuo en un mundo, el de tierra, en el que la mayor parte del tiempo
tenían que afrontar el sostenimiento de sus núcleos domésticos sin la
presencia de sus maridos, embarcados la mayor parte de ellos, en las
flotas de más alcance, traíñas y vacas de arrastre. Todo un referente de
sustentabilidad, pero en un sentido más profundo de término.
En la cabecera de la sección mujeres y niños junto a
sus viviendas en la playa de El Bulto (detalle). 1954.
Fondo B. Arenas. Archivo CTI-UMA
Pág. 7
│ Cuadernos del Rebalaje nº 35 │AABJ
Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
A LA ESPERA DE LAS HORAS (2014)
Collage, barniz y acrílico sobre cartón, 110 x 110 cm
Pág. 8
│ Cuadernos del Rebalaje nº 35 │AABJ
Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
2. Mujeres del rebalaje
2.1. Las gentes del rebalaje
E
ste segundo número de una
pretendida trilogía sobre las gentes
del rebalaje, que comenzó con el nº 30
de de esta colección dedicado a los
hombres del rebalaje, tiene como
protagonistas a las mujeres. Las líneas
a seguir siguen siendo las mismas que
nos guiaron en la anterior etnografía:
acercarnos al rebalaje a través de las
historias de vida de sus habitantes,
narradas en primera persona. De la
misma manera volvemos a incidir en
idéntico contexto histórico temporal: la
primera mitad del siglo XX, testigo de la
expansión económica malagueña basada en gran medida en el comercio
marítimo y el desarrollo de la industria.
Sin embargo en esta ocasión, pretendemos dar la voz a ellas, las
mujeres, para intentar entender y de
ese modo llegar a conocer la misma
realidad narrada desde otro punto de
vista más humilde quizás y al mismo
tiempo, quizás también, más cercano.
A través de sus miradas buscamos
seguir adentrándonos en el universo
del rebalaje, ese espacio social
Pág. 9
perteneciente al imaginario colectivo
malagueño en el que lo cotidiano se
entremezcla con lo extraordinario, al
tiempo que el trabajo duro y agotador
lo hace con los momentos de ocio y
diversión.
Para las dos imágenes de la página:
Mujeres de El Palo (detalles). Hacia 1920.
Fotos L. Roisin. Archivo CTI-UMA
│ Cuadernos del Rebalaje nº 35 │AABJ
Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
2.2. Historias de mujeres
U
n aspecto a destacar dentro del
paisaje social que conformaba el
rebalaje en los años cuarenta, cincuenta y sesenta del pasado siglo, es el
papel fundamental que desempeñaban
las mujeres dentro de la unidad familiar, siendo ellas quienes soportaban
el peso de la economía doméstica.
Muchas de ellas vinieron al mundo en
la playa, en el rebalaje, en el seno de
familias marengas y de pescadores,
otras llegaron siendo niñas con sus
familias y aún otras lo hicieron de la
mano de sus maridos con la intención
de engendrar su propia prole en aquel
lugar.
Todas ellas tienen grandes historias
que contar, historias de vida, de
valentía, de sufrimiento y miseria,
historias enormes, historias de mujeres, de aquellas a las que apenas se ha
escuchado y que ahora son las
protagonistas de sus propios relatos.
Yo nací en El Burto [barrio de la
margen derecha del Guadalmedina, junto a El Perchel y La
Trinidad], al lao de la playa…,
debajo del puente de hierro, que
había unos corralones que le
decían El Burto. Me llaman
Burteña porque soy de El Burto,
pero yo soy Antonia, Antonia la
Burteña… Allí estuve hasta los
dieciocho años, que me vine
p’acá [a El Palo] con mi marío
(Antonia la Burteña).
Yo nací donde estaban las
monjas, que le llamaban los
guarros [zona de El Palo que se
extiende desde Casa Pedro hasta
el arroyo Jaboneros], allí vivía yo
con mis padres. Pero mi madre y
mi padre se separaron y como la
madre de mi padre vivía aquí [en
las protegidas] po entonces nos
vinimos aquí (Antonia Jódar).
Yo nací en el rebalaje, aquí me
parió mi madre, aquí fue mi
niñez, mi moceá, aquí fue to… (la
Ichi).
Mujeres en El Palo. 19XX.
L. Roisin. Archivo CTI-UMA
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ABJ
Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Yo no nací en el rebalaje, nací en la
calle San Andrés, en Málaga, porque
fue cuando la guerra, que se
llevaron a mi padre… Mi padre y mi
madre se casaron y pusieron la casa
en la playa, por detrás del
cementerio, de aquí del Palo, pero
claro como mi madre estaba ya pa
darme a luz po se fue a casa de mi
abuela y allí nací yo, y
nos
vinimos
p’acá na más
que mi padre ya
vino de la guerra
(Loli Caparrós)
Las casas de la
playa de los años
cuarenta y cincuenta eran todas de
autoconstrucción,
fabricadas
en
su
mayoría con madera y
uralita, aunque también las había de barro,
piedra, juncos y techos
de cartón. Sólo algunas
pocas familias podían
permitirse materiales algo
mejores.
Y teníamos las casas de lata,
no, de lata no la teníamos
nosotros, de uralita, y
cuando llovía caía una gota
a un lao, ¡ay! un cacharro a
un lao, otro cacharro en
otro… Que se llovía tó y yo
cuando llovía me ponía
mala
¡ay
que
está
lloviendo, ahora qué va a
ser dios mío de mi vida!
(Antonia la Burteña).
tiró el muro y le abrió la puerta y le
abrió la ventana… Nos tuvimos que
ir a la huerta de enfrente, allí tol día
hasta que la mar bajó. Y entonces mi
padre hizo ya el muro ese tan
grande… (Loli Caparrós).
En base a las muy
deficientes condiciones en
las que se encontraban las
casas del rebalaje y a las
inclemencias climáticas
que debían soportar, sus
habitantes fueron ingeniando a lo largo del
tiempo diferentes modos de combatir la
fuerza de la naturaleza. Como por
ejemplo, disponer
un
espacio
o
callejón entre las
paredes de las
casas colindantes
con la finalidad
de dejar paso a la
mar
cuando
los
temporales
provocaban
que el nivel
subiese
de
manera desmesurada, al tiempo que permitía
su posterior retorno hacia el
rebalaje, evitando de este modo
provocar
daños
mayores en los
muros y paredes.
Aquí las casas eran de
madera… En una lata
poníamos una hornilla, poníamos
cuatro piedras y ahí echábamos el
pescao y ahí nos lo comíamos (la
Ichi).
Cuando había temporal la mar
arrastraba los chinos y los subía
p’arriba, los metía hasta las casas.
En la casa de mi madre, Mama
Pepa, la mar le rompió la terraza,
Arriba, Antonia la Burteña a los dieciocho
años. Abajo, Loli Caparrós de joven en el
rebalaje.
Reproducción Manué Fernández García
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Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Núcleo de viviendas en la playa de
la Pescadería (junto al puerto).
1903. Foto V. Tolosa
Escena familiar en la playa
de la Pescadería. 1903.
Foto V. Tolosa
Familias ante sus viviendas en la
playa de El Bulto junto a las vías del
tren. 1954. Fondo B. Arenas. Archivo
CTI-UMA
Tras un sardinal viviendas en El Bulto
con la catedral a lo lejos. 1954. Fondo
B. Arenas. Archivo CTI-UMA
Casas de pescadores en La Malagueta.
A la izquierda una barca de jábega y
al fondo La Farola. 1954. Fondo B.
Arenas. Archivo CTI-UMA
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ABJ
Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Aquí cuando había temporal llegaba
el agua hasta aquí arriba, to esto se
llenaba de agua y nosotros teníamos
que irnos a la planta de arriba…
cuando había temporal… porque
ahora no viene porque le han puesto
los espigones, pero antes venían
hasta las cañas y to aquí… el agua
entraba por un callejón y salía por
otro… y cuando había temporal, un
levante de esos fuertes, los barcos
se varaban hasta aquí arriba
(Antonia la Burteña).
Otro recurso muy utilizado, que al igual
que el anterior se sigue manteniendo
en la actualidad aunque carente de su
función primigenia, es la construcción
de una doble puerta de entrada a la
vivienda. Una en la parte delantera,
frente al rebalaje, y otra en la parte de
atrás. De este modo el agua del mar
podía entrar dentro de la casa y salir de
la misma ocasionando el menor daño
posible en los muros. Esta solución
constructiva también facilitaba una
salida de emergencia a los vecinos.
Los temporales venían en invierno y
en marzo también, en marzo no veas
cómo zumbaba el agua… Nosotros
podíamos salir por detrás pero las
personas que na más tenían puerta
por delante… la mitad de la gente se
venían a la casa nuestra. Algunas
casas tenían dos puertas, pero mu
pocas… Las personas que no tenían
puerta por detrás le entraba una ola
y otra ola y otra ola, las criaturas no
veas tú, arrasaba los muebles y to
hasta donde llegara el agua que le
diera la gana… No recogíamos na
porque casi no teníamos muebles…
Y cuando volvíamos muchas veces
había destrozao algo pero poco
porque teníamos mu pocos muebles, mu pocas cosas, a lo mejor en
una casa había una mesa y cuatro
sillas y un mueblecillo ahí de mala
muerte… (Loli Caparrós).
Características comunes a todo el
rebalaje eran la carencia de agua corriente en las casas, de saneamientos,
pavimentación, recogida de basuras, así
como la no existencia de ningún tipo de
planificación urbana. Se trataba de
casas habitadas en su mayoría por
pescadores, viviendas de pequeñas
dimensiones, mal acondicionadas y
carentes de los servicios básicos.
Aquí no teníamos saneamiento, no
teníamos agua, no teníamos nada.
Mi padre, como era tan apañao,
hacía pozos ciegos porque aquí
nadie tenía váter. Mi padre hizo su
pozo ciego y nos puso nuestro váter
y nuestro lavabo y el agua la
acarreábamos de El Candao (Loli
Caparrós).
Antes no había ni váter y hacíamos
nuestras cosas en un balde y lo
tirábamos al mar… o al cubo y a la
basura (Antonia Jódar).
Playa de El Palo con dos filas de viviendas antes de la construcción del paseo marítimo. Archivo J. Ruano
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Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Donde yo tengo ahora mi cuarto de
baño, que me lo hizo mi hijo
Eduardo, era la habitación en la que
antes dormían mis seis hijos… Ahí
dormían las criaturitas, unos con las
cabezas p’arriba y otros p’abajo
(Antonia la Burteña).
Viviendas protegidas de El Palo, entregadas
en 1954. Fondo B. Arenas. Archivo CTI-UMA
En las playas de El Palo las casas
coexistían con huertas, y con viñas y
lagares en la parte alta de la barriada.
Sería a partir de la segunda mitad del
siglo XX cuando dichas huertas empezaron a desaparecer. El motivo,
según Ruano y Barberá (1995), no fue
otro que el auge que a partir de esas
fechas fue experimentando la construcción y el consecuente abandono al
que se vio sometido el campo, pues la
mano de obra para las nuevas
viviendas provenía principalmente del
sector agrícola.
tructura de los corralones del barrio de
El Bulto (Burgos Varo, 1997).
Yo me vine aquí en el 71, cuando
todavía era chica… Nos vinimos a las
protegidas, donde ya vivía mi gente,
mis tíos y todo, y ya hacía años que las
habían dao… Las darían en el 48 o así
(Antonia Jódar).
También en la zona norte de la
periferia malagueña, en el barrio de La
Palma, se construyeron en principio de
manera provisional a la espera de dar
viviendas en el sector, los llamados
albergues de La Palma, a los que se
trasladaron no pocos vecinos de la
playa. Los albergues carecían de
saneamientos y tenían graves problemas de basura, acrecentados por el
hecho de convertirse en asentamiento
definitivo de muchas familias (Burgos
Varo, 1997).
Yo he estao veinticinco años en La
Palma, porque me dieron una
vivienda allí... Y me fui porque aquí
las casas eran de madera (la Ichi).
Por donde está ahora el Mercadona,
to ese sitio de enfrente, to aquello
era una huerta, que hoy hay un
colegio y hay unos pisos, eso era la
Huerta de Navas, que allí había
vacas y vendían leche, vendían de
todo pero mayormente leche (Loli
Caparrós).
Fue también en esos mismos años
cuando el Ayuntamiento planificó las
primeras casas subvencionadas o de
protección oficial, conocidas en El Palo
como las protegidas. La distribución de
su interior seguía, en parte, la es-
El Palo, años 70. Revista Jábega nº 33.
Dip. Prov. de Málaga. www.cedma.es
En cuanto al agua corriente, el barrio
de El Palo se proveía fundamentalmente de fuentes naturales o de la
Pág. 14 │ Cuadernos del Rebalaje nº 35 │A
ABJ
Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
extracción de aguas subterráneas
mediante pozos, pues según Ruano y
Barberá (1995) las aguas de la capa
freática de esta zona -procedentes de la
montaña que la rodea por el norteeran no sólo abundantes sino también
de excelente calidad, e incluso algunas
han llegado a ser consideradas como
medicinales. De esta abundancia de
aguas y de la facilidad de su extracción,
surgieron a lo largo de todo el rebalaje
paleño las numerosas huertas que
hemos mencionado antes.
inicio del camino de Olías, sin olvidarnos de la muy conocida fuente de la
Olla, así llamada por el diseño artístico
de su parte superior, que estuvo
situada en las Cuatro Esquinas.
Lo que hemos pasao… ni había
lavadora ni había na… Íbamos por
agua a la fuente pa lavarle la ropa a
to los niños y pa lavar a los niños
que eran seis. Calentaba agua y en
un baño de zinc bañaba a los niños,
los bañaba por la noche… (Antonia
la Burteña).
Mi padre empezó a hacer pozos
ciegos a las personas que se lo
pedían, y pozos pal
agua, también
empezó a
hacer
Nosotros no teníamos agua aquí en
la playa, íbamos a la fuente
del Cochino, ahí
arriba, pa
beber.
Y
pozos pal
agua. En la casa
de mi madre hay un pozo enterrao,
del agua… y en las cuatro casas que
había medio en condiciones también
(Loli Caparrós).
una
fuentecita que
nos pusieron aquí
abajo en el arroyo [Gálica] pa coger
pa lavar y pa lavarse… No sería
hasta el 74 o el 75 cuando ya entró
el agua corriente en las casas (Loli
Guerrero).
Poco a poco las autoridades pertinentes
fueron
ordenando
la
instalación de fuentes en los lugares
más poblados. Ruano y Barberá
(1995) nos describen algunas de ellas,
como la del arroyo Gálica la cual servía
no sólo para el uso doméstico sino
también como abrevadero para las
bestias, o la de La Pelusa, también
llamada fuente del Fielato, situada en
la salida de la barriada hacia la carretera de Almería, la cual también
servía como abrevadero. O la fuente
del Cochino, también junto al Gálica, al
Aquí [en las protegidas] teníamos
agua corriente pero a lavar íbamos
al río, ahí mismo al Gálica, bueno el
Gálica es ahora antes no se le
llamaba el Gálica, era el arroyo…
Nos juntábamos unas pocas pa ir a
lavar y, si no, el lebrillo (Antonia
Jódar).
Mujeres y niños junto a la fuente de la Olla
en calle Mar. Hacia 1910 (detalle). Fondo
Thomas. Archivo CTI-UMA
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Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
El agua la acarreábamos de El
Candao y aquí después pusieron una
fuente, a la vera del río… En El
Candao había un chorro de agua,
como una acequia, y de allí la
cogíamos pa lavar y pa esas cosas,
pero aluego pa beber íbamos a las
protegidas, a la vera del cementerio,
que sí tenían agua y entonces
poníamos los cántaros y cuando nos
tocaba, la mujer nos lo llenaba. Esa
era pa beber y pa hacer de comer, y
le dábamos un dinerillo a esa
señora… porque ellas sí tenían agua,
nosotros
no
teníamos
(Loli
Caparrós).
La alimentación en el rebalaje era
escasa y poco variada, a decir de
nuestras informantes “se pasaba mucha jambre, mucha miseria” y aparte de
las cazuelas de fideos, de papas y del
arroz -a los que la mayoría de las veces
“no había más na pa echarle”-, se
comían muchas batatas “batatas cocías,
batatas asás, batatas fritas…”.
Echábamos mano a lo que fuera, mi
madre ponía una olla de batatas pa
tantos hijos como tenía, que eran
catorce los que tenía, y cuando no
había po un potaje nos ponía
(Antonia la Burteña).
Cocinábamos con carbón y con
moñigas secas, que hacían como el
carbón… Aquí había una carbonería… Poníamos una hornilla de
barro y se echaba carbón y le
pegábamos fuego y poníamos la olla
encima pa hacer de comé…
(Antonia la Burteña).
Mi padre, cuando era la cosecha de
las batatas, no de las papas sino de
las batatas, de los moniatos, íbamos
al Candao, aonde mismo íbamos por
agua, y nos compraba un saco. Eso
nosotros porque mi padre podía,
porque mi padre tenía dos oficios,
tenía dos sueldos y éramos muchos
pero como había dos sueldos po
algo quedaba. Pero también había
quien iba y los rabichillos que había
en el rebusco, rabichillos, no batatas
buenas, pos iban y se los llevaban pa
su casa, porque no tenían las
criaturas (Loli Caparrós).
Por supuesto también se comía pescado asado. Con esta finalidad todas las
mujeres tenían un anafe en la puerta de
la casa. Y siempre que se podía se
hacían moragas de sardinas en espeto,
ya fuese con aquellas que no se habían
podido vender en la lonja, con las que
entraban en la parte de marengos y
jabegotes, o bien con aquellas que se
habían conseguido en la playa. Pues
ocurría que en ocasiones era tan
abundante la pesca obtenida que su
venta no resultaba rentable porque el
mercado estaba saturado.
Como afirman Ruano y Barberá (1995),
sólo los marengos conocen la receta
para la preparación perfecta de los
Tanto al norte del barrio como entre las casas de los pescadores y la carretera a Almería existían
huertas para el autoconsumo y la venta local. Postal coloreada de principios del siglo XX. Col. F. Foj
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Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
espetos, manejando adecuadamente la
sal, la leña, el fuego, la caña alisada y
acabada en punta, la forma de espetar
la sardina, distancia de las ascuas,
orientación según la dirección del
viento... y tantas otras cosas aprendidas
por tradición.
Mi padre hacía muchos espetos,
muchos, y también hacía las cañas
de los espetos… Pero prohibieron
hacerlo en la arena porque dejaban
mucha porquería (Loli Guerrero).
Asábamos las sardinas en la terraza
de mi madre, nos poníamos y lo
hacíamos allí, con la leña, y se hacía
un muro de arena mojá y ahí
hincábamos los espetos… Los
espetos los hacían Antonio [su
marido] o mi hermano que sabían
espetar, y mi hijo el mayor también
sabe espetar. Yo no he sabío nunca
espetar, mis hermanos eran los que
espetaban (Loli Caparrós).
harina, las mojábamos y las
freíamos… O las enjuagábamos y se
las echábamos a una ensalá o las
freíamos al pimpi, que también
estaban mu güeñas al pimpi…
Traían los sacos llenos de
peregrinas (Antonia la Burteña).
La mayoría de las mujeres de esos
difíciles años no tuvieron la oportunidad de ir a la escuela, algunas por
ser la mayor de los hermanos, condición que las obligaba a hacerse cargo
de ellos, que por lo general eran
muchos pues abundaban las familias
numerosas de más de siete hijos, otras,
dada la mentalidad de la época,
simplemente por ser mujeres.
¿Al colegio…? ¡Ay!, mu poco he ío,
qué poco… na. Como mi madre tenía
catorce hijos po yo tenía que estar
con los niños y mi madre era la que
trabajaba… Yo, como era la mayor,
tenía que estar con mis hermanos…
¡me tocó! Mis hermanos sí fueron,
¡claro!, mis hermanas no… Algunas
niñas sí iban al colegio, otras no…
(Antonia la Burteña).
Yo fui al colegio cuando chiquitita y
nos teníamos que llevar la sillita
porque no había silla aonde
sentarse ni na… Yo me peleaba con
las niñas y ellas me decían “aquella
la de las trenzas, la kiki, la kiki”, y
me pusieron Kiki de apodo (Kiki).
Loli Caparrós haciendo una moraga en la terraza de
su casa. Reproducción Manué Fernández García
Los vecinos recuerdan una vez que
entró en la bahía un banco de almejas
peregrinas, las mismas que en Galicia
llaman vieiras, y los paleños estuvieron
comiendo peregrinas durante casi dos
meses.
Entró un banco de peregrinas que
vino ahí, y la gente empezaba a
coger, venían los camiones de Galicia pa llevarse las peregrinas…
Nosotros las freíamos con harina,
como si fuese una galleta de esas de
Aunque afortunadamente también
hubo excepciones.
Nosotros fuimos todos al colegio,
éramos siete hermanos y todos
fuimos. Después, mi padre no quería
que las hembras trabajáramos en
ningún sitio, quería que aprendiéramos a coser. Mi hermana la
mayor aprendió a coser y se colocó
en casa de una señora cosiendo y
planchando. Y yo me enseñé a coser
y to los trapos de mi hermana
cuando le empezaban a crecer los
pechillos se los hacía yo, de la más
chica. Y yo aprendí a coser y ya
después cuando me fui a casar me
hice to mi ajuar yo, todo (Loli
Caparrós).
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ABJ
Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Como la mayoría de los hombres eran
pescadores y trabajaban en la mar, era
tarea asignada a las mujeres y a las
niñas llevarles la comida al trabajo.
También eran las niñas las encargadas
de llevar el almuerzo a sus madres,
cuando éstas trabajaban fuera de casa.
Yo he ío muchas veces al Morlaco
con mi madre, a llevarle la comida a
mi padre… Íbamos cuando veíamos
que se estaban acercando ya pa
sacar el copo. Y luego a mi marío,
cuando trabajaba en el muelle
también iba yo a llevarle la comía al
muelle… El costo (la Ichi).
Yo la primera vez que fui al freidó
fue a este de aquí, al de Aranda,
tendría yo cinco o seis años, a
llevarle a mi madre el café, el
desayuno, iba yo, y me entraba un
asco, ¡ayyyyyy, el olor a pescao! Era
mu niña y yo decía: “¡Ay mamá que
yo no vengo más, que echa mucha
peste, que el freidó echa mucha
peste!” De eso me acuerdo yo… Y al
final terminé en el freidó (Loli
Guerrero).
sin embargo, en el rebalaje malagueño
se continuó utilizando durante alguna
década más. Una de las características
de este arte de pesca es que se cobra
desde la playa y, a la hora de sacarlo de
la mar, cualquiera que se acercase y
echase una mano jalando de la tralla recibía después una parte de las capturas.
En el rebalaje estaba el copo, porque
aquí venían las barcas y tiraban los
hombres de las redes, y cuando se
escapaba algún pescao allí estaba
una pa cogerlo, claaaro, y cuando
por ejemplo conocíamos a los que
tiraban de la red, le decíamos:
“Échenos usted un puñaíto” y nos
echaba un puñaíto pa la casa… Yo
cuando chica iba a to las redes pa
que nos dieran pescao y cuando
cogían chanquetes, muchas veces
los chanquetes empezaban a saltar y
uno por uno, uno por uno con arena
y to lo cogíamos nosotras, to los que
se escapaban y los arreglábamos
(Loli Caparrós).
Sin embargo, a diferencia de otras
localidades andaluzas en las que las
Tomás Pareja Boquerón y Antonia Caballero la Matea tirando de la jábega en la playa de Conil.
Hacia 1973. Fotografía Juan Capa en www.conilenlared.com
El copo o arte de jábega utilizado para
la pesca del boquerón y la sardina fue
prohibido en los años setenta por las
autoridades en toda la costa andaluza;
mujeres se arrimaban para ayudar en
esta faena como un medio para
conseguir algo de pescado para sus
casas, como ocurría por ejemplo en
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Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Conil de la Frontera (Cádiz), en el
rebalaje malagueño las mujeres no
tenían costumbre de tirar del copo y las
que lo hacían eran casi siempre
muchachas que se enganchaban a jalar,
más por diversión que para conseguir
la parte. No obstante nos han llegado
algunas referencias de mujeres de El
Bulto que tiraban de la tralla e incluso
se embarcaban a bogar.
Las mujeres no tiraban… Eran las
niñas, y también las muchachas,
vaya, hasta dieciocho o diecinueve
también. Yo he tirao del copo… en la
playa del Deo, allí siguió haciéndose,
hombre, mu vigilao… Sí, porque aquí
siempre se ha vivío de la pesca, eran
casitas de pescadores, entonces los
enseres y to eso los tenían ahí, las
barquillas… Y entonces ellos mismos pa su consumo y pa ganarse
unas pesetillas po echaban el copo…
Hasta los noventa y to traían el copo
ahí abajo (Loli Guerrero).
Yo también he tirao de la tralla,
¿eh?, mi hermana no, pero yo sí,
porque me gustaba… Pero yo la
parte no me la llevaba, era la parte
de mi padre… (la Ichi).
Pero a pesar de todo también sabemos
que algunas mujeres se embarcaban
con sus maridos y trabajaban con ellos
en la mar, por lo general en barquillas
pequeñas, como chalanas, bucetas…, y
principalmente para conseguir el gasto
para la casa y quizás algún dinerillo
extra.
Yo he ío con él a la mar a cogé choco,
al trasmallo, porque ellos [sus hijos]
eran mu chicos y yo me embarcaba
muchas veces con él…, en la chalana… Así to era pa la casa… Ya
luego cuando ellos eran grandes
empezaban a embarcarse ellos (Antonia la Burteña).
A este respecto cabe mencionar a
Elena León Gaitán, de la que contemporáneos suyos como Fernando Dols o
Salvaro no sólo nos cuentan que se
embarcaba como un jabegote más,
realizando las mismas labores que los
hombres como jalar del copo o recoger
las betas, sino que también se cree que
se echó a la mar al mando de una de sus
barcas de jábega, la Minina, con sólo
veinticuatro años para tratar de salvar
a los marineros alemanes del naufragio
de la fragata Gneisenau:
Jóvenes posan sonrientes sobre una barca en presencia de familiares cerca del antiguo colegio de Gálvez,
junto a la desembocadura del arroyo Jaboneros, en una escena de los años cuarenta. Archivo J. Ruano
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Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Esa sí que mandaba la barca… Era
una mujer que parecía un hombre,
esa mujer fue la que botó su barca
grande pa salvar a los alemanes
(Salvaro).
Las mujeres del rebalaje paleño no
consideran el trabajo con las redes
como trabajo propio de mujeres; sin
embargo, los sotarraeces e hileros con
los que hemos hablado sí que nos lo
confirman, aunque casi siempre en
referencia a las mujeres del otro lado
del rebalaje, de La Malagueta. De hecho
nos hablan de las malleras de La
Malagueta, que trabajaban por encargo
en sus propias casas -muchas de ellas
se trasladarían posteriormente al
Nuevo San Andrés-, los hileros les
facilitaban las madejas de hilo y el
mallero y ellas se encargaban de tejer
las mallas, que posteriormente unirían
los rederos o sotarrae. De nuevo es
Salvaro, marengo y jabegote de La
Malagueta, aunque paleño de adopción,
quien nos recuerda a su madrina
Isabel de quien dice que no sólo tejía
las mallas sino que también hacía las
redes “igual que un sotarrae”.
Las mujeres aquí no hemos trabajao
las redes, eso es en el norte. Nosotras [ella y su hermana Kiki] porque
hemos aprendío, yo sí porque me he
aprendío de verlo, de ver a mi
padre… me fijaba, aquí hay una
malla, aquí en medio la cogía otra
vez, se liaba el hilo en la aguja…
pero aquí no era trabajo de mujeres,
eso más en el norte (la Ichi).
Eran los hombres los que se ponían
a coser la red, to los hombres…
algunas mujeres también algunas,
pero las antiguas, las antiguas sí
cosían Yo con mi padre he cosío
mucha red también, de to los
boquetes que se hacían... (Loli
Guerrero).
Mi padre cosía la red, hasta que se
puso malo, estaba tol día cosiendo…
y algunas mujeres. De hecho mi
padre me lo enseñó a mí una vez,
pero una o dos veces na más, pero,
vamos, pa hacer una tontería no pa
hacer una red ni na, me enseñó a
remendar… pero las antiguas sabían
de to (Antonia Jódar).
Por su parte los hileros, o jileros como
popularmente se les conocía, se concentraban en gran número en El Palo.
Algunos trabajaban por cuenta propia y
otros en alguna de las atarazanas
existentes en el barrio.
En El Palo había dos atarazanas,
había una en la calle Villafuerte y
había otra donde las monjas, que es
la barriada de los guarros, le dicen a
aquello, allí había otra, y después mi
padre en verano estaba aquí en la
planá y aquí hilaba, en la calle, en la
planá… En la atarazana había dos o
tres ruedas, que no había la rueda
de mi padre sólo sino que había dos
o tres ruedas, dos o tres personas
hilando (Loli Caparrós).
Buena parte del trabajo
doméstico se realizaba en
el exterior de la vivienda.
En esta foto de Vicente
Tolosa de 1907 una mujer
hace la colada en El Palo.
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Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
En el colegio [el
trabajaban los
ahora están to
aparcamiento]
atarazana (Kiki).
ICET] era donde
hombres, donde
los coches [el
eso
era
una
Mi padre era jilero, Lázaro el Jilero,
y ya después se colocó en la fábrica
cemento y hacía las dos cosas… El
hilo era de cáñamo, uno más fino si
se quería la cuerda más fina y si la
quería más basta pa hacer los
palangres, po ya era más gordo el
cáñamo… y luego se lo vendíamos a
Rafael el de la Perola, el padre de
el Moreno, pal palangre, que él era
pescaor… Nosotros le vendíamos los
palangres, na más vendíamos la
cuerda y ya ellos les ponían los
anzuelos… Ya después en la fábrica
de cemento que mi padre trabajaba,
le pidieron cuerdas pa coser sacos,
que la hacía finita, finita, finita…
(Loli Caparrós).
Lázaro el Jilero en su casa del rebalaje.
Reproducción Manué Fernández García
La palabra atarazana, según el diccionario de la RAE, viene del árabe
clásico dār aṣṣinā‘ah cuyo significado es
“casa de la industria”, y se utiliza tanto
para designar un lugar de construcción
y reparación de embarcaciones como
para referirse al recinto en el que se
fabrican cordeles y tejidos de fibras
vegetales. Esta segunda acepción es la
más común en Málaga capital, a pesar
Maqueta de una rueda de hilar realizada por
Juanele. Foto Manué Fernández García
de que el mercado central lleva el
nombre de Atarazanas por haber
albergado, en el siglo XIV, un taller
naval de origen nazarí.
Para realizar su trabajo, los jileros
necesitaban una persona que se
encargara de hacer girar la rueda de
hilar mientras ellos trenzaban los hilos.
Por lo general era un chavea que
recibía el nombre de torceó y que de
este modo conseguía un pequeño
jornal, pero en ocasiones también ayudaban en la faena las hijas de los
artesanos.
Con mi padre trabajaba un niño
dándole vueltas a la rueda y cuando
faltaba el niño entonces iba yo, pa
darle vueltas a la rueda… También
le pasábamos a las cuerdas como
una estopa pa ponerlas finitas,
después de hacerlas, pa que se
pusieran más suavitas… Hacíamos
unos ovillos, metíamos una caña y
en la caña hacíamos unos ovillos… A
eso sí he ayudao yo mucho y mi
hermana y mi otra hermana…
Teníamos cuatro o cinco cañas pero
asín de gordas, pa empezá el ovillo…
se le daba vueltas y cuando se
terminaba se le ponía el hilo debajo
y ya se sacaba la caña y quedaba el
hilo con la forma hecha… (Loli
Caparrós).
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Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Pero sin duda uno de los trabajos más
identitarios de las mujeres del rebalaje
paleño fueron las fábricas de conservas
o freidores, como se las conocía comúnmente. Los freidores de El Palo dieron
trabajo durante varias décadas a
multitud de mujeres del rebalaje. Y eso
a pesar de la escasa importancia
cuantitativa que tuvo la industria
conservera malagueña de la primera
mitad del siglo XX en el contexto
nacional, pues en un entorno político y
económico propio del sistema autárquico imperante, el 95% de la pesca
desembarcada en la provincia iba
dirigida al autoconsumo en fresco y a
cubrir las necesidades de la capital, que
con más de 250.000 habitantes era una
de las cinco con mayor densidad de
población en España, mientras que
únicamente el 5% restante se destinaba a la conserva en sus diferentes
maneras (Bellón, 2003).
Es lo que había en El Palo y casi to el
mundo trabajaba. To el mundo, es
raro la que no haya estao en el
freidó. Decía “pescaaaaaaooooo” y
llamaba a la gente y la gente iba, to
la que iba p’allá, yo he ío mucho
(Loli Guerrero).
Aquí en El Palo casi tol mundo ha ío
al freidó y se han recorrío los tres,
hasta hay quien ha echao los dientes
en el freidó (Antonia Jódar).
Ruano y Barberá (1995) dan buena
cuenta de una de estas fábricas
conserveras, la de Ramón Aranda, de la
que dicen que alcanzó fama internacional convirtiéndose en la primera
firma española conservera de pescados
premiada por dos veces en Europa,
concretamente en París y Londres, en
1912. El empresario e industrial creó
también en la capital una fábrica de
prensado de higos, que nuestras informantes aún recuerdan.
En esas fechas la demanda de
conservas de pescado fue tan grande
que llegaron a instalarse en El Palo
hasta un total de once empresas
conserveras, entre ellas las de Aranda,
Acosta, Martínez, Roldán, Pedrito y
otras. De este dato también nos habla
Bellón (2003) referido a los años
cuarenta destacando por su parte entre
todas a Conservas Navarrete.
Mira, había tres freidores, el de
Juanito Aranda, el de Casa Pedro
que era también el de Román y… el
que está por el mercao… el de don
Antonio Acosta, el mismo que tenía
la fábrica de mantecaos y de… ahí
hacían los pan de jigos los hacían (la
Ichi).
Cuando tenía catorce años empecé a
trabajar en el freidó de aquí abajo, el
de Aranda, primo de mi padre… y to
mi familia, vaya, to mi familia ha
estao trabajando ahí, y mi padre no
quería que fuera a trabajar porque
como mi padre había estao
trabajando, él sabía cómo era eso,
pero yo quería trabajar. Luego ya
estuve en el otro, y luego en el
otro… estuve en los tres (Antonia
Jódar).
Las grandes conserveras daban trabajo
a un buen número de personas dada la
falta de medios y maquinaria de la
época. Algunas contaban con más de
doscientos empleados, de los cuales los
únicos fijos eran un encargado que
dirigía todas las faenas y una capataza
que se ocupaba de vigilar el trabajo de
las operarias, todas ellas eventuales, a
las que se avisaba en mayor o menor
número dependiendo de la cantidad de
pesca adquirida (Bellón, 2003).
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Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Pa trabajar en el freidó no había que
enseñar mucho, ¿sabes?, eso se
aprendía corriendo. Yo empecé a
trabajar en el freidó joven, mu
joven, con diez u once años. Pero
duré poco. Ella sí ha trabajao mucho
en el freidó (Kiki).
Ella duró poco, pero yo iba después
de casá y to iba (la Ichi).
No era necesario cumplir con ningún
tipo de requisito o condición para
entrar a trabajar en los freidores. La
respuesta más común entre las
mujeres al preguntar por los mismos
ha venido siendo por lo general un
“nada, que te cogieran y ya está”. La
mayor parte de las veces cogían a
todas las muchachas que se presentaban para trabajar, las cuales
mantenían su trabajo en la fábrica
hasta la finalización de las existencias
compradas por el empresario, y así
hasta la llegada de un nuevo
cargamento. Para avisar a las
trabajadoras de que había faena en la
fábrica, un trabajador o trabajadora
del freidor se encargaba de pregonarlo por el barrio.
Nos llamaban… la vecina que vive
todavía aquí atrás era la que
llamaba pa los pescaos, “¡niña, que
mañana hay pescao, niña, que hay
pescao!”, entonces había pescao casi
to los días (Antonia Jódar).
Conservas de pescado paleñas.
Etiquetas y estuche. Archivo de J.
Ruano y www.amigosjabega.org,
respectivamente
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Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Se veía el coche del pescao de
venir… ¡Niña, el pescao, el pescao!,
se daba una vuelta por ahí delante,
na más que asomaba porque to esto
no estaba como está ahora, na más
se asomaba allí y desde la punta del
freidó se veía el camión… Ahí nos
poníamos todas en la puerta y decía:
“tú, tú y tú”, y ya está (Kiki).
Venía una mujer pregonando “que
hay pescao, que hay pescao” y las
mujeres iban allí a limpiar boquerones… yo cuando tenía tiempo iba
y cuando no tenía tiempo no iba…
(Antonia la Burteña).
El camión no venía de aquí [del
rebalaje], esos pescaos no eran de
aquí, eran de por ahí… Tenían que
coger mucho, mucho, mucho pescao
pa hacerlo de aquí (la Ichi).
Dentro del freidor y en lo que al trabajo
de las mujeres se refiere había
diferentes especialidades, que tenían
que ver con los distintos tipos de
producto final: la salazón o anchova,
nombre dado en la jerga local, la
conserva en vinagre, con o sin baño
posterior en aceite de oliva, y los
boquerones fritos. Aunque sin lugar a
dudas el trabajo principal tenía lugar
en torno a estos últimos que, fritos en
“manojitos de a cinco” y posteriormente enlatados, suponían la típica
industria conservera malagueña, destinada principalmente a la exportación
tanto dentro del territorio nacional
como hacia el extranjero: Francia,
Bélgica, Alemania, Méjico, EEUU, etc.
Yo empecé recogiendo cabezas de
pescao, luego ya conforme íbamos
siendo más grandes po ya luego
limpiaba pescao, llevaba las parrillas ya con su pescao harinao y ya
hecho manojos pa freirlo…, porque
tenía una tía que estaba en la cocina,
mi tía Juana… Recoger las cabezas,
limpiarlo, llevar el pescao pa las
tinajas, que entonces eran unas
tinajas grandes, pa enjuagarlo.
Luego ya iba en unas cajitas que
ahora son de plástico, que las
llevabas y las ponías una encima de
otra, hasta que luego lo iban
harinando, lo freían, lo metían en
latas, en otro lao lo echaban en
vinagre, en fin, depende ya pa lo que
fuera, que salía pa fuera, mayormente, casi siempre iba en latas, pa
vinagre era poco, se hacía también
pero menos (Antonia Jódar).
Había distintos trabajos, coger las
cajas, había que limpiarlas, echarles
sal pa hacé anchova, pa hacé pescao
en vinagre y pa frito que se metía en
latas… En todos se ganaba lo mismo,
se ganaba igual, eso era las horas
que echases… (la Ichi).
Se limpiaba, se enjuagaba mu bien,
se cortaba pa echarlas en vinagre, se
metía en salmuera…, otras pa echarles el aceite a las anchovas…, se
hacía en vinagre, frito, to eso…,
después lo metían en latas y se
pasaba al baño maría ya preparás
(Antonia la Burteña).
La fábrica daba mucho dinero y
daba mucho pescao, eso se enlataba…, se freía y to enlatao se
mandaba por ahí…, se envasaba pa
Nave de fábrica de pescado de Málaga en los años cuarenta. A la izquierda espiches, prensas y
borriquetes y a la derecha parrilla de cocer sardina al vapor, autoclave y caldera. Fotos L. Bellón
en El Boquerón y la Sardina de Málaga
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Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
fuera…, aquí no se consumía…, aquí
mu poco, mayormente pa fuera
(Loli Guerrero).
La mayoría de ellas trabajaron en los
diferentes freidores que hubo en El
Palo, pasando a lo largo de su vida de
uno a otro.
No es que fuera cambiando de uno a
otro, es que este [el de Aranda] ya
empezó a dejar de traer pescao,
entonces pasamos al otro. Ya
empecé yo a ir al otro, que está aquí
en esta calle de aquí al lao [el de
Casa Pedro]. Luego ya como este
dejó de traer existencias y eso, po ya
luego pasamos al del señor Ramón,
que era el que más continuamente
venía…, hasta que cerró hará unos
catorce años que dejó de existir, que
dejaron de traer ya existencias,
venía de vez en cuando pescao,
algún día pero vaya poco, no como
salía antiguamente que traían
camiones… Y yo trabajaba pero ya
menos porque trabajaba en las
casas, y había menos pescao, algún
diílla que viniera, pero poco
(Antonia Jódar).
En el freidor, eran diversas las artimañas que utilizaban las trabajadoras
para poder comer pescado, pues los
boquerones fritos eran un manjar, a
decir de nuestras informantes, que no
estaba al alcance de sus bolsillos.
Yo en el freidor me jartaba de
pescao frito, yo sí, yo me jartaba…
Lo traían las que llevaban las
parrillas, “anda tráeme”, “toma”,
“traéme otra”… Pero teníamos que
estar pendientes de que el encargao
o la encargá no nos viera pa que no
nos regañara (Antonia Jódar).
Yo sí, yo me iba donde lo freían,
porque en un lao se está limpiando,
en otro se va harinando y en otro se
va friendo, po de cuando en cuando
nos pegábamos un garbeíllo “dame
dos o tres boqueroncillos” (Loli
Guerrero).
Eduardo, paleño, hijo de pescadores,
nacido y criado en el rebalaje, también
nos cuenta algunas de las tretas que
empleaban los chavales del barrio:
Nosotros de chaveas íbamos allí,
que el pescao lo freían y lo ponían
en unas bandejas afuera, pa
enfriarse porque no podían enlatarlo caliente, y siempre había
un hombre mayor allí, que era
sordomudo y estaba pendiente pa
que los niños no entráramos a
cogé el pescao, y nosotros pendientes y cuando se metía pa
dentro íbamos y cogíamos un par
de manojos de boquerones, porque había mucha hambre.
También hubo mujeres que se
dedicaron a limpiar pescado en El
Tintero, bar de referencia en las playas
del Deo por su particular modo de
vender el pescado frito, que sigue
manteniendo en la actualidad, consistente en una especie de subasta de los
platos. Los camareros van sacando
bandejas con diferentes variedades de
pescado recién hecho y las van
pregonando por la terraza hasta que
algún cliente decide quedársela. Al final
se paga según el número de platos que
haya sobre la mesa.
Yo también he limpiao mucho
pescao en El Tintero, pal bar,
llamaba a las mujeres también como
nos llamaban pal freidó, “niña, que
mañana hay pescao en El Tintero”, y
ahí íbamos a limpiar…, porque
vendía mucho pescao, uuuuuuhh,
eso ya hoy no es comparación con lo
que antes vendía... Antes el suelo era
en la misma arena, que no estaba de
obra ni asfaltao, y enterraban los
platos pa no pagarlos (Antonia
Jódar).
El Tintero, el bar, se llama tintero
porque ahí teñían la red, por eso le
pusieron cuando pusieron el
barecillo ahí mismo donde tintaban
la red, le pusieron El Tintero… (Loli
Guerrero).
Que nos bañábamos ahí abajo y nos
llenábamos toas de alquitrán [de
tintar las redes], to las piernas, el
Pág. 25 │ Cuadernos del Rebalaje nº 35 │A
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Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
culo, las manos, to nos llenábamos
de alquitrán (Antonia Jódar).
Muchas otras mujeres fueron a servir a
las casas de los señoritos, pues la
Málaga de mediados del siglo XX era
una ciudad de contraste de clases y
desigualdades sociales evidentes, consecuencia directa de la revolución
industrial y de la concentración de
bienes en unas pocas manos. En ella se
entremezclaba burguesía, clase media,
proletariado y una amplia base de
campesinos y marengos.
Yo trabajaba con Aurelia, un ama de
un barco, Aurelia. Que tenía el
barco en el muelle, una traíña. Yo
hacía las cosas de su casa, ella la
señora, mi padre iba de motorista y
yo estaba con ella en la casa
(Antonia la Burteña).
Algunas, las menos, pudieron aprender
un oficio y supieron sacarle provecho
con creces.
Aprendí a coser y también a bordar
a máquina, me saqué el título y puse
dos máquinas en el cuarto de mi
madre pa enseñar a niñas a bordar,
Con el auge de los
merenderos las mujeres
se dedicaron en ellos al
trabajo de cocina.
Imagen de principios del
siglo pasado del
establecimiento La Gran
Parada de Miguel el de
las sardinas con
empleados y clientes.
Archivo J. Ruano.
Aquí en el rebalaje las muchachas
también trabajaban sirviendo a las
señoras, limpiando… Había muchos
señores aquí en El Palo, de ahí
p’arriba, en El Candao, por
Villafuerte p’arriba, por donde está
el Mercadona, por allí había muchos
chalecitos…, y las chiquillas cuando
tenían catorce años o quince las
mandaban las madres a servir
porque no tenían pa comer…
Nosotras no, porque mi padre no
quería que mi madre trabajara en
ningún lao, ni nosotras, nosotras na
más a enseñarnos, a enseñarnos a
coser, “ustedes a enseñarse na más,
ustedes no vais a quitarle mierda a
los señoritos, ustedes no” (Loli
Caparrós).
Yo he trabajao en las casas, he
trabajao en los freidores, después he
estao en el hospital con mi marío…
(la Ichi).
de taller, y cuando ya que estaba yo
con tres niñas mi primo que tenía
una tienda de muebles en la calle
Ancha del Carmen le dijo a mi padre
“ay, por qué no me traes a la Loli,
que ella sabe escribir, que ella
puede llevar esto y me cortó el rollo
con el taller porque antes teníamos
que obedecer a los padres y
bueeeeno, ¡cualquierilla!, pero como
allí en la tienda entraba mu poco
personal cuando no tenía na que
hacer aprovechaba y me dedicaba a
hacerle el ajuar a la gente, a
máquina…, y poco a poco dos ajuar
hice yo a unas muchachas que
todavía los tendrán a lo mejor… Y
luego mi primo me dejo pará y una
tía mía que era pantalonera y
trabajaba para una tienda de
confecciones me dijo: “Loli vente
una semana a casa que yo te voy a
enseñar a hacer pantalones”, y en
una semana aprendí, hice un
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Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
pantalón y lo presentó, “mira, esto
es de mi sobrina, a ver si le vais a
dar costura o no, según cómo lo
veáis”, y me dieron costura. Y puse
un taller con tres máquinas, otro
taller, mi hermana Pepita, mi
hermana María que era la que
planchaba, otra muchacha y yo,
éramos cuatro y to las semanas
llevábamos un porte de pantalones
hechos (Loli Caparrós).
Las mujeres del rebalaje, esposas y
madres de pescadores y marengos
pasaban mucho tiempo solas cuando
sus esposos e hijos embarcaban, estos
períodos podían extenderse desde un
mes hasta siete u ocho pues dependía
del tipo de pesquería en la que
estuvieran faenando. En tierra quedaban sólo las mujeres y los niños.
Cuando venía de turno, después de
ocho o nueve meses embarcao me
hacía una barriga, cada vez que
venía me hacía una barriga… Y los
niños se asustaban del padre y se
escondían debajo la cama (Antonia
la Burteña).
Cuando los hombres regresaban a casa,
apenas pasaban unos días en tierra, con
la familia, antes de volver a embarcar.
Na más que había hecho llegar y
decía “venga, apaña la talega que me
voy”, “¡ay, dios mío! ¿ya? ¿ya te va?
¡dios mío!”… Y un día que estaba
lloviendo mucho y mucho viento, un
hombre “Manuéeeee” por la calle,
llamándolo pa que se embarque y yo
diciendo “¡ay, que no dispierte, dios
mío!” y “venga, levantarse que nos
vamos p’afuera”, y digo “¡ay, que no
se entere mi marío, que no lo
escuche, que se va, dios mío, que se
va otra vez y me deja sola y mis
hijos
solos…!”
(Antonia
la
Burteña).
La solidaridad y ayuda mutua entre
ellas fue fundamental para la supervivencia, máxime teniendo en cuenta
la frágil situación económica y la
escasa consideración social de los
habitantes del rebalaje en general y
de las mujeres y los niños en
particular.
Mujeres de la familia de Juan Lara con algunos niños delante de una barca de jábega en la playa de
El Palo. Imagen de los años 30 o 40. Archivo J. Ruano
Pág. 27 │ Cuadernos del Rebalaje nº 35 │A
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Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
MUJERES DEL REBALAJE DE LA MALAGUETA
Arriba, Elena León Gaitán (la Elena) dueña de la barca de jábega la Minina Grande, con la que
se dice participó personalmente en el salvamento de náufragos de la fragata alemana
Gneisenau (16.12.1900). Bajo su imagen, el buque estrellado en el morro de Levante del
puerto, distinguiéndose una barca a proa. Fotomontaje propiedad de D. Fernando Dols
García.
Abajo, Concepción Jiménez Heredia (Concha la de la lejía) bordando en La Malagueta. Tras
ella unos jabegotes con la barca Trinidad (la Tobalo por el apodo de su propietario, a la
derecha). 1954. Fragmento. Fondo B. Arenas. Archivo CTI-UMA. A Concepción Jiménez
también se la ve en la imagen de La Malagueta de la página 12.
Pág. 28 │ Cuadernos del Rebalaje nº 35 │A
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Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Las mujeres pasaban mucho tiempo
solas y mucha hambre, porque los
maríos se embarcaban y a lo mejor
venían al mes y traían poco o no
traían na… O traían mucho, según.
Mi madre a una vecina de aquí al
lao…, no le ha dao mi madre veces
vasos de leche pa criá a su último
crío, “¡ay Pepa, que no tengo na que
darle hoy”, “venga, toma, toma, trae
el niño y toma este vaso de leche”
(Loli Caparrós).
Mi madre ha parteao a la madre de
Antonio, el del bar, parteó a la
mayor porque se le presentaba el
crío y no había tiempo y mi madre
iba y los arreglaba. Aquí to el mundo
nos ayudábamos unos a otros (Loli
Caparrós).
El papel de la mujer en el mundo de la
pesca ha sido ampliamente infravalorado, sin embargo a poco que
empecemos a profundizar en dicha
cuestión se hace evidente que han sido
un importante sostén del mismo,
cuando no una garantía de su desarrollo y permanencia.
A lo largo de este cuaderno hemos
podido ver cómo las mujeres han
formado parte de la mayoría de las
actividades pesqueras. Desde tejer las
mallas hasta remendar las redes,
pasando por la participación directa en
las faenas de pesca (salir a faenar, jalar
de la tralla, bogar…), sin olvidarnos de
su importante papel en la industria de
transformación del pescado (fábricas
conserveras o freidores). Pero además
en ellas ha recaído todo el peso del
mantenimiento de la familia así como la
administración de la economía doméstica. Por todo ello y por mucho más que
nos ha sido imposible recoger en estas
páginas, queremos desde aquí reconocer y dar a conocer la soslayada
labor que han venido realizando las
mujeres del rebalaje: ellas han sido, son
y serán nuestras protagonistas.
2.3. Las protagonistas
Mª Carmen Vida Moreno Kiki. Nació
en El Palo en 1928. Hija de el Pajizo,
marengo paleño, aunque tanto ella
como su hermana eran también
conocidas como las Natalias por ser
ese el nombre de su madre. El apodo se
lo pusieron las niñas en el colegio
porque siempre llevaba el pelo
recogido en dos trenzas que le hacía su
madre. Desde hace años regenta un
quiosco en el rebalaje, en la calle
Quitapenas, que lleva su nombre, Kiki.
La autora del trabajo entrevista a las hermanas
Vida, la Ichi y la Kiki (foto Manué Fernández
García)
Encarna Vida Moreno la Ichi.
Hermana de la Kiki, nació en El Palo en
1938, siendo la más pequeña de cuatro
hermanos. Trabajó durante años en los
distintos freidores de El Palo e incluso
continuó trabajando después de casada. Con treinta y tantos años se fue a
vivir a La Palma donde le dieron una
vivienda de protección oficial en la que
estuvo durante veinticinco años. En la
actualidad vive en El Rincón de la
Victoria, aunque no deja pasar muchos
días sin visitar el rebalaje paleño.
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Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Antonia la Burteña y Mangüé (foto Manué
Fernández García)
Antonia Jódar Rodríguez. Nació en
1962 en El Palo, en la zona popularmente conocida como los guarros,
debido a que la mayoría de las casas de
la playa de ese lado del rebalaje
contaban con un corral para los
animales. Siendo niña se mudó con su
padre a la casa de su abuela paterna en
las protegidas, donde sigue viviendo.
Comenzó a trabajar en los diferentes
freidores de la barriada a los catorce
años y en ellos se jubiló.
Antonia Pérez Martín la Burteña.
Nació en 1931 en el barrio de El Bulto,
de ahí su apodo, en el seno de una
familia de catorce hermanos, siendo
ella la mayor de todos por lo que tuvo
que hacerse cargo de ellos mientras su
madre trabajaba. Hija, hermana y
esposa de pescadores y marengos. Su
hermano, Ricardo Cagaleña, fue uno
de los protagonistas de Cuadernos del
Rebalaje nº 30 como también lo fue su
marido, Mangüé, paleño de nacimiento
y el motivo por el que ella llegó a El
Palo.
Loli Guerrero Cañamero Loli de las
niñas. Nació en la playa del Deo (como
a ella le gusta nombrarla) en 1958. El
apodo de las niñas le viene porque tenía
dos niñas de edades consecutivas a las
que llevaba con ella a todos lados. Hija
de pescadores, ha vivido siempre en el
rebalaje, aunque hace siete u ocho años
se mudó a las protegidas, donde continúa.
Loli Caparrós (foto Manué Fernández García)
Loli Caparrós Camacho. Es la mayor
de siete hermanos. Nació en 1938, en
plena guerra civil española (1936-39),
en la calle San Andrés (Málaga), en la
que fuera la casa de sus abuelos porque
su padre, Lázaro el Jilero, había sido
reclutado por el bando nacional dejando a su madre sola y embarazada. Ya de
vuelta de la guerra, el matrimonio y su
primogénita pusieron su casa en la
playa y se instalaron en el rebalaje de
donde Loli ya no se movería.
⫷●⫸
Antonia Jódar, Mariló Márquez y Loli Guerrero
(foto Manué Fernández García)
Pág. 30 │ Cuadernos del Rebalaje nº 35 │A
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Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
3. Anexo: El hogar
Arriba: cocina y salón-dormitorio de una vivienda de El Bulto. Abajo: lavaderos comunes en corralones de El
Palo y de El Bulto. Años 70. Fotografías: revista Jábega n.os 20 y 33. Dip. Provincial de Málaga. www.cedma.es
Queremos destacar el papel fundamental que las mujeres del rebalaje han desarrollado en el
seno de la unidad doméstica, el hogar, lugar de trabajo y espacio primario de socialización, un
ambiente propio de interpretación, interiorización y transmisión de los roles de género. En este
ámbito la aportación de las mujeres no se ha limitado a la educación de los hijos e hijas criados
en la separación de la figura paterna durante sus primeros años de vida, sino que ha incluido
además la incorporación de su propio salario procedente del trabajo en los freidores o en las
casas de los señoritos, así como las labores de administración económica doméstica y todas las
implicaciones derivadas de la misma, como la toma de decisiones durante las ausencias de los
maridos y el desarrollo de estrategias de subsistencia mediante fórmulas de cohabitación y
auxilio mutuo.
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Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
4. Agradecimientos
E
ste número de Cuadernos del Rebalaje no hubiese visto la luz de no
haber sido por la enorme generosidad y entrega de personas como
Lázaro Alcaide y su familia, quienes no sólo nos dieron cobijo durante la
realización del trabajo de campo sino que además nos hicieron sentir como
un miembro más de su clan; Juanele, jilero paleño que tan amablemente
nos recibió en su casa y nos explicó con detalle todos los entresijos del que
fuera su oficio; Manolo Ibáñez, un enamorado del rebalaje siempre
dispuesto a echar un cable con todo aquello que sea necesario; Eduardo
Castro, informante privilegiado que nos introdujo en el seno de una familia
marenga, su familia, haciéndonos descubrir la intimidad del rebalaje. Y
Manué, el “secretario” más eficiente, quien no sólo nos acompañó a lo
largo de todo el trabajo, tomando parte activa en todas y cada una de las
labores de campo, sino que siempre lo hizo con una sonrisa.
El reconocimiento se extiende a Joaquín Ruano, cronista oficioso de El
Palo quien, como siempre, desinteresadamente nos ha cedido algunas
fotografías, como lo han hecho Gustavo Sánchez respecto de las de
Vicente Tolosa y Mercedes Jiménez Bolívar del Centro de Tecnología de
la Imagen de la UMA.
Y por supuesto a todas las mujeres del rebalaje, aquellas que aparecen en
estas páginas y aquellas otras que no figuran, porque todas ellas sin
excepción han sido la fuente de nuestra inspiración a lo largo de toda la
etnografía. Para todas ellas nuestra más profunda admiración y respeto.
Por último pido disculpas por las muchas historias, anécdotas, recuerdos y
referencias que sin duda se echarán de menos en esta publicación, pero la
escasez de espacio, tiempo y otras diversas circunstancias han hecho
imposible llegar a recogerlas.
Arriba: mujeres y niños ante una vivienda de la playa de El Bulto
(detalle). 1954. Fondo B. Arenas. Archivo CTI-UMA
Pág. 32 │ Cuadernos del Rebalaje nº 35 │A
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Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
5. Bibliografía
BELLÓN, L. (2003): El boquerón y la sardina de Málaga [1950], Sevilla,
Consejería de Agricultura y Pesca/Junta de Andalucía.
BLASCO ALARCÓN, M. (1989): La Málaga de comienzos de siglo, Málaga,
Talleres Gráficos Salcedo D. L.
BURGOS VARO, Mary Luz; CASADO SOLÍS, Bartolomé; GARCÍA LIZANA,
Antonio; RUIZ TORRES, Juan M. (1997): “Pobreza urbana en Málaga”, en
Revista Jábega Nº 20, Málaga, Diputación Provincial.
PIZARRO RÍOS, J. (Coord.) (2012): Guía del patrimonio cultural de la
pesca en Andalucía, Sevilla, Consejería de Agricultura, Pesca y Medio
Ambiente/Junta de Andalucía.
RODRÍGUEZ GALLEGO, C. (2008/2009): Antropología social de la gente
del rebalaje de las playas de Málaga. Trabajo para el curso del Máster “El
Análisis Geográfico en la Ordenación del Territorio. Tecnologías de la
información geográfica” [inédito].
RUANO, J. y BARBERÁ, J. A. (1995): El Valle de las Viñas de Miraflores de
El Palo, Málaga, Diputación Provincial.
SÁNCHEZ REGUART, A. (1791): Diccionario Histórico de las Artes de la
Pesca Nacional, Madrid, Imprenta de la Viuda D. Joaquín Ibarra.
SESMERO RUIZ, J. (1988): “Tradiciones, costumbres y técnicas de la
gente del rebalaje”, en Hechos, gentes y curiosidades de Málaga, Málaga,
Bobastro.
SESMERO RUIZ, J. (1993): Los barrios de Málaga. Orígenes e Historia,
Málaga, Edinford.
Arriba: mujeres en la Fuente de La Olla de La Malagueta (detalle).
Años 40. Archivo de Manuel Ocón en Diario de Málaga
Pág. 33 │ Cuadernos del Rebalaje nº 35 │A
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Mujeres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
MÍRAME ASÍ EN CUARTO MENGUANTE (2014)
Collage, barniz y acrílico sobre cartón, 110 x 110 cm
Pág. 34 │ Cuadernos del Rebalaje nº 35 │A
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Colección Cuadernos del Rebalaje
Núm. y título
Contenido
Autor/es
1 / LA BARCA DE JÁBEGA. INFORME PARA EL ATENEO
DE MÁLAGA
Informe
Pablo Portillo/Felipe Foj
2 / EL SARDINAL MALAGUEÑO. UNA APROXIMACIÓN
Ensayo
Pablo Portillo Strempel
3 / 110 AÑOS DEL HUNDIMIENTO DE LA GNEISENEAU
Ensayo histórico
Pablo Portillo Strempel
4 / OJOBONITO. UN CUENTO DEL REBALAJE
Cuento
Ramón Crespo Ruano
5 / JABEGOTE: EL LITORAL DEL CANTE
Conferencia
Miguel López Castro
6 / EL PEZ ARAÑA Y SU PICADURA
Ensayo científico
Andrés Portillo Strempel
7 / QUERCUS. EL ROBLE QUE QUERÍA VER EL MAR
Cuento
Mary Carmen Siles Parejo
8 / LA CHALANA
Ensayo
Pablo Portillo Strempel
9 / EL PACIENTE ALEMÁN DEL HOSPITAL NOBLE
Cuento
Leoni Benabu Morales
10 / GAVIOTAS DE MÁLAGA
Ensayo científico
Huberto García Peña
11 / PEDRO MOYANO GONZÁLEZ. EL ÚLTIMO
CARPINTERO DE RIBERA DE MARBELLA
Entrevista/Memorias
Pedro Moyano/P. Portillo
12 / EL MAR Y NOSOTROS-ANTOLOGÍA DE POEMAS
Poesía
Francisco Morales Lomas
13 / LA PESCA EN LAS POSTALES ANTIGUAS DE
MÁLAGA
Ensayo histórico
Felipe Foj Candel
14 / EL COJO DEL BALNEARIO
Cuento
Ramón Crespo Ruano
15 / PECES DEL LITORAL MALAGUEÑO
Ensayo científico
Huberto García Peña
16 / EMILIO PRADOS, CINCUENTA AÑOS DESPUÉS
Ensayo literario
Francisco Chica Hermoso
17 / MÁS ALLÁ DEL ESPETO
Ensayo
Manuel Maeso Granada
18 / DIBUJO E INTERPRETACIÓN DE LOS PLANOS DE
UNA BARCA DE JÁBEGA
Monografía
Pedro Portillo Franquelo
19 / EN TORNO AL BOQUERÓN VICTORIANO
Ensayo
Jesús Moreno Gómez
20 / SIETE MUJERES FRENTE AL MAR
Poesía
Inés María Guzmán
21 / LETRAS FLAMENCAS POR JABEGOTE
Ensayo literario
José Espejo/Miguel López
22 / LA MARÍA DEL CARMEN. ESTUDIO Y EVOLUCIÓN
DE LA BARCA DE JABEGA
Monografía
Pablo Portillo Strempel
23 / EL MUSEO ALBORANIA AULA DEL MAR DE
MÁLAGA
Reportaje
Equipo Aula del Mar
24 / MEMORIAS DE UN JABEGOTE
Memorias
Manuel Rojas López
25 / EL ORIGEN MITOLÓGICO DEL OJO DE LAS
BARCAS DE JÁBEGA MALAGUEÑAS
Ensayo histórico
Pedro A. Castañeda
Navarro
26 / ETNOGRAFÍA DE LAS FIESTAS DE LA
VIRGEN DEL CARMEN DE EL PALO
Ensayo etnográfico
Eva Cote Montes
27 / ARQUITECTURA MEDITERRÁNEA HOY: EL
ENTORNO DEL MAR DE ALBORÁN
Ensayo
Carlos Hernández Pezzi
28 / BARCAS, PESCA Y PESCADORES EN LA
FOTOGRAFÍA DE VICENTE TOLOSA
Memoria gráfica
Pablo Portillo Strempel
29/ FAROS DE ANDALUCÍA
Reportaje
Francisco García Martínez
30/ HOMBRES DEL REBALAJE
Ensayo etnográfico
Eva Cote Montes
(cont.)
Colección Cuadernos del Rebalaje (cont.)
Núm. y título
Contenido
Autor/es
31 / GAONA Y EL MAR
Ensayo histórico
R. Maldonado y Víctor M. Heredia
32 / MÁLAGA DESDE EL MAR
Ensayo histórico
Alejandro Salafranca Vázquez
33 / EL HALLAZGO DEL SUBMARINO C3
Relato
Antonio Checa Gómez de la Cruz
34 / Extraordinario. PREMIOS ALBORÁN 2015...
Poesía y narrativa
Varios
35 / MUJERES DEL REBALAJE
Ensayo etnográfico
Eva Cote Montes
ÚLTIMAS PORTADAS
Información y acceso libre a todos los números en www.facebook.com/cuadernosr y en www.amigosjabega.org
Eva Cote Montes
Nacida en Jerez (Cádiz, 1970). Licenciada en Geografía e Historia, con la
especialidad de Antropología Cultural (Universidad de Sevilla, 1998). Durante
los años de carrera su formación se va orientando hacia el Patrimonio
Inmaterial a través de numerosos cursos, jornadas y seminarios. En el curso
académico 1998-1999 disfruta de una beca Erasmus en la Facultad de
Sociología de la Universidad de Trento (Italia), donde realiza su primer
proyecto de investigación. En el terreno laboral ha llevado a cabo trabajos de
investigación y documentación para la realización de documentales históricoculturales, ha documentado y elaborado diversas guías culturales sobre
rituales festivos y oralidad y ha impartido distintos cursos y ponencias sobre Patrimonio Inmaterial.
En 2014 se incorpora al equipo editorial de Cuadernos del Rebalaje, de cuyo consejo asesor forma
parte y es autora de los números 26 y 30 de esta colección.
[http://es.linkedin.com/pub/eva-cote/66/a62/15b]
David Florido del Corral
Es profesor del departamento de Antropología Social de la Universidad de
Sevilla y miembro del Grupo de Investigación para el Estudio de las Identidades
Socio-Culturales en Andalucía. Se licenció en Geografía e Historia en 1994 y en
Antropología Social en 1996, con el primer premio nacional de terminación de
estudios. Realizó su tesis doctoral sobre la actividad pesquera del litoral
atlántico andaluz (Barbate y Conil de la Frontera), que obtuvo el premio
extraordinario de la Universidad de Sevilla (2002), y su resultado editorial han
sido dos monografías publicadas: Un siglo de historia e instituciones de la pesca
en Andalucía (2002) y La pesca en Andalucía: factores globales y locales de un
proceso de crisis (2004). En los últimos años ha continuado su tarea investigadora en el ámbito
pesquero, en sus vertientes tanto de gestión como de patrimonio cultural. Entre 2004 y 2005
participó en AKTEA, red para el estudio de las mujeres en el sector de la pesca.
[http://investigacion.us.es/sisius/sis_showpub.php?idpers=6227]
Equipo Lalufa_3
Arte es poesía y poesía, llenar un vacío que poco tiene que ver con las palabras.
Rafael Becerra y G. Luna Pérez Gastón, compañeros en el arte y en la vida,
forman en 2001 el Colectivo de Artistas Multidisciplinares Equipo Lalufa_3.
Toman prestado el nombre de la planta lufa, enredadera de flores amarillas
que crece de forma silvestre y cuyo fruto se compone de dentro afuera como
una intensa red de fibras, aprovechando la coincidencia etimológica con los
nombres de sus componentes y haciéndose partícipes en su hacer creativo y
artístico con las propiedades de la misma. La aportación de Equipo Lalufa_3 al
panorama artístico actual es la eliminación de la superficie del concepto de
arte, la profundización en la búsqueda, las preguntas. Lalufa se interroga e invita al espectador a
cuestionarse sobre el qué y el cómo del arte contemporáneo. Pintura, escultura, joyería, cómic,
instalaciones, performances, cortometraje y, sobre todo, poesía. La poesía como pretexto, como
herramienta creativa, justificación y fundamento de cohesión en toda la obra Lalufa. El arte implica
revelar y rebelarse, conocer, desaprender y tomar todos los caminos posibles para olvidar el punto de
partida y llegar, finalmente, a ninguna parte.
[Contacto:
[email protected]]
Este Cuaderno pretende realizar una modesta contribución al reconocimiento
de las mujeres del rebalaje, quienes con grandes esfuerzos y sosteniendo la
transmisión de saberes de generación en generación han dado forma y sentido a la historia de la Málaga marenga. A través de sus relatos de vida, ellas
mantienen viva y dan continuidad a eso que llamamos memoria colectiva,
una memoria necesaria e imprescindible para conocer y reconocer nuestras
señas de identidad, para saber quiénes fuimos y por qué somos lo que somos. Durante varios siglos El Palo ha sido fiel exponente de barrio marengo
y de pescadores, y aún hoy sigue conservando el germen de lo que fue: por
este motivo todas estas Mujeres del rebalaje son paleñas, ya sea por nacimiento o por adopción.