Anochece. Es la hora en que sobre el mar riela la pálida luz de la luna y sobre el espíritu del que contempla su baile acuático desciende la serenidad, uno de los sentimientos más placenteros que puedan experimentarse.
Los barcos, amarrados a los norays del puerto, parecen mecerse al son de una dulce canción adormecedora que embruja el espíritu y suspende los sentidos en su maravillosa dulzura.
Una gaviota desciende para posarse en el agua y picotear golosamente los trozos de pan duro que algún paseante ha lanzado al mar para alimento de los peces.
El ave marina se convida con los mendrugos flotantes a la espera de que algún pez incauto se acerque y se ponga al alcance de su cretero y acerado pico, cuyo color amarillo nos revela que es gaviota adulta, con larga experiencia como pescadora.
Las oscuras arenas de las calas cercanas a Playa Negra reciben el embate rítmico de las olas.
Blancas espumas de mar ponen un volante de encaje fino al vestido azul de la mar.
Y ya no hay sino un canto alegre, como de ave mañanera, al paisaje, a la luz, a la brisa y al mar.
Es entonces cuando descubrimos que no es lo mismo el sueño que la ensoñación.
cuando amanece, es el prodigio del agua cristalina,
es el milagro de los verdes y los azules en sutil mezcla.
es el horizonte infinito, acrecentando nuestro deseo de infinidad...
Y ya no hay sino un canto alegre, como de ave mañanera, al paisaje, a la luz, a la brisa y al mar.
Es entonces cuando descubrimos que no es lo mismo el sueño que la ensoñación.
Porque ante tanta belleza, la ensoñación es lo que nos llega para hacernos volar, en sus alas mágicas, al paraíso que todos podemos crear en nuestro interior.
Y podemos habitar en él, mediante el ensueño, que nos sirve como amigo leal y generoso.
Soñar con algo es desear ardientemente poseerlo.
En la ensoñación ya somos dueños espirituales de lo imaginado.