No os lo voy a negar: me gusta ir de flor en flor. Si hace algunas entradas os hablaba de la amapola, esta vez le toca el turno a los murajes, anagalis o pimpinela escarlata; Anagallis arvensis. Es una flor silvestre muy común a la que hasta hace algunos años no le había puesto nombre, pero que de pequeña solía relacionar con unos dibujos animados que me encantaban, Ángel, la niña de las flores. Ésta no tiene siete colores como la flor de la serie, pero de alguna forma me hacía pensar en el arcoiris.
Mi relación con esta florecita azul, que a día de hoy he coronado como mi favorita, se remonta a cuando tenía cuatro o cinco años y me pasaba los recreos buscando escarabajos entre las pimpinelas del parterre de la escuela. Ha pasado mucho tiempo y muchas flores, pero desde entonces, cada vez que me he cruzado con ella, he tenido una sensación de familiaridad, como si fuera una vieja amiga o un secreto que solo yo conociera.
Mi relación con esta florecita azul, que a día de hoy he coronado como mi favorita, se remonta a cuando tenía cuatro o cinco años y me pasaba los recreos buscando escarabajos entre las pimpinelas del parterre de la escuela. Ha pasado mucho tiempo y muchas flores, pero desde entonces, cada vez que me he cruzado con ella, he tenido una sensación de familiaridad, como si fuera una vieja amiga o un secreto que solo yo conociera.
El libro textil que os enseño hoy está inspirado en esta flor y también en aquel colegio, pero, como sucede muchas veces, la idea se concretó una vez que ya estaba puesta en marcha. ¿No os encanta cuando es el proyecto el que os marca las pautas y no al revés? Cuando esto sucede, lo mejor es dejarse llevar, y el resultado de mi paseo creativo es un librito muy breve, solo ocho páginas que combinan el collage, el aplique y el bordado usando como base el azul, el rosa y el amarillo. Me gusta el hecho de que todo surgiera de algo que hice usando, literalmente, lo que tenía a mano. Estaba pasando unos días fuera de casa y no llevaba nada para coser, así que fui tomando algo de aquí y algo de allá: unos retalitos encontrados en el fondo de mi maleta, algunas tiras que arranqué de un trapo, un trozo de lana y una aguja prestada.
Y empecé a tirar del hilo. De usar esos colores como punto de partida para unir retales pasé inevitablemente a las pimpinelas, y poco a poco fueron surgiendo los recuerdos del colegio; un colegio que ya no existe, porque era un recinto provisional mientras construían el edificio definitivo, y del que solo me quedan imágenes sueltas en azul y rosa. Cambié varias veces de colegio y ninguno dejó un collage tan definido en mi memoria.
Creo que éste fue el tercero o cuarto de los cinco libros textiles que empecé, pero pensándolo bien, tiene sentido que sea el primero que acabo. Como los planteé como collages sueltos y no como páginas, he usado una tela rosa de base para disponerlos, respetando los bordes sin rematar. También he dejado un lado abierto en las guardas de tul por si quiero introducir algo más, quizá un texto bordado o algún objeto pequeño que tenga relación con el tema. Me hace ilusión verlo así, encuadernado, contando una historia supercursi -no podía ser de otra forma- que es la mía.
He grabado un pequeño vídeo para que podáis pasar las páginas conmigo. De fondo, la música de Junipero de la sierra