porque no está mal que terminen las historias mientras haya historias que contar

30.5.14

¿De quién son?

Ahora me doy cuenta de cómo mira la gente. Alcanza con detenerse en sus ojos por un rato. Cada cosa que recorren con ellos tiene una lógica, y con ella el tiempo que le dedican. No existe el “mirar nada”, ni tampoco “mirar todo”. Esos suelen estar pensando en otra cosa (mirando para adentro, quizás) y van con los ojos de acá para allá en un inconciente e inútil afán de disimular. Otros van a lo fijo: ahí es cuando los motivos de dónde posan sus pupilas pasan a ser obvios (alcanza con detenerse en sus ojos por un rato). No tuve ganas de darme cuenta que una chica con uniforme de colegio miraba con asco y curiosidad a una mujer de rasgos indígenas darle la teta a su bebé. ¿Si disimulaba? Sí, trataba. Pero disimular y que se note es mucho peor que no disimular. Como cuando te tropezás y te levantás rápido. 

 No sé si quiero saber tanto. Pero más me molesta darme cuenta que yo estoy haciendo exactamente lo mismo, mirando ajenamente a la chica en uniforme, a la que le da la teta a su bebé, a la vieja que tengo sentada al lado, al pibe con gorro escuchando música… Pero con la excusa de estar observando algo para después narrarlo y perpetuarlo. Lograr fijar ese espacio-tiempo que no tiene ni un tiempo ni un espacio. Que es todo y es la nada misma. Que, justamente, se mira pero no se toca.

Mientras, no puedo dejar de sorprenderme de esa gente que no para de mirar. A tal punto que la señora que tengo sentada a mi derecha me intimida a la hora de escribir esto en mi celular (quise hacerlo en un cuaderno pero seguía con mucha facilidad –y nada de disimulo- cada trazo de mi lapicera, por lo que se iba a dar cuenta de que, de alguna u otra forma, estaba escribiendo sobre ella). Entre todo eso descubro unas retinas que no juzgan. Que no puedo descifrar los motivos que las llevan a quedarse poco o mucho tiempo en cada cosa. Que de repente pasa el mismo rato mirando un botón negro que una persona con el pelo de 6 colores distintos hablando a los gritos. Todo es igual de sorprendente e igual de bueno. Entonces nos colgamos, retina con retina, con esa beba, como conectándonos, como si ella me entendiera todo lo que estoy pensando acerca de esa gente que no para de mirar así. Pero, como con todo, su mirada sobre la mía dura unos segundos y se va con el marco de una ventana o quizás hacia una plaza llena de toboganes del otro lado del vidrio. 

 La señora de rulos sentada a mi lado ya me hace sentir incómoda. No sé si yo estoy demasiado perceptiva, pero empiezo a sentir que todas las personas saben lo que estoy pensando sobre ellas. Así como yo puedo entenderles todo, ellos pueden hacerlo conmigo. Aunque, por momentos la mujer parece ni saber que estoy sentada a su lado, que tengo el celular en la mano y que lo saco y lo dejo a medida que se me ocurren cosas para seguir con esto. Está como dos minutos seguidos haciéndole caras ridículas a la beba. La madre de la misma no le responde con sonrisas ni nada, por lo que me parece un poco freak que siga tanto tiempo. La nenita no está ni cerca de mi percepción: se ríe, aplaude, balbucea. 

Sin embargo, algo que pasa a los minutos modifica mi teoría. La bebita sí se detiene más tiempo a mirar algo: dos nenas de unos 6 años que acaban de subir y no paran de hablar. No les puede sacar los ojos de encima. Mira su conversación como árbitro de partido de tenis. Otros seres no contaminados (o al menos no como yo, pero quizás un poco más que la beba). Apenas se bajan las dos chicas, la bebita hace puchero. Estímulo-Respuesta. Simple. Obvio. Puro. 

La vieja freak me pide permiso para pasar, se quiere bajar. Yo, como siempre, no me levanto; me pongo de costado, corriendo las piernas. Sé que queda medio descortés pero tengo concluido que el espacio que le va a quedar para pasar es el mismo, y yo así estoy más cómoda. Desde al lado de la puerta le sigue haciendo caras a la beba. Ella, otra vez, no hace más que reírse. Cuando por fin se baja la señora, que ya me siento más cómoda para seguir con mi ¿absurdo? relato, vuelvo a cruzar miradas con la nenita. Pienso, sin darme cuenta, que sería genial que le saque yo también una sonrisa como para cerrar la historia así como a mí me gusta, con una moraleja, a lo Cris Morena… no pasa. Ella es la única que de verdad me puede leer a mí, pero ya estoy contaminada. A ella la leemos todos, obvio. Pero no tiene nada que esconder. 

Perdón.

22.5.14

Y la cruel resignación?

Esa mañana se levantó con la sensación de que ese día iba a ser el que hacía tanto estaba esperando; el que por fin le cambiaría la vida. Desde chica que lo esperaba, no porque no fuera feliz en la estabilidad de su rutina, sino porque estaba buscando tener una existencia merecedora de una película, de un libro, al menos de una nota en un diario. Eso era: no quería ser normal.  (¿Alguien realmente lo quiere?)

Se puso una camisa; nunca usa camisa. No desayunó porque jamás desayuna y "tampoco la pavada"; la gracia del cambio repentino en la línea de su futuro estaba en que fuera "un día como cualquier otro". Por eso, también, se puso unas Converse viejas y ni siquiera se peinó. Con ese mismo afán de "casual" que se vestía para las citas, así muy "ni me arreglé" pero en realidad habiendo pensado y analizado mil horas qué ponerse con el objetivo de lograr ese look "me puse lo primero que encontré". 

En el subte viajó apretada y le pareció que era una historia genial: un transporte incómodo, calor, fastidio del resto de los pasajeros, imposibilidad de cruzar ese cúmulo de gente para llegar a la puerta ("no puedo creer que estoy a un metro y, con todas las personas que tengo en el medio, me siento más lejos que Buenos Aires - Mar del Plata"). 

Sin embargo nada pasó. Ni al llegar a la facultad, ni en el colectivo de vuelta, y mucho menos cuando entró a su casa (le gusta su hogar porque está muy cómoda pero la inquieta la idea de que las cosas pasan de la puerta para afuera). Entonces se sentó en la computadora y empezó a escribir en tercera persona. 

Escribir es que de repente la no-historia se haga historia. Es que "un día como cualquier otro" parezca merecer ser puesto en palabras. Vuelve a uno más interesante. Y hace dar cuenta de cosas: capaz sos re feliz, pero todos los días te levantás pensando que ESE va a ser el día. 

No importa que pase o no pase. Ese ímpetu hace que tenga sentido.