Florencia cursaba en la facultad con Andrés. Estudiaban en segundo año de Publicidad y compartían casi todas las materias. Habían pegado buena onda por un trabajo práctico de Fotografía en el que se habían tenido que fumar a uno de esos que no sólo no hace nada sino que es tonto. Porque con el vago copado uno se encariña, aunque lo cague a puteadas, pero el vago imbécil es odioso en serio. Habían tenido que remar entre dos un trabajo heavy hasta para tres. Varias juntadas, un ser en común a quién detestar: suficiente para unir a dos personas. Además habían descubierto que tenían amigos en común y que no curtían mambos tan distintos. La facultad tiene eso: aparece alguien que parece que nada que ver y al final frecuentan casi los mismos boliches y tus amigos se conocen con sus amigos. Así fue como se hicieron amigos: elegían anotarse juntos a las materias, estudiaban en la casa de uno o de otro y almorzaban cuando les coincidían los horarios.
Es verdad que al principio, en esa primera clase en la que todos se fichan con todos, Flor lo había mirado a Andy. Era más o menos lindo, pero su fuerte era la “facha”, y definiremos facha como una suma hermosa entre forma de vestirse y actitud. Para cualquiera, era un potro. Pero Andy no estaba solo, tenía una novia llamada Carla que entraría al año siguiente y con quien Flor se llevaría muy bien. Además, con el tiempo, los trabajos, los escrúpulos perdidos, el verse todos los días y el conocerse las desprolijidades, Florencia dejó de mirarlo a Andrés como “un potro” y pasó a verlo como “un amigo que está bueno pero no lo toco ni con un palo”, sentimiento que se incrementó con la naciente amistad con Carla.
PERO, y qué lindo este “pero” porque sin él no habría historia, hubo un momento en el que empezaron a pasar cosas raras. Un buen día, y sin haberlo razonado antes ni una vez, Florencia se encontró diciéndole a sus mejores amigas Paz y Celeste: “está todo medio turbio con Andy”. Las amigas se miraron sin entender porque hasta incluso Cele se lo había chapado en una oportunidad presentada por la mismísima Flor, en un mes de soltería de Andrés. Fue entonces que Florencia empezó a contar:
- No sé. Es como que siento una tensión que antes no estaba. Me hace escenas de celos cuando le cuento de pibes, me hace mimos en clase, si está Car cerca no me dirige la palabra. No sé.
- Capaz son celos de amigo, boluda, vos tenés a cada gil siempre alrededor que hasta nosotras te los bardeamos siempre que podemos. Lo de los mimos: siempre fuimos así. A mí Luquitas me hace cosquillitas en el brazo cuando le pido y sé que no me daría ni en pedo. Y lo de Car seguro que estás flasheando porque sumaste todo lo otro y es pura casualidad.
- Pará, Pachu, porque me parece que la mejor parte es que a Flor le pasa algo…
- Callate, hija de puta, esa es la peor parte. Sí. Como que todo eso me está empezando a generar cosas. Me estoy dando cuenta mientras hablo con ustedes, eh, pero estoy todo el día pendiente de en dónde está para ir; de cuándo sale del aula o cuando entra para hacer lo mismo “de casualidad”.
- O sea que los mimos no los sentís de amigo principalmente porque no los querés sentir de amigo. Igual con los celos, y amás eso que flasheás de Car. Porque si no te habla adelante de ella obvio que significa algo...
- No sé, me quiero morir. Mátenme. Es cualquiera. Capaz que flasheo hoy y mañana se me pasa y me doy cuenta que nada que ver.
Pero pasaron los días, y las semanas, y no sólo la idea de Florencia se mantuvo, sino que se incrementó. Darse cuenta de que a uno le está pasando algo, hace que empiece a pasar más. Y ahí iba, pobre Flor, atrás de Andrés todo el tiempo. Él, como si nada, como antes, tratándola como una amiga, pero con mimos, y celos, y sin hablarle mucho delante de Carla. Eso: Carla. A Florencia la mataba la culpa. Ok, no había pasado nada y seguramente no pasaría, pero lo estaba persiguiendo, lo estaba buscando. Porque sí, ahora se producía más para ir a cursar, le caminaba sexy disimulada por adelante, se perfumaba exactamente dos minutos antes de saludarlo y le buscaba la mirada para lograr de esos cruces de ojos llenos de ganas. Y con Carla se llevaba bien. Y era super buena, además de linda, genia, flaca y diosa, lo cual la super desanimaba.
Una noche de borrachera, Florencia cayó en un momento de debilidad y le escribió un whatsapp. Era terrible. Era un punto de quiebre. Era el 11 de septiembre de esa relación. Porque una cosa es escribirle a alguien que ya te chapaste o ya te chamuyás, pero otra es hacerlo con un supuesto re amigo y encima con novia. El mensaje no era semánticamente delator, pero el hecho de que fuera a las seis y media de la mañana y dijera “aaannndnddddddiiiiiiiiii” alcanzó para modificar esa relación. “Para bien o para mal, ya se whatsappeó”, hubiese dicho Ricardito Arjona.
Ese domingo Florencia casi se muere de los nervios. No sólo porque no había obtenido respuesta alguna, sino por lo que tendría que vivir al día siguiente: ir a cursar y verlo. Y no era sólo el whatsapp, esa era la gota que rebalsaba el vaso lleno de la tensión que se venía acumulando el último tiempo. “Chicas, me quiero matar. A partir de ahora el panorama está claro para ambos: acá hay algo raro y yo estoy recontra in”, escribió Flor en el grupo de whatsapp de sus amigas. “Me mato si me llega a decir algo, si me habla sobre mi mensaje o sobre lo que está pasando; me muero si, ponele, estaba con Carla cuando le llegó. Seguro me odia. Me va a hacer la cruz. Le va a parecer que estoy flasheando cualquiera y me va a cortar el rostro, y además va a pensar que soy una forra por Car. Voy a pegar faltazo”, dijo en una nota de voz.
Pero no faltó. Porque un día iba a tener que poner la cara, y su filosofía siempre era sacarse de encima las cosas malas. Pintarse las uñas primero con la mano inhábil. Comer primero la parte de la comida que no le gustaba para después disfrutar de la que sí. Si tenía que pasar lo peor, que fuera lo antes posible.
El lunes llovía y le vino bárbaro para ponerse un buzo GAP con capucha que además de ir acorde al clima, demostraba su humor y sus ganas de esconderse. Tenía Fotografía II como primera materia y sí, la cursaba con Andrés. Entró al aula y él todavía no había llegado. “Actuá normal”, pensaba, recordando el consejo de Cele. Sí, como la semana pasada. Tampoco era tan grave, che. Era un whatsapp diciendo su nombre mal escrito a una hora polémica. Duro, pero ni que le hubiera declarado su amor.
El profesor entró y no había ni noticias de Andrés. Florencia se estaba haciendo miles de películas en su cabeza, hasta que por fin llegó, ya con la clase empezada. “Hola Flopi”, le dijo en voz baja, y se sentó al lado. Con total normalidad. Y así siguió el resto del día. Como si nada hubiera pasado. Cosa que Florencia le agradeció en silencio, esa vez y el resto de las que cometió imprudencias…
Porque desde entonces se dieron una seguidilla de hechos cada vez un poquito más pasados de la línea. Manos en la cintura que antes no existían. Miradas. Ya no más escenas de celos, lo cual para Cele significaba que algo pasaba: “antes te lo decía porque sentimentalmente le chupaba un huevo. Ahora posta le influye, entonces lo calla”. Histeriqueo. Charlas de whatsapp a las ocho de la mañana con palos por todos lados. Siempre más explícitos y torpes de parte de Florencia, pero respondidos por Andrés, con más prudencia, pero con evidentes ganas de generar algo. Todas cosas de algo más que amigos. Lo que sí se mantenía era el noviazgo de Andrés y la distancia que ponía cuando Carla estaba presente.
Florencia, además de estar cada vez más hasta las manos, empezaba a sentir culpa. Sin bien no estaban haciendo nada, las intenciones eran claras, las ganas eran evidentemente mutuas, el histeriqueo existía. Había un juego atrás de Carla, y Carla era una divina total que no se merecía nada de eso. Pero tampoco era su AMIGA. Y para ese entonces, Flor ya estaba muerta de amor. Y amor vence “me cae bien, es divina”, eso lo sabe cualquiera.
De todas formas, hablaba Florencia con sus amigas, ella no tenía nada que plantearse. El juego entre ellos ya estaba establecido así y no le hacía mal a nadie. Es más, era imposible que prosperara: otra de las conclusiones sacadas en el grupo de amigas era que Andrés la re quería a Flor como amiga y persona, pero que en el sentido mujer-hombre solamente “le tenía ganas”. No tenía nada que ver con lo que le pasaba a ella con él, que era amor, o enamoramiento, o algo así. Esta teoría surgía a partir de cuestiones como que él a veces le cortaba el mambo en chats, o porque básicamente estaba de novio y por algo elegía estar con Carla, o porque la mayoría de los histeriqueos de él hacia ella siempre terminaban con algo físico o sexual.
Estaba bien, Flor se divertía con eso. Y la dejaba soñar. Porque en su mente, capaz que en el fondo a él sí le pasaba algo de verdad. O podía pasarle. Ella era perfecta para él, y eso le daba bronca. Por más que Carla fuera hermosa, flaca, distinguida y encima bastante copada; Flor sentía que podía darle todo para estar bien. “Ser feliz” suena demasiado cursi. Ella se imaginaba mirando Racing tirados en la cama, o el partido más berreta de fútbol. Se veía yendo a la juntada con los pibes y siendo uno más cuando hiciera falta. Se creía la mejor compañera. Pero él elegía a otra. Y con ella sólo se divertía sin hacer nada.
“Si estuviera sólo, me cogería y no me hablaría más. Aparte yo no sé mantener vínculos de todos los días post-garche. O me engancho, o no me animo a mirarle la cara, o algo así. No sé hacer como si nada. Mejor que tenga novia”, se encontró diciéndole a Paz una vez. Pero eso era algo que ella no decidía. Así como su amor por Andrés.
Así siguieron varios meses. Florencia con pibes paralelos que no le movían un pelo porque tanto su mente como su “alma” estaban centrados en Andrés. Andrés con su novia y sus jueguitos con Flor. “¿Entienden que para mí ese comentario en el pasillo post-miradas-polémicas de ‘qué ganas que hay, no?’ es EL SUCESO DEL MES y quizás él ni se acuerda de que me lo dijo?”, decía Florencia en el grupo de whatsapp con las chicas. Y sí, tranquilamente podía ser de esa forma.
Pero llegó el viaje de estudios de noviembre. Que se llamaba “viaje de estudios” y se hacía cada año, pero poco tenía de académico y mucho de social. El año anterior Florencia casi que no había querido ir, pero éste estaba desesperada. Era una situación perfecta para que pasara algo. Al menos para que se diera mucho de ese histeriqueo que tanto disfrutaba. No necesitaba un suceso puntual. Solamente con compartir bastante tiempo con Andrés, las buenas situaciones se darían solas. Nada del otro mundo, pero histeriqueo sin límites temporales ni noviales: Carla no iría porque era sólo para segundo año.
Faltando cuatro días para arrancar para Rosario, Andrés le contó a Florencia que no iba a hacer el viaje: “no tengo ganas, la verdad. Estoy medio mal con Carla, el del año pasado fue malísimo, con mis viejos también ando medio como el orto y no me da para pedirles plata para eso”. Sí, a Florencia se le cayó el mundo. Primero por la ausencia de su amor en Rosario, incluso ¿quería ir si él no iba? Y en segundo lugar, y no menor: esa era otra prueba de que a él no le pasaba nada con ella. Sino no dejaría de ir. Sino estaría muerto de ganas por la misma secuencia, o al menos no le parecería una porquería como daba a entender que le parecía. La parte buena de esto era el “estoy medio mal con Carla”, sin embargo era mala por el hecho de que lo angustiara, “pero, eso es normal, ¿no? Por más que elijas cortar con alguien, te pone triste, sobretodo después de tanto tiempo”, trataba de autoconvencerse con sus amigas. “Sí, igual pará, Flor, todavía no cortó. Capaz están medio con cortocircuitos nada más y piensa que alejarse unos días puede perjudicarlos y quiere cuidar la relación”, la bajó Cele.
De todas formas: todo mal. Se había hecho mil ilusiones y no sólo no pasaría nada wow sino que él NI SIQUIERA IBA A IR. Y el resto de los compañeros eran unos imbéciles, y unos imbéciles con los que ni siquiera se llevaba: el último tiempo toda su asistencia a la facultad había consistido en dos cosas: 1) más o menos intentar prestar atención en clase. 2) estar atrás de Andrés. Y en el otro órden. El resto de los compañeros se habían convertido en fantasmitas, en extras. Casi que ni los nombres se sabía.
Pero los planetas, que parecían haberse mudado cada uno a una galaxia distinta, decidieron alinearse. Flor no se había bajado del viaje solamente porque ya lo había pagado y no quería quedar tan Andrés-dependiente. El día anterior a salir, le llegó un whatsapp de Andrés.
Andy: che flo, vas al final a rosario vos, no?
Flor: sisi obvio
Andy: ok, genial. yo al final voy. el forro de diseño II me dijo q sino me la llevo. viste qe ando medio cuelgue en la materia y supuestamente alla vamos a ver no se q cosa y dice q el ultimo trabajo va a ser sobre eso, q si no voy no lo puedo hacer.
Flor: uh q garron! bueno vamos a divertirnos
Y no respondió más, porque así era desde que la relación había virado. Buena onda pero hasta ahí, buena onda pero te dejo con las ganas, buena onda pero te hago dudar de si mi buena onda es chapativa o de amigos. Porque todas teorizamos que si te vistea algo remable, no le gustás. Porque vos jamás dejarías de responder algo respondible al chico que te gusta. Pero perdemos de vista el factor intencional: ¿y si nos quiere confundir? ¿o los pibes no piensan tanto? ¿y si él también tiene flor de mambo en la cabeza y se lo quiere apagar? ¿o los chabones no mambean, sólo sienten y hacen, sin escrúpulo alguno? En esta historia, al menos, lo sabremos en cuestión de renglones.
Entonces llegó el día y partieron para Rosario. En el micro se sentaron juntos y no pararon de molestarse. Se empujaban, no se dejaban dormir, se pegaban en chiste. En un momento de paz, Florencia se acostó sobre el regazo de Andrés y se quedó dormida. Ella juraría que él le hizo un mimo con amor, pero es incomprobable. Ese rato no duró demasiado, porque Rosario siempre estuvo cerca, y enseguida llegaron.
Recorrieron algunos monumentos y lugares de interés, pero no interesantes para esta historia. Ellos, juntos. Como amigos, o como novios sin besos. Porque no se despegaban, pero tampoco se abrazaban ni nada de esas demostraciones de amor. “Solo” se veía un entendimiento pocas veces visto, molestias permanentes, una comodidad insólita y una confianza insuperable. Pero lo que nos importa contar de este viaje de estudios sucedió en la segunda noche. En la primera fueron a bailar, no se dieron mucha bola, Florencia se extrañó, se puso de mal humor y se fue temprano, para evitar planteos ridículos de los que se arrepentiría al día siguiente.
Pero la segunda y última noche del viaje, sucedió lo soñado. Lo que hace que este relato tenga sentido en esta sección del libro. Lo que justifica toooooda esta contextualización previa, de la que tal vez un poco me arrepienta pero ya la escribí y me da paja borrar. Lo que vos soñás también que te pase, aunque quizás nunca lo pensaste y empieces a desearlo a partir de ahora. Lo soñado pero posible, lo cual hace que soñarlo sea más placentero.
Florencia estaba tirada en la cama con el celular en la mano. De Twitter a Instagram, de Instagram a Facebook, de Facebook a Whatsapp. Así ida y vuelta. Solo chateaba en el grupo con Cele y Paz, donde contaba que no le había pasado nada emocionante e incluso que Andrés estaba bastante alejado. Que era obvio que no le pasaba nada y que la única que estaba flasheando ahí era ella. Rosario, que se suponía que iba a ser el lugar que más los acercara y de donde volvería llena de anécdotas y emociones, estaba siendo más llano que una clase de Fotografía en la facultad. Hasta que le llegó un whatsapp de él. “venis?”. Florencia empezó a temblar. Eran las dos de la mañana, no se habían hablado en todo el día, estaban en un hotel. Ya hacía tiempo que evidentemente no eran amigos. Ella, sin darse cuenta, había dejado de contarle de sus pibes, y él le hablaba poco y nada de su situación con Carla. Evitaban por demás los roces físicos, como si hacerlos fuera una demostración de algo; cuando uno con sus amigos suele tocarse y abrazarse sin escrúpulos. Ese “venis?” a esa hora, sin justificación evidenciada, sólo podía significar una cosa. Y era lo que Florencia quería, y a la vez temía. Pero no podía negarse.
Se metió en el baño. Se perfumó poco, como para oler bien pero que no se note que lo había hecho expresamente para eso. Agarró la gillete y se la pasó bien rápido -y con cuidado- por todos lados mientras se reía pensando “¿Estaré flasheando cualquiera? Sería gracioso estar haciendo todo esto al pedo. Por lo menos me voy a estallar cuando se lo cuente a Cele y a Pachu”. Se lavó los dientes y se vistió como desarreglada pero linda. Como ese vestir de “ni lo pensé, pero me queda bien”. El de las citas descontracturadas pero todavía un poco más rotoso. “Sí, estoy flasheando cualquiera”, se limitó a responder, y arrancó para su cuarto.
Caminó al final del pasillo, y se frenó en la habitación 43. Estaba nerviosa pero tranquila. Al fin y al cabo, era Andy. Pero ahora era su amor y estaba a punto de pasar algo. Lo sentía en todas partes. Además, era lógica: o se apagaba todo por la desilusión de que no fuera nada, o empezaba algo. Era ahí y en ese momento, o no iba a ser nunca. Tocó la puerta y justo en ese momento apareció Federico en el pasillo, un pibe que cursaba con ellos y además era de los mejores amigos de Carla. Él la miró extrañado como diciendo “¿qué hacés ahí?”. Ella nomás le sonrió y cuando Andrés se asomó por la puerta, abrió bien grandes los ojos como dándole a entender que algo pasaba, mientras decía “el del Samsung A5 es el que necesito, el normal, el de casi todos los celulares. Porfa que se me está por apagar”. En ese momento, Federico siguió caminando con normalidad, como habiendo entendido y permitido la situación. Ahí Florencia exhaló por la nariz y entró a la habitación sin que Andrés le diera el okey. Como se imaginaba, no había nadie más.
- ¿Y los pibes?
- Se fueron a bailar.
Florencia se tiró en la cama de uno de los otros dos huéspedes como hubiera hecho si no estuviera flasheando todo lo que en realidad estaba flasheando. Por suerte, le funcionaba porque un poco se lo creía, y eso la ayudaba a actuar con cierta normalidad.
- Poné algo en la tele que me aburro.
Andrés se sonrió.
- ¿Qué te pasa? Estás nerviosa.
Él seguía desde la puerta. Mirando con cara entre diabólica y tierna.
- ¿Eh? ¿Nerviosa? ¿De qué hablás, nene? Estoy re tranquila.
- ¿Por qué hiciste todo ese acting patético en la puerta? Somos amigos… podés venir a visitarme a mi cuarto sin problema
Estaba jugando con fuego. Y ella, pobre, nomás se iba incomodando más y más. Él estaba ganando por goleada. Flor se rió y miró para abajo, dándose cuenta de que su actuar evidenciaba que ella creía que algo pasaba o iba a pasar.
- No sé. Me salió.
- Ja, te salió muy bien.
Y se acostó en su cama.
- Puedo poner música en vez de prender la tele, señorita?
De repente parecían dos desconocidos chamuyándose. ¿”Señorita”? Nunca le había dicho así. Jamás le habría pedido poner una canción, sino que la hubiera puesto aunque ella no hubiera querido.
- Ah, ¿ahora sos caballero? ¿Qué pasa? Hasta ayer me pegabas piñas
- Uno a uno.
Y se levantó de la cama, enchufó el celular a unos parlantes y empezó a sonar Babasónicos. BABASÓNICOS. “Babasónicos sirve solo para dos cosas: para que pasen los hits del momento en la radio y se te peguen, y para ya-sabés-qué”, recordaba Flor que había dicho Pachu una vez.
- Estoy medio peleado con Carla - dijo mientras se acostaba en su cama otra vez. Estaban los dos mirando al techo sobre camas vecinas - . Bah, no peleado. Pero no estamos bien.
A Flor se le cruzaron mil cosas por la cabeza. ¿Para qué hablaba de ella en esa situación? Cortaba el clima, pasaba a darle culpa, se acordaba de que el pibe ese que ahora le encantaba ya tenía a alguien. Definitivamente si la nombraba era porque no consideraba que ese momento era especial o chapativo. A la vez, quizás quería justificar lo que estaba por pasar. Si llegaba a suceder algo, él no era tan culpable: no estaba bien con su novia. Quizás quería tranquilizar a Florencia. Relajarla, darle a entender que podía activar sin problema. Todo podía ser. Lo seguro era que nuestra protagonista estaba pensando diez millones de cosas y tenía que relajarse.
- Eu, te dije algo.
- Sí, sí, te escuché. No sé qué decirte. Tranqui, se va a arreglar todo.
- Capaz que no quiero.
- Bueno.
- Estoy bien así. Me vine acá y me sentí, no sé, como “libre” después de mucho tiempo. Te extrañaba a vos por ejemplo. En el último tiempo, Carla me hizo bocha de escenitas.
Sonaba “Aduana de palabras”. “Todas esas palabras que no puedo ni quiero escribir”. Ahora ya no miraban para arriba, estaban de costado, mirándose cara a cara, con el metro que separaba a las dos camas en el medio.
- ¿Escenas conmigo? - dijo con falsa sorpresa Flor, y exageró una risa.
- Sí… no sé qué flashea.
- Mal. Cualquiera.
Hubo dos o tres minutos de silencio. Ahora empezaba a escucharse “cómanse a besos esta noche”. A Andrés se le escapó una risita.
- ¿De qué te reís, tarado?
- Vos también te estás riendo. Nada, Flor, nada.
- Dale. ¿Qué te pasa?
- ¿Vamos a seguir haciéndonos los pelotudos? - dijo mientras se paraba - Vení, parate un segundo.
Flor le hizo caso y se acercó. Se miraron con los ojos bien grandes como esperando que el otro dijera algo, pero no hizo falta, porque lo que pasó habló más que diez horas de charla. Andrés la agarró de la cintura y bien despacio se fue acercando a su boca, sin perder el contacto visual. Fue un beso largo, lento y en el intermedio perfecto entre caliente y dulce.
Ni Flor ni Andy tenían idea de a dónde iba eso que pasaba, aunque se estaban cayendo a la cama. Mientras, Dárgelos cantaba “me gustas tanto que no sé por dónde voy”.