No hace mucho, no muy lejos... (Frase tomada de la exposición de Auschwitz en Madrid)
Querida Ángela:
Me permito escribirle estas líneas ya que usted, a pesar de ser mi carcelera, ha sido lo más parecido a una amiga que he tenido en este lugar. No quisiera que mañana, cuando encuentren mi cadáver, tuviera una idea equivocada respecto a la causa de mi muerte que no es otra que el suicidio.
Sé que usted comparte mis ideales. Lo he leído en sus ojos. Por eso no tengo duda de que me creerá cuando le diga que no me arrepiento de nada cuanto hice. Deseo el fin porque tengo el convencimiento de que nada tengo que hacer en esta vida. Ya no. Esta existencia mía se limita a breves conversaciones con usted y a contemplar como las cucarachas corretean sin temor alrededor de mi cama. Créame, no hay otra salida para mí, la muerte es la única liberación.*
No se aflija, tuve una buena existencia. Sí. La mejor que podía tener la hija de un labriego. En una época en la que las mujeres no éramos nada, tuve la satisfacción de llegar a directora de campo. Y ostenté poder. Más que muchos hombres.
No pretendo aburrirla con mis evocaciones, pero siento que la nostalgia me embarga y a mi mente afloran los recuerdos de aquel periodo. ¡Cómo me gustaba confraternizar con las esposas de los oficiales! Solíamos reunirnos en el comedor para comer castañas asadas y beber vino de Madeira. Después salíamos al exterior y apoyándonos en una verja contemplábamos estupefactas los miembros viriles de los prisioneros quienes, a pesar del frio intenso, estaban desnudos para nuestro regocijo.
Perdóneme, me estoy yendo por las ramas.
Voy a pedirle dos favores. En primer lugar, hágale saber al mundo que no me ofenden cuando me llaman la “Zorra”. Es para mí un honor recibir el nombre de un animal tan bello como inteligente. Por otro lado, entréguele a mi hijo la carta que encontrará al lado de la que le escribo a usted. También siento la necesidad de despedirme de él.
Hubiera sido dichosa de haber podido obsequiarle, a modo de despedida, con algún objeto valioso para mí; pero desconozco el paradero de mi colección de lámparas hechas con piel humana. Una pena. Eran de la mejor calidad.
Reciba, en su lugar, mi amistad.
Ilse Koch
*Escribió ella misma esta frase, sin mostrar arrepentimiento alguno.
Me permito escribirle estas líneas ya que usted, a pesar de ser mi carcelera, ha sido lo más parecido a una amiga que he tenido en este lugar. No quisiera que mañana, cuando encuentren mi cadáver, tuviera una idea equivocada respecto a la causa de mi muerte que no es otra que el suicidio.
Sé que usted comparte mis ideales. Lo he leído en sus ojos. Por eso no tengo duda de que me creerá cuando le diga que no me arrepiento de nada cuanto hice. Deseo el fin porque tengo el convencimiento de que nada tengo que hacer en esta vida. Ya no. Esta existencia mía se limita a breves conversaciones con usted y a contemplar como las cucarachas corretean sin temor alrededor de mi cama. Créame, no hay otra salida para mí, la muerte es la única liberación.*
No se aflija, tuve una buena existencia. Sí. La mejor que podía tener la hija de un labriego. En una época en la que las mujeres no éramos nada, tuve la satisfacción de llegar a directora de campo. Y ostenté poder. Más que muchos hombres.
No pretendo aburrirla con mis evocaciones, pero siento que la nostalgia me embarga y a mi mente afloran los recuerdos de aquel periodo. ¡Cómo me gustaba confraternizar con las esposas de los oficiales! Solíamos reunirnos en el comedor para comer castañas asadas y beber vino de Madeira. Después salíamos al exterior y apoyándonos en una verja contemplábamos estupefactas los miembros viriles de los prisioneros quienes, a pesar del frio intenso, estaban desnudos para nuestro regocijo.
Perdóneme, me estoy yendo por las ramas.
Voy a pedirle dos favores. En primer lugar, hágale saber al mundo que no me ofenden cuando me llaman la “Zorra”. Es para mí un honor recibir el nombre de un animal tan bello como inteligente. Por otro lado, entréguele a mi hijo la carta que encontrará al lado de la que le escribo a usted. También siento la necesidad de despedirme de él.
Hubiera sido dichosa de haber podido obsequiarle, a modo de despedida, con algún objeto valioso para mí; pero desconozco el paradero de mi colección de lámparas hechas con piel humana. Una pena. Eran de la mejor calidad.
Reciba, en su lugar, mi amistad.
Ilse Koch
*Escribió ella misma esta frase, sin mostrar arrepentimiento alguno.
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