El Llano en Llamas 70 Años de Una Obra Solitaria
El Llano en Llamas 70 Años de Una Obra Solitaria
El Llano en Llamas 70 Años de Una Obra Solitaria
solitaria — La Jornada
La reinvención de la naturaleza
Víctor Jiménez recerda que “en una entrevista Rulfo llegó a decir
que no entendía a la élite o la aristocracia, y tampoco a la clase
media, que era la suya, pero sí al pueblo”. Pero, ¿qué significaba
para el narrador jalisciense entender el lenguaje del pueblo? Si
nos apegamos estrictamente a su narrativa, resulta notable que
Rulfo vislumbró que lo relevante en el habla campesina no está
en su potencia y matices sonoros sino en lo que apenas
murmura: una visión personal del mundo, un modo singular de
habitar en él, el lenguaje afectado por el entorno, la palabra
cargada de deliberaciones personales, en suma, todo eso que
produce un tono propio: la relación íntima con un puñado de
palabras que nombran –cuidadosamente, como si se tratara de
miembros de la familia– animales, el panorama, árboles, el
trabajo y los quehaceres comunes. Rulfo entrevió la importancia
de que cada uno de sus personajes poseyera su propia visión del
mundo, y que esto sólo sería posible si lograba dotarlos con un
tono de habla privativo e intransferible, como efectivamente
hizo. En las recreaciones que se han realizado del habla rural a lo
largo de la historia de la literatura en nuestro país –tanto en el
pasado como en el presente– advertimos, en el mejor de los
casos, la intencionalidad de hacer un traslado fiel de ésta, pero
solamente logramos leer a un grupo de mujeres y hombres que
se expresan de manera uniforme, como si el autor no lograra
sospechar que lo relevante de este lenguaje consiste en la
relación privada que el emisor mantiene con él y que expresa
exclusivamente su manera de habitar y reflexionar el mundo. En
los peores casos –que son, al mismo tiempo, la inmensa
mayoría–, el habla campesina recibió un tratamiento folclórico,
inundado de lugares comunes, muchas veces despectivo, desde
una percepción que caricaturizaba a los campesinos. En todo
caso, se trata de recreaciones del habla popular en las que
solamente escuchamos la voz del autor. Rulfo, por el contrario,
no realizó un traslado del habla campesina, sino que es algo que
él internalizó y después reelaboró mediante artificios
estrictamente literarios. Lo que consiguió el narrador y fotógrafo
jalisciense fue desvanecer su voz entre el coro de voces que
narran sus relatos. No podríamos identificar en estos cuentos –
tampoco en Pedro Páramo– la voz de Juan Rulfo, porque
ninguno se parece a él. Conviene recordar que, en el extranjero,
los lectores se sorprendían de que Rulfo fuera un hombre blanco
y cultivado, semejante a cualquiera que pertenece a la clase
media latinoamericana, pues esperaban que el narrador luciera
igual a sus personajes. Lo que apreciamos en El Llano en llamas,
nos dice Víctor Jiménez, es “un melancólico ejemplo de justicia
poética: la única prosa literaria que podemos identificar en
México con una forma de poesía vino a nacer de un artificio que
evoca el habla de unos individuos que tantos autores, antes y
después de Rulfo, han ignorado del todo o utilizado sólo como
comparsas”.
Desmantelar el mito
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