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domingo, 8 de marzo de 2009

HALLER PARK. Jueves 25 septiembre 2008. Mombasa IV.

La última parada del día nos condujo hasta el Haller Park. Quizás Kombo intuyó nuestra añoranza a las bestias que nos habían acompañado en nuestro viaje, y dejó esto para el final. El Haller Park no es otra cosa que un lugar inmenso donde viven en semilibertad muchísimos animales que no han tenido demasiada suerte en la vida. Los terrenos pertenecen a una antigua cementera (se llaman así las fábricas de cemento?), que un buen día decidió destinarlos a refugio de animales, un lugar donde poder vivir casi casi en libertad, con la ventaja de tener veterinarios que les cuiden y comida diaria sin tener que andar buscándola. No me gustan los zoológicos, no soporto ver a los animales encerrados, pero lugares como este, o como Cabarcenos, allá en Cantabria, no me disgustan del todo. Es más, aquí disfrutamos como niños viendo las traperías que son capaces de hacer los monos por robar, o las poses fantásticas y tremendamente sensuales que adoptan las coronadas y mil otras cosas más. Pero vayamos por partes. Llegamos al lugar y lo primero que vimos fue una inmensa roca... que se movía! Acojonaditos perdidos no le quitamos la vista de encima. No sabíamos si estábamos viendo visiones, o la falta de siesta tras la mariscada nos hacía sufrir alucinaciones. Concentramos nuestra vista en el objeto en cuestión y entonces fue cuando descubrimos que no era un objeto, sino una tortuga inmensa, la más grande que he visto en mi vida. Empezamos bien!!

Mientras Kombo se encargaba del tema de las entradas, nosotros nos dedicamos a disfrutar del lugar. Con el calor que estaba haciendo se agradecía inmensamente la sombra de los inmensos árboles que enmarcaban la entrada... aunque nuestra mirada volvía una y otra vez a la tortuga. Nos había dejado sin palabras!! Cargados de ilusión como si fuésemos dos niños entramos por fin el parque y la primera visita se la hicimos a las jirafas. Igual que habíamos hecho en Nairobi, estuvimos dándoles de comer a las jirafas, aunque aquí se unía otra atracción al espectáculo, ya de por sí tremendamente divertido. El lugar está lleno de monos. Hay monos por todas partes. Y los monos, por si ustedes no lo saben, son un poco “ladronzuelos”. Sin pizca de vergüenza se dedicaban a ir cogiendo toda la comida que “se nos caía” para llenar su boca hasta límites imposibles. Una vez con la bocaza bien llena salían de allí como alma que lleva el diablo. Se subían a un árbol, se comían las reservas y bajaban a por más! Qué tíos!!

























Un cartel, un poquito más allá, te advertía o te pedía, que no te sentases en las tortugas. La advertencia puede parecer sin sentido, pero claro, si te confundes y piensas que es una roca... Allí dentro había otros cuatro o cinco ejemplares de esas tortugas inmensas que todavía recuerdo con la boca abierta. El lugar está muy cuidado, muy verde, y aquí y allá hay casitas con hermosos tejados de paja. A los pies de las escaleras de acceso, y como el que no quiere la cosa, descansan inmensos fósiles, casi del tamaño de las tortugas. En este continente nada es pequeño, nada te deja indiferente. Kombo me anima a acercarme a las tortugas. Se agacha y empieza a acariciar a una de ellas en la parte inferior del cuello, como haría yo con Boonie (claro que Boo es un solete y no me hace nada, pero quién sabe qué intenciones tendrán estos mastodontes?). Me da un poco de cosilla, pero al final me animo. No creo que vaya a tener muchas más posibilidades de hacerlo, así que me lanzo y empiezo a acariciarle el cuello, como haría con mi peque. Y parece que le gusta, porque cuando paro empieza a seguirme. Es muy rugoso y, con la imaginación que tengo, me da la sensación de estar acariciando un dinosaurio o algún ser de hace millones de años.













Seguimos caminando y llegamos al foso de los cocodrilos, inmensos, terroríficos, con una mirada que hiela la sangre y unos dientes que prefieres observar desde la distancia. Por nada del mundo quisiera encontrarme con uno a menos de cinco metros. Son inmensos y hay muchísimos. Algunos están en el agua (son los que más miedo me dan) otros descansan en tierra firma, aunque estos animales no deben ser tranquilos ni siquiera mientras duermen.























Monos y más monos van apareciendo por el camino. Hacen el paseo agradable y lucen con descaro todos sus atributos, mostrando poderío, porque ellos lo valen, sí señor. El paisaje en algunos lugares parece de cuento de hadas y te hace sentir que esos animales realmente no viven mal, a pesar de no tener la libertad que sería deseable. Me hacen pensar en la leona herida, de la que nadie se hizo cargo y llego a la conclusión de que a veces el estado del bienestar requiere ciertos sacrificios. Nos encontramos con otro ejemplar del “lagarto bicolor” y el Costillo consigue hacerle una foto que me encanta. También notamos otras “presencias”, otros reptiles de gran tamaño que parecen habitar el lado oscuro y vivir en las tinieblas. Mejor no encontrarse de frente con ellos, que a mí esta clase de bichejos me pone los pelos como escarpios.






















Llegamos a un lago lleno de animales: pájaros, búfalos, coronadas, monos y más monos. Algunos trabajadores están llevándoles la comida y nos entretenemos mirando sus reacciones, su apetito, sus maneras. Y así nos encontramos de frente con un hipopótamo inmenso. Es la hora de la comida y sale del agua a esperar las viandas. Kilos y kilos de comida, y el hipopótamo a su ritmo, pero cientos de pájaros intentan llevarse también su parte. Y lo consiguen a pesar de los monos, que también tienen aquí buenas víctimas a las que saquear. El descojone se generaliza cuando ya no son uno o dos monitos los que roban la comida, sino cuando son decenas y todos actuando como los chiquillos de Oliver Twist, sableando aquí y allá, llenando su boquita como si fuera una bolsa tamaño xxl y saliendo disparados a disfrutarla en un lugar tranquilo, donde nadie se la pueda quitar. Una vez terminada, a la carga y a por más! Parece que no se sacian con nada.
















Salimos del parque con la sonrisa en la cara. Hemos disfrutado muchísimo de nuestra estancia allí. Ha sido fantástico volver a ver de cerca a los animales, a los que estábamos echando de menos. Salimos de nuevo a la civilización, la luz ya casi se ha ido y los mercados y puestos ambulantes inundan hasta el último rincón. Hay gente por todas partes, parece una fiesta!! El día ha sido agotador y estamos cansados como perros. Claro que no hay nada que una buena ducha y la espléndida cena que Dorkas nos ha preparado no puedan arreglar. Tras la cena nos vamos al bar de la playa a tomar unos combinados. Disfrutamos de la música, del ronroneo de las olas y nos vamos a la cama pensando que mañana ya habrá tiempo para descansar!


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martes, 17 de febrero de 2009

Martes, 23 septiembre 2008. Camino a Mombasa.

Amanecemos con una mezcla de sensaciones muy extrañas, por un lado recordando todas las experiencias que hemos vivido, que han superado con creces nuestras expectativas (hasta las del Costillo, que esperaba la hostia!) y de otro, una tristeza inmensa porque hoy haremos nuestro último game drive. No abandonaremos todavía el país, aún faltan algunos días para que se nos terminen las vacaciones, pero ya no estaremos más en los parques, en esos parques que nos han regalado tanta vida. Tras un buen desayuno, recogemos las cosas que faltan para las maletas y nos vamos hasta la recepción, donde hemos quedado con William, pero antes nos recreamos la vista con un grupo de simpáticos monitos que están dale que te pego con el despioje, con los juegos, pasando de la gente como de la mierda, a su rollo... La estancia en este camp, que tanto nos costó aceptar, ha sido buenísima y el trato extraordinario. Veremos si siguen cumpliendo lo prometido cuando lleguemos a Mombasa. El Costillo sigue insistiendo en que quiere hablar con el jefe. Por su parte William se ha comportado como un excelente guía, eso sí, tuvo que haber buena bronca para que lo hiciera. Qué pena de chico!















No hacemos propiamente un game drive, pero claro, para volver a la civilización hay que atravesar buena parte del parque y así nos vamos encontrando más animalillos, que nos miran con carita de pena (o eso quiero yo pensar) porque ya nos vamos. Ains. Además de las gacelas, los antílopes y muchos de los animales que hemos visto durante estos días, hoy tenemos la suerte de añadir uno más a la lista: a mitad de camino, William nos avisa de la presencia de dos zorrillos murciélago(son tan chiquitines que si no nos lo llega a decir no los habríamos visto). Son una cucada. Preciosos. Pequeños, pequeños y con unas orejas inmensas que utilizan casi como antenas parabólicas para saber dónde se esconden los insectos que les servirán de comida. Cómo vamos a echar de menos todo esto!!. Un poco más allá nos encontramos con una pareja de avestruces, macho y hembra. Aunque todo el mundo habrá visto alguno, de verdad son unos animales extraordinarios, rarísimos y apasionantes. Y ya no digo nada de las termitas, qué tremendas arquitectas están hechas las jodías. A lo largo de todo el viaje hemos ido viendo construcciones tremendas que constituyen verdaderas obras de arte.















Intentamos guardar en nuestra retina esos caminos interminables de un rojo tan intenso que será difícil olvidar, esas llanuras extensas que acogen tanta vida y esas nubes que parecen más juguetonas que en cualquier otro lugar del Planeta. Con toda esa tarea por delante llegamos a la salida del parque y algo se nos encoge dentro, mientras decidimos que hay que volver!! Durante el viaje hasta Mombasa vamos atravesando algunas poblaciones, nos cruzamos con inmensos camiones que transportan casitas prefabricadas con forma de choza y alucinamos con los contrastes tan grandes que se producen en este continente: al lado de un gran centro comercial las típicas cabañas que hemos visto en otros lugares parecen de juguete.

Finalmente llegamos a Mombasa (segunda ciudad importante tras Nairobi, la capital), isla situada a orillas del Océano Índico, pero conectada a tierra por diferentes puentes y vía ferry. De origen árabe, su nombre en swahili es Kisiwa Cha Mvita o Isla de la Guerra, debido a los frecuentes cambios de titularidad que ha sufrido a lo largo de la historia. Fundada por los árabes pasó por manos portuguesas, por el Sultanato de Zalzíbar... y terminó siendo un importante centro turístico y comercial de Kenia. El Puerto Kilindini es de vital importancia para el comercio, ya que es el principal puerto del África oriental, aunque el turismo ha perdido muchos puntos debido a la oleada de violencia étnica de 1997 y a las revueltas políticas del 2007.

Nos alojaremos en el Pinewood Village beach resort, pero para ello hemos de salir de Mombasa vía ferry. El Likoni ferry va hasta arriba de coches y personas, pero especialmente de personas y es que los minibuses (matatus) no cruzan en el ferry, porque tienen que pagar. Así que la gente llega hasta el ferry en un matatus, se baja, sube al ferry, cruza al otro lado y toma otro matatus. Las personas no pagan por usar el ferry, sólo los vehículos. El camino hasta el resort nos parece larguísimo, y nos vamos entreteniendo contemplando la vegetación salvaje que parece crecer por todas partes, las cabañas tan rústicas en las que viven, y los contrastes bestiales que existen en esta zona. Estas vacaciones, como creo haber contado ya, no estaban planeadas para esta fecha. En principio habíamos planeado ir en febrero, para celebrar nuestro primer aniversario de boda. Pero una operación de Mamábira y las revueltas sociales en Kenia nos hicieron cambiar de planes. Como era una celebración, el Costillo reservó, para los últimos días (en los que coincidía el aniversario) una suite en el Pinewood, con cocinero privado. De hecho nuestro primer aniversario lo pasamos separados, el Costillo en Holanda y yo con Mamábira en el hospital (pero mereció la pena, pues todo salió bien).
Pero vayamos por partes. Llegamos al resort y allí nos despedimos de William. Los últimos día se ha portado como un campeón y por ello le damos una buena propina (aparte del dinerico que “nos sacó” antes), que recibe con mezcla de sorpresa y remordimiento, como pensando que hubiera sido mejor no meter la pata y seguro que hubiera ganado más. No lo dudes, muchacho, pero tal vez así aprendas para otra vez. Eso sí, el Costillo le insiste en que está más que interesado en hablar con el jefe.
Continuará...

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lunes, 9 de febrero de 2009

Lunes, 22 de septiembre de 2008. El game drive.


Ya durante el game drive nos encontramos muchos impalas y gacelas y vemos unos animales nuevos, que no habíamos visto hasta ahora y cuya existencia yo ignoraba: los antílopes jirafa, que reciben ese nombre por lo largo que tienen el cuello. A diferencia de otros antílopes no comen pasto, sino que se alimentan directamente de los árboles (para algo tienen el cuello tan largo). Asistimos a una nueva lucha, en este caso son dos gacelas macho que andarán peleando para ver cuál de los dos se queda con la manada de hembras. Esta vida que llevan los bichos es un sinvivir, que tienes que andar luchando por todo, y total, para que al cabo de poco tiempo llegue otro más jovencillo y con más vigor (o con más ganas de darle al tema) y te destrone, quedándose con todas tus hembras!

























Nos encontramos con varias jirafas cruzando la carretera y es aquí, un poco más adelante, donde vivimos la historia que ya os he contado del león “acorralado”. La única nota negativa de todo el viaje (lo de William no fue más que una tontería, más si lo comparamos con el comportamiento de esos otros conductores). Como conté en aquella ocasión, aquí William nos demostró ser un buen conductor y un mejor guía. No sé si lo hizo por nuestras caras de repulsión o porque a él tampoco le gusta ese tipo de comportamiento, el caso es que nos sacó rápidamente de allí. Al menos habría un coche menos tocándole los bemoles al felino. Bien por William!














También podemos ver hipopótamos sumergidos hasta los ojos, que nos miran como diciéndo “ya te estás largando, que estábamos muy tranquilitos”, jabalíes en esas posturas raras que adoptan para comer, unos pajaritos que parecen el arco iris de tantos colores como tienen sus plumas, muchos antílopes de diferentes especies, que no habíamos visto nunca, ni siquiera en los documentales, a los que este viaje nos ha hecho adictos. Más allá, en un abrevadero similar al que hay en nuestro camp, vemos un numeroso grupo de elefantes absolutamente pintados de rojo. Tienen “cara” de malas pulgas. William nos vuelve a contar que estos son los más peligrosos que hay en todo el país, que los elefantes de los dos Tsavo son de lo peorcito que puedes encontrarte y que por nada le gustaría ver a uno de ellos realmente enfadado. Y hablando de los dos Tsavo, decir que antes eran un solo parque, pero al construir la carretera los dividieron en dos.














Más allá más jirafas y un chacal. Se está haciendo ya de noche y regresamos al camp, pero antes nos tocará experimentar en carne propia lo que William tanto temía. Casi cuando ya estamos llegando nos encontramos con tres elefantes, dos hembras y un bebé. Una de ellas cruza el camino, pero la otra está indecisa, no sabe bien qué hacer. William para el coche para que pase. Ella no se decide. Esperamos, pero nada. Y de repente, la muy jodía, pilla un mosqueo del quince (lógico, pobre, que querría proteger a su cría de posibles amenazas... que ella no tiene porqué saber que nosotros no somos cazadores ni pretendemos hacerles daño). Es impresionante ver a un elefante enfadado. Empieza a mover la cabeza hacia los lados, con muchísima furia, y las orejas, enormes, levantan un viento que parece un vendabal (ya sabeis que tiendo a exagerar). Las fotos son pésimas, pero de verdad es que estábamos acojonados y en esas condiciones en lo que menos piensa uno es en enfocar, ni bien ni mal. Si a semejante bicho le da por embestir la nissan salimos todos a tomar... por donde amargan los pepinos. Salimos de allí como podemos y llegamos a la “seguridad” del camp. Que me pregunto yo qué seguridad ni qué leches, si justo al lado de la escalera que sube hasta nuestra tienda hay tremendo “regalito” que nos ha dejado un elefante. Si ya decía yo que estos pasan hasta la cocina!

Tras una ducha la mar de rica, nos preparamos y vamos a cenar. Vemos algunos animalillos más dentro del camp, pululando por allí como Pedro por su casa. Estamos felices porque ha sido un día precioso. En el restaurante nos reciben casi con honores de jefes de estado. Nos asignan la mejor mesa (no por las caraterísticas del mueble en cuestión, sino por las vistas) y el maitre viene a interesarse por cómo nos ha ido el día, si está todo a nuestro gusto, si necesitamos algo... y a ofrecernos la mejor botella de vino de la casa!! Los otros turistas nos observan pensando que, o bien somos de la realeza de algún país desconocido (pues nuestras caras no terminan de identificarlas con las que ven en el papel couche) o si seremos reporteros de alguna cadena de televisión que esté trabajando en un reportaje importante. Flipan, porque aunque el personal es muy agradable con todo el mundo, no han tratado a nadie como a nosotros. Bien, parece que no hay nada mejor que poner los puntos sobre las íes para que la peña haga lo que tiene que hacer. Mientras cenamos, observo “que algo se mueve” en las vigas del techo. El maitre, que no pierde detalle, se acerca hasta nosotros con la mejor de sus sonrisas. Le preguntamos qué es eso que está ahí subido, que nos ha parecido ver algo. Y él nos dice que es una jineta y que si quiero hacerle fotos que me vaya con él, que desde aquí no van a salir bien. Es un animal bellísimo, como un gato, pero con aspecto más salvaje, aunque está realmente tranquilo, en su salsa.

Cenamos divinamente pero lo mejor de todo está fuera del restaurante. Esto es alucinante!! Un grupo muy numeroso de gacelas está literalmente dentro del camp. Como si de animales domésticos se tratara, ahí están todas ellas tumbadas en los jardines, unas vigilantes, otras descansando, alguna que quiere acercarse pero no es bien recibida. Nuestro camarero nos pregunta si hemos visto a los leones. Le decimos que no, y nos cuenta que han estado hace un par de horas en el abrevadero!! Lo del teatro que leimos a la entrada se queda corto. Esto es el espectáculo más bello del mundo. Nos tomamos nuestros cafetines y las correspondientes copitas de amarula y nos vamos a casa, pasando justo al lado de los animales, que ni se inmutan (quizás ayudó también que no nos pusimos a disparar fotos como posesos. No era el momento y esas imágenes quedarán para siempre en nuestras retinas, aunque no en nuestros álbunes). Si existe el paraíso debe ser algo parecido a esto!! Llegamos a la tienda (acompañados, por supuesto, que la vida salvaje está aquí mismo) y no podemos dejar de alucinar con lo que estamos viviendo, los elefantes siguen su rutina ajenos a nosotros, bebiendo, duchándose, mimándose unos a otros... a dos palmos de nuesras narices. Cada día es mejor que el anterior. Ya no sabemos qué animal nos gusta más, qué parque es nuestro favorito o en qué lugar nos han tratado mejor, porque de verdad el viaje está superando todas nuestras expectativas... con creces!


Continuará...

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