Cu adernos del Rebalaje
Nº 30 /Julio-septiembre de 2015│ISSN: 2174-9868│Edita ABJ
Prólogo
ANTONIO MANDLY ROBLES
Ilustraciones
Mª JESÚS CAMPOS
Cuadernos del Rebalaje
es una publicación periódica editada por la asociación cultural
Amigos de la Barca de Jábega
Se autoriza su uso y difusión citando procedencia y autoría
Dirección
Miguel A. Moreta Lara
Consejo editorial
Manuel Benítez Azuaga
Mª Jesús Campos García
Francisco Chica Hermoso
Eva Cote Montes
J. Felipe Foj Candel
Eulogia Gutiérrez Corral
Francisco Morales Lomas
Miguel A. Moreta Lara
Pablo Portillo Strempel
Coordinación,
diseño y maquetación
J. Felipe Foj Candel
En www.facebook.com/cuadernosr y en www.amigosjabega.org se pueden
consultar las normas de estilo de publicación
Amigos de la Barca de Jábega
está inscrita en el Reg. de Asociaciones de Andalucía con el nº 9210 de la Sección 1. (Resolución de 29/07/2010)
y en el Reg. Municipal de Málaga de Asociaciones y Entidades con el nº 2372. (Resolución de 27/09/2010).
Domicilio social en el IES “El Palo”. Camino Viejo de Vélez, s/nº. 29018‐MÁLAGA.
[email protected]
Foto Vicente Tolosa, 1904
EVA COTE MONTES
Prólogo
Ilustraciones
ANTONIO MANDLY ROBLES
Mª JESÚS CAMPOS
Cuadernos del Rebalaje nº 30
Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
OLA SURFING (2015). Tinta negra sobre papel, 21 x 29,7 cm
Pág. 2
ABJ
Cuadernos del Rebalaje nº 30 │A
Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
SUMARIO
● Prólogo
● Hombres del rebalaje
1.
2.
3.
4.
Por qué el rebalaje
Breves apuntes históricos, económicos y etnográficos
Historias del rebalaje
Los protagonistas (Moreno, Mangué, Gorrión, Salvaro,
Batato, Cagaleña, Manuel el de la Lonja)
● Agradecimientos
● Bibliografía
Pág. 3
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Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
LA PECERA (2015). Tinta negra sobre papel, 21 x 29,7 cm
Pág. 4
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Cuadernos del Rebalaje nº 30 │A
Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
PRÓLOGO
Antonio Mandly Robles
Antropólogo y profesor de Universidad
una obra de referencia, La era de la información, publicada en
EnMassachusetts
en 1997 y en Madrid en 1998, Manuel Castells
dedica el segundo de sus tres volúmenes a analizar El poder de la
identidad. La construcción del sentido que llamamos identidad se va
macerando a través del tiempo y atiende a un conjunto de atributos
culturales que grupos de personas ‐en nuestro caso las gentes del
rebalaje malagueño‐ eligen o seleccionan un poco como necesidad
pero también por virtud, para intentar vivir valores diferentes a los
de la economía y sociedad hegemónicas. Para Castells la construcción
de las identidades utiliza materiales de la geografía, de la historia, de
la biología, de las instituciones productivas y reproductivas, de la
memoria colectiva.
La antropóloga Eva Cote y su grupo de investigadores eligen
materiales de la historia y de la memoria colectiva para ofrecernos
en las páginas que siguen una espléndida etnografía ‐hasta ahora no
realizada en Málaga‐ de las gentes del rebalaje, hombres en este caso,
cuya historia mal que bien conocíamos a través de la colección
malagueña de postales de hace cien años, los impresionantes
encuadres de niños gardones o ayudantes que jalaban las betas de las
jábegas en la bahía, entre Málaga y El Palo, otras veces fotografías de
su hábitat, sus chozas y hasta de alguna que otra casa que destacaba
con la portada muy encalada (Roisin), lugar para la subasta del
pescado.
Pero ¿el mundo que se ve en aquellas fotos del hábitat y las gentes
del rebalaje es realmente su mundo? Eva, conocedora de los análisis
lingüísticos de Agustín García Calvo, va a bucear la verdad a las artes
de subsistencia, al “mundo desde donde se habla”, y lo hace con un
conjunto de entrevistas excelentes que sirve al lector tras una tarea
de cocina ‐no de manipulación‐ ejemplar. Ello revela un enfoque de la
investigación social que asume que, para la comprensión de los otros,
es útil ir a ellos del mismo modo que ellos van entre ellos, ligeros de
ropa, casi desnudos.
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Cuadernos del Rebalaje nº 30 │A
Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
En el artículo descubrimos la cultura de los marengos como
proveedora de recursos. Es un dato estadísticamente verificado
cómo la enfermedad de la tuberculosis que tan duramente afectó a la
población malagueña en la postguerra española, apenas si les afectó
a ellos gracias a su alimentación básica de espetones. Pero hay más.
Ya a finales del XIX la crisis de la filoxera dio lugar a un éxodo rural
de los pequeños propietarios de la Axarquía, campos de Almuñécar,
Motril y hasta Almería, que vinieron a Málaga a buscarse la vida
atraídos por su modernización, pero acabaron asentados en los
barrios de pescadores, lo que muestra no sólo una cierta empatía o
solidaridad a orza de los valores de la Málaga de la burguesía
industrial sino en virtud de la facilitación de la acción colectiva de
instituciones ritualizadas y fielmente asumidas en la cultura de los
marengos, por ejemplo, la consideración de arte de malla real que
tenían las jábegas. Dos entrevistados, El Moreno y Salvaro, nos
verifican páginas adelante aspectos prácticos de esta institución
intocable mantenida hasta nuestros días que permitía a quienes no
tuviesen otro medio de vida engancharse a las barcas y obtener su
parte estipulada de pescado obtenido. “Esto es así”, nos respondía
secamente el patrón de una jábega en las playas de El Palo en la
mañana del cuatro de julio de 1977, tras llenarnos un cubo de
pescado a los dos amigos que habíamos participado en la faena de
jalar las betas del copo, por mucho que nosotros nos obstinábamos
en rechazarlo.
Entren en el rebalaje, cuaderno en mano, si quieren conocer aspectos
tan aparentemente nimios como la función de una navaja para un
marengo, que pone de relieve la exposición de las redes hasta el
límite en las duras faenas de la pesca, o la función de la baraja y sus
cartas en el reconocimiento colectivo del sorteo de los boles o
lugares de pesca, y la representación simbólica de la embarcación a
través de su carta en el espacio sagrado o social de la barra de una
taberna. Porque la taberna es mucho más que un espacio. Es espacio
convertido en el lugar de los encuentros, bautizado mediante
topónimos o prosopónimos, siempre casa, como la desaparecida
pero inolvidable Casa Traganúos a pocos metros de la estación de El
Palo en dirección al rebalaje. Un título para un documental, pero más
todavía para el análisis de la identidad de los hombres del rebalaje
malagueño a través de la memoria colectiva expresada en sus
símbolos, de su elegancia en la forma de mirar un pasado ‐terrible‐:
sin acritud.
~●~
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Cuadernos del Rebalaje nº 30 │A
Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
HOMBRES DEL REBALAJE
A la memoria de
Pedro León Fernández Gorrión,
Julián y Pepe Almoguera
1. POR QUÉ EL REBALAJE
S
de los hombres y mujeres de la playa:
jabegotes, sotarraeces, cenacheros, gar‐
dones, jileras, malleras… En él se gestó
una sociedad apegada a la naturaleza y
firmemente unida al medio físico, en el
que se integró y con el que se retro‐
alimentó dando lugar a una cultura
propia. Una sociedad con un particular
modo de ser y de estar en el mundo, con
un lenguaje propio y una característica
forma de transmisión de los conoci‐
mientos adquiridos.
i preguntásemos a cualquier malague‐
ño sobre el significado de la palabra
rebalaje, probablemente nos diría que
viene a ser el lugar de la playa desde el
que resbalan las olas para regresar al
mar, lo que para otros sería simplemente
la orilla. Sin embargo, tras esta primera
definición, a buen seguro que el mala‐
gueño continuaría sugiriéndonos una
enorme cantidad de percepciones y
apreciaciones en torno a la palabra y su
significado más profundo.
Antonia Pérez Martín, El Gorrión y El Mangüé
(foto Manolo Ibáñez)
El rebalaje fue el hogar en el que vivieron
las gentes más humildes de la Málaga de
finales del XIX y principios del XX. En él
convivieron gentes de distintas proce‐
dencias y con oficios muy diversos,
aunque todos en torno a la mar y la pesca
artesanal; fue el hogar de los marengos,
En el rebalaje los motes se heredan de
generación en generación. Apodos acuña‐
dos por alguna anécdota ocurrida o por
alguna particularidad física, han llegado
hasta nuestros días como prueba y tes‐
tigo de un origen concreto y claramente
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Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
definido y rastreable. El rebalaje es lugar
del conocimiento y del saber hacer ‐Si te
lo han dicho en el rebalaje, eso va a misa,
porque representa todo el saber
acumulado en la memoria colectiva del
pueblo. Y los viejos marengos y
pescadores dan buena cuenta de ello,
pues aún hoy sigue siendo su espacio de
reunión diaria, de largas charlas y de
continuos piques y disputas, y el lugar al
que se debe acudir si se quiere conocer el
porqué de las cosas. De este modo, el que
fuera el hogar de las gentes más
humildes del siglo XX se ha convertido en
seña de identidad y lugar de referencia
para las generaciones del XXI.
Existen muchas formas de escribir la
historia de un pueblo desde los grandes
acontecimientos históricos pasando por
las vidas de los personajes ilustres, pero
creemos que la mejor manera de
acercarnos al rebalaje es a través de las
vivencias de sus habitantes y el mejor
documento que podemos consultar es la
propia voz de sus protagonistas. Por eso
lo que muestran estas páginas son
pequeños retazos de grandes historias,
historias de vida, de la vida cotidiana. A
través de ellas buscamos comprender su
mundo, su propia definición del mundo,
porque
esas
historias
cotidianas
constituyen la intrahistoria, la realidad
construida en el día a día a lo largo de los
siglos y transmitida intergeneracional‐
mente, el mundo desde el que se habla y
que nos permite re‐construir el mundo
del que se habla.
Y por eso en este Cuaderno ‐y en otro
futuro dedicado a las mujeres‐ las gentes
del rebalaje son los protagonistas de sus
propias historias, con las que nos hacen
partícipes de sus recuerdos, de su
memoria. Memoria que en ocasiones
surge con total claridad, mientras que en
otras se entremezcla con ciertas impre‐
cisiones, que no son sino el precio del
recuerdo.
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2. BREVES APUNTES
HISTÓRICOS, ECONÓMICOS Y
ETNOGRÁFICOS
La capital de la provincia de Málaga se
sitúa en la margen izquierda del río
Guadalhorce. La desembocadura del río
Guadalmedina divide la ciudad en dos. Su
término municipal es bastante amplio
(395 km2) y se extiende a lo largo de un
arco de costa con más de 20 km de
longitud, que da lugar a la Bahía de
Málaga. Dicha costa se asienta sobre una
estrecha plataforma continental de
apenas unos 5 km de anchura antes de
llegar al talud: es lo que los marengos
conocen como tierra de restinga, el
hábitat del boquerón y la sardina de
Málaga (Bellón, 2003).
A pesar de ser una ciudad costera,
Málaga estuvo orientada tradicional‐
mente hacia la agricultura, debido a su
posición estratégica entre el litoral y la
cadena montañosa que la rodea por el
norte. Durante siglos, los Montes de
Málaga y sus habitantes abastecieron a la
capital malagueña, además de propor‐
cionarle la base física y socioproductiva
de lo que se convertiría en sus señas de
identidad a nivel internacional: vinos,
pasas y frutos secos (Gómez y Blanco,
2010). La población de los Montes
constituía una sociedad poco o nada
igualitaria, compuesta por terratenientes
y jornaleros, que vivía en continua
retroalimentación con la capital. El
mantenimiento del modo de vida de los
habitantes de los Montes dependía de su
comercio con la ciudad, al tiempo que esa
producción rural constituía las bases de
la expansión de la Málaga del XIX.
Dicha expansión económica tenía lugar a
través del comercio marítimo de sus
productos agrícolas y de una importante
industria basada en los motores de la
Revolución Industrial: los textiles de
algodón y la fundición del hierro. Una
incipiente burguesía urbana, extranjera
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Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
en su mayor parte (Larios, Loring,
Huelin, Rein, Disdier…) y compuesta por
comerciantes e industriales, era la dueña
de los medios de producción (Sesmero,
1998). Sin embargo, a finales de siglo
tiene lugar una tremenda crisis agraria
(filoxera, sequía, epidemias…) que
provocó la ruina de gran parte de los
pequeños agricultores y dio lugar a un
éxodo rural desde el agro malagueño (así
como desde otras comarcas agrícolas
limítrofes: Axarquía, Costa tropical de
Granada e incluso de Almería) hacia la
capital, atraídos por la relativa
prosperidad y modernización de la
misma. Estos nuevos vecinos se afin‐
caron en su mayor parte en los barrios
costeros, en los que la población vivía, o
más bien sobrevivía, de una actividad
pesquera totalmente artesanal y muy
alejada de la Málaga industrial y
comercial en la que, sin embargo, se
encontraba inmersa.
también hacia la zona este de la ciudad, a
barrios como Pedregalejo o El Palo, en
los que se comenzaron a construir
lujosas segundas residencias que con‐
trastaban con las humildes casas de la
playa.
Mientras tanto, en el extremo más
occidental de la capital, al otro lado del
río Guadalmedina, conocido como las
playas de San Andrés, la ciudad también
fue creciendo más allá del barrio de El
Perchel, alentada en este caso por el
desarrollo de la industria. Aquí los
nuevos
habitantes
se
integraron
plenamente en la actividad secundaria,
dando lugar a barrios obreros (El Bulto,
Huelin…) en los que convivían traba‐
jadores del ferrocarril y de la industria,
alojados en corralones en las cercanías
de las fábricas, y pescadores que
continuaban practicando la pesca de
boliche en el rebalaje, donde también
habitaban.
Muchachas de familias
acomodadas juegan en la
playa junto a sus
cuidadoras (foto Vicente
Tolosa, 1906)
En algunos casos, sobre todo en la parte
más oriental del litoral capitalino, la
población recién llegada reprodujo su
anterior sistema de producción, rotu‐
rando la tierra y sembrando viñas y
huertas que, ubicadas junto a la playa,
convivían con las actividades pesqueras
tradicionales. Sirva de ejemplo El Palo, La
Cala del Moral o El Rincón de la Victoria.
Casi al mismo tiempo se produjo un
desplazamiento de la burguesía urbana,
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En este contexto, la construcción de la
línea de ferrocarril Málaga‐Vélez‐Málaga
(la Cochinita) y la puesta en marcha de la
línea de tranvías urbanos, no sólo
facilitaban la comunicación entre ambos
extremos de la ciudad sino que también
favorecieron el predominio del litoral
sobre el interior de la provincia, lo que en
última instancia terminaría haciendo de
Málaga un destino turístico de primer
orden.
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Cuadernos del Rebalaje nº 30 │A
Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Barrios tan diversos como La Malagueta
(el barrio marinero del centro de la
ciudad, situado junto al puerto pesquero
y las lonjas, en el que convivían junto a
marengos y jabegotes, la picaresca
propia de todo puerto de mar) o
Pedregalejo, convertido en residencia de
la burguesía de la ciudad, fueron cuna de
los primeros balnearios marítimos de
Málaga surgidos desde finales del XIX
como lugares de reunión para dicha clase
social urbana (Sesmero, 1993). Los
Baños de Diana serían los primeros, le
siguieron los Baños de Apolo y La
Estrella, próximos entre sí en la misma
línea de playa, y ya a principios del XX los
Baños del Carmen, al este de la ciudad.
Junto a estas instalaciones para clases
acomodadas se levantaron también en el
rebalaje los llamados merenderos,
construcciones rudimentarias hechas con
postes de madera del alumbrado
eléctrico, techos de lona, ramas de
palmeras, cañas y arpillera, que daban
cobijo a un mostrador, sillas y algunas
mesas, rodeadas de las casas de las
familias de pescadores, sin grandes
pretensiones, únicamente servir refres‐
cos, unos vinos y sardinas en espeto
(Sesmero, 1993). Entre ellos destacan el
Merendero de Coral, el primero que
instaló en La Malagueta Antonio Martín y
el Merendero de Miguel el de las
sardinas, en El Palo, en el mismo lugar
que posteriormente ocuparía Casa Pedro
y al que acudiría para probar sus
famosos espetos de sardinas el mis‐
mísimo rey Alfonso XII.
Espetos de sardinas (foto Eva Cote)
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Esa interacción, en ocasiones dicotómica,
entre poblaciones de distintas pro‐
cedencias geográficas, sociales, culturales
y económicas (agricultores/pescadores,
sector primario/sector industrial, bur‐
guesía/trabajadores), tenía su ámbito de
expresión en el espacio del rebalaje. En él
convivían las familias de los pescadores,
con familias humildes no marengas,
veraneantes de clase acomodada, busca‐
vidas, obreros de la industria, etc. No por
casualidad, unas décadas más tarde, sería
precisamente en un pequeño núcleo de
pescadores entonces perteneciente a la
capital, Torremolinos, donde comenzaría
lo que posteriormente ‐a partir de los
años sesenta y coincidiendo con la etapa
aperturista del franquismo‐ sería el boom
turístico que dio a conocer el litoral
malagueño al resto del mundo. El
fenómeno continuaría a partir de la
década siguiente con el auge de la
construcción y despegue del ladrillo, abo‐
cando inevitablemente a su desaparición
a las mencionadas formas de vida
tradicionales del rebalaje.
3. HISTORIAS DEL REBALAJE
Las casas de los habitantes del rebalaje
de principios del siglo XX ‐viviendas de
pescadores y marengos, así como de las
gentes procedentes del ámbito rural‐ no
eran precisamente las mejores casas de
la Málaga urbana e industrial de aquellos
años. El Moreno, descendiente de grana‐
dinos, nos cuenta cómo llegaron sus
gentes a las playas de El Palo:
Mis antepasados vinieron al Palo
porque hubo una hambruna de un
año que no llovió y se perdió la
remolacha, porque allí, de Almu‐
ñécar p’allá, lo mismo van al
campo que van a la mar. Están tol
día en el campo y luego van a la
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Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Estas postales que presentaban la pesca como elemento característico de la ciudad se editaron en las primeras
décadas del siglo XX. Aunque aún no hubieran nacido los protagonistas del estudio, reflejan un ambiente muy
similar al que les tocó vivir. Las dos primeras muestran unas duras condiciones de vida. El cenachero era
Francisco Mellado “El Camión”, muy conocido en El Palo. En la “escena típica” Alfonso Rodríguez, suegro de
Manuel Cuenca fundador de La Lonja, contempla a varios gatos disputando comida en la actual calle Pedraza
Páez. Las dos inferiores ofrecen escenas del rebalaje: marengos sacando el copo y el reparto de la captura una
vez abierto este, en ambos casos con la presencia de sardinales. (Colección. Felipe Foj)
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Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
mar. Y entró una hambruna y se
tuvieron que venir tos p’acá...
Cuando llegaron aquí, iban a la
Comandancia, como entonces
había mu pocos barcos y venían
con cuatro o cinco barcos lo
menos diez familias de allí, pues
daban sitio p’hacer una casa.
Básicamente se trataba de chozas o
chabolas levantadas con materiales
humildes, aquellos que tenían más a
mano. Según Sesmero (1998), en La
Malagueta las había de todo tipo pero
destacaban las que se levantaban sobre
cuatro palos, cubiertas de ramas de
palmeras y cartones con hules interiores
para proteger de la humedad, así como
otras construidas con listones de cajas y
envases de madera. También sabemos,
por los testimonios de nuestros prota‐
gonistas, que en El Palo muchas familias
vivían en chozas hechas con juncos
procedentes de los muchos arroyos que
desde el Monte de San Antón se abren
paso hasta el rebalaje. Algunas se
fabricaban con la excusa de ser casetas
para los enseres y aparejos de pesca, en
las que los pescadores se quedaban a
dormir y que iban ampliando poco a poco
convirtiéndolas en vivienda familiar, e
incluso adosando corrales para los
animales. Lo que les valió a los
habitantes de las casas del rebalaje
existentes entre Casa Pedro y el arroyo
Jaboneros, en El Palo, el gentilicio local
de los guarros (López y Lupiáñez, 1999).
En un principio, la Comandancia de
Marina no permitía colocar tejas en los
techos de las chabolas o villalatas, como
también eran conocidas este tipo de
viviendas, aunque más adelante autorizó
los techos de cartónpiedra y/o madera.
Sólo muy posteriormente, a partir de los
años sesenta, comenzarían a construirse
casas de materiales perdurables como el
ladrillo, la piedra o el cemento.
Yo nací en La Malagueta, donde
está Antonio Martín, que mis
padres tenían una casita de
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madera como las de antigua‐
mente… To La Malagueta era de
madera (Salvaro).
En El Bulto las había de madera,
otras de lata y muy pocas eran de
obra (Cagaleña).
Vivo donde he nacío… que antes
era de madera y aluego la hicimos
de obra y eso. Y que siempre
hemos tenío ahí el miedo que mos
iban a echar, que mos iban a tirar
las casas abajo, que mos iban a
echar… (Moreno).
Chabolas de La Malagueta en los años cuarenta
del pasado siglo (foto archivo Diario de Málaga)
No son pocos los malagueños que en la
actualidad continúan aferrándose al
rebalaje, marengos de corazón que
generación tras generación han mante‐
nido su apego a la arena de la playa y a la
brisa del mar, manteniendo la casa en la
que nacieron como vivienda familiar y
haciendo de ella el legado a transmitir a
las generaciones venideras, herencia que
tiene tanto de material como de
inmaterial o intangible. Es el caso de
Mangüé, o de Manuel el de la Lonja
cuyo bisabuelo vivía en la calle de atrás
de la Lonja de El Palo, donde luego han
vivido su abuelo, su padre y continúa
viviendo él mismo y su familia. O del
Moreno:
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Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
A mí me dicen Moreno desde niño,
porque como es que vivíamos
aquí, donde yo he nacío, en la
misma casa, y siempre estaba en la
mar de chavea, como no había otra
diversión po a la mar... Siempre
estaba en el rebalaje y estaba más
negro que una morcilla. Algunos
señores me dicen Juan... Y yo les
digo ¿Juan? Si yo me llamo
Moreno, si llevo 70 u 80 años de
Moreno ¿y ahora me quieres
poner Juan…? Y cuando viene el
día de san Juan, que yo no me
llamo Juan, yo me llamo Moreno.
Muchas de aquellas familias del rebalaje
que habían llegado sólo unas décadas
antes a la capital malagueña buscando
una vida mejor, se vieron obligadas a
huir de ella en febrero de 1937, cuando
meses después del golpe de estado que
provocó el inicio de la guerra civil, las
tropas sublevadas entraron en la ciudad
al mando del general Queipo de Llano
devastando todo a su paso. Muchos
volverían sobre sus pasos, pues la única
salida posible era hacia el este, por la
carretera de Almería. La que se llamó
huida o desbandá fue una matanza. Las
tropas nacionales junto a las italianas
bombardeaban con aviones y ametra‐
llaban desde el mar a los que huían
(López y Lupiáñez, 1999). Se estima que
unas 150.000 personas salieron a pie con
lo puesto en dirección al levante, entre
ellos casi 60.000 refugiados de otras
provincias andaluzas, en lo que supuso el
mayor éxodo de la guerra civil y uno de
sus episodios más cruentos. Los
supervivientes llegarían a Almería varios
días después (Barranquero y Prieto,
2007). Algunos años más tarde, hubo
familias que regresaron a su antigua
casa:
Hemos pasao una vida mu mala,
cuando la guerra fui corriendo
hasta los Llanos de Carchuna
(Motril), allí habían puesto el
frente aquella gente, en Calahonda
Pág. 13
(Motril), y había 200 metros, y de
ahí mos volvimos pa Torrenueva,
aonde había nacío mi padre, que
tenían la casa toavía, y mos
metimos. Aparecimos allí tras
cuarenta días andando, tirando
cañonazos y tirándonos... Cuando
lleguemos aquí decían “pan
blanco, pan blanco”, el pan blanco
lo verían ellos. La desbandá... Y
tirándonos metralla que mos
teníamos que meter en los caña‐
dules y arriaron las compuertas
del río de Granada pa que se
llevara a las criaturas palante
(Moreno).
Con siete años fui yo andando a
Almería, cuando la guerra, porque
es que allí yo tenía familia, en
Almería… Y allí estuvimos dos
años (Gorrión).
El 6 de febrero de 1937 la población civil inició
la huida por la carretera de Almería. Sería
masacrada desde el mar y desde el aire (foto
http://laotraandalucia.org)
Ya de vuelta al rebalaje, la vida laboral
empezaba a muy temprana edad, por lo
que la mayoría de los muchachos no
llegaban a terminar los estudios
primarios. Algunos se saltaban las clases
y pasaban el día en la calle haciendo
travesuras, como colgarse de la parte de
atrás del tranvía, algo según nos cuentan
muy usual en aquella Málaga neoin‐
dustrial. La familia decidía entonces
ponerlos a trabajar:
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Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Yo me embarqué la primera vez
porque mi padre era de la mar, mi
hermano, otro hermano, tos... Y yo
cuando niño pues me iba a pedir,
que no me hacía falta, pero era lo
que pasaba, iba a un bar y a lo
mejor me daban una peseta o me
daban dos reales y yo juntaba pal
cine, y me metieron varias veces
en un reformatorio por pedir y por
colgarme del tranvía. Y entonces
mi padre me dijo ¿con que tú no
quieres ir al colegio? Po ahora vas
a ir a la mar. Mi padre tenía una
barquilla, un sardinal, ¡po ahora a
la mar! Yo era un crío, tendría 7 u
8 años, ¡a la mar! Bueno pues
lleguemos a la mar y ya ahí en el
río Málaga [Guadalmedina] a
hacer de comer. Y me pongo yo a
llorar y me dice el cocinero ¿por
qué lloras? Porque no tengo
cuchara pa comer y ¿cómo voy a
comer? Y dice, tú no te preocupes,
me cogió un corruco, una concha
fina, un almejón, de to, le hizo un
boquetillo y le metió un palo y me
dice, ahora ahí tienes cuatro o
cinco cucharas ya puedes coger la
cuchara que quieras (Cagaleña).
Viajeros de un tranvía malagueño en la década
de los cuarenta (foto archivo Diario de Málaga)
En otros casos eran las circunstancias
económicas las que obligaban al padre de
familia a sacar a los hijos del colegio,
Pág. 14
para que echasen una mano a la mal‐
trecha economía familiar:
Yo tenía na más que once años
cuando me salí del ICET, porque
me sacaron los papeles pa ir a la
mar. Y si pillábamos 8 cajas de
sardinas, 4 eran pa la guerra y 4 pa
que la vendiéramos, que mos la
pagaban a 7 reales y no mos la
pagaban hasta el fin de semana,
eso lo pagaban por semana y lo
que mos dejaban po mos lo
pagaban en el día (Moreno).
Yo a la escuela fui sí, cuando
chiquitillo, pero no aprendí na
porque siempre me estaba lla‐
mando mi viejo pa que fuera a
pescar, que hay que meter un real
pa la casa… Po qué voy a hacer,
ayuadle a mi padre, y con 7 u 8
años lo dejé porque me tuve que ir
a ganar dinero pa la casa… To la
vía metío en la mar (Salvaro).
Yo fui al colegio del Padre Ciganda
hasta los 7 años, que empecé a
trabajar en el barco que iba mi
hermano Juan. Se diría que iba de
polizón, porque aún era muy
pequeño para salir a pescar, de
polizón, como la canción de
Juanito Valderrama. Nos embarcá‐
bamos por la noche, se pescaba de
noche. Como era muy pequeño me
quedaba dormido y para que no
me durmiera me daban cigarros o
me echaban agua… También
contaban historias para entrete‐
nerse y pasar la noche (Batato).
Otros muchachos empezaban trabajando
de gardón en las barcas del rebalaje. Su
cometido consistía en recoger las betas, o
cabos del arte, una vez varada la
embarcación y hacer con ellas los
churros, es decir, enrollarlas sobre la
arena en círculo para que no se hicieran
nudos dejándolas listas para volver a
faenar. Por lo general el gardón, así como
los más pequeños de una embarcación,
cobraban en especie, lo que se conocía
como una garfá:
ABJ
Cuadernos del Rebalaje nº 30 │A
Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Una vez cumplidos los 13 años, ya podían
embarcarse “oficialmente”, aunque no
todos continuasen en la mar:
En los barcos se empezaba de
niño, con 12 o 13 añillos ya te
embarcabas y cuando tenías 18 o
20 años, y 16 también, ya estabas
tirando piezas y haciendo de to...
De niño lo que hacías era coger la
red, recogerla en el barco, dentro,
conforme iban tirando el niño
cogía la red, por eso íbamos cuatro
hombres y un niño (Moreno).
Estuve trabajando desde los 7
hasta los 13 años de marinero,
pero sin serlo. Cuando cumplí los
13 años, el 1 de enero de 1946, ya
me pude sacar la cartilla, los
papeles de marinero. Y ese mismo
año el periódico YA se hizo eco de
la noticia, por ser el marinero más
joven de Málaga y de toda España,
con 13 años (Batato).
Cagaleña haciendo el churro (foto Eva Cote)
Ajuuuuu, to la vía, to la vía
trabajando, desde los 7 años que
yo tenía… Era gardón y cogía yo to
los días dos cajoncillos de pescao y
se lo vendía a la gente en la huerta
del río, a la huerta iba, subía
parriba, pa la huerta y allí vendía
los cenachos de pescao, allí los
vendía (Gorrión).
Unas veces me pagaban con dinero
y otras con pescao pa que lo
vendiera, de la parte de mi
hermano me daban una cuarta
parte. Yo prefería que me pagaran
con pescao y no con dinero,
porque siempre se sacaba más
vendiéndolo… Lo vendía desde la
boca del río a la chimenea
[Huelin], desde la lonja a mi casa
en El Deo. Se solían pescar
boqueroncitos y los vendía
diciendo: ¡boqueroncitos de la
boca del río! (Batato).
Pág. 15
Niño cenachero en la playa de La Pescadería
(foto Vicente Tolosa, 1904)
ABJ
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Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Mi padre tenía un sardinal, pero
éramos muchos, trece hermanos y
en el sardinal se embarcaban
tres... Entonces de ahí me fui al
muelle, que había cogío mucha
confianza en el muelle y me puse a
trabajar allí, a arranchar (pre‐
parar) sardinas pa la exportación.
Y me ponía en una tina mu grande,
yo me levantaba a las 5 de la
mañana porque la venta era a las 6
de la mañana y yo tenía que estar
allí a las 5, porque el dueño tenía
que ir a comprar el pescao y yo
tenía que preparar las tinas pa
cuando venían las sardinas
echarlas en las tinas pa mandarlas
por ahí. Las arranchaba bien y le
ponía una palma pa separar tanda
y tanda, y le echaba nieve. Ganaba
un duro, me venía a las 5 de la
mañana y me iba pa mi casa a las 2
de la tarde (Cagaleña).
Premiados en el concurso de sotarraje de las
fiestas del Carmen de El Palo, 2014 (foto F. Foj)
En cuanto a las redes, eran muchos los
hombres y mujeres del rebalaje que
sabían trabajarlas. Y para muchas de
ellas llegó a ser una especialización y un
modo de conseguir unos ingresos extra:
Pág. 16
Mi madre hacía las redes, hacía las
cadenetas, hacía las cabezas, los
palangres, el palangrillo que hacía
que era una monería, hacía to.... Si
es que había nacío así, haciéndolo
desde niña! Aquí había mujeres
que hacían to las redes, de los
barcos de arrastre y to, que se
hacía a mano, se hacía con
cáñamo. Les traían los bultos de
cáñamo, les daban los malleros, las
medías y les decían: tienes que
hacer diez brazas de esto, les
daban el hilo y ellas lo hacían…
Muchas eran de La Malagueta
(Moreno).
Posteriormente, una vez tejidas las
mallas, eran los rederos y en ocasiones
incluso los propios marengos quienes se
encargaban de armar el arte:
Las mujeres hacían las piezas de
red y aluego se unía, lo montaba el
sotarraé, el sastre, el sastre… En to
los barcos había un sotarraé, por si
se partía el arte. El sotarraé es el
que mira la red a ver si lleva falta o
no lleva… Se tiende la red y la
estiraza, unos hombres p’agarrar
ABJ
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Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
el copo y el sotarraé se pone en
medio de la banda y mira a ver
cómo están las costuras y según
cómo están las costuras po él dice,
aquí hay que cortar. Pasa como los
médicos, aquí hay que sanear, y
sanea por aquí (Salvaro).
La red mos la apañábamos
nosotros, lo hacíamos nosotros y
lo poníamos al gusto nuestro. Aquí
había un señor que era primo de él
[del Moreno] y hicimos aquí un
sardinal de 800 mallas, a mano,
con 800 mallas a mano, de algodón
(Mangüé).
El sardinal mos lo traían de
Barcelona, y aquí le teníamos que
poner el plomo, el corcho y de to.
Traían la red, que venía a 148
metros, se doblaba a 200 mallas,
aquí la doblábamos, le metíamos
un aparejo y la pegábamos, pa
pescar a unas 400 mallas, que
antes eran tos piezas de 800
mallas (Moreno).
Esas redes de las que nos hablan los
mayores, estaban hechas con fibras
vegetales, principalmente cáñamo, algo
más tarde llegarían las de algodón. Las
mallas se hacían a partir de dichas fibras
y una vez armadas, tanto unas como
otras necesitaban de una serie de
cuidados para alargar su vida útil, entre
ellos el alquitranado y el tintado, este
último a fin de oscurecer las redes para
hacerlas invisibles a los peces. Para ello
se introducía en unas calderas alquitrán
vegetal, unos terrones de mineral de
cobre llamado caparrosa, alguna materia
prima que confiriese un color oscuro a
las fibras, casi siempre corteza de pino,
rica en taninos, y agua dulce. Esta mezcla
debía ponerse al fuego y se removía con
la pala de un remo hasta que resultaba
una pasta homogénea, para lo que se
necesitaban al menos doce horas (Rojas
López, 2014). Una vez fría la pasta se
introducían las redes en ella, se escurrían
y se ponían a secar. Por lo general en
Pág. 17
cada barrio del rebalaje existía al menos
un tintero:
Las redes entonces no eran de
nylon, eran de algodón y se
tintaban con alquitrán. Las del
sardinar se tintaban con cáscara
de pino cocida, en El Palo, en casa
de Rafael de la Perola, que tenía
la caldera para cocer la cáscara.
Las cáscaras se cocían durante
cinco horas y se quedaban las
redes de color rojizo. Se tintaba
para que no se pudriera aunque
con el paso del tiempo se
terminaba por pudrir al ser fibra
natural de algodón (Batato).
Allí en La Malagueta, pegao a la
playa, había un tintero, pa las
redes de las traíñas. Las traíñas
venían a meter los artes allí y los
sacaban alquitranaos con el tinte y
aluego lo tendían en las matitas
(Salvaro).
Antiguamente, luego de hecha la
red, había que tintarla con la
corteza de los pinos, se hervía y le
daba fuerza a la red pa que te
durara más (Moreno).
A partir de los años setenta se introdujo
el nylon, que dio a los artes una
resistencia y durabilidad no vistas hasta
entonces, pero que, al ser confeccionados
de manera industrial, puso fin al trabajo
de jileras y malleras:
Hoy la red no se pudre porque es
de nylon, la que se pudría
antiguamente era de algodón. Hoy
dura años y años, como no se coja
y se agarre a las piedras o algo así,
esto no se rompe nunca en la
vida… Tú entonces decías quiero
esta pieza y esta pieza, eso se
compraba por piezas, aluego venía
el sotarraé y unía las piezas unas
con otras (Salvaro).
No obstante, saber remendar era
condición indispensable de cualquier
marinero:
ABJ
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Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Mira, antiguamente tú ibas a
embarcarte en una traíña y te
decía el patrón ¿usted tiene
navaja? No. Po no se puede
embarcar, no se embarca porque
usted no es remendaó. Si usted
tiene navaja es remendaó, si no
tiene navaja, no. Usted si rompe la
red, ¿cómo la remienda? Se
necesita una navaja pa cortar, pa
jacer... (Cagaleña).
Playa de El Bulto. Delante de la flota de
sardinales, una maestra con sus alumnos
(foto Thomas, 1910. CTI‐UMA)
Hasta la primera mitad del siglo XX las
embarcaciones más usuales del rebalaje
malagueño fueron las barcas de jábega y
los sardinales, ambas destinadas a la
pesca del boquerón y la sardina. Los
sardinales eran embarcaciones de entre
6 y 8 metros de eslora, aparejadas con
vela latina y timón, aunque también
llevaban remos y algunas veces, muy
pocas, motor auxiliar. Al llegar al
pesquero (lugar elegido para la pesca), se
arriaba la vela y tras observar la marea y
medir la profundidad, se calaba el arte
(Bellón, 2003), de cuyo nombre toman el
suyo los barcos y barquillas utilizados
para esta pesca:
Pág. 18
En el sardinal el patrón tiene que
saber llevar la vela pa cuando
hubiera viento, saber llevar el
timón y saber lo que lleva, no se
ponía uno cualquiera… El sardinal
lleva cuatro remos, dos a ca lao, y
el timón, que lo llevaba el patrón y
los demás eran marineros… Pero
cuando hay viento no hacen falta
los remos, iza la vela p’arriba y el
patrón es el que lleva el barco y lo
lleva aonde quiera (Salvaro).
El sardinal necesita cuatro o cinco
de tripulación, podían ir hasta
seis... Pero había un tope. Uno
aguantaba pa tirá, otro tiraba [el
arte], otro desmallaba, eso cuando
había pescao, pero mayormente
había pescao casi to los días. Aquí
[en El Palo] ha habío hasta treinta
y dos sardinales y ocho barcas [de
jábega]. Siempre ha habío más
sardinales. Y sin embargo en el
Pedregalejo había más barcas que
sardinales. Y en La Cala [del
Moral] lo mismo, en La Cala había
un sardinal na más... En mi familia
lleguemos a tener cuatro sardi‐
nales... La Mariloli, otro se llamaba
el Rocío, el que tengo ahí, la Niña
de mis ojos (Moreno).
ABJ
Cuadernos del Rebalaje nº 30 │A
Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
El arte del sardinal es un arte de enmalle
a la deriva, consistente en una red
rectangular, formada por distintos paños
de red unidos entre sí, que se calan sin
fondearlos (sin fijarlos al fondo),
dejándolos a merced de las corrientes y
mantenidos en posición vertical median‐
te corchos en la parte superior y plomos
en la inferior. Cuando los peces intentan
atravesar el arte, quedan enmallados en
él:
La red de sardinal llevaba lo que
llaman las cuatro piezas de
sardinales, y había quien llevaba
mejor red y cogían más pescao que
otras (Salvaro).
El arte, es un arte a la deriva... Si la
marea era p’allá, po había que
enmendarse p’acá. Calábamos el
arte y a la media hora o los tres
cuartos de hora se desmallaba, y si
había se calaba otra vez y si no,
mos veníamos pa tierra. Cuando
era luna, cuando era oscuro,
tirábamos la prima y mos venía‐
mos (Moreno).
En el sardinal se enganchaban toas
de golpe y había que quitarlas una
a una, las lavábamos, las echá‐
bamos en la espuerta con su nieve
y cuando ya era la hora de vender
po nos íbamos a vender a
Pescadería (Mangüé).
Jalando del copo (foto Eva Cote)
Por su parte la barca de jábega, es una
embarcación sin cubierta que arma de 7
Pág. 19
a 9 remos y con una eslora de 7 a 9
metros. No lleva timón para evitar que el
arte se enrede, por lo que se gobierna
con una espaílla o remo grande que se
apoya en el tragante de popa y que queda
al cargo del mandaor o patrón de la
barca:
La mayoría era de 7 a 9 remos,
más antiguo cuando era un chavea
uno, había barcas de 11 remos y
de to, pero conforme pasaba el
tiempo la iban cortando. A lo
primero sí había barcas mu
grandes, de 11 remos, de 13
remos… Porque había mucho
personal antes trabajando ahí. To
el mundo se buscaba la vía aquí y
había mucha pesca… Algunos
dueños eran mandaores, pero
otros le dejaban la barca a los
mandaores pa que la mandaran, y
ellos no venían a na, ellos na más
venían a coger el dinero…
Mandaores de El Palo había un
hombre que le llamaban el Bocao,
que ese estaba con el Rosilla,
estaba el Ropasuelta, también era
mandaor y estaba en la Almejita
(Salvaro).
Manuel el de la Lonja nos cuenta que su
abuelo el Rosilla llegó a tener tres barcas
de jábega:
Y todas se llamaban Rosilla, la
Rosilla grande, la Rosilla mediana y
la Rosilla chica..., además de
sardinales, boliche y hasta una
baquilla de arrastre.
En lo que refiere al arte de pesca, la
jábega, es un arte de cerco y tiro.
Básicamente consiste en una especie de
saco de red, llamada copo, que es donde
queda encerrado el pescado, con dos
bandas alargadas ‐también de red‐ a cada
lado, a las que se unen sendos cabos o
betas que sirven para tirar del arte y
sacarlo hasta el rebalaje. A la hora del
calamento una de las betas queda en la
orilla mientras la barca se adentra en la
mar de manera perpendicular a la costa,
largando el arte, y a la distancia adecuada
ABJ
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Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
realiza un giro de 180º para rodear al
cardumen de pescado y regresar a tierra
dejando la otra beta. Las labores de la
tripulación estaban bastante bien defi‐
nidas:
Estaba el mandaor, el segundo
mandaor. Después había una
persona que iba bogando en la
proba [proa] de la barca, que era
el probel… Y ya los demás
marineros. El probel es el que
cogía la palanca, que era un palo
mu largo con un regatón de hierro
en la punta, eso servía para
aguantar, si se había botao con
mal tiempo echaba la palanca pa
que la barca no se fuera al través,
si era levante echaba la palanca
aquí y si era vendaval, la echaba al
lao de babor. Yo he sío mandaor y
he sío probel, yo cogía la palanca y
hacía horrores con ella. El
pachapanda es el que echa el copo
a la mar y también va bogando, es
el último de la banda corulla, y
cuando ya se va echando la red, él
echa el copo. El largaor es el que
alarga la red y el calaor el que iba
encima la red, que iba contando
los nudos… Cada beta tiene 100
metros vamos a ponerle, y a cada
100 metros lleva un nudo y así se
iban contando las betas que se
habían echao, para echar la red. Si
tenía que echar 15 cuerdas,
cuando ya habían pasao 15 nudos
ya se echaba la red. Y ese era el
cálculo que tú cogías. De plomero
se ponía uno cualquiera, el que
sabía calarlo, porque tos no sabían
calar el plomo ¿en?, muchos no
sabían (Salvaro).
Para calar el arte de jábega era
imprescindible que el mandaor conociera
la ubicación exacta de las piedras del
fondo marino en el que faenaban ‐por
tierra de restinga y a menos de una milla
marina de distancia‐, motivo por el que
todas y cada una de ellas tenían nombre
propio:
Pág. 20
Ellos [los jabegotes] tenían que
tener más inteligencia a las
piedras que nosotros [sardinal],
porque ellos calaban muchas
veces fuera fondo y la red va a la
marea, y ellos era que to el arte
llegaba abajo y ahí había que tener
cuidado por las piedras. Aquí hay
una que le llamaban la Veinti
cuatro, la Presurilla, la Piedra
Negra, la Hambre y la Cuaren
taiuna. El Hambre estaba fuera de
los límites [de El Palo] pero está
ahí también (Moreno).
Mira, pa ser mandaor había que
saberse las piedras aonde estaban.
Tenías que saber tú dónde hay una
piera pa tú no echar la red… El
mandaor sabe las piedras porque
se le ha agarrao de primera vez y
ya se queda con las piedras y dice
ésta que está allí qué es ¿la
Presurilla? Bueno, po en lugar de
echar la red aquí la echo por tierra
de allí… Estaba la Presurilla,
después venía la Veinticuatro, la
Piera Negra, que era allí en El
Chanquete, La Araña… (Salvaro).
Salvaro gobernando la espaílla (foto Eva Cote)
Una vez que se había calado el arte,
comenzaba la labor en tierra, consistente
en ir jalando de ambas betas de manera
sincronizada, e irlas acercando a medida
que el copo avanza hacia el rebalaje,
hasta quedar las dos betas juntas y el
copo fuera. Todo aquel que quisiese
podía jalar de las betas, puesto que la
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Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
jábega tenía consideración de “arte real”
en virtud de lo cual se permitía a quienes
no tuviesen otro medio de vida engan
charse a las barcas:
La barca era to el que se acercaba,
la barca lo mismo tenía seis que
tenía dieciséis. La gente estaba
aquí, estaban tos en el rebalaje y
cuando se echaba una barca se
acercaban cuatro o cinco o seis,
venga, a jalar (Moreno).
Yo con 18 o 19 años ya mandaba a
14 o 15 hombres, en la jábega,
aunque a veces se arrimaban más
gente porque eso era un arte real,
que ahí no puede usted echar a
nadie, venía uno y decía, bueno po
a mí me hace falta una peseta, po
yo me engancho aquí y si me toca
un real bueno es. Y podía venir
usted y echar una mano, podía
venir el otro, a mí me hace falta de
ganar un real po se arrimaba y le
tenías que dar un real o un puñao
de pescao, ¿comprendes? Cual‐
quiera que quisiera usted no lo
podía echar, por eso se llamaba
arte real. También venían muchas
veces de los sardinales y como no
cogían na po se enganchaban en la
barca (Salvaro).
Pág. 21
Sánchez Reguart, en su Diccionario
Histórico de los Artes de Pesca Nacional
(1791), señala que la jábega tienen en el
territorio nacional diferentes deno‐
minaciones, dándosele en Andalucía el de
Arte de Malla Real: “Este distintivo según
costumbre de nuestros pescadores, pen‐
de de que los arraéces o patrones de
xábega no pueden impedir a persona
alguna que eche una mano a tirar de la
red para sacarla del mar, la cual por esta
fatiga o trabajo se hace acreedora a la
pesca que salga en el lance por 2/3 de
parte, así como los que embarcan para
calarla tienen parte entera”.
A la izquierda, Salvaro y Cagaleña recogen el
copo. A la derecha, enjuagando el copo (fotos
Eva Cote)
Allí en La Malagueta mos
juntábamos mucha juventud y la
juventud po como no había trabajo
siempre estábamos allí. Que en La
Malagueta se pescaba mucho a la
birorta, que la birorta es el arte
que coge los chanquetes. Y la
juventud po cuando no había
chanquetes po se arrimaban a las
barcas, a la jábega. Eso en La
Malagueta, porque en El Palo ya
eran personas más mayores, que
también ha habío chaveas pa coger
la cuerda y esas cosas, pero
menos, allí en La Malagueta ha
habío más (Salvaro).
Otra característica de la pesca de jábegas
era la necesidad de sortear los boles o
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lugares de pesca, práctica conocida como
echar la suerte, que también tenía lugar
con los trasmallos pero no con el resto de
artes. La explicación bien podría encon‐
trarse en las grandes dimensiones de
ambos artes y la necesidad de dejar
distancia suficiente entre embarcaciones
para no obstaculizarse durante la faena.
La suerte se determinaba con una baraja
de cartas, por lo que cada embarcación
tenía asignada una carta concreta. El
sorteo se realizaba entre patrones o
mandaores que faenaban en la misma
playa o bol, y solía estar supervisado por
alguna persona de confianza del rebalaje.
El último patrón en varar colocaba el
morrón, una chaqueta colgada en un
remo en vertical sobre la arena del
rebalaje. Al verlo, los demás acudían al
lugar, se barajaban las cartas y según se
iban sacando, el orden de las mismas
asignaba el turno de pesca para el día
siguiente (García y Portillo, 2006). Una
vez echada la suerte, las cartas se
colocaban en el orden de salida en algún
lugar bien visible, por lo general en la
barra de alguna taberna del rebalaje, que
en el caso de El Palo era la Lonja.
diferente, una tenía el rey de
copas, otra el dos de oros, otra el
rey de oros… Se barajan las cartas
y la que salga primero po esa es la
que tiene su suerte, el que le
tocaba primero elegía el sitio
mejor… El segundo po iba a donde
le dejaba el otro, y el otro iba a
otro lao y así (Salvaro).
Además de los dos tipos de
embarcaciones tradicionales mencio‐
nadas, había familias que conseguían
hacerse con otra más pequeña, ya fuese
un bote, chalana o buceta, construida en
madera y a la que fuese posible acoplar
un motor fuera borda, que utilizaban
para salir a pescar o para arrendarla a
cambio de una parte de la ganancia
obtenida:
Aquí casi to las familias tenían un
barquillo pa poder comer y pedir
mil pesetas si hacía falta. Si se lo
llevabas tú cuando había pesquera
entonces el dueño del botecillo
ganaba la mitad, y luego ya por
último ganaba una parte, lo mismo
que el trabajador (Moreno).
La primera vez que me embarqué
fue al sardinal. Cuando empecé,
empecé yendo con el Chalaíllo,
pero aluego compré yo un
botecillo y lo tuve una pila tiempo,
aluego lo vendí (Gorrión).
Sorteo de
calles para
competir en
las regatas a
través de las
cartas de la
baraja (foto
Eva Cote)
Aquí podían venir to las barcas
que fueran porque lo que había
era unas cartas y con las cartas se
echaba la suerte y al que le tocaba.
Cada barca tenía una carta
Pág. 22
Yo primero embarqué en la traíña,
después se me presentó un
barquillo chico, de un capitán de la
Legión que lo tenía abandonao allí
en el muelle, y me dio barrunto y
le digo, maestro, qué quiere usted
por el barco, y dice, dame 1000
duros, 5000 pesetas de antes, y me
lo traje a remo del muelle aquí. Y
ahí lo varé, lo limpié, lo pinté y le
tiré al motor, y no salía, y entonces
fui a un señor que se llamaba
Antonio Olmedo, y me dice po
vamos a pedir la culata, los
pistones, to eso, y si no tienes pa
pagar, cuando tú estés más de‐
sahogaíllo, me lo pagas (Mangüé).
ABJ
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Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Mi padre tenía un sardinal y un
barquito a motor... Y los veranos
nos íbamos a Granada, a las playas
de Granada, a pescar la abuja. La
pescábamos en la costa y mos
metíamos en el puerto de Motril,
porque mi padre era descendiente
de allí. Mos íbamos cinco o seis
días antes de la virgen [16 de
julio] y veníamos en diciembre...
Aquí es que había que ir mu lejos a
por la abuja, y allí en dos horas ya
era agua de abujas… Yo a los 20
años ya tenía un sardinal mío, lo
mandé hacer, mi padre lo mandó,
y yo iba ya navegando. Porque yo
me casé mu joven, con 19 años y
me fui a navegar (Moreno).
El arte más utilizado en estas pequeñas
embarcaciones era la birorta o boliche,
muy parecido a la jábega pero de
menores dimensiones, con el que se
pescaban los chanquetes coloraos, así
llamados porque tienen una vena roja
que les recorre todo el cuerpo. Se trata
del nombre común de la especie
denominada Aphia minuta, que no hay
que confundir con los inmaduros del
boquerón y la sardina:
Claro que ha habío chanquetes, en
aquella época había chanquetes pa
repellá… El chanquete se cogía en
la orilla misma, por cuatro o cinco
brazas de agua… Con siete u ocho
brazas también, según y conforme,
pero había más por ahí por Huelin,
por el río Málaga, por to eso
(Salvaro).
Pero también se calaban el trasmallo, el
palangrillo, etc., lo más frecuente era
llevar diferentes artes y calar uno u otro
dependiendo de las circunstancias:
En la chalana se lleva la birorta,
que es un arte, lo mismo que el
trasmallo que también va en la
chalana, el sardinal va en la
chalana... En una chalana tú metías
hasta media jábega, y iban
Pág. 23
bogando cuatro, porque no había
motor (Cagaleña).
El mencionado trasmallo es un arte de
enmalle de fondo, compuesto por tres
redes de forma rectangular super‐
puestas, de las que la central es la más
tupida, al ser en la que quedan atrapados
los peces. Se cala teniendo en cuenta la
dirección de los peces, pues consiste en
que éstos intenten atravesarla y queden
enmallados. Las capturas son muy
diversas, pulpos, chopos, salmonetes:
Al trasmallo yo salía solo, con el
motor al relentí y iba calando, y si
había que aguantar le ponía el pie
y se aguantaba. Donde está el
muelle, ahí pescábamos los
salmonetes con el trasmallo, se
cogían salmonetes y se cogían
chocos (Mangüé).
Cada temporada, el dueño de toda
embarcación debía acudir a la Coman‐
dancia de Marina para tener al día el rol,
en el que se reflejaba: titularidad,
nombre de la embarcación, lugar de
varada, personal enrolado, etc. Pero
además era necesario comunicar cada
botadura y cualquier cambio, a la guardia
civil, que era la representante de la
autoridad en la playa:
A la hora que fuera, cuando ibas a
botar el sardinal, la media jábega,
la barca... Entonces tú cogías y ibas
con el farol a buscar a la guardia
civil a la comandancia, a pedirle
permiso pa poder botar. Mi pare
tenía una buceta y un sardinal... Y
yo iba con el farol cuando niño, iba
con el farol buscando a los
guardias, a la chimenea larga, que
estaban los conos y allí se estaba
mu calentito, no veas, pero cuando
te tenías que venir p’acá [a El
Bulto] con el frío que hacía y
descalzo... Descalzo con cada raja
en los talones que se te metían los
chinos por las rajas. Y el guardia te
echaba la linterna, buenas noches,
ABJ
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¿aónde se va? Mire usted que
vengo a buscarlos a ustedes pa ir a
la mar… ¿Qué barco es? El barco la
Rafaelita… ¿Aónde vara? Aquí en
pegando al río, al arroyo… Po ir y
botar (Cagaleña).
Antes había que pedir permiso pa
ir a la mar, a la guardia civil, y mos
llegamos allí y estaban acostaos,
dormíos, y como le daba coraje
que lo despertáramos pos mos
fuimos y luego decía, ¿a ti quién te
ha dao permiso pa salir? Hombre
yo he llegao pa que usted me dé
permiso y estaba durmiendo, si lo
dispierto me va a pegar usted dos
guantazos, joé... Po entonces ve‐
nían ellos y los mejores pescaos
que habíamos cogío decían ese,
ese y ese, y si no a palos, a palos
(Moreno).
A finales de la década de los cuarenta,
barcas y sardinales comenzaron a
desaparecer por diversos motivos: el
avance del motor (principalmente las
traíñas), el agotamiento de los caladeros
de la provincia, la cada vez más estricta
normativa pesquera, etc. Lo que dio lugar
a que en las décadas siguientes muchos
jóvenes buscasen otro medio de vida,
embarcándose en la pesca de altura, o
bien, buscando un puesto de trabajo en
tierra.
Las mencionadas traíñas son embar‐
caciones dedicadas a la pesca de cerco,
principalmente del boquerón y la
sardina, que faenaban apoyadas por dos
botes: el cabecero y el lucero o bote de
luz. El arte es un paño de red rectangular,
con extremos triangulares. La pesca
consistía en que el lucero atrajese al
cardumen con la luz, hecho lo cual desde
la traíña se alargaba un extremo del arte
al cabecero y se trazaba un cerco para
acorralar al pescado y recoger el extremo
o puño del cabecero. Después se jalaba de
un cabo grueso, llamado jareta, que
cerraba el arte por la parte inferior y se
subía a la embarcación a pulmón:
Pág. 24
El primer barco en el que me
embarqué era la Royal, una traíña
que pescaba al cerco, que la iba
mandando mi hermano el Paco...
Con la traíña se pescaban sardinas,
boquerones, jureles, to lo que se
metía... Eso antes, y después
sacaron las luces pa anguá [atraer]
el pescao... La traíña era solamente
en la proba [proa] mirando donde
estaba el pescao, las luces con
butano, y después sacaron el
aparato, el radar, como un
televisor y pasabas y te marcaba el
pescao (Mangüé).
En esos años el muelle de Málaga era un
hervidero de gentes y embarcaciones:
Aquí en el muelle había muchos
barcos, venían barcos de Barce‐
lona aquí a pescar a la traíña,
venían muchos barcos, venían las
bacas.... No se cabía en el muelle,
de traíñas, de bacas y de to
(Cagaleña).
Dársena de pescadores del puerto de Málaga en
una postal de los años 60 (colección Felipe Foj)
Y mientras convivieron todas las mencio‐
nadas modalidades de pesca, cada una de
ellas tuvo su propio horario de botadura
y varada en pro de la armonía entre las
gentes del rebalaje:
Los sardinales salían sobre las 5 o
las 6 de la tarde, para la prima, y
ABJ
Cuadernos del Rebalaje nº 30 │A
Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
regresaban a las 11 de la noche, y
por la mañana para el alba que
regresaban a las 8 o las 9 de la
mañana... De alba y de prima iban
al sardinal. Durante el día pesca‐
ban las jábegas, por las tardes el
trasmallo, y de noche las traíñas.
Cuando hacía mal tiempo, apro‐
vechaban para darle tinte a las
redes, y después iban a la Lonja a
beber cerveza, jugar a las cartas...
(Manuel el de la Lonja)
El sardinal se botaba por la tarde,
a las 4 o por ahí, y por la mañana
estábamos de vuelta. Cuando más
tarde veníamos es cuando íbamos
a vender a Málaga, que mos pillaba
por allí cerca, y llegábamos aquí a
las 9 o las 10. Y la traiña igual,
salía por la tarde y por la mañana
volvía (Moreno).
Con la jábega había lance de albón
y de prima. De prima venía a ser
cuando ya oscurece, se echa el
copo y se enjuaga [saca] ya mu
oscurecío, y se cogen jureles y
algunas arañas… Y de albón es
cuando ya va amaneciendo el día,
se echaba el copo y se cogían
boquerones… (Salvaro).
Por la mañana tiraban las barcas y
calaban, los trasmallos esperaban
a que volvieran las barcas por la
tarde pa echar la suerte, y
entonces calaban los trasmallos
(Eduardo, hijo de Mangüé).
Pág. 25
Eran años de abundancia de pesca en la
bahía de Málaga, aunque lógicamente
cada pesquería tiene su temporada y sus
boles de pesca, algo que las gentes del
rebalaje conocen al dedillo:
Había tanto pescao en estas costas
que con los cenachos de vender el
pescao se cogían montones de
jureles, na más que había que
meterse en el agua hasta la rodilla
y se cogían los jureles (Mangüé).
Con la barquilla a motor está‐
bamos to la semana pescando. To
los días, unas veces pa la bahía,
otras veces aquí [en El Palo], otras
veces enfrente a la fábrica de
cemento, que le llamaban la porla
[Portland]. Siempre estábamos
pescando, a un arte a otro, íbamos
Moreno y Salvaro recogiendo el copo tras
haber enjuagao con la Rosario y Ana al
fondo (Foto Manolo Ibáñez)
al boliche, al bou, que se pillaba
pulpo y salmonete. Otros se iban al
palangrillo, el palangrillo era los
palangres, que llegaba a pescar a
cuarenta brazas (Moreno).
En La Malagueta en el tiempo, en
verano, es cuando se cogían los
boquerones vitorianos, en agosto,
lo mismo que en Huelin. En El Palo
cuando ya venía el invierno, es
cuando se cogía el boquerón
gordo, se echaban muchas cuerdas
y se cogían los boquerones estos
ABJ
Cuadernos del Rebalaje nº 30 │A
Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
grandes así. También se cogían
boquerones chicos, pero eran
menos… El sitio más castón eran
aquellos de allí, los de La Mala‐
gueta y de Huelin, son los sitios de
los vitorianos. Aquí en El Palo
también se cogían, pero aquello
era más castizo (Salvaro).
El pescao tiene sus días, en enero y
febrero viene arribando la jibia y
el pulpo, a desovar, enero, febrero
y marzo también vienen las crías
de las sardinillas, en agosto el
boquerón... To tiene su tiempo
(Mangüé).
Los jureles se pescaban en abril,
los boqueroncitos en junio, las
sardinas en mayo, junio, julio y
agosto, y en el mes de la Pascua el
boquerón gordo, con sus huevas, y
el resto de los meses se cogía toda
clase de pescao sin perjudicar el
medio ambiente (Manuel el de la
Lonja).
Esta bahía era mu güena
antiguamente pa’l pescao, pa la
sardina, que de agosto p’atrás se
venían aquí de otros sitios, de La
Cala, del Rincón..., hasta el invier‐
no, pa pescar aquí en la bahía la
Sanmiguelá [en torno al 29
septiembre, san Miguel], que valía
mucho... Los meses de agosto y
septiembre eran los mejores del
año porque el pescao valía el doble
(Moreno).
En los años 70…, cerca de los 80,
yo cogí diecisiete atunes, atunes,
con la red de jábega. El atún venía
a la orilla a comerse los jureles o a
comerse las caballas, y nosotros en
ese momento echemos la red, en
La Malagueta fue, y cogimos
diecisiete atunes, en el año 70 o
por ahí…, de 120, 130 kilos cada
uno. Y había muchas barcas y
echaban por detrás el copo y
cogían dos, tres, y había algunas
que el copo como lo tenían mu
viejo po se le iban y no cogían
ninguno, se escapaban. Yo, encartó
que tenía una red nueva, nueva,
nuevecita y estaba acechando. Eso
fue en verano, que es cuando el
Pág. 26
atún navega, se mueve… Iban con
la cabecilla afuera y nosotros los
vimos, los vi yo, yo tenía mucha
vista cuando tenía 23 o 24 años, ya
la vista se ha perdío un poquillo. Y
los vi ahí y eché el copo una vez,
¡cagoendié!, se me fueron, pero ya
por la tarde no se me fueron, ya
por la tarde los cogí y saquemos el
copo lleno atunes (Salvaro).
Barca María, también conocida como la Salvaro,
con el propio Salvador Portillo a la espaílla en
una imagen de los primeros años ochenta (foto
Pablo Portillo)
Según iban regresando las embarca‐
ciones tenía lugar la subasta de las
capturas, que se realizaba en la misma
playa y en algunos lugares muy concretos
que venían a ser algo así como lonjas de
barrio:
Existían lonjas para la venta del
pescado en El Palo, La Malagueta,
El Rincón de la Victoria, La
Carihuela, que hoy creo que
pertenece a Torremolinos pero en
aquel tiempo era parte de Málaga.
La de El Palo la abrió en 1944 mi
abuelo, Manuel Cuenca Galán,
primero como taberna y más tarde
como lonja pesquera, en 1949. La
subasta se hacía en la parte
delantera de la casa, que tenían
una especie de porche. Algunas
casas de la playa conservan ese
espacio tipo patio. El encargado de
la subasta se llamaba subastero y
la subasta se hacía de menor a
mayor, por pesetas o reales. Yo me
levantaba a las 5 de la mañana y
iba a ver la subasta del pescao en
la lonja de El Palo, la de mi abuelo,
antes de ir al colegio (Manuel el
de la Lonja).
ABJ
Cuadernos del Rebalaje nº 30 │A
Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Manuel
Cuenca Galán,
fundador de
la taberna
cuyo local
albergó en
1949 la lonja
de pescado
de El Palo.
Después se
convertiría
en el actual
restaurante
de playa (foto
F. Foj)
Si no acudía gente suficiente para la
subasta de la playa, entonces se llevaba
todo el pescado a Pescadería, que era el
nombre que recibía la lonja del puerto de
la ciudad, lugar de gran bullicio cotidiano
en el que se mezclaban las mercancías y
los tratos, con la picaresca. Ricardo
Cagaleña recuerda cuando alijaban las
capturas en el muelle durante sus años
de embarque en las bacas:
Antiguamente las cajas de pescao
pesaban 40 kilos, cuarenta y
tantos kilos, de caramales, de
jibia... Y nosotros hacíamos una
andana [altura] y media, poníamos
las cajas, primero una entera y
aluego media, pa poder trabajar en
la nieve, porque así tú quitabas las
cajas y conforme ibas quitando
ibas picando nieve, ¿comprendes?
No veeas, te molías, las cajas las
teníamos que coger entre dos,
entre cuatro, dos atrás y dos
adelante, cajas de 40 kilos... Y
cuando veníamos aquí, en el
muelle se perdía la mitad del
pescao, se llevaban el pescao.
Nosotros veníamos con la bodega
sellá, y aquí faltaba la merluza esa
blanca, esa negra, el rape ese
chico, ese más grande... Si nosotros
hemos traío a lo mejor cien cajas
Pág. 27
de rape y doscientas de merluza y
zafio ¡y ahora hay menos! Allí lo
íbamos soltando y se lo iban
llevando, desaparecía...
Las bacas llegaron a Málaga casi al
mismo tiempo que las traíñas, aunque
dedicadas a la pesca de altura por lo que
faenaban en los caladeros marroquíes,
con artes de arrastre y palangre. Este
último un arte de pesca con anzuelo que
utiliza diferentes carnadas para capturar
grandes peces: aguja, merluza, rape,
mero, congrio, etc. Consta de un cordel
grueso llamado madre del que penden
unos cables de acero fino en cuyos
extremos se amarran los anzuelos. Por lo
general, entre lance y lance de arrastre se
calan los palangres, siendo bastante
frecuentes los accidentes y contratiem‐
pos debido al tamaño de las capturas:
No habíamos terminao de calar y
no mos queó ni un palangre, ni
uno, to se lo llevaron los atunes y
nosotros viéndolos llevárselos pa
bajo... Totá que hicimos los
palangres entre los dos [él y
Mangüé], los dos solos mos
carguemos a hacer más de
cincuenta palangres, en tres días,
había que hacer los alambres,
hacer la gazilla, los anzuelos esos
grandes y to, po no veas, las manos
ya las tenía hinchás porque yo era
el que empatillaba [amarraba los
anzuelos], el que más trabajo
hacía, éste metía un macarrón y le
daba unas pocas de vueltas así, y
iba liando los cables, que los
cables
había
que
llevarlos
templaos si no, se partía uno y
aluego el otro y aluego el otro
(Moreno).
Tú ibas al palangre, a la merluza, y
cuando estaba el palangre la
merluza es al aire, viene encima
del agua, entonces las tintoreras,
cogían la merluza y le tiraba un
bocao y dejaba la mitad, y
veníamos nosotros con una pila de
cajas de merluzas comías, buenas,
sólo que tenían un bocao y no
servían pa vender (Cagaleña).
ABJ
Cuadernos del Rebalaje nº 30 │A
Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Para poder embarcar en las bacas se
requería de los marineros bastante
experiencia, por lo que en ocasiones eran
los propios patrones quienes buscaban a
su tripulación. No obstante lo más común
era que enviasen a alguien en su lugar, en
cuyo caso los marineros solían dejar
aviso en el muelle de su disponibilidad
para enrolarse. Uno de los lugares a los
que se solía acudir para buscar personal
era la Lonja de El Palo:
La baca Tio Pedro matriculada en Adra
(www.adracultural.es)
Cuando querían buscar tripula‐
ción, los interesados venían a
buscarlos a la lonja de El Palo y allí
los encontraban jugando a las
cartas o bebiendo su vaso de vino
(Manuel el de la Lonja).
Yo casi siempre me embarcaba
con los valencianos. Una noche
que estaba lloviendo a mares, vino
el patrón a la lonja buscando
gente, y mi mujer decía, ¡ay, que
no lo escuche, que no lo escuche!
Otras veces el patrón mandaba al
mandaero, tenía guardianes pa los
barcos y entonces muchas veces
estaban en el muelle y yo les decía
mira, Ratón o Juan o como te
llames, cuando te falte alguno tú
sabes donde yo vivo, me llamas
(Mangüé).
Tú ibas a pedir pa entrar en un
barco y te miraba la cartilla por si
Pág. 28
tú hubieras estao en barco de
altura o en barco de gran altura,
po miraba, ellos miraban la cartilla
por si tú habías estao embarcao en
otro lao, por si tenías embarque, y
si no tenías entonces tú no servías
pa la baca (Cagaleña).
La tripulación necesaria para las bacas
era bastante numerosa en comparación
con las embarcaciones de pequeño
calado, además de la existencia de espe‐
cializaciones: motorista, contramaestre,
cocinero, redero, etc. Y los períodos de
embarque eran bastante más largos, por
lo general de dos a tres meses, aunque en
ocasiones algunos se prolongaban
bastante más tiempo:
Yo estuve un año entero
embarcado, al año vine yo a mi
casa... Porque vendíamos en el
barco, íbamos a vender a Las
Palmas y de Las Palmas otra vez al
pesquero, con un contrato que
hizo el dueño con un japonés
(Mangüé).
Por lo que lógicamente también estaban
mejor remunerados:
Yo primeramente estaba en la
traíña, me tiré ahí desde que vine
de la mili... Pero estando en la
traíña no me podía casar...
Entonces me tuve que embarcar
en la baca, que en la baca se venía
uno a los treinta o cuarenta días
pero cogía el dinero libre, y ya de
ahí, de la baca, ya no me salí. Y me
tiraba dos meses, tres meses,
cuatro meses, hasta cinco meses.
Yo cuando me fui pa la mar mi
mujer estaba en estado, iba a dar a
luz cuando yo me fui y cuando
viene ya tenía mi hija seis meses
(Cagaleña).
Aquí en El Palo, los hijos de los
jabegotes se fueron a trabajar a las
bacas, a los barcos de pesca esos
de por ahí, los padres se quedaron
aquí pero la juventud no se iban a
ABJ
Cuadernos del Rebalaje nº 30 │A
Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
quedar pa ganar dos reales,
porque en los barcos grandes se
ganaba más (Salvaro).
El avituallamiento de las bacas se
realizaba bien en el muelle de Málaga,
bien en los puertos de Ceuta y Canarias:
Aquí había lo menos treinta bacas
grandes y toas de por ahí.
Salíamos un día, mos íbamos a
Ceuta, hacíamos [echábamos]
gasoil, comprábamos tabaco, se
compraba el café, se compraba el
azúcar, y aquella noche o mos
íbamos al cine o mos íbamos ya pa
Larache o Kenitra... (Moreno).
Lo comprábamos en Ceuta porque
costaba más barato y después,
cuando se terminaba el turno
[aprovisionamiento] íbamos a
Canarias, y más barato estaba en
Canarias que en Ceuta. Si a lo
mejor no se había hecho bien el
turno y había que hacer nieve
[para la bodega], vendíamos allí pa
hacer el suministro. Allí era Ceuta,
Canarias, Ceuta, Canarias... (Man
güé).
La mayor parte de los armadores de las
bacas eran del levante, principalmente
valencianos y en los largos períodos de
travesía, la interacción entre unos modos
de hacer y otros era continua:
Yo me embarqué en un barco y
estuve tres años, el María León,
comía o fideos o arroz, lo hacían
mu bien ¿en? Eso por la mañana,
por la tarde bullí, bullí es
emblanco de pijotas. Tres años así
lo mismo, to los días lo mismo, el
arroz y los fideos no faltaba, pero
mu bien hecho ¿en? Mu sabroso
(Gorrión).
Los valencianos cuando venían de
Valencia, lo que hacían antes que
na arroz, cuatro o cinco sacos de
Pág. 29
arroz a bordo, 8 o 10 kilos de
ñoras, ellos no gastaban tomate, y
un barril de vino de 20 o 30
arrobas, de vino tinto, que lo traía
el Rami. Y aquí había un señor que
cayó el barril de vino debajo de su
litera y le hizo un boquete al barril
y le metió una goma, un macarrón,
y ca vez que él veía ¡ea! cerraba, y
decía el patrón, ya está borracho
otra vez, ¿de aónde? Hasta que lo
cogió. Y hasta lo dijo por la radio y
to: ¡hay uno que se ha cargao un
bocal de vino!... Uno de aquí de El
Palo (Mangüé).
Los pesqueros para el arrastre estaban en
la costa atlántica marroquí y los peligros
en alta mar eran constantes:
Íbamos allá, por el laoallá de
Canarias, nosotros echábamos de
aquí hasta el pesquero cuatro días,
y de Canarias al pesquero tres
días... Y luego allí había barcos
japoneses que te compraban el
pescao, venían los botes grandes,
de los barcos‐factoría, y le echabas
el pescao y ellos te daban nieve, te
daban pan, te daban suministro, y
no tenías que ir a tierra, si se
averiaba el motor te lo arreglaban,
si se averiaba una pieza te la
arreglaba, to… Pero en la baca he
pasao mucho, en la nevera
[bodega] he trabajao mucho y
padecío mucho y he llorao mucho.
Mos cogió un mal tiempo mu
grande y llegamos a una playa a
fondearnos. Ajú, las olas no veas,
prepara el jierro [ancla] y preparó
el jierro y la cadena, y al ponerla
en lo alto de la borda, en un
balance cayó él y el que tenía
aguantando, al agua, y entonces a
uno se le ocurrió tirar un caballo,
que un caballo es una manguera
que era pa baldear, y entonces la
tiró al agua pa que se agarraran y
se agarró. Otra vez en la nevera se
desprendió la nieve y cogió a los
bodegueros entra las cajas del
pescao y la nieve y no podían ni
gritar... (Cagaleña).
ABJ
Cuadernos del Rebalaje nº 30 │A
Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Un viaje estuvimos en San Luis del
Senegal, y pasaba un día y otro y
se calaban los palangres, 80
palangres y na, teníamos un
rabilongo y una morena, y tos
enfadaos, doce días fuera de casa
ya y na. Pero por fin llegamos y
estaba hasta arriba el agua de
meros, pillamos en el día ciento y
pico de meros, ciento y pico de
cajas. Y pesquemos na más que
seis días, pero allí echemos
veinticuatro días, y luego pa venir
pacá echemos doce, porque mos
pilló en la bocana mal tiempo, y
aluego del Estrecho p’acá mos
cogió un temporal que llegaba la
mar aquí arriba (Moreno).
Mangüé y el Moreno vivieron el
terremoto de Agadir (1960) en primera
persona:
Yo el terremoto de Agadir me pilló
a mí allí, en Agadir. Salió de la mar
p’arriba, un maremoto, estábamos
cerca de Agadir, estábamos
calando el palangre con el Gallego.
(Mangüé).
En el morro de poniente de Agadir,
había un cuartel de la Legión,
abajo en el muelle. ¿Tú quieres
creer que no queó una casa viva?
El [Hotel] Mauritania tenía doce
plantas y se salvaron los que
estaban tomando café, tres
americanos que estaban tomando
café en la última planta. Aquello
era horroroso, horroroso, y un
castillo que había que era un
demonio de grande, más de 200
metros de altura, un cuartel de
ellos, se jundió entero. (Moreno).
Se jundió entero, se abrió la tierra
y se lo comió, no se salvó ni uno. El
muelle era un desierto, aquí los
barcos amarraos y por allí al lao,
to rajao y to lleno de fuego
p’arriba, en el varaero to los
barcos abajo... (Mangüé).
Pág. 30
Efectos del terremoto de Agadir el 29 de febrero
de 1960. En él murieron 12.000 personas (foto
Julián Navarro en www.circulodeopinion.com/)
El Gorrión ha sobrevivío a cuatro
naufragios, yo he estao con él ocho
años en la barca y na más que me
decía, cualquier día mos vamos a
pique, y cualquier día mos
escoramos. Y yo estaba loquito por
atrincar el muelle Málaga, de ese
viaje que echásemos tantos días de
llegar a Málaga, y ya no embarqué
más, ya apañé el trasmallo y lo que
sea pa pescar. Yo estaba loquito
hija, por dios que está arriba, de
quearme en tierra, si uno también
ha naufragao y ha visto ahogarse
la gente… Y aún así, ¿que si echo
de menos la mar? Más que tú te
crees (Moreno).
Los hombres del rebalaje son sin duda
supervivientes, en el más amplio sentido
de la palabra. La mayoría han vivido
naufragios, en los que han perdido a
compañeros y amigos, y que afortu‐
nadamente pueden contar hoy, pero
además, todos y cada uno de ellos han
sobrevivido a los grandes cambios
socioeconómicos y a la pérdida de sus
señas de identidad, aferrándose al
rebalaje, a su particular lenguaje y a su
específica manera de entender el mundo.
~●~
ABJ
Cuadernos del Rebalaje nº 30 │A
Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
4. LOS PROTAGONISTAS
Vaya desde aquí nuestro homenaje a los
hombres del rebalaje, malagueños que
han vivido y viven por y para la mar. No
están todos los que son, pero creemos
que los protagonistas de estos relatos
contribuyen en gran medida a la propia
historia del rebalaje. Y por supuesto no
nos olvidamos de las mujeres, luchadoras
incansables, para las que como ya
adelantamos
al
inicio,
estamos
preparando un segundo Cuaderno.
Moreno
Juan Haro López vino al mundo en El
Palo en 1928, en la misma casa en la que
vive en la actualidad. Nació en el seno de
una familia de pescadores, de orígenes
granadinos. Su padre tenía su propio
barco por lo que desde los 14 años
embarcaba con él todos los veranos, para
pescar la abuja en las playas de Granada.
El resto del año también salían a pescar,
ya fuese a un arte o a otro. Ya de mayor
pasó muchas temporadas en las bacas
para lo que se sacó “todos los
nombramientos, patrón, motorista y to lo
que había que sacarse”. Es dueño de uno
de los últimos sardinales que varan en la
costa malagueña, lleva por nombre La
Niña de mis ojos, y no pasa día sin que
vaya a verlo a su lugar de varada.
Mangüé
Manuel Castro Jiménez, descendiente de
bilbaínos, nació en 1929 en la barriada
paleña, donde fue “bautizao, criao y
casao” y donde continúa viviendo,
también en la misma casa en la que nació.
Casi toda su vida ha estado embarcado en
las bacas arrastreras de armadores
valencianos, que faenaban en la costa
africana, en las que ha sido patrón de
papeles y patrón de pesca. Aunque
también trabajó la traíña, el sardinal, el
Pág. 31
palangre y durante años salió solo al
trasmallo “porque tenía mis niños
chiquetillos y había que darles de comer”.
En la actualidad participa cada año en los
concursos de sotarraje del rebalaje
paleño y según sus propias palabras “yo
no voy ahora a la mar porque no me
dejan esta gente, si no también saldría a
mariscar”.
Gorrión
Pedro León Fernández, nacido en El Palo
en 1929, heredó el apodo de su padre
como él mismo relata: “mi padre era el
Gorrión y yo, que soy el hijo, el Gorrión
también”. Desde muy niño comenzó a
trabajar en el rebalaje, primero como
gardón, más tarde se embarcaría para
pescar al sardinal, trabajó también en la
barca de jábega, el palangre y pasó
muchos años embarcado en las bacas que
faenaban frente a las costas de Canarias,
en el banco de peces de Marruecos, en
busca de los pozos de merluza y
calamares. Falleció a comienzos de 2015
y desde aquí queremos desearle que a
donde quiera que le haya llevado esta
nueva singladura, ¡tenga buena proa!
Salvaro
Salvador Portillo Alarcón nació en La
Malagueta en 1930. Hijo de pescadores,
su padre fue mandaor de barcas de
jábega hasta que dejó la mar para
trabajar en Pescadería junto a un
hermano suyo, dejando a partir de
entonces al joven Salvaro a cargo de la
barca, por lo que con 18 años él también
se convirtió en mandaor. Tras terminar la
mili, a la edad de 22 años se trasladó a El
Palo con su familia, donde tras pasar
unos años de jabegote volvió a ser patrón
de su barca una vez adquiridos los
necesarios conocimientos del entorno.
Actualmente continúa confeccionando
artes de pesca, como distracción, y
participa en las concursos marengos que
tienen lugar en las fiestas de El Palo.
ABJ
Cuadernos del Rebalaje nº 30 │A
Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Batato
Antonio Gil Cazorla nació en 1933 en la
playa de El Deo, en el seno de una familia
de panaderos, aunque su madre, María la
Muñona, era marenga. Vivían en una
choza junto al arroyo Gálica y dice no
haber calzado alpargatas hasta que llegó
a Francia, donde la posguerra española
obligó a emigrar a toda la familia en
1947. Allí conoció a la que se convertiría
en su esposa, Julia, también española.
Cuando consiguieron algo de dinero
compraron una casa en Málaga, en la
barriada de Jarazmín, que tuvieron que
vender hace unos años pero en la que no
obstante han pasado todos los veranos
que han podido. En la actualidad viven en
Perpignan lo que hace que aquí sea
conocido como el Francés y allí como el
Español.
regentó una taberna que posteriormente
se convertiría en la lonja pesquera del
barrio. En la actualidad Manuel está al
frente del establecimiento junto a una de
sus dos hijas, dándole un cometido
similar al inicial aunque renovado y
manteniendo la denominación “La
Lonja”, en recuerdo a la función que
cumplió durante años en el rebalaje. Su
abuelo paterno fue jabegote y patrón de
barcas, conocido como el Rosilla, apodo
derivado de su apellido, Rosa, tenía fama
de buen pescador y de conocer todas las
marcas de pesca. Le decían Rosilla el
viejo para diferenciarlo de sus hijos,
Tobalo (padre de Manuel) y Luis,
quienes heredaron el apodo de su padre.
Cagaleña
Ricardo Pérez Martín nació en 1941 en el
barrio de El Bulto, junto a la playa de San
Andrés. Procedente de una familia de
pescadores de trece hermanos. Se em‐
barcó por primera vez con su padre a la
edad de 7 u 8 años y ya nunca dejó la
mar. Trabajó en la traíña, el sardinal y
pasó muchos años en la baca, trabajando
en la bodega, aunque dice que lo que de
verdad le ha gustado siempre es el
trasmallo. Actualmente vive en El Palo,
barrio al que se mudó hace casi 40 años.
Es tesorero de la APLEM (Asociación de
Pescadores del Litoral Este de Málaga) y
colaborador asiduo en diferentes acti‐
vidades didácticas en torno a la mar y las
barcas, organizadas por la asociación
Amigos de la Barca de Jábega.
Manuel el de la Lonja
José Manuel Rosa Cuenca nació en El Palo
en 1952. Heredó el apodo de su abuelo
materno Manuel Cuenca Galán, el cual
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Pescadores de El Palo en una foto de finales de
los años cuarenta: de izquierda a derecha, Luis
Rio, Luis “seis dedos”, Antonio Fernández (hijo
del “Laud”), el “Cincoblanco”, Antonio “el
Macán”, el “Pastor”, “Pedro Bocagrande” y “el
Patito” (archivo de Fernando Dols)
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Cuadernos del Rebalaje nº 30 │A
Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Salvador Portillo Salvaro en la presentación del CR nº
26 del que fue prologuista (18.07.2014) // Ricardo
Pérez Cagaleña recibe un homenaje por su continuada
colaboración con Amigos de la Barca de Jábega
(07.06.2013) // Juan Haro Moreno en el acto en el que
recibió la insignia de oro de esta asociación y el
nombramiento de socio de honor de la misma (28.09.2013) // José
Manuel Rosa Manuel el de la Lonja posa en su establecimiento con el
Cuaderno nº 1 (03.07.2015). Fotos ABJ
El Chiva, el Moreno, Mangüé y Pepe el Viudo echando su partida de
dómino en El Anzuelo, frente al rebalaje (foto Eduardo Castro)
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Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
PEZ BUZO (2015). Tinta negra sobre papel, 21 x 29,7 cm
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Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Agradecimientos
E
ste Cuaderno es el resultado de una labor colectiva de documentación en
torno al rebalaje y sus gentes, basada en entrevistas individuales y en
grupo, y en la posterior contextualización de los datos con ellas obtenidos.
Han formado parte del equipo de trabajo Mª Jesús Campos, Juan A. Gimbel,
Eulogia Gutiérrez, Ana Gómez y yo misma.
Dicha labor no hubiese sido posible sin la colaboración de Eduardo Castro y
Manolo Ibáñez, quienes no sólo nos han facilitado las conversaciones con
algunos de los protagonistas de estas líneas, sino que también han
aportado bellas imágenes de su autoría. A ambos les damos las gracias de
corazón por su buen hacer.
Y por supuesto nuestro más sincero agradecimiento a todos aquellos
hombres y mujeres que nos han regalado su tiempo y han compartido con
nosotros sus experiencias, sus penas y sus alegrías. Ellos son los
protagonistas y éstas, sus historias, son el reflejo del pasado más reciente
del rebalaje, breves apuntes extraídos de la memoria individual y colectiva,
que recuperan formas de vida hoy prácticamente desaparecidas y
olvidadas que, sin embargo, han sido los hilos con los que se han tejido las
mallas de la identidad malagueña.
Dicen que van a poner
la lu eléctrica en el Deo.
Más vale que pusieran
una fábrica de fideo.
Que vengo de la churripampa
mazurca y mazurquero.
(Maragata)
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Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
PEZ FUENTE (2015). Tinta negra sobre papel, 21 x 29,7 cm
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Hombres del rebalaje ~ Eva Cote Montes
Bibliografía
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Málaga: Caída, éxodo y refugio, Málaga, CEDMA, Diputación Provincial.
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● BLASCO ALARCÓN, M. (1989): La Málaga de comienzos de siglo, Málaga, Talleres Gráficos
Salcedo D. L.
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Diputación Provincial.
● LÓPEZ CASTRO, M. y TERNERO LUPIÁÑEZ, M. (1999): El Niño de las Moras: entre la mar y el
campo, Málaga, Ayuntamiento/AA. VV. El Palo.
● RODRÍGUEZ GALLEGO, C. (2008/2009): Antropología social de la gente del rebalaje de las
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Territorio. Tecnologías de la información geográfica” [inédito].
● RUANO, J. y BARBERÁ, J. A. (1995): El Valle de las Viñas de Miraflores de El Palo, Málaga,
Diputación Provincial.
● SÁNCHEZ REGUART, A. (1791): Diccionario Histórico de las Artes de la Pesca Nacional, Madrid,
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● SESMERO RUIZ, J. (1988): Hechos, gentes y curiosidades de Málaga, Málaga, Bobastro.
● SESMERO RUIZ, J. (1993): Los barrios de Málaga. Orígenes e Historia, Málaga, Edinford.
● PIZARRO RÍOS, J. (Coord.) (2012): Guía del patrimonio cultural de la pesca en Andalucía,
Sevilla, Consejería de Agricultura, Pesca y Medio Ambiente/Junta de Andalucía.
● ROJAS LÓPEZ, M. (2014): “Memorias de un jabegote”, Málaga, Cuadernos del Rebalaje Nº 24,
Asociación Cultural Amigos de la Barca de Jábega.
● http://la‐mirada‐del‐lobo.blogspot.com.es
● http://www.circulodeopinion.com
● https://www.youtube.com/watch?v=oYqjY4g4lqo
● https://www.youtube.com/watch?v=5TxMDA8bkPc
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SIRENA CON PEZ (2015). Tinta negra sobre papel, 21 x 29,7 cm
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Núm. y título
Colección Cuadernos del Rebalaje
Contenido
Autor/es
2 / EL SARDINAL MALAGUEÑO. UNA APROXIMACIÓN
Ensayo
Pablo Portillo Strempel
4 / OJOBONITO. UN CUENTO DEL REBALAJE
Cuento
Ramón Crespo Ruano
1 / LA BARCA DE JÁBEGA. INFORME PARA EL ATENEO
DE MÁLAGA
3 / 110 AÑOS DEL HUNDIMIENTO DE LA GNEISENEAU
5 / JABEGOTE: EL LITORAL DEL CANTE
Informe
Ensayo histórico
Pablo Portillo/Felipe Foj
Pablo Portillo Strempel
Conferencia
Miguel López Castro
7 / QUERCUS. EL ROBLE QUE QUERÍA VER EL MAR
Cuento
Mary Carmen Siles Parejo
9 / EL PACIENTE ALEMÁN DEL HOSPITAL NOBLE
Cuento
Leoni Benabu Morales
6 / EL PEZ ARAÑA Y SU PICADURA
8 / LA CHALANA
Ensayo científico
Ensayo
Andrés Portillo Strempel
Pablo Portillo Strempel
10 / GAVIOTAS DE MÁLAGA
Ensayo científico
Huberto García Peña
12 / EL MAR Y NOSOTROS‐ANTOLOGÍA DE POEMAS
Poesía
Francisco Morales Lomas
Cuento
Ramón Crespo Ruano
11 / PEDRO MOYANO GONZÁLEZ. EL ÚLTIMO
CARPINTERO DE RIBERA DE MARBELLA
13 / LA PESCA EN LAS POSTALES ANTIGUAS DE MÁLAGA
14 / EL COJO DEL BALNEARIO
15 / PECES DEL LITORAL MALAGUEÑO
Entrevista/Memorias
Ensayo histórico
Pedro Moyano/P. Portillo
Felipe Foj Candel
Ensayo científico
Huberto García Peña
17 / MÁS ALLÁ DEL ESPETO
Ensayo
Manuel Maeso Granada
19 / EN TORNO AL BOQUERÓN VICTORIANO
Ensayo
21 / LETRAS FLAMENCAS POR JABEGOTE
Ensayo literario
23 / EL MUSEO ALBORANIA AULA DEL MAR DE MÁLAGA
Reportaje
25 / EL ORIGEN MITOLÓGICO DEL OJO DE LAS
BARCAS DE JÁBEGA MALAGUEÑAS
Ensayo histórico
16 / EMILIO PRADOS, CINCUENTA AÑOS DESPUÉS
18 / DIBUJO E INTERPRETACIÓN DE LOS PLANOS DE
UNA BARCA DE JÁBEGA
20 / SIETE MUJERES FRENTE AL MAR
22 / LA MARÍA DEL CARMEN. ESTUDIO Y EVOLUCIÓN DE
LA BARCA DE JABEGA
24 / MEMORIAS DE UN JABEGOTE
26 / ETNOGRAFÍA DE LAS FIESTAS DE LA
VIRGEN DEL CARMEN DE EL PALO
27 / ARQUITECTURA MEDITERRÁNEA HOY: EL
ENTORNO DEL MAR DE ALBORÁN
28 / BARCAS, PESCA Y PESCADORES EN LA FOTOGRAFÍA
DE VICENTE TOLOSA
29/ FAROS DE ANDALUCÍA
30/ HOMBRES DEL REBALAJE
Ensayo literario
Francisco Chica Hermoso
Monografía
Pedro Portillo Franquelo
Poesía
Inés María Guzmán
Monografía
Pablo Portillo Strempel
Memorias
Manuel Rojas López
Jesús Moreno Gómez
José Espejo/Miguel López
Equipo Aula del Mar
Pedro A. Castañeda Navarro
Ensayo etnográfico
Eva Cote Montes
Memoria gráfica
Pablo Portillo Strempel
Ensayo
Reportaje
Ensayo etnográfico
Carlos Hernández Pezzi
Francisco García Martínez
Eva Cote Montes
ÚLTIMAS PORTADAS
Cuadernos del Rebalaje es una publicación monográfica de periodicidad trimestral fundada en 2010 que tiene
como objetivo difundir conocimientos relacionados con el mar Mediterráneo y su vinculación con las costas
malagueñas y andaluzas, con sus gentes, sus embarcaciones, sus tradiciones y costumbres desde el punto de vista
antropológico, histórico, geográfico, científico‐técnico, artístico o de creación literaria. Se difunde preferentemente
en formato electrónico por internet, autorizándose su reproducción siempre que se cite fuente y autoría.
Más información y acceso libre a todos los números en
www.facebook.com/cuadernosr y en www.amigosjabega.org
Eva Cote Montes
Nacida en Jerez de la Frontera (Cádiz) en 1970 y licenciada en Geografía e
Historia en la especialidad de Antropología Cultural (Universidad de Sevilla,
1993‐1998). Ha realizado trabajo de campo en el sur de Italia, así como en
gran parte del territorio andaluz, con la recogida, documentación y análisis de
numerosos elementos pertenecientes a los ámbitos del patrimonio cultural
inmaterial. Todo ello orientado a diversas finalidades, como elaboración de
guías culturales y de webs patrimoniales, expedientes de protección de Bienes
de Interés Cultural, puesta en valor del patrimonio inmaterial, documentación para proyectos
documentales, etc. En 2009 entra a formar parte del equipo de antropólogos del proyecto Atlas del
Patrimonio Inmaterial de Andalucía promovido por el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico. En
2014 se incorpora al consejo editorial de Cuadernos del Rebalaje y es autora del número 26 de esa
colección, Etnografía de las fiestas de la Virgen del Carmen de El Palo. Más sobre la autora en
http://es.linkedin.com/pub/eva‐cote/66/a62/15b.
Antonio Mandly Robles
Antropólogo malagueño, es doctor por la Universidad Complutense. Profesor
en las universidades Complutense, de Sevilla (titular), de Málaga (programa de
doctorado Comunicación y Poder) y del Máster Granada‐Málaga (Tecnologías de
la Información Geográfica). Director de documentales etnológicos como
Encrucijada (Sevilla 2003) y autor de libros como Echar un revezo: Cultura,
razón común en Andalucía (CEDMA, 1995) y de la obra transmedia Los caminos
del Flamenco. Etnografía, cultura y comunicación en Andalucía (Signatura,
Sevilla 2010). Ha participado en numerosas obras colectivas con capítulos dedicados al flamenco, los
verdiales, la cultura oral, etc., y publicado en revistas científicas artículos relacionados con su
especialidad. Es miembro del grupo de investigación y desarrollo tecnológico Etnomedia de la Junta
de Andalucía, adscrito hoy a la Universidad de Málaga. Perfil de investigación en
https://investigacion.us.es/sisius/sis_showpub.php?idpers=2681.
Mª Jesús Campos García
Autodidacta, bebe de las fuentes de José Aguilera Hinojo, del que recoge la
elegante fantasía de sus personajes y el puntillismo con el que decora y realza
las imágenes; y también de los pintores Francisco del Pino y Francisco Selva.
Aprende la técnica del grabado de la mano de José María Córdoba. Realiza su
primera exposición de dibujo en Málaga (1983) a la que le han seguido otras
muchas, tanto de dibujo como de pintura y grabado. Desde 2007 pertenece al
grupo Capitel. En 2012 apareció su poemario ilustrado De un tiempo a esta
parte (Rubeo) y en la actualidad se dedica fundamentalmente a la ilustración, habiendo publicado
obras para diferentes editoriales y entidades, como el Ateneo de Málaga y colaborado en revistas
culturales de ámbito nacional. Forma parte del consejo editorial de Cuadernos del Rebalaje,
publicación de la que ilustró su nº 20, Siete mujeres frente al mar (2013). En 2015 ha aparecido
Antología Suburbano (Rubeo), una selección de sus textos y dibujos publicados en esa revista digital
de ámbito internacional. Se puede seguir su trayectoria gráfica ‐y también poética‐ en
http://mjcampos.blogspot.com.es y en http://mjcampos.herobo.com.
Los siete protagonistas de este Cuaderno ofrecen un ejemplo de historias de
vida, de la vida cotidiana con las que sus contemporáneos podrán o no identificarse, pero que siempre serán un ejemplo de lucha y coraje en un tiempo
en el que el mero hecho de subsistir era toda una proeza. La mayoría de ellos
nacieron entre 1930 y 1940 y sus historias recorren el pasado más reciente de
la Málaga marinera. A través de ellas buscamos acercarnos a su mundo y a
su propia definición del mismo. Conociéndolo podremos comprender mejor
nuestro presente y, tal vez, mejorar nuestro futuro.