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ANTIGUO TESTAMENTO
En una visión general de conjunto podemos establecer una triple división en el AT: el
periodo antiguo, anterior a los profetas del siglo VIII, establece los fundamentos
doctrinales del pecado y su influencia se prolonga hasta la literatura sacerdotal; el
período profético va desde el siglo viII hasta el v, desarrolla los fundamentos de la
doctrina antigua y engloba conjuntos literarios no proféticos; el judaísmo del post-exilio
que se separa algo de la visión profética. Al agrupar los textos en una visión general de
la historia de Israel, comprendemos mejor la revelación del pecado que se va haciendo
de manera progresiva en la Biblia.
PERÍODO ANTIGUO
Al establecer una comparación con las religiones en Oriente, aparecen con más claridad
las características de la noción bíblica del pecado.
En Egipto las protestas de inocencia, conservadas en el Libro de los Muertos, nos dan
una idea bastante completa de su noción del pecado. Cuando el difunto aparece ante el
tribunal de Osiris para presenciar la valoración de su alma, le es necesario pronunciar
una fórmula ritual, que manifieste su inocencia ante los dioses. La lista de los pecados
es muy irregular. Figuran en ella tabús religiosos y preceptos esenciales en la vida de la
sociedad. Los dioses detestan lo que la conciencia humana condena (robo, adulterio,
injusticia), sin embargo el concepto de pecado acentúa más la materialidad de los actos
cometidos que su intención. Las protestas de inocencia parecen estar dotadas de cierta
eficiencia mágica que asegura la pureza interior del muerto y su entrada en el paraíso.
No hay referencia a un verdadero ideal espiritual o a una ley divina revelada.
En la religión mesopotámica este juicio del mas allá no existe. La doctrina del pecado se
ha de buscar en las oraciones penitenciales y de súplica. La prueba de su existencia nos
viene dada por la miseria humana: derrotas, hambre, enfermedades, etc. El suplicante
deduce de estas circunstancias que ha provocado la ira de algún dios, y ahora
experimenta su venganza. Confiesa, pues, su pecado y pide perdón. Cualquier violación
de la voluntad de algún dios, es pecado. Las faltas, así consideradas, no entran en un
orden moral. El hombre, para purificarse, se abandona a unos ritos expiatorios que
aseguran su inocencia. El poder divino irritado se parece muy poco al Dios personal de
la Biblia: los formularios de las oraciones están dirigidos a cualquier dios, conocido o
desconocido, a quien el pecador haya podido desairar. En primer plano está la utilidad
del pecador y su conversión interior no aparece.
PIERRE GRELOT
La Biblia tiene una noción esencialmente religiosa del pecado, cuya gravedad se sitúa
en el orden de la acción. El pecado es un acto, o más hondamente, una actitud del
hombre ante Dios. Para calificar esta actitud del hombre hay que referirse
necesariamente a la voluntad objetiva de Dios, que se manifiesta en su ley. Esta noción
del pecado tiene como fundamento la historia de la Alianza: Dios por su propia
iniciativa entra en relación religiosa con el hombre fijando unas condiciones; el
cumplimiento de su Ley. Al apartarse el hombre de esta Ley, peca. El vocabulario
hebraico que describe el pecado, advierte esta relación personal entre Dios y el hombre.
La raíz awôn señala el extravío del buen camino, que es la ley de Dios. La palabra pésa
indica la infidelidad a Dios. El pecado manifiesta, pues, la conducta del hombre
contraria a los mandatos del Dios de la Alianza. Esta relación pecado- ley se encuentra
no sólo en el campo jurídico, sino que entra en la economía de la salvación del hombre.
La novedad radica en la distinción entre materia e intención. Estos son los dos
elementos esenciales de la teología del pecado. La materia no está determinada por los
imperativos de una moral social o de un rito tradicional sino por la ley positiva revelada
al hombre en la Alianza. La Torah, por ejemplo, al asumir lo que llamamos religión y
moral natural, presenta sus preceptos morales y religiosos como revelación de la
autoridad divina.
PERÍODO PROFÉTICO
Los profetas anteriores al exilio no aportan una innovación doctrinal esencial, pero su
mensaje señala un desarrollo considerable al subrayar el triunfo escatológico de Dios
sobre el pecado.
Muchos discursos proféticos denuncian los pecados de Israel, pero contrariamente a los
escritos sacerdotales lo hacen sin una referencia explícita a la ley. No es fácil establecer
una jerarquía de valores morales válida para todos los profetas, pero todos acentúan las
exigencias morales y religiosas primordiales tanto de la vida social como en las virtudes
individuales. La conciencia humana parece afinar más en lo que Dios quiere de los
hombres.
Los profetas se fijan más en la realidad actual del pecado en la historia, que en su
origen; ven en el pecado la presencia activa del misterio del mal en el corazón humano.
"No hay en la tierra sinceridad, ni amor, ni conocimiento de Dios" (Os 4,1). El pueblo
de la alianza y de la ley se entrega voluntariamente al mal, no escucha la voz de los
profetas. Su endurecimiento es trágico. La doctrina profética llega a una paradoja: la
responsabilidad del pecador y la imposibilidad de que el hombre por sus propias fuerzas
se convierta. El drama del pecador no tiene solución... humana.
Los sabios y salmistas del post-exilio acentúan los aspectos religiosos y morales del
pecado. Su ley está centrada en la fidelidad y el cumplimiento del decálogo. Son
conscientes, sin embargo, del mal interior que afecta al hombre. La corrupción es
universal. El pecado anida en el ser humano. Dos actitudes son necesarias en el ho mbre:
la conversión y la gracia. El salmista implora la purificación interior y el espíritu divino
que vence al mal. En esto sigue las enseñanzas proféticas.
NUEVO TESTAMENTO
Además del corazón humano, Jesús presenta a Satán como responsable del mal. El
induce al hombre a pecar e impide que la palabra de Dios fructifique (Me 4,15).
El pecado trae consigo consecuencias graves, y Cristo nos pone ante los ojos la
principal: apartarse de Dios. Con el tema del hijo pródigo, nos presenta la ruptura de las
relaciones personales entre Dios y los hombres. El pecado aleja al pecador de la
intimidad y amistad divina. El pecado, aparta a las ovejas de su pastor (Lc 15,4). Esta es
la verdadera gravedad del pecado, el separar al hombre de Dios, ya que fuera de Dios no
hay salvación.
La salvación y el reino de Dios iluminan el concepto del pecado. Cristo llama a los
pecadores a quienes salva y perdona gratuitamente. Se aparta de los que confían en sus
propias obras. El Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido (Lc 19,10).
La salvación del pecador exige su conversión interior. Las parábolas de la misericordia
que acentúan la iniciativa divina, no olvidan esta conversión interior. El hijo pródigo
pensaba: "me levantaré y diré: padre, he pecado contra el cielo y contra ti" (Lc 15,18-
20). Cristo dice de la pecadora: "le son perdonados sus muchos pecados, porque amó
mucho" (Lc 7,47-48). Con la conversión, la gracia del perdón está asegurada. Sólo la
blasfemia contra el Espíritu es un obstáculo. El que se niega deliberadamente a obedecer
la llamada interior del Espíritu que lleva a Cristo, permanece en el pecado. La idea no es
nueva: el AT nos hablaba del endurecimiento voluntario de los corazones que los fija en
el pecado. Por otro lado se señala que la conversión interior del hombre es gracia de
Dios. El, como pastor, busca sus ovejas y las ama tanto que entrega a su propio Hijo. El
pecado es un mal muy grave, pues el Hijo de Dios, para rescatarnos de él, ha de
sujetarse a lo peor.
La expresión "Cristo murió por nosotros" (1 Cor 15,3; Rom 5,8), que sintetiza los datos
de la tradición primitiva, tiene en Pablo un contenido más jurídico y preciso que en los
demás autores del NT. En Rom 4,15 habla de una transgresión voluntaria a la ley divina
que pone de relieve la responsabilidad personal del pecador. Por esta transgresión desde
Adán reinó la muerte sobre todos e incluso sobre los que no habían pecado (Rom 5, 14).
Por ella vino también Cristo al mundo (Rom 4,25). La ley determina la materia y el
conocimiento del pecado, pero no redime al hombre. Pablo da como una realidad la
universalidad del mal y la necesidad, también universal, de la redención.
PIERRE GRELOT
Desde esta visión general examina Pablo el drama del pecado en su perspectiva
histórica, esbozando las etapas del plan. salvífico de Dios desde los orígenes hasta su
realización en Cristo (Rom 5-6).
Por la muerte de Cristo el pecado es vencido (Rom 5,15-21). La gracia justifica a los
hombres no en virtud de sus obras sino por la fe en Cristo. Esta fe obra
sacramentalmente en el bautismo la muerte al pecado y la vida en Dios por Cristo,
(Rom 6,1-11). Es el desenlace del drama provocado por la transgresión original: las
promesas escatológicas de los profetas se han cumplido y podemos reanudar la amistad
e intimidad divinas. En esta visión integra Pablo todos los elementos esenciales de los
autores sagrados anteriores, sólo queda un poco en la penumbra la responsabilidad por
los pecados individuales, pero la recogerá más adelante.
Pablo no ignora que en cada individuo se renueva el drama cuyo desenlace será la
salvación o la perdición personal. El hombre nace esclavo del pecado (Rom 6, 17-20).
Su libertad no queda suprimida -pues es responsable- pero, herida por el pecado, le
inclina hacia el mal. A esta disposición espontánea de la voluntad humana, san Pablo la
llama carne. Cuando el hombre vive según la carne, las pasiones de los pecados obran
en sus miembros (Rom 7,5-6). La ley no es pecado, pero por ella se conoce el pecado y
éste alcanza la raíz misma de la libertad humana. El hombre es un ser dividido,
empujado hacia direcciones opuestas por la carne y el espíritu: "si, pues, hago lo que no
quiero, reconozco que la Ley es buena. Pero entonces ya no soy yo quien obra esto, sino
el pecado que mora en mí" (Rom 7,16-17). ¿Cómo escapar de este drama interior?
Dios envió a su hijo en carne semejante a la del pecado, y condenó así al pecado en la
carne (Rom 8,3-4). No hay, pues, ya condenación alguna para los que son de Cristo,
porque la ley del espíritu de vida en Cristo nos libró de la ley del pecado y de la muerte
(Rom 8,1-2). El espíritu ha sanado la libertad humana en su misma raíz: le ha dado
poder para cumplir la ley de Dios, obrar el bien y vencer ,el mundo de la carne. En
cualquier momento se nos ofrece a nuestra conciencia una elección: la esclavitud del
pecado de la carne y de la muerte, hacia la cual nos inclina nuestra espontaneidad, o la
auténtica libertad en el servicio de Dios, llevados por la fuerza del Espíritu. De esta
íntima elección depende nuestro destino, según las palabras de San Pablo: "la soldada
del pecado es la muerte; pero el don de Dios es la vida eterna en Nuestro Señor
Jesucristo" (Rom 6,23).
PIERRE GRELOT
El vocabulario juaneo sobre el pecado es más pobre que en Pablo, pero su teología del
pecado no es menos rica. En las cartas considera el problema del pecado en la vida
cristiana, mientras que su evangelio muestra el drama del pecado anudado en torno a
Cristo.
En la vida cristiana, todo gira alrededor de la opción que el hombre toma frente a Dios.
Lo mismo sucede en la historia de Cristo. Los hombres, ante este Cristo, luz y vida del
mundo, se dividen en creyentes o incrédulos. Los primeros son llamados hijos de Dios y
los segundos constituyen " el mundo" por quien Jesús no ruega, "no ruego por el
mundo, sino por los que tú me enviaste" (Jn 17,9). Al ser Cristo luz, vida y salvación de
los hombres, cordero que quita el pecado del mundo, su sola presencia divide el corazón
humano, forzándolo a una elección: con él o contra él, fe o incredulidad. Por esto Cristo,
juzgando, salva al mundo. Este juicio se opera según la decisión libre del hombre: "el
que cree en él no será juzgado; el que no cree, ya está juzgado" (Jn 3,18).
Este es el pecado típico de los judíos incrédulos: rehusar voluntariamente al que podía
salvarles.' El evangelio nos señala la culpabilidad de esta incredulidad: pretender ver sin
la luz de Cristo: "han visto mis obras pero me aborrecieron a mí y a mi Padre" (Ja
15,24). Esta actitud pone de relieve la libertad humana que puede elegir o rechazar a
Cristo, luz en medio de las tinieblas del mundo: "la luz vino, pero los hombres
abrazaron las tinieblas". Esta libre elección es la esencia del pecado. Los sinópticos al
referirse a ella hablan del pecado contra el Espíritu y san Pablo del endurecimiento de
los corazones. Juan presenta este misterio del pecado teniendo ante sus ojos el
testimonio vivo de los judíos que llevan a Cristo a la muerte. Sabe que el drama de la
incredulidad judía se realizará mientras en la historia va anunciándose el evangelio de
Cristo. "En viniendo el Espíritu, éste argüirá al mundo de pecado... porque no creyeron
en mí" (in 16,8-9).
CONCLUSIÓN
A través de los dos Testamentos se han evidenciado las líneas de fuerza que articulan la
teología del pecado. En un plano inmediato, aparece el pecado como correlativo a la ley
de Dios, pero no en un sentido puramente jurídico, sino como expresión de la voluntad
objetiva e inmutable del creador sobre los hombres, les da a conocer su fin y el camino
conducente a él. Hablar así de la ley divina, supone tener presente todo el lenguaje
analógico y simbólico respecto a Dios; analogía y simbolismo que no caen en el mito ni
traicionan la realidad divina, sino que, por el contrario, dejan entreverlo como
perteneciente a otro orden.
PIERRE GRELOT
Decir que esta noción del pecado es un rasgo específico del Antiguo Testamento
abolido ya por el Nuevo y que el régimen de la gracia y del Espíritu Santo substituyen al
de la ley y de la letra, es confundir el sentido de los escritos paulinos y juaneos que
contrastan los dos regímenes (Jn 1,17). En realidad Dios da a conocer su voluntad,
primero por la misma conciencia (Ron, 2,14-15), después por la ley positiva revelada en
el AT y finalmente por los preceptos de Jesús. A través de estas etapas se perfecciona
nuestro conocimiento de la voluntad divina centrada en el máximo mandamiento del
amor. Amor que exige actitudes determinadas, normas fijas de conducta.
Veamos ahora la otra cara del problema del pecado: la deliberada violación de la ley
divina. Aquí entra en escena el misterio del mal, cuyo descubrimiento se ha hecho
progresivamente en el curso de la revelación bíblica. El NT lo ha puesto en una
evidencia total. Este misterio del mal, este peso del pecado, es mayor que el poder del
hombre, sus propias fuerzas no bastan para vencerlo. Es preciso el sacrificio de Cristo.
Es el Espíritu de Dios que le libera del pecado, obrando en él una transformación
interior que le permite llamarle Padre (Rom 8,1417) y le posibilita la observancia de sus
preceptos (Rom 5,5). Esta victoria práctica sobre el pecado supone la decisión humana
pero es un fruto del Espíritu (Gál 5, 22-23).
Visto así, el problema del pecado es esencialmente espiritual: es una opción contra
Dios. Ya desde el AT se va delineando con claridad el drama de la libertad que rechaza
a Dios. Es el caso de Adán y Eva o el endurecimiento de los corazones que hace
fracasar la alianza del Sinal. El pecado, además de debilitar la voluntad, es un peso que
la inclina a decidirse contra Dios, pero la gracia divina viene a contrapesar esta
influencia: "donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Rom 5,20).