Investigación Educativa en El Aula
Investigación Educativa en El Aula
Investigación Educativa en El Aula
- Investigación por transmisión. Aunque pareciera un tema hace años superado, aún
está el paradigma, aunque muy camuflado, de que la cabeza del estudiante está vacía y
debe llenarse con datos que ha aprendido el maestro. Como resultado de este
vaciamiento, está el del estudiante que cree que el maestro tiene que sabérselas todas;
no importa si el maestro genera espacios para pensar, lo que interesa es que transmita.
- La promesa mesiánica de la escuela. Otro paradigma que hay que franquear, para
apostarle a la investigación, es el creer que la educación solo se genera en la institución
educativa, y que la familia poco interés tiene para involucrarse en el proceso de
formación-en-investigación del estudiante, lo cual crea una fractura entre el mundo de la
vida social o de la vida cotidiana de los escolares y el mundo de la escuela. El concepto
de educación, entonces, se toma como un servicio más que se presta a los menores; su
amplia concepción de la vida se achica en el ámbito escolar; ella se limita al aprendizaje
de un saber, con el propósito de ponerlo al servicio de una sociedad que cada vez más
exige competencia y producción. No en vano la educación, tal como la entienden hoy
las agencias internacionales de desarrollo, adquiere valor solo si entra en el juego del
incremento de las competencias económicas, solo matizada con el fortalecimiento de la
democracia representativa (Martínez Boom, 2003: 19). Desde esta visión economicista,
se implanta un currículo competitivo con un alto grado mercantilista, en la quimérica
promesa de salir del «subdesarrollo» social.
- Investigar un tema, mas no un problema. Muchos creen que con investigar sobre un
tema se está resolviendo un problema; no obstante, es el problema el que determina el
tema; es decir, aquello que aqueja realmente a la comunidad educativa o el contexto
más próximo donde se encuentra inmersa la escuela. Zemelman hace hincapié en la
necesidad de no ir tras temas teóricos que suelen dar rodeos sobre sus propios
planteamientos, será mejor capturar aquellos problemas episté-micos difíciles de
apresar; incluso, problemas que no se encuentran nombrados, o si están nombrados,
cómo nombrarlos de otra manera; esto abre al investigador hacia encuentros creativos,
observando el problema desde otras posibilidades y no solo teóricamente. Ello es
posible, según el autor, si nos colocamos frente a las circunstancias que queremos
estudiar, sin precipitar juicios en términos de construir un predicado ya predeterminado,
con contenido sobre aquello que no conocemos; el no precipitar juicios teóricos que se
van a expresar en enunciados predicativos es lo que, en términos más amplios,
podríamos llamar problema (Zemelman, 2005: 71).
Una escuela interpelada por la investigación: apuesta que va más allá de un plan
de estudios
Si bien la investigación emerge desde el aula, ella debe interpelar la escuela en general;
ella es la que permite generar conciencia acerca de cómo se están adoptando los
procesos de enseñanza-aprendizaje, cómo es que se está manejando el conficto
interpersonal entre estudiantes o estudiantes-profesores, cuál es la participación de los
padres en el proceso educativo de sus hijos, cómo está la escuela impactando el sector
barrial o comunal de su localidad; en fin, una serie de posibilidades que permiten hacer
de la investigación un oxígeno para que la escuela salga de la hipoxia y el quietismo
asignatu-rista donde se encuentra sumida.
Para tal fin son posibles proyectos de investigación utilizando diversos enfoques y
diseños: desde aquellos proyectos cualitativos, que permiten develar comprensivamente
los sentidos otorgados por la comunidad educativa, hasta proyectos de investigación
acción participación (IAP), que posibilitan la asunción una praxis pedagógica3 de
transformación dentro del contexto escolar. La investigación en la escuela y el colegio
permite des-sedimentar el plan de estudios de su estructura rígida y asignaturista, que,
en muchas ocasiones, se focaliza solo en seleccionar, organizar y distribuir paquetes de
conocimientos llamados contenidos. Des-sedimentar, desde esta perspectiva, implica
remover toda esa gama de conocimientos que se vuelven inmutables con el paso del
tiempo y que poco a poco se legitiman en un deber ser justificado, tanto en su contenido
formal/teórico como en su orientación metodológica.
La investigación en el aula, y en sí en todo el contexto institucional, debe incomodar la
normalización y el buen encauzamiento transmisionista de la institución educativa, la
cual va del texto o la cartilla del docente al cuaderno del estudiante; esto exige, de
manera permanente, un rearme conceptual y didáctico respecto a lo enseñado y
aprendido en clase; o sea, obliga, especialmente al docente, a ponerse en situación frente
a aquello que quiere comunicar pedagógicamente. Esto sólo es posible si
la pregunta (que de manera reflexiva puede convertirse en un problema de
investigación) lo cuestiona permanentemente frente a las diferentes posibilidades de
circulación de saberes y conocimientos en los distintos espacios y tiempos escolares
(salones, pasillos, biblioteca, recreos, tiendas, baños, patios ).
Esa actitud tan milenaria y vigente, pero aún poco cultivada de cuestionarse y
ponerse no solo frente a las circunstancias, sino en situación respecto a lo que se
conoce, es lo que nos permite ver, interpretar y comprender nuestro contexto de diversas
maneras (Mèlich, 1994), y no caer en la trampa de leer el mundo sólo desde el foco que
nos muestran los textos escolares. Es una pregunta que se moviliza y desarrolla a partir
de un proceso de investigación, que se hace inseparable de la actitud interpretativa del
querer buscar, en medio de la inconformidad, aquellos intersticios que se abren en
medio de los contenidos que forman parte del plan de estudios. Porque no hay texto sin
contexto, es que nos encontramos en la necesidad de interpretar, es decir, de
contextualizar, de reelaborar, de decir y volver a decir, de desdecirnos, de leer y de
releer. Esta es una tarea inacabable, porque toda situación es finita, porque toda
situación es provisional y ambigua (Bárcena, Larrosa y Mèlich, 2006: 250).
En primer lugar, creemos que es preciso partir de una herramienta con la que todos
nacemos, pero que poco a poco perdemos o nos hacen perder: la curiosidad. Esta se
alimenta de los desequilibrios presentes en el día a día; brota de un sujeto que no se
satisface con respuestas aprendidas, y además quiere ver el sentido del mundo y sabe
que él es parte activa en esa constitución de sentido (Jaramillo y Aguirre, 2007). Ahora
bien, por ser tan abstracta, diremos que la conceptualización de la curiosidad es la
pregunta. En este sentido, hay que recobrar la presencia de la pregunta en el aula.
Muchos maestros nos aterramos de que cuando se solicita una pregunta, ningún
estudiante alza la mano; olvidamos que alguna vez ese estudiante fue ridiculizado por
hacer preguntas al maestro, o que el estudiante no está interesado en lo que el maestro
está diciendo o, simplemente, que sus preguntas son tan íntimas que aún no puede
configurarlas.
Más allá de los contenidos, podríamos preguntarnos entonces: ¿desde dónde se conoce
la realidad?; es decir, el ser humano en su proceso histórico conoce por necesidad o
por gusto, claridad importante en la formación del estudiante, ya que se puede conocer
por la necesidad de cumplir con un plan de estudios o, por el contrario, la aventura de
verse co-implicado reflexivamente en el proceso de producción del conocimiento.
En tercer lugar, aunque suene extraño, uno de los ideales de la escuela es la apertura y
fortaleza de un pensamiento crítico. Nada debe ser pensado y aceptado en la escuela
como dogma (excepto, se dirá, que las verdades religiosas; pero se olvida que hay que
dar razón de nuestra esperanza); en la escuela nada debe ser pensado como una verdad
acabada, como una proposición que tenga que obedecerse de manera dogmática. La
escuela debe ser un ejercicio de argumentación y contra-argumentación, un lugar donde,
a diferencia de la política5, la razón no la tenga el más poderoso; más aún, lo que menos
debe importar es quién tenga la razón, sino el placer de buscarla. A este respecto
citamos una frase de Locke (1999), quien magistralmente recoge lo dicho en los
apartados inmediatamente anteriores y nos da pie para pensar sobre la necesidad de la
crítica: quien esté por encima de pedir limosna y no quiera vivir ocioso de las migajas
de opiniones mendigadas, debe poner a trabajar sus propias ideas para buscar y
perseguir la verdad, y no dejar (cualquiera que sea el hallazgo) de sentir la satisfacción
del cazador (p. 6).
Pensemos un poco en la recomendación que hace Locke: poner a trabajar sus propias
ideas. No basta con tener un estudiante que conozca las fechas de las batallas de
nuestro país, las capitales del mundo, las tablas de multiplicar, los símbolos químicos;
esta información es importante, pero no basta. No basta porque quien la posee tiene que
ponerla a trabajar. Mucho se ha oído en los pasillos de los colegios, incluso en las
conversaciones familiares, que X o Y conocimiento no sirve para nada, que no se sabe
para qué se aprende tal o cual materia. Se supone que el maestro es quien tiene que
hacer la ligazón de su saber con la vida de sus estudiantes; sin embargo, cuando no
puede hacerlo, debe estimular en su aula una actitud que fomente en sus estudiantes una
crítica capaz de conservar la satisfacción propia del cazador, así lo que esté encontrando
no corresponda con lo que tradicionalmente se había dicho, o con lo que la sociedad
conserva como verdadero, o con sus antiguas creencias. Más aún, esta insatisfacción
entre lo dado y lo encontrado refleja una atmósfera auténticamente académica, pues,
como lo señala Searle (1993): no es objetivo de la educación hacer que los estudiantes
se sientan bien consigo mismos. Por el contrario, si en algo debe llevar la delantera es
en brindar un sentido permanente de insatisfacción. La complacencia es opuesta al
trabajo intelectual. El negro secreto de la vida intelectual es que el primer trabajo
considerable requiere una gran cantidad de esfuerzo, ansiedad y desesperación (p. 47).
Antes de finalizar este punto, pese a todo lo que queda fuera de consideración, tenemos
que hablar de la creatividad, palabra con la que la crítica está íntimamente unida. El
profesor Carlos Vasco (2000) ha enunciado el problema así: antes estábamos
acostumbrados a la docilidad en la aceptación de teorías científicas y matemáticas que
exponíamos, y de respuestas a preguntas y problemas que habíamos leído en los libros
de texto, hoy en día la creatividad nos impulsa a la capacidad de invención, de
expresión y de comunicación. Esta situación, al menos mirada desde el contexto de la
formación de científicos es obvia, pues, como lo habíamos planteado en otro texto, la
creatividad para el mundo científico no es extraña: se puede decir que desde sus inicios
las ciencias han involucrado altos niveles de creatividad, basta recordar las ideas de
Copérnico, desafiantes del mundo hasta ese momento pensado; los experimentos
mentales de Galileo y la cantidad de increíbles pasajes que nos relata la historia de la
ciencia (Jaramillo y Aguirre, 2004). Tanto el sentido crítico como la creatividad
pueden ser las claves para los desafíos que desde la escasez de recursos y la poca
voluntad política se plantean a la nueva generación de científicos de un país en atraso.
Desde las disciplinas que abordan la educación, los núcleos temáticos y problemáticos,
como estrategia curricular interdiscipliaria, se entienden como el conjunto de
conocimientos afines que posibilitan definir prácticas y procesos de investigación en
torno a un objeto / problema. Esto implica la construcción de estrategias que garanticen
la relación teoría práctica y la construcción de acciones participativas entre individuos y
grupos en la diversidad de soluciones propuestas (López y Nelson, 2001: 140). Por lo
tanto, esta estrategia es una dentro del abanico de posibilidades que se abre a la hora de
introducir el componente inves-tigativo en una comunidad educativa.
Lo que sí debe quedar claro es que, lejos del ideal de ciencia, la práctica científica no es
más que un partir de problemas y un llegar a problemas. Uno de los filósofos de la
ciencia más importantes del siglo XX, Karl Popper, definió el accionar de la ciencia de
la siguiente manera: toda discusión comienza con un problema (P1), al que ofrecemos
algún tipo de solución tentativa una teoría tentativa (TT) ; esta teoría es entonces
sometida a crítica, en un intento de eliminación de error (EE); y, como en el caso de la
dialéctica, este proceso se renueva a sí mismo: la teoría y su revisión crítica dan lugar a
nuevos problemas (P2) (Popper, 1994: 178). De acuerdo con esto, si queremos
sumergirnos en la investigación científica desde nuestras instituciones, tendremos que
adoptar metodologías en las que los problemas desempeñen un rol preponderante.
Consideraciones finales
Sabemos que muchos tópicos quedaron fuera de consideración, que habría múltiples
ópticas a este fenómeno y que lo que hicimos fue solo un arañar el problema acerca de
cómo investigar en el aula. Consideramos que este tipo de espacios y publicaciones
permiten reflexionar sobre las realidades que afectan nuestras instituciones escolares, y
crear inquietudes que, a la larga, nos ayudarán a comprender y renovar nuestra práctica
como docentes y estudiantes que aspiramos a continuar en una inconformidad con
aquello que se nos impone desde la externalidad y aceptación de lo que se entiende por
investigación y conocimiento científico. El debate sigue en pie.