Reflexión del jueves
Hola a todos y bienvenidos. Llevo tiempo sin publicar, ya os decía en el último post que me falta tiempo, pero me resisto a dejar el blog de forma definitiva, así que aquí estoy.
Hoy es el día del post improvisado, y se me ha ocurrido compartir un relato mío. Llevo años sin participar en concursos literarios, y este año me había animado a participar en uno que se llama Cuando yo era joven, cuyas bases me pasó una amiga. Había que compartir momentos de nuestra juventud. Yo estuve dudando, no sabía si escribir algo general, o algún momento especial...hasta que recordé uno en concreto que había acudido a mi memoria cuando ordenaba mis cosas de adolescente. Con mi habitual despiste leí que el concurso empezaba el 9 de abril, así que escribí y el 10 de abril busqué las bases para enviarlo. Bueno, pues en realidad se cerraba el 9 de abril. Me quedé compuesta y sin relato, y se me ha ocurrido compartirlo por aquí. Mis lectores habituales sabéis que paso vergüenza compartiendo mis narraciones, pero esta vez no es una historia de asesinatos, como suelo hacer, o de amor, es simplemente una amalgama de recuerdos juveniles. Y ahora, sin más rollo, empezamos.
UNA VIEJA FOTOGRAFÍA
Ayer,
por fin, me armé de valor y empecé a ordenar la habitación de mi adolescencia.
Por fuera ya no es mi cuarto, no hay rastro de los póster de New Kids on the
block, Axl Rose o Duncan Dhu, las paredes lucen desnudas, presumiendo de esa
pintura color adoquín que tanto le gustaba a mi madre. Tampoco está el cartel
de la puerta, regalo de un novio adolescente, ni los peluches con cartelitos
que acumulaba en mis cumpleaños. Pero en ese armario que llamaban “de puente” se encuentra una buena parte
de mi juventud: hay diarios, libretas y viejos álbumes de fotos. Con la
nostalgia invadiendo mi alma, saco el álbum que está más cerca de mi mano
derecha. Es blanco, y la portada lleva integradas fotos de lugares paradisíacos,
con palmeras, arena blanca y un mar increiblemente azul. Recuerdo que fue un
regalo de mi amiga Laura cuando salí del hospital después de mi operación.
Cuando lo abro, en la contraportada, reconozco mi letra juvenil: La Pandilla en el parque de “Ocalital”,
viernes 22 de noviembre de 1991.
En
aquellas hojas con un plástico autoadhesivo hay varias fotografías de ese día,
pero mi favorita es la primera, la que inaugura el álbum. En ella veo el banco,
“nuestro banco”, casi pegado a una extraña pared de ladrillo visto que siempre
nos intrigó. Salimos todos; en el respaldo, sentados y sonriendo con timidez
están Silvia, Begoña, los dos Alejandros, servidora y Mario. Sentados en el
asiento, y sorteando nuestros pies, veo a Marimar, Laura, Noelia y Manu. Y de pie,
intentando pasar desapercibidos, están Luis y José (aunque nosotros lo
llamábamos Jose, sin la tilde). Todos llevamos pantalones vaqueros rectos, la
mayoría en azul claro, aunque algunos los llevan en negro y un par de chicas
blancos. Por arriba gastamos jersey de punto, algunos lisos y otros con dibujos
geométricos, y completamos el atuendo con anoracks de vivos colores, como el manto
que tejía la Dama de Shalott. El aire huele a frío, que se mezcla con el olor a
colonia Don Algodón, de las chicas, y Brumel, que alguno de los chicos había “robado” a su padre. Nosotras, además, llevábamos el pelo por los hombros, sin teñir,
de nuestro color natural, sin adornos o con un pañuelo. Los muchachos llevaban
el pelo cortado a tijera, con la raya a un lado. A pesar de los 32 años que han
pasado, recuerdo a la perfección aquella tarde. Como cada viernes, nos habíamos
reunido en el banco. En aquella época no quedábamos por whatsapp, y el teléfono
fijo era para cosas necesarias. En realidad no quedábamos, era más bien un
acuerdo tácito, nos encontrábamos allí sobre las cuatro y media. Los viernes,
en mi instituto, se salía una hora antes, así que comíamos, hacíamos algunos
deberes para tener el fin de semana libre, y nos preparábamos para
encontrarnos.
Si
alguno no aparecía dábamos por hecho que lo habían castigado o había tenido que
quedarse en casa a ayudar a sus padres.
Todos
íbamos al mismo instituto, pero no a la misma clase, ni siquiera íbamos todos
al mismo curso, aunque éramos nacidos en 1974.
Algunos porque habían repetido, y otros, como Marimar, porque había
nacido el uno de enero de 1975, así que, para su desgracia, iba un curso por
detrás. Nos reuníamos en los recreos, en las fiestas de la discoteca Keops y en
el banco, sobre todo en el banco.
Aquella
tarde de finales de noviembre, aunque olía a frío, la temperatura era
agradable, parecía que el otoño quería acompañar nuestros encuentros juveniles.
Habíamos ido llegando de uno en uno. Silvia y Marimar llegaron las últimas, y
la primera estaba feliz porque le habían regalado una cámara fotográfica por su
cumpleaños y quería estrenarla. Y fue en ese momento cuando hicimos las fotos.
En unas salíamos las chicas, en otras los chicos, y en otras pequeños grupos. Y
cuando solo quedaban un par de disparos en aquel carrete de doce, pasó por allí
una chica del instituto, y le pedimos que nos sacara una foto a todos juntos.
Recuerdo que al principio quisimos sentarnos todos en el respaldo del banco, luego nos dividimos porque no había espacio suficiente, y al final, después de jugar a una especie de “juego de las sillas” sin sentido, nos colocamos como pudimos, quedando algunos de pie. Y cuando la chica nos pidió que dijésemos patata, sonreímos tímidamente y guardamos aquel instante para siempre.
Después, Silvia fue a la tienda de revelado que había cerca, para poder
recoger las fotos la semana siguiente, y otros nos fuimos al kiosco, a uno que
estaba muy cerca, debajo de un túnel. Allí nos abastecimos para pasar la tarde.
Algunas chicas compramos la revista SuperPop. Solíamos comprarla entre dos, y
nos repartíamos las fotos y póster. Laura no quiso comprarla porque a ella solo
le gustaban Sting y Mel Gibson, y no salían en ese número, y Marimar no pudo
porque estaba castigada sin paga. También compramos bolsas de patatas fritas,
gusanitos, gominolas en forma de botellas de Coca cola y como postre chicles,
en mi caso Chew de fresa ácida. Además, yo compré dos After eight, uno para mí
y otro para mi hermana, para comerlos viendo “Sensación de vivir”.
Completamente
abituallados volvimos al banco, que había quedado guardado y protegido por Marimar
y Manu.
Entonces las chicas nos pusimos con la revista, empezando, por supuesto, por los horóscopos. Los chicos se reían, pero en realidad escuchaban con atención cuando llegábamos a su signo.
Después era el momento
de leer las historias que contaban las lectoras, historias de amores y
desamores con los que, alguno de nosotros, se sentía identificado. Y cuando ya
habíamos leído la revista por completo, nos repartíamos las fotos.
Cumplido
ya el ritual de la revista, nos comíamos las chuches y hablábamos un poco de
todo. Nos contábamos anécdotas de clase, o planeábamos estrategias para
hacernos los encontradizos con el chico o chica que nos gustaba. Y las risas
envolvían aquel lugar que nos veía crecer.
Y
así pasábamos la tarde, riendo despreocupados, hasta que llegaba la hora de
volver a casa. Entonces, atravesábamos el parque todos juntos, y si había algún
columpio libre, de esos de hierro pintados de azul, nos sentábamos un poco,
intentando alcanzar la barra superior, o tocar ese cielo ya oscurecido de
finales de noviembre.
Luego
nos íbamos separando, al llegar cada uno a su casa. Cuando yo entraba en la mía
me recibía el aroma a cena rica, con los cristales de la cocina empañados y la
voz de mi madre preguntando si lo había pasado bien. Mi hermana ya estaba en
casa, con el pijama puesto. Entones yo me duchaba rápido y cenaba para
disfrutar de “Sensación de vivir” comiendo
mi After eight. Aquella noche emitieron un capítulo que aún llevo grabado en la
memoria, “Mi desesperada Valentine”. En un instante, Emily Valentine le decía a
Brandon que le gustaría tener un poder para embotellar los recuerdos, y
sacarlos cuando ella quisiera. En aquel momento, con solo 17 años, pensé que a
mí también me gustaría hacer algo así, y sacar aquella tarde de amigos en el
Parque Ocalital.
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Hoy he vuelto al parque, y me he acercado a
nuestro banco. Sigue allí. En realidad no es el mismo, este es más moderno,
pero sigue junto a la vieja pared de ladrillo visto. Está claro que Dalí se
equivocaba, porque mi percepción de la memoria es otra, en la mía viven la
nitidez y los instantes precisos. Si cierro los ojos puedo ver a Silvia, que ya
no es aquella niña de ojos verdes, tiene dos hijos adolescentes y trabaja en El
Corte Inglés. Begoña vive en Madrid y hace tiempo que no sé nada de ella. Uno
de los Alejandros se casó hace unos años y está a punto de ser padre. Es
electricista y aún nos vemos. El otro se divorció y apenas se deja ver por
aquí. Mario es padre, abogado y muy inquieto. Todos pensábamos que acabaría con
Silvia, su amor adolescente, pero se ha casado con otra abogada, y parecen
felices. Marimar trabaja en una librería y es una viajera incansable. Laura se
casó, se separó y se ha vuelto a casar. Trabaja en una multinacional y cuando
no está trabajando lleva una vida muy tranquila. Noelia quedó huérfana muy
joven, y después de unos años bastante tristes se ha casado con un viejo amigo
y tienen una niña preciosa. Manu sigue viviendo con sus padres, trabaja donde
siempre lo hizo y sigue manteniendo esa sonisa tranquilizadora de la infancia.
Jose tiene dos hijas de dos relaciones, y jura que no quiere una tercera. Le
cuesta mantener sus empleos, pero, a pesar de los vaivenes, sigue teniendo
mucho encanto. Luis iba para ciclista, estuvo unos años en un equipo y luego se
fue al ejército. Hace años que no coincidimos, pero su madre nos mantiene al
tanto y nos dice que está bien. Y yo, yo…escribo historias que me invento y
otras, como esta, que son parte de mi vida.
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Antes
de irme echo un último vistazo al banco. Ahora se ha llenado de chicos y
chicas, que tienen la misma edad que teníamos nosotros en la foto. Todos visten
vaqueros, pero por arriba las muchachas llevan tops cortos, que yo solo ponía
en verano, o grandes sudaderas tipo chándal. Ellos gastan también sudaderas.
Las chicas huelen a fresa o vainilla y llevan el pelo planchado, o en altas coletas,
casi todas con mechas y reflejos que suavizan sus rasgos. Ellos llevan ese
corte de pelo que llaman Mulet y que yo no comprendo mucho. Si me fijo, no hay
tanta diferencia entre el banco de mi foto y este. Ellos también se ríen, comen
chuches y tienen ganas de comerse el mundo.
Entonces,
algunos chicos sacan sus teléfonos y empiezan a hacerse fotos. Ellos no sonríen
tímidamente, posan con soltura, poniendo “morritos”, hacen la señal de la
victoria con los dedos o guiñan un ojo. Y al ver esa escena, me pregunto cuántos
de esos muchachos conservarán esas fotos, 30 años después, en un álbum decorado
con instantáneas de lugares paradisíacos.
Y aquí termina el relato. La historia es real, sucedió tal cual, pero he cambiado algunos nombres.
Muchas gracias por leerme y muy feliz jueves.
Nunca he escrito ningún momento de mi vida, me da vergüenza verlo negro sobre blanco, prefiero dejarlos en la memoria y contarlos solo a quien se lo quiero contar.
ResponderEliminarEn cuanto a tu pregunta final; en nuestra ´época, la fotografía era algo que costaba su buen dinero, habia que revelar y con ello te lo daban en papel fotográfico para poner en un album, hoy la máquina de fotos la llevas en el teléfono, que todos tienen, y se hacen cientos de fotos de cualquier manera y en cualquier lugar que almacenarán en la memoria de ese movil, se hacen tantas que luego se olvidan, se van a la nube y ahí se quedan.
Saludos
Hola.
EliminarA mí también me da mucha vergüenza, de hecho siempre escribo ficción, nunca he mandado nada así a un concurso. He buscado un momento inocente y, digamos, poco personal.
Ay las fotos de antes eran un tesoro, guardo con tanto cariño las de mis abuelos, mi bisabuela y el resto de la familia.
Muy feliz tarde.
Tuviste una adolescencia afortunada. Yo también tomaba esas chuches con forma de coca cola. :). Un beso
ResponderEliminarHola.
EliminarMuchas gracias, yo creo que fue bastante normal, con sus cosas, sus dramas intensos y sus momentos bonitos. Guardo un buen recuerdo, y las cosas que me parecían tan dramáticas ahora me parecen muy inocentes.
Muy feliz tarde.
Qué diferentes esos recuerdos de los míos. Yo estudié en un colegio de monjas en el que solo había chicas. Aunque da igual. En los institutos tampoco había mezcla. Cuando hice el COU en mi instituto solo había chicas. Parece una bobada, pero esa separación hizo que el trato con el otro sexo fuera algo muy poco natural y esa falta de naturalidad se mantuvo en el tiempo. Los chicos eran algo extraño, anhelado y temido y yo, tardé mucho en comportarme con naturalidad delante de ellos. Creo que hasta media carrera los vi como a seres extraños.
ResponderEliminarTu pregunta final es muy interesante. Ahora se hacen tantas fotos, con tanta facilidad que no se les da importancia y nadie hace álbumes. Las fotos se hacen y se borran sin mayores problemas y las que se conservan, se conservan en el móvil o en una nube, pero el álbum, en todo caso, es virtual.
Un beso.
Hola.
EliminarMis padres tuvieron muy claro que el colegio tenía que ser mixto. Fuimos a un cole privado, pero mixto. Además, todos los amigos de mis padres tenían niños, excepto unos que tenían una niña, así que mi hermana y yo siempre tuvimos muchísima relación con los chicos, quizás por eso para nosotras era tan normal estar con chicos como estar con chicas, y quedábamos indistintamente. De hecho ni pensábamos si eran chicos o chicas, y me sigue pasando, a veces estoy en alguna reunión familiar o de amigos y de pronto estoy con los hombres hablando de fútbol, o de cine, y luego me pongo a hablar de otras cosas con las chicas, y luego nos mezclamos...Supongo que cuando se va a un colegio solo de niñas la relación cambia.
Ojalá vuelvan los álbumes físicos, es tan bonito mirar fotos.
Muy feliz tarde.
Hola, Gemma.
ResponderEliminarQué bien que hayas vuelto, :)
Tu escrito me ha recordado a cuando nos mudamos, era adolescente, y al recoger las cosas que me iba a llevar, las que íbamos a donar y todo, encontré muchísimas notas de amigos, diarios, fotografías y casetes; todo lo que de alguna manera cerró una etapa de la vida. Es bonito y triste a la vez, por una parte, porque lo relees o ves, y nacen sonrisas y por otra porque de alguna manera es tiempo pasado y este de alguna manera siempre se glorifica por los buenos momentos vividos.
Qué recuerdos más preciosos. Emocionan de verdad.
Me quedo con el lazo creado con los amigos, ese que ha perdurado en el tiempo, no importa como haya ido la vida, sino que sigue ahí, perenne.
Es una pena que no llegaras a poder presentarlo.
Un beso.
Si pongo más veces (manera), se me traba la lengua. Perdona, eso por escribir con prisas y darle a enviar sin releer.
Eliminar¡Hola Irene!
EliminarQué bien que te guste.
Sí que tendemos a glorificar los momentos pasados, por eso elegí este que recordaba tan bien, porque fue exactamente así. Otros eran más dramáticos, yo era un poco intensa.
Yo esa parte la tengo muy cerrada, pero al igual que Emily Valentine, me gustaría, de vez en cuando, abrir una botella para revivir ciertos recuerdos.
Me alegra que te guste y perdonadísima, no me había dado ni cuenta de ese "abuso" de manera.
Feliz tarde.
Muchas gracias por compartir este bonito recuerdo. Ha merecido la pena la espera.
ResponderEliminarMe alegro que sigas adelante con el blog y que te tomes el tiempo necesario para publicar sin que sea nada obligatorio o agotador. Tu relato me ha despertado una nostalgia en positivo y unas sensaciones muy positivas. Eso sí, creo que hemos mejorado con los perfumes de hoy en día je, je.
ResponderEliminarUn abrazo, Gemma.
Lindos recuerdos . Me gusto conocer de tu adolescencia. Te mando un beso.
ResponderEliminarBienvenida de nuevo!! Creo que más de los que pensamos guardarán las fotos que encuentren interesantes.
ResponderEliminarNuestra infancia y adolescencia suele ser una fuente de inspiración para narrar acontecimientos vitales que han quedado grabados en la memoria. Yo tengo escritas una especie de memorias que autopubliqué solo para compartir con mi familia más estrecha, pues me resultaría un poco violento compartir públicamente mis intimidades, je, je. Así que estas memorias noveladas, o novela autobiográfica, como prefiero llamarla, reposa en un cajón como un recuerdo muy preciado para mí.
ResponderEliminarLástima que se te pasara la fecha de cierre del concurso de relatos, pues tus experiencias son de lo más interesante.
Y me alegro que hayas decidido mantener este blog.
Un abrazo.
Great blog
ResponderEliminarPlease read my post
ResponderEliminarTe quedo genial Gemma, lastima que te equivocaras con la fecha. Pronto llegara otro. Un beso y feliz fin de semana.
ResponderEliminarun relato muy bello y costumbrista, lleno de escenas cotidianas. siento que debería haber vivido más mi juventud, con gente de mi edad...
ResponderEliminarla chica a la que le gustaba sting, tanto si era su música como su físico, tenía buen gusto. y lo digo yo, que no me van los tíos. ;)
las vidas de las personas pueden evolucionar en muchas direcciones. me ha gustado lo de la sonrisa tranquilizadora de tu amigo. alguna vez me han dicho algo similar, algo bueno tengo por poco que sea. ^_^
A mi me ha pasado eso alguna vez, que despistes verdad? una pena porque el relato es fantástico, siempre he admirado a las personas que son capaces de transmitir así con las palabras. Un abrazo
ResponderEliminarMe ha gustado leerte. Esa época que ya no volverá. Yo también nací en 1975 como Marimar. Entré en blogger para mirar por encima mi blog abandonado y recordé que era seguidora del tuyo por eso entré a leerte. Tengo muchos post que leer tuyos desde que no paso por aquí. Un saludo guapa.
ResponderEliminarBueno, has vuelto, o mejor dicho no te has ido, ¡me alegro! Y lo haces con un relato entrañable de tu juventud. Me gusta. Enhorabuena.
ResponderEliminarAbrazos!
A veces recordamos nuestra niñez y adolescencia, cada uno en el tiempo que nos toco vivir aquella etapa de la vida.
ResponderEliminarNos muestras momentos felices de aquellos años que en mi caso fueron muy escasos, seguramente porque soy de una generación anterior y ya trabajsbamos en la adolescem¡ncia.
Gracias por compartir esa parte de tu vida.
Un abrazo.