Atravesaré el Arco Triunfal da Praça do Comércio y buscaré, por à Rua Augusta, a un señor que tiene fama de raro, algo huraño, y que al parecer escribe versos, cartas de amor pudorosas, y suele llevar gabardinas y sombreros ingleses...
Apenas habla con la gente ("hablar con la gente me da ganas de dormir", suele decir), salvo con los camareros de Martinho da Arcada y de A Brasileira, lugares que frecuenta para comer y beber aguardientes que ya le han prohibido...
Y suele decir también que los que no saben vivir solos es que nacieron esclavos...
Los del lugar dicen que alguna tarde suele dejarse ver por el Chiado, tras fumarse un pitillo en el Mirador de San Pedro de Alcántara, desde donde escribió como Ricardo Reis un hermoso poema a Lidia, cuyas primeras estrofas decían:
Ven a sentarte conmigo, Lidia
a la orilla del río.
Con sosiego miremos su curso
y aprendamos que la vida pasa,
y no estamos cogidos de la mano.
(Enlacemos las manos.)
Pensemos después, niños adultos,
que la vida pasa y no se queda,
nada deja y nunca regresa,
va hacia un mar muy lejano,
hacia el pie del Hado,
más lejos que los dioses.
Desenlacemos las manos,
que no vale la pena cansarnos.
Ya gocemos, ya no gocemos,
pasamos como el río.
Más vale que sepamos pasar
silenciosamente y sin desasosiegos....
Ojalá, cuando atraviese el Arco da Praça do Comercio, dentro de unos días, me encuentre con él...
Desde que supe que vivía en Lisboa, desde que supe de su existencia, no hago otra cosa que buscarlo por el mundo y a diario...
Apenas habla con la gente ("hablar con la gente me da ganas de dormir", suele decir), salvo con los camareros de Martinho da Arcada y de A Brasileira, lugares que frecuenta para comer y beber aguardientes que ya le han prohibido...
Y suele decir también que los que no saben vivir solos es que nacieron esclavos...
Los del lugar dicen que alguna tarde suele dejarse ver por el Chiado, tras fumarse un pitillo en el Mirador de San Pedro de Alcántara, desde donde escribió como Ricardo Reis un hermoso poema a Lidia, cuyas primeras estrofas decían:
Ven a sentarte conmigo, Lidia
a la orilla del río.
Con sosiego miremos su curso
y aprendamos que la vida pasa,
y no estamos cogidos de la mano.
(Enlacemos las manos.)
Pensemos después, niños adultos,
que la vida pasa y no se queda,
nada deja y nunca regresa,
va hacia un mar muy lejano,
hacia el pie del Hado,
más lejos que los dioses.
Desenlacemos las manos,
que no vale la pena cansarnos.
Ya gocemos, ya no gocemos,
pasamos como el río.
Más vale que sepamos pasar
silenciosamente y sin desasosiegos....
Ojalá, cuando atraviese el Arco da Praça do Comercio, dentro de unos días, me encuentre con él...
Desde que supe que vivía en Lisboa, desde que supe de su existencia, no hago otra cosa que buscarlo por el mundo y a diario...
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