lunes, 30 de julio de 2012
domingo, 29 de julio de 2012
fragmento
No deberían ser tristes las mañanas de domingo
ni quedarse sin beber a la tarde el vino bueno de tu mano.
sábado, 28 de julio de 2012
retazos
'En recuerdo de Amanda.
Anoche me llamó mi hermana I. para decírmelo.
Anoche me llamó mi hermana I. para decírmelo.
Sonó metálico el golpe. Un martillo en la memoria.
Se
escapaban las notas de su chelo por entre las que los otros músicos
dejaban caer hasta el escenario en el que un grupo de adolescentes
inquietos representaban el Sueño de una Noche de Verano.
Era un pueblo de La Mancha.
Era gente nueva. Gente que empujaba con la fuerza de la savia de la libertad. Ellos no habían conocido otra cosa.
Se notaba.
Era
un tiempo en el que enseñar se conjugaba con los verbos incentivar,
motivar, despertar. Sí, ya sé, como ahora, pero se ve que yo entonces
era más joven y lo entendía más fácil. Ahora me cuesta verlo, porque no
me basta con incentivar, motivar, despertar y necesito más comprender,
esperar, templar, dialogar. Antes no necesitaba convencer a nadie.
Ellos, mis alumnos, Amanda, por ejemplo, ya estaban convencidos. Ya
querían. Ya tenían hambre de ser libres, de crecer, de pensar por sí
mismos. Ahora puede que siga siendo igual, porque ellos siempre tienen
quince años, pero a mí me cuesta.
De todos modos, como sabes, enseñar filosofía siempre tiene recompensas.
Una de las que yo tuve es el recuerdo de Amanda.
Fíjate
que hace poco, en un Sanatorio de M. en el que acabábamos de operar
a mi hija, trabajaba una enfermera cuya cara me resultaba enormemente
familiar. Y ella también me dijo que mi cara le sonaba muchísimo.
Enseguida supimos que había sido alumna mía en el Cervantes. Para
confirmarlo le dije, "Sí, claro, tú ibas a clase con Amanda N.,
aunque no, porque tú estabas en ciencias". Y ella no supo decirme,
porque no se acordaba bien, pero como yo no me acordaba bien de ella. En
fin, un lío.
Pero que me di cuenta de que el anclaje en mi memoria de aquellos días era la sonrisa de Amanda, su humanidad.
Siento
mucho su muerte. No hace falta que te lo diga. Quizá te duela más verlo
así escrito. Lo siento y siento mucho tener que escribirlo. Me duele
solo imaginar el dolor que P. y tú debéis sentir. Compartirlo -todo
hay que compartirlo, Pedro Pablo, ya lo sabes-, sufrir entre muchos ese
dolor, no lo hace más pequeño, porque lo infinito no se puede dividir,
pero compartirlo es un modo de hacerlo humano, si es que un dolor tan
inhumano se puede en algún sentido humanizar.
Hace poco me decía una compañera de Compensatoria
que el secreto con los chicos gitanos es quererlos. Es algo que ya sé
desde hace mucho tiempo, que el secreto con la gente es quererla. Yo ya
hacía muchos años que había hecho de ese ejercicio un modo de vida.
Empecé en Alcázar. En el Cervantes, aprendiendo con chicos como Amanda
que el único modo de ser feliz es querer a los demás. Yo quise mucho a
mis alumnos. Quise mucho a Amanda, porque ella también supo querer todo
lo que su profesor de filosofía le iba colocando en los pocos estantes
libres que quedaban en su bien amueblada cabeza.
Recuerdo su letra en aquellas libretas de papel cuadriculado.
Recuerdo sus ojos atentos a cualquier idea que volara libre.
Recuerdo su sonrisa, que lo ocultaba todo.
Un abrazo muy fuerte desde L. y que sepas que en estos momentos
tan duros en lo profesional a nivel personal (me han contado
lo de tu plaza en el Cervantes) y colectivo, y tan (no hay un adjetivo
para esto) en lo personal, yo, a pesar de los años y de la distancia,
diré que Pedro Pablo N. es mi amigo y una de las mejores personas
que he tenido el privilegio de conocer.
R.G.'
jueves, 12 de julio de 2012
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