Y es que todo estaba preparado para que fuésemos en febrero (sólo a Kenia), pero una operación que Mamá tenía pendiente (y que gracias al cielo salió bien) y los problemas políticos que hubo por aquellos lares dieron con nuestros planes al traste y hubo que cambiar todo: fechas, planes… hasta itinerario, pues el Costillo decidió que si teníamos que esperar medio año más (él llevaba un año preparando el viaje) bien nos merecíamos unos kilómetros más y un tiempo extra. Ahí surgió la idea de ir también a Tanzania, que será por donde empecemos el viaje.
El taxi llega puntual. Son las siete de la mañana. Comienza nuestra segunda aventura africana!
A pesar de que hay mucha gente en Schiphol, facturamos el equipaje rápidamente (el Costillo es grande, muy grande, y nosotros ya estábamos facturados por internet, pagando extra tuvimos unos asientos fantásticos en los que sus casi dos metros iban más o menos confortables). No nos hemos pasado con el peso (que es algo que a mí me obsesiona cada vez que vuelo). En vuelos directos permiten dos maletas por persona, de 23 kilos cada una, pero como a la vuelta tendremos un vuelo nacional con Kenya Airlines antes de salir hacia Amsterdam, las cosas cambian y sólo podemos llevar una maleta que no exceda de veinte kilos (aparte del equipaje de mano, claro) cada uno. No saben nada estos de KLM!
Tras las inevitables compras en el aeropuerto nos dirigimos hacia la puerta de embarque, la F2, y nos encontramos una sala absolutamente abarrotada. Tal era el cuadro que parecía que el Inserso también había cambiado de planes y en lugar de enviar a nuestros mayores a Benidorm (como acostumbra), les había dado por enviarlos de safari (no sé con qué oscuras intenciones). Más tarde aparecieron algunas parejas jóvenes (italianos y españoles mayormente) pero la mayoría de los pasajeros hacía algún lustro que habían superado los sesenta. Decidimos caminar y marujear un poco. Observar a la gente es algo que me apasiona y los aeropuertos acumulan una fauna perfecta para combatir el aburrimiento. Pululando por el aeropuerto nos encontramos con una réplica del monoplaza del “monstruo” Alonso (todavía no había ganado en Singapur, jeje, de eso nos enteramos a la vuelta).
Creo que el Costillo está más nervioso de lo que se atreve a confesar. Ha sido un año y medio planeando un viaje que lleva deseando hacer toda su vida (supongo que desde que sus Padres estuvieron allí y él escuchó todas las fabulosas historias que traían para contarle... y es que al día de hoy es un placer escuchar a Mamácostillo hablando de aquel viaje, y eso que han pasado treinta años!!!), un período en el que ha habido muchos planes, muchas frustraciones.. más de lo que él está acostumbrado a soportar.
Pasamos el control de equipaje de mano y por fin embarcamos. Metidos en gastos y teniendo en cuenta las ocho horas y pico que dura el viaje, la decisión del Costillo de pagar extra por más espacio mereció la pena.
El avión, un 777-200, resultó mucho más confortable de lo que esperaba. Tuvimos tres asientos para nosotros y nuestro propio departamento para las mochilas, que se presentan como nuestras compañeras inseparables.
La comida, sin ser para tirar cohetes, estuvo bien, además nos agasajaron con varias bebidas y diferentes chuminadas para picar. Teníamos nuestra propia pantalla de televisión, con un menú muy completo en diferentes idiomas: películas (las dobladas al Español debieron serlo al otro lado del charco, y de verdad que se hacía gracioso ver a esos personajes cuyas voces “españolas” son tan conocidas con acentillo sudamericano), series, dibujos, noticias, deportes. El mando a distancia era, además, teléfono y mando-consola, ya que también había un montón de videojuegos. Entre unas cosas y otras el viaje no se me hizo largo. Con qué poco nos conformamos los de pueblo, oiga!
Cuando llegamos al Aeropuerto Kilimanjaro nos felicitamos por haber preparado las visas con antelación, pues las colas eran tremendas. Tras pasar el control policial y someternos al “ojo crítico” de una extraña webcam, recogimos nuestro equipaje, que llegó en perfectas condiciones.
A la salida nos esperaban un representante de la agencia (Leopard) y Amir, quien sería nuestro guía-chófer durante nuestra estancia en Tanzania.
El edificio que alberga el restaurante está construido igualmente en piedra con techos de palma y decorado con cientos de detalles que reflejan parte de la inmensa cultura africana. Allí veríamos la primera idea original de los casilleros para las llaves de las habitaciones. Y no sería la única vez. El personal no puede ser más atento. Tras un día que ha sido eterno nos metemos entre pecho y espalda una deliciosísima sopa de calabaza, un steak al estilo masaai (con una salsa que estaba para morir) con patatas y verduras cocidas y de postre un tiramisú que a mí me supo realmente diferente al “nuestro” (que prefiero, pues aquel me resultó demasiado fuerte). Todo ello regado por la cerveza Kilimanjaro que, afortunadamente es suave, pues viene en botellas de ½ y todavía no estaban las cabezas preparadas para más excesos que los que el paisaje quisiera regalarnos.
Tras el café nos retiramos a dormir, pues estábamos agotados y nos esperaban demasiadas aventuras como para hacerlas cansados. El camino desde el restaurante a nuestra cabaña se convirtió en la primera aventura, pues fue realmente laberíntico. Era de noche y no veíamos tres encima de un burro (a pesar de la linterna), todos los caminos nos parecían iguales y nos costó dios y ayuda encontrar la nuestra. Y eso a pesar de contar con un ayudante de excepción: el señor Tigretón tuvo a bien acompañarnos prácticamente durante todo el camino. Tras dar más vueltas que un tonto y cuando ya estabamos pensando que habían construido ese laberinto con el único fin de que nosotros pudiésemos perdernos en él, apareció uno de los camareros del hotel y nos llevó a nuestro destino en un santiamén. Si es que el que no sabe es como el que no ve, y el que no ve, como si estuviera ciego. Vaya dos! La peripecia nos dejó, eso sí, las primeras fotos de flores (menos da una piedra, y joder qué daño hace!), algunas de las cuales me han servido para adornar este post.
Dormimos como los ángeles, aunque yo, que soy una paranoica, estuve bastante pendiente de los insectos y temiendo despertar abrazada a una boa o algo parecido. Soy lo peor!