La Primavera en Andalucía es muy corta. Me gusta escribir Primavera así, con mayúscula, porque las estaciones son como seres vivos con su personalidad bien definida y siempre parecidas pero diferentes a las del año anterior, probablemente porque nosotros avanzamos siempre parecidos pero diferentes a través de ellas.
Decía que la Primavera por aquí abajo es corta, o al menos es más corta de lo que yo desearía. El frío del Invierno, que hace que se me encoja el ánimo y me duela la piel, se alarga y a ratos parece que se quedará aquí para siempre como en una de esas películas apocalípticas con moraleja sobre el calentamiento global. Por suerte, y por ahora, no es así, y los días templados llegan y hay paseos y flores y todos los bancos de todos los parques y plazas te piden que te sientes en ellos. "Mañana", dices, pero en uno de esos mañanas el paisaje se habrá vuelto amarillo y seco y las callen arderán hasta la noche. No lo digo con pena: me gusta muchísimo el Verano. Pero, antes de llegar a ese punto, necesito pasar por un proceso de transformación que suele darse en Primavera y que este año ha sido especialmente intenso.
Los últimos meses han sido tan fríos -todo lo fríos que pueden ser aquí en el sur- que se me helaron hasta las ganas y estuve más de un mes sin coser, por primera vez en más de una década. Lo intenté un par de veces pero mi ansiedad se disparaba. Me costaba un mundo organizarme. Me desilusioné, así en general. No era solo el frío, claro, pero tuve mi propio Invierno. Decidí no forzar las cosas ni pervertir la creatividad con inercia. Acepté un trabajo adicional en el que pudiera funcionar de forma más automática y me limitaba a hacer lo básico y necesario y a leer Crimen y castigo. Pensé mucho y a la vez traté de no pensar en nada. Tomé nota de las cosas que de verdad llamaban mi atención pero las miraba desde fuera, desde lejos. Supongo que no era más que una de esas fases de reajuste que tenemos todos, pero cuando estás dentro se hace larguísima.
Si quieres algo, déjalo libre, y eso hice. Con los primeros rayos y los primeros arcoiris en la pared del taller, las cosas se fueron acomodando y fui tomando la iniciativa poco a poco. Me daba cierta tranquilidad retomar proyectos personales que había ido dejando aparcados; algo que me permitiera experimentar sin presiones. Volví a sacar la colcha de retales de flores y la rematé justo a tiempo para estrenarla en un picnic playero con amigos de email y carta que se materializaron como por arte de magia ante mis ojos (¿no os da esa sensación cuando al fin os encontráis con alguien a quien habéis conocido en internet?). Fue perfecto, y perfecto fue el momento en que llegó.
La colcha sigue siendo un proyecto en curso: hice la base y ahora le voy añadiendo apliques, bordados, detalles que tengan un significado real para mí. Esta luna, por ejemplo, la hice justo un año atrás en la playa mientras esperaba para ver la Luna rosa de Abril.
Cuando vamos al campo, meto la colcha en mi bolso gigante y continúo añadiendo puntadas en cualquier lugar; en Semana Santa me senté a bordar junto a un río con una enorme cascada a mis espaldas, en el Charco de la Caldera de Jorox. Cuando fuimos a celebrar nuestro aniversario el pasado Septiembre estaba todo seco. La verdad es que Jorox, tan pequeñito él, merecería una entrada aparte.
Últimamente la Providencia ha ido poniendo en mi camino varios retales sin dueño y voy a añadirlos a la colcha para hacerla más grande. Éste de color mostaza lo rescaté en aquel picnic en la playa, así que trataré de traducir en hilos lo que significó ése día para mí. Recuperar materiales es uno de los propósitos que han ido haciéndose más cada vez más claros; retales de todo tipo, de todo tamaño. Propósito. Era algo que me venía faltando meses atrás y que estoy recuperando a base de desaprender. Se aprende mucho desaprendiendo.
He retomado otro par de proyectos y uno incluso lo he terminado esta misma semana. Otro día os cuento. Feliz Primavera.