La Experiencia de Dios
La Experiencia de Dios
La Experiencia de Dios
1
Texto original de 1978 y considerado por el propio Rahner como su
posible testamento espiritual: cf. P. IMHOF-H. BIALLOWONS (eds.), La fe en tiem-
po de invierno. Diálogos con K. Rahner en los últimos años de su vida, Bilbao
1989, p. 124. Por mi parte, y como expresión de gratitud, quiero dedicar estas
páginas a Carmela, Carlos y Kika, cuya experiencia de Dios, precisamente, fue
el origen de nuestra amistad.
2
El secular olvido de la experiencia se explica, entre otros motivos, por
la reducción de la vida religiosa a doctrina, práctica externa, tradición cultural
4
E. SCHILLEBEECKX, «Experiencia y fe», en Fe cristiana y sociedad moder-
na, Madrid 1990, p. 94.
5
Cf. J. OÑATE LANDA, De la experiencia a la fe. Una propuesta pedagó-
gica, San Sebastián 2003; J. MARTÍN VELASCO, La transmisión de la fe en la
sociedad contemporánea, Santander 2002; ID., «La educación de la experiencia
religiosa en una sociedad secularizada», en Actualidad Catequética 141 (1989)
31-62; ID., «Los caminos de la experiencia. Aprender a padecer a Dios», en
¿Dónde está Dios? Itinerarios y lugares de encuentro, VIII Semana de Estu-
dios de Teología Pastoral, Estella 1998, pp. 37-90; ID., «La experiencia de
Dios, hoy», en Manresa 75 (2003) 5-25.
6
K. RAHNER, Palabras de Ignacio de Loyola, o. c., p. 12.
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1. EL FENÓMENO DE LA EXPERIENCIA
10
STO. TOMÁS DE AQUINO, Questiones disputatae de veritate 22, 1 ad a 1.
«Conocimiento aposteriorístico de Dios desde y por el encuentro con el mun-
do», que decía también K. RAHNER, Curso fundamental sobre la fe. Introduc-
ción al concepto de cristianismo, Barcelona 1979, p. 74.
454 SALVADOR ROS GARCÍA
2. FE Y EXPERIENCIA
14
La trascendencia de Dios no es la que nosotros pensamos. Dicho de
nuevo con Zubiri: «La trascendencia de Dios no es un estar más allá de las
cosas... la trascendencia es justamente un modo de estar en ellas, aquel modo
según el cual éstas no serían reales en ningún sentido, sino incluyendo formal-
mente en su realidad la realidad de Dios, sin que por ello Dios sea idéntico a
la realidad de las cosas... Y esto es lo esencial de la trascendencia divina: no
es ser “trascendente a” las cosas, sino ser “trascendente en” las cosas mismas»
(X. ZUBIRI, El hombre y Dios, p. 175). Dios está presente en el hombre, de
modo que cualquier aspecto humano puede adquirir significado religioso.
15
J. M.ª GIRONELLA, Cien españoles y Dios, Barcelona 1971.
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16
ID., Nuevos cien españoles y Dios, Barcelona 1994, p. 50.
17
E. SCHILLEBEECKX, Cristo y los cristianos. Gracia y liberación, Madrid
1982: «En mi opinión, semejante divorcio entre fe y experiencia es una de las
principales causas de la crisis actual entre los cristianos fieles a la Iglesia» (p.
21). Lo había dicho también el Concilio Vaticano II: «El divorcio entre la fe
y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves
errores de nuestra época» (GS 43).
18
H. U. VON BALTHASAR, Gloria. Una estética teológica, vol. I, Madrid
1985, p. 201; J. MARTÍN VELASCO, La experiencia cristiana de Dios, Madrid
1995, p. 42.
19
J. H. NEWMAN, Apología «pro vita sua», Madrid 1977, p. 187.
LA EXPERIENCIA DE DIOS... 457
acaba siendo una oportunidad para conocer mejor a Dios. Esa era
también la convicción de Tolstoi: «Si te viene la idea de que es falso
todo lo que pensabas sobre Dios y de que no hay Dios, no te asustes
por eso. A muchos les sucede así. Si un salvaje deja de creer en su
dios de madera, no es porque no haya Dios, sino porque el verda-
dero Dios no es de madera» 20.
En una situación de cristiandad, o de cristianismo nacional,
donde teóricamente todos tienen fe, nunca se sabe si se tiene fe
en Dios o en quienes hablan de él. En los años sesenta, como
acabamos de ver, bastaba con dejarse llevar para ser cristiano. Hoy,
quien se deje llevar, precisamente por dejarse llevar, habrá dejado
de ser cristiano 21. A eso se refería el famoso pronóstico de Karl
Rahner cuando dijo que «el cristiano del futuro o será un “místi-
co”, es decir, una persona que ha “experimentado” algo, o no será
cristiano, porque la espiritualidad del futuro no se apoyará ya en
una convicción unánime, evidente y pública, ni en un ambiente
religioso generalizado, previos a la experiencia y a la decisión
personales» 22.
Quizá la palabra «místico» suene demasiado fuerte, pero el
mismo Rahner matizaba su significado cuando añadió que se refería
simplemente a «una persona que ha experimentado algo». La expe-
riencia mística puede alcanzar grados muy diferentes de intensidad.
Ya santa Teresa advertía que en eso de la unión con Dios «hay más
y menos» (5M 1,2; 2,1). Existe la experiencia mística de genios
como Teresa de Jesús o Juan de la Cruz, y existe también lo que
Luis González-Carvajal ha llamado «mística de baja intensidad» 23.
Lo importante es que exista alguna experiencia, porque en ese caso,
20
Cit. L. GONZÁLEZ-CARVAJAL, Esta es nuestra fe. Teología para universi-
tarios, Santander 1984, p. 128.
21
Ya en el siglo XIX anunció J. H. Newman que una simple fe heredada
llevaría a las personas cultas a la indiferencia y a las personas sencillas a la
superstición: «una simple fides implícita en las palabras de la ecclesia docens
corre el riesgo de acarrear la indiferencia entre las clases cultivadas y, entre los
más pobres, la superstición» (The Rambler, julio de 1859, p. 230, cit. en J.
GUITTON, El seglar y la Iglesia, Madrid 1969).
22
K. RAHNER, «Espiritualidad antigua y actual», en Escritos de Teología,
vol. VII, Madrid 1969, p. 25.
23
L. GONZÁLEZ-CARVAJAL, Los cristianos del siglo XXI. Interrogantes y
retos pastorales ante el tercer milenio, Santander 2001, p. 97.
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como escribía hace poco Juan Martín Velasco, hay menos distancia
entre quienes realizan la experiencia mística en sus grados más ele-
mentales y quienes la realizan en sus niveles más altos «que la que
separa a los primeros de los que “no han pasado por ahí”; de los
que, por muy meticulosa que sea su práctica religiosa y por muy
extenso y profundo que sea su conocimiento de las doctrinas religio-
sas, no han realizado personalmente, no han vivido el contacto con
el Misterio al que se refiere su fe» 24.
Todo esto quiere decir que no hay fe sin experiencia, que la fe
requiere experiencia y está llamada a desarrollarse en experiencia.
Pero también que ésta es fruto de aquélla, pasa por y se desarrolla
en el interior de la fe, donde se realiza como experiencia acogida:
«Yo sé que quien esto no creyere no lo verá por experiencia» (1M
1,4), advertía santa Teresa, en cuya afirmación resuena el eco de una
larga tradición cristiana: «Cree y verás, pues quien no crea no tendrá
experiencia, y quien no tenga experiencia no conocerá» 25. Las múl-
tiples experiencias, por más gustosas y ciertas que sean, proceden
siempre de la fe, medio único para la unión con Dios, como repite
una y otra vez san Juan de la Cruz: «el alma no se une con Dios en
esta vida por el entender, ni por el gozar, ni por el imaginar, ni por
otro cualquier sentido, sino sólo por la fe según el entendimiento, y
por esperanza según la memoria, y por amor según la voluntad» (2S
6,1). En la fe Dios no se hace objeto de nuestros actos, sino luz
gracias a la cual todo aparece de forma nueva; de ahí que la expe-
riencia de Dios se dé para el hombre en los acontecimientos de la
vida humana a la nueva luz que abre para ellos la aceptación creyen-
te, esperanzada y amorosa de Dios.
La experiencia y la fe, por tanto, son correlativas, se necesitan
mutuamente y crecen juntas en un proceso de trascendimiento por el
que Dorothee Sölle llegó a decir que «sólo se puede “creer” cuando
ya se ha muerto alguna vez» 26 (por cuanto que la fe tiene algo de
expropiación de sí mismo), desde experiencias profundas como la
24
J. MARTÍN VELASCO, El fenómeno místico. Estudio comparado, Madrid
1999, p. 291.
25
Cf. H. U. VON BALTHASAR, o. c., p. 255s.
26
D. SÖLLE, Viaje de ida. Experiencia religiosa e identidad humana, San-
tander 1977, p. 34.
LA EXPERIENCIA DE DIOS... 459
27
ID., o. c., pp. 35-37. Así como en la noche, valga la expresión, «todos
los gatos son pardos», en el horizonte de la experiencia todas las cosas hablan
de lo mismo, también la Escritura, y de ahí su valor para el reconocimiento de
la experiencia. De sobra conocía ella el texto «Te basta mi gracia, la fuerza se
realiza en la debilidad» (2Cor 12, 9), pero ahora, en el ámbito de la experien-
cia, el efecto es otro. Expresiones parecidas ponía Rahner en boca de san
Ignacio sobre su experiencia en Manresa: «Dios mismo. Era Dios mismo a
quien yo experimenté; no palabras humanas sobre Él. Lo que digo es que
sucedió así; y me atrevería incluso a añadir que, si dejarais que vuestro escep-
ticismo acerca de este tipo de afirmaciones (escepticismo amenazado por un
subrepticio ateísmo) llegara a sus últimas consecuencias y desembocara en la
amargura de vivir, entonces podríais hacer esa misma experiencia. Porque es
precisamente entonces cuando se produce un acontecimiento en el que (junto
a la pervivencia biológica) se llega a experimentar la muerte como algo radical;
y es en ese mismo instante cuando Dios se ofrece a sí mismo. (No es de
extrañar, pues, que yo mismo estuviera a punto de quitarme la vida en Man-
resa). Y aunque esa experiencia ciertamente constituye una gracia, ello no
significa que en principio se le niegue a nadie» (K. RAHNER, Palabras de Ig-
nacio de Loyola, o. c., p. 8).
28
W. JAMES, Las variedades de la experiencia religiosa, Barcelona 1986
(ed. inglesa 1902).
LA EXPERIENCIA DE DIOS... 461
29
G. W. ALLPORT, The individual and his religion. A psychological inter-
pretation, London 1951, p. 30. Ya lo dijo también el poeta León Felipe: «Nadie
fue ayer,/ ni va hoy,/ ni irá mañana/ hacia Dios/ por este camino/ que yo voy./
Para cada hombre guarda/ un rayo nuevo de luz el sol.../ y un camino virgen/
Dios» (Versos y oraciones de caminante, Buenos Aires, 1963, p. 35), camino
que tiene que ver con los rasgos de su personalidad, de su carácter, con el
itinerario de su formación y con el conjunto de su biografía.
30
Cf. J. MARTÍN VELASCO, «Las variedades de la experiencia religiosa», en
A. Dou (ed.), La experiencia religiosa, Madrid 1989, pp. 19-74; ID., La expe-
riencia cristiana de Dios, Madrid 1995, pp. 19-35.
462 SALVADOR ROS GARCÍA
32
M. GARCÍA MORENTE, El «hecho extraordinario», 2.ª ed., Madrid 1999,
pp. 41-46. En cuanto a los criterios de discernimiento, el autor no tiene incon-
veniente en considerar esa experiencia como una especie de alucinación, «pro-
ducto de la fantasía excitada por la dulce y penetrante música de Berlioz» (p.
37), pero reconoce a renglón seguido que aquello «tuvo un efecto fulminante»
en su alma. En primer lugar, de reconocimiento, ahora ve lo que antes no veía:
«Ese es Dios, ese es el verdadero Dios; esa es la Providencia viva –me dije a
mí mismo–. Ese es Dios, que entiende a los hombres, que vive con los hom-
bres, que sufre con ellos, que los consuela» (pp. 37-38). Y en segundo lugar,
la entrega de la propia voluntad, de la propia vida, expresada en las palabras
del Padrenuestro: «Y puesto de rodillas empecé a balbucir el Padrenuestro. Y
¡horror! ¡se me había olvidado. Permanecí de rodillas un gran rato, ofreciéndo-
me mentalmente a Nuestro Señor Jesucristo con las palabras que se me ocu-
rrían buenamente; lentamente, con paciencia, fui recordando trozos del Padre-
nuestro; algunos se me ocurrieron en francés, pero al traducirlos restituí
fielmente el texto español. Al cabo de una hora de esfuerzos, logré restablecer
íntegro el texto sagrado y lo escribí en un librito de notas... Sea lo que fuere,
el hecho es que me veía a mí mismo hecho otro hombre... Y postrado de
rodillas, perdida la mirada en el lejano horizonte del caserío de París, recité con
íntimo fervor una vez más el Padrenuestro, entregando libremente mi voluntad
en las manos llagadas de Nuestro Señor Jesucristo» (pp. 38-41). Él mismo,
además, concluye con una excelente interpretación: «A lo sumo, podría quizá
suponer que Dios, queriendo afianzar mi conversión con una gracia tan profun-
da que se me grabase inolvidablemente en mi alma, permitió que se produjese
en mi mente ese fenómeno subjetivo cuyo recuerdo indeleble fuese capaz de
ayudarme a perseverar victorioso frente a todas las asechanzas, dificultades e
inconvenientes que por necesidad habían de oponerse a mi vocación» (p. 50).
Cf. J. MARTÍN VELASCO, «La conversión de Manuel García Morente. Breve
comentario de su relato autobiográfico», en La experiencia cristiana de Dios,
Madrid 1995, pp. 215-238; ID., «La experiencia de Dios y los criterios de su
autenticidad. A propósito de un texto de Manuel García Morente», en Revista
Española de Teología 57 (1997) 129-143.
LA EXPERIENCIA DE DIOS... 465
cuenta de que tenía cierto «aire de familia» con las cosas que
a mí me estaban ocurriendo. En seguida empecé a rememorar
otras expresiones parecidas que hasta entonces me habían
resultado un tanto herméticas: «el Espíritu Santo dijo: “sepa-
radme a Bernabé y a Saulo para la misión que les he enco-
mendado”» (Hch 13,2); «el Espíritu me dijo que fuera con
ellos sin dudar» (Hch 11,12); «intentaron dirigirse a Bitinia,
pero el Espíritu Santo no se lo permitió» (Hch 16,7), etc., etc.
De modo –me dije– que lo de «un robot dirigido desde lejos»
era, sencillamente, ¡estar guiado por el Espíritu Santo!
Naturalmente, yo había estudiado teología y «sabía» que
el Espíritu Santo actúa desde dentro de los hombres, pero
hasta entonces no tenía experiencia personal de ello. Y había
seguido sin tener experiencia si la palabra de Dios no me
hubiera facilitado la clave que necesitaba para interpretar
correctamente lo que me estaba pasando... Pues bien, esto tan
sencillo es la experiencia de Dios. Nada tiene que ver, por lo
tanto, con visiones ni levitaciones –yo nunca me he desplaza-
do de un lado para otro volando, como San José de Cuperti-
no–, pero puedo asegurar que, cuando se produce, es una
fuente de gozo inefable» 38.
En cualquier caso, extraordinario u ordinario, la experiencia de
Dios llega siempre de un modo incoativo, no como una acción aca-
bada, sino progresiva. Inicialmente puede presentarse bajo formas
distintas, con grados y niveles diferentes, acompañada de fenóme-
nos sensibles más o menos extraordinarios, o bien desnuda y sustan-
cial, sin otra mediación que la sustancia del alma y el acto del
encuentro. Pero lo importante es que se llega a saber algo no por
noticia externa, sino por haberlo vivido o padecido en el propio ser,
como un claro de conciencia en el que se abre un espacio de visi-
bilidad de algo que está «cabe sí», que decía santa Teresa (V 10,1;
27,2). Michel de Certeau lo explicaba de esta manera:
«En la historia personal como en la historia de la huma-
nidad hay cortes, momentos privilegiados que aparecen como
38
L. GONZÁLEZ-CARVAJAL, Los cristianos del siglo XXI, o. c., pp. 99-103.
LA EXPERIENCIA DE DIOS... 471
4. ESTRUCTURA DE LA EXPERIENCIA
43
El término epéxtasis lo utiliza sobre todo san Gregorio de Nisa para
caracterizar el dinamismo de la vida mística en correspondencia con el texto
paulino de Flp 3,13: «olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por
delante» (epecteinomenos), como tensión permanente originada por el deseo de
Dios, por una sed que no hace más que aumentar a medida que se aproxima a
su objeto: «El participar de los bienes eternos acrecienta el deseo a medida que
participa más de ellos... El que sube no se detiene jamás, va de ascenso en
ascenso, sin que tengan fin los grandes descubrimientos. El deseo del que sube
jamás se satisface con lo andado, sigue un deseo más intenso, luego otro, más
profundo aún, y otro y otros, que impulsan al alma a elevarse sin cesar por la
ruta del infinito, anhelando siempre bienes superiores» (Homilías sobre el
Cantar de los cantares 8,1). Ese era el testimonio de un teólogo francés que,
tras haberse convertido en su juventud, confesaba: «tengo conciencia de haber
sido visitado y desde entonces no hago más que decirme y buscar por quién»
LA EXPERIENCIA DE DIOS... 475
55
Para captar la importancia de este rasgo en la obra de san Juan de la
Cruz basta abrir las Concordancias de sus escritos por la palabra «todo» y ver
que, con sus 2.774 presencias, es la cuarta palabra más empleada del registro
léxico sanjuanista, casi ocho veces más que el término «nada» (373 presen-
cias), con el que a veces se ha pretendido identificar su doctrina. Una sorpresa
semejante a la que produce la comparación de otros dos términos: «amor»
(1.806 veces) y «noche» (424).
LA EXPERIENCIA DE DIOS... 483
acerca de los dos hombres!» 56. Santa Teresa, por su parte, repite
incansablemente: «cuando hablo de estas cosas, de pocos días acá,
paréceme son como de otra persona» (CC 1,22), «que ni me parece
vivo yo, ni hablo, ni tengo querer, sino que está en mí quien me
gobierna y da fuerza» (CC 3,10), pues «yo, con ser la que soy,
parezco otra» (V 15,7), «digo otra vida nueva» (V 23,1-2), «porque
todos los que me conocían veían claro estar otra mi alma» (V 28,13;
38,8; 39,23). La experiencia mística da lugar a una nueva forma de
ser, abre el horizonte mental del sujeto, le hace clarividente, libera
en su interior las más poderosas energías para la acción y le procura
el progreso en la caridad 57.
6) Experiencia fruitiva.– La experiencia de Dios no es un simple
acto de conocimiento. En ella participa el hombre entero. Por eso va
acompañada de sentimientos y con una intensidad que los convierte
en estados de ánimo de alguna manera específicos, incomparables a
los que pueden producirse en otras situaciones de la vida. Con su
característica sobriedad, santo Tomás resumía este rasgo en su co-
nocida definición cognitio Dei experimentalis et affectiva, conoci-
miento experiencial y afectivo de Dios 58. Y san Juan de la Cruz lo
56
M. GARCÍA MORENTE, o. c., p. 39. «Me encontré distinto, muy distinto,
aunque bien veía que era el mismo. Empecé a sentir una especie de desdobla-
mieno de la personalidad. Aquel del espejo era el otro, el de ayer, el de hace
mil años; éste, en cambio, éste a quien consideraba dentro de mí, el nuevo, me
parecía tan tierno, tan frágil, que el menor choque podía quebrarlo en mil
pedazos» (p. 40).
57
Efectos puestos de relieve por H. Bergson, saliendo al paso de interpre-
taciones patológicas: «Hay, sin embargo, una salud intelectual sólidamente
asentada, excepcional, que se reconoce sin dificultad, se manifiesta en el gusto
por la acción, la facultad de adaptarse y readaptarse a las circunstancias, la
firmeza unida a la elasticidad, el discernimiento profético de lo posible y lo
imposible, un espíritu de sencillez que supera complicaciones, en fin, un sen-
tido común superior. ¿No es esto lo que se encuentra en los místicos de los que
hablamos? ¿Y no podrían tales místicos servir de modelos para la definición de
la robustez intelectual?» (H. BERGSON, Les deux sources de la morale et de la
religion, en Oeuvres, Paris 1959, p. 1169).
58
STO. TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologica II-II, q. 97, art. 2. Definición
que recoge san Ignacio en sus Ejercicios: «Porque no el mucho saber harta y
satisface al ánima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente» (Ejercicios
espirituales 2). Cf. F. ELIZONDO, «Conocer por experiencia. Un estudio de sus
modos y valoración en la Summa Theologica de Santo Tomás de Aquino», en
Revista Española de Teología 52 (1992) 5-50 y 187-227.
484 SALVADOR ROS GARCÍA
59
A este tipo de repercusión se refiere san Ignacio con la «consolación de
ánima sin causa precedente» (Ejercicios espirituales 313-316). Ya san Agustín
hablaba de esa ambivalencia afectiva: «¿Quién puede comprender esto? ¿Quién
será capaz de describirlo? ¿Qué es aquello que dirige hacia mí sus destellos y
que golpea mi corazón sin lesionarlo? Me siento invadido de temor y de ardor.
De temor, en cuanto soy desemejante a él. De ardor, en cuanto soy semejante
a él» (Confesiones XI, 9,1).
LA EXPERIENCIA DE DIOS... 485
60
Así lo manifestaba también García Morente: «su presencia me inundaba
de tal y tan íntimo goce, que nada es comparable al deleite sobrehumano que
yo sentía» (o. c., p. 43). Y Pascal en su famoso Memorial, en el papel cosido
al forro de su casaca y encontrado poco después de su muerte, repetía cuatro
veces la palabra alegría en la misma línea: «Alegría, alegría, alegría, lágrimas
de alegría» (B. PASCAL, o. c., pp. 553-554).
486 SALVADOR ROS GARCÍA
61
Cf. M. BALDINI, Il linguaggio dei mistici, Brescia 1990, con amplia nota
bibliográfica en pp. 140-146.
62
Cf. L. GONZÁLEZ-CARVAJAL, ¡Noticias de Dios!, Santander 1997, p. 30. A
propósito de la paradoja en el lenguaje religioso, he aquí la valoración que
hacía Jung: «Por modo extraño, la paradoja es uno de los supremos bienes
espirituales; el carácter unívoco, empero, es un signo de debilidad. Por eso una
religión se empobrece interiormente cuando pierde o disminuye sus paradojas;
el aumento de las cuales, en cambio, la enriquece, pues sólo la paradoja es
capaz de abrazar aproximadamente la plenitud de la vida, en tanto que lo
unívoco y lo falto de contradicción son cosas unilaterales y, por tanto, inade-
cuadas para expresar lo inasible» (C. G. JUNG, Psicología y alquimia, Buenos
Aires 1957, p. 26).