Sola, emergiendo del verde de la pitera meditarránea y de su corte de agrillos y hierbas montaraces, la flor destaca, esplendorosamente sencilla, contradictoriamente humilde en su belleza llamativa. Le sirve de telón de fondo el azul celeste del cielo mañanero y primaveral, y también el azul tornasolado del mar, inspirador y vivificante.
Pasan de largo los que ascienden por las escarpadas laderas del monte, por el camino angosto que lleva a la torre vigía de La Azohía. La flor no necesita homenajes humanos, le basta existir, y aún más, le basta existir allí, en ese lugar privilegiado en el cual la brisa del mar la acaricia mezclándose feliz con el aroma del tomillo en flor.
Hay un no sé qué de eterno fundamento en los detalles que nos va mostrando aquí y allá la Naturaleza.
Me detengo al borde del camino. Sé que no hay fotografía capaz de repetir esta amalgama de brisa, aroma y color. Pero al menos la imagen, la huella, podrá dar una idea aproximada de la impronta que la humilde y esplendorosa belleza de la flor silvestre ha dejado en mi sensibilidad.
Enfoco la cámara. Ahí está la estampa. Y en mi alma también.
martes, 29 de abril de 2008
lunes, 28 de abril de 2008
Una ingenua marina
Así pintaba yo mis marinas cundo la ingenuidad de mi pincel trazaba más lo sentimental que lo verdaderamente artístico. Qué nadie juzgue la técnica de estos cuadros míos, que en ellos la técnica no significa nada: es el mar, es un barco, es el intento de apresar en tonos el aroma de salitre, brea y algas. Nada más. Nada menos.
lunes, 21 de abril de 2008
Filosofando sobre un cumpleaños
Ayer, haciendo un recorrido por los blogs de mi preferencia, tropecé con uno cuyo autor mostraba sus sentimientos ambivalentes ante su próximo 50 cumpleaños, y citaba a la poetisa Lola López Mondéjar que habla de "la desventurada carrera" hacia la muerte que es la vida a partir de esa edad.
Me permito disentir de esa opinión, o matizarla al menos. Verán, si bien lo pensamos, esa "desventurada" carrera comienza justo el día de nuestro nacimiento. Se tenmga la edad que se tenga, cada día que vivimos es un día menos que nos queda de vida.
-¡Pues, vaya -dirán ustedes- lo ha arreglado está Rosa Cáceres!
Pues sí, pretendo arreglarlo y además me propongo hacer una reflexión optimista del asunto:
A nadie se nos garantiza el día de mañana, y ese es precisamente el motivo más fuerte que tenemos para aprovechar cada momento de nuestro presente. Además, tan hermoso son el sol, la luna y las estrella, los colores y el paisaje, la sonrisa del amigo y tantas y tantas cosas a los 10, a los 25, a los 50 o a los 90 años. Si alguien cree que a partir de cierta edad nada merece la pena, está equivocado, porque resulta que suele ser al contrario.
Lo que pasa es que los poetas son casi siempre unos pesimistas, exceptuando a Jorge Guillén (mi preferido y en cuyo honor paso todas las veces que puedo por la calle de la Aurora, esa humilde eternidad en calle corta, que decía él) y Carmen Castillo-Elejabeytia. Que me perdonen los poetas, pero es así. Yo, que soy profesora en un instituto, tengo alumnos de 15 años que escriben poesía doliente como si la vida ya los hubiera maltratado cruelmente, angelicos míos, y eso es porque imitan a los grandes poetas, que están con "el dolorido sentir" desde Garcilaso a nuestros días.
Por último, permítanme confesarles que nunca, nunca, nunca he creído en las "paparruchas" de la edad como frontera para la amistad ni los afectos, yo puedo sentir amistad por una persona de 14 años o de 100 años, de siempre me ha ocurrido, porque yo creo en el metal de las almas, en seres de la misma raza espiritual que se reconocen y se hacen amigos. Así que no creo que los cumpleaños sean fronteras o precipicios en los que uno se despeña, cunto menos voy a creer que los druidas pierdan poderes al cumplir los cincuenta. Ahora es cuando un druida es un druida de verdad, faltaría más ¡Feliz cumpleaños!
Me permito disentir de esa opinión, o matizarla al menos. Verán, si bien lo pensamos, esa "desventurada" carrera comienza justo el día de nuestro nacimiento. Se tenmga la edad que se tenga, cada día que vivimos es un día menos que nos queda de vida.
-¡Pues, vaya -dirán ustedes- lo ha arreglado está Rosa Cáceres!
Pues sí, pretendo arreglarlo y además me propongo hacer una reflexión optimista del asunto:
A nadie se nos garantiza el día de mañana, y ese es precisamente el motivo más fuerte que tenemos para aprovechar cada momento de nuestro presente. Además, tan hermoso son el sol, la luna y las estrella, los colores y el paisaje, la sonrisa del amigo y tantas y tantas cosas a los 10, a los 25, a los 50 o a los 90 años. Si alguien cree que a partir de cierta edad nada merece la pena, está equivocado, porque resulta que suele ser al contrario.
Lo que pasa es que los poetas son casi siempre unos pesimistas, exceptuando a Jorge Guillén (mi preferido y en cuyo honor paso todas las veces que puedo por la calle de la Aurora, esa humilde eternidad en calle corta, que decía él) y Carmen Castillo-Elejabeytia. Que me perdonen los poetas, pero es así. Yo, que soy profesora en un instituto, tengo alumnos de 15 años que escriben poesía doliente como si la vida ya los hubiera maltratado cruelmente, angelicos míos, y eso es porque imitan a los grandes poetas, que están con "el dolorido sentir" desde Garcilaso a nuestros días.
Por último, permítanme confesarles que nunca, nunca, nunca he creído en las "paparruchas" de la edad como frontera para la amistad ni los afectos, yo puedo sentir amistad por una persona de 14 años o de 100 años, de siempre me ha ocurrido, porque yo creo en el metal de las almas, en seres de la misma raza espiritual que se reconocen y se hacen amigos. Así que no creo que los cumpleaños sean fronteras o precipicios en los que uno se despeña, cunto menos voy a creer que los druidas pierdan poderes al cumplir los cincuenta. Ahora es cuando un druida es un druida de verdad, faltaría más ¡Feliz cumpleaños!
domingo, 20 de abril de 2008
"Sixto, con rumor de olas rompientes"
Este es uno de mis dibujos para ilustrar una de mis novelas. "Sixto..." publicada por la Editora Regional de Murcia, salió sin ilustraciones, la verdad es que nunca me atreví a presentar los dibujos que siempre hago para cada una de mis historias. Pero mi manuscrito sí está ilustrado y acompañado de fotos, como no podía ser menos, lo digo porque esta novela es especial para mí, puesto que es la más autobiográfica de las que he escrito nunca. Yo aparezco en ella, de muy niña. La historia es real y solamente está poetizada en algunos fragmentos, pero en general todo el pueblo del Puerto de Mazarrón se reconoce en ella.
El paraje representado en el dibujo es muy querido para mí: las tres palmeras. Si estoy allí, no pasa un día sin que llegue paseando hasta ellas. Desde allí la vista del monte del faro es impresionantemente hermosa.
El paraje representado en el dibujo es muy querido para mí: las tres palmeras. Si estoy allí, no pasa un día sin que llegue paseando hasta ellas. Desde allí la vista del monte del faro es impresionantemente hermosa.
Barcas en la playa
La foto la tomé en La Azohía, como parte del archivo fotográfico para mi novela "Sixto con rumor de olas rompientes". La pequeña playa junto al puerto, al amparo del monte que muestra el torreón vigía, estaba llena de barcos en reposo. En el mar otros se balanceaban meciéndose como se mecen los sueños. Pero los de la playa, a salvo de fluctuaciones, tranquilos, dormían al sol mediterráneo y permitían que su belleza marinera, polícroma y entrañable, fuera captada por los ojos, la cámara fotográfica y, más aún, por el alma de la escritora.
jueves, 17 de abril de 2008
Canecillos
Al pasar bajo la iglesia románica el viandante levanta la vista hasta los aleros de la estructura. El saledizo de piedra está sostenido por canecillos variados. Las más diversas y sorprendentes figuras ejercen de extrañas y mínimas cariátides de escuadra. Uno de estos seres condenados a soportar el peso de piedra se burla del que lo mira desde abajo, le saca la lengua mientras su compañero parece recomendar con su impavidez que no se le haga caso a ese diablillo descarado.
Pero el viandante se lo toma muy a pecho. La burla viene de muy antaño, nada menos de la Edad Media. Y, señores, la antigüedad es un grado hasta en esto de la rechifla.
Pero el viandante se lo toma muy a pecho. La burla viene de muy antaño, nada menos de la Edad Media. Y, señores, la antigüedad es un grado hasta en esto de la rechifla.
Capiteles
Me encantan los capiteles románicos, y estoy usando el verbo encantar en todo su significado, porque es totalmente cierto que esos capiteles historiados ejercen sobre mí una fascinación inmensa. Y es que no hay dos iguales, porque la mano del tallista no fabricaba las figuras en serie, naturalmente, sino que las cincelaba despaciosamente, entregadamente, ya fuera por amor a lo divino- en cuyo honor ofrecía su trabajo- ya fuera por amor al arte, e incluso por ganarse el pan con su oficio. Pero además yo estoy segura de que el maestro artesano de la piedra disfrutaba enormemente dando forma a su interpretación de los pasajes bíblicos representados y atemorizando a los devotos con sus representaciones del infierno y sus diablos torturadores. En otras ocasiones también se divertía diseñando extraños monstruos, animales fabulosos o risueños trasgos burlones. Su oficio era hermoso, allá en aquel lejano tiempo en que no existía la prisa.
lunes, 14 de abril de 2008
Isla Cueva Lobos
Puede que esta sea una de las imágenes más queridas que tengo de las costas mazarroneras. Desde el promontorio de Puntabela se divisa un rosario de pequeñas calas en estado salvaje, aunque ya van siendo descubiertas por los buscadores de paisajes, y al fondo la isla de Cueva Lobos, adelantándose al litoral de Águilas, que se adivina en el huidizo horizonte.
Bordea el litoral una estrecha senda sin asfalto en que se conjugan los más hermosos paisajes marinos con el colorido -entrañable para mí- de la greda, amarilla y ocre, y la láguena, lila y morada, impermeable y solícita tierra con la que antiguamente se cubrían los terrados de las casas. No había lluvia que traspasara la láguena, si estaba bien echada y bien apisonada -paso a paso, como el que pisa la uva morada de un lagar, igualando y apelmazando la superficie con sabiduría vieja de artesanos que no se apresuran en la tarea, porque saben que el buen trabajo requiere su tiempo y su ritmo pausado.
De vez en cuando, un fósil de molusco, y una fuente que en los ultimos años alguien ha cegado, quizás para que nadie se aventure a beber su agua, no potable.
Cala tras cala, se llega a algunas tan recónditas que se han convertido en territorio de nudistas, que se saben a salvo de curiosos que malinterpretan su deseo de comunión con la Naturaleza.
Es precioso ese camino serpenteante que bordea el mar. Para que nada le falte, el romero, el tomillo y la lavanda lo adornan con su belleza silvestre y con su fragancia de monte.
Apenas nada de esta maravilla puede sugerir la foto de aficionada que hoy presento. Ni la brisa, ni el rumor de las olas, ni el vuelo de las aves marinas se dejan apresar facilmente por la imagen quieta, porque requieren movimiento. Tal vez un pincel podría acercarse más a lo inaprensible, porque el pincel lleva enredada el alma del artista. El simple contemplador añora el don sublime del arte para intentar hacer suya en cierta forma el sublime cuadro del paisaje naural.
Bordea el litoral una estrecha senda sin asfalto en que se conjugan los más hermosos paisajes marinos con el colorido -entrañable para mí- de la greda, amarilla y ocre, y la láguena, lila y morada, impermeable y solícita tierra con la que antiguamente se cubrían los terrados de las casas. No había lluvia que traspasara la láguena, si estaba bien echada y bien apisonada -paso a paso, como el que pisa la uva morada de un lagar, igualando y apelmazando la superficie con sabiduría vieja de artesanos que no se apresuran en la tarea, porque saben que el buen trabajo requiere su tiempo y su ritmo pausado.
De vez en cuando, un fósil de molusco, y una fuente que en los ultimos años alguien ha cegado, quizás para que nadie se aventure a beber su agua, no potable.
Cala tras cala, se llega a algunas tan recónditas que se han convertido en territorio de nudistas, que se saben a salvo de curiosos que malinterpretan su deseo de comunión con la Naturaleza.
Es precioso ese camino serpenteante que bordea el mar. Para que nada le falte, el romero, el tomillo y la lavanda lo adornan con su belleza silvestre y con su fragancia de monte.
Apenas nada de esta maravilla puede sugerir la foto de aficionada que hoy presento. Ni la brisa, ni el rumor de las olas, ni el vuelo de las aves marinas se dejan apresar facilmente por la imagen quieta, porque requieren movimiento. Tal vez un pincel podría acercarse más a lo inaprensible, porque el pincel lleva enredada el alma del artista. El simple contemplador añora el don sublime del arte para intentar hacer suya en cierta forma el sublime cuadro del paisaje naural.
domingo, 13 de abril de 2008
horizonte en la mañana
Quiero compartir con los eventuales visitantes de mi blog -sean pocos o poquísimos, quizás- la imagen que tengo colocada en mi ordenador a modo de fondo de escritorio. Es una foto que hice yo misma de la recortada silueta de los montes de cabo Tiñoso vistos desde la playa del Puerto de Mazarrón. La hora era temprana. Adoro madrugar en verano. La sensación de estrenar la mañana, de encontrar la playa aún solitaria, de pisar la arena alisada por la brisa nocturna y caminar con los pies sumergidos en el agua rumorosa de la orilla, no es para mí algo insustancial, sino casi místico.
Me gusta el silencio de la mañana apenas caldeada todavía por el sol estival. Me gusta el murmullo del mar, roto tal vez por el estridente grito del cormorán o por el silbo del pájaro que sabe -misteriosamente- que su cometido en la vida es aderezar las mañanas con sus cantos.
Me gusta respirar el aire salobre y perfumado por las algas (los cabellos que se le caen a las sirenas al peinarse, como decía Ramón Gómez de la Serna en una de sus geniales "Greguerías")
y me gusta ver el surco que en la superficie del mar dejan los barcos que salen del puerto.
Cada vez que abro mi ordenador veo delante de mí, en la pantalla iluminada, esa imagen que he escogido para compartir con todos mis visitantes. Y veo también, esa es mi gran fortuna, todo lo demás que he dicho.
domingo, 6 de abril de 2008
Los prodigios del viento
Las manos prodigiosas del viento
esculpen sueños en la piedra dura,
con los dedos del artista
inspirado
que afina su escultura.
Unas veces cincela con sus golpes,
otras veces modela y acaricia.
La greda se somete a sus dictados
y se deja formar por su pericia.
El mar allí,
en la playa de Bolnuevo,
acompaña la obra consegida
y apalude con las palmas de las olas
el arte paciente de ese excelso artista.
En siglos incontables de tarea
logró el viento
plasmar la imagen definida
de un sueño que se hace consistente
en la dorada greda detenida
mirando al mar azul que lo ha soñado
¡Paisaje encantado de mi vida!
esculpen sueños en la piedra dura,
con los dedos del artista
inspirado
que afina su escultura.
Unas veces cincela con sus golpes,
otras veces modela y acaricia.
La greda se somete a sus dictados
y se deja formar por su pericia.
El mar allí,
en la playa de Bolnuevo,
acompaña la obra consegida
y apalude con las palmas de las olas
el arte paciente de ese excelso artista.
En siglos incontables de tarea
logró el viento
plasmar la imagen definida
de un sueño que se hace consistente
en la dorada greda detenida
mirando al mar azul que lo ha soñado
¡Paisaje encantado de mi vida!
viernes, 4 de abril de 2008
El puerto pesquero de Mazarrón
La mañana es pacífica y acogedora. La luz del sol se tamiza a través de levísimos cendales de nubes mansas y dulces que no acaban de ocultar el sol. Los pescadores se afanan en reparar las redes, que tienen aquí y allí algún desperfecto, mientras conversas amigablemente de las cosas de la vida en general o de su vida en particular. A su lado el mar duerme aoparentemente, sin delatar a los peces que pululan alrededor del casco de los pesqueros amarrados a muelle. Bajo la protectora sombra y corpulencia de las naves, pasando bajo su quilla y mordisqueando parásitos adheridos a las tablas, mújoles, salpas y alevines de varias especies evolucionan con una gracia invisible que de pronto lanza un destello de plata cuando el pez se pone de costado y nos deslumbra con el brillo de sus escamas.
Arriba, el faro vigila a una altura de más de sesenta metros. De noche encenderá su luz para guía de embarcaciones y de soñadores que desde tierra se sienten fascinados por el lenguaje mudo del haz de luz que despide intermitentemente. Pero ahora quien reina en la mañana es el sol, y el olor de salitre, brea y pescado que se percibe junto a los montones de redes y corchos apilados en el puerto.
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