La fe no es fruto del
esfuerzo humano, de su razón, sino que es un don de Dios: “¡Dichosos tú, Simón,
hijo de Jonás!”, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino
mi Padre que está en los cielos”.
Tiene su origen en la
iniciativa de Dios, que nos desvela su intimidad y nos invita a participar de
su misma vida divina.
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La fe no es, pues, una mera herencia
cultural, sino una acción continúa de la gracia de Dios que llama y de la
libertad humana que puede o no adherirse a esa llamada.
La fe requiere que el hombre
se abra a la gracia del Señor, que reconozca que todo es don, todo es gracia.
Que tesoro se esconde en una pequeña palabra: “¡Gracias!.
¡Señor creo pero aumenta mi fe.!