Si Nueva York Suena Tu y Yo Bailamos, Edurne Cadelo

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Nick Costas tiene dos premisas en la vida. La primera: cero distracciones.

Y, la
segunda: no poner el corazón en lo que hace.

Es una lástima que la llegada a Manhattan del huracán Gaby Suárez vaya a hacer
explotar todas sus bases. Ella es arte en movimiento. Tan bonita, tan salvaje, tan
visceral.

Edurne Cadelo

Si Nueva York suena, tú y yo bailamos

ePub r1.0

Titivillus 29-06-2023

Tìtulo: Si Nueva York suena, tú y yo bailamos

Edurne Cadelo, 2022

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.1

Para los hermanos Silvestre, por ser luz, magia y efectos especiales.

«Deberíamos considerar perdidos los días en que no hemos bailado al menos una vez».

Friedrich Nietzsche

Nota de autora
Cansada de leer siempre historias ambientadas en la Gran Manzana cargadas de
clichés y tópicos, me animé a darle una vuelta de tuerca a la típica pareja de
protagonistas que siempre encontramos en las novelas románticas contemporáneas, y
que, por alguna razón que desconozco, suelen compartir el mismo rol.

Fue a finales de 2019, durante mi viaje a Nueva York, donde esta historia empezó a
coger forma en mi cabeza. Y, mientras esperaba en el aeropuerto para subirme a un
avión y regresar a España, bolígrafo y libreta en mano, dibujé el mapa de su trama.
Sin duda alguna, pasear por aquellas calles, escuchar su sonido y perder la mirada
en esos rascacielos infinitos me llenaron de inspiración.

La historia transcurre en plena época pandémica; sin embargo, una vez más, me he
negado a plasmar en la ficción la cruda realidad, por lo que mis personajes y sus
vidas son ajenos a la COVID-19.

Además, os recuerdo que esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la
realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos,
organizaciones y diálogos de esta novela son producto de mi imaginación.

Ojalá os guste.

Capítulo 1

NICOLA

Uno. Dos. Tres. Cuatro.

Me quedo como un idiota en el umbral de la puerta, observando cómo se miran, con


una mezcla de respeto y devoción. La risa que mamá trata de disimular cuando él le
susurra los mismos piropos en el oído, noche tras noche, es el mejor sonido del
mundo. Ese hombre fuerte, de cabello oscuro, ojos negros y manos grandes, marca los
pasos y ambos se mecen al ritmo de Cosa Della Vita, de Eros Ramazzotti y Tina
Turner, como si el mundo fuera solo de ellos. Parece mentira que su jornada laboral
haya empezado hace más de doce horas y aún tengan ganas de seguir moviéndose.

Nunca se lo confesaré, pero me encanta verlos bailar.

Papá se gira y me pilla mirándolos, a mí también se me escapa una risa floja, no lo


puedo evitar, pero pongo los ojos en blanco, fingiendo que me da un poco de
vergüenza ajena la escena. Entonces, él, en una clara provocación, se marca un
movimiento de cadera mucho más sensual, que termina con un beso sobre los labios de
mi madre.

¿Oyes eso, Nicola? Es la vida, que suena. Solo tienes que alejarte del ruido y
bailarla.

La voz de mi padre, pronunciando una de sus míticas frases, que bien podrían formar
parte de un recopilatorio motivacional, se diluye con los últimos acordes de la
canción. Me doy la vuelta para subir de nuevo a mi habitación y acostarme,
dejándolos solos unos minutos más hasta que decidan apagar las luces y despedir el
día.

Estoy a punto de meterme en la cama cuando el suelo desaparece bajo mis pies.

Cuatro disparos.

Cuatro disparos. Dos golpes secos.

Cuatro disparos. Dos golpes secos. Toda una vida.

Empiezo a correr escaleras abajo, lleno de pensamientos y vacío de aire, porque


apenas consigo que en mis pulmones entre una pequeña bocanada de oxígeno.

Fiona me llama.

Yo no me detengo.

Grito. Grito más fuerte. Grito hasta perder la voz.

Mi hermana llega hasta mí y llora. Llora y se cubre los ojos, con desconsuelo, con
pavor, con rabia, sin emitir ni una sola palabra. Solo llora. Solo llora.

Me abalanzo sobre sus cuerpos, calientes y ensangrentados, y los abrazo.


Hundiéndome entre los escasos centímetros que los separan y juntándolos de nuevo.

Sudor. El mío.

Olor a sangre. La de ellos.

Dolor. Agudo e intenso, del que te traspasa las entrañas y anida en lo más profundo
de tu ser; el de mi hermana y el mío, ahora ya solos en este maldito mundo.

Su último baile.

Beep. Beep. Beep.

El sonido incesante de la alarma del móvil me devuelve al presente de golpe.

Otro puto sueño. El mismo puto sueño. Una noche más.

Me siento en la cama como un resorte y noto cómo las gotas de sudor me resbalan por
la frente y por la espalda, estoy empapado. Me froto los ojos con vehemencia, para
arrojar un poco de luz a la oscuridad del túnel. Me presiono las sienes y, a
continuación, me palpo el pecho, intentando controlar mi ritmo cardiaco.

Respira, Nicola, respira. Ya no tienes diecisiete años.

Inhalo. Exhalo. Giro el cuello a la derecha y luego a la izquierda hasta que cruje
con ese sonido tan característico que da grima. Me quedo apoyado en el borde del
colchón, necesito levantarme, pero me tomo un par de segundos para calmarme. En
cuanto mis pies se posan en la alfombra de cachemira de pura seda, recuerdo que
estoy en el ático del Upper East Side y no en casa.

De puta madre.

El vaso con los restos de whisky en la mesilla y la melena de la rubia que está
encima de la almohada me recuerdan que anoche me pasé con el alcohol en la maldita
fiesta. Y, teniéndola aquí, también confirmo que cedí a su capricho.

Dios. No sé por qué he consentido que se quede a dormir.

Son las seis y media de la mañana y no puedo perder ni un minuto más lamentándome
por mis actos. Me voy al baño y entro directamente en la ducha, sin esperar a que
el agua esté caliente, es evidente que no necesito quitarme el pijama porque no lo
llevo puesto.

La rubia sigue en coma profundo cuando regreso a la habitación. En el vestidor,


cojo uno de mis trajes negros y una de mis camisas blancas, son todas iguales y me
visto con premura. Hago ruido aposta con los zapatos sobre la madera para ver si se
despierta, pero sigue sin inmutarse.

Bajo a la cocina cabreado y decepcionado, sobre todo conmigo mismo. Antes de


entrar, el olor a café recién hecho invade mis fosas nasales y, automáticamente, me
activo.

-Buenos días, Rosy. Llego tarde, solo tomaré esto. -Me estiro por encima de mi
asistenta para coger mi capuchino y me lo llevo a los labios, con necesidad. Suele
llegar tan pronto por las mañanas que a veces dudo de si dormirá aquí.

-Le he traído bizcocho de limón, señor Costas. Venga, siéntese y cómase un trozo,
que no son ni las siete.

Rosy, con su metro cincuenta, su mirada sabia y esos mofletes rellenos y


sonrosados, me sonríe. Es consciente de que mi vida es una verdadera carrera
contrarreloj y siempre voy con prisa a todas partes. Ahora, me observa, esperando
una respuesta. Habrá dedicado su valioso tiempo a preparármelo, por lo tanto, corto
un trozo grande con los dedos y le doy un buen mordisco.

-Está delicioso, Rosy. Muchas gracias. Por cierto, cuando te dé la gana me dejas de
tratar de usted. -Empleo un tono más serio. Se lo habré repetido mil veces, sin
embargo, ella sigue negándose a tutearme.

-Usted lo ha dicho, señor, cuando me dé la gana.

Me río con su respuesta y por ese punto de carácter que ha dado a su entonación. Me
toqueteo los bolsillos del traje para comprobar que llevo todo y, antes de salir,
le pido un pequeño favor.

-Por cierto, en mi habitación está mi ropa de ayer y hay otra tarea pendiente de la
que te tienes que ocupar, cuanto antes mejor.

Tal y como la miro sabe perfectamente a lo que me estoy refiriendo.

-¿Con desayuno o sin desayuno? -me pregunta condescendiente.

-Sin desayuno. Lo siento, ya sabes que no se suele quedar nadie, pero anoche no sé
qué me pasó.

-Quizá se lo podemos preguntar a Sinatra. -Me encojo de hombros haciéndome el


inocente. Probablemente, haya recogido la botella vacía de Jack Daniel’s edición
especial Frank Sinatra que dejé tirada en el salón.

-Quizá... -respondo y me aguanto la risa. Cuánta sabiduría cabe en un cuerpo tan


pequeño. Es increíble que me trate de usted y luego me eche esas broncas tan de
madre preocupada, en fin-. Hoy tengo una reunión muy importante y no puedo esperar
a que se despierte y decirle adiós yo mismo -me justifico.
-Tranquilo, ya se lo dice Rosy por usted.

Sonrío y me despido. Miro el reloj otra vez. En menos de dos horas aterrizará su
avión y todavía tengo que preparar algunos papeles antes de la reunión. Es una pena
que no pueda estrenarme como niñera hoy.

Marco el código de seguridad del ascensor que me lleva directamente hasta el


garaje. Cuando me fijo en mi Lamborghini Urus, cruzado en mitad de la plaza, me doy
un golpe mental por haber conducido anoche después de todas esas copas hasta aquí.
Arranco y, en cuanto se conecta el bluetooth, llamo a Adam.

-¿Una mala noche? -me pregunta antes de que pueda decir ni una palabra.

Genial, aquí está de nuevo esa maravillosa confianza que suele dar asco. Es lo que
sucede cuando, aparte de ser mi empleado, es uno de mis mejores amigos.

-Para olvidar, capullo. Te llamo porque tienes que ir al JFK y recoger a la


señorita Suárez. Ponte un cartel de esos que llevan los chóferes, como en las
películas, y tráela lo más rápido posible. ¿Sabes escribir su apellido? ¿O te lo
deletreo?

-Soy irlandés, idiota, no analfabeto. ¿Nunca te he dicho que mi abuela materna era
sevillana?

-No, que yo recuerde. Mira qué bien, ya tenéis un bonito tema de conversación.

Cuelgo sin despedirme, que para eso la maravillosa confianza también vale.

Capítulo 2

GABRIELA

La azafata me retira la botella de agua, es la tercera que he pedido en la última


hora y me informa de que en unos minutos empezaremos a descender y aterrizaremos en
el JFK en el horario previsto. Le pregunto por el tiempo que hace durante el mes de
julio en la Gran Manzana y ella, amablemente, me dedica unos largos segundos de
conversación. Parece que está siendo un mes bastante caluroso, pero ni punto de
comparación con las altas temperaturas que soporto en mi ciudad en esta época del
año.

Es la primera vez que salgo de España, la primera que viajo en bussines y, además,
la primera que tomo una decisión por puro instinto. Vamos, que me estoy licenciando
en primeras veces con este viaje. Intento estar tranquila, pero los nervios están
haciendo ganchillo con mis tripas dentro de mi estómago. Todavía no tengo muy claro
qué narices hago aquí. Como diría mi madre: No es lo mismo estar bien que
aparentarlo, mi niña. Pues eso hago en este instante, aparentarlo.

Suelto un suspiro demasiado largo y me acurruco en mi asiento. Sonará extraño, pero


todavía la siento a mi vera; aconsejándome, guiándome, riéndose conmigo, incluso
hablándome cerquita del oído, aunque solo sea en mi subconsciente. Me parece
mentira que casi hayan pasado dos años desde que dejó de tener los pies en este
mundo para posarlos en uno por encima de las nubes.
Espero que me disculpes, porque me pongo a divagar y ni tan siquiera me he
presentado. Bueno, en cuanto me conozcas un poco más te darás cuenta de que soy muy
de enrollarme con esto de las emociones, además, casi siempre las tengo a flor de
piel, por lo que me cuesta mucho disfrazarlas. Vale, ya me centro, que sigues sin
tener ni idea de quién soy, ¿verdad? Pues allá voy.

Me llamo Gabriela Suárez y nací hace veinticinco años en Madrid. Mi madre y yo


vivimos en la embajada francesa en la capital, donde ella trabajaba como chica del
servicio (hago hincapié en lo de chica porque apenas tenía veinte años cuando nací
yo). Cuando cumplí los dieciséis, nos mudamos a Sevilla, su ciudad natal, y de allí
no he vuelto a salir hasta hace unas quince horas aproximadamente, para meterme en
este cacharro de hierro rumbo a Nueva York.

No quiero aturullarte con mi verborrea incontrolable el primer día, aunque, te


aviso, hablo alto y claro, sin remilgos. Estudié en el Liceo Francés, rodeada de
familias bien (así se definían ellas) y sé tres idiomas (cuatro si cuentas el
español). Sin embargo, no me gusta utilizar un lenguaje demasiado finolis a la hora
de expresarme. Quizás es porque me tuve que adaptar rápido al cambio cuando nos
mudamos. A otra cuidad y a otro ambiente muy diferente, sobre todo cuando llegué
nueva al instituto del barrio. Allí, todo era radicalmente distinto. Soy bastante
social y extrovertida, así que me amoldé a la nueva situación sin dramas. Otra cosa
de la que seguro que serás testigo es de que me ponen nerviosa los silencios.
Vamos, que no los soporto. Por eso he vuelto loca a la azafata desde que
despegamos. Si llego a estar aquí metida tantas horas sin haber intercambiado ni
una palabra, pisaría suelo americano desquiciada, porque dormir como una marmota y
relajarme tampoco va conmigo. Huracán, me suele llamar mi amigo Marcos.

Cuarenta minutos más tarde, me despido de la tripulación y bajo del avión. Estoy
agotada; las ojeras que me he visto con la cámara del móvil lo corroboran. Y,
además, cuando desciendo por la escalerilla, me noto mareada.

Me cruzo el bolso sobre el pecho y me dirijo al control de pasaportes con él ya en


la mano. Avanzo por un largo pasillo, tirando de mi maleta rosa de lunares negros,
muy folclórica, como Lola, mi amiga y mi jefa, que es la que me la ha prestado; es
de las de cabina y va a reventar. El billete que llegó a mi correo electrónico hace
cuarenta y ocho horas no tiene fecha de vuelta, imagino que me darán luego otro
para regresar, así que he metido un poco de todo, improvisando.

Por fin es mi turno. Le entrego al señor agente, o lo que sea, mi pasaporte recién
estrenado para la ocasión y el ESTA, que también recibí por correo junto con el
billete, y al que ni tan siquiera he echado un vistazo. Después de las
comprobaciones oportunas, puedo decir que piso suelo americano.

Unos minutos más tarde, atravieso la puerta de la terminal sin saber quién estará
esperándome. Han llegado tantos vuelos a la vez que solo veo piernas y brazos
mezclados con ruido.

Respiro un par de veces y me detengo un segundo en mitad del gentío.

-Venga, Gaby, no tiene que ser tan difícil. Recuerda el nombre de la carta y
céntrate. Alguien habrá venido a por ti.

Exacto, las palabras las he pronunciado para mí misma, pero en voz alta. Otra manía
más. Interiorizar está sobrevalorado.

Manhattan, 30 de junio de 2020


Estimada señorita Suárez:

Siguiendo las instrucciones del señor Coté, tristemente fallecido el pasado 10 de


junio a causa de una intervención compleja de corazón que no superó, me pongo en
contacto con usted para convocarla a la lectura de su testamento, en el cual está
incluida.

Como su albacea, soy el encargado de hacer cumplir su voluntad y, por ello, tengo
el deber de comunicarle que deberá presentarse en las oficinas centrales de Coté
Group, en la 5th Ave con la W 42nd St en Manhattan, el próximo lunes 13 de julio.

Le ruego me envíe un correo electrónico al mail que le indico confirmándome su


asistencia, y así podré facilitarle por ese medio toda la documentación del viaje
en los próximos días.

Atentamente,

Nick Costas

[email protected]

Después de la sorpresa inicial por la citación y por tener noticias de Gabriel,


aunque fueran tan tristes, recordé otra de las frases llenas de sabiduría y amor de
mi madre: Nunca pares, nunca te conformes. Y, en un arranque de improvisación,
impropio de mí, respondí al correo diciendo que viajaría a esa lectura y que
quedaba a la espera del resto de detalles, sin consultar con nadie mi decisión.
Cuando se me pasó el subidón por el arrebato, empecé a ver el tema algo más
confuso. No obstante, odio dar marcha atrás y no soy de las que se arrepienten de
sus decisiones cinco minutos después de haberlas tomado, por muy descabelladas que
sean, así que, como he dicho antes, me dejé llevar por mi instinto y he llegado
hasta aquí.

Cuando se lo conté a mis amigos, me volvió a invadir el miedo. Lola se puso como
una loca, pero no de alegría, sino de preocupación. Me advirtió de que no diera ni
un euro por adelantado, porque eso sonaba más bien a estafa online que a otra cosa.
Luego le tocó el turno a Marcos. Él no paró de preguntarme si estaba segura de que
todo era real, con nombres y apellidos, porque parecía sacado de una trama de
alguna película sobre chicas engañadas que viajan a otros países y terminan en una
red de tráfico de mujeres. Flipé con la imaginación desbordante de ambos.

La verdad es que no tengo ni idea de por qué Gabriel me ha incluido en su


testamento, ni de por qué yo me he dejado llevar por ese primer impulso, que no
suele tener cabida en mis decisiones, y he cogido un avión hasta llegar aquí. Sin
embargo, lo que tengo más o menos claro es que no pierdo nada por venir y escuchar
su última voluntad, ¿o sí?

Los últimos días no he dejado de pensar en Tiffany, la hija de Gabriel. Ella y yo


nos criamos juntas en la embajada. Supongo que sus padres prefirieron que
compartiéramos estudios y juegos para que no se sintiera tan sola. Al fin y al
cabo, éramos las dos únicas niñas que revoloteaban por un mundo lleno de adultos.
Fue una bonita época que recuerdo con una sonrisa. Tuve suerte de tener una
infancia feliz. Ella era la nieta del embajador, el padre de Gabriel. Y yo la hija
de Cayetana, la asistenta. Sin embargo, a pesar de nuestros orígenes distintos,
nunca hubo distinciones entre nosotras, al menos en lo que a educación se refiere.
Ambas fuimos al mismo colegio (que, evidentemente, mi madre no pagaba), compartimos
los profesores de idiomas, las clases de piano y las horas de baile en una de las
mejores escuelas de danza de Madrid, que eran, sin duda alguna, mis preferidas y en
las que nació mi vocación por este maravilloso arte. Cuando ella iba a cumplir
doce, se mudaron a Nueva York. Nos enteramos de que Gabriel y su madre se separaron
casi al llegar. Nosotras nos fuimos a Sevilla después y perdimos el contacto.

¿Será ella quien está esperándome?

Intento leer los carteles que portan los chóferes mientras esperan a los recién
llegados. Por fin veo escrito mi nombre en uno. El chico que lo sostiene lleva un
traje negro, sin corbata. Es alto y moreno, con unos rizos desordenados que restan
formalidad a todo su aspecto, como si hoy no se hubiera peinado. Avanzo con
decisión y, cuando se da cuenta de que voy directa hacia él, se adelanta un paso
para ayudarme con la maleta.

-¿Nick? ¿Nick Costas? Soy Gaby.

Fruto de los nervios, me abalanzo sobre él para saludarle, con dos besos incluidos,
sin esperar a que pronuncie ni media palabra. Él, aturdido, se queda a medio camino
entre estampar su cuerpo contra el mío o rehuirme. Por eso, mis labios casi rozan
la comisura de su boca en plena confusión. Vale, ahora solo quiero que la tierra me
trague.

¡Coño! Siempre me olvido de que el saludo formal del resto de las culturas no
implica tanto toqueteo y besuqueo como el nuestro.

-Perdón, no quería... -me disculpo, en español, porque todavía no he cambiado el


chip.

-Tranquila -me responde él en inglés-. No soy Nick, soy Adam, su chófer.

Después del bochorno por el recibimiento y de observar que se lo ha tomado como una
anécdota divertida, por la sonrisa que me dedica, lo sigo hasta el coche en
silencio, dándome golpes mentales por mi maravillosa entrada en el país.

Así se hace, Gaby, te pueden contratar para rebajar las tensiones internacionales,
eres única.

-Lunares. Olé -dice ahora en español con una pronunciación rara y guarda mi maleta.

-¿Hablas español?

-No. Solo poco.

Cierra el maletero y veo que tiene la intención de abrirme la puerta trasera de


este impresionante deportivo. Es un Audi S7 Prestige, gris perla, que parece recién
salido del concesionario. No es que entienda de coches, pero he sido rápida leyendo
el modelo en la parte de atrás. Niego con la cabeza ante su cara de sorpresa y me
siento en el asiento del copiloto. Las vistas son mucho mejores aquí delante.

-Nicola me va a matar -sisea cuando se agarra al volante.

¿Nicola? No sé quién es, así que olvido su comentario, que ha sido de nuevo en
inglés, y trato de centrarme en que a partir de ahora será mi idioma también. Bajo
un poco la ventanilla para que me dé el aire, pero la vuelvo a subir un segundo
después, porque el ruido exterior es bastante abrumador.

En cuanto se incorpora al tráfico, mi cansancio se desvanece. Simplemente, ALUCINO.


Así, en grande y a colores. He visto esta ciudad tantas y tantas veces en series y
películas que tengo la sensación de que ya he estado aquí antes. Sin embargo, me
quedo embobada de igual manera admirando todo lo que vamos dejando atrás. Creo que
Adam me observa de reojo y se aguanta la risa. Me cuenta que sus padres son
irlandeses y que su abuela materna era sevillana, pero él ya nació aquí y no la
conoció. Vaya coincidencia. De ahí que sepa alguna palabra suelta en mi idioma. Él
nunca ha estado en España, pero tiene muchísimas ganas de ir. A ratos lo escucho y
otros desconecto, porque no puedo apartar la mirada de lo que hay detrás del
cristal. Se cuela una llamada por el altavoz y, cuando miro la pantalla, que está
en el salpicadero, solo aparece una N.

-Dime -responde Adam.

-Hola, ¿estoy hablando con el canguro? -pregunta una voz grave, con un tono
bastante ronco. A continuación, se empieza a carcajear-. Espero que hayas recogido
al bebé.

¿Perdona? He oído bien, ¿no? ¿Me ha llamado bebé? ¿Quién narices es este tío?
Espero que no sea el CEO de Coté Group, porque, si es así, me está pareciendo un
gilipollas.

-Eres un mamón y deberías controlarte un poco. Puede que me ría en tu cara más
tarde -le contesta Adam bajando el volumen, como si así no fuera a oírlo.

Saco mi móvil del bolso y quito el modo avión. Con tanto ajetreo ni me he dado
cuenta de desactivarlo. Y así, de paso, disimulo. Es mejor que crean que de inglés
ando justita. Busco una red que me funcione y mando un par de mensajes a mis amigos
para que sepan que he llegado bien.

-Vale, vale. ¿Cuánto te falta? No quiero que se retrase la reunión y tener que
cancelar toda mi agenda. No puedo perder el tiempo hoy.

-Con el tráfico que hay ahora mismo, media hora más o menos.

-Perfecto. Espero que ya le hayas dado el biberón a la niña. Aunque, seguramente,


en esa guantera tuya, que es como un pozo sin fondo, tendrás algún chupete, tenlo a
mano por si llora.

Definitivamente, me doy cuenta de dos cosas: la primera, que estos dos no tienen
una relación de jefe y empleado al uso. Y, la segunda, que, si este es el tal Nick,
sí, definitivamente, es gilipollas.

-Acqua in bocca, mozzarella -le advierte su chófer usando una expresión italiana
para que se calle.

Dentro de esos tres idiomas que aprendí, uno fue el italiano; no tengo mucho nivel,
pero me defiendo. Lo del queso debe de ser un mote.

-¿Por qué? Es fea y con bigote, no me digas más. Me la estoy imaginando, llena de
pelo por todas partes. -Se ríe solo. Adam me mira de reojo, tratando de adivinar si
lo he entendido, y tengo que hacer un esfuerzo enorme para que no se dé cuenta de
que sí-. Venga, no tardes.

-A riesgo de parecer tan imbécil como tú, te diré que lo más probable es que tú
mismo quieras ponerle el chupete dentro de un rato.

No entres al trapo, Gaby, no entres.


Capítulo 3

NICOLA

Bajo hasta la calle para recibir a la señorita Suárez, prefiero entrar con ella en
el edificio para que sea más fácil pasar el control de seguridad. Tiffany todavía
no ha llegado y la traductora tampoco. Espero que no se retrasen y que esto no se
alargue, porque he quedado con Richard dentro de dos horas en su oficina.

Hoy no dejo de pensar en Gabriel y en lo mucho que le hubiera gustado verla. Es una
verdadera lástima. Está claro que la vida sigue siendo así de puta; suele acabarse
sin avisar y tiene la mala costumbre de llevarse primero a los buenos. También
recuerdo el día que lo conocí. Estaba sentado en su despacho, esperando con
paciencia a su primer becario, que resulté ser yo. Entré en Coté Group, su recién
inaugurada empresa, antes de terminar mi último año en Columbia. Él había dejado la
diplomacia al regresar de España y estaba lleno de ganas e ideas. Su sueño: las
inversiones sostenibles. Su objetivo: dar calidad de vida a la gente con menos
recursos, sin dejar de hacer ganar dinero al resto de manera justa y razonable. En
su concepto de hacer negocios tenía cabida el beneficio para todos. En cuanto me
gradué, me convertí en su mano derecha, y enseguida me cogió mucho cariño, como yo
a él. Supongo que me vio potencial. Más tarde, nos dimos cuenta de que ambos
teníamos otra misión dentro de este negocio, una que, tras su muerte, tendré que
llevar a cabo solo. Gabriel empezó siendo solo mi jefe, después se convirtió en mi
mentor y, con el paso de los años, en mi amigo; así que, cuando me nombró su
albacea, no pude negarme, aunque fuera lo que menos me apetecía en este mundo.

Adam hace sonar el claxon y salgo del trance en el que me encuentro. ¿Por qué ha
ido en este coche? Doy un paso hacia adelante para abrir la puerta trasera, como el
caballero que no soy, y espero a que salga la señorita Suárez. Me quedo pálido
porque no veo a nadie sentado atrás. Cuando voy a pedirle a mi amigo una puñetera
explicación, la puerta del copiloto se abre y la veo a ella.

-¿En serio, Adam? ¿Dónde está el SUV? Y ¿qué significa esto? -inquiero con muy
malas pulgas.

-Está en el garaje. Haberme avisado con más tiempo.

La última respuesta de mi amigo es solo un encogimiento de hombros. Como si no


hubiera podido hacer nada para evitarlo.

La señorita Suárez sigue sin mirarme, saca una pierna del coche y se gira,
inclinándose sobre el asiento, para despedirse de Adam con un par de besos y un
gracias en español.

¿Esto...? ¿Qué me he perdido?

Cuando sale y se pone enfrente de mí, lo primero que capta mi atención es su


movimiento de melena, morena, larga y ondulada, con las puntas más claras y sin
peinar.

A continuación, no puedo evitar observar la forma de sus piernas; torneadas y


definidas, con un tono de piel almendra brillante, como si acabara de darse una
buena cantidad de aceite después de la ducha. Habitualmente, no suelo fijarme con
tanto detalle en una desconocida, pero con la falda corta que lleva puesta, roja
con topos blancos, con demasiado vuelo, deja muy poco margen a la imaginación. Ella
sonríe con suficiencia y me mira por primera vez a los ojos. Voy a tener que
tragarme mis palabras.

Ahora mismo soy una estatua.

Su mirada de hielo me recorre de manera rápida todo el cuerpo, desde los zapatos
negros que llevo puestos hasta el último pelo de mi cabeza, como si quisiera
escanearme antes de dirigirse a mí. Decido imitarla y no aparto mis ojos de los de
ella, casi tan oscuros como los míos, pero con mucha más luz. Después, desciendo
por todo su cuerpo. Es menuda, le saco más de una cabeza, pero está fibrosa; creo
recordar que Gabriel mencionó algo sobre ella y el baile. Me detengo un par de
segundos en su cara. Mentiría si te digo que no es guapa, pero tiene ese tipo de
belleza especial, fuera de los cánones. Tez morena, como el resto de su piel, ojos
muy expresivos, bordeados por unas pestañas largas y unas cejas espesas que le dan
mayor intensidad a su mirada. Una boca sumamente apetecible, de las de anuncio de
carmín, con unos labios carnosos que esconden unos dientes perfectos, solo me los
muestra cuando me dedica una sonrisa de lo más forzada de nuevo. Y, por último, me
fijo en un lunar, en la mejilla izquierda, cerca de la nariz, que le da un puntito
extra. Extrasensual.

En resumen, que no tiene el aspecto de niña que yo imaginaba. Se cruza el bolso por
el pecho sobre el top blanco ajustadísimo que completa su outfit y me distrae otra
vez. Debo de estar tan acostumbrado a las rubias de piel clara que me he quedado
como un imbécil observándola, hasta me obligo a cerrar la boca antes de empezar a
hablar.

Venga, Nicola, que parece que no hubieras visto a una mujer en años y, si mal no
recuerdo, has dejado a una en tu cama esta mañana.

Eso es. Belleza salvaje, esa es la palabra que no encontraba antes para definirla.
Salvaje.

-Buenos días, señor Costas. Soy Gaby Suárez y, antes de nada, me gustaría aclararle
una cosita, hace muchos años que dejé de tomar biberones. Aunque quizá me piense lo
del chupete. ¿Me lo pondrá usted? Por cierto, espero que sepa usar la boca para
hablar, no solo para boquear -suelta de carrerilla en un perfecto inglés británico,
dándome una bofetada sin usar la mano, por imbécil.

Todo este numerito provoca que Adam, que se acaba de bajar del coche, se parta el
culo mientras, teatreramente, se clava un puñal en el estómago. En sentido
figurado, claro.

-Yo, no... -balbuceo y recupero el aire solemne; no sé en qué momento me he


olvidado de quién es ella y quién soy yo-. Lo siento. Soy el señor Costas,
encantado, señorita Suárez. -Estrecho su mano e ignoro su último comentario. Me
acaba de demostrar que me ha pillado con todo el equipo, y encima habla mi idioma
casi mejor que yo.

-¿Qué hago con la maleta? -pregunta Adam, todavía con una sonrisa en la boca esa de
irlandés sabiondo que tiene. Tranquilo, ya te la borraré en el gimnasio un día de
estos.

-Llévala al ático -le ordeno y miro a Gabriela, que está con los brazos en jarras
esperando a que reaccione.

-Por favor, señor Costas, me puede tutear -me dice.

-Lo mismo te digo -respondo e intento reconducir la situación.

-Bueno, yo lo he hecho por educación, dado que eres el mayor de los dos. -Patada en
el estómago otra vez, a la que no pienso replicar.

-Luego te llamo, Adam -le advierto mucho más serio y le hago un movimiento con la
cabeza para que se meta en el coche y desaparezca.

-¿Vamos a seguir en la calle mucho tiempo? Porque necesito ir al baño.

-No, señorita Suárez, venga por... Perdón, ven por aquí. -Le señalo el camino y
avanzamos hasta la entrada del edificio.

Después de pasar el control, ella, con gesto de pocos amigos, y yo, todavía
sorprendido, llegamos hasta los ascensores en el más absoluto de los silencios.

-Qué manía con hacer todo tan alto -se queja entre dientes cuando pulso la última
planta.

Entra un pequeño grupo de ejecutivos y nos hacen retroceder hasta la pared del
fondo del elevador. Su cuerpo se pega un poco más al mío y su cabeza queda debajo
de mi barbilla. Tengo que dar un pequeño paso hacia un lado para no tener su
trasero pegado a mi bragueta. En un gesto rápido, mete los dedos en su pelo y se
revuelve la melena, dejando que un agradable olor a coco, supongo que de su champú,
se cuele por mi nariz. Cada vez que entra o sale gente, resopla y se sujeta con
fuerza a la tira de su bolso, dejando claro que le agobia tanto trasiego. No me la
quiero imaginar dentro de un vagón en el metro.

Las oficinas de Coté Group ocupan las cinco últimas plantas del edificio, de la
planta veinticinco a la treinta, donde está ahora mi despacho, así que, durante las
últimas cinco, estamos ella y yo solos; sin embargo, seguimos sin mediar palabra y
ahora no nos rozamos.

-Es por aquí. -Le indico el camino y nos adentramos en el primer pasillo, girando a
la izquierda.

Patty, mi secretaria, está sentada en su mesa con el teléfono pegado en la oreja.


Me comunica por gestos que todavía no ha llegado nadie.

Abro la puerta de mi despacho y me detengo para dejar que pase ella primero.

-Necesito ir al baño, con urgencia -me advierte, y reprimo la risa al ver cómo hace
un gesto raro cruzando las rodillas.

Joder, es brutalmente natural y me despista.

-Señor Costas...

¿Qué narices me pasa? Ahora, sin ser consciente, me estoy recreando en la parte del
estómago que queda al descubierto y en el piercing que luce en su ombligo.
Fantástico, me ha vuelto a pillar.

-Sí, perdona. Puedes ir al mío. Y llámame Nick, por favor. Está detrás de esa
pared.

-Está bien.

Avanza hasta mi mesa y le señalo el pequeño tabique. Gabriela se queda admirando


unos segundos el cuadro enorme que cuelga en la pared. Es una imagen del Palacio de
Cristal, en el parque del Retiro en Madrid. A Gabriel le encantaba. Suspira, no sé
si por nostalgia o porque tiene algún significado especial también para ella, y
luego desaparece.
-Señor, ha llegado la traductora -me anuncia Patty.

-Señor Costas, no la necesito -chilla Gabriela desde el baño y otra vez me trata de
usted. Mi secretaria se queda estupefacta cuando oye su grito-. Uy, perdona,
supongo que ya te habías dado cuenta. ¿No, Nick?

Menuda joya la señorita Suárez. No se corta ni un pelo.

-Pídele disculpas de mi parte y págale por haber venido hasta aquí.

-Perfecto, señor.

Antes de que cierre la puerta, Tiffany entra en mi campo de visión. Viene de


riguroso negro, con un vestido ajustado de manga larga y excesivamente corto. Trae
el pelo recogido en un moño bajo y lo lleva tan tirante que no sé cómo puede
gesticular. Todavía no se ha quitado las gafas de sol y aquí el astro rey no nos
ciega precisamente.

-Nick... -solloza y se cuelga de mi cuello. Casi a rastras, porque con esos tacones
de aguja tiene dificultad para caminar de manera fluida, consigo meterla en mi
despacho. Cierro la puerta para alejarnos de las miradas curiosas del resto de
empleados.

-Tranquila, Tif. Sé que es duro. Todos lo echamos de menos. -Trato de


reconfortarla.

No llora, porque el rímel y el maquillaje que lleva puesto desparecerían de su


rostro. Se da pequeños toques con las yemas de los dedos encima de los pómulos,
tratando de recomponerse. Este año cumplirá veinticuatro, pero siempre ha parecido
mayor. La ropa, las joyas y ese rictus de mujer poderosa que adoptó el mismo día
que entró en la universidad le suman años. Ahora mismo se parece mucho a su madre,
son como dos gotas de agua.

-Lo sé, pero es que ha sido tan repentino, no me puedo creer que ya no esté con
nosotros. Si hubiera hecho caso a mi madre, tenía que haberse cuidado más y haber
dejado la empresa, que solo le daba quebraderos de cabeza. -Logro separarla de mí
para mantener una distancia prudencial. Esta última frase que pronuncia es la misma
que me dijo su madre en el funeral, como si de verdad le hubiera importado la salud
de su exmarido en algún momento.

A pesar de que Gabriel solo tenía cincuenta años, su ex, que ya sabía que padecía
una enfermedad coronaria crónica, no dejaba de insistirle para que se retirase y
dejara la empresa en manos de Tiffany. Por supuesto, contaría con la inestimable
ayuda de su progenitora, que es la dueña de otra empresa de inversiones;
competencia directa de esta, pero con políticas empresariales completamente
distintas. Él nunca cedió, no era el tipo de hombre que disfruta quedándose en casa
mientras se le escapa el tiempo sin hacer nada productivo, y, además, quiso estar
al pie del cañón hasta el último momento.

Hago un pequeño gesto para que se siente, pero ella se queda a dos centímetros de
mi cuerpo, pasando sus manos por las solapas de mi traje y suspirando de nuevo.

El sonido de la puerta del baño la pone en alerta y deja de tocarme, sorprendida.

-Perdón, no sabía que había alguien más.

-Hola, Tiffany.
-¿Gaby? ¿Gabriela? Nick, ¿qué está haciendo ella aquí?

Capítulo 4

GABRIELA

-Tiff... -le dice él, moderando el tono.

-Yo tampoco tengo ni idea de lo que hago aquí, Tiffany -respondo perpleja-. Espero
que Nick nos lo aclare.

Hace más de diez años que no la veo y su aspecto hoy poco tiene que ver con el de
aquella niña con la que me crie. Ahora se da un aire a su madre. Me acerco a darle
un abrazo y ella me da dos besos de esos que no llegan a rozarte. Se ha convertido
en toda una mujer, está más alta y más rubia que cuando se fue de Madrid; a
diferencia de mí, que prácticamente estoy igual desde los catorce, por eso supongo
que me ha reconocido a la primera. Parece que acaba de salir de una sesión de fotos
de Vogue, impoluta y elegante. Por primera vez desde que he aterrizado, soy
consciente de que mi aspecto es un desastre. Llevo con la misma ropa casi
veinticuatro horas; falda corta de lunares, top y mis Converse blancas, si a eso le
sumas que apenas he dormido...

-Estoy esperando una explicación, Nick. No te ofendas, Gaby, esto no tiene nada que
ver contigo.

Nick, a secas (paso de seguir con el numerito de tratarlo de usted), se aleja hasta
su mesa para darnos unos segundos. Me tiene muy descolocada este tío. Primero,
destila arrogancia por teléfono y encima hace chistes con su amigo como si fuera
una niña pequeña a la que le han encargado cuidar. Después, al verme, se ha quedado
algo aturdido. Es pésimo disimulando. No sé a quién esperaba. ¿A una niña con un
par de coletas? Está claro que, cuando me ha visto bajarme del asiento delantero,
le he roto todos los esquemas. No he podido seguir con la farsa del idioma, aunque
me hubiera encantado vacilarlo un rato más. A partir de ese momento, se ha puesto
en modo profesional y me ha traído hasta su despacho como si le hubieran metido un
palo por el culo. Me da la sensación de que realmente es así, un estirado, aunque
al recibirme haya bajado un segundo la guardia.

-No pasa nada, yo también estoy bastante descolada, Tiffany -afirmo.

Él se sienta en su silla y revuelve unos papeles que tiene encima de la mesa.


Cuando pensé en el CEO de una empresa gigante como esta, me imaginé a alguien más
mayor, rondando los cincuenta, y no a medio camino entre los treinta y los
cuarenta, que es donde debe de estar él. Supuse que sería rubio con pinta de muy
americano, como los marines esos que salen en las películas. Piel blanca como la
leche y ojos pequeños y claros. Pues, vamos, no he dado ni una. Es moreno, de piel
y de pelo, que lo lleva cortito. Ojos casi negros, coronados por unas cejas anchas
que lo convierten en un tío de mirada penetrante, incluso desafiante podría decir,
en la de la izquierda se nota la marca de una pequeña cicatriz. La mandíbula está
cubierta por una barba de un par de días como mucho, arreglada al milímetro, que
deja al descubierto unos bonitos labios. Sus manos son grandes y tienen las venas
muy marcadas y las uñas perfectas. Sí, soy de esas que siempre se fijan en las
manos de los chicos, ¿qué le voy a hacer? Es alto y de espalda ancha. A pesar de ir
encorsetado en ese traje negro, muy a medida, se nota que tiene un cuerpo
trabajado, probablemente esculpido a base de meter horas extras en el gimnasio.
-Será mejor que os sentéis.

Sin decir nada más, coge un sobre lacrado y un abrecartas. Cuando estira el brazo,
mi mirada se va directa al reloj que luce en su muñeca izquierda. Un Certina, muy
antiguo, y estoy segura de que es el de Gabriel; un modelo clásico con la caja
dorada, ligeramente desgastada, y la correa en piel marrón. No creo que haya muchos
iguales. Lo recuerdo perfectamente porque me encantaba darle cuerda. Es una
verdadera joya. De niña, siempre era yo la encargada de girar la manecilla todos
los días durante el desayuno, porque no es automático. Tiffany le decía que lo
tirara a la basura, que solo era chatarra, pero a mí, en cambio, me encantaba.
Accedemos a su petición y nos sentamos en las dos sillas que hay enfrente de la
suya. Sin ser consciente, me pongo a juguetear con mi pulsera, presa de los
nervios. La mía no costará ni una décima parte de lo que vale el pedrusco que lleva
Tiffany en el dedo, pero para mí tiene un valor incalculable, porque era de mi
madre; es de plata, una simple cadena con una C y una G, nuestras iniciales, que
jamás me quito.

-Como sabéis, Gabriel me nombró su albacea y soy el encargado de leer su testamento


y de hacer cumplir su voluntad. Estáis las dos aquí porque sois sus únicas
herederas.

-¿Cómo? ¿Ella también? -inquiere Tiffany.

-Sí, ella también.

Me encojo de hombros, porque estoy igual de asombrada que ella. A ver, yo sí que
sabía que estaba incluida, sin embargo, parece que ella no tenía ni idea de que yo
iba a estar aquí, por eso me parece todo más surrealista.

-Déjame seguir.

-No entiendo nada, pero bueno, así era mi padre, un enigma para mí -añade con
resquemor.

Nick empieza leyendo una introducción legal sobre Gabriel, la ley y los derechos
que tenemos, con muchos tecnicismos que se me escapan, hasta que llega a la parte
del reparto de sus bienes.

-La casa de los Hamptons y el apartamento de tu difunto abuelo en París son para
ti, Tiffany. Además, te ha dejado un fondo fiduciario que podrás rescatar cuando
cumplas veintinueve años.

-Y ¿ya está? ¿Eso es todo? -Eleva las cejas y resopla.

-Déjame continuar, por favor -le pide encarecidamente Nick.

-Sigue.

-Sí, eso es todo, ya sabes que a tu padre no le gustaba acumular posesiones. La


única propiedad que falta es el apartamento del Upper East Side y es para Gabriela.

Apartamento. Gabriela.

-¿Cómo has dicho? Repítemelo, por favor. -Tiffany se levanta indignada y empieza a
caminar por el despacho.

A mí me pilla distraída, con la mirada perdida detrás de Nick, en los rascacielos


de Manhattan. Ahora mismo, me siento como si me hubieran tragado en la habitación
que Lola me dejó en la academia para dormir las últimas semanas y me hubiesen
escupido en mitad de un plató de televisión, de algún reality de esos donde te
intercambias con un rico. Esto es de locos.

-He dicho que la propiedad del apartamento será para Gabriela Suárez.

Mi cerebro, haciendo un esfuerzo enorme, intenta asociar los dos términos,


apartamento y mi nombre. Lo demás se difumina al ver el enfado de Tiffany. Empieza
a enredar con su móvil mientras echa humo por las orejas.

-Como broma no tiene gracia. Esto es ridículo e indignante. -Señala a Nick con el
dedo índice y lo acribilla con la mirada.

-Perdona, ¿has dicho para mí? -me intereso, muy confundida.

-Sí -me contesta escueto-. Tif, ¿puedes sentarte, por favor? Deja que continúe.
Tengo un día complicadísimo, no puedo perder toda la mañana con esto. -Se centra en
ella y siento la familiaridad con la que pronuncia la abreviatura de su nombre-. Es
la voluntad de tu padre, solo tienes que escuchar lo que dejó escrito y aceptarlo.

-Tengo que llamar a mi madre.

-Tiffany, tu madre no tiene nada que ver con esto. Tu padre y ella arreglaron sus
asuntos cuando se divorciaron. Estos son los bienes de tu padre y su legado.

Ella resopla y de mala gana se sienta otra vez. Separa su silla de la mía como si
tuviera una enfermedad contagiosa. Puede estar tranquila. He venido sin nada y sin
nada me puedo ir. No entiendo por qué Gabriel me deja un bien como ese que, aunque
no lo he visto, puedo suponer que tiene cierto valor, solo hay que ver cómo le ha
sentado a su hija ese reparto.

-¿Y qué pasa con la empresa? Mi padre era el dueño de esta empresa. ¿Dónde están
sus acciones?

-Tú padre hace un par de meses vendió todas sus acciones.

-¡Oh, maravilloso! ¿Y se puede saber a quién?

-A mí -responde firme Nick.

-¿Y el dinero que ganó con esa venta? Porque no has hablado nada sobre eso.

-Apenas hubo beneficio, una parte fue a tu fideicomiso y el resto lo donó a la


Fundación Coté. Sus cuentas están a cero.

Una risa histriónica invade ahora el despacho, creo que hasta se mueve la
cristalera del fondo con su bufido. Tiffany se levanta otra vez, agarra su bolso
con fuerza y se va hasta la puerta. Antes de salir disparada, se da la vuelta y
chilla:

-¡Esto es absurdo, Nick! No pienso escuchar una palabra más. Te llamará mi abogado
para aclarar todo esto. Bienvenida a Manhattan, Gaby, siento no estar preparada
para hacerte un tour por la ciudad, pero yo que tú no deshacía la maleta, porque no
voy a aceptar este disparate.

-Tiffany, no te vayas así. Sentémonos a hablar. Yo no quiero nada y seguro que hay
una explicación a todo esto. Quédate para arreglar este malentendido.

-¡Tiffany! -Nick le grita, pero ella nos ignora a los dos y se marcha con un
portazo.

El teléfono del despacho suena y ahora soy yo la que me levanto de la silla y paseo
por toda la estancia, no puedo estarme quieta. Necesito procesar toda esta
información. Pego mi nariz al cristal y bajo la mirada cargada de vértigo. A mis
pies, diviso Bryant Park, un trocito de naturaleza en medio de esta jungla de
edificios y, justo detrás, la Biblioteca de Nueva York. Es lo que tiene Google
Maps, que te ubica un poco antes de visitar un lugar.

-Tranquila, enseguida termino -responde Nick-. Gabriela...

-Llámame Gaby, nadie me llama Gabriela.

-Gabriela -repite en modo automático como si no me hubiera oído-. Tiffany puede


llamar a todos los abogados que quiera, el testamento de Gabriel es este y te puedo
asegurar que no tiene nada de ilegal. Dejó instrucciones claras de cómo quería
repartir su legado.

-Ya, pero yo no soy un miembro de su familia. Es lógico que su hija haya flipado
con todo esto, igual que yo. Gabriel siempre me trató muy bien y le agradezco el
gesto que ha querido tener conmigo, pero como imaginarás, que me deje una propiedad
en esta ciudad me resulta excesivo.

-Mira, ahora tengo que irme, es algo urgente que no puedo eludir. Te voy a dejar en
el apartamento de Gabriel, que ahora es tuyo, para que descanses. Has hecho un
viaje muy largo y estarás agotada, más tarde, te explicaré las condiciones.

-¿Qué condiciones?

-Las que ha dejado Gabriel estipuladas para ti. La letra pequeña, como se suele
decir. Deberías descansar primero y, después, con toda la información en tu poder y
la cabeza fría, podrás tomar una decisión.

-Mira, esto no tiene ningún sentido. Dime dónde firmo para que sea todo de Tiffany
y llévame al aeropuerto, volveré a España en el próximo vuelo.

-No puedes. Lo siento, no es así de sencillo. No puedes traspasar una propiedad que
no será tuya hasta dentro de seis meses.

-¿Seis meses? ¿Cómo...?

-Por favor, dame unas horas y te lo explicaré todo.

Antes de que pueda negarme o aceptar, porque la verdad es que la cabeza ahora mismo
me va a mil por hora, suena su móvil. Menudo estrés que tiene este tío, yo no
podría vivir así.

-Dime, Richard. No, no, tranquilo, voy para allá.

-Está bien -cedo sin demasiada convicción cuando cuelga-. Será mejor que descanse y
me dé una ducha. No obstante, después me tienes que aclarar de qué va todo esto.
¿Entendido? -le ruego.

-Perfectamente.

Coge un maletín de cuero negro y salimos del despacho. Se despide de su secretaria


y otra chica le entrega una carpeta en mitad del pasillo. Él la recoge sin
inmutarse y la guarda. En el ascensor, nos mantenemos en silencio; yo más bien en
estado de shock después de escuchar todo lo que ha dicho. Bajamos directos hasta el
garaje y me subo en su coche, un SUV negro que parece una nave espacial, por fuera
y por dentro. Cuando me dejo caer en el asiento, echo la cabeza hacia atrás,
agotada. Me pongo recta cuando salimos a la calle y veo la luz del sol. No puedo
evitar fijarme en cómo conduce, agarrando el volante con una sola mano, destilando
seguridad, y eso que no va despacio. Ya te he dicho que odio los silencios, así que
le pregunto qué es lo que suena por los altavoces por sacar un tema de
conversación.

-All I Want, de Kodaline -me responde seco.

-No tengo ni idea de quienes son, es la primera vez que los escucho.

-Son irlandeses, le gustan a Adam.

Visto que es parco en palabras y que no tiene ninguna intención de darme bola, me
pierdo en el tráfico de Manhattan mientras escucho la canción. El cansancio hace
mella en mi cuerpo y bostezo, muerta de sueño. Aunque no quiera reconocerlo, es
verdad que necesito descansar.

No tardamos en llegar a nuestro destino, un edificio alto, aunque no tanto como el


de las oficinas en el que hemos estado. Destaca porque los de alrededor son más
bajos y de ladrillo rojizo, en cambio, este tiene una construcción más moderna, con
la fachada de cristal. Mete el coche en el garaje por un lateral y, después de
aparcar, me guía por una puerta de doble hoja hasta el ascensor. Marca un código de
cuatro cifras cuando estamos dentro y empezamos a subir. Observo cómo mira su reloj
y le da unos toques a la esfera mientras resopla. Deduzco que se le ha olvidado
darle cuerda y por eso se le ha parado. Acerco mi mano a su muñeca y noto cómo se
tensa con mi contacto, que le pilla por sorpresa. Miro la hora que marca la
pantalla del ascensor, que, por cierto, casi te dice hasta el horóscopo para la
próxima semana, y tiro de la cebolleta para adelantarle los quince minutos que
lleva de retraso, acto seguido, le doy cuerda. Nick me mira sin entender nada,
descolocado por mi intromisión.

-Yo era la encargada de darle cuerda todas las mañanas durante el desayuno -le
aclaro y parece que entiende que sé que es el reloj de Gabriel.

El elevador se detiene en la planta diez y salimos a un rellano de mármol blanco


con dos puertas enormes del mismo color. Una a la derecha y otra a la izquierda. Se
pone delante de la última y saca una tarjeta negra del bolsillo interior de su
traje, la introduce en una ranura y, a la vez, marca otro código en una pantalla
táctil para abrirla.

-Lo siento, pero no puedo hacerte una visita guiada ahora -se excusa, sujetándome
la puerta sin pasar-. En el frigorífico encontrarás comida y Adam habrá dejado tu
maleta por ahí. Intenta descansar. -Me da un papel, lo cojo y lo aprieto en mi mano
sudada.

Creo que ahora estoy más nerviosa que antes, es la casa de Gabriel y no sé qué hago
aquí.

-¿Y esto?

-Es el teléfono de Adam, si necesitas cualquier cosa, llámalo.

-No necesito nada de Adam. Solo quiero una maldita explicación -protesto cabreada
antes de traspasar el umbral de la puerta, mirándolo a los ojos. No creo que sea
tan difícil darse cuenta de que estoy perdidísima.

-Tengo que irme -insiste e ignora mi enfurruñamiento-. Te prometo que la


explicación te la daré luego.

Desaparece sin decir adiós.

Me quedo unos cuantos segundos en el quicio, luego avanzo. Necesito estar en


posición horizontal un rato. Cierro la puerta con poco entusiasmo y camino como los
burros, con la mirada solo al frente. Paso de ponerme a inspeccionar ahora todo y
terminar mucho más agobiada de lo que estoy, ya tendré tiempo de flipar más tarde,
con el cuerpo descansado.

Lo primero que me encuentro al entrar a mano izquierda es un salón enorme y su


pieza estrella, un sofá blanco, impoluto, mi salvación. Suelto el bolso y me
descalzo con los pies, lanzando de malas maneras mis zapatillas. Después, me tumbo
boca abajo en el sofá, que es más grande que el camastro en el que he dormido
últimamente. Entierro mi cabeza entre dos cojines de terciopelo gris y saco todo el
aire de mis pulmones antes de caer en coma.

Una de dos, o apago mi mente y me duermo o muero por asfixia.

Capítulo 5

NICOLA

El departamento donde trabaja mi amigo en el FBI tiene parte de sus oficinas en la


planta catorce de una torre cerca del World Trade Center. Cada vez que vengo por
aquí y cruzo delante del Memorial 11S, me invade la energía que desprende este
sitio. Aunque hayan pasado tantos años, me sigue abrumando contemplar las dos
enormes fuentes que erigieron como monumento a las víctimas de aquel fatídico día
de 2001. Y, por alguna razón que desconozco, me gusta detenerme un segundo y sentir
el escalofrío que recorre mi cuerpo; como si las almas de todas las personas que
fallecieron en el trágico acontecimiento todavía pulularan en el ambiente para
recordarnos al resto de los mortales la fragilidad de nuestra existencia.

Después de haber perdido hace diecisiete años a mis padres, sigo siendo incapaz de
darle valor a la vida, al menos a la mía. Por eso tengo grabados a fuego dos lemas
que sustentan mi base. El primero, no poner el corazón en lo que hago. Supongo que
es la mejor opción para que nada ni nadie puedan rompérmelo. Y, el segundo, pero no
menos importante, cero distracciones. De ahí que quiera resolver cuanto antes el
tema de la herencia de Gabriel para dejar de ocuparme de sus asuntos y centrarme
solo en los míos.

Me río cuando leo la nueva placa que cuelga en la puerta del piso, han debido de
cambiarla hace poco, porque, cuando estuve la última vez, era otra. Lo importante
es mantener la tapadera y que los vecinos no relacionen esta oficina con la Agencia
Federal de Investigación.

-Buenos días, Nick. Richard te está esperando en su despacho. -Bárbara es la que me


recibe al entrar.

-Gracias -respondo con una sonrisa y avanzo por el largo pasillo.

Richard es mi mejor amigo desde que tengo uso de razón, sencillamente, no recuerdo
un solo día de mi infancia sin que él estuviera conmigo; recorriendo el barrio con
nuestro patinete o pateando sus calles. También era habitual vernos enfrascados en
el garaje de su padre, arreglando las bicicletas que nos daba el señor Bonelli
cuando ya no podía sacar dinero por ellas. Las meriendas en el patio trasero de mi
casa junto a él merecen mención aparte. Solían terminar con el robo de un par de
helados en el restaurante de mis padres o, más bien, con nosotros cogiéndolos a
hurtadillas y la sonrisa ladina de mi madre mientras fingía que no nos veía. Su
padre, Renzo, policía ya retirado, y el mío se instalaron en lo que ahora se conoce
como NoLIta a la vez, cuando llegaron con nuestros abuelos desde Italia, y
enseguida se hicieron íntimos amigos, como nos ocurrió a nosotros después. Richard
no tiene la típica pinta de italiano como me ocurre a mí. Él es alto, pelo castaño
claro y ojos azules. A pesar de que los dos nacimos en América, nos encanta
presumir de nuestras raíces y mantener la mayoría de nuestras costumbres, al menos
en la intimidad. Mi amigo siempre tuvo clarísima su vocación, desde que éramos dos
mocosos. En cambio, yo nunca supe a qué quería dedicarme. Era muy bueno con los
números, pero también me encantaba el deporte y fantasear con recorrer Europa y
aprender a cocinar con los mejores chefs del mundo para después abrir mi propio
restaurante. Al final, empujado por las circunstancias, me matriculé en Columbia y
me labré un futuro en el mundo empresarial.

Entro sin llamar y, cuando veo a su jefe de pie, al lado de su mesa, me detengo. La
confianza y la impaciencia en este instante me han hecho perder los modales. Me
quedo en la puerta, esperando a que me dé paso.

-¿No te enseñaron a llamar en tu barrio de inmigrantes? -me pregunta mi amigo


haciendo gala de su sarcasmo.

-Pasa y no le hagas ni caso, yo ya me iba -me dice Jack, su superior, y se despide


de mí con un apretón de manos.

-Buenos días, llegas tarde -me recrimina Richard-. Tranquilo, supongo que has
estado ocupado dando el pecho a esa baby que ha llegado hoy de España, ¿me
equivoco?

-Me voy a cagar en el irlandés y en su enorme bocaza.

Merda. Si estos dos ya la han rebautizado como baby, con tonito, me puedo dar por
jodido.

-Vaya, hubiera pagado millones por ver tu cara cuando se bajó del coche.

-¿Cuándo se bajó quién? ¿Ella? ¿O él? -Me hago el loco.

-Ella, pequeño Nicola, ella.

Me gusta oír mi verdadero nombre saliendo de su boca, me sirve para recordar quién
soy y de dónde vengo. Solo me llaman así mi familia y mis amigos más íntimos, que,
por supuesto, son la familia que escogí, o quizá fuera al revés.

-Ya veo que Adam no ha escatimado en detalles. Me alegro de que te ponga al día -
miento y me siento en la silla que está libre.

-Bueno, ya sabes, es mucho más hablador que tú, por eso lo dejé entrar en nuestro
matrimonio, para enterarme de todo lo que tú te callabas, ¿recuerdas?

Claro que lo recuerdo. Siempre fui el más introvertido de los tres y, además, ese
rasgo se acentuó después de perderlos. El irlandés entró a formar parte de nuestra
hermandad para convertirnos en un triángulo equilátero en plena adolescencia. Lo
conocíamos del barrio, pero solo de vista. Adam fue el único miembro de su familia
que fue al instituto y aquel primer día de clase, en cuanto nos vio en el pasillo,
se juntó a nosotros como una pegatina. Odiaba sentirse como pez fuera del agua y
sabía que, aunque no habíamos hablado nunca, éramos sus vecinos, por eso se sentó
con nosotros como si fuéramos íntimos. Ya sabes eso que dicen de mejor malo
conocido... Adam era un encantador de serpientes, enseguida se las apañó para
convencernos de que los tres juntos seríamos los reyes de la secundaria. Al final,
le tuvimos que dar la razón. Fue una época loca y muy divertida, llena de primeras
experiencias compartidas; chicas, fiestas, alcohol, al menos hasta el último año,
cuando todo mi mundo cambió.

Nuestro amigo se alistó en el Ejército al terminar el instituto, siguiendo los


pasos de su idolatrado hermano. Su aventura duró varios años; Irak, Siria,
Afganistán... donde, lamentablemente, no pudo hacer nada por salvar la vida de
Donovan después de que sufrieran un grave ataque. Regresó a casa hundido junto a su
féretro. Sabemos que una parte de él nunca volvió del todo. Dejó de servir a
nuestro país y se encerró en casa con su madre. Fueron meses muy jodidos, en los
que ni tan siquiera quería vernos. Richard había empezado a trabajar en la Agencia
y yo acababa de entrar en Coté Group, aun así, siempre buscábamos tiempo para él.
Fuimos muy pesados y nunca dejamos de insistir hasta sacarle a la fuerza del pozo
donde había caído. En cuanto empecé a ganar dinero, lo convertí en mi chico para
todo, imagino que dejó de sentirse un inútil y recobró parte de la luz que había
perdido. Somos conscientes de que todavía tiene días en los que no se deshace de la
culpa. Lo más probable es que las secuelas psicológicas convivan con él
eternamente, sin embargo, sabe que siempre podrá contar con nosotros, sin
excepciones. Si algo nos define a los tres es la palabra LEALTAD.

Suena mi móvil y lo saco del bolsillo de mi chaqueta. Es Fiona, mi hermana, que no


ha podido asistir a la reunión.

-Espera, te pongo en altavoz.

-Vale, os escucho.

-Le iba a decir a tu hermano que está todo preparado para esta noche. Bárbara
estará en el ático y será la encargada de sacarle la confesión.

-¿Hoy? -pregunta ella-. ¿Estáis seguros?

-Sí, está todo en marcha, tranquilos. Solo quería avisaros para que estéis
preparados.

-¿Y crees que hablará en mitad de la fiesta? -inquiero yo.

-Déjalo en nuestras manos, Nicola.

-Chicos, os tengo que dejar, lo siento. Tengo una videollamada urgente. Luego me
cuentas el resto, hermanito.

-Arrivederci -decimos al unísono.

Mi amigo me va a poner al día sobre cómo han organizado el operativo, pero antes de
que pueda empezar con los detalles, entra su compañera en el despacho.

-Richard -nos interrumpe Bárbara-. Jack prefiere que preparemos juntos la furgoneta
y el equipo para que no haya ningún problema esta noche. Lo siento, Nick, te lo
tengo que robar.

-Dame dos minutos y bajo -responde él y la mira sonriente.

-Vaya, vaya... ¿Quieres que hablemos de lo que te gustaría que te preparara Bárbara
en realidad? -le pregunto para tocarle un poco la moral-. Porque a mí también me
gustaría ver tu cara cuando te lo explique.

-Los cojones.

-Correcto, más o menos estaba pensando en algo relacionado con esa zona.

-¡Que te den, Nicola! No tengo nada que hablar contigo, excepto que quieras tú
comentarme algo sobre una morena con un lunar en la mejilla que te ha hecho
relamerte y ajustarte el pantalón.

-¡Que te den, Richard! Gabriela es trabajo.

-Bárbara también lo es.

-Pues todo aclarado entonces. La fiesta empieza a las nueve, espero que mañana
salga en todos los periódicos la cara de ese hijo de puta -sentencio.

-Yo también, Nicola, yo también.

Mi amigo se levanta y me abraza, pegándome un par de palmadas en la espalda antes


de darme un beso en la mejilla. Costumbres italianas que no todos entenderán.

No me gusta lamentarme y menos cuando sé que, en el fondo, soy un privilegiado,


porque sigo contando con el apoyo y la ayuda de mis amigos, y eso es lo
verdaderamente importante.

Me despido de ellos en el portal y voy a por mi coche. Miro el reloj y compruebo


que casi son las dos. La imagen de Gabriela girando la manecilla y rozando mi
muñeca viene a mi mente. Sus dedos finos, el olor a coco que desprende su pelo y
esa sonrisa con la que intentaba decirme que había sido un acto reflejo se me han
quedado grabados en la retina. Doy una palmada en el volante y cabeceo. ¿Qué coño
te pasa, Nicola?

Sé que necesita una explicación y que soy el que tiene que dársela, pero de
momento, tendrá que esperar.

Cero distracciones.

Exacto.

Voy camino de TriBeCa cuando entra una llamada de mi hermana.

-Estoy ya en el coche, pesada.

-Zio, yo no soy pesada. Mamá ha entrado en la cocina y eso no me gusta, así que ven
rápido. -La voz de mi sobrina, Helena, se cuela por los altavoces del coche y me
empiezo a reír.

-Tranquila, ya voy. Dile a tu madre que, si no vivierais en un vecindario de pijos


por culpa del hipster de tu padre, podría encontrar aparcamiento con más facilidad
y ya estaría metiendo la lasaña en el horno.

-¡Mami! -le grita con ese acento tan raro que tiene mezcla de tres idiomas-. Dice
zio que sois unos pijos y unos pister, pero yo solo quiero comer su lasaña.

Me descojono más fuerte. Cinco años, cinco años de sabiduría y desparpajo.

-Vale, vale, no hace falta que se lo expliques todo, Helena. Enseguida llego.
Tardo más de media hora en aparcar cerca del loft de mi hermana en TriBeCa. Ella y
su marido son dos informáticos muy frikis que empezaron a ganar muchísimo dinero
antes de los veinticinco y lo invirtieron en una de las zonas más cool de
Manhattan. Antes de terminar la carrera, ya se los rifaban todas las
multinacionales, sin embargo, decidieron ser sus propios jefes y, a tenor del
resultado, acertaron. Trabajan desde casa y este barrio les proporciona todo lo que
necesitan; tiendas, bares, restaurantes... perfectos para su estilo de vida
desenfadado, al menos hasta que llegó Helena y revolucionó todo su mundo. Tienen
una empresa de ciberseguridad y, créeme, no hay ordenador en el mundo que se les
resista. Hasta Richard les encarga de vez en cuando algún trabajito y, siempre que
puede, les tienta para que entren en la Agencia; sin embargo, ninguno quiere
involucrarse más allá de trabajos puntuales como, por ejemplo, la investigación que
tenemos entre manos ahora. Puede decirse que, extraoficialmente, en este caso, los
dos somos sus colaboradores.

Me abre Cham, mi cuñado; japonés, vietnamita, malayo o coreano, nunca me ha quedado


muy claro cuál es su verdadero origen, y tiene delito, porque está con mi hermana
desde el primer año universidad y de eso hace casi veinte. Sí, son de esas parejas
adorables que pueden pasarse juntos las veinticuatro horas del día sin odiarse.

-Zio... -Mi sobrina aparta a su padre y se lanza a mi cuello-. Me muero de hambre,


por fin estás aquí.

-Por fin -respondemos Fiona y yo a la vez, como si nos hubieran programado.

Pongo al día a mi hermana con los pocos detalles que Richard me ha explicado
mientras ultimo la lasaña, ella es nefasta para la cocina, de ahí que su hija me
reclame.

Una vez sentados en la mesa, le cuento el marrón que he dejado pendiente de


Gabriel, la reacción de Tiffany y un poco todo lo demás. Odio que me ponga esa cara
de sabelotodo cuando le hablo por primera vez de Gabriela.

-Es guapa. -No lo pregunta, lo afirma la listilla-. Y, por cómo me la has descrito,
te enerva un poco su carácter, pero te mola...

-Fiona, por favor, qué tienes ¿catorce años? ¿Me mola? No seas cría. Yo no...

-Puede suceder que una hoja se hunda y una piedra se mantenga a flote -me
interrumpe mi cuñado, como el que no quiere la cosa.

-Proverbio japonés -añade mi sobrina resabida, tirando de mí para que la acompañe a


su habitación en lo que sus padres recogen los platos.

Miro a mi hermana y a Cham y cabeceo. Panda de tarados.

-Sí, será mejor que nos vayamos a jugar, Helena, antes de que tus padres te sigan
licuando el cerebro con su pensamiento zen.

El resto de la tarde la paso con muñecas, micrófonos y hasta horquillas en el pelo,


mi pecosa favorita es quien acapara toda mi atención y, después de merendar con
ella, me despido hasta el domingo.

Cuando llego al rellano de la planta décima, me detengo unos segundos delante de la


puerta de Gabriela. Será mejor entrar y explicarle qué hace aquí. Confío en que no
me lleve más de media hora, que es la que tengo libre.

No oigo ni un solo ruido, así que avanzo hasta el salón, puede que se haya metido
en la cama y esté en el piso de arriba. Me asomo y veo su reflejo a través del
cristal. Está tirada en el sofá en una postura circense. Descalza, con la melena
revuelta cubriéndole la mitad del rostro, una pierna doblada, la otra estirada y el
cuello a punto de dislocárselo sobre un cojín. El top apenas le cubre la espalda, y
la faldita roja arremolinada deja mucha piel al descubierto, demasiada, incluso
atisbo un trozo de tela negro por debajo del dobladillo, que claramente pertenece a
sus bragas. No hay duda de que el jet lag le está pasando factura. La dejaré
dormir.

No hace frío, sin embargo, cojo una manta que está doblada en un cesto, al lado del
revistero de cuero, y se la echo por encima. Se revuelve y ahora deja a la vista su
estómago liso y ese piercing que tiene en el ombligo. Con sigilo, la cubro, más que
nada para tapar su piel, aunque nadie va a entrar aquí.

Vamos, Nicola. Céntrate.

Me llevo la mano a la nuca y presiono con mis dedos. Necesito una ducha. Necesito
despejarme antes de que lleguen mis invitados.

La explicación tendrá que seguir esperando.

Capítulo 6

GABRIELA

-Auch. ¡Mi culo!

Menudo tortazo me acabo de meter. Me toqueteo por encima de la ropa para comprobar
que tengo todas las partes del cuerpo intactas. He rodado por el sofá y acabo de
aterrizar en la alfombra, bonita forma de despertarse, ¿verdad? Cuando logro abrir
los ojos del todo, me doy cuenta de que es casi de noche. No tengo ni idea de
cuánto he dormido, ni tan siquiera de qué día es hoy. ¿Seguirá siendo lunes?

Desde mi posición, observo el cielo de Manhattan; ahora mismo está formado por una
mezcla de naranjas, rojizos y grises, una combinación diferente a lo que estoy
acostumbrada. Entre las pocas nubes que hay, distingo una luna preciosa que se abre
paso entre las puntas de los rascacielos. Te pareceré boba, pero es la primera vez
que la veo desde otro país, con otra perspectiva.

En cuanto me pongo de pie y me coloco la ropa, me fijo en que hay una manta tirada
sobre el sofá. No recuerdo haberme tapado con ella cuando caí fulminada por el
cansancio, así que eso solo puede significar que alguien ha entrado aquí mientras
dormía.

¿Habrá sido Nick? ¿Y por qué no me he enterado?

Gaby, no empieces a imaginar cosas raras.

Me pego al cristal que da acceso a una terraza impresionante, donde veo el reflejo
del agua de... ¿Perdona? ¿Eso es una piscina? ¿En un ático? Miro al techo en busca
de la cámara oculta, porque de verdad que esto supera cualquier realidad. Enfrente
hay dos hamacas blancas dobles y dos maceteros cuadrados con unas plantas de hoja
verde enormes que dan un toque de color.

-¡La leche! -exclamo en voz alta.


Antes de seguir flipando en colores, el sonido de mi móvil me hace volver a la
realidad. Me acelero para encontrar el bolso antes de que deje de sonar y lo recojo
del suelo, donde está tirado, al lado de mis zapatillas.

-Sí...

-¡Gaby! -chilla una voz conocida al otro lado, no sé cómo la oigo porque la música
de fondo es ensordecedora.

-Lolita, ¿dónde estás? Apenas te oigo.

-Espera que salgo a la calle.

-¿Dónde andas? Y, lo más importante, ¿qué hora es?

Me froto la frente a ver si me despejo un poco. Camino a ver si encuentro la


cocina, porque ahora sí que mis tripas rugen como leones y tengo muchísima sed.

-Son casi las cuatro de la madrugada, pero no sabía a qué hora llamarte. Ni me he
acordado de la diferencia horaria esa. ¿Qué hora es ahí?

Ay, mi Lolita, la espontánea. Si quiere hablar conmigo, pues me llama en mitad de


la madrugada. Supongo que estará de fiesta y se habrá acordado de mí. Abro una
puerta en mitad de un pasillo anchísimo y, bingo, a la primera.

-Pues son casi las diez de la noche -confirmo cuando veo el reloj del horno. Bueno,
más que un horno parece una incineradora, ¿aquí es siempre todo tan grande?

Abro la nevera, gigante también, de las de dos puertas, y me encuentro una repisa
llena de recipientes de papel plata con lo que tiene pinta de ser comida
precocinada. Cojo uno y lo destapo, efectivamente, este tiene espaguetis con salsa
carbonara. Menos mal que me paso por el forro eso de no cenar carbohidratos, porque
tengo tanta hambre que me comería la carta entera de un italiano hoy. Además, la
pasta es mi comida favorita, en cualquiera de sus múltiples versiones. Ahora, solo
necesito ser capaz de encontrar el microondas entre tantos aparatos y muebles. Hmm,
huele muy bien.

-Gaby. ¡Venga, cuéntame! Me tienes en ascuas. ¿Qué es lo que decía el testamento de


ese señor?

-¡Coño! -blasfemo cuando abro una puerta blanca y me encuentro una despensa hasta
arriba de comida; diferentes tipos de leche, cereales, conservas, incluso vino y
aceite, en cantidades ingentes. Cierro y cojo un refresco sin azúcar de la nevera
para contrarrestar.

-¿Qué pasa? ¿Estás bien?

-Sí, sí. Es que esto es alucinante. -Meto el envase en el microondas, que por fin
lo he encontrado al lado del horno, y muevo una pequeña rueda. El reloj parpadea y
comienza a hacer un ligero ruido, creo que he acertado.

Sigo husmeando en lo que se calienta la cena. Abro y cierro otra puerta donde me
encuentro la zona de lavado y planchado. Después, salgo de la cocina por otra
puerta distinta, menudo laberinto. Al fondo del pasillo, llama mi atención una
puerta de doble hoja, giro ambos tiradores a la vez y accedo al interior. Guau, es
una biblioteca. De repente, la imagen de Gabriel rodeado de libros en la de la
embajada en Madrid me atraviesa la mente. Sí, era muy habitual verlo enfrascado
entre papeles allí metido.
Paso la mano por los lomos de los libros, que están colocados en las estanterías
que cubren tres de las cuatro paredes, y una corriente de melancolía me atraviesa
la columna vertebral, anidándose unos segundos de más en mi estómago.

Estoy sola. Sola.

Me sacudo esa sensación o, al menos, lo intento.

Es un espacio enorme, con un gran ventanal. Justo ahí, al lado del cristal, hay una
butaca tapizada en terciopelo naranja, con una lámpara de pie a la derecha. En la
otra esquina, han colocado un escritorio de caoba que parece antiquísimo y, en el
centro, encima de una alfombra en los mismos tonos anaranjados, una mesa cuadrada
de madera con cuatro sillas a juego. Puede que Gabriel también usara este sitio
como despacho. Mientras voy echando un vistazo a todo lo que me encuentro por el
camino, pongo al día a Lola con la poca información que tengo de la lectura del
testamento.

-¿Estás de coña? -me pregunta incrédula-. Te ha dejado un puto apartamento en


Manhattan -vocifera y tengo que apartarme el móvil de la oreja o me dejará sorda.

-A ver, ya sabes que estos guiris emplean bastante mal los términos -comento
mientras subo por unas escaleras de cristal a la segunda planta. Después de haber
visto lo que escondía la otra puerta de la planta inferior, que no era otra cosa
que un baño barra salón, porque menudo tamaño.

-¿Qué términos?

-Pues que esto es un ático dúplex, Lolita. No controlo de medidas, pero tendrá más
de doscientos metros cuadrados. Lo de llamarlo apartamento es solo un eufemismo.

-La hostia, ¿y qué vas a hacer? -Oigo cómo dice ya voy en un tono más calmado, el
que usa con su nuevo novio, así que me imagino que estará con él.

-Quieres hablar bien, que menuda boquita que tienes.

-Sí, abuela -me vacila.

-La verdad es que no tengo ni idea de lo que voy a hacer, esto es de locos, Lola.
Estoy esperando a que me expliquen por qué Gabriel me deja una propiedad así.
Además, hay una cláusula o algo que desconozco. Lo más seguro es que coja un avión
y regrese a casa, esto no tiene ningún sentido.

-Gaby, de eso quería hablarte, las cosas aquí...

-Vaya. Esto es una pasada. -Me emociono y ella se detiene-. Desde esta habitación
se ve Central Park -me acelero-, el mismísimo parque central, Lolita, es
impresionante.

-Guau, eres como la protagonista de una película, sigue contándome -me apremia.

-Vestidor. Un baño más grande que el cuarto donde guardamos el material en la


escuela y un pequeño gimnasio. Ahora te mando fotos. ¿Qué estabas contándome? ¿Va
todo bien?

La voz de Fede diciéndole que se van a casa se cuela por mi tímpano. Entro en otra
habitación, más pequeña que la principal, que también tiene baño y un pequeño
vestidor, y cabeceo, aunque ella no me vea.
¿Todo este espacio para una sola persona? No me puedo imaginar viviendo sola aquí.

-Gaby, te tengo que dejar, que nos vamos a casa, es tardísimo. Quiero verlo todo y,
por favor, no rechaces nada antes de volver a hablar conmigo, ¿vale?

-Lola, sabes que esto no va conmigo. No tiene sentido.

-En serio, por favor. Seguro que tú estarás agotada también, te prometo que mañana
te llamo cuando estemos las dos más despejadas y hablamos, ¿entendido?

-Sí... -afirmo como si fuera una niña a la que acaban de echar la bronca.

-Está bien. Un beso, miarma.

-Un beso, Lolita.

De nuevo en la cocina, revuelvo todos los cajones hasta que doy con los cubiertos,
me siento en un taburete alto y ceno sobre la isla. Me como toda la pasta
directamente del recipiente y lo dejo reluciente. Meto el tenedor en el fregadero
y, por arte de magia, doy a la primera con el cubo de la basura. Vale, ya sé que no
me voy a quedar mucho tiempo, pero alguien se podía haber molestado en enseñarme
esta casa y su funcionamiento, ¿verdad? Sigo completamente perdida, en todos los
aspectos.

Aprovecho para hacer alguna foto y las mando al grupo que tenemos los tres, así
también las puede ver Marcos. Él solo me ha enviado un mensaje en respuesta al que
le mandé yo al llegar, diciéndome que ya me echa de menos, pero con la hora que es
en España, será mejor que lo llame mañana.

Cuando termino de cenar, subo mi maleta a la planta de arriba y me instalo en la


habitación pequeña, la otra debe ser la de Gabriel y me da un poco de yuyu dormir
ahí. Antes, he cotilleado en los cajones y en el vestidor, y está completamente
vacío, pero no sé, aun así, no me sentiría a gusto metiéndome en su cama. Hace solo
un mes que se murió y seguro que su espíritu todavía ronda por aquí. No, no soy
supersticiosa, pero sí que me da algo de respeto todo lo relacionado con el tema de
las almas de los difuntos.

No deshago mi maleta, solo cojo mi neceser y me meto en el baño. Me doy una larga
ducha, incluso, me lavo el pelo, creo que por fin me deshago del olor a humanidad
que arrastro desde ayer. Salgo cuando tengo los dedos arrugados y busco un secador
por alguna parte, que no encuentro, así que me revuelvo el pelo con los dedos y lo
dejo suelto para que se seque al aire, aunque corro el riesgo de que mañana sea una
maraña.

Saco una camiseta que uso para dormir y que poso encima de la almohada, un tanga y
un vestido negro, sencillo, de canalé, con botones de pasta marrones en la parte
delantera, que es el que decido ponerme. Paso del sujetador, porque de delantera
ando justita y no me molesta llevarlas sueltas, así que pocas veces lo utilizo.
Bajo descalza hasta el salón, contengo el vértigo que siento al mirar a través de
los peldaños de cristal de la escalera y me agarro a la barandilla, mirando al
frente, como cuando bailo.

Espero que Nick, míster palo metido por el culo (lo acabo de bautizar así), cumpla
su promesa y venga a hablar conmigo, porque, a pesar de que esto es inmenso,
empiezo a sentir que me falta el aire, como si estuviera en una jaula muy estrecha.
Busco el papel con el teléfono de Adam y, cuando lo encuentro, grabo su contacto en
mi móvil, por si acaso. Quizá tenga que llamarlo para que me saque de aquí, con la
vida tan ajetreada que tiene su jefe, vete tú a saber si no se olvida de mí.
Necesito tomar el aire. Me pego con la cristalera hasta que consigo averiguar cómo
va el mecanismo que la abre y puedo salir a la terraza. Ahora está iluminada por
una luz azulada, que sale de unos focos redondos que están incrustados en el suelo.
En cuanto siento el frío de las baldosas sobre mis pies, me desconcierta el ruido
que se cuela por mis oídos. Me doy la vuelta en busca del origen y veo que proviene
de la terraza de al lado. Un pequeño grupo de gente charla con las copas en la
mano. Eso tiene pinta de ser una fiesta. Entre los asistentes distingo a Nick, está
de perfil, apoyado en un lateral de la barandilla, y se lleva un vaso a la boca en
un gesto demasiado estudiado.

Las dos terrazas no están pegadas, quiero decir, que están a unos dos o tres metros
de distancia, pero sin tocarse, no sé si me entiendes. No se puede pasar de una a
la otra, como ocurre en otros edificios, al menos que quieras practicar salto base
a diez plantas de altura, que, oye, habrá quien se atreva.

¡Qué bonito! Yo esperando una puñetera explicación y él ahí, disfrutando de la


noche en mitad de una fiesta, con esa sonrisa de ejecutivo engreído, saludando a
diestro y siniestro y pasando de mí. ¿Será su casa? No me ha dicho que lo sea, pero
tiene toda la pinta. Bueno, quizá sea un ático propiedad de la empresa, vete a
saber. En cualquier caso, es extraño que antes me dijera que, si necesito algo,
puedo llamar a Adam cuando él vive en la puerta de al lado, ¿no? Menudo capullo.
Pues, si se cree que Gaby Suárez se va a quedar esperando a que la honre con su
presencia, lo lleva claro.

Cojo mi móvil y salgo por la puerta, antes de cerrar, me doy cuenta de que no me ha
dado ni las llaves para poder entrar y salir a mi antojo, en realidad es el código
y una tarjeta, como si esto fuera un búnker. Maravilloso. Y si hubiera querido ir a
dar una vuelta esta tarde... En fin, decido no cerrarla del todo.

Ahora ya me queda claro quién ha entrado antes. Lo que no sé es si venía con


intención de hablar conmigo o solo para... ¿arroparme? Alucinante. Es una lástima
no haberme despertado en ese momento y haberle dicho un par de cositas.

La puerta de mi vecino se abre y veo salir a un señor de mediana edad que pasa a mi
lado para llamar al ascensor. Aprovecho para avanzar y entrar, antes de que cierre
de nuevo. Dibujo la sonrisa más amplia de todo mi repertorio en cuanto estoy
dentro. Una camarera se acerca con una bandeja llena de copas, parece champán, por
las burbujas. No lo dudo y cojo una, llevándomela a los labios con decisión. El
primer trago me provoca un escalofrío desagradable, había olvidado que no me gusta
nada su sabor. Prefiero una cerveza bien fresquita, pero no creo que esta gente tan
trajeada beba eso.

En el primer vistazo que echo al interior del salón, me doy cuenta de dos cosas.
Una, que no vengo vestida para la ocasión. Y, dos, que será un placer ver la cara
del señor Costas cuando me vea aquí sin invitación.

Capítulo 7

NICOLA

Antes de salir a la terraza, me detengo cerca de la ventana y echo un último


vistazo al salón. Al final, han venido todos los invitados, excepto Steve Anderson,
uno de los socios de la desaparecida MAC Investment. La empresa de bienes raíces
dedicada a la inversión y al desarrollo inmobiliario objeto de esta investigación.
-Está todo en orden, relájate o se van a dar cuenta de que pasa algo. Actúa con
normalidad -me aconseja Adam, que ha notado que tengo la mandíbula más tensa de lo
habitual.

-¿Dónde está Bárbara?

-Afuera, es la del vestido rojo, ¿no me digas que no te has fijado en ella? -Se
extraña y se mete la mano en el bolsillo interior de la americana para desactivar
el micro, disimuladamente-. Que no nos oiga Richard, pero es mucha mujer para un
macarroni como él.

Me tengo que aguantar la risa porque es un cabrón. Gracioso, pero cabrón. Cuando
vuelve a encender el micrófono, se descojona. Me puedo imaginar los improperios que
habrá soltado mi amigo en la furgoneta de vigilancia cuando ha oído la primera
frase y después ha perdido la conexión.

-Lamento comunicarte que no me he fijado.

-Vaya, estás mucho peor de lo que aparentas.

Todos mis sentidos están puestos en hacer cantar a Marshall, le tengo tantas ganas
que los nervios me están matando. No descansaré hasta que lo vea con las puñeteras
esposas en las muñecas.

Una de las camareras pasa por delante de mí y me acerca la bandeja. Rechazo su


ofrecimiento porque prefiero servirme un whisky yo mismo. Salgo con el vaso en la
mano a la terraza y saludo a algunos de los invitados que se acercan a mí;
empresarios, publicistas, banqueros y un par de altos cargos del Ayuntamiento.
Cuando veo a Bárbara, me acerco a ella y me meto de lleno en su conversación. Se
está haciendo pasar por una arquitecta recién llegada a la ciudad, con ganas de
ofrecer sus servicios a cualquier coste. Se nota que la mayoría de la gente
prefiere estar aquí afuera y disfrutar de la agradable brisa que se respira a estas
horas de la noche en Manhattan, pero el importante se ha quedado dentro.

-Está en el salón -le informo a Bárbara cuando nos dejan a solas.

Me apoyo en la barandilla lateral y doy un pequeño sorbo a mi bebida mientras


pierdo la mirada en el skyline de la ciudad. Da igual las veces que lo observes,
sigue siendo impresionante.

-Lo sé. Voy a darle un poco de tiempo, seguro que a la tercera copa se le suelta la
lengua.

-Hola, Nick. -Tiffany me saluda y Bárbara nos deja un minuto a solas-. No pensaba
asistir, pero mi madre tenía otro compromiso y me ha obligado a venir en
representación de Cox and sons. Quiero que sepas que ya está todo en manos de mis
abogados, no tardarán en ponerse en contacto contigo. No me esperaba eso de ti,
Nick, de verdad que no me lo esperaba.

-Estupendo, Tif, espero su llamada -afirmo cortante y me la quito de encima.

Lo que menos me apetece ahora es distraerme con ese tema. Ella se da la vuelta con
un golpe de melena y saluda a otro invitado, sin replicarme. Bárbara regresa a mi
lado y miro mi reloj. Fantástico, voy a tener que ponerme otro. Es la segunda vez
que la misma persona se cuela en mi cabeza cuando miro la hora. Inhalo y exhalo,
tratando de recobrar el sentido común.

Céntrate, Nicola.
-Será mejor que entremos. Me acaba de avisar Richard. Marshall está hablando sobre
una licencia de derribo con un empleado del Ayuntamiento.

Regresamos dentro y tamborileo los dedos contra mi muslo derecho, una manía que no
controlo cuando estoy nervioso. Poso mi otra mano en el final de la espalda de
Bárbara y la guío hasta él. Interrumpo su conversación con una sonrisa cínica y los
presento. Un minuto más tarde, me excuso tontamente y dejo que ella siga con el
plan. Lleva puesto un micrófono para grabar la conversación y, además, sabe dónde
están colocados los que nos ha autorizado el juez a poner en el ático hace unas
horas.

Me sirvo otro vaso de whisky, aunque no tendría que beber más. Gracias a Richard y
a la amistad que nos une, me están dejando participar en esta investigación, en la
que hay demasiado en juego. No quiero estropearla por no saber controlar todo lo
que bulle ahora mismo en mi interior, así que bebo despacio y saboreo el regusto
amargo de esta edición especial de Jack Daniel’s. Cuando estoy un poco más calmado,
me doy media vuelta para observar todo desde mi posición. Doy un segundo sorbo, un
poco más largo, y, entonces, me atraganto.

No me jodas.

Por el equipo de sonido suena Go Crazy, de Chris Brown. Loco. Loco me quedo yo al
ver a Gabriela entrar por la puerta del ático.

Aquí está, plantada delante de todos estos extraños, luciendo una sonrisa bastante
forzada, como la de esta mañana. Coge una copa de champán que le ofrece una
camarera y bebe un trago, la mueca de asco que pone a continuación refleja lo poco
que le ha gustado. Lo primero que hace es observar desde su posición a todos,
supongo que estará buscándome. Yo, aturdido, me quedo como un imbécil. No sé el
tiempo que pasa hasta que reacciono. Rastreo nervioso el salón en busca de Adam.
Confío en que, en cuanto mi amigo vea mi gesto de desconcierto, sepa que tenemos un
problema con el que no contábamos. Vamos, irlandés, ¿dónde coño te has metido?

Esto es acojonante. Hace menos de veinticuatro horas que la conozco y ya me ha


sacado de mis casillas varias veces. Me han bastado un par de encontronazos con
ella para saber que tiene mucho carácter. Así que tenerla aquí delante, con ese
vestido negro de lo más informal, el pelo enmarañado y húmedo, como si se acabara
de duchar, descalza y con cara de pocos amigos, solo puede significar que está
cabreada. Me imagino que ha venido a por mí, bueno, a por la explicación que le
debo.

Cojonudo.

No puedo evitar seguirla con la mirada. Cuando camina, se mueve como una maldita
bailarina al ritmo del R&B que sigue sonando. Joder con la baby. Llega hasta la
posición de Bárbara y Marshall, como si tuviera un puto imán para meterse en el ojo
del huracán. Él debe de decir algo que llama su atención, porque se detiene a su
lado. No puedo verle la cara desde aquí, pero intuyo que algo no va bien, porque la
compañera de Richard se gira y me busca. Exhalo con fuerza y noto cómo me empieza a
hervir la sangre. No me fastidies, Gabriela. Ahora no.

Adam aparece por una de las puertas de la cocina y se queda petrificado cuando la
ve hablando con ellos. Soy más rápido que él y llego antes. Tengo que sacarla de
aquí.

-Ya veo que se ha bajado de los tacones, señorita... -Escucho a Marshall hablar con
ella, muy observador, antes de hacerle un repaso de arriba abajo.
-Sí, es que eran nuevos y me estaban matando, la verdad. No volveré a comprar unos
Manolos -miente ella, metiéndose en el papel, con un perfecto inglés de colegio
privado-. Suárez -matiza-. Señorita Suárez. -Extiende la mano para dársela.

Me coloco a su espalda justo en el momento de su contacto y retengo el aire de mis


pulmones. Su jodido olor a coco ya se ha abierto paso por mis fosas nasales y me
obliga a concentrarme con más empeño en lo verdaderamente importante.

-Encantado -saluda él-. Lo siento, señorita Andrews. -Se disculpa con Bárbara-. No
quiero aburrirla más, no creo que sea el mejor momento para hablar de negocios y
menos rodeado de tanta belleza. Pásese un día por mi despacho si quiere y
continuamos con la charla -le dice el cerdo a la poli mientras ofrece una copa a
Gabriela, guiñándole un ojo, que ella rechaza.

-Nick, me alegro de verte. -Las palabras de la señorita Suárez destilan sarcasmo.


Lo peor es que escucharla con ese tonito me provoca más de una sensación y es lo
último que necesito-. Te estaba buscando.

Mi mano va directa a sujetar su codo. Es un gesto un poco brusco que no pretendía


serlo. Disimulo delante de todos, para que no noten la tensión que emanamos, aunque
por dentro me esté cagando en todo. La obligo a darse media vuelta y nos quedamos
de frente, retándonos. No sé los segundos que pasamos así. Sin embargo, en un
instante de debilidad, mi mirada desciende por su nariz, su boca entreabierta, su
cuello y se pierde en la piel de su escote, que queda al descubierto con ese
vestido, siendo consciente de que, además de ir descalza, no lleva sujetador.

Basta, Nicola.

-Gaby -interviene Adam, que ya está a nuestra vera-. Ven conmigo, me gustaría
enseñarte una cosa.

-No. -Su respuesta es rotunda y lo fulmina con la mirada para volver a dirigirse a
mí-. He venido a por ti -afirma con claridad y me clava el dedo índice en el
hombro.

La tensión se corta con un cuchillo y, como no quiero que monte una escenita
delante de todo el mundo, sutilmente, a vista de los demás, le pongo la mano en la
espalda; pero de sutil el gesto tiene bien poco, porque ejerzo una buena presión
sobre su columna vertebral. La rabia brota de mi garganta y a punto estoy de
escupir lava.

-Si me disculpáis -digo con voz pausada, aunque por dentro solo esté rezando para
que no haya jodido todo el operativo en diez putos minutos. Me puedo imaginar el
desconcierto de Richard ahora mismo.

-Claro -responde Marshall un poco descolocado.

Esquivamos a dos jefes de departamento de Coté Group que se cruzan en nuestro


camino y, por fin, llegamos hasta la puerta.

-Gaby... -Nos intercepta Tiffany antes de poner un pie en el rellano. La mira de


arriba abajo y abre los ojos como platos al ver su aspecto. Ella, por supuesto,
viene impecable-. Ya veo que te has perdido. Lógico, es lo que pasa cuando sales de
tu hábitat. No te pongas muy cómoda en el ático, estás a punto de salir de ahí.

Noto cómo Gabriela aprieta los labios para no entrar al trapo y se le hincha la
vena del cuello, casi tanto como antes. A pesar de la mala hostia que tengo, soy el
encargado de cortar a Tif.
-Ahora no -replico y salgo con la intrusa, dando un pequeño portazo.

En ese mismo instante, Richard sale del ascensor. Va vestido igual que los chicos
del catering, incluida la pajarita. Me mira primero a mí y luego a ella, encajando
las piezas.

-¿Qué ha pasado, Nicola? -me pregunta en un susurro casi inaudible para no llamar
la atención de nadie-. Lo teníamos ahí.

-Intenta arreglarlo, por favor. -Y mi voz suena a súplica.

Gabriela se suelta de mi agarre y empuja la puerta para entrar, no me puedo creer


que la haya dejado abierta todo este tiempo. Esta niñata está loca.

-¿Qué cojones te crees que estás haciendo? -escupo con furia y cierro haciendo
mucho más ruido que antes.

Capítulo 8

GABRIELA

El portazo que mete Nick hace temblar las paredes y eso que hay muchísimo espacio
entre unas y otras, que esto es cualquier cosa menos una infravivienda.

Vaya, parece que el señor Costas está cabreado, pues bienvenido al club.

-¡Te he hecho una pregunta! -escupe con ira.

-Nada. Lo único que he hecho ha sido ir a buscarte. Necesito que me des esa
explicación de una vez por todas.

Voy hasta el salón y él me sigue como un elefante en una cacharrería, está alterado
y no tiene pinta de ser el típico sin sangre que me pareció esta mañana. Saca el
móvil del bolsillo interior de su americana y lo tira encima de la mesa, con rabia.
Me encaro a él, porque prefiero seguir mirándolo de frente. Sus ojos ahora mismo
echan fuego y a mí la vena del cuello me va a explotar, que me conozco, cada vez
tengo la mecha más corta. Pero aun así, me invade su maldito olor. Uf, en mi vida
había olido un perfume masculino tan penetrante; noto el matiz de la madera, lima
¿o puede que sea menta? Y suave toque de romero. Es agradable, sí, desgraciadamente
eso también.

-Te dije que te lo iba a explicar, pero tú no podías estarte quietecita, ¿verdad?
Tenías que entrar en mi casa y fastidiarlo todo -vocea y se lleva una mano a la
nuca, presionándosela con los dedos. Retrocede un paso y resopla.

-¿Quietecita? ¿Tú de qué vas? He estado todo el día aquí, sin poder salir. No te
has dignado ni a enseñarme la casa y, encima, no me has dejado ni un juego de
llaves. No tengo ni idea de qué pinto en este sitio y tú -le vuelvo a clavar el
dedo índice en el hombro aunque me tengo que poner de puntillas para llegar mejor-
me prometiste una explicación y, en vez de venir a dármela, pasas de mí. Sin
embargo, salgo a la terraza y te encuentro ahí, tan feliz, en mitad de tu fiesta.

-Eso. -Señala hacia su casa-. No es una fiesta. ¡No es una jodida fiesta, Gabriela!
-chilla más fuerte.
-Vaya... Alcohol, trajeados, música y tías vestidas de boda, bonita combinación.
Qué es entonces, ¿un funeral?

-Joder -masculla y se aleja hasta pegar la frente en el cristal, dándome la


espalda-. No tienes ni puta idea de lo que has hecho, Gabriela, ni puta idea. -
Ahora el tono de su voz oscila entre la mala hostia y la desesperación. Sigue sin
mirarme. Yo, en cambio, no puedo quitarle el ojo de encima. A ver, esa espalda
ancha, el puño cerrado, su gesto duro... Y el maldito traje, que es diferente al de
esta mañana, menos serio, pero que le queda igual de bien o mejor, diría que mejor.
¿Cómo no voy a mirarlo?

-Soy Gaby, ya te he dicho que nadie me llama Gabriela.

-Mira qué bien, pues yo te llamo como me sale de las pelotas, Gabriela -enfatiza
cada letra de mi nombre con recochineo.

-Pues perfecto, Nicola.

Sí, he oído cómo ese camarero lo ha llamado así y el tono con el que se han tratado
demuestra confianza. El mismo nombre que mencionó Adam esta mañana en el coche,
creo recordar. Soy muy buena observando y más desde que estoy sola. Por ello,
deduzco que el señor Costas tiene dos caras, una para su mundo empresarial y otra
para su círculo íntimo.

No ha sido para tanto, ¿verdad? A ver, que ya sé que no estaba invitada y que mi
outfit no era el más adecuado, pero tampoco es que pensara quedarme más tiempo del
necesario. Solo he ido a buscarlo, no pensaba sentarme con sus invitados a tomarme
una copa y charlar.

-¡Para ti soy Nick! -me recalca.

-Y yo para ti soy Gaby. -No me amedrento, aunque he sonado como una niña pequeña-.
Hala, ya estamos empatados. Ahora que está todo aclarado, te importaría sentarte y
contarme de una vez por qué Gabriel me ha dejado esto. -Hago varios círculos con
los dedos en el aire.

Bufa y se muerde el labio mientras cabecea, no sé el nivel de tolerancia que tiene


a que alguien le toque los huevos, pero por su actitud, parece estar al límite.

-Siéntate -me ordena y a punto estoy de soltarle otra perlita, pero empieza a
caminar y desaparece. Así que me comporto y obedezco, maldiciendo en voz baja, por
supuesto.

Me siento en una butaca enorme que hay al lado de la mesa de centro y cruzo las
piernas, a lo indio. Nicola, a partir de ahora lo voy a llamar así, que le den,
regresa con una pequeña caja en las manos, que posa encima de la madera, él también
se sienta, pero en el sofá.

-Como has escuchado esta mañana, Gabriel, en su testamento...

-Puedes dejar los formalismos un minuto y hablarme en cristiano. Sé lo que decía su


testamento. Lo que quiero saber es por qué. Hace más de diez años que no nos
veíamos, siempre se portó muy bien conmigo y con mi madre, pero de ahí a que me
incluya en su herencia, y encima me deje un bien de este calibre, hay un mundo...

-Gabriela... -me interrumpe.

-Nicola... -Vaya, al final hasta me gusta cómo suena mi nombre en sus labios.
Vamos, Gaby. Deja de pensar en cada músculo que esconde debajo de ese maldito
traje, ya sabemos que le queda como un guante, y céntrate. Recuerda que sigue
siendo un capullo arrogante que ha pasado de tu culo.

-No tengo ni idea de por qué Gabriel te incluyó en sus últimas voluntades, solo sé
los requisitos que dejó para que la propiedad fuera tuya.

-Dale -lo apremio.

-Tienes que vivir aquí seis meses y en enero serás la propietaria de este ático. Si
te vas antes de que transcurra ese plazo, no será tuyo, pero tampoco podrá ser de
nadie.

-¿Qué significa eso? Yo he venido aquí sin nada y sin nada me puedo ir, no es un
problema para mí.

-Significa que la propiedad se quedará en un limbo legal hasta que pase a manos del
estado de Nueva York.

-Eso es absurdo, ¿por qué Gabriel iba a hacer algo así? Esto tiene que valer un
pastizal.

-Más de veinticinco millones de dólares.

-¡Hostias! -Se me escapa la palabrota y mentalmente veo a mi madre dándome una


colleja-. Pero yo no puedo mantener esto, no podría pagar ni una triste bombilla.

-Los gastos de mantenimiento de la propiedad correrán a cargo de la Fundación Coté,


siempre que aceptes y prestes tus servicios como asesora en el programa que tienen
activo para ayudar a niños en riesgo de exclusión.

-¡Qué! ¿Estás hablando en serio?

-Sí, completamente. Gabriel comentó alguna vez que eres psicóloga, ¿no?

-No, tuve que abandonar los estudios en segundo de carrera. Soy una simple
bailarina.

-Bueno, Samantha, la directora de la fundación, seguro que te puede echar una mano.
Y, si no, puedes pedir ayuda a la presidenta.

-¿Quién es?

-Tiffany. Es presidenta en funciones hasta que el patronato designe uno nuevo.

-Me estás vacilando, ¿no? -Niega con la cabeza-. Esto es una puta locura. -Me
levanto y paseo por el salón.

-Estaría bien que dejaras de decir tacos y de interrumpirme. -Se exaspera-. No


puedo estar aquí toda la noche, necesito volver al ático. -Coge su móvil y teclea a
una velocidad de vértigo.

-Claro, el rey de la fiesta no puede desaparecer sin motivos -digo con tono
impertinente.

-En serio, Gabriela -resopla-. No sigas tensando la cuerda porque se puede romper.

-¿Ahora también me amenazas?


-Toma. -No entra al trapo e ignora mi pregunta mientras me tiende la caja-. Gabriel
dejó esto para ti. Dijo que la abrieras a solas, quizá resuelva tus dudas.

-No sé, creo que me estoy mareando. -Me detengo y me toco la frente.

Nicola se levanta para acercarse a mí, pero suena su móvil y responde nervioso,
alejándose.

-Adam. Sí, vale, vale. No... Mejor ven tú.

Cuelga y sale del salón hacia la puerta sin decirme adiós.

¿Perdona? Me suelta la bomba y se larga sin mirarme. Alucino.

Voy hasta la cocina y me sirvo un vaso de agua, cené bastante, así que no creo que
el mareo sea por hambre, más bien creo que ha sido por el shock.

-Gaby. -Oigo que alguien me llama y pego un bote con el corazón en la garganta-.
Gaby, ¿estás bien?

Salgo y veo la silueta de Adam en el pasillo, me cago en todos sus antepasados,


incluida la abuela sevillana que no conoció.

-Me has dado un susto de muerte. ¿Tú también tienes llaves de esta casa? ¡Esto
parece un hostal!

Las risas del chófer me destensan. Menos mal que no soy una tía muy desconfiada,
porque, de lo contrario, ya hubiera muerto de un paro cardiaco.

-¿Estás bien?

-No, tranquilo, pero lo estaré. -Me siento otra vez en la butaca del salón y me
quedo mirando la caja mientras bebo pequeños sorbos de agua-. ¿Tu amigo también es
bombero?

-¿Bombero?

-Sí, porque ha salido de aquí sin decirme ni adiós, después del numerito que me ha
montado, como si tuviera que ir a apagar algún fuego.

-Más o menos -titubea y sé que, si le aprieto un poco, me contará más.

-¿Tan grave ha sido que apareciera en la fiesta?

-Créeme, sí. Hoy, Nick...

-Nicola querrás decir. -Le tiro el anzuelo.

-Buah, no me digas que ya lo llamas así.

-Correcto, por su nombre.

-¡Vaya, vaya! Qué pena haberme perdido su cara al oírte.

-Pues tenía cara de tener el palo metido por el culo, como cuando llegué, lo que no
entiendo es por qué se ha alterado tanto.

-Gaby, tienes que perdonarlo. En serio, hoy es un día demasiado importante para él.
Cuando has aparecido en la fiesta y te has puesto a hablar con Marshall, casi jodes
sus planes.

-¿Yo? No sé de qué estás hablando. ¿Qué pasa con ese baboso? Porque menudo repaso
que me ha hecho el vejestorio.

Adam se carcajea otra vez.

-Será mejor que me vaya. -Esquiva mi pregunta-. A pesar de todo, tienes que estar
contenta, nunca había visto a Nicola conteniéndose tanto; en serio, hoy estaba al
límite. Soporta mucha presión, así que siéntete afortunada.

Arqueo las cejas porque parece que me está hablando en clave.

-El juego de llaves -le pido-. No sé si me quedaré o regresaré a España, pero me


gustaría darme al menos una vuelta por Manhattan.

-Ah, sí, toma. Esta era la de Gabriel, me la ha dado Nick para ti. -Me acerca una
tarjeta.

-Deja de disimular conmigo, él es Nicola para ti. -Adam se encoge de hombros-. ¿Y


hay más juegos de llaves repartidos por ahí?

-Claro, el que tiene Rosy, la asistenta, que probablemente venga mañana; pero
tranquila, es tan sigilosa que no sabrás que está aquí. Y el mío.

-¿Cómo que el tuyo? Ah, no, de eso nada, dame el tuyo también. No es ni medio
normal que entréis y salgáis a vuestro antojo.

-Soy el jefe de Seguridad de Coté Group, el chófer y el guardaespaldas de Nicola.


Ese punto lo vas a tener que tratar con él, Gaby -me dice y se queda tan fresco.

Cierro la puerta diciéndole adiós con retintín y vuelvo al salón. Cojo la caja y
apago las luces, espero no dejarme ninguna encendida.

Subo las escaleras y voy hasta el cuarto de invitados. Tiene tela, ¿verdad?
Invitada en la que puede llegar a ser mi propia casa. Muy fuerte. Sigo pensando que
esto es surrealista. Me siento en el colchón y apoyo la espalda en el cabecero
tapizado. Con los dedos temblorosos, levanto la tapa de la caja y suspiro antes de
sacar su contenido.

Lo primero que veo es un sobre blanco con mi nombre escrito; es la letra de


Gabriel, recuerdo que siempre escribía con la misma pluma y tenía una caligrafía
bastante peculiar.

Lo abro con prisa, a ver si por fin se resuelven todas mis dudas.

Querida Gabriela:

Lo primero que quiero decirte es que lo siento muchísimo, porque si estás leyendo
esta carta significa que ni tu madre ni yo compartimos mundo contigo.

Supongo que no entenderás por qué después de tantos años, en los que no has sabido
nada de mí, me he puesto en contacto contigo. Me imagino que tendrás miles de
preguntas y que estarás dándole vueltas a la cabeza, pensando en que nada de esto
tiene sentido. Aunque no lo creas, lo tiene. Solo te pido un poco de tiempo, el que
la vida no nos concedió a Cayetana y a mí para sentarnos los tres juntos de nuevo.
Tiempo para compensar los años de ausencia. Tiempo para enseñarte la mejor versión
de mí. Tiempo para que conozcas lo poco bueno que esconde mi mundo. Y, sobre todo,
tiempo para contarte una historia que prometí enterrar en el único hueco que ha
tenido latido en mi corazón hasta hoy. Espero haber sido capaz de plasmarla con la
misma grandeza e intensidad que la viví. Y, aunque sea demasiado tarde para darte
consejos, que yo mismo no me apliqué, me gustaría que te grabaras a fuego que en
esta vida, Gabriela, lo más importante es poner corazón y ganas en todo lo que
hagas, incluida esta nueva aventura que presento ante ti.

Seis meses, Gabriela, eso es todo lo que te pido. Quédate seis meses en esta casa y
lee cada carta que te hará llegar Nick a mitad de mes. Pasea, disfruta, estudia,
baila. Encuentra tu lugar en el mundo y hazlo tuyo, porque estoy segurísimo de que,
si te quedas aquí, harás de Manhattan una ciudad mejor.

Gabriel

P. D.: Si no te he convencido aún, deberías abrir el otro sobre.

Me llevo la carta al pecho y me permito derramar unas cuantas lágrimas. Soledad,


qué bonita palabra cuando la eliges, no cuando te la imponen. No me gusta recrearme
en el hecho de que con veinticinco años ya estoy sola, pero indudablemente, no
puedo ignorar que lo estoy.

Me limpio las lágrimas a zarpazos y controlo los hipidos para releer su carta un
par de veces más. Hay tantas incógnitas, tanta nostalgia encerrada en sus frases.
De mi madre y de mí, de otros tiempos. De él, de su paciencia conmigo, de las
oportunidades que me brindó, de su cariño. Me froto los ojos sin ningún tipo de
delicadeza y, más nerviosa que antes, abro el segundo sobre. Este es de color sepia
y tiene aspecto de ser mucho más antiguo. No hay una carta, solo una tira con
cuatro fotografías pequeñas, de las que se hacen en un fotomatón. Enciendo la
lámpara de la mesilla porque está un poco descolorida y contengo el aire en mis
pulmones.

Respira, Gaby. Respira.

Son Gabriel y mi madre, muy jóvenes, no hay duda. Ella sentada en el regazo de él.
En la primera, solo sonríen mirando a la cámara. En la segunda, se elevan la nariz;
haciendo el tonto. En la tercera, levantan sus manos con los dedos entrelazados a
la altura de su pecho. Y, en la cuarta y última, se los ve de perfil en lo que
parece un casto beso.

-¿En serio, mamá? ¿En serio?

Capítulo 9

GABRIELA

Intento abrir los ojos para ubicarme y de paso localizar mi móvil y detener ese
zumbido de moscón que me está taladrando el oído. Pestañeo varias veces seguidas y
me aclimato poco a poco a la claridad que entra por la ventana. Estiro el brazo y
palpo la mesilla con la mano en busca de mi teléfono. Anoche no lo apagué y, cuando
vibra, suena como una batidora a punto de explotar; por fin doy con él y respondo.
Es una videollamada de WhatsApp y menos mal que es Lola la que aparece en la
pantalla, porque a estas horas de la mañana, y después de la noche infernal que he
pasado haciendo el molinillo en esta cama, mi jeta no debería colocarse delante de
una cámara hasta dentro de un par de horas mínimo.

-Hola, Lolita -saludo con voz de ultratumba.

-Uf, miarma, qué horror. Menudos pelos, ¿no hay peines en la Gran Manzana?

-Peines sí, lo que no hay es secador.

-Pues vaya pintas.

Me carcajeo, porque su sinceridad suele rayar la ofensa, pero vamos, que a mí no me


pilla de sorpresa. Lo bueno que tiene que sea brutalmente sincera es que, cuando me
ve perfecta, debo de estarlo. Me cuenta que allí hace más de cuarenta grados y que
está esperando a que baje un poco la temperatura para irse a tomar unas cañas con
Marcos, de paso me recuerda que él está esperando que lo llame desde ayer.

Hago un resumen rápido de todo lo que ocurrió después de su llamada: fiesta en el


ático de al lado, mosqueo con el anfitrión y la charlita posterior. Alucina con las
condiciones del testamento, bueno, más bien, chilla y se ríe, recordándome que
parezco la protagonista de una puñetera película. No le quito la razón. Termino
contándole lo de la caja que me entregó Nicola.

-Espera, que me pierdo, ¿quién es Nicola?

-Es Nick, el albacea. Es que ayer me di cuenta de que su círculo más íntimo lo
llama Nicola y, como es un engreído, he decidido llamarlo también así, para darle
por saco un poco.

-Ah..., y ¿cómo es ese tal Nicola?

-Pues no sé, normalito. Moreno, alto, fuerte, ojos oscuros, cejas anchas, mirada
asesina, barbita de dos días cubriendo su mandíbula cincelada... -Boca perfecta,
cuerpo de infarto y unas manos con unos dedos...-. Estúpido, estirado y un mamón. -
Me levanto y voy al baño a hacer pis sin soltar el móvil.

-Vamos, Gaby. Quiero una foto de ese tío ya. Con esa descripción lo de normalito
sobra.

-¡Qué dices, loca!

-Sí, loca del moño. -Se señala el que tiene en la cabeza-. Hazte la despistada si
quieres, pero a mí no me engañas. Te conozco de sobra y sé que, si te enerva tanto
y solo quieres picarlo, es porque te pone un montón.

-Esa teoría es una mierda. Lo sabes, ¿no?

-Ja. Lo que es una mierda es ver cómo haces pis. -Pone una mueca de asco-. Pero
haré como que no lo he visto. Al grano, ¿qué había en la caja?

-Una carta para mí y unas fotos.

Coloco el móvil en la encimera del lavabo y me recojo el pelo en un moño yo


también. Abro el grifo y me lavo la cara mientras le cuento, con mis palabras, lo
que había escrito Gabriel. Salgo del baño y saco las fotos para enseñárselas
sentada en el colchón.
-Vaya, vaya con Cayetana. Menudo secretito tenía guardado, ¿no?

-Uf, no lo sé, Lola. He estado toda la noche dándole vueltas y no entiendo nada. En
la parte de atrás de la foto está escrito a bolígrafo 1993, que es el año en el que
mi madre llegó a Madrid para trabajar en la embajada. Supongo que igual fueron
novios un tiempo y luego lo dejaron. Yo qué sé, estoy absolutamente perdida.

-¿Y tu madre nunca te habló de él? En esos términos, me refiero.

-No. Ella siempre fue un misterio para mí en ese sentido, nunca tuvo pareja y
oportunidades no le faltaron. Lo único que me contó, como ya sabes, es que su
experiencia con el que puso la semillita la hizo desconfiar de todos los hombres
para el resto de su vida. Después, nunca tuvo la necesidad de tener una relación.

La verdad es que no conozco a mi padre, en realidad, casi no lo conoció ni mi


madre, porque él llevaba solo un mes trabajando como chófer del embajador cuando se
acostaron. Fui fruto de un revolcón en el asiento trasero de un Mercedes negro. Él,
en cuanto se enteró de que la semillita había prendido, desapareció. Y ella no
quiso saber nada más de él, obviamente. Jamás lo echamos en falta.

-O puede que estuviera enamorada en secreto de Gabriel desde que lo conoció y por
eso nunca abrió su corazón a nadie más.

Las palabras de Lola me rebotan en la cabeza. Cuando vivimos en Madrid, Gabriel y


mi madre siempre tuvieron una relación especial, o al menos yo así lo percibía. A
los ojos de los demás, no eran más que el hijo del jefe y una empleada, pero para
mí eran dos amigos, salvando la distancia social, claro. Recuerdo que solían hablar
en la biblioteca la mayoría de las noches, cuando mi madre le llevaba esa última
taza de café. Charlaban sobre libros, música, teatro, mi madre era una enamorada de
los escenarios. Y él siempre era atento con ella y conmigo. Se interesaba por saber
cómo me iba en el colegio y en el resto de clases extraescolares que compartía con
Tiffany. Y, en la medida de lo posible, no hacía distinciones entre ella y yo.
Siempre pensé que le gustaban mucho los niños y que por eso me tenía un cariño
especial. Jamás vi un gesto íntimo o un acercamiento entre ambos; además, mi madre
dormía conmigo en la misma habitación, si estuvieran manteniendo una relación a
escondidas, me hubiera dado cuenta, seguro. Niego con la cabeza cuando la imagen de
ellos juntos se cuela en mis pensamientos. Es imposible, la mujer de Gabriel y
Tiffany también vivían allí, mi madre nunca hubiera consentido ser la otra, pongo
la mano en el fuego por ella.

-No lo sé, Lola. Si te digo la verdad, mi madre era tan introvertida para esos
temas que ahora mismo estoy completamente descolocada.

-¿Y qué vas a hacer?

-Uf, me dan ganas de decirle a Nicola que me saque el billete de vuelta y dejar el
pasado enterrado, no vaya a ser que me salpique.

-Gaby, has pensado que quizá Gabriel era...

-No, Lola. -La silencio antes de que continúe-. No quiero pensarlo, porque eso solo
significaría que mi madre fue una mentirosa y una egoísta también. Tú la conociste,
era cariñosa, comprensiva, generosa, protectora y siempre estaba dispuesta a ayudar
a los demás. Durante toda su vida antepuso mi bienestar y mis necesidades a las
suyas. Ocultarme algo así no iba con ella.

-Está bien, tranquila. Pero Gaby, tú siempre has sido una tía supervaliente, no
tendría que asustarte conocer la verdad.
-Venga, vamos a dejarlo, por favor. Ya está bien de hablar de mis rollos, te toca.

-Es que mis rollos son...

-Dolores Galán, estás rara. ¿Qué tal con Fede? -le pregunto y, cuando empleo su
nombre completo, ya sabe que me he puesto seria, raro en mí.

-Bien, Gaby. Esto no tiene nada que ver con él.

Mi amiga no ha tenido mucha suerte en sus anteriores relaciones y, a pesar de ser


independiente y muy resuelta, desde muy joven se ha colgado de tíos egoístas que no
la merecían, de ahí que me preocupe por ella.

-Entonces, desembucha. O, bueno, si prefieres que lo hablemos cara a cara, quizás


en un par de días ya pueda estar ahí y me lo cuentas todo con una cerveza en la
mano.

-Gaby, sobre eso quería hablarte. Creo que deberías quedarte en Manhattan y más
después de leer esa carta. Gabriel te ha brindado la posibilidad de empezar una
nueva vida.

-Lolita, sabes cómo soy, toda mi vida he estado adaptándome a las circunstancias.
No necesito un ático de lujo para vivir, el cuarto que me has dejado en la academia
es más que suficiente, seguro que en septiembre tendrás más alumnas y podremos
ganar un poco más de dinero y mirar otra cosa. No necesito mucho para ser feliz.

-Gaby... -Ese tono de voz, demasiado lastimero para el carácter de mi amiga, me


pone en alerta.

-¿Qué pasa, Lola?

-Pues que debo varios meses de alquiler y a finales de julio tengo que dejar el
local. Mi prima me ha conseguido un empleo a media jornada en el supermercado donde
trabaja y lo voy a aceptar.

-Lola, ¿por qué no me habías dicho nada?

-Porque ya tenías bastante con lo tuyo, Gaby. No te quería agobiar más. En muy poco
tiempo perdiste a tu madre, después de su larga enfermedad, y tuviste que dejar el
piso donde vivías. No sé, pensé que todo mejoraría, pero...

-Está bien, tranquila.

-No te preocupes por tus cosas, Marcos las va a guardar en su trastero el tiempo
que sea necesario, pero en serio, Gaby, creo que en esta vida todo sucede por algo
y quizá tu sitio esté ahí, al menos durante los próximos seis meses.

Ver a mi amiga así de alicaída, aunque sea a través de la pantalla, y no poder


estar cerca para zarandearla y achucharla es horrible. Lola y yo conectamos en
cuanto nos vimos la primera vez. Yo acababa de llegar de Madrid y lo primero que
hice fue apuntarme a una escuela de danza en el centro de Sevilla. Se dio la
bendita casualidad de que ella empezó a trabajar como profesora ese mismo día y nos
cruzamos en la entrada. Ella tiene cuatro años más que yo, pero como las dos somos
muy habladoras, congeniamos enseguida. Además, vivíamos en el mismo barrio, así que
algún viernes me quedaba con ella para ayudarla en su clase con los más pequeños y
volvíamos a casa juntas. Compartíamos muchos gustos, pero sobre todo, la pasión por
el baile. Luego abrió su propia academia y, en cuanto dejé de estudiar para ponerme
a trabajar y cuidar a mi madre, no dudó en hacerme un hueco junto a ella.
-Venga, Lolita. No quiero verte así. Recuerda que, si la vida te da limones... -le
digo en un intento de sacarle una sonrisa haciendo alusión a una broma que nos
gastamos desde hace años.

-Le echas más cojones -termina ella la frase por mí. Nos parecía demasiado cursi el
típico haces limonada, aunque nuestra adaptación tenga un significado parecido.

-¡Exacto!

-Ahora, también te digo que hay excepciones -me comenta, poniéndose seria-. A
algunas la vida les da tíos buenos, trajeados y con pinta de saber meterla hasta el
fondo, pero que muy bien. Ideales para acabar sin bragas contra el cristal ese
desde el que se ve Central Park.

-¡Guau, Lola! Vaya peliculón que te has montado en un momento. Si ni tan siquiera
lo has visto. -Me descojono.

-Lo intuyo, no sé por qué. Ah, espera, y áticos en Manhattan, que se me olvidaba.

-¡Serás idiota!

-Venga, Gaby..., déjame soñar aunque sea a través de ti. -Hace un mohín-. Y
prométeme que te lo pensarás unas horas por lo menos.

-Lolita, no sé...

-Por favor -insiste-. Sé qué eres una superviviente y esos americanos no van a
poder contigo. Inténtalo al menos. Y, si no sale bien, vuelve a mis brazos,
pequeña, que ya nos moriremos de hambre juntas.

-No digas tonterías, anda. Y, escúchame, aunque aceptes ese trabajo, no pares de
buscar algo de lo tuyo, no sabes vivir sin bailar, Lola. Sé que te gusta estar en
Sevilla, pero quizá tú también tendrías que salir de ahí para lograr tus metas.

Nos despedimos dándonos un pico a través de la pantalla y con la lagrimilla a punto


de salir.

Bajo las escaleras y entro en la cocina para hacerme el desayuno. Saco leche y abro
un bote de cereales, hay de tres clases distintas. Elijo el que tiene unos trozos
enormes de chocolate y, cuando me giro para llevar todo hasta la isla, se abre la
puerta del cuarto de lavado y sale una señora bajita canturreando.

-¡Qué susto!

-¡Discúlpeme, señorita Suárez! No quería asustarla -me responde en español.

-No, tranquila, esta casa es como una mansión y no estoy acostumbrada a tanta
puerta. Soy Gaby. -Me presento y alargo mi mano para dársela. Ella duda un momento,
pero me la acaba estrechando-. No me trates de usted, por favor.

-Yo soy Rosy y lo del tratamiento lo tiene difícil, va intrínseco en mi cultura -


añade, guiñándome un ojo-. El señor Costas también me insiste con eso, pero no soy
capaz de tutearlo.

Vaya, parece que Nicola no es un gilipollas con todo el mundo, me alegra oír eso.
Agradezco que Rosy me explique el funcionamiento de la casa, bueno, de lo básico.
Me pregunta, con cierta prudencia, si había algún problema en la habitación grande
para que no me haya instalado allí.
-No, supuse que fue la habitación de Gabriel y me dio mal fario.

-Eh... ¿mal qué? -Duda con mi expresión y hago el gesto universal del escalofrío-.
Entiendo, pero no tiene que preocuparse de eso, el señor Costas mandó reformar toda
la habitación a petición expresa del señor Coté cuando ingresó en el hospital,
supongo que él ya contempló la posibilidad de que no iba a volver. -Se santigua y
besa una pequeña medalla de una virgen que cuelga de su cuello-. Que Dios lo
aguarde, era un buen hombre.

Mientras desayuno, ella sigue con sus tareas, me confirma que viene a casa de Nick
de lunes a viernes y que se suele pasar por aquí dos días, aunque, si voy a
quedarme, puede venir más.

-Muchas gracias, pero todavía no sé qué voy a hacer.

-Yo llevo veinticinco años aquí, señorita, y vine solo un verano para echar una
mano a mi hermana cuando dio a luz, imagínese.

-¿Y estás contenta?

-Sí, yo no tuve demasiadas oportunidades en mi país. Ni para estudiar, ni para


trabajar, ni para tener una vida independiente, pero aquí he tenido la posibilidad
de dárselas a mis hijos y eso es lo que más feliz me hace.

Rosy se despide de mí hasta el jueves y pienso en el trasfondo de sus palabras. Me


ha recordado mucho a mi madre, sacrificando su vida para dármelo todo a mí hasta
que el puñetero cáncer hizo acto de presencia y, después de consumirla lentamente,
se la llevó.

Decido cambiarme de habitación y ocupar la que Gabriel dispuso para mí, como si con
ese simple hecho le estuviera agradeciendo que, después de tantos años, contara
conmigo para algo tan relevante. Me ducho, me visto y voy hasta la entrada para
coger la llave que me dejó Adam, es una forma de hablar porque no es más que una
tarjeta que funciona con un código, eso sí, viene en un llavero de plata con la
letra G.

Supongo que, después de haber pisado suelo americano hace ya más de veinticuatro
horas, es momento de salir a respirar su aire contaminado y a esquivar a la gente
por sus calles. Con un poco de suerte, cuando regrese por la tarde, ya habré tomado
una decisión.

Capítulo 10

NICOLA

Cojo el abridor y quito las chapas a los tres botellines de Nastro Azzurro, nuestra
cerveza favorita. Richard se ha dado tantos viajes a la nevera a por más que, como
no se vayan pronto, acabarán con la reserva de mi casa.

-¿Quién hace el brindis ahora? -pregunta Adam, levantando su botellín.

-Le toca a Nicola -apunta Richard en modo quisquilloso.


Saben de sobra que no soy muy dado a los discursos, ni a mostrar cómo me siento, ni
para bien, ni para mal, pero qué coño, la adrenalina todavía corre por mis venas
veinticuatro horas después de haber pillado a ese maldito cabrón.

-Venga, brindemos para que dentro de poco estemos aquí, celebrando otra victoria de
nuevo. -Levanto mi botellín y brindo con ellos.

Todavía estoy empezando a ser consciente de todo lo que ha ocurrido desde que ayer
dejara con la palabra en la boca a Gabriela cuando recibí la llamada de Adam en la
que me avisaba de que Richard había detenido a Marshall.

El intento de Bárbara de sonsacarle la confesión se esfumó cuando él se fijó en mi


nueva vecina. A partir de ese instante, la rubia dejó de interesarle y se dispersó.
Por suerte, Richard estaba en la furgoneta dándose cuenta de que algo no iba bien y
cogió las riendas de la situación. Avisó a Adam para que bajara un camarero del
catering y hacerse pasar por uno de ellos para colarse él mismo en mi fiesta, de
ahí que me lo cruzara en el rellano. El operativo seguía preparado y nadie quería
desaprovechar la ocasión de pillarlo. Marshall parecía que solo estaba interesado
en beber y disfrutar del ambiente distendido, así que estuvieron a punto de tirar
la toalla cuando lo vieron despedirse del resto de los invitados para ser uno de
los primeros en marcharse. Menos mal que mi amigo se percató de que uno de los
altos cargos del Ayuntamiento, que también estaba siendo investigado, se iba con
él. Sospechó que esos dos se traían algo entre manos y, en el último segundo, antes
de que se cerraran las puertas del ascensor, se coló con ellos. Su intuición no
falló y, como creyeron que él era un simple camarero, no tardaron ni dos segundos
en bajar la guardia y empezar a hablar de ese asunto ilegal que era una de las
piezas claves de la investigación. Un error monumental que le permitió a mi amigo
grabar su conversación; charlaban sobre un informe que tenía que falsificar para
obtener una licencia de derribo y luego de construcción en un solar. Hasta soltó la
cantidad que el señor Marshall estaba dispuesto a pagar. En cuanto llegaron a la
planta de abajo, fue Bárbara, junto a un par de compañeros, la encargada de
detenerlos, con bastante más discreción de la que me habría gustado.

Después de colgar con Adam, bajé al garaje y me fui directo a las dependencias del
FBI donde los habían trasladado. Gracias a Jack, el jefe de Richard, pude quedarme
detrás del cristal y escuchar durante horas todo lo que pudieron preguntarle a ese
cerdo antes de que llegara su indignadísimo abogado. No es todo tan sencillo como
debería de ser y sé que mañana estará en la calle, porque da igual el importe de la
fianza que fije el juez, Marshall está podrido de dinero y su abogado la depositará
sin inmutarse en cuanto le dejen. Sin embargo, el fiscal ha confirmado que, al
tratarse de delitos en los que están implicadas las Administraciones públicas, más
la cantidad de pruebas que tienen en su contra desde hace algún tiempo, no tardará
en celebrarse el juicio y entrará en prisión, sin lugar a dudas.

Gabriel se sentiría orgulloso de mí. De mi templanza, de mi constante lucha por


encontrar la forma legal para acusarlos, de no haberme tomado la justicia por mi
mano, a pesar del daño, del dolor y de la pérdida; pero sobre todo, se sentiría
orgulloso al contemplar a aquel chico, desconfiado y con mirada oscura, que entró
por primera vez en su despacho hace más de diez años, sonriendo ahora, aunque sea
un poco. Me hubiera encantado brindar con él hoy, porque este mérito es de los dos,
sin su paciencia y sus consejos nunca hubiera sido capaz de tener la calma
necesaria para afrontarlo. Además, como me repetía constantemente: La única forma
de poder pillar a los malos es desde el lado de los buenos. En el que siempre
estuvo él. Han pasado muchos años, aunque, después de ver cómo ha reaccionado
Marshall cuando mi amigo le preguntó por MAC Investment y sus inversiones en NoLIta
en aquella época, estoy seguro de que sabía de lo que le estaba hablando.

Nada más salir de allí, a primera hora de la mañana, y sin pegar ojo en toda la
noche, me fui directo hasta mi despacho. Me adecenté un poco ante la mirada atónita
de Patty, que creo que nunca me había visto llegar así, y llamé a Charles, un
compañero de Columbia que trabaja en la sección de Economía del Times. No tardó ni
una hora en presentarse en Coté Group. Le he contado todo lo que sé, incluso alguna
parte del sumario que nunca debería ver la luz, solo espero que nunca revele su
fuente, porque me pondría entre la espada y la pared con Richard y su jefe. Mañana,
en cuanto salga la noticia en la portada, la empresa de Marshall se desplomará en
la bolsa y sus socios le retirarán su apoyo, lo que pase con la Administración
pública también traerá cola y rodarán cabezas, eso lo doy por supuesto.

-Venga, mozzarella, seguro que puedes ser un poquito más expresivo -me chincha
Adam-. No sé, algo un poco más efusivo, que no parezca que tienes un palo metido
por el culo, como dice Gaby.

-Oh, oh, oh... -Richard hace el gesto de clavarse algo en el pecho-. Hostias con la
baby, qué calado te tiene, ¿no?

-Que os den, a los dos. -Los señalo con el índice.

-Vamos, Nicola. No pasa nada por reconocer que te pone a mil. Tú no te viste la
cara cuando la tuviste delante ayer en la fiesta.

-Porque casi lo jode todo -afirmo con rotundidad.

-Sí, lo que tú digas, pero es más que evidente que...

-Que nada -lo corto-. Dejad de fantasear, ella es trabajo y punto.

-¿Y qué vas a hacer? -pregunta Richard para seguir tocándome las narices.

-¿Qué voy a hacer con qué?

-Con ella.

-Nada. Solo soy el mensajero. Ya le he dado la primera caja que dejó Gabriel para
ella y le he contado las condiciones que tiene que cumplir para que el ático sea
suyo.

-¡Qué profesional! -me vacila Richard y él solo se parte el culo.

Si algo tienen mis amigos, aparte de ser muy leales, es que a tocapelotas tampoco
los gana nadie.

-Se va a quedar -sentencia Adam y lo miro elevando mucho las cejas.

-¿Por qué estás tan seguro? ¿Te lo ha dicho ella?

-No, sin embargo, durante el poco tiempo que he tratado con Gaby, me ha demostrado
que no se achanta, ni siquiera contigo. Esto es un reto para ella y me apuesto lo
que quieras a que lo va a aceptar.

-Tenéis mucha confianza para conoceros hace un puto día, ¿no? ¿Me he perdido algo?
-inquiero, porque no me pasa desapercibido lo feliz que se pone cuando habla con
ella.

-¿En serio, tío? -me pregunta Adam, empezando a mosquearse con mi actitud.

-Relájate, Nicola -me riñe Richard, que siempre es el que media entre los dos.

-Vale, pues vamos a dejar el temita de una vez. A ver si al final me saco el palo
que tengo metido por el culo y os doy con él -bromeo, porque no tengo ni idea de
por qué me pongo tan susceptible cuando me hablan de ella.

No lo digo en voz alta, pero estoy deseando que se ponga en contacto conmigo para
pedirme que le saque el billete de vuelta a España, no me preguntes por qué, sin
embargo, creo que tenerla lejos me evitará problemas.

Ahora mismo, tengo que centrarme en abrir el centro social para menores en el
Bronx, en el que Gabriel invirtió tanto dinero y tantas horas, y en atrapar a
Anderson y a Cox, para que los culos de esos tres malnacidos terminen entre rejas.
Paso de ser el perfecto anfitrión, el vecino enrollado o el amigo con el que ir a
tomar una copa. Ni puedo ni quiero, básicamente, porque es verdad que, cuando la
tengo delante, no puedo dejar de mirarla.

Adam nos cuenta que ha dejado de ir a visitar la tumba de su hermano cada mes y que
solo lo hará en el aniversario de su muerte, puede parecer una chorrada a la vista
de cualquiera, pero para Richard y para mí es un hecho importante, un pequeño
avance para que empiece a ver un poco la luz entre todas sus sombras. Por eso nos
levantamos y nos abalanzamos sobre él, tirándole parte de la cerveza que tenía en
la mano.

-¡Quitad, capullos! -Nos empuja para apartarnos. En el fondo, le encanta que lo


achuchemos; es el más sensible de los tres, comprobado.

Vemos un partido de fútbol en diferido en la televisión y pedimos unas pizzas al


Giovanni’s, uno de los mejores restaurantes del barrio, en donde las siguen
haciendo con la masa artesanal, como las hacía mi padre.

Cuando terminamos, estamos tan a gusto que nadie quiere dar por concluida la noche,
a pesar de que todos curramos mañana. No sé las Nastro Azzurro que hemos tomado, ni
la pila de idioteces que han salido de nuestras bocas. Siempre que nos juntamos los
tres en mi casa en NoLIta, solemos acabar así.

El móvil de Adam se ilumina y es el poli el que lo avisa de que está sonando, las
risas son tan escandalosas que no lo hemos oído.

-Callad, insensatos -nos ordena y se pone en modo profesional. No sé quién será a


estas horas, porque, que yo sepa, solo trabaja para mí-. Hola, Gaby, ¿va todo bien?

Richard y yo nos miramos. Adam pone el altavoz para que podamos escuchar la
conversación y se endereza en el sofá.

-Sí, tranquilo -responde ella. En cuanto empezamos a oír su voz, Richard empieza a
hacer el imbécil, gesticulando como si tuviéramos catorce años con las manos y los
dedos, algo que no soy capaz de reproducir con más de treinta, provocando la
sonrisa silenciosa de Adam y mi cara de cagarme en sus familias-. Quiero hablar con
Nicola. -Richard, al escuchar cómo pronuncia mi verdadero nombre, abre los ojos
como platos-. Pero no le he visto en todo el día. ¿Tú le podrías avisar para que me
llame o se pase por aquí?

-Sí, espera -la corta-. Te lo paso ahora, que estamos en su casa.

-Pues he llamado tres veces a la puerta y no me ha abierto, ¡qué educado!

-No, en esa casa no...

Adam le empieza a explicar que no se refiere al ático y niego con la cabeza para
que se calle. No creo que sea necesario darle tanta información. Cojo el teléfono
de mala gana y quito el altavoz. No es el momento idóneo de mantener ningún tipo de
conversación que no implique acabar follando. Vaya, esa quizá no ha sido la frase
exacta que quería utilizar. A ver, que no lo digo por ella, sino por las horas.

Merda.

Desaparezco del salón, entro en mi habitación y cierro la puerta. Me siento en el


borde del colchón porque al levantarme del sofá me he dado cuenta de que me
tambaleo un poco.

De puta madre, Nicola, encima borracho.

-Sí... -Intento no sonar demasiado pastoso.

-¿Nicola? -Vaya, parece que por teléfono y en mi estado no le suena mi timbre de


voz.

-Nick -refunfuño.

-Sé que no son horas, Nicola. -Me cago en todo-. Lo que pasa es que he llamado al
ático y no me has abierto, supuse que no estabas y, como no te veo desde que ayer
huyeras a apagar el incendio y solo tengo el móvil de Adam, pues lo he llamado a...
-Menuda metralleta, habla tan rápido y con ese tonito de suficiencia que la mayor
parte de las palabras se esfuman sin que llegue a pillarlas. ¿Esta chica no conoce
la paz mental que dan los silencios?

-Perdona, ¿me lo puedes repetir?

-Vale, resumiendo, que he tomado una decisión. Me quedo. Ya veo que llevas una vida
muy ajetreada, fiesta el lunes, fiesta el martes, en fin, espero que mañana tengas
unos minutos de tu valioso tiempo para dedicarme, sin resaca mejor.

Vamos por orden, ha dicho que se queda, ¿verdad? Dios, tenía razón el listillo del
irlandés, y eso es sinónimo de problemas o de quebradero de cabeza, como más te
guste. Y, para seguir aclarando los términos, ha dicho algo sobre los minutos para
dedicarla, ¿eh?

Ay, Gabriela, como sigas plantándome cara cada vez que estamos a dos centímetros de
distancia, lo que voy a querer hacer es algo más que dedicarte mi tiempo, no sé,
algo del tipo... dedicarme a ti en cuerpo y alma, a lametazos.

Puto alcohol.

-Mañana pásate por mi despacho a las once, no tardes porque tengo otra reunión
después.

-Tranquilo, entre el millón de virtudes que tengo -suelta con su prepotencia, que
es directamente proporcional a la mía-, también está la puntualidad.

-Perfecto, pues hasta mañana. Adam te recogerá a las diez y media.

-Sé ir sola.

-Enhorabuena. Adam te recogerá a las diez y media. Ni un minuto más tarde.

Me insulta en español, pero mi instituto era un hervidero multicultural. Por eso


mismo, conozco la jerga de varios idiomas extranjeros. Su gilipollas se escucha
alto y claro antes de que me cuelgue.

Al final, van a tener razón, porque me la ha puesto dura.


Fantástico, Nicola, ella se queda, así que échate a temblar.

Capítulo 11

GABRIELA

Es la tercera vez que suena por los altavoces del gimnasio Water, de Salatiel,
Pharrell Williams y Beyoncé. Bueno, ahora esta habitación es un híbrido entre una
sala de musculación y un miniestudio de danza. Hace un par de días, con la
inestimable ayuda de Adam, trasladé todas las máquinas que tenía Gabriel a una
esquina y conseguí un poquito de espacio para bailar. Estoy como loca por terminar
esta coreografía que empecé con Lola antes de venir. Echo tanto en falta nuestros
ratitos juntas que llevo más de dos horas bailando, sin embargo, ni con esas me
deshago de la nostalgia.

Llevo una semana en Manhattan. Aparte de revolotear por la ciudad, dormitar,


bañarme en la piscina y comerme algún que otro bocadillo de pavo plastificado (si
veo una foto de un jamón lloro) tirada en un trozo de césped en Central Park, no he
hecho mucho más, excepto quemar la adrenalina bailando.

Nicola me recibió la semana pasada en su despacho y le volví a confirmar mi


decisión de quedarme. La verdad es que la noche anterior, cuando hablamos por
teléfono, no lo noté muy lúcido. Le pedí que me volviera a explicar los puntos más
importantes del testamento y, como debe de ser el único que trabaja en esta ciudad,
despareció sin que pudiera preguntarle el millón de dudas que tengo sobre la
empresa de Gabriel, que ahora es suya, y sobre la fundación que tienen. Quedó en
hacerme un hueco en su apretada agenda para llevarme hasta la sede y, si no lo
cancela, me recogerá luego Adam para acercarme a Brooklyn y visitarla en persona.
Así podré empezar a cumplir una de las partes del trato e involucrarme en algún
proyecto. Necesito tener la mente ocupada en algo y creo que será una buena manera
de conseguirlo.

Como ya le dije a él, solo estudié los dos primeros cursos del Grado de Psicología.
Mi madre enfermó y tuve que ponerme a trabajar para tener más ingresos. Nunca quise
abandonar los estudios del todo, sin embargo, entre las horas que estaba en la
escuela de danza de Lola y las que estaba haciéndome cargo de ella, no me quedó más
remedio que dejarlo. Al principio, pensé que no tardaría en volver a matricularme,
supongo que luego la vida me arrastró. Los últimos meses, después de sufrir tanto,
perdí la ilusión por todo, excepto por el baile, que fue y es mi vía de escape. Lo
demás quedó relegado a un segundo plano. Me ha extrañado que él conociera ese dato
por Gabriel y me ha dado por pensar en que, quizá, mi madre y él sí mantuvieron el
contacto durante los últimos años, de ahí que llegara la carta a nuestra antigua
dirección. No sé, todos guardamos secretos que no queremos compartir con nadie,
aunque me cuesta mucho imaginar algo así de ella.

Cuando me subí a aquel avión hace unos días movida por un impulso que no sabría
describir, no imaginé que mi vida iba a sufrir un cambio de rumbo tan inesperado y
tan loco, porque no hace falta que te confirme que despertarme aquí por las mañanas
y ver amanecer desde las alturas es bastante acojonante.

Salto dos veces seguidas y giro en el aire. Me quedo mirando hacia la puerta y el
corazón se me sale del pecho.
-¡Ay!

-Lo siento, señorita Suárez. Vaya, ¿está bien? -me pregunta Rosy, acercándose con
cautela.

-Sí -balbuceo, recobrando el aliento-. Tranquila, ahora me recupero. -Doy un trago


largo de agua.

-Al final voy a tener que ponerme un cascabel -me dice con una leve sonrisa de
disculpa.

-Es que, con la música a todo volumen, no te he oído entrar.

-¿Estaba bailando?

-Sí. Adam me ayudó a despejar esto para tener un poco más de espacio. Bailar es mi
droga, Rosy -le confirmo, guiñándole un ojo.

-Pues entonces es usted igual que mi hijo. Óscar es bailarín, ¿sabe? Compagina los
trabajos que le salen en Broadway con las clases que imparte como profesor en un
estudio de danza -me cuenta orgullosa.

-¡Vaya, qué coincidencia! Yo también, bueno, a ver, yo en España daba clases en una
pequeña escuela. Lo de ser bailarina en algún espectáculo nunca lo he intentado. Me
gusta enseñar a los niños.

Mientras hace un repaso por la estancia, por si hubiera algo que limpiar, que no es
el caso, está todo pulcrísimo, me habla de su hijo, de cómo empezó desde muy
pequeñito a bailar y de cómo pelea por conseguir su sueño. Termina y la acompaño
hasta la cocina, justo en ese momento, suena el timbre y ella se encarga de abrir.
Es el repartidor del supermercado. Un chico alto y desgarbado entra y deja las
cuatro bolsas de papel encima de la isla. Rosy le da una propina y se marcha a
acompañarlo a la puerta de nuevo.

-Deje eso, señorita, yo me encargo -me riñe cuando me ve sacando el contenido.

-Tranquila, tengo dos manos y necesito ocupar mi tiempo en algo. Llevo más de una
semana como si estuviera de vacaciones.

-Pues disfrútelas. -Me quita el paquete de manzanas de la mano.

-No, en serio, Rosy. Sé que es tu trabajo, pero por favor, déjame echarte una mano,
no he nacido para que me sirvan.

-Sin embargo, yo cobro por servirla -insiste.

Resoplo y me siento en el taburete.

-Una pregunta, Rosy, ¿puedo saber quién paga todo esto? -Señalo las bolsas.

-El señor Costas -me responde dubitativa. Creo que se siente incómoda hablando de
esto-. Yo dispongo de una tarjeta para cargar todos los gastos de la casa, incluida
la comida.

-Ya, pero será de la casa de Nick, no de esta.

-Hacía lo mismo con el señor Coté. Ahora el señor Costas me ha dicho que cargue los
gastos de las dos casas a su cuenta.
-Perfecto, pues es la última compra que haces para mí.

-Señorita, yo trabajo para él, no debería tratar estos temas con usted. El señor
Costas se va a enfadar conmigo, no puedo desobedecer sus órdenes.

-No te preocupes, Rosy, hoy mismo hablaré con él y se lo aclararé. Pero por favor,
tengo más que suficiente para unos cuantos días, así que la próxima compra la haré
yo.

-¿Está segura?

-Segurísima. No puedo quedarme aquí seis meses sin hacer nada, mañana mismo
empezaré a buscar trabajo, tranquila, él lo entenderá -afirmo con la boca pequeña,
porque el tieso de Nicola me ha demostrado en varias ocasiones, y eso que solo nos
conocemos desde hace una semana, que no lleva muy bien eso de que le lleven la
contraria.

Mi móvil suena en el salón y dejo a Rosy sola. Lo cojo con una sonrisa enorme, es
Marcos.

-Holaaaaaa...

-Hola, Huracán. Por fin escucho tu voz. ¿Qué tal te tratan esos yanquis?

-Uf, no me hagas responder a eso, no vaya a ser que me deporten.

Marcos se ríe y nos enfrascamos en una conversación larga y llena de detalles. Él y


yo salimos juntos cuatro años. Ha sido el único novio que he tenido y ahora es uno
de mis mejores amigos. Ese título lo comparte con Lola, claro. Nos conocimos en el
instituto y, antes de terminar bachiller, empezamos a salir. Compartimos primeras
veces, fiestas, sentimientos, alegrías y tristezas. Continuamos juntos en la
universidad porque nos matriculamos en la misma carrera, que él sí que terminó.

Si alguien te dice que con un ex no te puedes llevar bien, te está mintiendo.


Nosotros somos el vivo ejemplo de que, si hay respeto y amistad, se puede.

Cuando mi madre enfermó, yo no tenía ganas para hacer nada que no fuera pasar todos
los minutos del día con ella. Su luz se apagaba y creo que, inevitablemente, la mía
un poco también. Dejé la universidad, me puse a trabajar en la escuela con Lola y a
cuidarla en cuerpo y alma. Así que mi relación con Marcos se fue enfriando. Él
quería seguir, porque estaba convencido de que volveríamos a estar como antes. Las
mariposas habían desaparecido de mi estómago y no podía mantenerlo atado a mí más
tiempo, porque sabía que no íbamos a avanzar, así que rompimos, aunque prometimos
que seguiríamos siendo amigos.

Después de él, solo me he enrollado una vez con un primo de Lola, una sola noche
que salimos de fiesta, y de eso hace más de un año.

-Has hecho bien en quedarte, Huracán. Necesitabas un cambio de aires.

-Coño, pues igual, si me hubiera ido a Cádiz a que me diera un poco el levante,
habría sido suficiente, ¿no? Sin necesidad de atravesar todo un océano. -Marcos se
descojona y al final me río con él. El sonido de sus carcajadas me transporta a
casa.

-No seas miedica, Gaby. Los cambios a veces traen cosas buenas -insiste.

-Con la suerte que yo tengo, ya te contaré.


Nos despedimos con la promesa de hablar de nuevo pronto y con un poco de congoja
final antes de colgar. Solo llevo una semana aquí y ya los echo de menos. Subo a
ducharme y a vestirme antes de que las lagrimillas empiecen a asomar.

Sigue haciendo un calor asfixiante, por lo que opto por un vestido de florecillas
negras y azules, corto, cruzado en el pecho y atado en la cintura con una lazada
discreta. Me coloco el pequeño volante que cae por la parte de la falda y me calzo
unas cuñas de esparto negras, no son para andar mucho, pero como voy en coche, las
aguantaré. No sé si voy bien vestida para presentarme en la Fundación Coté, aunque
espero que, si es verdad que allí trabajan con niños, no creo que vayan todos
encorsetados en esos trajes de chaqueta con pinta de intocables.

Me encuentro con Rosy en la puerta, ella también se va, así que bajamos juntas en
el ascensor.

-Adam me estará esperando abajo. ¿Quieres que te llevemos a algún sitio?

-No, gracias. He quedado con mi hijo a dos manzanas de aquí. Hay una cafetería que
me encanta y todos los martes me invita a desayunar.

Una punzada de dolor se instala en mi vientre, a mi madre también le encantaba


desayunar conmigo los sábados por la mañana. Íbamos a su cafetería favorita,
incluso cuando ya estaba muy malita y apenas tenía fuerzas para caminar hasta allí.

-Pues entonces nada, no hay que perder las buenas costumbres.

-No se ponga triste, señorita -me dice, dándose cuenta de que mi mirada se ha
entristecido con un sexto sentido digno de admirar-. Yo también me sentí sola al
llegar a este país, seguro que enseguida encontrará un motivo para quedarse.

-Ojalá, Rosy, ojalá. -Suspiro.

-Espere, tome... -Saca una pequeña libreta de su bolso y un bolígrafo.

Ya estamos en la calle y veo a Adam apoyado en el SUV negro con los cristales
tintados, parece un tanque. Me espera con la puerta abierta, a pesar de que le he
dicho que se ahorre esa parafernalia conmigo. Rosy escribe algo y me da el papel.

-¿Y esto?

-Es la dirección del estudio de danza donde trabaja Óscar y su número, creo que a
veces buscan profesores, puede llamarlo y pasar por allí. Quizá tenga suerte.

-Millones de gracias -le digo y, sin medir mis actos, la abrazo. Creo que se
ruboriza con mi gesto, pero sonríe.

Me guardo el papelito en el bolso y nos despedimos.

-Ni se te ocurra tocar esa puerta -amenazo a Adam antes de que pueda cerrarla él.

Me siento a su lado, como es habitual. Lo bueno es que ya no protesta. Se interesa


por los sitios que he ido visitando esta semana y, mientras se lo cuento, me va
haciendo de guía. Aprovecho y lo acoso a preguntas de otros tantos a los que quiero
ir.

Media hora después, llegamos a Brooklyn. Detiene el coche delante de una casa de
tres plantas, la típica que sale en las películas, de ladrillo rojizo y ventanas
negras, seguro que tiene un patio trasero igual de bonito. Me doy cuenta de que
Nicola está esperando en la acera, apoyado en su Lamborghini. Sí, esa nave espacial
en la que me llevó el primer día es un Lambo, como dicen los reguetoneros. Vale,
sonará ridículo, pero ahora mismo, él tiene aspecto de protagonista de película
también, como la casa. De uno que se lleva de calle a cualquiera que lleve faldas,
incluso a los amigos gais de la protagonista, porque tiene pinta de dar fuerte y
flojo, a todo...

¡El filtro, Gaby! El puñetero filtro que te ha dejado de funcionar.

Vale, igual mentí un poco a Lola con lo de que era normalito. Está bueno, sí,
demasiado bueno. Lo peor es que el capullo lo sabe, eso es una evidencia, pero el
mundo está repletito de tíos como él, ¿o no? Traje negro, camisa blanca y corbata
oscura, impecable. Brazos cruzados a la altura del pecho y gafas de sol negras,
tras las que esconde, probablemente, una mirada asesina porque llegamos veinte
minutos tarde.

Me bajo rápido, antes de que Adam cometa la gilipollez de venir a abrirme.

-Suerte con míster palo metido por el culo -me dice el muy listillo.

-Qué observador -apunto quisquillosa.

-Gabriela, llegas tarde. ¿No era la puntualidad una de tus innumerables virtudes?

-Relaja, Nicola. Esto es Nueva York; tráfico, bomberos, ambulancias. Además, soy
europea, pero española, quizá no estudiaste suficiente geografía, nosotros estamos
más al sur y nuestra puntualidad no tiene nada que ver con la británica.

Le pillo mordiéndose el labio, señal inequívoca de que prefiere no entrar al trapo


y callarse. Me cede el paso y me abre una pequeña verja negra para subir seis
escaleras.

Lástima, pensé que enfundado en ese traje, con este calor, apestaría a rancio, pero
huele jodidamente bien el estirado, a esa mezcla perfecta de madera y cítricos, lo
reconocería a oscuras.

-¿Algún problema? -inquiere mientras llama al timbre y se quita las gafas en un


gesto demasiado lento, demasiado provocador.

-Que tenga solución, no -respondo y percibo una pequeña sonrisa triunfal asomando
de su boca.

No, no, no, así no. Prefiero que tenga el palo metido hasta el fondo, porque cuando
se lo quita...

Capítulo 12

NICOLA

Echo un par de hielos en un vaso y sirvo otro whisky para Richard, que acaba de
llegar al ático.

-¿Y Adam? -pregunta mi amigo.

-Me ha dicho que vendrá más tarde, no sé qué se trae entre manos esta semana, pero
está raro.

-Raro es él.

-Pues más raro de lo habitual -afirmo y nos reímos.

Adam está disponible en todo momento para mí, por eso, cuando desaparece sin darme
explicaciones, me descoloca.

Es viernes y tenía que haberme acercado esta mañana a la oficina de Richard para
que me pusiera al día de las novedades de la investigación. Irremediablemente, se
ha alargado mucho la última reunión que tenía y por eso le he pedido que viniera él
hasta aquí, para charlar más tranquilos. El contratista encargado de la reforma del
edificio del Bronx no está cumpliendo los plazos, así que no podremos inaugurar el
centro social hasta mediados de agosto, dentro de unos quince días más o menos. Soy
muy exigente cuando se trata de trabajo. Vale, sí, soy muy exigente para el resto
de las cosas también y ese nivel de profesionalidad es lo que me ha hecho llegar
hasta donde estoy.

El martes pasado, Sam, la directora de la fundación, fue la encargada de enseñar a


Gabriela todo el organigrama y los diferentes proyectos en los que estamos
trabajando, tanto aquí como en el extranjero. Yo me limité a presentarlas y a
observar cómo ella se interesaba por todo. Sin duda, la tenacidad es una de sus
virtudes, o de sus defectos, porque la acribilló a preguntas. Además de cabezona,
es contestataria, rebelde e intensa... Está bien, voy a parar, que me embalo. Dejó
clarísimo que le ha gustado la labor que le han asignado y que quiere contribuir
aportando su granito de arena y sus aptitudes con los niños, a los que definió como
enfants terribles. Nos comentó que Gabriel las llamaba así a Tiffany y a ella de
pequeñas. Por supuesto, la aludida no quiso estar allí con nosotros, perdiendo su
valioso tiempo, y, una vez más, constató que ella solo pone su imagen y no su
esfuerzo.

Sam le pidió que, de momento, fuera a ayudarla con todo el papeleo dos días por
semana, hasta que se inaugure el nuevo centro y le asigne un grupo con el que
trabajar allí. Sé, por el bocazas de Adam, que los lunes y los miércoles echa allí
más horas de las que debería.

De vuelta a casa, ese mismo día, discutimos. Bueno, más bien no nos pusimos de
acuerdo. Ella expuso su opinión y yo la contradije. Un toma y daca bastante absurdo
que no me esperaba sobre economía doméstica. Hay que joderse, yo tratando esos
temas con ella, en fin... Cuando Gabriel me propuso ser su albacea y ordenar un
poco todos esos asuntos personales que le quedaron pendientes, no me imaginé que
iba a tener que lidiar con un puñetero ciclón, que es más o menos lo que ha
provocado Gabriela en mi vida en estas tres semanas. No quiere que Rosy sea la
encargada de llenar su nevera porque ella se basta y se sobra, palabras textuales,
para hacerse cargo de su manutención; así que le tuve que recordar que, si iba a
echar una mano en la fundación, los gastos del ático estaban pagados, como dejó
estipulado Gabriel. Aun así, no aceptó que la comida también entrara en esa
cláusula. Claudiqué porque no quería escucharla más y porque, en el fondo, me
estaba gustando verla defender sus ideas con uñas y dientes, aunque eso jamás se lo
diré. Lo siguiente será pagar ella a Rosy si sigue yendo a su casa, de eso no tengo
ninguna duda.

El resto de la semana no la he visto apenas. Coincidimos en el rellano un día, yo


me marchaba y ella llegaba, era tarde, casi de noche, y me extrañó verla porque no
tenía conocimiento de que Adam la hubiera llevado a ningún sitio. Supongo que, poco
a poco, se está haciendo con la ciudad y se mueve sola. Aunque prefiero que cuente
con mi chófer para lo que quiera, por su seguridad, claro. Nos saludamos con
educación y estuve a punto de preguntarle de dónde venía, pero al final, lo dejé
pasar porque lo más sensato es no inmiscuirme.

-Anderson está desaparecido -me informa Richard, que me ha seguido hasta la cocina.

-¿Cómo que desaparecido?

-Desaparecido, Nicola. Quizá Marshall le ha puesto sobre aviso, no lo sé, pero


lleva días sin salir de su casa y sin ir a la oficina.

-¿Y su mujer y sus hijos?

-Tampoco están.

-Es verano. Se habrá ido de vacaciones. ¿Su avión?

-En el hangar. Es raro, aun así, vamos a pensar con la cabeza. Puede que se haya
ido unos días a descansar con su familia, a algún lugar perdido y secreto, seguro
que volverá pronto. Solo espero que no esté buscando un país sin extradición.

-¡Joder...!

-Hola... -saluda Adam al entrar.

-Estamos en la cocina -le responde Richard.

-¿De dónde coño vienes? -pregunto en cuanto asoma la cabeza.

-¿Qué narices le pasa? -le pregunta a Richard pasando olímpicamente de mí y de mi


mal humor.

El policía le pone al día de lo de Anderson mientras yo abro y cierro los armarios


en busca de algo que picar para acompañar el whisky. Coloco unos platos con
patatas, frutos secos y olivas que me mandan directamente de la Toscana, su mezcla
de amargo y picante las hace únicas, y es uno de mis múltiples vicios, culinarios,
digo.

-Trae, anda, ya lo llevo yo. Y relájate, pillaremos a ese cabrón. -Me anima Adam y
se ofrece a llevar la bandeja mientras saca una Nastro Azzurro de la nevera-. Paso
de licor a estas horas. -Se encoge de hombros cuando lo miro con extrañeza.

Pensé que, cuando cayera Marshall, irían todos detrás, rápido. Está claro que,
después de tanto tiempo, me puede la impaciencia y las cosas van más despacio de lo
que me gustaría. Anderson ha seguido actuando con la misma dinámica que sus otros
socios, solamente que él está acostumbrado a lavar su imagen participando en un
montón de obras benéficas que abandera su mujer, una rubia platino veinte años más
joven a la que le encanta estar en los medios de comunicación. A pesar de esa
imagen de empresario preocupado por el resto de los mortales, la mayoría de su
fortuna la ha conseguido extorsionando a empresarios y ahogándolos con préstamos
abusivos que jamás le podrán devolver. Intento calmarme y escuchar a mis amigos,
ojalá sea verdad eso de que solo está descansando unos días en alguna isla privada
de la que no tenemos conocimiento y que regresará a Manhattan pronto para seguir
con el plan.

-Mejor salimos a la terraza, ¿no? -propone Richard y le adelanto para abrir la


cristalera porque él va cargado con su vaso y con el mío.

Me quedo quieto con la mano en el mecanismo de apertura. No, no puede ser. Pestañeo
y niego con la cabeza, ¿qué cojones está haciendo?
-A la terraza no. Nos quedamos dentro -digo categórico.

Gabriela ha decidido, antes de que sea de noche, darse un baño en la piscina de su


terraza, me imagino que no entiendes dónde está el problema con eso, aunque, si
estuvieras viéndola quitarse la ropa, te harías una ligera idea.

-¡Anda, quita! ¿Para qué quieres este pedazo de ático? Es verano, Nicola, abre la
puñetera cristalera -me ordena Richard sin entender un carajo.

-¡He dicho que no!

-Pero ¿qué bicho te ha picado? -interviene Adam y se acerca para apartarme. Se


queda petrificado cuando alza la vista y observa a Gabriela entrar en la piscina,
desnuda.

-¡Hostias, bonito culo! -Ese es Richard. Después de blasfemar y apreciar la


generosa anatomía de Gabriela, empieza a descojonarse, tanto que se tiene que
sentar en el borde del sofá para seguir partiéndose la caja sin tirar el whisky.

Menos mal que estaba de espaldas, porque, si la llego a ver como su madre la trajo
al mundo por delante, no sé si hubiera podido borrar esa imagen de mi cabeza. Que
sí, que no te voy a mentir, que tampoco me voy a olvidar de su retaguardia.
Gabriela es pequeña, sin embargo, está muy proporcionada. Tiene un espalda definida
que termina donde empieza la sutil curva de su acojonante culo; respingón,
musculado y en su sitio. Si ya me había fijado en él cuando va vestida, ahora es
como un jodido melocotón, sabroso y apetecible, al que te mueres de ganas de dar un
mordisco. Aprieto los puños porque me hormiguea la sangre.

¿Y su tacto? ¿Cómo será su tacto?

-¡Va a acabar conmigo! -digo en voz alta y me arrepiento al segundo.

Los abucheos de mis colegas son excesivos y las carcajadas ensordecedoras.

-¿Sabes lo peor, mozzarella?, que mira cómo estás y todavía no ha empezado. -Lo
fulmino con la mirada-. A acabar contigo me refiero -me aclara Adam como si fuera
tonto.

-Te he entendido -bufo.

No va a empezar nada porque no me lo puedo permitir. No, definitivamente, no.

-Nicola Basso alterado por una mujer. Jamás pensé que lo verían mis ojos. -Me
vacila Richard y se levanta para pegarse al cristal junto a nosotros de nuevo.

-¡Callaos, los dos! -espeto-. Y dejad de recrearos. Fin del espectáculo.

-¡Eh! -protestan a la vez.

-Déjanos quedarnos aquí, en algún momento tendrá que salir del agua y nos falta de
ver la otra mitad -suelta Richard socarrón.

-¡Los cojones!

Lo sé, decir sandeces es un pobre argumento, pero no sé por qué extraña razón no me
apetece nada que la vean desnuda, es más, ya me jode bastante que hayan visto parte
de su cuerpo y que se imaginen el resto. Los empujo para que se sienten en el sofá
y se olviden del tema.
Gabriela está ya dentro del agua y desde aquí solo puedo ver su melena mientras
nada. Busco dentro de mi cabeza un tema nuevo para sacar, aunque, no te voy a
mentir, mis neuronas solo procesan los trozos de su piel. Además, estos dos no van
a dejar pasar el momento de goce visual que nos ha regalado, ni ahora ni en unos
días.

-¿Qué queréis hacer por mi cumpleaños la semana que viene? -Buen giro, a ver si,
con un poco de suerte, se centran en la celebración de mi treinta y cinco
cumpleaños y los distraigo.

-Pues se me está ocurriendo... -duda Richard-. Quizás una fiesta... -continúa con
una sonrisa que no promete nada bueno, mirando solo a nuestro amigo.

-En la terraza... -deja caer Adam siguiendo la frase del otro y asiente sin mirarme
tampoco.

-¡Temática! -añaden los dos a la vez, demasiado compenetrados.

-¡Que os den! -digo y me levanto.

Será mejor que me sirva otro whisky y pase de ellos o al final les patearé el culo
y los echaré de aquí.

No, Nicola, no pienses en culos, no te conviene volver ahí, ahora no.

-Pero si no te hemos dicho el tema todavía, no huyas, cobarde -me pica Richard,
aguantándose la risa.

-Ya te lo digo yo. ¡Fiesta nudista en tu terraza! -confirma Adam con entusiasmo,
sabe que los he pillado a la primera, sin embargo, le encanta explicar los
chistes-. Es perfecto, mozzarella, todos tenemos disfraz y el de Gaby ya lo hemos
visto.

-La mitad, solo la mitad -recalca Richard y les hago una peineta a cada uno antes
de pirarme al baño.

A veces también los quiero.

Capítulo 13

GABRIELA

Apuro el último trago de té helado mientras Samantha apaga las luces antes de
salir. Cuando ya tenemos todo, coge las llaves para cerrar y nos despedimos en la
puerta.

-Te veo el miércoles, Gaby. Y no te preocupes, lo vas a hacer genial.

-Gracias, Sam. -La abrazo y bajo las escaleras con prisa agarrada a las asas de mi
mochila, Adam ya me espera fuera del coche para llevarme a Manhattan de vuelta.

La fundación está en Carroll Gardens, un famoso barrio de Brooklyn con raíces


italoamericanas. Se notan en las numerosas tiendas y restaurantes italianos que hay
alrededor, sobre todo en las calles Court y Smith, que dan mucha vida a la zona. El
resto del vecindario está formado por una combinación perfecta de casas familiares
de ladrillo rojizo con jardines. Un lugar muy tranquilo. Me ha contado Sam que
muchas parejas jóvenes, con buenos sueldos, han comprado viviendas aquí, huyendo un
poco del bullicio de la ciudad. De momento, vengo los lunes y los miércoles, hasta
que abran el centro del Bronx y empiece a colaborar allí con el grupo de niños que
me asignen. No puedo quejarme de no hacer nada como cuando llegué, porque, la
verdad, es que estos últimos días están siendo bastante agotadores.

-Gracias por venir. Ya sé que te he avisado con muy poco tiempo. -Me excuso con
Adam al entrar en el coche y él me hace un gesto con la cabeza para quitarle
importancia.

-No pasa nada, pero Nicola está muy descolocado con mis viajes relámpago -me
informa y sonríe de medio lado-. No descartes que en cualquier momento aparezca con
su Lamborghini a nuestro rebufo, siguiéndonos.

Niego con la cabeza y nos reímos. Adam ha estado llevándome y trayéndome todos
estos días hasta la fundación. Además, en Manhattan, me llama constantemente y me
recoge donde esté. Sabe que soy capaz de moverme sola por la cuidad, aunque él
prefiere llevarme en coche y explicarme las paradas de metro más importantes, las
calles por las que es mejor que no pasee sola nunca o los trucos para callejear y
atajar distancias como una neoyorquina más. Según él, es mi periodo de instrucción,
y no me dejará libre hasta que no esté preparada. En nuestros viajes, me ha contado
que sirvió en el Ejército, de ahí esa vena de adiestrador.

Nicola y yo seguimos igual de estancados. No he conocido a un tío más hermético que


él en toda mi vida. Hace dos semanas estuvimos juntos en la fundación y, en el
viaje de vuelta a casa, aproveché para informarle de que no iba a aceptar más su
dinero. De paso, le aclaré que soy lo suficientemente mayorcita para mantenerme
sola. Intentó argumentar por qué lo hacía, pero al final, no le quedó más remedio
que ceder ante mi insistencia y dejar de discutir, aunque solo fuera para que me
callara. Aun así, se ve de lejos que es un tío al que le gusta tener todo bajo
control, y le funcionará con los demás, no conmigo.

-¿A qué hora tienes que estar?

-Óscar me ha dicho que a las siete menos cuarto o así.

-Bueno, lo más probable es que tenga que pagar alguna multa hoy.

Tardé solo un día en llamar al hijo de Rosy. Me sorprendió que me contestara como
si estuviera esperando mi llamada, me imagino que, en ese desayuno con su madre el
día antes, ella le puso al corriente sobre mí. Esa misma tarde que hablamos, Adam
me llevó hasta el estudio de danza Marcia Arenal en Lenox Hill, un barrio que está
en la parte baja del Upper East Side, relativamente cerca de casa. Marcia, una
cubana a punto de cumplir setenta, con un cuerpazo envidiable y bastante carácter,
me dijo que en verano apenas tienen alumnos, por lo que el estudio es más bien un
campamento para niños a los que sus padres se quieren quitar de encima durante
algunas horas. De octubre a junio tiene cuatro profesores en plantilla, incluida
ella, que solo da dos clases de salsa a la semana para adultos, ricos y aburridos.
Me confesó que, después de tantos años dedicada a la danza, es lo único que le
divierte un poco. Óscar fue igual de amable conmigo en persona, tiene pinta de ser
de ese tipo de gente que siempre está feliz, con una sonrisa perenne en la boca,
que, por cierto, me recordó mucho a la de su madre. Creo que mi naturalidad y mi
desparpajo le gustaron a Marcia, porque, antes de despedirse, dejó caer que allí
siempre había algo que hacer.

-Puedes venir y estar con Óscar en sus clases, limpiar las aulas, entregar a los
niños a sus padres o coger el teléfono si es que suena alguna vez -me propuso.
-Por mí genial -respondí encantada.

-Yo me marcho a ver a mi familia a Miami. Óscar te dará una paga cada viernes por
los servicios prestados, no esperes gran cosa. Ya a la vuelta me enseñas cómo
bailas. ¿Te parece bien?

-Me parece perfecto, muchísimas gracias.

-Dependiendo de los grupos que tenga de cara al próximo curso, ya veré si puedo
hacerte un hueco, pero mientras tanto, recuerda que solo eres la prima de Óscar que
ha venido de visita, no quiero líos con los de inmigración.

-Tranquila, sin problema -confirmé y nos despedimos con dos besos. Añoraba un poco
de familiaridad en esta ciudad.

Me quedé con Óscar muchísimo rato mientras me explicaba un poco los entresijos del
estudio, los distintos estilos de danza que imparten; desde ballet clásico hasta
los nuevos ritmos más urbanos, que es lo que más demandan los adolescentes ahora.
Le conté que mi especialidad es la danza contemporánea, aunque, como me encanta
bailar, se me dan bastante bien otros palos. Salí de allí feliz y con unas ganas
enormes de volver al día siguiente.

En principio, vengo martes, jueves y viernes, porque los lunes y los miércoles ya
los tengo ocupados con Sam, de ahí que no tenga muchos minutos libres, al menos
entre semana. Hoy es lunes, pero Óscar me ha llamado apuradísimo porque lo han
avisado, sin apenas tiempo, para que se presente a un casting. Y justo le coincide
con la última clase que tiene que dar, así que por eso he tenido que avisar a Adam
para que me recogiera en Brooklyn y me lleve a toda velocidad a Manhattan. Te puedo
asegurar que esa parte la está cumpliendo.

-Menos diez, tranquila, ya estamos cerca -me anuncia cuando me ve mirar el reloj.

-Hay demasiado tráfico para ser agosto -me quejo-. ¿Aquí la gente no se va de
vacaciones o qué? -pregunto, porque parece que eso que suele ocurrir en las grandes
ciudades durante este mes (que se vacían) aquí no pasa.

-Sí, claro que se van. Sin embargo, esta ciudad acoge a millones de turistas
diariamente, así que nunca verás sus calles sin coches ni sin gente. Es la ciudad
que nunca duerme, Gaby -enfatiza como si fuera obvio.

Una llamada entra por el altavoz y nos silencia a los dos.

-¿Dónde estás? Pensé que recogías tú los informes en casa de Patty y me los acaba
de entregar un mensajero. -Nicola suena enfadado.

Empiezo a dudar si este tío sabe lo que es reírse.

-Estoy... -Adam se piensa demasiado la respuesta.

-¡No me jodas, Adam! -lo interrumpe-. Si estás follando, silencia el puto teléfono
por lo menos y cuéntame con quien, otras veces no tienes tantos remilgos para
hablarme de tus ligues, este debe de ser muy especial para que lo escondas tanto.

Abro los ojos como platos y me aguanto la risa para que no me oiga. Adam se limita
a resoplar y pone cara de querer matarlo.

-Estoy haciendo un recado, sin más -responde seco.


-Ya, tú y tus recaditos misteriosos. Vale, pues nada más entonces. Habla con
Richard de lo de mi cumpleaños, creo que ha reservado el club Four Roses para el
sábado y no sé qué quiere que hagas. Os aviso, nada de sorpresas.

-Nada de sorpresas -repite su amigo con tono repipi-. Perfecto, ahora hablo con él.
A la noche te veo en el gimnasio.

Corta la llamada sin un triste adiós y pone los cuatro intermitentes delante del
edificio donde está el estudio.

-¿Es el cumple de Nicola?

-Sí, el sábado. Nació el ocho del ocho -me aclara para que no se me olvide la
fecha, dándole una entonación especial-. No te preocupes, cuando hable con Richard
más tarde y me confirme todo, te mandaré la invitación, seguro que lo pasamos muy
bien.

-Bueno, me voy, que no llego -le digo, bajándome del coche y dando por concluida la
conversación. Lo cierto es que los fines de semana no estoy haciendo nada especial.
Salgo a dar un paseo y poco más, pero no sé si será buena idea presentarme en su
cumpleaños sin que él me haya invitado.

Subo las escaleras de dos en dos.

-Ahí los tienes, solo han venido cuatro, así que no tendrás problemas para
controlarlos. -Óscar me recibe ya en el rellano con un pie fuera.

-Tranquilo y mucha mierda. -Le doy un beso rápido en la mejilla y baja las
escaleras de dos en dos, como yo.

Óscar nació aquí, sin embargo, por sus venas corre sangre latina, que se refleja en
determinados rasgos de su carácter. Es extrovertido, hablador y cariñoso. Vamos,
que se parece a mí en ese sentido, así que es muy agradable compartir ratos con él,
porque me hace sentir como si estuviera más cerca de mi casa. Cuando me entra el
bajonazo, siempre utiliza las palabras necesarias para animarme. Soy consciente de
que son demasiados cambios en muy poco tiempo, estoy lejísimos de mi casa y de mis
amigos, es lógico que ahora mismo sea un cóctel molotov de sentimientos; tan pronto
estoy contenta por tener una oportunidad de salir adelante aquí como estoy triste y
solo pienso en hacer mi maleta y regresar a Sevilla. Óscar es un niño mono, así, en
líneas generales. Moreno, con el pelo rebelde, tirando a largo, con algunas pecas
desperdigadas por la nariz y los ojos marrones verdosos. Lleva un pendiente en la
oreja, que le da un aspecto mucho más canalla, y tiene un cuerpo de bailarín
inconfundible. Es un año más pequeño que yo y, según él, el único vicio que tiene
es bailar, aunque sé que, con esa cara y esa labia, las mujeres deben de ser uno de
sus principales problemas, solo hay que fijarse en cómo lo miran las madres cuando
vienen a recoger a sus hijos.

Como son pocos, decido hacer unos pequeños juegos con una coreografía sencilla. Las
tres niñas y el niño ya me han visto otros días por aquí, así que no les parece
extraño que me encargue de su clase y me lo ponen bastante fácil.

Al finalizar, los animo a que aplaudan con fuerza y les entran las risas de rigor.
Antes de salir, nos dejamos caer al suelo para estirar. Se los devuelvo a sus
padres a la hora prevista y, mientras bajan las escaleras, les van contando lo guay
que se lo han pasado en la clase.

Cuando cierro la puerta, me doy cuenta de que, con las prisas, Óscar no me ha dado
las llaves del estudio. Le mando un wasap y, mientras espero a que me conteste,
recojo un poco el aula.
Yo:

¿Las llaves?

Óscar:

Las tengo yo. Soy el siguiente, en cuanto termine voy para allá y cerramos,
espérame ahí.

Yo:

Ok, tranquilo.

Mando un mensaje a Adam y le digo que no venga a buscarme, que tengo para un rato
largo. Me responde diciéndome que, cuando termine, puedo llamarlo. Me vendrá bien
regresar a casa caminando para empezar a poner en práctica sus consejos, así que le
digo que puede estar tranquilo, que con sus instrucciones llegaré.

Recojo el aula, abro el ventanal grande que da a la calle y cojo mi móvil para
conectarlo al altavoz.

Mataré el tiempo bailando un poco.

Ain’t Nobody (Loves Me Better), de Jasmine Thompson, suena a todo lo que da el


volumen y me dejo llevar en cada movimiento. Cierro los ojos y siento la música y
mis latidos. Mis pies descalzos, el tacto de la tarima, mis dedos arañando el aire
y la sensación de libertad. Esta soy yo, en estado puro, sin máscaras, sin filtros.
Pongo la canción en bucle, pruebo algunos pasos nuevos, alargo los movimientos,
empiezo otra vez. Ensayo y error.

-¡Bravo! -me grita Óscar apoyado en el marco de la puerta y me empieza a aplaudir.


He estado tan ensimismada que no lo he sentido entrar.

-Vaya, ¿ya estás aquí?

-Sí, perdóname, Gaby. Con las prisas y los nervios me olvidé de dejártelas y, si no
cierro con llave y ocurre algo, Marcia nos mata.

Me cuenta cómo le ha ido el casting. Cada vez hay más bailarines en las pruebas con
muchísimo nivel y es muy difícil, pero él siempre sale contento, pensar en positivo
es lo mejor para no tirar la toalla.

-Siempre buenas vibras -repite una de sus frases favoritas.

Estoy sudada, sin embargo, prefiero ducharme en casa cuando llegue. Así que
apagamos todo y salimos a la calle. Miro el cielo de Manhattan, que está demasiado
oscuro para no ser ni las nueve, y me doy cuenta de que parece que se avecina
tormenta. Será la primera vez que llueve desde que llegué.

-¿Quieres que te acompañe?

-No, tranquilo. Creo que sabré llegar.


Me da un último beso en la mejilla antes de tomar cada uno direcciones opuestas y
nos decimos hasta mañana. Avanzo por la acera para dejar atrás la primera manzana
y, mientras espero a que el semáforo cambie para poder cruzar, empiezan a caer las
primeras gotas de lluvia, son gordas, de esas que sabes que se convertirán en una
buena tromba de agua. Muy bien, Gaby, hace tanto calor que solo llevo puestos unos
leggins rosas y un top a juego, la camiseta que he tenido puesta en la fundación
antes la tengo metida en la mochila. Aunque tampoco me va a cubrir mucho; aun así,
decido sacarla para ponérmela. El semáforo se pone en verde, y, antes de que pueda
empezar a caminar, una nave especial, negra mate, se cruza en mitad del paso de
cebra, con las protestas airadas de los transeúntes. Observo el vehículo un poco
alucinada hasta que veo la ventanilla del copiloto bajarse.

-Sube. -Su voz retumba igual que el sonido del primer trueno.

¿Cuál es la probabilidad de que Nicola pase con su coche por esta calle de la
ciudad mientras yo cruzo en este preciso instante? Cero. Ya respondo yo por ti.
Esto de casualidad no tiene nada. Hago un repaso rápido de las posibilidades que
tengo de llegar a casa sin pillar una pulmonía y sin tener que coger un taxi.
Respuesta: una o ninguna. No lo pienso mucho, me acerco, abro la puerta y me subo
en su coche.

Arranca rápido, porque está obstaculizando el tráfico y casi salgo despedida contra
el cristal.

-¡Estás loco, me vas a matar!

-Ponte el cinturón -me ordena con esa voz ronca que bien podría ser de actor de
doblaje. Qué tono, por Dios.

-¡Qué casualidad! -ironizo. Después de atarme el cinturón, me coloco erguida y dejo


la mochila entre mis pies. Como soy boba, todavía llevo la camiseta en la mano.

-El coche de Adam tiene un localizador, nada es casualidad, Gabriela. -¡Hala,


venga! Para qué va a disimular un poco el tío.

-Sé cuidarme sola.

-Sí, mírate -me dice con desdén y baja el parasol de su coche para que me observe
en el espejo.

Tengo el pelo calado y parezco un perro de aguas después de darse un bañito en el


mar. Las gotas de lluvia me resbalan por la cara e incluso tengo restos de negro de
la pequeña raya del ojo que me hice esta mañana. El top está salpicado de pequeñas
motas que han oscurecido el tejido y, cuando bajo la mirada para verme el resto del
cuerpo, soy consciente de que mis pezones podrían sacarle un ojo a cualquiera. En
un acto reflejo, me pongo la camiseta por encima para cubrirme.

-Es solo una tormenta, pasará.

-Y mientras tanto pensabas bailarla, ¿no?

Me giro para mirarlo a esos ojazos que tiene -¿he dicho yo eso?-. No me puedo creer
que Adam le haya contado toda mi vida.

Él me ignora y sigue conduciendo con la pose más sexi del mundo mundial. Una sola
mano en el volante y cara de ser el mismísimo rey del universo, así que decido
guardar silencio, ya hablaré con su amigo para enterarme de por qué está al tanto
de todos mis movimientos. Mete el coche en el garaje y, cuando me bajo, lo primero
que hago es ponerme la camiseta y revolverme el pelo. Nicola me abre la puerta para
acceder al ascensor y lo único que se escucha es la respiración de los dos, así que
me pongo mucho más nerviosa.

No sé por qué sentirlo tan cerca me altera, estoy cabreada, por aparecer de la
nada, por conocer cada uno de mis pasos y porque huele taaan bien que ahora mismo
mi mente manda un montón de señales contradictorias a mi cuerpo. Si estuviera aquí
Lola, me diría que lo raro es que no me haya abalanzado sobre él a pasarle la
lengua por cada centímetro de su piel. Bueno, ella me suele decir que cualquier día
asaltaré al primero con el que me cruce en la calle, a la desesperada. No comprende
que, después de estar tanto tiempo sin enrollarme con nadie, siga teniendo el
listón tan alto. La pantalla ilumina el número diez y, cuando por fin se abre la
puerta, suelto todo el aire de mis pulmones.

-Muchas gracias, ha sido un verdadero placer -digo con todo el sarcasmo del mundo-.
Sin embargo, te agradecería que no te metieras en mi vida.

-De nada. El placer ha sido mío -responde prepotente-. Y yo te agradecería que, al


menos, durante estos meses, no te metas en problemas. Es por tu seguridad.

Lo miro incrédula, ¿de qué problemas me está hablando? Este tío me exaspera. Madre
mía.

-Adiós, Nicola.

-Adiós, Gabriela.

Cierro la puerta y resoplo de nuevo. Voy directa al salón y tiro la mochila al lado
del sofá de mala gana. Me llama la atención una caja pequeña con un lazo rojo que
hay encima de la mesita de centro.

¿Qué es esto? Y, lo más importante, ¿quién ha entrado en casa para dejarlo?

Lo abro y suelto el papel transparente, que viene pegado en el centro con una
pegatina dorada. Me quedo helada cuando veo tres bikinis, sí, no uno, ni dos, sino
tres puñeteros bikinis. Uno negro liso con el logo dorado en la goma, tipo top. El
otro es rojo, sin estampado, y parece el más sencillo. Porque el tercero es
impresionante. Igualito a los que sacan las modelos en esos yates de lujo. Está
formado por un sujetador joya, plateado mate, con unas pequeñas piedras negras
incrustadas en el borde del triángulo, y una braguita minúscula a juego. Versace
pone en las etiquetas.

En el fondo de la caja encuentro una nota:

ÚSALOS, POR TU SEGURIDAD.

Me cago en mi estampa.

-¡Nicola! -grito y voy con los tres bikinis colgando de la mano como una loca.

Abro mi puerta dispuesta a devolvérselos y a decirle tres cositas. La primera, que


en mi casa me baño como me sale de la amapola, o sea, en bolas. La segunda, que
deje de entrar y salir de aquí como Pedro por su casa. Y, la tercera, que no quiero
que me compre ni un paquete de pipas. Me lo encuentro dentro del ascensor, con la
puerta empezando a cerrarse.
Se ha cambiado de ropa, ahora lleva un pantalón de algodón gris de hacer deporte y
una camiseta sin mangas, negra, que me permite ver sus esculpidos bíceps y sus
antebrazos con todas las venas marcadas...

¡Gaby, a lo que estamos!

Me sonríe, con gesto de cabrón, parapetado detrás de su bolsa de deporte, y encima


se permite decirme adiós con la mano, sin pronunciar ni una palabra.

El gilipollas que chillo creo que llega hasta los oídos de Peter, el conserje que
está por las noches en el hall del edificio.

Capítulo 14

NICOLA

No me apasiona celebrar mi cumpleaños; mi hermana lo sabe y mis amigos también. De


hecho, creo que hasta mi secretaria es consciente de que con una simple
felicitación me vale. Aun así, todos los años tienen que organizarme una fiesta. El
tamaño del sarao es lo de menos; unas veces son más íntimos y otras se les va de
las manos. No tengo ni idea de cómo será el de hoy, sin embargo, lo único que les
importa es que no me vaya a la cama hasta que empiece a amanecer. Imagino que lo
que quieren es seguir tirando bombas de humo, como si así me fuera a olvidar de que
dentro de una semana se cumplirá el décimo octavo aniversario del peor día de mi
vida.

Adam conduce el Audi, Richard va sentado a su lado, enredando con su móvil, y a mí


me han metido en la parte de atrás, como si fuera un viejo al que tienen que sacar
a pasear. Me han prohibido venir en mi coche, por si no me separo de mi amigo
etílico Jack en toda la noche y, encima, me vacilan, igual que todos los años,
diciéndome que lo hacen por mí, que soy el mayor de los tres, por meses, y que
ellos me cuidarán. Hay que joderse.

El Four Roses es un club nocturno recién inaugurado en la ciudad. Adam conoce a uno
de los dueños, un famoso empresario de la noche de Manhattan, de la que mi amigo es
bastante asiduo, mucho más que Richard y que yo. Supongo que, tirando de sus
influencias y de mi pasta, habrá conseguido cerrarlo para nosotros hoy. No me gusta
hablar de dinero, porque en el mundo de las finanzas la suerte es un factor
decisivo y yo, de la mano de Gabriel, he conseguido tenerla de cara. En la mayoría
de las ocasiones, dentro de esta vorágine, el dinero se mueve tan rápido delante de
nuestros ojos que, cada tres pestañeos, ya está multiplicándose, casi sin
pretenderlo. Probablemente es injusto, lo sé, sin embargo, el sistema funciona así.

A nivel empresarial estoy orgulloso de continuar con la filosofía principal de Coté


Group: repartir riqueza sin sembrar pobreza. Y, a nivel personal, soy de los que
piensan que lo más importante en esta vida es saber que la abundancia se disfruta
en pequeños placeres, no se posee. Por eso nunca me opongo a que los míos disfruten
de todo lo que tengo, porque, si no puedo compartirlo, carece de valor.

-¡Baja, carcamal! -Richard me abre la puerta.

Me río y le pego un puñetazo cuando paso a su lado que le hace doblarse.


Adam entrega las llaves al aparcacoches y me estruja con su brazo derecho.

-Una sonrisita -me vacila mientras me zarandea para que cambie el gesto.

-¡Quita, capullo! -protesto.

-Alegra esa cara, Nicola, va a ser una noche memorable -añade con un tono entre
entusiasmado y superentusiasmado.

Miedo me da.

-Nada de sorpresas -les recuerdo y llegamos a la entrada. Saludamos al portero, que


nos abre el cordón rojo y entramos.

-Vaya, esto es una auténtica pasada. -Ese es Richard, que se queda alucinado al ver
el local.

Yo estuve el día de su inauguración con Adam, pero como estaba hasta los topes,
supongo que no me fijé en todos los detalles. Tiene demasiado brillo y color, tanto
que, con las luces que están ahora encendidas, necesitas parpadear para adaptar la
vista al exceso de claridad. Luego bajarán su intensidad, espero. No es un club
demasiado grande, porque han querido apostar por un concepto más exclusivo, lujo
para unos pocos, sin exceso de aforo. El suelo es de cristal transparente y debajo
se puede ver un jardín de rosas, no tengo ni idea de cómo no me fijé la primera
vez. La barra es un mosaico de espejos rosas y rojos con taburetes altos, tapizados
en color verde hierba. Tiene una zona con grandes butacas a la izquierda, subiendo
un par de escalones, con unas mesas bajas de acero delante, y a la derecha, en el
otro extremo, separado por unas columnas forradas con hiedras y capullos de rosas
rojas como si fuera la entrada a un jardín hay un reservado más privado, para los
que quieren ver sin ser observados, o para los que, simplemente, quieren tomar una
copa alejados de las miradas curiosas en un sofá de terciopelo rosa. En las
paredes, se alternan cuadros de cuatro rosas entrelazadas por el tallo en
diferentes colores con otros con la imagen de la mítica botella de bourbon que
tiene el mismo nombre que el club, más vintage. En la planta de arriba solo está la
cabina del DJ.

-¿Somos los primeros? -pregunto al ver que no hay nadie más.

-Eso parece, así escoges el mejor sitio.

Un chico con traje negro y corbata roja, con una sonrisa demasiado estudiada, se
acerca para presentarse. Es el relaciones públicas del club y estará a nuestra
disposición toda la noche, para cualquier cosa que necesitemos. Nos menciona el
nombre de las cuatro camareras que están detrás de la barra y, antes de irme a la
mesa que tiene la mejor ubicación, justo la del centro, mi hermana hace acto de
presencia dando grititos.

-¡Vaya, Nicola! ¡Menudo antro! ¿Lo has encontrado tú?

-He sido yo. -Adam se anota el tanto y va hacia ella para abrazarla.

Fiona se despega de mi amigo al cabo de unos segundos y se gira para verlo todo. Mi
cuñado se parte el culo al ver la reacción de su mujer y se va directamente a la
barra a pedir una copa.

He comido en su casa esta mañana, así que ya me han cantado el Cumpleaños Feliz y
he soplado las velas unas catorce veces con Helena, que estaba mucho más emocionada
que yo. Esta noche se queda a dormir en casa de su otra tía, la hermana pequeña de
Cham, por eso la parejita piensa acabar esta noche desayunando antes de volver a
casa.

Bárbara y un par de amigas son las siguientes en aparecer, me hace gracia cómo mis
amigos pasan de mi culo y se van directos a recibirlas, como si fueran ellos los
anfitriones. Mi cuñado aprovecha mis minutos de soledad y se sienta a mi lado,
mientras mi hermana bebe su primer margarita y empieza a moverse al ritmo de la
música que ahora está a un volumen moderado.

-¿Me puedes decir cuánta gente hay en la lista? -pregunto a Adam cuando viene con
las recién llegadas a saludarme.

-La estrictamente necesaria -responde sin inmutarse.

Me traen un vaso de mi whisky favorito y brindo con todos. No me vuelvo a sentar


porque el reguero de invitados ahora es continuo y todos se acercan a felicitarme.
Julieta, la hermana de Richard, viene con su novio y otro amigo de ellos con el que
hemos coincidido en las celebraciones de los Deluca que, cuando se juntan en esa
casa, puede aparecer hasta el mismísimo Al Pacino por allí. Después, palmeo las
manos a Kevin y a Scott, dos antiguos compañeros de Columbia que nunca faltan a mis
fiestas con sus respectivas chicas. Y, un minuto más tarde, entran un par de amigas
de Adam con las que hemos quedado alguna que otra vez para ir a cenar y tomar una
copa; nada serio, vamos que nunca han pisado el ático, ya me entiendes.

Ahora, cada vez que recuerdo el maldito piso del Upper, solo puedo pensar en ella,
con lo tranquilo que estaba yo hasta que llegó.

El lunes, después de hablar con Adam y notarlo más raro de lo habitual, no me quedó
más remedio que comprobar el localizador del coche. Conseguí sacar las rutas de los
últimos días y llamó mi atención que se repetían las horas y el destino en más de
una ocasión. Confío en él y jamás hubiera indagado en sus movimientos si no
sospechara que podía estar metido en algún lío. Así que salí del despacho y me
dirigí al punto exacto en el que había estado detenido justo cuando colgó mi
llamada en Lenox Hill. Aparqué en doble fila y eché un vistazo alrededor. La
bendita casualidad hizo que Gabriela se asomara a la ventana del entresuelo del
edificio de enfrente y que, minutos después, la empezara a ver bailar. Encajé las
piezas. Había estado llevándola y trayéndola hasta allí, lo que no sé es por qué
narices no me lo contó.

Esperé en el coche y me recreé en observarla aunque fuera desde la distancia. Pasó


mucho tiempo hasta que cerró el ventanal y salió por el portal, pero no lo hizo
sola. La acompañaba Óscar, el hijo de Rosy. Recordé, en cuanto lo vi allí junto a
ella, que su madre me había comentado que era bailarín. Él no me conoce, sin
embargo, yo tengo un informe bastante exhaustivo de mis empleados y sus familias. Y
muy buena memoria fotográfica. Pensé que aparecería Adam a recogerla, pero en
cuanto la vi abrazada a ese crío, despidiéndose de él, y comenzar a caminar sola,
decidí que yo sería el encargado de llevarla a casa. No me preguntes por qué, es
bastante ridículo, lo sé, lo que pasa es que con ella cerca hago cosas que no
tienen demasiado sentido para mí.

No me molesté en disimular que no era casualidad estar allí y me sorprendió que no


opusiera resistencia. Claro que, durante el trayecto, pagué mi penitencia. Estaba
preciosa, hasta empapada en el asiento de mi coche lo estaba. Con esas mallas y el
top marcando sus pechos, el pelo mojado y algunas gotas de lluvia resbalando por
sus mejillas -no te recrees en esa imagen de nuevo, Nicola-. Tuve que agarrarme con
fuerza al volante para no pasar mi pulgar por su cara y secárselas.

El momento ataque de ira llegó en casa, cuando se encontró mi regalo en el salón.


Se saldó conmigo desapareciendo en el ascensor y con un tira y afloja bastante
tonto durante el resto de la semana. Rosy ha sido la encargada de llevar la caja
con los bikinis de vuelta a mi ático y yo, cuando sabía que no estaba ella,
devolvérsela. Se puede decir que ahora la pelota está en su tejado, hasta que nos
cansemos del jueguecito, supongo.

-Felicidades, Nick. -La voz de Tiffany me saca de mis pensamientos. Se acerca a


darme un beso y yo busco con la mirada a Adam para matarlo. Él está hablando con
Bárbara y su amiga y no repara en mí.

No creí que mi amigo fuera a invitarla y, aún con esas, no imaginé que ella
quisiera venir a mi fiesta. Porque, precisamente ayer, recibí una carta de su
abogado solicitando una reunión para tratar el tema de la impugnación del
testamento.

-Muchas gracias.

-Vamos, invítame a una copa y brindemos por tu cumpleaños. No me mires así, hay que
saber separar los negocios del placer -afirma y se agarra a mi brazo. Sus dos
mejores amigas vienen detrás de nosotros como dos perritos falderos.

Piden una botella de champán y yo otro vaso de whisky. Brindan por mí.

-Adam... -llamo a mi amigo cuando pasa cerca de nosotros-. Discúlpame, Tif,


divertíos -digo cordial.

-¿Qué tal está el rey de la fiesta? -me pregunta mi amigo al ver mi cara de hastío.

-Tiffany, ¿en serio? ¿Qué has mandado una invitación a todas las menores de treinta
de Manhattan?

-No tengo ese filtro en mi agenda, aunque no estaría mal -se burla.

Richard se coloca a nuestro lado y pide en la barra su copa y la de Adam mientras


yo le digo a la camarera que me eche un hielo más, prefiero ir despacio.

-¿Qué os pasa? -nos pregunta el poli.

-Nada, solo espero que se hayan acabado las sorpresas.

-Pues...

Adam es el único que está mirando hacia la pista y el tono de voz que emplea me
indica que ha vuelto a cagarla. Richard y yo nos giramos a la vez.

-¡Hostias...! -dice Deluca y se queda con la boca abierta.

Paso el trago de Jack Daniel’s con dificultad y, acto seguido, me cago en la puta,
sí, así, siento no ser más fino.

-Joder con la baby -suelta Adam.

¿Qué está haciendo ella aquí? Y, encima, con él.

Mis invitados se mueven por la pista, hablan, bailan y disfrutan de la noche. Todos
desaparecen de mi campo de visión en cuanto Gabriela pisa el suelo con paso
decidido. Las luces ahora han perdido intensidad, pero ella brilla como si llevara
un puto foco encima de la cabeza.

Vestido negro y corto. Con un escote que le llega hasta el puto ombligo. Sin
sujetador, por supuesto, porque parte del contorno de sus pechos queda a la vista;
a la mía y a la de todos. Dios. Solo espero que no se haya olvidado de ponerse las
bragas. Su cintura, sus caderas y su pelo suelto, ondulado y salvaje, como ella.
Mientras se acerca, no puedo apartar mi mirada de su boca.

Ay, esa boca, Gabriela...

Fantástico, Nicola, nos ha quedado bastante claro que todo lo tiene en su sitio.

Está tan jodidamente guapa que no puedo dejar de mirarla.

-Hola. -Me saluda. Su olor a coco se cuela por mis fosas nasales y, en vez de dos
besos, me da uno solo, en la mejilla. Contraigo los músculos, todos, y tengo que
hacer un esfuerzo sobrehumano para no perder el control-. Feliz cumpleaños.

Richard es el encargado de meterme un codazo para que espabile, porque ahora estoy
lejos de aquí. Adam coge las riendas y presenta a Gabriela a nuestro amigo.

-Un placer. He oído hablar mucho de ti -afirma él.

-El placer es mío.

-Felicidades -dice el niño que viene con ella y alarga su mano para estrechar la
mía-. Soy...

-Óscar, el hijo de Rosy -lo interrumpo.

-El mismo. Aunque hoy soy el amigo de Gaby -añade con cierto tonito, recogiendo el
guante.

Ella me mira y pone los ojos en blanco.

-¿Qué queréis beber? -les pregunta Adam, solícito, para destensar el ambiente.

Se apartan de nosotros y piden sus copas a una de las camareras. Mi hermana viene a
por mí y me arrastra con ella hacia la pista. Sabe de sobra que nunca bailo, pero
necesito alejarme de esta hoguera.

El DJ pincha grandes éxitos internacionales que intercala con alguna canción más
antigua que seguro que Cham le ha pedido. Mi cuñado es un melómano nostálgico.
Hablo con ellos y parece que les presto atención, sin embargo, no puedo apartar la
vista de ella y de cada movimiento que hace.

Se ha bebido dos copas en poco tiempo. Algo con naranja, lo más probable es que sea
ron, igual que el imberbe de su acompañante.

-No quiero oír ni una palabra -le advierto a Richard cuando se pega a mi derecha.

-Eh, eh, tranquilo. -Mi amigo me pasa un brazo por encima de los hombros y me pide
que me relaje-. Lo tienes jodido, amigo. Solo hay que ver cómo la miras para saber
que te tiene loco.

-¿A quién mira?

Puto bocazas.

-A nadie.

Mi hermana hace un barrido rápido y solo tarda tres segundos en fijarse en


Gabriela, como si tuviera un radar. Ella camina hacia el centro de la pista de la
mano de Óscar, moviéndose al ritmo de la canción.

-¿Esa es Gabriela? -pregunta Cham. Mi cuñado parece que no se entera de nada, pero
vamos, que solo lo parece.

-Vaya, hermanito, es guapísima. No me extraña que estés así.

¿Así cómo?, ¿desquiciado? Porque no tengo ni idea de qué narices me pasa cuando
está cerca.

Tiffany repara en la presencia de Gabriela, va hacia ella y le muestra la sonrisa


más falsa de todo su catálogo. Después, coqueteando, se abalanza sobre Óscar para
presentarse. Intercambian un par de frases y, por la cara que pone Gabriela, intuyo
que no son agradables. Él posa una mano en su cintura, a modo de protección, y a mí
me gustaría, no me digas por qué, cortársela. Cuando se quedan solos de nuevo,
posan sus copas en la barra y se abren paso entre la gente para situarse en el
centro otra vez. Ahora mucho más pegados que antes.

Con las primeras canciones se mueven lento, como si solo se estuvieran tanteando.
Su postura, su ritmo y sus movimientos no pasan desapercibidos para nadie. Sin
querer o queriendo empiezan a atraer la atención del resto de invitados. No puedo
mentir, bailan muy bien. Jodidamente bien. Adam me cambia el vaso de whisky vacío
por uno lleno, como si supiera que voy a necesitar más dosis, y el idiota acierta.

Feel The Beat, de Black Eyed Peas y Maluma, empieza a sonar con fuerza y la locura
se desata. Sobre todo la mía cuando me percato de que mis invitados acaban de hacer
un círculo para dejar más espacio a los reyes del mambo.

Me cago en todo.

Las manos de ella sobre los hombros de él. Las de él en las caderas de ella. Una
vuelta. Su pecho contra su espalda. Él deslizando los dedos desde sus hombros hasta
sus muslos. Amaga con coger la tela del vestido a esa altura mientras ella se
contonea, pegada a él, antes de retroceder en el último segundo. Dos vueltas.
Encadenan pasos de salsa con un control impresionante de sus pies. Las sandalias de
tacón y ese vestido, Dios, no puedo apartar la vista de sus piernas e imaginarme
hundido entre ellas. La canción avanza y el ritmo lo marca él. Ella lo sigue, como
si llevaran bailando juntos toda la vida. Punzada. Dolor. Por ahí no sigas, Nicola.
Se pegan tanto que la gente les silba, caldeando más el ambiente, sin necesidad,
créeme. Juegan a comerse la boca, pero en el último centímetro, se separan para
marcar otro movimiento y abarcar más pista. No me jodas, es como si tuvieran la
coreografía perfectamente preparada. Los de alrededor se balancean arrítmicamente
en comparación con ellos. Como sigan así, más de uno creerá que van a montárselo
aquí mismo de un momento a otro. Se saben la letra y no solo bailan, sino que
también interpretan la puñetera cancioncita. Él canta la parte más sucia del
estribillo y ella se mete en el papel, agitando sus pechos y meneando su perfecto
culo, para deleite de todos los presentes y para que la bilis me suba por la
garganta.

-Respira, Nicola -me susurra Adam en el oído, porque, como el imbécil que soy, me
he puesto en primera línea para no perderme el espectáculo.

Ay, Gabriela.

Ahora baila justo enfrente de mí, se cambia la melena de lado con la mano derecha
y, sin dejar de mirarme, remata el gesto cruzando el pulgar por su boca con una
lentitud pasmosa. Nuestros ojos se encuentran y con las chispas que saltan
podríamos iluminar Manhattan.
¿Qué cojones hace? ¿Me está provocando? Porque no creo que falte mucho para que me
reviente la polla dentro del pantalón y esto está lleno de gente, a ver cómo
consigo disimular luego.

Óscar le da otra vuelta y deja posada la mano en su cuello mientras yo rezo para
que el escote del vestido no se abra ni un centímetro más. Golpes secos de cadera
con el beat, beat, como si la estuviera empotrando, y sonrisas en sus bocas,
mezcladas con miradas que me ponen igual de enfermo. Ella se inclina para atrás y
él la sujeta por el final de su espalda, sus labios casi se rozan de nuevo cuando
la maldita canción termina y, por fin, suelto el aire que retenían mis pulmones.

A tomar por el culo, se acabó la función.

El DJ cambia de género y pone algo más tranquilo. Aplausos para los bailarines y
más silbidos. Gabriela parece ruborizada, como si no hubiera sido consciente de que
era el centro de atención, como si el baile la hubiera transportado a otro mundo,
lejos de esta jungla.

Salvaje y natural, así es ella.

La amiga de Bárbara engancha el brazo de Óscar y lo aparta a una mesa. Yo me


escabullo entre mis amigos para encontrarla. Alzo la vista y la localizo pidiendo
una botella de agua en la barra. Me quedo justo detrás y espero a ver cuál es su
siguiente movimiento. Avanza hacia la derecha, supongo que en busca del baño, así
que la sigo. Cuando llega a la altura del reservado y se da cuenta de que por ahí
no está, se da media vuelta. Aprovecho ese instante para agarrarla por el codo y
ocultarnos detrás de las columnas.

-Nicola... -Me reta con la mirada de nuevo y la baja hasta la unión que forman mis
dedos en su brazo. Aflojo la presión, pero no me despego de ella ni un ápice-. ¿Te
diviertes?

-Solo a ratos.

Sonríe y se muerde el labio. Y no hay nada que me gustaría más que poner mis
dientes justo ahí.

-Es tu cumpleaños, deberías cambiar esa cara y reírte un poco. Mira, se hace así. -
Me enseña sus dientes forzando una sonrisa-. A mí me encanta bailar, es muy
divertido, ¿sabes? Podrías probar. -Su tono es pura provocación.

-Yo nunca bailo.

-Pues es una pena. Yo lo hago a todas horas.

Se nota que ha bebido alcohol. Su aliento cerca de mi boca, sus manos ahora sobre
mi pecho y sus pupilas más brillantes que nunca me confirman que está más
desinhibida.

Peligro. Huele a peligro.

-¿Con Óscar? -Fantástico, Nicola, te estás desviando de la conversación.

Mi mano se descontrola y se posa en la piel desnuda debajo de su cuello. Siento


cómo su ritmo cardiaco se acelera más. Deslizo la yema de mi dedo índice hasta que
llego a la separación de sus pechos, donde termina su escote; desde esta altura los
entreveo, pequeños y firmes. El aire sale atropellado de su boca. ¿Será por el
baile? ¿O por mi contacto? Mi otra mano se posa en su cadera y, sin querer, le
clavo un poco los dedos, atrayéndola hacia mí. Con los tacones, mi paquete queda a
la altura de su vientre y juraría que siento cómo lo contrae. Sus manos, ahora
también aventureras, abandonan mi pecho para posarse en mis hombros y se sujeta a
mí mientras levanta la mirada para descifrar lo que dicen mis ojos. Todo en ella me
pone a mil. Creo que sería capaz de olvidarme hasta de mi nombre. Tirarla encima de
este sofá, arrancarle las bragas, en caso de que las lleve puestas, y follarla
hasta que me suplicara que saliera de dentro de ella. Dios, no creo que haya
deseado a nadie con tantas ganas en mi vida.

¿Qué me estás haciendo, Gabriela? No sé quién soy.

Fuego. Soy fuego. Una maldita llamarada que abrasa mi propia piel. El problema es
que mi cerebro también echa humo, porque es ella y no puede ser.

-Sí, con Óscar, aunque me encantaría hacerlo contigo.

Y lo dice de una manera tan sensual, con esos labios perfectos, a un milímetro de
los míos, que no sé si se refiere a bailar, a follar o a hacer conmigo lo que
quiera. Cierra los ojos y entreabre la boca, haciendo desaparecer el suspiro que
cabía entre los dos. Quiere besarme y yo a ella. Dejo de oír la música y solo
percibo nuestras respiraciones, caóticas, y un maldito clic.

La detengo, apartándola con suavidad para retroceder dos pasos. Necesito evitar
nuestro contacto. Necesito recobrar la cordura. Necesito alejarla de mí.

-Te lo repito, Gabriela, nunca bailo.

Me mira aturdida, pero evidentemente sé que va a tener la última palabra.

-Por supuesto, con ese palo metido por el culo te resulta imposible.

Capítulo 15

GABRIELA

Salgo del maldito reservado como una exhalación y esquivo a la gente con la única
intención de llegar hasta la entrada. La música y el alcohol los tienen
entretenidos, así que espero que nadie se dé cuenta de mi estampida y me siga.
Recojo mi bolso en el guardarropa y, en menos de cinco segundos, estoy diciendo
buenas noches al portero y pisando la calle.

Ha refrescado un poco, pero es justo lo que necesito, que la brisa me dé en la cara


y me baje este puñetero calentón. Bueno, eso y la mala leche que tengo, aunque creo
que eliminar esa parte me va a llevar más tiempo.

-¡Arggg... Será gilipollas! -grito y cierro los puños con fuerza soportando la
tensión que llevo encima-. Y tú imbécil, Gaby Suárez. Imbécil -me digo a mí misma
en voz alta, para no echarle toda la culpa a él.

Una pareja que pasa por mi lado se me queda mirando, pensarán que estoy loca o que
necesito ayuda. Saco mi móvil del bolso y busco la última aplicación que descargué
esta semana. Menos mal que hice caso a Óscar cuando me dijo que en esta ciudad es
imprescindible tener siempre a mano el móvil con batería y tarjeta con saldo
suficiente para pedir un Uber en caso de emergencia, y, sin duda, esta es una y
gorda. Él dice que el servicio es infinitamente mejor que el de los taxis
amarillos.

Los tacones me están matando, aun así, avanzo unos metros para no quedarme cerca
del club. Doblo la esquina y pido el coche, por suerte me avisan de que en menos de
cinco minutos llegará mi conductor.

-Vamos... -digo mientras me muevo un poco y cruzo las piernas. Con el asalto de
Nicola no he ido al baño y, como tarde mucho en llegar a casa, me lo haré encima.

Ay, Nicola, Nicola. El puñetero Nicola. Solo con pensar en las tres sílabas de su
nombre ya se me pone la piel de gallina. Madre mía, qué tío más arrogante,
engreído, prepotente... Vale, paro, pero es que tengo ojos en la cara. Sé cómo me
ha mirado desde que he entrado en el club y ya no te digo después, mientras bailaba
con Óscar. No soy tan inocente y sé leer las señales, y en el maldito Four Roses
las emitíamos los dos, era muy evidente.

Porque esto no ha sido una paja mental mía, ¿verdad? ¿O sí?

Llega mi coche. Me siento en la parte de atrás y saludo al conductor. Es la primera


vez que salgo de noche aquí y encima voy sola, así que llamo a Lola, sin acordarme
de la diferencia horaria.

-Gaby.

-Lolita... -No necesito decir ni una palabra más para que note que algo me ha
ocurrido.

Me paso todo el trayecto con el teléfono pegado en la oreja, poniéndola al día. El


conductor me mira por el espejo cuando hablo como una locomotora, dándole todos los
detalles de la cobra que se ha marcado Nicola conmigo. Mi amiga a ratos se ríe y a
ratos se preocupa por mi cabreo. Son casi las tres de la mañana cuando estoy
delante del portal, Peter sale a abrirme en cuanto me ve.

-Buenas noches, señorita Suárez.

-Buenas noches, Peter.

-¿Peter? -me pregunta Lola, que ya me ha dicho que no cuelgue hasta que esté en
casa, sana y salva.

-Es el conserje, un afroamericano cincuentón más largo que un día sin pan. Buena
gente mi Peter.

Lola se ríe al otro lado y oigo a Fede preguntarle que con quién está hablando a
estas horas un domingo.

-Pues con mi Gaby, tonto, ¿con quién va a ser?

Me meto en el ascensor y tuerzo el morro, aunque ella no me vea. Mucha explicación


le ha dado y encima con tono de disculpa. Ay, Lolita, que nos conocemos y tú tienes
un imán para los estrechitos de mente.

-Ya puedes colgar, he llegado. A ver si me doy una ducha y se va por el desagüe la
mala hostia que tengo.

-Y date un poco de autoamor en esa ducha, miarma, que te vendrá bien para bajar esa
calentura.

Sabía yo que era buena idea llamarla, porque, al final, me saca una sonrisa. La
puerta del ascensor se abre y la luz del rellano se apaga en ese momento. Antes de
estar a oscuras, me parece ver una sombra cruzar por delante de mi cara y,
entonces, siento un empujón. Me pilla tan de sorpresa que pierdo el equilibrio y
planto mi culo en el suelo. Pego un grito enorme del susto y se me cae el móvil de
la mano. ¿Quién narices ha salido así? Parpadeo para situarme, a ver si con las
copas que me he tomado sufro alucinaciones y, de paso, rezo a todos los santos y a
todas las vírgenes que conozco. Cuando oigo el ruido de la puerta metálica que da a
la escalera cerrarse, me levanto.

-Gaby... Gaby. ¿Qué ha pasado? Gaby...

Busco el interruptor de la luz y cojo el móvil para contestar a mi amiga.

-Lola, tranquila. Estoy bien. -Me estiro el vestido que se me ha enroscado y me


llevo la mano al pecho. El corazón se me va a salir por la garganta.

-¿Qué ha pasado?

-No lo sé. -Me fijo en que las dos puertas de los áticos están abiertas-. Alguien
me ha empujado, creo que ha entrado en casa.

-No se te ocurra entrar, Gaby. Vete de ahí.

Lola tiene razón. Para una vez que salgo un sábado, menuda forma de acabar la
noche. Me tiemblan las piernas, sí, casi igual que cuando Nicola ha posado su mano
entre mis tetas, bueno, ahí no me temblaban, ahí eran de gelatina. Los mecanismos
del cerebro para alejar al miedo son extrañísimos, por eso no entiendo por qué
ahora estoy pensando en él y en sus dedos.

Me meto en el ascensor y le digo que no se preocupe, que más tarde la vuelvo a


llamar. Bajo hasta el hall y marco el móvil de Adam. Me jode tener que hacerlo,
pero es eso o llamar a la policía, y no sé si seré capaz de entenderme con ellos en
este estado de nervios. Peter me deja su chaqueta, que me queda de abrigo, cuando
ve que empiezo a temblar. Me descalzo, porque con la caída me he torcido un poco el
tobillo y me masajeo el empeine. Me siento detrás del mostrador de mármol y madera
que preside el portal mientras le cuento a él lo que ha pasado. Hace unas cuantas
llamadas, la primera a la empresa encargada de la seguridad del edificio, que no
tarda en mandar a un par de vigilantes.

No sé el tiempo que paso en el limbo, pero el chirrido de unas ruedas al frenar me


hace volver al presente.

Adam, Richard y Nicola entran como cohetes.

-¿Estás bien? -me pregunta Adam, que es el primero en acercarse-. ¿¡Por qué narices
has venido sola, Gaby!?

-Adam. -La voz de Nicola suena a advertencia y su amigo se separa de mí y se va


hacia el ascensor.

-Vas a tener que contarme lo que has visto, Gaby -me dice Richard y la mirada que
le dedica Nicola me asusta hasta a mí.

-No me jodas, Deluca, ahora no -sentencia y se acerca para cogerme del brazo, pero
yo bajo la mirada porque no quiero verlo-. ¡Vamos! -Me revuelvo para deshacerme de
su agarre y levanto la barbilla.

-¡Suéltame!
-¡Gabriela, vamos! -repite esta vez mucho más serio.

-He dicho que me sueltes.

-No es un puto juego, Gabriela -espeta y me levanta de la silla sin despeinarse. Me


carga como un puñetero saco de patatas y me mete en el ascensor.

Pataleo, chillo y le pego en la espalda para que me baje, me hago daño en la mano
porque está duro como el acero. No cede. Cuando pienso que me está llevando al
ático, me doy cuenta de que ya estamos entrando en el garaje. No me suelta hasta
que me sienta en su coche, me pone el cinturón en mitad de mi resistencia y bloquea
el cierre de la puerta mientras bordea el Lamborghini para que no pueda salir.
Cuando se sienta en el asiento, pega un golpe en el volante que me sobresalta.
Nunca lo había visto tan alterado. Se gira, porque sabe perfectamente que me he
desabrochado el cinturón para pirarme y me lo ata de nuevo. Me yergo y disimulo el
calor que emana mi cuerpo al tenerlo tan cerca. Y ese olor, ese maldito y divino
olor...

-Por favor, tenemos que salir de aquí.

Por primera vez desde que lo conozco, su voz suena a súplica. Sincera, sin
arrogancia, sin doble sentido. Es como si necesitara hacerme ver que, en este
instante, le tengo que hacer caso, por mi bien, por el bien de los dos.

El mosqueo no se me pasa, pero me callo. Me limito a engullirme en la vista de las


calles de Manhattan. Conduce rápido y no deja de mirar por el espejo retrovisor
todo el rato. Entra una llamada de Adam.

-¿Tenéis algo? -pregunta sin que su amigo empiece a hablar.

-Todavía no, pero no se han llevado nada.

-Pues no me vuelvas a llamar sin respuestas. -Cuelga.

No tengo ni idea de dónde estamos, pero sé que Adam nunca me había traído por esta
zona. Nicola mete el coche en una calle muy estrecha y poco iluminada, nada que ver
con las grandes avenidas por las que estoy más acostumbrada a pasar, y se baja del
coche para abrir una puerta de un garaje bastante cochambrosa.

-¡Mierda! -digo cuando vuelve a sentarse en su asiento y mete el coche dentro.

-¿Qué pasa?

-¡Que no tengo mis sandalias! -me quejo porque estoy descalza-. Se han quedado en
el portal por tu culpa.

-Puedo volver a cargarte en mi hombro -insinúa y percibo un tono chistoso en su


voz.

¿Ahora bromea? Este tío es bipolar.

-¡Paso! -Me abre la puerta.

-Ven. -Estira sus brazos para cogerme.

Lo aparto y me cubro con la chaqueta que no he devuelto al pobre Peter. Saco las
manos por las larguísimas mangas y me la cruzo a la altura del pecho, junto con el
bolso. Sigo teniendo frío, pero por dentro.
Pongo los pies descalzos en el asfalto, aunque me muera del asco.

-Antes pillo la lepra -susurro mezclando idiomas en voz baja.

-¿La qué?

Menudo oído más fino.

-La hostia que te daba. -Esto lo digo en un español, claro, clarito, y por cómo me
mira creo que me ha entendido-. ¿Vamos muy lejos? -pregunto cabreada. Ando de
puntillas porque me da demasiada grima apoyar todo el pie en la acera. Él me
ignora.

Cruzamos la carretera y giramos en la primera esquina. Mulberry St, indica la


señal. En un lado hay edificios de pocas alturas, pero en el otro, me sorprende ver
uno mucho más grande y singular. Nicola se detiene en una puerta metálica de este
último. Leo el letrero: PUCK BUILDING. Abre con una llave y accedemos directamente
a un montacargas.

¿Dónde coño vamos?

-Planta nueve, puerta seis -responde como si me hubiera leído el pensamiento.

Si no estuviera agotada, cabreada como una mona y con ganas de lavarme los pies con
lejía, chillaría un ohhh larguísimo al entrar.

-¿Qué es esto?

-Mi casa -contesta, dando un poco más de intensidad a la luz, pero la verdad es que
no debe de quedar mucho para que amanezca.

La noche gris empieza a ser más clara y se entrevé un tono más anaranjado con la
incipiente salida del sol.

-¿Y el ático?

-Un lugar.

-Muy bien. -No le mando a tomar por ese sitio, pero casi. Estoy empezándome a
cansar de su hermetismo-. Necesito ir al baño. -Ahora en serio, me duele la vejiga
muchísimo, no sé si me saldrá después de aguantarlo tanto.

-Aquella puerta. -Me indica y me fijo en que solo hay dos.

Esto es enorme y diáfano. No hay apenas tabiques. Según entras, está la zona del
salón, muy amplio y dividido en varios ambientes. Muebles de madera negra. Sofás
grises. Paredes de ladrillo visto y una estantería cargada de libros hasta el
techo. Un par de ventanas en la pared más pequeñas y, a la izquierda, una
cristalera impresionante, que parece la salida a una terraza. Este apartamento
tiene una decoración mucho más cálida. En un primer vistazo, veo varias
fotografías, alguna revista encima de la mesa de centro y otros objetos más
personales; en resumen, aquí hay vida, no tiene nada que ver con la frialdad del
ático. No me puedo fijar mucho más porque tengo algo de prisa.

Desaparezco y alucino cuando cierro la puerta. Es un baño muy grande. Ducha doble y
lavabo doble, detrás de un pequeño tabique, está el inodoro. Tiro la chaqueta y el
bolso junto a uno de los dos lavabos y me siento.

Menudo alivio.
-Gabriela. -Nicola da unos golpes en la puerta y yo me subo las bragas y me acerco
a abrir.

-Toma. -Me tiende unas mallas grises y una camiseta amplia como las que se llevan a
yoga, son de chica y me le quedo mirando, incrédula-. Dúchate si quieres y ponte
esto que está limpio.

-Hombre, solo faltaba que me lo dieras sucio. -Se lo quito de la mano y le cierro
la puerta en las narices. La verdad es que me muero de ganas de darme esa ducha.

Estoy un buen rato bajo los mil chorros diferentes -te confieso que he tardado un
poco en hacerme con su funcionamiento- y me ensaño con las plantas de mis pies que
están algo negras. Ya puesta, me lavo hasta el pelo. Encuentro en una repisa de
mármol un bote de champú, lo huelo antes de mirar la etiqueta y sonrío, es de coco,
como el que uso yo, aunque este tiene pinta de ser bastante más caro. Además, todo
huele a su colonia, es como estar impregnada de él.

Salgo y me revuelvo el pelo, quitándome la humedad con una toalla que está doblada
en una balda de madera. Después, me la anudo sobre el pecho. Creo que con la ducha
me he deshecho un poco del mal cuerpo que traía, aunque la tensión de estar aquí
con él, a solas, en lo que supongo que es su verdadero hogar, después de haberme
dado calabazas hace unas horas, no se ha esfumado; es más, cuanto más lo pienso,
más me enveneno.

No te embales, Gaby, no te embales.

-¿Y la ropa que te he dejado? ¿No te vale? -me pregunta nervioso cuando me ve salir
solo con la toalla.

Él está descalzo, se ha puesto un pantalón de algodón gris y una camiseta blanca de


manga corta, me sorprende mucho verlo así.

-No me voy a poner la ropa de tus ligues, Nicola.

-No seas cría, Gabriela, no es de ningún ligue. No me toques las pelotas más,
porque no tengo humor para tus rabietas de niña pequeña.

¿Cómo? ¡Ah, no! Por ahí sí que no paso.

-¿Perdona? ¿Niña yo? Creo que, si aquí hay un niño pequeño, asustado a pesar de que
acaba de cumplir treinta y cinco, eres tú. -Pues parece que sí que me embalo-. ¿A
qué tienes miedo, Nicola? No soy una niñata y quiero que me digas de una vez qué
está pasando.

-Gabriela...

-Ni Gabriela ni nada. Habla de una maldita vez, sé escuchar. Dime qué hago aquí,
dime por qué han entrado en los áticos, dime por qué estás obsesionado con el
control y con la seguridad. Dime qué es lo que te guardas. ¿Qué temes, Nicola? Soy
fuerte y he pasado por muchísimas mierdas, no tienes ni idea de cómo soy, no me
asusto fácilmente, ni me rompo como una muñequita. ¿Te enteras? -Me acerco un paso
y lo encaro.

-Gabriela, es muy tarde, será mejor que te vayas a dormir. -Sus ojos se pasean de
los míos a mi boca y descienden por el resto de mi cuerpo, se contiene. Sé que se
contiene y estoy harta.

-No me da la gana. Sé valiente, Nicola. Dime a la cara que lo que nos hemos dicho
en el club sin usar ni una palabra es producto de mi imaginación. ¡Venga! -Me
acerco más y lo increpo-. Vamos, dímelo. Dime que no te mueres de ganas de probar
mi sabor, dime que no quieres que mis manos te enciendan. Dime que no me estás
mirando la boca pensando en la mejor manera de cerrármela.

-¿Has terminado ya?

-No -respondo y juego mi última carta para poner a prueba al hombre de hielo.

Oigo su respiración agitada y me fijo en cómo sus ojos echan fuego cuando adivina
mi intención. Mis dedos sujetan el pico de la toalla y tiro de él, dejando que se
caiga en el suelo, a mis pies. Me quedo completamente desnuda a dos pasos de él.

Sonríe de medio lado, pero no con gracia, sino con rabia, como si le jodiera
muchísimo tener que ceder ante mis encantos. En un solo movimiento, llega hasta mí
y estampa su boca contra la mía, agarrándome por la nuca con fuerza para ejercer
mucha más presión de la que me esperaba.

-Ahora te vas a callar, Gabriela, y solo vas a abrir esa pedazo de boca que tienes
para pedirme más. ¿Lo has entendido?

Elevo las cejas alucinando, pero me lanzo a por sus labios. No quiero pensar, ni
parar. Besar a Nicola es como sentir la primera descarga de un orgasmo; corta e
intensa, como la primera sacudida, esa que te hace desear que no se detenga para
que llegue todo lo demás.

Me agarra de las nalgas sin dejar de invadir mi boca y enrosco mis piernas a su
cintura. Cargando conmigo, sin esforzarse, me apoya en la primera columna del
salón. Mis manos se apresuran a sacarle la camiseta por la cabeza, para después
meter la mano dentro de la cinturilla de su pantalón y tocar su erección.

¡Vaya! Solo lo pienso, no lo digo en voz alta, afortunadamente. Es grande y está


durísima. Me contengo porque no quiero que desaparezca toda esa seguridad que he
demostrado hace unos minutos y se dé cuenta de que estoy a años luz de él.

Tranquila, Gaby, el sexo es como andar en bicicleta, no se olvida.

Vaya, ha pasado mucho tiempo desde mi última vez. ¿Se dará cuenta de que hace mucho
que no lo hago? ¿Seré capaz de volver a sentir? ¿Nos gustará?

Muevo los dedos dentro de su pantalón y le agarro la polla con decisión. Nicola
jadea en mi boca y empieza a lamerme los labios por fuera, para luego descender por
mi barbilla hasta detenerse en mi cuello. Mi piel se eriza y anhela más.

-Esto va a ser un polvo, Gabriela. Me gusta fuerte. Solo follo y no repito.

Me concede un segundo para pensármelo, mirándome a los ojos. Con el calentón que
llevo y las ganas que acumulo, me da igual lo que me diga. Sé que está levantando
un muro entre los dos, pero Gaby Suárez sabe cómo derribar ladrillos. Y ¿qué
quieres que te diga? Tampoco necesito que me prometa amor eterno. Odio que los tíos
presupongan siempre eso. Es sexo, para los dos.

-Más. -Una sola palabra sale de mi boca y el poco control que le queda se esfuma.

Se baja el pantalón con una mano, sin soltarme, y se lo termina de quitar con los
pies. La otra la coloca en el final de mi espalda para que no me haga daño con la
columna. Lleva su boca hasta mis pechos con más libertad para devorar primero uno y
luego el otro. La imagen de mis pezones escondidos entre sus labios es tan
excitante que mi vientre se contrae, absorbiendo cada estímulo, para que no se me
escapen.

No te rías, pero nunca he echado un polvo así; tan carnal e impulsivo, con alguien
cogiéndome a pulso y contra una superficie tan dura. Mis manos se enredan en su
pelo, mis dientes se clavan en su hombro y los dos empezamos a liberar la tensión
acumulada, arañando y pellizcando la piel del otro, sin mesura.

-Joder, Gabriela... -Mi nombre saliendo de su boca es mecha para mi depósito de


gasolina.

Volvemos al baile de lenguas, intentando ralentizar el éxtasis o nos explotará


aquí, en medio de la nada.

Me traslada hasta un escritorio y posa mi culo sobre la madera. Me obliga a


tumbarme para que mis codos reposen sobre la superficie y no perder el equilibrio.
Sus manos se anclan a mis rodillas y, en un movimiento sincronizado y lento, me
separa las piernas, exponiéndome completamente a él, sin tapujos. Se relame sin
dejar de mirarme y creo que hiperventilo. Pasa su mano derecha por mi estómago, en
sentido descendente, hasta que la posa en mi monte de Venus para, a continuación,
deslizar sus dedos por todos mis pliegues, repartiendo mi humedad, mientras con la
otra mano se agarra la erección.

Respiro. Trago. Respiro.

Su imagen es brutal. Indescriptible y adictiva, porque no puedo apartar mis ojos de


él.

Me mete un par de dedos, tanteándome, y me retuerzo de placer, incorporándome para


ahogar los jadeos que no puedo contener contra sus labios, que me reciben ansiosos.
Me raspa con su barba cuando gruñe en mi oído:

-Estás prieta y mojada. Hasta completamente desnuda eres una maldita contradicción
para mí, Gabriela -afirma como si hablara consigo mismo.

Le aparto su mano y empiezo a masturbarlo, como hace él conmigo. Blasfema y gruñe


de nuevo, a la vez, así que supongo que lo estoy haciendo bien. Cierra los ojos y
echa la cabeza hacia atrás cuando juego con su punta. Es el único momento en el que
perdemos el contacto visual y, entonces, aprovecho para deleitarme de nuevo con la
imagen de su cuerpo perfecto; su cara, su cuello, su pecho, su abdomen, esa línea
de vello fino que desciende desde su ombligo hasta su pubis, bastante afeitado. Me
quedo absorta en esa uve que luce a los costados de su pelvis taaan sexi y, por
último, mis pupilas se concentran en su polla una vez más.

Respiro. Trago. Respiro.

-No. -Me detiene sujetando mi mano-. Para o me correré.

-Pues córrete.

-Tú primero. Quiero ver cómo lo haces tú primero.

Su pulgar se ceba con mi clítoris y acato su orden antes de lo que pretendía. La


explosión llega y es tan intensa que durante unos segundos me quedo sorda, literal.
El zumbido en mis oídos se alarga mientras me retuerzo debajo de su mano. Sí, hacía
mil años que no tenía un orgasmo de tal magnitud.

-Eso es, Gabriela, eso es. -Me come la boca para que recobre la respiración perdida
y sé que he recuperado el oído porque escucho el ritmo de mi corazón desbocado.
Carga conmigo y me lleva hasta la otra puerta. Antes de abrirla, me empotra contra
ella y pasea su erección por mi sexo, mirándome con una lascivia desconocida para
mí.

-Joder, qué gusto sentirte así. Así...

-¡Nicola, el condón!

-Lo sé, lo sé, pero es que me vuelas la puta cabeza. Si tuviera hubiera uno encima,
no pasabas de aquí. -No sé si suena a deseo o a amenaza, lo único que sé es que ha
conseguido excitarme más si eso es físicamente posible.

Abre de un puntapié por fin y me deja caer encima de su enorme cama. Me mira, me
besa y se estira hasta la mesilla. Rasga el envoltorio de un condón que se pone con
destreza y, cuando mi centro palpita de anticipación, me sorprende con un
movimiento rápido y me da la vuelta, dejándome a horcajadas sobre él.

-Estás muy cerrada, Gabriela. No quiero partirte en dos, así que fóllame tú primero
y después será mi turno. -Creo que me corro otra vez al escuchar la petición con su
voz rasgada. Ay, esa voz.

-¿No has dicho que no repites, Nicola? -No pensaba decir nada, pero me lo ha puesto
a huevo.

La sonrisa que me dedica es la mezcla perfecta de amor/odio y te voy a tener que


callar ahora mismo esa bocaza.

-Contigo igual sí.

¿Qué habías dicho, Gaby? Como montar en bicicleta, ¿no? Pues, venga, pedalea.

Capítulo 16

NICOLA

Aumento el ritmo y subo el sonido de mi iPhone, Save and Sound, de Capital Cities,
suena a todo volumen por mis auriculares y me acompaña en el último tramo de mi
carrera matutina mientras regreso a NoLIta. Los domingos no suelo hacer ejercicio,
pero hoy necesitaba salir de casa; respirar aire fresco y dejar de pensar... Sobre
todo en ella.

En su boca, en sus manos, en sus piernas alrededor de mi cintura, en la más que


agradable sensación de hundirme en su interior y en su imagen. Sensual y excitada,
entregada al placer, meciéndose encima de mí como una bailarina. Va a ser verdad
eso que dicen de que como bailas follas, porque su forma de moverse en mi cama ha
sido tan magnética que me ha parecido como un jodido baile. Como lo hizo en el
club, bueno, en realidad, mil veces mejor, porque hace unas horas era yo el que
estaba debajo, sintiéndola, y eran mis dedos los que recorrían su piel y no los de
Óscar.

Joder con la baby. Ha llegado a mi vida hace menos de un mes y ya la ha puesto del
revés. Te prometo que he intentado evitarlo. He intentado no pensar en ella,
mantenerme alejado, pero simplemente, ha sido imposible.
El ángel y el demonio se lo están pasando de lujo dentro de mi cabeza. No sé en qué
momento me deshice de mi autocontrol y, lo más importante, ¿por qué dejé de pensar
con el cerebro? Me puedo contestar yo mismo. Sí, porque toda la sangre se me
concentró en la polla. Vamos, que la tenía ahí, burbujeando, desde que la vi entrar
en el club con ese vestido. Sin embargo, conseguí alejarla antes de cometer el
error de besarla y así volvió mi riego. A pesar de eso, la noche todavía me tenía
preparada una sorpresa más para ponerme a prueba y, cuando salió de la ducha y se
quitó la maldita toalla delante de mis ojos, el león que estaba dormido despertó.

Gabriela me provoca, me reta y hasta me doblega. Es la primera vez en toda mi vida


que una tía consigue que haga cosas que se escapan a mi sentido común. Me hace
moverme por impulsos y, ahora mismo, no me lo puedo permitir. Por eso la he dejado
desnuda, durmiendo en mi cama -hecho histórico-, después de haber follado por
segunda vez esta mañana, cuando los primeros rayos del sol entraban por la ventana
e iluminaban cada curva de su pequeño cuerpo debajo del mío.

Entro en La Churrería de la calle Mulberry y pido dos de churros con chocolate para
llevar a Manolo, su camarero. El sitio es muy pequeño y muy famoso; sale en una web
de esas de viajes y la mayoría de los españoles que viene a hacer turismo por el
barrio terminan entrando aquí. Adam es muy aficionado a desayunar los domingos en
este sitio, a veces, lo recoge y lo sube a mi casa. Espero que a Gabriela le
gusten. Con los paquetes en la mano, cruzo la acera y abro la puerta para subir en
el montacargas. Siempre entro por la parte de atrás del edificio y no por la puerta
principal de la calle Lafayette para no cruzarme con nadie.

-¿Necesitas ayuda?

A punto estoy de tirar las bolsas con el desayuno y agarrar por el cuello al que me
ha preguntado eso, pegándose a mi nuca. Puto susto. Menos mal que ese acento es
inconfundible.

-Tuya no, irlandés.

Adam sujeta la puerta y luego me sigue hasta el elevador.

-Qué suerte la mía, ¿me traes el desayuno?

-¿Qué haces? -Entra conmigo y pulsa el botón para subir a la novena planta.

-Vengo a ponerte al día.

-¿En persona? ¿Para qué están los teléfonos?

Me quita las llaves y es el encargado de abrir. Me cago en todo cuando se agacha y


recoge la toalla del suelo y mi ropa.

-No me jodas... -arguye y eleva las cejas-. ¿Estás seguro de esto?

Avanzo para no mirarlo e invoco al cosmos para que Gabriela siga durmiendo un rato
más. Desafortunadamente, mi poder mental es nulo. Justo cuando nos acercamos hasta
la mesa de la cocina para posar el desayuno, ella sale de mi habitación con muy
poca ropa.

-Eh... -balbucea y se frota los ojos cuando nos enfoca a los dos-. Buenos días.

-Cojonudos -responde Adam y mascullo un cállate que solo oye él.

-¿Huele a churros o estoy soñando?


-No estás soñando, aunque yo he pensado lo mismo al ver a mi amigo subiendo el
desayuno.

-Estás a una puñetera palabra de salir por esa puerta. -Lo empujo para apartarlo de
su campo de visión-. Siéntate.

Lo malo de que este apartamento sea un único espacio abierto es que solo tienes
intimidad dentro de mi habitación o dentro del baño.

Gabriela se ha puesto una camiseta mía de la universidad, la habrá encontrado


encima de la butaca, es muy vieja y tiene pinta de haber encogido, apenas le tapa
el culo. Sé de sobra que su ropa está en el baño desde ayer, por lo tanto, no lleva
bragas. Tira del dobladillo para cubrirse un poco más de piel y se aleja hasta la
otra puerta.

-Gabriela, espera. -Me acerco hasta ella, ignorando la risa floja de mi amigo y la
cara de extrañeza al oírme llamarla así.

-Será mejor que me vista -me informa un poco cortada.

El paseo de la vergüenza con Adam delante le resultará más bochornoso.

-La ropa de ayer es de mi hermana, siempre deja algo en mi casa para emergencias,
puedes ponértela si quieres.

-Tranquilo, me pondré el vestido y me iré a casa.

-No puedes irte a casa ahora.

-Nicola, vas a tener que darme un buen argumento y no una orden. Todavía estoy
esperando una explicación.

Ahí están, ella y sus malditas ganas de rebatirme.

-Vístete y hablamos después de desayunar. -Utilizo un tono que la convence, aunque


solo a medias.

-Tú deberías ducharte, apestas.

Elevo tanto las cejas que se me pegan al nacimiento del pelo. Es verdad que vengo
de correr y estoy sudado, pero creo que su apreciación iba con doble sentido, ¿qué
esperaba? ¿Besos y flores? Ha sido un polvo, punto. Espero que sea consciente de
que no vamos a repetir. Vale, dos, pero a lo que me refiero es a que no se va a
repetir más días.

Me voy a mi habitación y me ducho en mi baño. Tardo un rato en salir y creo que


vacío medio frasco de Solo Loewe Esencial por todo mi cuerpo antes de ponerme un
vaquero y una camiseta. A ver si ahora apesto o no. Cuando salgo para ir a
desayunar, mi amigo y Gabriela -con las mallas y la camiseta de Fiona- están
sentados en la barra de la cocina. Adam se ha hecho unas tostadas y un café, porque
Gabriela está hambrienta y no para de comer. No podemos evitar reírnos al verla;
canturrea y se chupa los dedos para no perderse los restos de azúcar que ha echado
por encima de los churros, no le molesta que nos descojonemos, es más, diría que
hasta se pavonea, como dándonos a entender que la naturaleza es benévola con ella y
puede permitirse esa ingesta de calorías.

-No me miréis así, tenía hambre y esto está bastante bueno para ser un churro
yanqui.
-Tranquila, come lo que quieras. Creí que después de haber pasado la noche con
Nicola no tendrías tanta hambre.

-Yo también, pero ya ves -responde ella, entrando al juego de Adam.

Mi cara lo dice todo, no me hace ni puta gracia. Además, ella, en vez de


achantarse, se viene arriba y es justo lo que necesita mi amigo, a alguien que le
siga el rollo. No sé por qué estos dos tienen tanta complicidad.

El timbre suena y se libran de que les recuerde que estoy delante y que no me estoy
riendo. Son Bárbara y Richard con las mismas pintas que llevaban anoche en mi
fiesta.

-¿Qué coño pasa hoy? ¿Habéis organizado un brunch en mi casa y no me he enterado?

-Vaya carácter gastas -dice Richard y pasa delante de mí hasta la cocina-. ¿Has
pasado mala noche?

-Buenos días -me saluda Bárbara.

-Adelante. -Le indico que pase, es la primera vez que está aquí.

Como buen anfitrión, pongo el desayuno a los recién llegados. Entre café y café,
tengo que llamar la atención a mis amigos para que dejen los gestitos poco
disimulados que hacen sobre Gabriela y sobre mí, Adam ha tardado tres segundos en
contárselo. Cuando se han saciado, nos ponen al día de lo que saben sobre el
allanamiento de los áticos.

-Era solo una persona y Peter no ha visto nada raro. Suponemos que entró por el
garaje a la vez que algún vecino, quizás antes de que se cerrara la puerta del
todo. Porque el conserje solo se ausentó cinco minutos para subir un paquete al
tercero.

-¿Y las cámaras? -pregunto.

-Ya sabes que funcionan las del portal y las del rellano de cada piso. Lo más
probable es que haya subido por la escalera de emergencia, a oscuras. Cuando llegó
hasta vuestra planta, pintó con un espray negro los objetivos. Solo hemos podido
rescatar una imagen de una que se le debió de escapar, es de cuando salió y empujó
a Gaby, no se ve muy nítido -añade Bárbara-. Todo apunta a que ha huido por la
ventana de la escalera a la altura del primero, saltando a la calle.

-Lo que no entiendo es cómo consiguieron abrir las puertas -comenta Adam y cabeceo,
porque yo tampoco me lo explico. Son de máxima seguridad y se la han pasado por el
forro-. No están forzadas.

-Suponemos que ha conseguido hackear los códigos de la empresa de seguridad que las
gestiona, incluso traer una tarjeta clonada -le responde Bárbara.

-No tiene ningún sentido -me lamento. No pensé que pudiera ser el objetivo de
nadie.

-¿Y cuál es el móvil? Porque habrán entrado por algún motivo, ¿no? ¿Para robar? ¿Y
solo en los áticos? Sois muy raritos por aquí. -Gabriela suelta todas esas
preguntas y se encoge de hombros. Sé que necesita respuestas, pero no quiero
compartir información con ella y asustarla innecesariamente.

-Creemos que, como está a punto de fijarse la fecha del juicio de Marshall y la
detención fue al salir de tu casa, quizá sospeche que tienes algo que ver -explica
Bárbara y puedo ver cómo mi amigo le hace una señal para que no continúe. Se olvida
de que Gabriela está aquí.

-Bárbara, necesitamos la declaración de Gabriela -la corta Richard.

-No me jodas, ¿para eso habéis venido? -me quejo.

-Hemos venido porque es aquí o en mi oficina, ¿qué prefieres? -Lo miro sin
disimular mi cabreo, es un puro formalismo que pensé que podía saltarse, pero él es
así de íntegro, siempre.

-Está bien, no pasa nada, pero no creo que sirva de mucho -dice ella.

Richard y Bárbara se sientan con Gabriela en el sofá, mientras tanto, recojo la


cocina con la ayuda de Adam.

-¿Qué vas a hacer ahora con ella? -me pregunta mi amigo.

-Nada.

-Nicola, que nos conocemos. No es una tía como las que te tiras en el ático y
después no recuerdas su nombre. Ha dormido en tu cama, no me jodas.

-No me jodas tú, Adam. Ha sido una noche, punto. Fui muy claro.

-¿Le dijiste eso antes de hacerlo?

-Sí, no me gusta engañar a nadie, ya lo sabes.

-Claro que lo sé, a ti te va más el rollo de engañarte a ti mismo -responde el


maldito sabelotodo.

-Ya está. -Gabriela vuelve con nosotros y evita que conteste a mi amigo-. Adam, ¿me
puedes acercar a casa?

-No -respondemos él y yo a la vez. Menos mal que coincidimos en algo.

-¿Cómo que no? No tengo calzado, mi móvil está apagado y sin batería, como no lo
encienda y llame a mis amigos para decirles que estoy bien, llamarán al embajador
de España para que me ponga en busca y captura. En serio, tengo que ir a casa.

-Gaby, hay que cambiar las cerraduras y reforzar la seguridad. No se han llevado
nada, pero lo han revuelto todo. Tienes que darnos unos días para que esté todo en
orden antes de que vuelvas -le explica mi amigo.

-¿Y dónde me voy a quedar?

-Aquí -respondo sin un ápice de duda.

-Argumentos sí, órdenes no -me repite, alto y claro, delante de todos.

Adam y Richard carraspean y Bárbara disimula la sorpresa al verla contestarme así.


Saben que es el momento perfecto para salir huyendo, así que nos dicen adiós y se
marchan por la puerta.

Gabriela resopla y me fulmina con la mirada cuando nos quedamos solos.

-Gabriela...
-Nicola...

Nos sentamos en el sofá y, como sé que no va a parar hasta que le explique lo que
pasa, medito durante unos segundos lo que le voy a decir.

-Hace algún tiempo que el FBI está detrás de algunos empresarios y yo estoy
ayudando a Richard con esa investigación. Marshall, el baboso de la fiesta, ha sido
el primero en caer.

Asiente y creo que se da cuenta de por qué me puse así de nervioso cuando apareció
ella en el ático.

-Y tú, ¿por qué ayudas a la policía? ¿Qué ganas con eso? ¿Son competencia de Coté
Group? ¿Cuántos más tienen que caer?

-Gabriela, por favor.

-Es que no lo entiendo. Y tú, ¿qué eres? ¿Un infiltrado de esos? ¿Y Gabriel? ¿Por
qué han entrado en su ático también? Tendrá algo que ver, ¿no? ¿O es que también
hacíais negocios turbios? Porque, en ese caso, no quiero nada que tenga que ver con
él. Dímelo y me vuelvo a España, Nicola. En serio, paso de malos rollos, si hay
algo más...

-¿Has terminado ya? -la interrumpo porque su curiosidad no tiene límites.

-Pues no, Nicola. Sé que vosotros jugáis en otras ligas y está claro que me estás
ocultando información. Hasta un ciego puede verlo.

-Gabriela, es una investigación policial en curso, no puedo contarte más. De


verdad, no tienes de qué preocuparte, ¿entendido? Ahora, dime qué necesitas del
ático y voy a por ello para traértelo.

-Estás cambiando de tema.

-¿Quieres tus cosas o no?

-No es que las quiera, es que las necesito, pero debería ir contigo para cogerlas
yo misma.

-¿Descalza?

-¿Tu hermana no deja aquí calzado?

-No.

-Vale. Está bien. Tráeme algo de ropa de mi armario, la mochila, ahí tengo lo
necesario para ir a bailar, un par de zapatillas, mi neceser y el cargador de mi
móvil que está en la cocina, creo que con eso me vale.

-¿Y ropa interior? -inquiero, provocándola, y acto seguido me doy cuenta de mi


error.

Nicola, no juegues con fuego si no quieres quemarte.

-En el primer cajón de la cómoda, coge lo más básico, nada de lencería fina que no
tengo ninguna expectativa para los próximos días.

Cabrona.
-Muy bien, enseguida vuelvo. -Me levanto, mordiéndome la lengua, y me voy a coger
las llaves de mi coche.

-Seguiré teniendo preguntas cuando vuelvas, Nicola -me grita antes de que cierre la
puerta.

Y yo seguiré teniendo las mismas ganas de callarte esa boca y de follarte que
ahora, Gabriela, pero tendré que hacer que desaparezcan.

Capítulo 17

GABRIELA

Llevo cuatro días en casa de Nicola y estoy que me subo por las paredes. Menos mal
que dentro de esta nueva situación sigo con mi rutina; la fundación y mis tardes
junto a Óscar en el estudio de danza. Aun así, el rato que coincido con él
compartiendo el mismo techo, que es solo el estrictamente necesario, es
desesperante. Evidentemente, me está evitando.

El lunes y el martes nos cruzamos cuando me dejó Adam en su casa por la tarde. Él
se fue con su amigo al gimnasio y volvió tarde. Después, estuvo trabajando hasta
bien entrada la madrugada en su escritorio (sí, en el que me corrí entre sus
dedos), con los auriculares puestos, como si no se hubiera aislado lo suficiente.

Yo me he quedado con su cama. Intenté negarme el mismo domingo cuando me dijo que
él dormiría en el salón, pero por supuesto, míster palo metido por el culo no me
hizo ni puñetero caso. Después de una noche increíble, parece que ahora no podemos
compartir SU puñetero colchón, que, por cierto, tiene tamaño más que suficiente
para no rozarnos. En fin, que me ha quedado bastante claro que piensa que lo que
pasó entre nosotros fue un tremendo error y que lo único que soy para él en este
momento es un estorbo.

Me jode su actitud, asumo que fue una noche de sexo, nada más. ¿La mejor de mi
corta vida? Exacto. Después de haber estado tanto tiempo sin hacerlo con nadie,
acostarme con Nicola ha entrado en el número uno en mi lista de deseos de Cosas que
quiero repetir antes de morir.

Supongo que estás mordiéndote las uñas por conocer los detalles, pero en esta
ocasión, me los guardo para mí. Sí, montar en bicicleta me gustó, pero te puedo
asegurar que sentir su peso sobre mi cuerpo fue la bomba. Solo te diré que, cada
vez que me meto entre sus sábanas y cierro los ojos, recreo cada embestida bestial
y cada sensación dormida que Nicola, con sus manos, con su boca, con su lengua y
con su polla, despertó en mí. Y así, sin darme cuenta, suelo acabar con una de mis
manos entre mis muslos, volviendo a sentir cada gota de humedad.

Mal. Muy mal. A ver, no estoy esperando a que me diga que me quiere, ni que se
arrodille ante mí, pero se puede compartir una conversación o un café después de
haber echado un polvo con alguien, sin más dramas. ¿Dónde está escrito que te
tengas que comportar así?

-Dime que ya puedo volver a mi casa, por favor. ¡Por favor! -le suplico a Adam que
está esperándome en doble fila para llevarme de vuelta a NoLIta.

-Si todo va bien, estarás allí el fin de semana.


-Me estás vacilando, ¿no? -Niega con la cabeza. Me parece atisbar un principio de
sonrisa-. No me lo puedo creer. Todavía es miércoles. ¿Y no tengo un huequecito en
tu casa? Soy pequeña, divertida y cocino bastante bien.

Ahora se ríe, abiertamente, no sé si de mí o de mi pregunta.

-Lo siento, baby. -Ahora me llama así, creo que es una coña que tienen entre ellos
para picar a Nicola desde que aterricé en Manhattan-. No hay espacio para ti y,
además, mi cuerpo no podrá soportar más hostias de las que ya me ha dado Nicola
estos días en el gimnasio.

Lo miro y pongo lo ojos en blanco. No entiendo muy bien qué está insinuando.

-Quizá, si se quedara en casa y hablara como hacen la mayoría de los adultos, no


tendría que ir a boxear para desahogarse. ¿Ese es su modus operandi con todas las
tías? ¿O solo conmigo? Quiere protegerme, pero no me habla. Es bastante
incoherente, ¿no crees?

Me da igual que Adam cierre los ojos al escuchar mi pregunta, poniéndonos en


peligro mientras salimos de Brooklyn, pero si no lo hablo con él, que sabe
perfectamente lo que ha pasado entre nosotros y cómo se está comportando su amigo,
no sé con quién hacerlo. Quizás él me aclare por qué es tan gilipollas. Lolita está
también al tanto de todo, pero lejos.

Cuando encendí el móvil el domingo y la llamé, lo primero que hizo fue cagarse
hasta en mi sombra y, después, informarme de que se había dado de plazo hasta las
doce de esa noche para avisar a la policía de mi desaparición. Así que no me quedó
más remedio que contarle en qué había invertido todas esas horas en las que no di
señales de vida. Me cantó el Aleluya, literal, pero esa euforia inicial por haber
retomado mi vida sexual se ha ido diluyendo cuando le he comentado, los días
posteriores, cómo Nicola me rehúye. Ahora solo me dice que, con la cantidad de tíos
buenos que habrá en la Gran Manzana, me he tenido que liar con el más rarito.

-Gaby, ¿en serio me estás preguntando eso? Eres una chica lista. ¿Aún no te has
dado cuenta?

-¿Darme cuenta de qué? ¿He hecho algo?

-No, no eres tú. Es su muro. Nicola levantó uno a su alrededor hace muchísimos años
y tú estás a punto de saltarlo.

-Blah, blah, blah. -Me burlo de su teoría. Que me dé cobijo en su casa no significa
nada más. Nicola sigue siendo Nicola. Míster palo metido por el culo.

Adam me deja en la entrada principal del emblemático edificio donde vive su amigo
en la calle Lafayette, la que nunca utiliza él. He buscado en internet datos sobre
esta construcción que llamó mi curiosidad desde el minuto uno. Su fachada es
impresionante; sale en un montón de series y películas. Las dos figuras doradas que
representan al personaje de Shakespeare, Puck, de El sueño de una noche de verano,
son las que me dieron la pista. Primero fue sede de Puck Magazine y después
numerosas empresas ocuparon sus plantas. Me ha dado mal rollo saber que pasó a la
historia negra de la ciudad porque una artista coreana fue violada y asesinada por
el guardia de seguridad aquí cuando vino a reunirse con su marido, el fotógrafo que
estaba documentado la renovación del edificio. Ahora, cada vez que entro en el
portal, se me ponen los pelos de punta. Hace unos años, su propietario solicitó
permiso para construir seis penthouses, vamos, lo que nosotros conocemos como
áticos de lujo, en la última planta. Y, supuestamente, el primero se vendió por
veintiocho millones de dólares, dato que tampoco me quito de la cabeza. ¿Estamos
locos? Medio barrio de Triana se podría comprar con esa millonada.

-¿Hoy no baja para irse contigo? -le pregunto antes de salir del coche.

-No, hoy me ha dado plantón. Creo que tenía una cita más importante. Mis costillas
agradecerán un descanso. -Cabeceo-. Espera, te acompaño.

-No hace falta.

¿Cita? Ahora la palabra en cuestión rebota en mi cabeza, una y otra vez.

-Está bien. Mañana te veo.

El conserje me abre el portal porque ya me tiene controlada y saco de mi bolso la


llave que me dio Nicola el domingo. El ascensor me indica que he llegado a la
última planta. Cuando abro la puerta y oigo risas de fondo, me quedo en la entrada
pensando en que igual me he equivocado de casa.

-Hola...

-Ciao... -Me devuelve el saludo una vocecita de niña que viene corriendo a
recibirme-. Zio, hay una chica en tu casa, ¿y tú quién eres?

Me río porque la niña, que no abulta nada, me mira desde su altura, haciéndome un
buen repaso. Tiene los ojos oscuros y algo rasgados y una nariz llena de pecas.

-Ciao, yo soy Gaby, ¿y tú?

-Yo soy Helena. Kon’nichiwa. -Junta sus manos y me saluda como los japoneses,
descolocándome del todo.

Ahora caigo, es la misma niña que sale en un par de fotos que tiene Nicola en el
salón; en una él la tiene en brazos y era más pequeña, pero como es tan poco
comunicativo, no me he atrevido a preguntarle por ella.

-Helena. -Nicola se acerca a nosotras. Está descalzo, lleva puesto un pantalón


corto negro y una camiseta blanca con la silueta de la torre de Pisa en negro
también. Una imagen de él tan casual que me descoloca-. Deja de hacer de secretaria
de Naciones Unidas y utiliza solo un idioma, por favor.

-Vale, ¿seguimos viendo Coco?

-Es mi sobrina, mi hermana no tardará en venir a buscarla. -Mira, pero si sabe


articular palabras, me imagino que se le habrá secado la garganta con tanta
verborrea.

-Tranquilo, me voy a duchar, así no os interrumpo.

-Gabriela, no digas tonterías. No interrumpes nada.

-Entonces, ¿te llamas Gaby o Gabriela? Mi madre siempre me dice que no se pueden
decir mentiras -argumenta la niña, asomando su cabeza por el respaldo del sofá.

-Joder, Helena.

-Zio, los tacos tampoco se pueden decir.

Nicola y yo nos reímos, porque lo ha dicho riñéndole y señalándole con el dedo.


-Todo el mundo me llama Gaby, menos tu tío que me llama Gabriela.

-¿Y a ti cuál te gusta más? -insiste la niña.

-Depende del momento, el sábado me gustó Gabriela. -Eso es Gaby, déjale bien claro
a Nicola que tu nombre saliendo de su boca te pone a tonito.

-Pues a mí me gusta más Gaby -me dice pizpireta y reclama a su tío para que se
siente en el sofá con ella.

Esta es la cita especial que me ha mencionado antes el bobo de Adam, seguro.

Salgo de la habitación después de ducharme y cambiarme de ropa en el baño de


Nicola. Me pongo un pantalón corto de rayas, blancas y azules, y una camiseta de
tirantes que es lo que uso para dormir. Helena me ordena que me siente a su lado en
el sofá. La estampa es bastante curiosa teniendo en cuenta lo poco que hemos
coincidido Nicola y yo en este espacio, con la niña en medio de los dos y la banda
sonora de Coco a pleno volumen en la tele. Su curiosidad me recuerda a la mía de
pequeña. Cuando ya me ha convencido para hacerme una trenza, porque le encanta mi
melena larga, suena el timbre.

-Siento el retraso, hermanito, pero la clase hoy se ha alargado. -Se disculpa la


hermana de Nicola antes de llegar a nosotros. Su hija se esconde debajo de la mesa
y se pone el dedo en los labios, animándome a guardar silencio-. Uy, hola. Soy
Fiona y tú debes de ser Gaby, ¿no? Te vi bailando el otro día en el cumpleaños de
mi hermano.

-La misma. Encantada. -Vaya, no sabía que había estado allí. Me levanto para darle
dos besos y se disculpa porque viene de yoga y probablemente no huela demasiado
bien.

Su hermano suelta un porcella (cochina, en italiano), y los tres nos reímos.

Es una chica guapísima, morena, con pecas en la nariz, como las que ha heredado su
hija, y un pelo castaño oscuro, muy brillante, que lleva recogido en una trenza
despeinada. Me doy cuenta de que mira a su hermano y después a mí antes de
mostrarle una amplia sonrisa.

-Helena. Tu madre está aquí y os vais, ¡ya! -espeta él, cambiando el tono dulce que
tenía con su sobrina hace un rato.

-No, me quiero quedar contigo, zio. No he terminado de peinar a tu novia.

-Fiona... -protesta Nicola y se va hasta la cocina mientras su hermana se descojona


y se acerca hasta la mesa para sacar a su hija del escondite.

Con mucho esfuerzo, consigue calzarla para irse. Helena se despide de mí y le


prometo que otra tarde podrá hacer con mi pelo lo que quiera, excepto cortármelo.
Me quedo absorta cuando se cuelga del cuello de su tío y le da millones de besos
antes de susurrarle algo al oído que le provoca una carcajada sincera.

-Un placer, Gaby -me dice Fiona.

-Igualmente -digo.

-Dile que te prepare su lasaña especial, si llevas aquí más de dos días
soportándolo, te la mereces fijo -deja caer antes de marcharse.

-¿Te apetece? -La pregunta de Nicola me descoloca, sobre todo porque es la primera
vez que lo veo reírse desde el domingo.

Me giro hacia la derecha y a la izquierda, buscando a alguien.

-Perdona, ¿es a mí? -Me llevo una mano al pecho, teatreramente.

-Sabes que también se puede responder con un simple sí o no, ¿verdad? -me pica.

-Claro, pero a mí me gusta siempre usar más. -Puntito para la nena, Nicola. La
entonación que le he dado a la última palabra le ha tenido que producir una
erección, fijo.

-Será mejor que pongas la mesa en la terraza. ¿Vino? -Cambia de tema, aunque sus
dedos tamborileando en su muslo lo delatan-. Dentro hace mucho calor.

Vaya, vaya, esto entonces significa... Nada, no significa nada.

La terraza de este apartamento es pequeña y acogedora. No tiene nada que ver con la
majestuosidad de la otra. Tiene unos sofás grises con unos cojines de rayas, un par
de mesas a juego y una barbacoa pequeña de gas, muy americana. Es pronto, así que,
de momento, la luz del atardecer todavía nos ilumina.

Me apaño bastante bien encontrando todo y pongo la mesa enseguida. Esta va a ser la
primera cena que vamos a compartir, porque el domingo, después de escuchar su
escasa explicación sobre la investigación, caí muerta en la cama y no probé bocado.
Abre una botella de vino y sirve dos copas que nos bebemos mientras él cocina.

Cuando está lista, nos sentamos a cenar. Su lasaña está buenísima, creo que nunca
había probado una tan rica y, aunque le insisto, se niega a decirme su ingrediente
secreto. Me confiesa que él aprendió a cocinar con sus padres, porque le gustaba el
ambiente que se respiraba en entre fogones, pero que su hermana siempre lo detestó.
Seguimos con el mismo vino tinto. Me explica que se lo mandan directamente desde
una bodega de la Toscana. Noto que, cuando habla de Italia, le brillan los ojos de
forma especial, como si de repente lo abordaran los recuerdos. Yo le confieso que
soy más de cerveza y que mi paladar no es tan exquisito. Dejándome llevar por el
buen ambiente, me animo a preguntarle por su familia.

-Solo tengo a mi hermana y a mi sobrina, con ellas viene intrínseco mi cuñado Cham.
Y, por supuesto, Richard y Adam, que no necesitamos compartir sangre para ser
familia.

-¿Y tus padres? ¿Son los de las fotografías?

-Sí. Ellos murieron cuando yo tenía diecisiete y Fiona veintiuno.

Me quedo con la copa a medio camino de llevármela a la boca. Ya ha anochecido y


Nicola ha encendido un par de velas grandes que están dentro de dos cilindros de
forja, aunque en la semipenumbra veo cómo le ha cambiado el gesto al afirmarlo.

-Lo siento. Al menos tienes a tu hermana.

Nadie sabe lo duro que es ser hija única hasta que pierdes todo lo que tenías y
eres consciente de que, a partir de ese momento, estás sola, sin nadie que
comprenda tu dolor.

-¿Cuánto tiempo hace que murió tu madre?

-En noviembre hará dos años. La echo en falta cada día y, sobre todo, desde que
estoy aquí. Últimamente, hablo más con ella en voz alta, como si pudiera
escucharme. -Me llevo una mano al pecho y la mirada de Nicola se desvía ahí.

-Te entiendo, pero con los años se irá pasando.

Me doy cuenta de que la conversación cada vez se hace más intensa y más íntima, me
parece mentira que este sea el mismo Nicola que me ha ignorado los días anteriores.

Me habla de este barrio, donde se crio. Del restaurante de sus padres, de las
comidas en casa de los padres de Richard y de cómo, para la comunidad italiana, la
familia es el pilar fundamental; cree que ese rasgo lo comparten con los españoles.

-¿Y tú? ¿Cómo fue tu infancia? Seguro que de pequeña ya eras una guerrera.

-Yo no soy guerrera.

-No, claro que no.

-Siempre fui una niña buena y dócil -afirmo-. Aunque nunca dejé de luchar por lo
que creía justo y me daba igual tener que enfrentarme al mundo entero si era
necesario.

-Me hago una ligera idea -comenta y sonríe otra vez.

Vaya, como siga así va a acabar con todas las reservas de sonrisas que guarda.

-Me crie en Madrid, dentro del ambiente serio de la embajada. Fui a un colegio
privado y crecí rodeada de niñas de familias ricas sin problemas reales, quizá por
eso mi madre siempre se empeñó en inculcarme el esfuerzo y el sacrificio como
valores principales. Después, nos mudamos a Sevilla y allí conocí una nueva
realidad. ¿Gabriel te hablaba de nosotras? -Aprovecho para intentar adivinar qué
sabe Nicola sobre esa historia que Gabriel me cuenta por fascículos.

No es que no haya pensado en ello desde que abrí la primera carta, es solo que, a
veces, mi mente utiliza ese mecanismo de defensa, el que consiste en dejar una idea
en un punto muerto para que no me impida avanzar.

-En realidad, no. Solo cuando me propuso ser su albacea y gestionar su testamento.
¿Quieres algo de postre? ¿Café?

Vaya cambio de tema, ¿no?

-Estoy llena, pero si hay algo de chocolate, no voy a rechazarlo.

Regresa con dos copas de cristal con helado de chocolate, además ha puesto unas
virutas de chocolate blanco por encima, que hacen la mezcla mucho más perfecta.
Esta faceta de cocinillas de Nicola era insospechable. Se sienta a mi lado y no
enfrente como estaba antes, y me sorprende su acercamiento. Ambos perdemos la vista
en los tejados de los edificios cercanos con el sonido de la ciudad de fondo.

Pasamos unos minutos en silencio, que, por primera vez, no me incomoda. Hace calor,
demasiado, o me lo parece a mí. Cuando su rodilla desnuda roza la mía, mi
temperatura aumenta, a pesar del escalofrío que me atraviesa la columna vertebral.
Intento disimular, pero no sé si lo consigo. Sentirlo aquí, tan cerca de mí,
oliendo tan bien y soportando juntos el murmullo de la noche de Manhattan, me
altera. No quiero que note que su contacto me enciende, no quiero que sepa que
repetir lo del otro día me parece la idea más fantástica del mundo, y no quiero que
sea consciente de que me gusta mucho esta versión auténtica de Nicola, mucho más
que la otra.
-Muchas gracias por la cena y por haberme dejado quedarme en tu casa. -Me inclino y
poso la copa vacía en la mesa.

-De nada. Gabriela, yo... -Se gira y nos miramos a los ojos, estamos demasiado
cerca. Estira su mano y coge un mechón rebelde de mi pelo para colocármelo detrás
de la oreja. Madre mía, esa simple tontería cómo me pone-. Yo...

Su respiración se hace más profunda y, cuando creo que me va a besar, la melodía de


mi móvil empieza a sonar y Nicola se separa de mí como si quemara. Ambos desviamos
la mirada a la pantalla, donde aparece el nombre de Marcos. Cuelgo sin responder y
me giro para mirarlo de nuevo, si iba a decirme algo, era su oportunidad. En
cambio, él coge su copa de vino, se la lleva a la boca, se recuesta en el sofá y
mira de nuevo al frente.

-Nicola -lo llamo y poso mi mano en su pierna para recuperar su atención. Venga,
sigue, suplico mentalmente.

Una nueva llamada de mi amigo entra en el móvil y decido responder, será mejor
decirle que luego lo llamo para que no insista más.

-Contesta -afirma Nicola con esa voz cargada de algo que no sé descifrar. Se
levanta y desaparece por la cristalera con las copas del postre.

-Marcos...

-Huracán...

-Vaya, estás con Lolita. -Oigo su saludo de fondo y gritos-. Seréis idiotas.

Me levanto y miro al interior a ver si lo veo, pero ni rastro. Me apoyo en la


barandilla e intento seguir la conversación, pero solo escucho las carcajadas de
mis amigos y palabras inconexas. Con el cambio horario, allí son las cinco de la
mañana. Me muero un poquito de envidia por no poder estar de risas con ellos.
Nicola sigue sin aparecer, así que corto la llamada en cuanto puedo y entro a
buscarlo.

El sonido de la puerta de la calle al cerrarse me deja clavada en el suelo, para


que luego me cuente Adam milongas sobre su muro.

Venga, que, antes de irme a dormir, te voy a contar la versión más repetida de este
cuento, esa en la que el gilipollas del dueño del castillo, mitad príncipe, mitad
ogro, se pira y deja sola a la princesa guerrera dentro.

Capítulo 18

NICOLA

La mañana está siendo caótica, como siga teniendo tantos frentes abiertos, saldré
de mi despacho bien entrada la noche y te puedo asegurar que es lo último que me
apetece hacer un viernes.

Tengo el móvil en silencio, porque bastante tengo con la montaña de papeles que ha
dejado Patty encima de mi mesa y con las llamadas que no dejan de entrar por el
teléfono. Para alegrarme la mañana, el abogado de Tiffany ha solicitado mediante un
requerimiento el contrato de compraventa de las acciones de Gabriel. Me amenaza con
pedir la anulación del mismo, aduciendo que me beneficié de la incapacidad de un
hombre enfermo. No sé qué me ha sentado peor, si que Tiffany, sabiendo la relación
que teníamos su padre y yo, haya insinuado semejante barbaridad o que, cegada por
su ambición, o la de su madre, haya aceptado seguir adelante con ese despropósito.
Menos mal que su padre ya intuyó que podrían comportarse así cuando se enteraran y
lo hicimos todo conforme a la ley. Además, Bill, el presidente en funciones de
Coté, también está al corriente. Me he limitado a dejar el asunto en manos de mis
abogados, porque prefiero no cruzar ni una palabra más con ella. El tema de la
impugnación del testamento está a punto de resolverse, evidentemente, no lo van a
admitir ni a trámite. Y, en cuanto se lo comuniquen a ella, será un problema menos,
para mí y para Gabriela.

Ay, Gabriela. No, no quiero hablar de ella. Sin duda, es una de las razones por las
que no quiero mirar mi móvil. Estoy seguro de que tengo unas cuantas llamadas
perdidas de ella. Yo mismo le di mi número el domingo pasado, por si te lo estabas
preguntando, y ahora me arrepiento cada vez que veo su nombre en la pantalla. Me
jode comportarme como un imbécil, sin embargo, es lo único que puedo hacer para
mantenerme alejado de ella.

No la veo desde que el miércoles saliera huyendo de mi propia casa. Sí, no lo voy a
edulcorar, lo hice como las ratas. Hace más de veinticuatro horas que estoy
desparecido, al menos para ella. No sé lo que me pasó. Estuvimos con mi sobrina
tirados en el sofá, conoció a mi hermana, cenamos juntos, hablamos de nosotros, de
nuestras familias y el ambiente entre los dos se volvió íntimo por primera vez.
Estuve a punto de volver a caer, perderme entre sus labios y sucumbir a lo que
siento cuando la tengo cerca. Dios, llevaba tres días evitándola y, a la vez,
deseándola en silencio. Sonará raro, pero cuando volvía del gimnasio después de dar
una paliza a Adam, lo hacía con la sensación de saber que estaba ahí y me gustaba.
¿Se puede estar más jodido de la cabeza? Creo que no. No sé cómo explicarlo; sentir
que entras en casa y que hay alguien dentro, transformándola en hogar, con su olor,
el ruido de sus pies descalzos, su taza del desayuno siempre limpia al lado del
fregadero, su ropa doblada en mi habitación... Ya ves, pequeños detalles tontos que
me han descolocado. Vivo solo desde hace muchísimos años y jamás he tenido la
necesidad de compartir espacio ni intimidad con nadie. Ni tan siquiera me lo he
planteado nunca. Sin embargo, con ella, con ella vivo en una lucha interna
permanente. Está ahí, intentando saltar mi muro y me acojona y me gusta, a partes
iguales, menuda contradicción, ¿no?

La llamada del ese tal Marcos me sirvió para volver a recuperar mi parte racional,
la que estaba a punto de volver a perder con ella. No me jodas, no es normal que me
moleste ver que la llama un tío que ni tan siquiera conozco. Es que es absurdo.
Tampoco es normal que me ponga de mala hostia si me la imagino en brazos de
cualquier otro. No, definitivamente no es normal. Si solo nos hemos acostado una
vez, por Dios. Y, sin duda, no es lógico que me debata todo el puto día entre lo
que me gustaría hacer con ella y lo que debo hacer con ella. Nada, no debo de hacer
nada. Por eso, me piré de mi propia casa sin decir adiós y aún no he regresado.

Esa noche dormí en casa de Richard. Mi amigo me conoce de sobra y sabe que, cuando
me presento en su puerta a media noche, es porque necesito alejarme de todos.
Alejarme del ruido, como me decía mi padre, y más cuando está a punto de cumplirse
otro año más de su muerte. Los días previos a ese maldito aniversario siempre estoy
mucho más irascible. Solo necesito ser invisible durante unas cuantas horas para
escucharme. Solo a mí. Todos sabemos que en casa de Adam estar en silencio es
imposible. Con él rendí cuentas ayer, cuando coincidimos en el gimnasio. No se
cortó un pelo y me recriminó mi actitud con Gabriela, una vez más. Ahora es como su
flamante caballero, no para de defenderla, continuamente. Mi pómulo hinchado y su
ceja demuestran que quemamos la rabia contenida en el cuadrilátero, como dos
idiotas que prefieren abrirse las cicatrices a hostias, para no olvidarse de que
siguen ahí, aunque no sean visibles a los ojos de cualquiera. Al terminar, me fui
al ático del Upper a dormir y le pedí a mi amigo que no llevara a Gabriela a su
casa hasta hoy. Lo bueno de conocerse desde hace tantos años es que los tres
sabemos de qué pie cojeamos y, esta noche, con unas cervezas en la mano, nos
reiremos juntos de todo, hasta de nuestras propias miserias.

-¡No puede entrar así!

La voz de Patty, nerviosa, y un poco más alta de lo normal, me hace posar el


informe que tengo en las manos y levantar la mirada hacia la puerta.

-¿Está con alguien?

¿De verdad está aquí?

-No, señorita, pero espere a que avise al señor...

Abro la puerta sin dilatarlo más.

-Gaby, quieres dejar de correr. -Adam viene detrás, acelerado.

-¿Qué estás haciendo aquí? -pregunto mientras se cuela en mi oficina.

-Lo siento, señor Costas. -Se disculpa mi secretaria por la intromisión.

-Tranquila, Patty. ¡Te he hecho una pregunta! -insisto, dirigiéndome a Gabriela.

-Íbamos al ático y casi se tira en marcha del coche al pasar por aquí. No lo he
podido evitar -me explica Adam y la mira enfadado.

-Ah, no, no. Esto no va contigo, Adam -le dice ella cuando lo ve entrar, se acerca
hasta él y lo invita a salir de mi despacho-. Tu colega es mayorcito, sabrá
defenderse solo.

-Gaby... -dice él y ladea la cabeza, como si le fuera a escuchar.

Con la misma, le cierra la puerta en las narices y nos quedamos solos.

-Gabriela, no tengo tiempo para tus numeritos y menos aquí.

-Por supuesto. -Fuerza una sonrisa-. Estás tan ocupado que no podías ni coger el
puto móvil para decirme que estabas bien, ¿no? Te vas de tu propia casa en mitad de
la noche, no vuelves a dormir y no das señales de vida. Muy maduro, Nicola.

-Gabriela...

-Ni Gabriela ni nada. Me preguntas qué hago aquí, ¿no? Pues te voy a responder,
vengo a tratar asuntos profesionales, a tu oficina -recalca con rabia-. No te
preocupes, me ha quedado suficientemente claro que para ti solo soy trabajo. Así
que quiero que me des la siguiente carta de Gabriel y así no tendrás que verme
hasta dentro de un mes.

-Hoy es catorce de agosto, no quince -respondo, firme.

-Me la suda, Nicola. Es un puto día de diferencia, dame la maldita carta y me iré.

-Mañana. -No cedo a pesar de que cada vez eleva más la voz. Me cruzo de brazos y me
apoyo en mi escritorio. Los empleados de esta planta tienen que estar alucinando,
casi tanto como yo.
Acorta la distancia entre los dos y me encara. No voy a discutir con ella aquí,
pero es que los tiene tan bien puestos que es una tortura verla retarme.

-¿Qué problema tienes?

-Ninguno.

-Y una mierda, Nicola. Madura de una puñetera vez, fue un polvo. Un polvo. Bueno,
dos. -No me puedo creer que esté gritando esto aquí-. Fue sexo. Mira, repite
conmigo: SE.XO. La gente folla continuamente y después habla, ¿sabes? No pasa nada
por compartir una puñetera conversación, es lo que hacen las personas normales
cuando se relacionan. No sé con qué clase de tías te has enrollado hasta ahora,
pero a mí no me vas a tratar así. No me dejas volver a mi casa y tú desapareces de
la tuya. Es un sinsentido. Yo no te pedí quedarme allí.

¿Qué cojones? Ahora me clava el dedo índice en el hombro y sus ojos me fulminan. Me
estoy cabreando de la hostia, no me gusta oírla hablar así y menos que se esté
comparando con tías que nunca significaron nada para mí.

La puerta se abre y es Adam, nos observa desde el umbral, resoplando y llevándose


la mano al pelo.

-¿Queréis bajar la voz? Gaby, o te calmas o te saco de aquí.

-Claro, ¡cómo no! Ríndele pleitesía a tu jefe y lámele bien el culo.

-Gabriela... -intervengo y la reto con la mirada. Adam cierra la puerta, quedándose


fuera de nuevo. Sé que le han ofendido sus palabras, porque si tiene un defensor a
ultranza es él.

Tengo que hacer un gran esfuerzo para no perder los papeles, no puede hablarme así
y, si no fuera ella, ya la habría puesto de patitas en la calle, pero es como si
una parte de mí deseara que me pusiera en mi lugar, por lo cretino que he sido. Me
pongo de pie y trato de imponer un poco de distancia.

-No. Si hay alguien que se ha pasado aquí eres tú. Me llevas a tu casa, follamos,
me evitas, luego vuelves, me preparas la cena y terminas pirándote otra vez. No me
respondes las llamadas, ignoras mis mensajes. Y, en vez de decirme qué te he hecho
para que te comportes así, prefieres comunicarte a golpes con tu amigo, dejándote
señales en tu bonita cara, como si fueras un mafiosillo de barrio y no el
impenetrable e imperturbable Nick Costas. Aclárate, Nicola, no es bueno tener dos
caras -escupe con saña y suelta todo el aire de sus pulmones.

La sangre me hierve, los dedos me hormiguean, el pulso se me acelera y puedo oler


la pólvora que ha desprendido con cada una de sus palabras, y entonces, estallo,
pero contra su boca.

Se queda paralizada los dos primeros segundos y, cuando mis dedos se enredan en el
pelo detrás de su nuca y la presiono para que me deje entrar, entreabre los labios
y nuestras lenguas chocan. Primero con furia, como dos trenes que van por la misma
vía y no ven venir la colisión. Después con ganas, como si se hubieran echado mucho
de menos. Por último, con calma, ralentizando el movimiento para acabar
súbitamente; cuando Gabriela reacciona, me aparta de ella de un empujón.

¿Dónde está mi autocontrol?

-¿De qué vas?


-Gabriela... -Intento retenerla, pero se aleja más y esa distancia que pone entre
los dos me molesta.

-¿Me vas a dar la carta? -pregunta, pasándose el dorso de la mano por la boca,
limpiándose los restos del beso, con un gesto despectivo.

-No.

-¡Vete a la mierda, Nicola! -Abre la puerta con tantas ganas que casi la hace
giratoria-. ¡Puto bipolar! -farfulla cuando pasa delante de Adam que sigue
atrincherado al lado de Patty.

Me paso las manos por el pelo y bufo. Cuando se trata de ella siempre voy tarde.
¿Se puede cagarla más? Cierro la puerta de nuevo y dejo bastante claro que no
quiero que me molesten en las próximas tres vidas.

No sé el tiempo que pasa hasta que entra mi secretaria y me deja un sándwich encima
de la mesa. Le doy las gracias con un asentimiento de cabeza y vuelvo a perder la
mirada en los papeles el resto de la tarde.

Enterrar mi mal humor en el trabajo es mejor opción que descargarlo con mis amigos,
pero no me puedo escaquear de nuestra cita de los viernes. Por eso, cuando salgo de
Coté Group, me voy al bar favorito de Richard, uno muy pequeño que hay cerca de su
casa, aunque llegue una hora tarde.

-Pensé que ya no venías -afirma Richard y le pide al camarero una cerveza para mí.

-No, mejor ponme un whisky, necesito algo más fuerte.

-Aquí no tienen esa edición limitada de pijo que bebes -me advierte Adam.

-Me vale con uno normal.

-Claro, normal, justo lo que tú no eres.

-¡Que te follen, Adam!

-¡Que te follen a ti! Ah, no, espera, que eso ya lo han hecho, pero te has asustado
como un puto crío que acaba de perder la virginidad.

-¡Basta! -Ese es Richard, el mediador. Supongo que, como he tardado tanto, Adam le
habrá puesto al día de mi charla con Gabriela. Mueve su taburete y se sienta entre
los dos para evitar males mayores.

El whisky es peleón y el primer trago me raspa la garganta, pero es justo lo que


necesito, ese amargor mezclado con el que ya bulle en mi interior.

No volvemos a mencionar a Gabriela durante el resto de la noche, pero todos sabemos


que es un tema que se me está yendo de las manos, sobre todo porque es la primera
vez que me ven así por una chica y sé, aunque ellos no me lo digan, que creen que
es porque siento algo por ella. No. No sé. Bueno, vale, quizá tengan razón.

Nos despedimos con un abrazo grupal tres horas después, más relajados y un poco más
borrachos.

-Mañana os espero en casa de los Deluca a las dos. -Nos recuerda Richard, para que
no faltemos a la comida familiar que organiza su padre cada quince de agosto. Adam
y yo le hacemos el saludo militar, acatando sus órdenes mientras se parte el culo.
-Sube y te llevo, no deberías conducir -comenta mi amigo de mejor humor que antes.

-Claro, como tú has bebido agua.

Él se mete en su coche y yo en el mío, que están aparcados uno al lado del otro. Me
guiña un ojo por el espejo retrovisor y yo le tiro un beso con la mano, dejando
claro que todo está bien entre nosotros.

Adam y yo nos gritamos y nos decimos las verdades a la cara, pero también nos
queremos y eso nunca va a dejar de ser así.

Vaya, eso ha sonado muy cursi y verídico a la vez, ¿no?

Cojonudo, Nicola, como se repita ese mismo patrón con ella estás realmente jodido.

Llego al rellano del ático y abro la puerta de la izquierda, sin dudarlo. Hemos
reforzado la seguridad y ahora solo se puede entrar con un código y la huella
dactilar, por supuesto que está configurado para que con la mía también se abra la
puerta de ella. Me da igual que suene raro o que se mosquee conmigo, pero si pasa
cualquier cosa y estoy aquí, no me voy a quedar quieto esperando hasta que llegue
Adam o la policía.

Intento hacer el menor ruido posible porque no quiero despertarla. Voy hasta la
biblioteca de Gabriel y saco la segunda carta del cajón de su escritorio que está
cerrado con llave. Si ella supiera que están todas aquí, sería capaz de abrirlo a
martillazos. Subo las escaleras despacio y me detengo delante de la puerta de su
habitación un segundo para coger aire. La absurda idea de entrar y que no esté sola
se cruza por mi mente, pero la desecho, porque el alcohol es mal compañero para las
pesadillas. Mañana voy a estar fuera todo el día y no quiero cabrearla más.
Técnicamente, ya es día quince, porque son más de las doce, así que abro la puerta
con sigilo, para que la poca luz que entra de la escalera no la despierte, y
suspiro aliviado al verla. Sí, con ella cerca mi cerebro ahora funciona así, sin
saber por qué coño se me cortocircuita.

Está preciosa, de espaldas, la melena suelta sobre la almohada, la sábana liviana


enredada en su cuerpo, cubriendo parte de sus curvas que zigzaguean encima del
colchón en una postura algo complicada. El sonido suave de su respiración me calma.

Lo único que me encantaría hacer ahora es quitarme la ropa, meterme a su lado en la


cama y fundir nuestros cuerpos hasta formar uno. Hundirme en ella y que ella se
vuelva a poner encima de mí. Desbocarnos juntos y explotar de nuevo. Convertir lo
que queda de noche en el mejor de mis insomnios y despertarme con ella y su luz el
día más oscuro del año. Pero lo único que hago es dejar el sobre en la otra
almohada. En ese instante, Gabriela se revuelve y yo me paralizo. Se gira hacia mí,
sin abrir los ojos, y se aparta la sábana, destapándose del todo. Ella tiene calor
y yo ardo.

Fantástico, Nicola, ahí tienes tu penitencia: Gabriela completamente desnuda


delante de ti.

La imagen perfecta para irme a dormir.

Capítulo 19
GABRIELA

Me despierto agitada y empapada, tengo el pelo pegado a la cara y las gotas de


sudor resbalan por mi cuello hacia mis pechos, mi respiración suena como una
locomotora. Me revuelvo en el colchón, incómoda y con desazón. ¿Qué narices me
pasa? Busco la sábana, que está enroscada entre mis piernas, y la aparto hacia
atrás con fuerza. Estoy desnuda, porque ayer hacía tanto calor que me quité el
pijama antes de meterme en la cama, aun así, estoy ardiendo.

Me paso la mano por la frente, como si estuviera enferma y me fuera a tomar la


temperatura, y abro los ojos para aclimatarme a la poca luz que entra en la
habitación. Sin querer, un montón de imágenes difusas me atraviesan la mente, como
ráfagas inconexas. De lujo, he soñado con él.

Él y yo en su cama. Su boca hundida entre mis muslos, llevándome justo al borde del
precipicio, al del orgasmo quiero decir. Yo lo avisaba de que iba a explotar y él
se levantaba como si nada, ignorándome, para desaparecer, pero no por la puerta,
sino esfumándose, como pasa en los dibujos animados cuando un personaje se va
dejando una cortina de humo. Yo lo llamaba y le gritaba, pero nada, él no
regresaba. Entonces, me levantaba de la cama, pero ya no estaba aquí. Estaba en la
academia en Sevilla, desnuda. Alentada por lo gritos, Lola venía a rescatarme y
Adam con ella. ¡Menudo sinsentido! Hacía muchísimo tiempo que no soñaba cosas tan
raras -o al menos no las recordaba al despertarme-. Me encantaría saber interpretar
los sueños, aunque, de este popurrí que me he montado en la cabeza, no creo que
pudiera sacar ninguna explicación cabal. ¡Vaya tela!

Cojo la otra almohada y me la pongo por la cabeza, a ver si tapándome los ojos se
borran todas las imágenes del capullo de Nicola encima de mí.

Algo me da en la frente y se me pega, lo palpo y tiene el tacto del papel. ¿Qué


coño es esto?

Me levanto y subo el estor para que entre la luz del día. Observo con calma lo que
tengo en la mano, no me lo puedo creer, es la carta de Gabriel.

Me pongo el pijama, que está doblado en la butaca, mientras me cago en Nicola otra
vez, más alto y más fuerte que ayer.

Esto significa que ha entrado aquí en mitad de la noche. ¿De qué va este tío? No
sabes hasta qué punto me cabrea su actitud. Ayer, después de salir de su despacho,
estuve todo el día consumiéndome de rabia, incluso discutí con Adam por su culpa.
Lo sé, él no es el responsable del comportamiento de su amigo; por eso, más tarde,
cuando me trajo a casa, le pedí disculpas por haberle metido en nuestro
enfrentamiento. Pues en este instante, para que te hagas una idea, estoy el doble o
el triple de enfadada que ayer.

¿Quién se ha creído que es para entrar aquí así?

-Argg. -Encima me habrá visto desnuda, maravilloso.

Me apoyo en el cabecero y doy unas cuantas vueltas al sobre en la mano, nerviosa.


Lo poso en la mesilla y lo vuelvo a coger. No sé qué hacer. ¿Lo leo ahora? ¿O más
tarde? Nunca he sido una cobarde.

Lo abro con cuidado y saco la carta emitiendo un suspiro largo, soltando todo el
aire de mis pulmones para volver a llenarlos antes de empezar a leer.

Querida Gabriela:
Si estás leyendo esta carta significa que te has quedado en Nueva York, te sonará
raro, pero mientras la escribía, estaba convencido de que aceptarías el trato.

Espero que cada día te adaptes mejor a esta nueva vida que, en cierto modo, te he
forzado a vivir. Como solía decir tu madre: nunca pares, nunca te conformes. Y,
créeme, no he conocido a nadie con las ideas más claras que ella, así que,
siguiendo su consejo, sé que conseguirás todo lo que te propongas. Aunque ahora no
lo veas así, estás en la ciudad perfecta para lograrlo.

Inspiro y espiro. La primera lágrima resbala por mi mejilla. No quiero llorar, pero
la mención a mi madre me encoge un poco el corazón. Nunca dejaré de echarla de
menos. Me llevo la carta al pecho y me doy unos segundos antes de seguir leyendo.

-Ay, mamá, si estuvieras aquí conmigo, todo sería más fácil.

Continúo...

Nombré a Nick mi albacea porque confío ciegamente en él. Es noble y leal. Sé que
cumplirá mis últimas voluntades y, además, estoy seguro de que te ayudará en todo
lo que necesites.

Otro parón. Ahora me golpeo la frente con el folio.

-¿En serio, Gabriel? -lo pregunto al aire, como si él pudiera escucharme.

Me estaba empezando a olvidar de él y me lo menciona desde el más allá. Me está


dando un poco de yuyu todo esto, pero aun así, sigo leyendo.

Me gustaría darte mil consejos más para que encuentres tu sitio en el mundo,
Gabriela, porque, aunque te resulte extraño, te conozco. Antepusiste todo para
cuidar a tu madre y es el acto de amor más grande que podías hacer, sin embargo,
ahora es tu turno. Tienes que vivir, seguir tu instinto y caminar mirando al
frente, valiente y orgullosa, por ella, pero sobre todo, por ti.

No quiero aburrirte más, Gabriela, así que, como te prometí, así comienza nuestra
historia...

Madrid, 1993

La primera vez que vi a Cayetana fue en la cocina, recibía órdenes de Pier, el jefe
de personal de la embajada, y me fijé en cómo enredaba con una cadena que llevaba
en su cuello, nerviosa, con la vista perdida en la C de plata que pendía de ella.
Melena larga, rizosa y morena, cuerpo menudo y sonrisa escondida. Carmela, la
cocinera, la mandó sentarse en la mesa y le dio un vaso de agua para que se
calmara. Yo caminé despacio, observándola, me serví agua también y le dije a Pier
que mi padre lo estaba buscando; este salió diligente a atender al embajador tras
mi mentira y yo me senté enfrente de ella. Levantó la vista de sus manos y aquel
par de ojos negros se posaron en los míos azules por primera vez. A partir de ese
día, no fui capaz de dejar de mirarla.

Ella tenía dieciocho años, acababa de llegar de Sevilla para empezar a trabajar,
estaba asustada y llena de nervios. Yo tenía veintitrés, estaba terminando la
carrera de Derecho, tenía un millón de planes y nunca me había interesado nada que
no tuviera que ver con los libros.
Dos mundos opuestos. Dos desconocidos frente a frente. Dos almas separadas por un
abismo en aquel momento que la vida se encargaría de unir para siempre.

Dos amantes.

Un amor.

Doy la vuelta al papel con cara de tonta para seguir leyendo, incluso miro dentro
del sobre por si hubiera más. Nada. Se acabó. No hay ni una sola palabra y, encima,
me deja así, sin despedirse.

-¿Ya está? ¿Esto es todo? ¿Qué clase de broma es esta, mamá? ¿Gabriela viene de
Gabriel? Ahora me haces dudar hasta de la versión sobre la elección de mi nombre.
Tú siempre me dijiste que fue por aquella tenista argentina. ¡Oh, vamos!
¡Contestadme cualquiera de los dos desde allí arriba! -chillo.

Sí, a los ojos de cualquiera pareceré una chiflada que habla con los muertos, pero
es que no me puede dejar así. ¿Y ahora qué tengo que hacer? ¿Esperar otro mes?

Si Nicola no fuera tan leal, como dice Gabriel, me entregaría el resto de las
cartas y así podría terminar con esta incertidumbre. Quizá se lo pida o se lo
exija.

Mientras bajo a desayunar, me devano los sesos recordando algún consejo


superpráctico de esos que me daba siempre mi madre cuando las cosas se escapaban a
mi control, pero es imposible dar con nada que me permita dejar de comerme la
cabeza. Básicamente, porque ahora solo se me vienen a la mente situaciones en las
que estaban Gabriel y ella juntos, aunque fueran las más cotidianas del mundo.
Comidas informales en la cocina, paseos en el jardín con nosotras alguna tarde, ese
café de última hora en la biblioteca, el préstamo de los libros, las conversaciones
que tenían y el interés por mí.

Basta.

Decido que lo mejor será volver a dejar esa incipiente idea en punto muerto y
ocupar todas las horas del sábado. A ver si, con un poco de suerte, este calor
sofocante me achicharra el cerebro.

Una hora más tarde, salgo del ático y, aunque sé que tengo una conversación
pendiente con Nicola, por su allanamiento de morada, prefiero posponerla para no
aumentar mi mal humor, quizás intercambie con él unas palabritas cuando regrese.

Callejeo entre el bullicio de la gente sin rumbo fijo. Cuando paso delante del MET,
que no está lejos de casa, me hago una foto y se la mando a Lolita. Seguro que me
responde fantaseando sobre el vestido que se pondría ella si la invitaran a su
famosa gala. Tengo que mirar Google Maps un par de veces para no desviarme mucho.
Casi a mediodía, llego hasta Macy’s. Es la primera vez desde que estoy aquí que
entro en un centro comercial, más siguiendo los consejos de mi amiga que mis ganas;
pero bueno, el aire acondicionado se agradece. Esto es enorme y me recorro todas
sus plantas, aunque no compro nada. Sé que solo traje en la maleta ropa para unos
días, pero con estas temperaturas tan altas, me estoy apañando muy bien. Los
vestidos, los vaqueros y las camisetas son muy socorridos en esta época, lo malo
será cuando empiece a hacer frío. Salgo agotada y sedienta y, vale, quizá me rujan
las tripas un poco. Antes de ir a Central Park, a tirarme un rato en el césped,
busco algún Shake Shack que esté cerca, creo que es hora de probar una hamburguesa
de la archiconocida cadena. Me río sola porque, si me viera Lola, me recriminaría
que parezco una neoyorquina más.
Con el estómago lleno, salgo a la Quinta y voy caminando hasta el parque; cuando
pillo una buena sombra, llamo a mi amiga. Me quedo muy a gusto poniendo verde a
Nicola de nuevo y escuchando cómo Lola me dice que lo mejor para limar asperezas es
un buen polvo de reconciliación. Me descojono, porque está claro que el sexo es una
de sus tácticas recurrentes después de enfadarse, pero no creo que para mí lo sea.
Se queda descolocada cuando le menciono lo de la carta de Gabriel, sin embargo,
como ve que estoy bastante flipada también, me anima para que deje que las cosas
fluyan. Como si fuera tan fácil dejar de pensar en que puede que toda mi vida se
haya basado en una mentira.

Cuando ya he quemado la mayor parte del día, regreso a casa con la mente puesta en
abrirme una cerveza bien fría, tumbarme en una hamaca de la terraza y darme un baño
en la piscina. Acabo de decidir que hoy no me apetece luchar contra nada ni contra
nadie más.

Subo a mi habitación y me quito la ropa. Entro en el vestidor para coger un vestido


de algodón más cómodo y ahí están otra vez, los puñeteros bikinis, en la última
repisa de la derecha. Con la estampida del sábado pasado se me ha olvidado dárselos
a Rosy para que se los devuelva otra vez, creo que han cambiado de casa ya tres
veces. Respiro y trato de conectarme con mi lado zen, si es que lo tengo, claro.

¡Se acabó! Como voy a salir a la terraza y empieza a atardecer, cojo uno y me lo
pongo, que tampoco voy a pasearme todo el día en bolas. Total, él no va a aparecer
por aquí. Elijo el plateado, porque, de caer en la tentación, que sea en la más
grande, ¿no? ¡Vaya! Es precioso. Me miro en el espejo y frunzo el ceño porque va a
resultar que el capullo tiene buen gusto y buen ojo, porque me queda perfecto.

Pillo un botellín de cerveza -italiana, claro- de la nevera y las gafas de sol que
he dejado en la entrada. Abro la cristalera a la primera, porque ya he pillado el
truquillo, y doy un trago largo muerta de sed antes de tumbarme en una de las
hamacas blancas que hay a la izquierda.

El sol está empezando a bajar, pero aquí arriba, en la cima del mundo, todavía
calienta demasiado. Dejo la mente en blanco e intento disfrutar de este momento de
relax, y digo intento porque no han pasado ni cinco minutos cuando oigo un ruido
proveniente de la terraza de al lado.

Me incorporo y me pongo la mano en la frente a modo de visera para enfocar mejor a


mi vecino. Está de pie, lleva un pantalón de traje gris oscuro y una camisa blanca
con las mangas dobladas a la altura de los codos y con varios botones
desabrochados, como si estuviera a punto de quitársela. Está apoyado en la
barandilla de cristal. Me sorprende ver su gesto, entre cansado y meditabundo. Nada
que ver con la constante seguridad que emana a todas horas. Barbita perfectamente
arreglada, vaso de whisky en la mano y sonrisa de medio lado, sin apartar la vista
de mí.

-Bonito bikini, Gabriela.

¡Arg! Ahora pensará que ha ganado. Quizás esta batalla, Nicola, pero no la guerra.

-Bonito, pero incómodo -respondo arisca y me pongo de pie, acercándome al borde la


piscina.

En un movimiento lento, me suelto la lazada del cuello y la de la espalda, dejando


caer la parte de arriba al suelo, sin apartar mi mirada de la suya. Él murmulla
algo ininteligible en italiano y, entonces, me giro, enseñándole mi retaguardia.
Avanzo un paso y hago el amago de meterme en el agua, pero en el último segundo,
saco el pie y llevo mis manos a mis caderas, para empezar a bajar, a la misma
velocidad que antes, muy lenta, la braguita por mis muslos hasta que se queda en
mis tobillos. Cuando estoy completamente desnuda, me meto en la piscina.

Me sumerjo entera y buceo hasta el lado contrario, es un gustazo nadar así. Solo
espero que estuviera solo en el ático, porque, de lo contrario, habré ofrecido un
bonito espectáculo a sus invitados. Saco la cabeza del agua y me retiro el pelo de
la cara, el sol está cada vez más bajo y empieza a esconderse entre los
rascacielos, tiñendo el cielo de cian y naranja.

-¿Qué coño estás haciendo aquí? -La figura de Nicola es lo primero que veo a
contraluz cuando abro los ojos.

-Perder la puta cabeza.

Está descalzo, así que se quita la camisa, el pantalón y el bóxer a toda velocidad
y, antes de que me dé tiempo a reaccionar, lo tengo pegado a mi cuerpo en el agua,
desnudo, acorralándome contra una esquina.

-Nicola, no puedes entrar aquí cuando te dé...

Su boca se estampa contra la mía, como un animal necesitado. Su lengua se abre paso
entre mis labios y me lame, por dentro, sin dejar de probar un solo rincón. Yo,
lejos de protestar, lo recibo con anhelo. Sus manos se enredan en mi pelo y tira
con fuerza para seguir devorándome, me aprisiona más contra su cuerpo y te aseguro
que el agua que nos rodea empieza a hervir. Todas las sensaciones se intensifican
aquí adentro y no soy capaz de pensar.

Su erección flota sobre mi vientre y junto los muslos muerta de excitación. Mis
pechos rozan su torso, duro y frío. El aire sale a trompicones de mi boca para
perderse en la suya, que la sigue custodiando. Enmarca mi cara y separa nuestros
labios dos milímetros, supongo que él también necesita respirar. Sus ojos se clavan
en los míos y sus dedos, con un ritmo deliberadamente lento, descienden por mi
cuello, mi clavícula y mis pechos; los aprieta con fuerza, una sola vez, y pellizca
mis pezones. Un gemido de placer sale de lo más profundo de mi garganta. Luego, los
desliza por mis costillas hasta llegar a mis caderas, clavándome las yemas con
precisión; en un rápido gesto que no me espero, me da la vuelta.

Apoyo mis brazos en el borde de la piscina mientras él me cubre con todo su cuerpo
por detrás. Su polla ahora roza mi trasero, con una mano me aparta el pelo, para
dejarme la espalda despejada, y con la otra me rodea la cintura. No se detiene ahí,
sino que la pasea por mi vientre hasta que la posa sobre mi vértice. Jadeo cuando
sus dedos juegan con mis pliegues.

-Llevo toda la tarde pensando en ti y esperándote en el jodido ático. Estaba


empezando a volverme loco.

-Vaya, me he debido perder algo, ¿tú esperándome a mí?

-Gabriela... -Su voz suena distinta, pero igual de ronca. Lame el centímetro exacto
detrás de mi oreja antes de susurrarme-: Hoy, necesito que me dejes entrar.

-¿No eras tú el de solo una vez? -No me he podido reprimir.

-Necesito volver a sentirte.

Y la rabia, el mosqueo y la desazón se evaporan con el sonido especial de la frase


que acaba de salir de su boca; tan grave, tan ahogado, tan mezcla de súplica y
necesidad.
Exploto por dentro cuando mete dos dedos en mi interior y ancla su boca a mi nuca.
El movimiento controlado de su cadera, restregándose por mi trasero, es
complicadísimo de describir. Solo diré que temo que mi corazón se salga por mi
garganta. Nadie había encendido un fuego así dentro de mi cuerpo y, por supuesto,
nadie lo había apagado como lo hace él. Los mordiscos continúan en mi piel. Los
círculos de su pulgar sobre mi clítoris me acercan al clímax y sus dedos, entrando
y saliendo, cada vez más lejos, cada vez más profundos, me complican la tarea de
seguir haciendo pie.

-Nicola, si no te detienes voy a correrme.

-Córrete, Gabriela, porque, cuando lo hagas, me voy a hundir en ti tantas veces que
no sabrás dónde acaba tu cuerpo y dónde empieza el mío.

Los jadeos suben de decibelios. Y, como no puedo ahogarlos en sus labios, porque
sigo de espaldas, se desvanecen en el cielo de la ciudad que nunca duerme. La
sacudida es tan brutal y el orgasmo tan largo que Nicola tiene que hacerse con el
control de mi cuerpo, porque yo lo he perdido completamente. Me sujeta y me da la
vuelta para sacarme de la piscina, abrazada a él con piernas y brazos. Maldice por
no haberme podido follar en el agua sin protección.

Yo sigo en trance. Me tiende sobre la hamaca y recoge su pantalón para sacar un


preservativo del bolsillo. Cruzo las piernas, porque la pequeña brisa que ha traído
la noche me roza el sexo y tengo la zona demasiado sensible todavía. No digo ni una
palabra, porque, por una vez en la vida, prefiero callar, callar y observar; a
Nicola en todo su esplendor; desnudo, mojado y empalmado. Está impresionante. Se
enfunda el condón y se acerca a mí con el movimiento de una gacela. Me preparo para
la primera estocada, dura y fuerte, como las de nuestra primera vez; en cambio, sin
dejar de mirarme a los ojos, me empieza a besar lento, sin ninguna prisa,
recreándose de manera tortuosa en mí. Su actitud me descoloca. Pasea su polla por
mi entrada, extendiendo la humedad que no he perdido, hasta que, finalmente, me
penetra. Palmo a palmo, abriéndose paso entre mis paredes para llenarme de placer y
de él. Entra y sale, con vehemencia, y no puedo dejar de mirarlo. Hoy, sus ojos
oscuros parecen más limpios que nunca, transparentes, cristalinos, como si hubiera
estado llorando. Su boca se hunde en el hueco de mi hombro y gime bajito:

-Gabriela...

Me aferro a la piel de su espalda y pronuncio su nombre para que sepa que me da


igual el pozo en el que se haya caído, porque estoy aquí y no me voy a ir a ninguna
parte. Sus estocadas son suaves y profundas y no cesan. Una y otra vez. Sale y
entra despacio, con todo. Sus gemidos en mi boca. Mis manos en su cuello.

Me despista, esta versión delicada y vulnerable de Nicola, entregado y expuesto, me


hace dudar. No voy a mentirte, también me gusta, me gusta que se hunda en mí así,
con deleite. Me gusta igual que cuando sacó su lado más salvaje y nos convertimos
en dos cuerpos hambrientos de carne. Puedo patalear con su actitud y exasperarme
con su comportamiento, sin embargo, es innegable que me gusta, me gustan él y sus
incógnitas.

Es tan distinto a lo que he experimentado antes que ahora, mientras aumenta el


ritmo de sus embestidas, pienso en que, si alguna vez caigo en las redes de esa
palabra de cuatro letras que termina en erre, me encantaría que fuera de este modo.
Con la mezcla perfecta de momentos suaves y salvajes, la que he conocido por
primera vez con él.

Su respiración se acelera sin dejar de hundirse en mí y lo hace tan bien,


estimulando todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo, que ya estoy a punto de
nuevo, a punto de explotar, a punto de dejarme ir.
-Nicola. -Lo miro, no quiero dejar de sentir esta conexión tan brutal cuando el
orgasmo nos atropelle-. Estoy aquí, prométeme que luego no te irás.

-Gabriela, yo... -titubea.

Su latido. Mi latido. Su latido. Mi latido.

Un escalofrío. Mío.

-En serio, promételo -insisto antes de empezar a temblar con la sacudida.

-Te prometería arreglar el puto mundo ahora mismo, mia bella.

Otro escalofrío. Y estallo.

El apelativo cariñoso en italiano que acaba de pronunciar me descoloca, porque es


la primera vez que me llama así, y me excita demasiado su cambio de tono al usar
otro idioma, sus labios devorando los míos, y su cuerpo cubriéndome.

-Nicola, prométemelo...

-A ninguna parte.

Capítulo 20

NICOLA

La respiración de Gabriela sobre mi pecho ha dejado de ser irregular. Aparto los


mechones de pelo que le caen por la frente para comprobar que no está dormida, no
sé ella, pero yo no tengo ninguna intención de dar por finalizada la noche.

Después de explotar juntos, hundido en ella, y rozar el cielo de mi ciudad con los
dedos mientras estábamos en la tumbona de la terraza, la he subido hasta su
habitación. Lo digo así porque he tenido que cargar gustosamente con su cuerpo de
gelatina hasta aquí. Nos hemos dado una ducha rápida y nos hemos tumbado en la
cama.

Con ella es todo tan intenso e inesperado que, por momentos, me asusto hasta de mí
mismo. Sobre todo hoy.

Suena Dream, de Imagine Dragons, muy bajito por mi móvil; ha sido idea de ella que
pusiera algo de música para soportar mejor el silencio, dejándome claro que lo
odia. No sé los minutos que llevamos así, sin hacer otra cosa que sentirnos
respirar.

-¿En qué estás pensando? -me pregunta somnolienta.

-¿Quieres saber la verdad?

-Siempre. Y hablo en serio, Nicola, odio las mentiras. -Se incorpora y me mira a
los ojos-. Siempre prefiero una verdad dolorosa a una mentira piadosa.

-Está bien. -Asiento-. Estaba pensando en que es raro de cojones estar en el cuarto
de Gabriel contigo en la cama.

Su risa rebota contra mi esternón y el aire que sale de su boca me hace cosquillas.

-Lo sé, yo tampoco quería dormir aquí al principio -se sincera.

-Sabes que cambié toda la habitación, ¿verdad? -No me doy cuenta de que mis dedos
acarician su espalda desnuda, ¿por qué me comporto así con ella? Siento cómo se le
pone la piel de gallina con mi contacto y a mí, obviamente, la polla dura.

Lo normal, Nicola. Acción. Reacción.

-Lo sé. Me lo contó Rosy cuando me vio instalada en la otra habitación. Por ahí no
sigas que tengo cosquillas -me advierte cuando rozo con mis yemas su cadera y
entonces retiro la mano-. Cuéntame cómo conociste a Gabriel.

-¿En serio quieres hablar de él? ¿Aquí y ahora?

-Sí -musita y, aunque no sea el tema ideal para hablar en pelotas, se lo cuento.

-Un profesor mío de Columbia era amigo suyo. Me envió a hacer las prácticas a la
recién inaugurada Coté Group antes de terminar la carrera. No sé, supongo que ese
primer día que lo conocí conectamos de algún modo. Me contó sus planes de negocio,
su visión actual del mundo, su intención de contribuir al cambio y sus
expectativas. Me convenció para que me quedara trabajando con él cuando terminara
la carrera y no lo dudé. ¿Por qué estás pensando en él? ¿Por la carta?

-Sí, pero estábamos hablando de ti, no de mí -contraataca-. Además, no quiero


recordar que te has colado en mi habitación sin mi permiso.

-Está bien, lo siento. Solo quería que la encontraras al despertarte. No hablo


mucho, como te habrás dado cuenta, pero sé escuchar -insisto. Seguro que tiene un
montón de preguntas en esa cabeza y yo no puedo darle las respuestas.

-Yo hablo por los codos, aunque no lo habrás notado. -Me saca la lengua,
burlándose-. Y me encanta escuchar, sobre todo si es a ti, esa voz ronca que
tienes... -Me provoca.

Me giro y la cubro con mi cuerpo, mordiéndole los labios, con suavidad; cuando se
ríe, llevo mi boca a su oreja.

-Pues escucha bien, me estoy muriendo de hambre, así que, o bajamos a cenar, o mi
cena serás tú.

-Mmm... -Hace como que se lo piensa-. Bajamos a cenar -responde finalmente para mi
total decepción.

Me besa con demasiada intensidad si pretende que salgamos de aquí y se escapa hasta
el vestidor. Me pongo el bóxer que subí antes con mi ropa y ella se asoma con una
camiseta gris desgastada y unas braguitas de lunares diminutas. La agarro por la
cintura cuando pasa delante de mí y me pego a su espalda, aspirando su olor a coco.

-Deja de ponerte capas porque vas a ser mi postre -le susurro para dejarle clara mi
intención.

Se escabulle como puede de mi agarre y baja hasta la cocina corriendo. La persigo


y, cuando llego para ayudarla a hacer la cena, me obliga a sentarme en un taburete
y me abre un botellín de cerveza.
-¿Ves qué fácil es?

-¿El qué? ¿Obedecer? -la pico.

-No, interactuar después de haber compartido fluidos. Lo hace el 99 % de las


parejas.

-¿Parejas? -Elevo las cejas, sorprendido por el término.

-Personas, gente, amigos, no hace falta etiquetar todo.

Entra en la despensa y saca unos cuantos ingredientes que coloca en la encimera,


está muy graciosa cavilando qué puede preparar con ellos.

-¿Te ayudo?

-No, hoy me toca a mí. Me sorprendió verte hacer la lasaña el otro día.

Me descoloca ver lo bien que se maneja para el poco tiempo que lleva aquí. Prepara
una ensalada tan completa que no necesitamos más. Me cuenta lo que más echa en
falta de España, como, por ejemplo, un buen plato de jamón, y me pregunta por qué
compro tantos productos italianos.

-Porque las raíces tiran y me gusta consumir manjares de allí. Un pequeño vicio. Y,
por cierto, lo de la lasaña es solo un adelanto. Me gusta cocinar y me relaja.
Antes de entrar en la universidad pensé en recorrer el mundo y aprender con los
mejores chefs.

-¿En serio? Porque tienes pinta de cualquier cosa menos de cocinero.

-Vaya y ¿de qué tengo pinta entonces? -Eleva las cejas y se piensa la respuesta-.
Ah, sí, espera, que creo que me habían comentado algo.

-Voy a matar a Adam -se adelanta.

-¿De palo metido por el culo? O algo así, ¿no?

-Exacto, para qué voy a mentirte. La mayor parte del tiempo es lo que parece. Ya te
lo dije el día de tu cumpleaños.

Me muevo para acercarme a su oído y susurrarle:

-Y la otra parte del tiempo, ¿de qué tengo pinta?

-De señor mayor. Guapo, consciente de ello, arrogante y hermético. Vamos, una
verdadera joyita.

-¿Mayor? ¿Arrogante? ¿Hermético?... -Le dedico mi mirada más desafiante-. Te saco


diez años, Gabriela, no soy tan mayor. Pero es más que evidente que tú estás
acostumbrada a estar con niñatos. Además, no soy arrogante, solo soy conocedor de
mi potencial. Tampoco soy hermético, pero no me gusta malgastar las palabras.

Antes de que pueda rebatirme, mis manos enmarcan su cara y estampo mi boca contra
la suya, callándola. Nuestras lenguas comienzan un baile rápido que tengo que
ralentizar para terminar de cenar.

Todavía no me explico por qué me he quedado aquí con ella. Si me vieran mis amigos
o mi hermana, se estarían descojonando de mí durante meses.
Gabriela es una distracción, una enorme distracción que cada vez me resulta más
difícil ignorar. Desde que el sábado pasado la llevé a mi casa, y terminamos
haciéndolo, no me la he podido sacar de dentro.

Así que, después de comer, he dejado a todos en casa de los Deluca y he venido al
ático con la intención de verla. He estado toda la tarde esperándola mientras bebía
y me regodeaba en mis miserias. Y, en cuanto la he visto en la terraza, ha saltado
la maldita chispa. Ella se ha quitado el bikini delante de mis narices,
provocándome, y algo se ha prendido en mi cabeza. He salido corriendo de mi casa y
me he presentado aquí con la única intención de follármela, fuerte y duro. Sin
embargo, mis planes se han ido al traste en un solo segundo. Porque hoy, aunque me
dé miedo reconocerlo, no ha sido un polvo como otro cualquiera. No sé, el cúmulo de
todo lo que arrastro estos días, esa sensación extraña de melancolía por haber
celebrado un aniversario más de la muerte de mis padres y su naturalidad
desbordante, que me embriaga, han activado una parte de mí que no sabía que
existía. No puedo negarlo, me vuelve loco y, por primera vez en toda mi vida, he
sentido la necesidad de dar la versión más auténtica de mí.

-¿Por qué estabas hoy así? -Es como si me hubiera leído el pensamiento.

-¿Así cómo?

-No lo sé, distinto. -Me inclino un poco y paseo mi nariz por su cuello, en una
pobre maniobra de distracción.

-Lo dices porque no te he follado en la piscina como pretendía. -Mi mano ahora se
cuela entre sus muslos y Gabriela da un pequeño respingo-. Porque, si me dices que
tomas anticonceptivos, te puedo demostrar que sigo siendo el mismo, aquí, encima de
este taburete, inclinándote sobre él y clavándotela hasta que no quede un
centímetro de tu coño libre de mi polla.

-Nicola... -Jadea cuando mis dedos apartan su braga y palpan su humedad-. Deja de
distraerme.

-Y tú deja de presionarme, Gabriela. -Quito la mano de su sexo y salgo de la cocina


para subir a por mi ropa.

Probablemente, me merezca el gilipollas que está a punto de llamarme, pero tiene


que entender que no puedo pasar de cero a cien en cinco segundos. Y hoy no es un
buen día para tensar la cuerda y obligarme a hablar de lo que llevo tantos años
guardando dentro.

-¿Qué te crees que estás haciendo, gilipollas? -Menos mal que lo sabía. Lo que no
me esperaba es que, en vez de seguir echándome la bronca, me fuera a agarrar por la
camisa, que todavía no me he abotonado. Se pone de puntillas para mirarme a la
cara, como le gusta hacer-. Me has prometido que no te ibas a ir.

Su olor, su boca tan cerca de la mía y esa mirada limpia y sin dobleces me
devuelven un poco la sensatez. La verdad es que, visto desde fuera, el que se está
comportando como un niñato soy yo, pero es que ni tan siquiera tenía que haberle
tocado un pelo.

-Gabriela, en serio, es mejor que me vaya.

-No. Mírame, Nicola. No quiero que te vayas y menos así, por favor.

-Gabriela, esto no tiene nada que ver contigo. No soy fácil, nunca me implico con
nadie porque no quiero compartir mis mierdas. Prefiero seguir guardándomelas para
mí. -Me abraza con fuerza y pega sus labios a mi cuello-. Esto ha estado bien, muy
bien, pero es mejor que termine aquí.

-Ni de coña. No soy tonta, algo dentro de ti se ha roto antes cuando estabas dentro
de mí; tu cambio de ritmo, el compás de tus latidos, he visto las señales y tú
también, por eso estás aquí. Noto cómo me miras, cómo me escuchas y cómo sonríes
cuando crees que no te veo. No me puedes alejar de ti, ya no, porque, si somos
sinceros, ninguno de los dos queremos.

Lleva sus manos a mi nuca y me hace inclinarme para que la bese. No me resisto,
porque cada sílaba de cada palabra que ha pronunciado se ha grabado en mi interior.
Tiene razón y, aunque me cueste, puede que haya llegado el momento de dejar de
esconderme, al menos de ella. Lo que empieza siendo un beso suave, termina cogiendo
demasiada intensidad.

-Vístete -ordeno, y me mira descolocada.

-¿Ahora? ¿Por qué?

-Porque necesito que vuelvas a casa conmigo.

Capítulo 21

GABRIELA

Niego con la cabeza mientras me miro en el espejo. ¡Ni de coña! A ver, que el
vestido es precioso, igual que los otros dos que me he probado hace unos minutos.
Además, todos me quedan bastante bien, aunque esté mal que yo lo diga, pero tengo
la buena costumbre de mirar las etiquetas y casi mil dólares por un trozo de tela,
para una simple noche, me parece un escándalo. Las sandalias que me ha dejado la
dependienta para probármelos son una verdadera joya: dos tiras de piel plateadas
con cristales incrustados y taconazo, estas no tienen el precio por ningún sitio,
aunque me puedo imaginar que están fuera de mi alcance.

-No me gusta -afirmo y salgo del probador con el vestido puesto para que me vea
Nicola.

Es viernes y estamos en una exclusiva boutique del SoHo que me recomendó Sam. Una
tan cool que parece más bien una galería de arte, demasiado minimalista para mi
gusto. Apenas tiene tres burros con ropa de distintos diseñadores y las paredes
cubiertas de cuadros con mucho colorido. En el centro del local hay un sofá rojo
con forma de labios. Nicola está justo detrás, al lado de la dependienta, que está
más interesada en complacerlo a él que a mí. Cuando he entrado, se me ha quedado
mirando un poco alucinada, supongo que no doy el perfil de sus clientas y menos
como vengo vestida hoy; camiseta blanca básica, minifalda vaquera y mis Vans
negras. Me he tenido que controlar para no reírme en su cara, porque, cuando ha
reparado en Nicola, se ha comportado de manera mucho más servicial. Yo creía que
este tipo de escenas no se daban fuera de la gran pantalla, pero está claro que la
realidad supera a la ficción.

Nicola me echa un vistazo rápido y eleva una ceja cuando me oye decir que no me
convence.

-Gabriela. -Da dos pasos y se acerca a mí. Me posa la mano en la cintura y pega su
boca a mi oreja, automáticamente mi cuerpo siente una corriente poderosa que me
recorre la columna. Me cago en todo lo que se menea-. Estás preciosa con cualquiera
de los tres y con este rojo especialmente, ¿cuál es el problema?

-No me gustan.

-¿Y las sandalias?

-Tampoco -respondo y, sin poder evitarlo, las miro una última vez. Son una pasada.

-Mentirosa.

Entro en el probador, ignorándolo. Me desnudo y me pongo mi ropa. Poso lo vestidos


en el mostrador cuando salgo y, en un acto irreflexivo, cojo la mano de Nicola para
irnos. La dependienta me mira extrañada y él se aguanta un poco la risa, me imagino
que habrá notado la marcada de territorio que acabo de hacer, porque agacha su
mirada hasta encontrarse con nuestros dedos entrelazados y eleva una ceja,
sorprendido.

¿En serio, Gabriela? Se te va la olla.

-Ni una palabra -afirmo para que deje de mirarme con esa sonrisa de engreído cuando
ponemos un pie en la calle y nos soltamos.

Callejeo en busca de mi objetivo y él me sigue sin entender nada y sin protestar,


que es lo más importante. Lo mismo que hice yo el sábado cuando me dijo que me
vistiera para irme con él a casa.

Fue todo raro. Habíamos pasado unas horas muy intensas y parecía que Nicola me
abría una pequeña rendija para poder colarme dentro y descubrir todo lo que guarda
debajo de sus costillas, pero me pudo la impaciencia y lo presioné, con ello
conseguí el efecto contrario; o sea, que se volviera a meter dentro de su
caparazón, dejándome fuera. Después de la sesión de sexo, que fue mucho más que un
polvo, porque sentí por primera vez cómo se entregaba, con todo, me prometió que no
se iba a ir. Así que, cuando le dio ese arrebato, no lo pensé demasiado, me vestí,
bajamos al garaje a por su coche y regresamos a su casa de NoLIta, donde, por
alguna razón que desconozco, se siente a salvo, más seguro, más él.

El domingo, después de haber probado un montón de superficies y de posturas, porque


nos levantamos teniéndonos demasiadas ganas todavía, pensé que me llevaría de
vuelta al ático, pero me equivoqué. Llamó a su japonés favorito para que nos
trajeran la comida, que devoramos en la terraza, y avisó a Adam para que no se
presentara en su casa, como suele hacer la mayoría de los fines de semana. Las
risas de su amigo al otro lado de la línea fueron épicas. A media tarde, cuando
estábamos medio adormilados en el sofá, me empezó a hablar de sus padres, como si
ese fuera el momento perfecto para mostrarme su parte más íntima. Me contó que
había sido el aniversario de su muerte el día anterior -supongo que por eso lo noté
más sensible y meditabundo-, que Fiona y él fueron al cementerio por la mañana,
como hacen todos los años, y que luego comieron todos en casa de los padres de
Richard, que siempre les organizan un pequeño homenaje porque eran sus íntimos
amigos. No he querido preguntar cómo murieron, porque me he prometido no
presionarlo más y respetar sus tiempos, así que, cuando terminó de hablar, me
coloqué en su regazo y simplemente lo abracé.

-Quédate toda la semana conmigo, Gabriela. -Sonó sincero y a la vez expectante.

-¿Por qué quieres que me quede?

-Realmente, no tengo ni idea, solo sé que la semana pasada me comporté como un


idiota y creo que tenías razón.
-Perdona, ¿puedes repetir eso? -Supuse que se refería a que mantener relaciones
sexuales no excluye poder mantener otro tipo de contacto.

-Sí, claro que puedo repetirlo, pero no voy a hacerlo porque lo has entendido.

Y acepté, sin rebatirlo de nuevo.

¿Qué significa eso? Pues que me tiene mucho más encandilada de lo que quiero
reconocer. Al principio, tuve miedo de que fuera solo una ventolera pasajera, por
lo sensible que se había puesto, y que, en cualquier momento, regresaran sus ganas
de huir, pero contra todo pronóstico, no ha sido así.

No tengo ni idea de en qué punto estamos. Pero créeme, cuando no es un capullo gana
bastante.

¿Que cómo ha sido convivir con él? Pues muy revelador.

He descubierto que le encanta que ande descalza por su casa, sobre todo cuando me
muevo inventando pasos al ritmo de lo que suena por su equipo de sonido
ultramoderno. Sé que adora verme con su camiseta vieja de la universidad, tirada en
su sofá, porque me llega justo a ras del culo y le enseño toda mi piel. Me ha
confesado que le parezco adorable cuando enredo en su cocina sin encontrar nada y
refunfuño mosqueada. Y también ha dejado caer que se pone muy bruto cuando salgo
del baño con el pelo mojado e impregno todo con el bendito olor de su champú de
coco; no me lo ha confirmado, pero me parece que lo ha comprado recientemente,
porque ya me dejó claro que en su vida nada es casualidad. Además, sé, aunque esto
no me lo haya dicho él, que desconecta cuando le hablo de las coreografías que
ensayo con Óscar, pero que sí me presta atención cuando le cuento temas
relacionados con la fundación. Nicola es parco en palabras, pero yo soy muy
observadora, y su lenguaje gestual dice mucho más de él que lo que expresa. Sin
duda alguna, es de los que, cuando habla, sentencia. Soy consciente de que odia que
me tome a chiste su obsesión por la seguridad y, para terminar, sé que cocina mucho
mejor que yo, excepto los huevos fritos, que yo les pongo más arte.

La charlatana soy yo, así que él lo ha tenido mucho más fácil para conocerme esta
semana. Sabe que me encanta ver su versión casera, sin traje ni corbata. Que me
gusta escuchar cómo me habla de su vida aquí, de las tardes con sus amigos y de las
horas que invertían sus padres en el restaurante mientras me prepara la cena.
Conoce por Gabriel la situación que pasé con mi madre, su enfermedad y a lo que
renuncié por cuidarla. Y, ahora, también sabe por mi boca que no me arrepiento de
nada, porque la vida consiste en eso, en saber elegir la dirección correcta, una
que no te haga querer retroceder a los pocos kilómetros y cambiar a otra. Y yo
elegiría cuidar de ella mil millones de veces más. Le he confirmado que no podría
vivir sin bailar y que necesito trabajar, aunque todavía tengo algo de dinero
ahorrado -más o menos como la calderilla que debe llevar él en el bolsillo-, por
eso espero que Marcia me contrate para dar algunas clases a partir de septiembre,
me da igual que sea de manera ilegal. Él me ha dicho que me olvide de eso, como si
fuera la única extranjera en este país que se busca la vida sin papeles. También me
ha dejado claro que no le gusta hablar de dinero, porque hay millones de cosas con
mucho más valor que los billetes. Desde su posición, parece entendible; desde la de
otros, quizá no tanto.

En resumen, que me he dedicado a conocerlo a muchos niveles. Sí, también a ese que
estás pensando, el sexual, sobre todo los dos primeros días, que los hemos
invertido en aprender y explorar los gustos del otro. Me alucina tanto la conexión
que tenemos cuando estamos desnudos que, a veces, dudo de que sea real. Y los días
restantes, hasta hoy, solo hemos sido dos compañeros de cama, castos y puros,
porque me vino la regla; asunto que Nicola se ha tomado bastante a cachondeo al
principio y un poco peor después.

-¡Qué alivio! Es la única manera de que me des un respiro, Gabriela, que ya tengo
una edad -me dijo, vacilándome cuando estaba a punto de meterme la mano en las
bragas y se lo tuve que contar.

Anoche, en cambio, ya no lo llevaba tan bien.

Me he sentido cómoda en su espacio, esa es la verdad, y he podido vislumbrar otra


parte de Nicola que no conocía, aunque sé que no he rascado ni la primera de las
decenas de capas que forman su coraza. Además, ninguno de los dos ha mencionado lo
que sentimos o lo que deseamos, más allá de la conexión sexual que tenemos y de lo
agradable que ha sido compartir tiempo y espacio, al menos esta vez. Supongo que
solo nos hemos limitado a disfrutar de esta pequeña tregua que nos hemos dado.

-¿Puedo saber qué buscas? -Cruza de acera y se choca contra una chica que va
mirando para otro lado.

-Mejor di a quién busco.

-¿Cómo que a quién?

-A Amancio.

-Gabriela, ¿quién es...?

-¡Menos mal! -lo corto antes de que empiece a divagar-. Ya sabía yo que Amancio
está en todas partes y que sería mi salvador. -Nicola se para en la puerta de Zara
y chasquea la lengua antes de reírse.

Es muy gracioso verlo con su traje azul oscuro -no el negro-, su camisa blanca
impoluta y sus zapatos brillantes, al menos le he quitado la corbata antes de
entrar en la tienda porque tenía pinta de otra cosa.

Su móvil empieza a sonar y le indico con gestos que entro en el universo low cost.
Tampoco es necesario hacerle sufrir más, es la primera vez que va de compras con
una chica que no es su hermana, creo que ha aguantado más que la media masculina.
Además, no lo veo mezclado entre toda esta gente y haciendo cola para pagar.

Necesito encontrar algo decente y asequible, así que voy directa a lo que creo que
me puede servir y busco mi talla.

Mañana se inaugurará por fin el centro social del Bronx y hay un pequeño evento al
que acudirán miembros del patronato de la fundación. Su presidenta, por supuesto,
algunas autoridades, e incluso el alcalde, así que necesito algo con lo que no
parezca una turista que se ha colado en la fiesta.

Me agobio un poco con tanto ajetreo. El gallego lo peta en todo el mundo. Al final,
cojo lo que necesito y me pongo en la fila para pagar. Mientras espero mi turno,
pillo un bolso diminuto que me va a quedar de lujo con el resto del conjunto.

Nicola está apoyado en una farola cuando salgo a la calle.

-¿Has terminado?

-Sí -digo cantarina-. Aquí ha sido fácil.

-¿Y no piensas enseñármelo?


-Por supuesto que no. -Intenta quitarme la bolsa, pero retrocedo un paso y saco el
móvil del bolsillo trasero de mi minifalda cuando empieza a sonar.

-Hola, Óscar -respondo, y Nicola ahora me presta toda la atención del mundo.

-Hola. Tengo la contraseña para entrar en el Desire, ¿vienes conmigo?

Mi amigo lleva hablando de ese club clandestino toda la semana, dice que es el
templo del baile en Manhattan. Me ha contado que es un lugar tan secreto que solo
puedes acceder si alguien te invita y recibes una clave, según él, te puedes
encontrar hasta a la mismísima J.Lo moviendo su impresionante trasero allí.

-¿Ahora? Pues es que todavía estoy en el SoHo de compras.

-¿Sola?

-No, con Nicola. -El aludido acorta los dos pasos que nos separan y me sujeta por
las caderas, pegándome a él.

¿Esto está pasando? ¿En mitad de la acera? Con una mano sujeto el móvil y con la
otra la bolsa, así que me deja poco margen de maniobra para apartarlo cuando atrapa
mi labio entre los suyos mientras intento seguir la conversación. Esto es un quid
pro quo de esos, ¿no? Por lo de antes en la tienda.

-OK, pues te doy media hora para que te lo pienses. Gaby, bailar allí puede ser la
repolla y lo sabes. Mándame un wasap con lo que decidas antes de las nueve.

-Va... -tartamudeo con la lengua de Nicola en la boca-. Vale. -Cuelgo e intento


separarme unos centímetros para coger aire-. ¿Qué se supone que estás haciendo?

-Besarte, que solo es el principio de lo que quiero hacerte en realidad.

-Nicola, estaba hablando por teléfono.

-Lo sé, y yo besándote. Vamos, Gabriela, no te quedes ahí.

Descolocada por ese arrebato en mitad de la calle, impropio del señor Costas, le
sigo hasta el primer paso de cebra, donde veo el Audi deportivo de Adam.

-¿En serio lo has llamado? Podíamos ir andando a casa, no estamos tan lejos.

-Es que tengo un poco de prisa. -Abre la puerta y, en vez de sentarse con su amigo
delante, lo hace conmigo en la parte de atrás.

Se le ha ido la pinza, totalmente.

-¿Qué coño haces, mozzarella?

-Conduce y calla.

No me deja atarme el cinturón, porque, en un movimiento que no me espero, me coloca


sobre él y empieza a comerme la boca con soberbia.

-Venga ya. ¿No podéis esperar a que os deje en casa? No me jodáis. Que esto no es
una limusina, aquí no hay cristal de separación -se queja Adam con toda la razón y
acelera.

-No sé, Gabriela igual no va a casa, creo que tiene otros planes. -Saca su lengua
de mi boca y la coloca en el lóbulo de mi oreja, erizándome toda la piel-. ¿Quieres
que te llevemos a algún otro sitio? -pregunta, haciéndose el inocente, pero
mientras tanto, su mano derecha se cuela por debajo de mi falda y se aferra a mi
nalga.

-No lo sé. Todavía no me lo he pensado.

-Vaya, pues es una lástima, porque se te acaba el tiempo. Estamos a punto de


llegar. -Sonríe de medio lado y espera mi respuesta.

-Ven a bailar conmigo -lo provoco.

-No -responde rotundo y coge mi bolso para acercármelo. Acaba de sonar de nuevo el
WhatsApp-. Ven tú a casa.

-Nicola, argumentos sí, órdenes no.

-¿Te parece bueno este argumento? -Lleva mi mano libre a su entrepierna y noto su
potente erección, me muerdo el labio sin pretenderlo y él sonríe satisfecho.

-Eso solo es una urgencia -replico con tonito.

Adam cabecea, porque está siendo testigo de este numerito erótico festivo que
estamos montando.

-A ver si te enteras, Gabriela. Porque llevo toda la semana mandándote señales. Tú


no eres una urgencia, eres mi puta necesidad.

Sus manos se cuelan por debajo de mi camiseta y se anclan en mis costillas,


sujetándome con más fuerza y besándome de nuevo. Y sus palabras... Ay, sus
palabras.

-Nicola... -Quiero decirle tantas cosas, pero solo me sale su nombre, que tal y
como lo pronuncio me llena la boca.

-Gabriela, se te acaba el tiempo. -Las yemas de sus dedos acarician mi piel-. ¿Te
has decidido ya?

Como puedo, controlo mi excitación y tecleo una respuesta rápida a Óscar.

Yo:

Pásalo bien.

Antes de que Nicola y yo nos liemos de nuevo, Adam frena en seco.

-¡Largaos, coño! Y la próxima vez llama a un Uber.

Nicola abre la puerta con una sonrisa radiante y yo cojo mi bolsa y salgo tras él,
ninguno de los dos dice nada, supongo que ya se encargará su amigo de recordarnos
el numerito.

En el montacargas, me suelta el sujetador y, cuando llegamos al noveno, le tengo


que sacar mi pezón izquierdo de la boca para entrar en su casa. Nada más cerrar, me
coge por el culo y yo me aferro a su nuca. Nos devoramos con toda las ganas que se
han ido acumulando en estos días sin sexo.

-Ay, Gabriela, no sabes hasta qué punto me vuelves loco.


-Pues explícamelo -respondo y me quito la camiseta en un solo movimiento, y eso que
es bastante complicado porque tengo la espalda apoyada contra la pared.

A continuación, me deshago de su chaqueta y su camisa. Lamo su cuello y siento cómo


se enciende. Entre jadeos y besos, cogemos el aire necesario para no morir. Avanza
conmigo y me deja caer en el sofá, sin mucho miramiento. Se pone de rodillas y me
observa desde su posición, paso mi lengua por mis labios y Nicola exhala con
fuerza. Demasiado calor. Se desata el cinturón para terminar de desnudarse mientras
maldice en italiano, cosa que me pone a mil. Coge un condón del bolsillo de su
pantalón mientras yo me quito la falda y el tanga a la vez, como buenamente puedo.
En menos de cinco segundos, estamos piel sobre piel. Eleva una ceja, preguntón, no
pronuncia las palabras, pero lo he entendido a la primera, me alegro muchísimo de
que mis reglas duren tan poco.

-Dale.

¿Perdona, tú eres Gabriela? Es que estoy flipando un poco contigo, niña. Soy una
sorpresa hasta para mí y la culpa es de él y del puñetero deseo que me despierta.

Nicola mete dos dedos en mi interior sin dudar, solo para comprobar que, cuando me
penetre, no me hará daño; los saca, se los lleva a la boca y los saborea
deliberadamente. Yo me muero, de excitación, por supuesto, de deseo y de ganas. Es
más, creo que, si repite ese gesto, me correré. A continuación, tira de mis caderas
para elevarme hasta la altura de su polla y posa sus manos en mi trasero para
sujetarme. Maneja mi cuerpo a su antojo y yo me dejo hacer. La primera embestida es
lenta y muy profunda, tanto que arqueo la espalda para recibirlo mejor.

-Hostias, Gabriela -blasfema-. Metértela es como hacerlo por primera vez.

Los siguientes empellones son rápidos y repetitivos, golpetea con su pelvis mi


vulva y la fricción es tan certera que sé que no hay marcha atrás.

Se entrega, echa la cabeza hacia atrás y vuelve a embestirme con más fuerza. Una.
Dos veces. Cinco.

-Nicola, no puedo más, me corro... -Y, mientras lo digo, la descarga comienza en mi


vientre y se expande en dos direcciones, a mis pies y a mi cabeza. Gimo tan alto
que se da cuenta de lo descomunal que está siendo y tiene que cerrarme la boca a
base de besos.

-Eso es, Gabriela, eso es. Dios, es un vicio mirarte cuando te corres. Y sentirte.

Sonrío con vergüenza, porque he sido demasiado escandalosa. Él sigue bombeando un


poco más hasta que se vacía definitivamente, palpitando en mi interior. Se deja
caer encima de mí, hunde su cara en mi cuello e intenta recuperar el resuello. El
único sonido que escuchamos es el del aire que entra y sale entrecortado de
nuestras bocas.

-Es pronto, creo que todavía me da tiempo a ir a bailar -suelto al cabo de un par
de minutos para ver si reacciona, porque el silencio empieza a molestarme.

-Por supuesto, mia bella. Lo único es que tendrás que llamar a un Uber, Adam no
creo que quiera llevarte después de cómo te has comportado en el asiento de atrás.

-Eso ha sido culpa tuya -protesto indignada.

Se nota que está disfrutando de todo esto. Hace el amago de levantarse, pero en el
último segundo, pega sus labios a mi oreja y me susurra:
-Vete si quieres, pero pensé que esta noche solo bailarías sobre mi polla.

Voy a contestarle una sandez, pero ahora sí que se levanta y camina triunfante
hasta la nevera. Me quedo absorta con la panorámica de su espectacular trasero y
muda, sí, como lo oyes, muda yo.

Capítulo 22

NICOLA

Miro el reloj que me regaló Gabriel por tercera vez. Adam nos está esperando abajo
desde hace más de diez minutos, y Gabriela no acaba de salir de la habitación. Soy
consciente de que las mujeres tardan un poco más en arreglarse que nosotros, pero
ella es jodidamente perfecta al natural, no necesita adornos extras.

Llevamos una semana juntos en mi casa y todavía no sé cómo gestionar esta sensación
tan extrañamente agradable que siento cuando la veo moverse por aquí, haciendo suyo
cada centímetro cuadrado de este apartamento; es como si con su presencia lo
llenara todo, incluida la profundidad de mis cicatrices. Juro que no tengo ni idea
de por qué necesito tenerla cerca. Supongo que sufrí un episodio de locura
transitoria y por eso le pedí que se viniera conmigo, lo más increíble de todo es
que ella aceptó, después de las preguntas pertinentes, no podía ser de otra manera.
Y, para más coña, lejos de necesitar mi espacio y agobiarme por compartirlo, como
me ocurrió la primera vez que vino, ha sido todo lo contrario. Estaba deseando
terminar mi jornada y regresar a casa para hacer la cena, escucharla parlotear
sobre sus cosas, ver alguna película juntos en el sofá, admirar su cuerpo desnudo,
encima o debajo del mío, o apoyado contra alguna superficie, aspirar su olor y
sentir su respiración profunda mientras duerme en mi cama.

En esta semana de convivencia intensiva, he descubierto que Gabriela es mucho más


mujer que cualquiera de su misma edad. Así que, si me oyes llamarla niñata, quiero
que sepas que es solo para picarla, porque está claro que la vida y las
circunstancias le hicieron madurar rápido. Es decidida, tenaz, cabezota, sincera,
luchadora y tremendamente consecuente con sus ideas. Lo que ves es lo que hay, sin
dobleces. Y, en el mundo en el que me muevo, esa es una virtud importantísima para
mí. Vale, que sí, que también está su lado más salvaje, que me vuelve loco igual.
Todavía no lo asimilo del todo, quizá porque no lo había experimentado antes y es
que no solo me gustan sus rasgos físicos, sino que me encanta su carácter, aunque
me exaspere la mayoría de las veces.

Tengo miedo. Miedo porque con ella pierdo la capacidad de raciocinio y eso tampoco
me había pasado nunca. Me preocupa porque me desvío de mis principales objetivos y
eso no es bueno. Nada bueno.

¿Dónde quedó lo de cero distracciones, Nicola?

-Gabriela, vamos a llegar tarde.

-Ya estoy -me dice, saliendo de la habitación. La primera imagen que contemplo de
ella consigue secarme la garganta.

-Joder.
-¿Qué pasa? ¿Es muy sencillo? ¿Voy mal? -pregunta, pasándose las manos por la
chaqueta del traje.

-¿Mal? Eres el último paso antes del cielo, probablemente me muera hoy.

Una carcajada brota de su boca y me da unos golpes en el pecho, quejándose cuando


me acerco a sus labios.

-¡Eh, suave! Que me los acabo de pintar.

Está impresionante, al final, nada de vestidos. Se ha puesto un traje negro, con


pantalón ancho y americana con detalles brillantes en las mangas. La lleva atada
con un botón solo, debajo del pecho, dejando a la vista el encaje de su sujetador
en el mismo color. Va a ser el centro de atención. Se ha pintado los ojos, marcando
mucho la raya, lo que le otorga un aire bastante felino a su mirada. Además, se ha
engominado el pelo y lo lleva despejado de la cara y con la melena suelta. Está...
explosiva, esa es la mejor definición.

-Me vas a complicar la noche, mia bella.

-Blah, blah, blah... -se burla.

La cojo de la cintura y la atraigo hacia mí, quedándome a un milímetro de sus


labios. Sabe cuánto me provoca con esa alocución, que ahora utiliza cuando me
quiere decir que soy un bocazas. Normalmente, le callo la boca con la mía, pero
ahora hago un esfuerzo titánico y me contengo.

-Vamos o llegarás tarde, Nick Costas.

-Señorita Suárez -la reprendo.

-Lo sé, lo sé, sin presiones.

Hemos estado hablando esta mañana. Bueno, ella más bien interrogándome, pero no
quiero contarle nada que ponga en peligro su seguridad. Vamos a la inauguración del
nuevo centro social y allí seré Nick Costas, el CEO de Coté Group y miembro del
patronato de la fundación durante toda la noche. Gabriela no entiende por qué
mantengo mis dos mundos separados, ni por qué no puedo simplemente ser yo mismo en
cualquier lugar. Sé que no se queda convencida con mis vagas explicaciones sobre lo
importante que es en este negocio separar la vida personal de la profesional, y que
no tardará en mosquearse y exigirme toda la verdad de esta historia, pero de
momento, espero que me dé una tregua.

-Toma, creo que te quedarán perfectas con ese traje. -He estado dudando en sí
debería dárselas, porque empiezo a conocerla y temo su reacción.

-¿Qué es esto?

-Un regalo. Bueno, un autorregalo en realidad.

Quita el lazo rojo que viene cruzado por encima y levanta la tapa, con la misma, la
cierra, rápido.

-Ni de coña, toma. Devuélvelas.

-Gabriela, solo son unas puñeteras sandalias. Vi cómo las mirabas ayer cuando te
las probaste en la tienda y he mandado a Adam a buscarlas.

-Nicola, no son unas sandalias cualquiera, son unas carísimas, que no me puedo
permitir. No necesito que me regales nada, en serio. Gracias, pero no.

-Gabriela -digo, elevando un poco la voz para que me escuche-. Te lo repito, son un
autorregalo. No te he comprado un puto avión, por Dios. Sabes que odio hablar de
dinero, así que, por favor, quédatelas y estrénalas.

Resopla y pestañea, pero vuelve a abrir la caja, se descalza y se pone las nuevas.
Tienen el tacón más alto que las suyas y ahora está más cerca de mi cara.

-Son preciosas, pero te las voy a pagar, aunque sea a plazos. -Afirma y me señala
con el dedo para enfatizar su decisión.

-¿Quieres que te las cobre? -le pregunto arrogante.

-Sí.

-Espera a que volvamos.

-¿Qué? -me pregunta sin entender nada.

-Desde que te las vi ayer puestas, solo pienso en follarte desde atrás subida a
ellas. Por eso son un regalo para mí también.

Sus mejillas se ponen del color de sus labios y, antes de que me replique, mi móvil
suena, muy oportuno. Contesto mientras la arrastro hasta el ascensor.

-Dime, Adam. Sí ya estamos bajando, tranquilo.

Está nerviosa cuando nos metemos en el coche, lo noto, pero no me cabe la menor
duda de que se le pasará en cuanto ponga un pie allí.

Adam nos vacila por el numerito de ayer en el asiento trasero, pero mi mirada de
advertencia le hace cerrar esa enorme boca que tiene.

Tardamos algo más de media hora en llegar al Bronx, cinco minutos antes de que
empiece el acto. A mi amigo le encanta poner a prueba la potencia del coche, aunque
hoy sea el SUV, y luego vanagloriarse de que no hay nadie que conduzca mejor que él
en todo el estado de Nueva York.

-Hemos llegado -nos anuncia mientras detiene el vehículo en la acera y se baja para
abrirnos la puerta.

-Gabriela, será mejor que esta noche, tú y yo, aquí...

-¿Guardemos las distancias?

-Quiero que se hable del centro no de...

-Vale, señor Costas -me corta-. Lo he entendido.

-¿Lista? -le pregunto y llevo su mano a mi boca para darle un pequeño beso sobre
los nudillos antes de salir, pero ella la aparta.

-Por supuesto... -ironiza y se baja sin mirar atrás.

Camina decidida hacia la entrada y, en una décima de segundo, siento que la mayoría
de las miradas de los invitados que llegan se posan primero sobre ella y luego
sobre mí. Gabriela acelera el paso y se encuentra con Sam. A mí me intercepta un
miembro del patronato y me quedo unos minutos con él.
El centro ocupa las cuatro plantas del edificio que hemos rehabilitado. Tiene aulas
para talleres y para ensayos, una biblioteca, una ludoteca para los más pequeños,
dos salas de reuniones más grandes y hasta una sala pequeña de cine con un
proyector y butacas. La idea de Gabriel siempre fue crear instalaciones donde los
más vulnerables pudieran dar rienda suelta a su imaginación y a su talento en un
entorno seguro.

Observo cómo Sam presenta a Gabriela al resto de invitados, ellos sonríen y ella
les devuelve la sonrisa. Alguno se queda demasiado tiempo embobado con ella, no les
culpo.

-Señor Costas, disimule un poco, por favor -me advierte Adam cuando se da cuenta de
dónde tengo posada la mirada-. Tu plan de mantenerla alejada no tiene mucha
consistencia si no le quitas el ojo de encima.

-¿Has comprobado todo? -Ignoro su apelación.

-Sí. He echado un vistazo y hay bastante seguridad. Además de un par de patrullas


de policía que están en la calle. Así que, si te da igual, os espero en la entrada.

-Está bien.

Continúan las presentaciones y yo, aunque quiero concentrarme en lo mío, la vigilo


desde la distancia. Me comunican que está a punto de llegar el alcalde y salgo del
salón de actos para darle la bienvenida.

-Señor Costas.

-Señor De Blasio.

El alcalde y yo nos saludamos y recorremos el centro. Con bastante retraso, llega


Tiffany con su madre. La hija de Gabriel es la encargada de pronunciar un pequeño
discurso, lo trae todo escrito y se hace algo tedioso mientras lo lee. Menos mal
que la directora, que tiene muchas más tablas, la interrumpe para hacerlo un poco
más ameno. Cuando terminan, entran los camareros para ofrecer una copa y un
aperitivo a los asistentes.

-Hola, Nick, la próxima vez me avisas con un poco más de antelación. No me ha dado
tiempo a decírselo a los periodistas.

-Perdona, pero los del Times están ahí afuera, puedes atenderlos cuando quieras.

-Ya sabes a lo que me refiero. -Me pasa las manos por las solapas del traje.

Lo sé, claro que lo sé. Ella se refiere a todo el séquito de prensa sensacionalista
que comen de su mano. Su cargo en la Fundación Coté es puro postureo y está
deseando ser relevada, mientras tanto solo presume.

-Hola, Tiffany.

-Vaya, ¿todavía sigues aquí? Enhorabuena, ya me ha comunicado mi abogado que el


ático es tuyo, lástima que no vayas a poder mantenerlo.

-Hola, Gaby -dice su madre, incorporándose al grupo.

-Hola, Amber.

-¡Cuántos años sin verte! Ya veo que sigues igual, estando fuera de lugar, como te
pasaba en Madrid.

La madre de Tiffany se mete en medio de las dos y escupe todas esas palabras a
Gabriela con una sonrisa de lo más falsa en la cara.

-En Madrid tenía mi hogar.

-Uno que no te correspondía. Vamos, cariño. -Coge a su hija del brazo-. La


enhorabuena deberías dársela a la mosquita muerta de su madre.

-¿Cómo has dicho? -pregunta Gabriela. Tiene la vena del cuello tan hinchada que
está a punto reventar. Avanza ese paso que las separa y las encara.

-Gabriela, no... -Sueno a advertencia y me jode muchísimo tener que decírselo a


ella y no sacar de aquí a la estúpida de Tiffany y a la arpía de su madre. Pero no
es el lugar ni el día para montar un espectáculo. Ella es la presidenta y hay que
guardar las formas. Así que sujeto a Gabriela por el codo de manera sutil para
apartarla.

-¿He mentido? -responde la ex de Gabriel y enseña todos sus dientes.

-Me da igual quién seas y lo que tengas -contraataca Gabriela. Se deshace de mi


contacto y le clava la mirada a Amber. Se está conteniendo, lo sé-. No voy a
consentir que hables de mi madre y menos en esos términos, ¿me has oído bien?

-Tiffany, estás aquí. Un miembro del patronato pregunta por ti. -Sam interviene y
corta el momento de tensión-. Es genial que, aunque tarde, nos honres con tu
presencia, presidenta -lanza la pulla y sonríe.

Estiro mi mano con disimulo para apoyarla en la espalda de Gabriela, pero ella
rehúye mi contacto. Casi oigo los insultos mentales que nos está dedicando, a
todos.

-Soy la imagen de la fundación, no podía faltar -responde Tiffany sin pillar el


tono irónico de Sam.

-Por supuesto, cuando quieras te pasas por Brooklyn y te comento todos los
proyectos en los que estamos trabajando, más que nada por si te preguntan algún
día, no vaya a ser que parezca que solo quieres figurar, ya sabes cómo es la prensa
de dañina.

-Sí, sí. Ya te llamará mi secretaria cuando tenga un hueco.

-Claro y, si no, puedes venir y echar una mano a Gaby con los niños alguna tarde
aquí.

-¿Tú trabajas aquí? -Frunce el ceño mirando a Gabriela-. ¿Y quién ha autorizado


eso, Nick? Porque yo no he firmado nada.

-Gabriel -respondo firme.

-Perfecto -espeta Amber-. Más trabajo para nuestro abogado, hija. Porque esta se
habrá quedado con tu ático -dice de forma despectiva mirando a Gabriela-, pero tú,
querido -ahora me apunta con el dedo a mí- te vas a quedar sin todas las acciones
de la empresa. Sabes de sobra que legítimamente son de mi hija, así que, tarde o
temprano, se hará justicia y tendrás que olvidarte de Coté Group. Vamos, cariño. No
merece la pena seguir perdiendo el tiempo con ellos.

Ambas se dan media vuelta y continúan saludando.


-¡Hola, Karen! Estás divina. -Oigo decir a Tiffany con su tono más agudo.

Mis ojos se posan en la mujer, alta y rubia y enseguida la reconozco. Dios. He


estado tan pendiente de Gabriela que no me he dado cuenta de que está aquí la mujer
de Anderson, ¿será que ya han vuelto a la ciudad? Tengo que llamar a Richard y
ponerle al tanto.

-¿Estás bien, Gaby? -pregunta Sam a Gabriela.

-Sí, creo que necesito ir al baño un segundo.

-Yo tengo que salir un momento -anuncio.

Abandono con ella el salón, guardando la distancia, mientras me lamento en silencio


por haberme descentrado tanto.

-Gabriela, olvídalas.

-Olvídame tú, señor Costas.

Voy a replicarla cuando mi móvil suena. Como si tuviéramos telepatía, es Richard el


que me llama. Ella desaparece por el primer pasillo, y yo blasfemo por tener que
guardar las formas aquí y porque siempre me descentra.

¿Qué me has hecho, Gabriela? Debería seguir tu consejo y olvidarte, pero da la puta
casualidad que no puedo de hacerlo. No ahora.

Capítulo 23

GABRIELA

Abro y cierro el grifo otra vez. Me refresco la nuca y respiro hondo, tratando de
calmarme. ¿Quién narices se creen esas dos para hablar así de mi madre? Me la suda
lo que digan de mí; que se metan conmigo, que me menosprecien o que no dejen de
recordarme que este no es mi sitio, pero no voy a tolerar que digan una sola
palabra sobre ella. Lo único que hizo mi madre en esta vida fue trabajar y sacarme
adelante, con esfuerzo y honradez.

Si algo tengo muy claro es que la clase no se compra con dinero, y la exmujer de
Gabriel hace años que dejó patente su falta de ella. Cuando vivíamos todos en
Madrid, fue la única que no dejaba de recordarme la distancia social que existía
entre Tiffany y yo. Nunca me molestó. Además, Gabriel se encargaba de recordarme
que lo que diferencia a las personas no son las posesiones externas, sino lo que
guardan en su interior. Pocas veces los vi compartir momentos íntimos, tenían cero
complicidad. Él solía pasar más tiempo jugando con nosotras que a solas con ella.
Chocaban demasiado; a veces, hasta discutían delante de nosotras. Cuando eso
pasaba, él se refugiaba en la biblioteca y ella se iba a su habitación, se cambiaba
de ropa y se marchaba a cenar con sus amigos americanos. En la embajada a nadie le
extrañó la noticia de su separación cuando volvieron a Estados Unidos, porque se
veía venir.

Me retoco el pintalabios y bufo una última vez, la actitud conciliadora de Nicola,


Nick o de quien coño sea aquí y ahora me ha repateado un poco, la verdad.
-Vaya, todavía por aquí, querida. -La voz de Tiffany se cuela por mis tímpanos-.
Pensé que ya te habías largado a tu nuevo castillo, como la Cenicienta.

Me da rabia que tire de soberbia conmigo. Me esperaba un recibimiento más cordial,


tampoco caluroso, pero sí más agradable. Si no hubiera tenido esa actitud conmigo,
podríamos haber quedado para tomar un café y charlar sobre toda esta situación tan
desconcertante para ambas. Pero desde el minuto uno, no ha querido saber nada de mí
ni ha intentado buscar una explicación a todo esto. Solo me ha mostrado su larga
lista de prejuicios y presunciones, con una actitud fría y distante. Por eso mismo,
ahora, no puedo mostrar ni un poquito de empatía hacia ella.

-Mira, querida -repito su apelativo-. Tienes que acostumbrarte a verme por aquí,
porque no tengo ninguna intención de esconderme ni de ti ni de nadie. Es más, si tú
quieres, ese castillo que mencionas está abierto para ti. -Eleva las cejas con
desconcierto-. Desconozco por qué Gabriel me dejó a mí su ático y no a ti, pero lo
que me resulta más alucinante es que tú, a pesar de ser su única hija, no
conocieras las últimas voluntades de tu padre, eso sí que es triste. Así que, como
es un poco tarde para que él te dé una explicación sobre ese tema, tú y tu
queridísima mami os podéis meter la lengua en el culo antes de insinuar nada sobre
mi madre. ¿Te ha quedado claro?

-¡Clarísimo, Gaby! ¿Para eso pagó Gabriel tu educación? Para que me amenaces ahora
como si te hubieras criado en el mismísimo Bronx.

-Tranquila, eso no ha sido una amenaza, cuando lo sea lo sabrás. -Le mantengo mi
sonrisa de oreja a oreja y ella se da la vuelta para irse por donde ha venido.

-¿Todo bien? -me pregunta Sam en cuanto entra en el baño un minuto después y me ve
sujetando el lavabo con ambas manos, como si de mí dependiese su sujeción.

-Sí, nada que no se solucione con un par de respiraciones profundas.

-Esto que te voy a decir que no salga de aquí, Tiffany nunca me ha caído
especialmente bien, pero a la estirada de su madre no la soporto.

-No sufras, creo que te guardaré el secreto. -Le devuelvo la sonrisa a través del
espejo y me estiro las solapas de la chaqueta.

He compartido algún detalle de mi historia con Sam durante las tardes que hemos
estado juntas. Sabe que me crie con Tif y con Gabriel en Madrid y que me he
encontrado con esta sorpresa después de tantos años. Ella es prudente y nunca me
pregunta, pero siempre está pendiente de que esté a gusto en el trabajo y en esta
nueva etapa que empiezo a afrontar.

Me echo un último vistazo antes de regresar al salón. Ha sido buena idea traer un
esmoquin en vez de un vestido, no sé, parecerá una idiotez, pero me siento bastante
segura dentro de estos pantalones y subida a estos tacones. Sin poder evitarlo,
echo una mirada rápida a mis pies y, con la misma, cabeceo. Las sandalias son una
verdadera joya e, inevitablemente, el que me las ha comprado se cuela en mis
pensamientos. Maldito Nicola.

¿Por qué me tiene loca? Vale, quizá sea mejor cambiar la pregunta. ¿Por qué me
tiene tan perdida? Que sí, ya sé que estaba desentrenada en lo de las relaciones o
los rollos o lo que cojones sea esto. Pero es que haber vuelto a retomar los
asuntos de mi pausado corazón con él es mucho más complicado que haberlo hecho con
cualquiera. Con él tengo la sensación de que avanzo un paso y retrocedo tres.

Me saca de quicio, eso es una realidad, aun así, no soy capaz de alejarme.
-¿Volvemos? -Sam me sujeta la puerta-. Quiero presentarte al nuevo psicólogo,
seguro que coincidís algún día y así ya os conocéis.

Regresamos donde están los invitados y analizo de nuevo la situación. Nicola está
al lado de la ventana, con una copa de vino en la mano, sonriendo entre Tiffany y
una chica rubia y alta. Se da cuenta de que he vuelto, pero me ignora. No debería
sorprenderme, porque ya me lo advirtió en el coche, pero no por eso me molesta
menos.

Genial.

Venga, Gabriela, ¿no acabas de decirle que te olvide? ¿En qué quedamos?

-Liam, esta es Gaby. -Sam nos presenta.

Cuando él me acerca su mano, yo directamente le planto dos besos, olvidándome de


nuevo de las formas. Su sonrisa, amplia y sincera, mientras se inclina para
besarme, me confirma que no todos los americanos son alérgicos al besuqueo. Es muy
alto y parece bastante joven. Samantha nos deja solos para atender a otros
invitados y hablamos un rato. Paramos al camarero para coger otras dos copas de
vino. Me cuenta que va a ser su primer trabajo, porque se acaba de graduar, y que
está muy ilusionado. Es sobrino de Thomas, el marido de Sam, y me confiesa que
prefiere ser sincero desde el primer minuto y dejar claro que lo han enchufado.
Sonrío con su naturalidad.

-¿Y tú? -me pregunta-. ¿Cómo llegaste aquí?

-Pues lo del enchufe también puede definir un poco lo mío -le respondo y ambos nos
reímos de nuevo.

No lo veo, pero sé que se aproxima; el aroma que desprende siempre le precede. Liam
también se ha bañado en colonia, sin duda, pero es un olor un poco más empalagoso
que el de Nicola.

-¡Vaya, Gaby! Siempre tuviste un don especial para hacer amigos muy rápido. -
Tiffany se mete entre los dos e invade el espacio personal del psicólogo,
acercándole su mano.

-Don o defecto, según se mire. -¿Perdona? No me puedo creer que Nicola haya abierto
su bonita boca para largar eso, aunque lo haya dicho casi susurrado en mi oído.

-Hola, soy Tiffany, la presidenta, y ¿tú eres?

-Encantado, soy Liam, el nuevo psicólogo. -Se estrechan la mano y siento la mirada
de Nicola por encima de mi hombro contemplando cómo me llevo el último trago de
vino a la boca.

-Este es Nico... Nick... -tartamudeo y parezco boba. Toso nerviosa, casi meto la
pata-. El señor Costas, él es el dueño de Coté Group. -Vaya, qué a gustito me quedo
pronunciando la última frase delante de Tiffany.

-Encantado. -Los dos se estrechan la mano, cordiales. Nicola se aleja de mí para


volver a reunirse con la misma rubia a la que ahora acompaña Amber.

-De lujo. -Se me ha escapado en voz alta. Menos mal que Tiffany acapara la atención
de Liam y no me han oído.

Me muevo por la estancia en busca de Adam, creo que es hora de abandonar este
sarao, pero no hay ni rastro de él. Saco mi móvil para enviarle un mensaje y, sin
darme cuenta, me choco con Sam, que parece que viene otra vez a mi rescate.
Cotilleamos un poco y me ofrece otra copa, pero la rechazo.

Adam:

Estoy en el coche, ahora voy a por ti, baby.

Leo su mensaje y pongo los ojos en blanco. Sé que me llama así para picar a su
amigo, pero ahora no me hace mucha gracia. Me despido de Sam hasta el lunes y busco
a Nicola para decirle que me voy, podía pirarme y punto, pero soy así de educada.
Me acerco hasta el rincón donde sigue atrincherado.

-Perdón -los interrumpo y ahora soy el centro de atención de todas las miradas, la
más seria la de Nicola.

-Ahora no, señorita Suárez -espeta él sin darme tiempo a decirle que me voy. Abro
tanto los ojos que creo que se me van a salir de las cuencas.

-Tranquilo, no le molesto más. Solo una cosita, espero que se saque el palo o no
podrá sentarse en el coche para volver a Manhattan.

La mirada fulminante de Nicola no me afecta, porque, una vez más, Adam ya está a mi
espalda guiándome para salir de aquí.

-Joder, baby, acabas de gastar una vida -afirma, descojonándose.

Nicola tarda cinco segundos en alcanzarnos. No dice ni una palabra, pero puedo
sentir su aliento en mi nuca, parece que ha salido corriendo. Cuando llegamos al
coche, que está aparcado cerca de la entrada, me adelanto y, en cuanto abre Adam,
me siento a su lado, delante.

-Gabriela...

-Vaya, me cuesta creer que recuerdes mi nombre después de haber estado las últimas
horas sin pronunciarlo.

Adam se aguanta la risa. Yo me atrinchero y me pongo el cinturón. Su amigo arranca


y solo se oye a Nicola blasfemar en italiano.

-A mí déjame en mi casa -afirmo para que a ambos les quede claro.

-No -dice cortante Nicola.

-Sí.

-No -repite como un puto robot.

-Nos queda un ratito hasta llegar a Manhattan, a ver si, con un poco de suerte, os
ponéis de acuerdo -añade Adam para detener nuestra discusión en bucle.

Voy a abrir la boca cuando entra una llamada de Richard.

-¿Dónde estáis? -pregunta sin esperar a que nadie le responda.

-Volviendo a NoLIta -responde Nicola.


-Bueno, primero pararán en el Upper para dejarme a mí -interrumpo.

Cuando se trata de tocar las pelotas, me gusta hacerlo personalmente.

-Buenas noches, Gaby.

-Buenas noches, Richard.

-¿Vas a seguir con los saluditos? -inquiere Nicola con tonito-. Porque lo mejor es
que cuelgues y llames a mi móvil.

-¡Mierda! -blasfema Adam.

-¿Qué ocurre? -pregunta Richard.

-Nos están siguiendo. Una furgoneta blanca, no puedo ver la matrícula desde aquí,
es una Chevrolet. Y puede que un Prius negro que viene casi a la par también. Creo
que es la misma que ha estado aparcada a cien metros del centro.

-¿Qué significa eso? -Me pongo nerviosa.

-Nada -me responde Nicola, pero por el espejo retrovisor puedo ver cómo se revuelve
incómodo en el asiento y le hace un gesto a Adam con la mirada.

-Bravo, el rey del monosílabo ha vuelto.

-Está bien, Adam, escúchame. -Richard le da unas instrucciones a su amigo mientras


nos geolocalizan y se queda en línea-. Voy a avisar a algún compañero que esté
cerca para tratar de disuadirlos. Yo también estoy en el coche, le paso a Nicola mi
posición y, si conseguís llegar hasta aquí con ellos pegados al culo, los trinco.

Sin querer, me llevo la mano a la muñeca y me toco la pulsera. Cojo aire e intento
mantener la calma.

-No podemos ir a NoLIta con ellos detrás. -Nicola suena serio y evita mirarme.

-Gaby -me llama Adam mientras posa su mano en mi rodilla, que ahora tiembla-. Sé
que voy muy rápido, pero voy a aflojar solo unos segundos para que te sueltes y
pases al asiento de atrás.

-¿Estás loco? Voy bien aquí.

-Lo sé, pero necesito que Nicola vaya aquí y tú te coloques agachada en el suelo.

-¿Pero qué narices pasa? ¿Sois capos de la mafia o qué?

A pesar de la angustia, la risa floja de Richard sale por el altavoz y me destensa.


Si él se lo toma así, no será tan grave, ¿verdad?

-Gabriela. ¿No eres capaz de acatar una puta orden?

-Argumentos sí, órdenes...

-Afloja -grita Nicola, dejándome con la frase a medias.

Adam reduce la velocidad de golpe y todo pasa demasiado rápido. Oigo el clic de mi
cinturón soltarse, noto cómo el asiento se reclina y las manos de Nicola tiran de
mi cuerpo hacia atrás. Caigo encima del suyo en el asiento trasero, con la inercia,
me sujeto a sus hombros y hundo mi cabeza en su pecho, aspirando su olor como una
drogadicta.

-Tíos, ahora son dos furgonetas iguales. Una por el carril central y otra por el
izquierdo. El Prius ya no está.

-Merda. -La caja torácica de Nicola rebota en mi mejilla-. Gabriela, mírame. Te


prometo que luego te doy todos los argumentos del mundo, pero ahora tienes que
colocarte aquí, por favor.

Nuestras miradas se cruzan un solo instante que quiero alargar hasta el infinito.
Me veo en sus ojos, ahora cargados de adrenalina, y lo veo a él.

-Está bien, pero a mí llevadme a mi casa.

Las risas de Richard y Adam, junto con los juramentos de Nicola mientras se coloca
en el asiento del copiloto, son la banda sonora que me acompaña cuando me pongo en
posición fetal en el suelo, parapetada detrás de él antes de cerrar con fuerza los
ojos. No sé el tiempo que paso así, atenazada, sin ver ni oír. Solo me llegan
susurros de palabras clave e inconexas mientras me sujeto como puedo para no rodar
de un lado a otro del coche. Imagino cosas bonitas, porque el cerebro es un órgano
tan alucinante que, hasta en situaciones de pánico como esta, sabe por dónde salir;
Lola y yo bailando. Un paseo por la plaza de España con mi madre. Nuestros
desayunos juntas. Su voz leyéndome un cuento antes de apagar la luz. Marcos, Lola y
yo riéndonos por tonterías. Los besos de Nicola.

-Gabriela. Gabriela, ya está. -Oigo su voz y noto un ligero zarandeo.

-Gaby, vamos, sal de ahí. Lo has hecho muy bien. Está todo controlado.

Unos brazos fuertes me sacan del coche y cargan conmigo como si fuera un bebé. Abro
los ojos despacio y distingo las facciones serias de Nicola y a Adam detrás
sujetando mi bolso. Me mareo mucho así que los vuelvo a cerrar.

Un pequeño vaivén me hace suponer que entramos en el ascensor, así que me obligo a
abrir un ojo para comprobar dónde estoy, sonrío cuando me doy cuenta de que estamos
subiendo a mi casa.

-Vaya, Nicola, tú también sabes acatar órdenes.

-Gabriela -protesta abatido-. Cierra esa bocaza o vas a hacer que me arrepienta.

Capítulo 24

NICOLA

Me arrastro por el colchón sin hacer ruido para no despertarla. Me giro en el


último segundo, antes de salir por la puerta, y la contemplo con la tenue luz que
entra de la escalera, una vez más. Está preciosa a pesar del agotamiento. Yo
también estoy cansado y muy cabreado. Joder, la he puesto en peligro y ni tan
siquiera he sido consciente de ello. Definitivamente, con ella a mi lado me alejo
de mi objetivo y no es bueno, para ninguno de los dos. Al menos he conseguido
calmarla, sin demasiadas explicaciones, que, por supuesto, me pedirá luego. Cierro
con cuidado la puerta y bajo al salón donde me espera Adam.
-Pensé que te habías dormido tú también -me recrimina con media sonrisa.

-No, solo estaba esperando a que se durmiera ella.

-Ya, no hace falta que me des los detalles de cómo lo has logrado.

-Eres muy tonto, irlandés -me quejo y me doy la vuelta para ir a la cocina, él me
sigue-. Sé que a ti toda esta situación te pone a mil, la adrenalina, el peligro y,
sobre todo, conducir como en un puto circuito de carreras, pero recuerda que el
resto de los mortales no tenemos ese toque en el cerebro.

-Lo sé, el mundo sería un lugar mucho más divertido con más Adams.

Se parte de risa en mi cara y yo, simplemente, lo ignoro. Me sirvo agua en un vaso


con hielo.

-No es gracioso. La he puesto en peligro y es la segunda vez. Me distrae, mucho...


-me lamento.

-Pues menos mal, mozzarella, ahora pareces humano y no un robot como antes de
conocerla.

Voy a rebatir esa porquería de argumento cuando suena un mensaje en mi móvil.

Richard:

Ábreme, estoy en la puerta.

-Es Richard, ya está aquí.

Adam le abre y, antes de pasar al salón para sentarnos, mi amigo me pregunta por
Gabriela.

-Está bien, se ha dormido. ¿Los tenéis?

La persecución ha sido como la de una película, solo que, en este caso, la escena
no la rodaban los especialistas, sino nosotros mismos. Y, sí, tengo que reconocer
que Adam es un conductor impresionante. El SUV tiene una buena potencia, no tanto
como el deportivo, pero aceptable. Y es verdad que, con sus manos en el volante,
todos esos caballos no se han desbocado, por eso no hemos acabado estampados, lo
que es una auténtica suerte. Hemos entrado en Manhattan con ellos pegados al culo y
mi amigo los ha dirigido al punto exacto donde Richard había colocado a unos
compañeros que, por suerte, han conseguido interceptar a una de las furgonetas,
pero la otra ha escapado. Sé que la mente de Adam ha barajado la posibilidad de
olvidarse de todo e ir tras ellos, sin embargo, un solo toque en su rodilla cuando
hemos visto que hacían un cambio de sentido con dirección a East Harlem le ha
devuelto la cordura y nos ha traído hasta aquí.

Por si tienes dudas, sí, pensaba ir a NoLIta, pero la persecución ha cambiado mis
planes. El que está detrás de todo esto tiene la información de los áticos, pero la
de mi casa todavía no. Por eso no quiero darle más pistas. Vulneraron la seguridad
del edificio cuando no estábamos dentro, pero ahora es mucho más difícil que
consigan colarse aquí.

-Sí, está Bárbara con ellos. No creo que de momento les saquemos mucho, pero
tenemos la documentación del vehículo y estamos trabajando para averiguar más.
-¿Es de alquiler? -pregunta Adam.

-No, eso es lo raro, es un error de principiante llevar un vehículo con dueño.


Este, en particular, está a nombre de una empresa con sede en las Islas Caimán. Va
a ser difícil dar con el que está detrás de las siglas.

-Llama a Fiona. Seguro que ella llega hasta el fondo -afirmo con vehemencia.

-Ya lo he hecho. No te preocupes, está trabajando en ello.

Confío ciegamente en la capacidad de mi hermana. Sé que tendrá un nombre en menos


tiempo del esperado. Me muero de ganas de saber quién o quiénes se están tomando
tantas molestias para disuadirme de mi propósito.

-No parecían muy peligrosos -interviene Adam-. Si Gaby no llega a ir en el coche,


hubiera ido tras ellos.

-Lo sé, pero es mejor que haya sido así. Ahora están marcados, dudo que les
encarguen otro trabajo. Tiene pinta de que solo querían asustaros.

-Joder. -Me paso las manos por el pelo y bufo-. Hasta este momento no he sido
consciente de que alguien va detrás de mí.

-Nicola...

-No me lo digas -le advierto, porque estoy seguro de lo que me quiere plantear
Richard y no tengo ninguna intención de hacerlo.

-No sería tu amigo si me quedo callado, idiota -me rebate-. La detención de


Marshall ha sido el detonante, es obvio que, desde entonces, alguien está
buscándote las cosquillas. En un par de días comienza su juicio, removerá mucha
mierda y lo más seguro es que, por esa razón, Anderson siga desaparecido. Sabemos
que su mujer ha vuelto a la ciudad, pero de él no hay rastro. Por eso, creo que lo
mejor es que salgas de Manhattan unos días y no me vale que te vayas a los
Hamptons, debería ser a algún lugar más lejano.

-Ni de coña. Llevo toda la vida esperando este momento, no pienso irme.

-Nicola, para. -Adam me toca el brazo para que deje de pasearme de un lado al otro
del salón-. Ese hijo de puta no va a salir de la cárcel. Te mandaré todos los
titulares de los periódicos, pero no sabemos si él está detrás de todo esto, no
seas el imbécil que se queda para ser su blanco.

-Me la bufa. No me pienso apartar ahora.

-Puto cabezón -blasfema Richard-. Pues entonces no lo hagas por ti, hazlo por ella.

-¿Por ella? No, Gabriela está al margen de todo esto. Mañana mismo hablaré con ella
y se acabó, tengo que centrarme y ella me desconcentra. Tengo que alejarla de mí.

Mis amigos estallan en carcajadas como si les hubiera contado un chiste. No he


dicho nada descabellado. Ella y yo no tenemos un nosotros. Apenas hemos empezado a
conocernos y, claramente, me desequilibra. Así que lo más razonable es ponerle fin
antes de que sea tarde.

-Dice que lo desconcentra -repite Adam, dirigiéndose a Richard como si no estuviera


delante. Odio cuando hacen eso.

-Sí y va a alejarla. Ha sonado tan bonito que casi me lo creo, ¿tú no? Como si no
fuera más que evidente que, por primera vez en la vida, está loco por una chica.

-¡Que os den! -Abro la puerta de cristal y, aunque es de madrugada, salgo a la


terraza. Necesito que me dé un poco el aire.

Ellos me persiguen, porque tocapelotas son un rato.

-Nicola, todos sabemos lo importante que es para ti cerrar el círculo y ver a esos
cerdos entre rejas, pero por favor, no destruyas tu vida por ese único objetivo. -
Las palabras de Richard calan en mí.

Tiene razón. Sé que tiene razón. Es la primera vez que me permito ser un tío
normal, uno que diversifica sus intereses. También es la primera vez que he
mostrado una parte de mí que nadie había visto antes y todo es por ella.

-Vete a Italia, hace tiempo que quieres hacer ese viaje -me propone Adam,
recordándome que llevo meses queriendo ir-. Richard y yo nos podemos ocupar de
todo, pero necesitas cambiar de aires.

-No sé...

-Piénsatelo, incluso podrías irte con...

-Nicola, ¿estás ahí? -La voz somnolienta de Gabriela interrumpe la frase de Adam y
hace que nos giremos los tres. Está descalza, apoyada en el marco y con el pelo
revuelto.

-¿Qué haces aquí? Deberías descansar.

-Me he despertado y, como no estabas, me he asustado un poco. Hola, chicos. ¿Sabéis


algo ya? -pregunta, dirigiéndose a Richard.

-Sí -titubea-. Bueno, no mucho realmente.

Cojonudo, amigo, parece mentira que seas policía. La cara de Gabriela es un poema y
Adam es el encargado de tomar las riendas y salir de aquí antes de que ella los
acribille a preguntas.

-Será mejor que nos vayamos. -Tira de Richard-. Mañana hablamos.

-Está bien, sois los reyes del disimulo -se mofa ella-. Tú -me señala- no te vas a
librar tan fácilmente de mí.

Mis amigos silban como cuando éramos unos críos y se toman la insinuación por otros
derroteros. Cierro la puerta cuando se marchan. Gabriela me escolta y subimos
juntos a su habitación.

-He dicho en serio lo de hablar -me insiste-. Tampoco se me ha olvidado tu


comportamiento en la inauguración.

-Lo sé, pero estoy reventado, Gabriela -evado su advertencia. Me quito la ropa y me
meto con el bóxer en la cama-. ¿Podrás esperar hasta mañana?

-Nicola, no sé...

-Por favor.

-Está bien. -Bosteza y se tumba en el otro extremo del colchón, dándome la


espalda-. Buenas noches, señor Costas. -Se despide marcando la distancia de manera
verbal, como si la física no fuera suficiente.

-Buenas noches, señorita Suárez.

Poso mis manos en su cadera y pego mi paquete a su culo, deshaciendo la distancia


que ella había impuesto entre los dos. Respiro el aroma que sale de su pelo y
supongo que lo que tengo entre las piernas se despierta con ese simple olor, pero
me quedo quieto y ella, inesperadamente, también.

Maravilloso, Nicola, vas a dormir haciendo la maldita cucharita, eso sí que es lo


contrario a alejarla de ti.

Menos mal que no mentía cuando dije que estaba agotado, porque no tardo ni cinco
minutos en dormirme.

* * *

Palpo su lado de la cama y está vacío, por lo que me levanto nervioso, sin saber
muy bien dónde estoy. Enciendo la luz a tientas y miro el reloj, son más de las
once. Me lavo la cara en el baño y me pongo el pantalón del traje, será mejor que
baje y me vaya a casa a ducharme y a ponerme ropa limpia.

-Buenos días, señor Costas. -Su tono denota inquina.

-Gabriela, por favor, necesito una tregua, al menos hasta que me tome un café.

-Yo necesito respuestas. Me da igual si ya tienes tu dosis de cafeína o no. Así que
habla de una vez.

Trasteo con los armarios y encuentro las cápsulas. Yo mismo cojo una taza y
enciendo la cafetera mientras ella resopla detrás de mí. Está nerviosa, como si
ahora mismo su cabeza fuera un hervidero de elucubraciones. Enreda con algo entre
los dedos, pero yo sigo a lo mío.

-¿También quieres tostadas? ¿O unos croissants del mismísimo París?

-Me vale con esa galleta que estás comiendo tú. -Saco una de la caja de metal y me
la llevo a la boca.

Bufa y se coloca enfrente de mí sin apartar sus ojos de los míos.

-Nicola, estás agotando mi paciencia.

-Gabriela, respecto a lo de anoche, yo... Yo necesito hablar contigo.

-Vaya, ahora necesitas hablar tú, menuda novedad. ¿No estarás enfermo?

-Gabriela...

-Quiero una explicación.

-Siento haberme comportado anoche en el centro así. Allí había mucha gente
importante y no podía dejar que nada saliera mal. Te lo advertí antes de entrar. Tú
y yo no somos...
-Ahórrate esa parte -me corta.

-Entiendo que te asustaras con la persecución, pero puedes estar tranquila. -


Endereza los hombros y me mira mucho más cerca que antes, intentando leer mi
mirada-. Ya te conté que en la investigación están implicados varios empresarios.
Cuando hay tanto poder y dinero en juego, las cosas, a veces, se complican. Eso es
todo. No quiero que te preocupes por nada. Richard está al mando y pronto lo
solucionará.

-Y, si es algo de negocios, ¿por qué te lo tomas de manera tan personal? ¿Van a por
ti?

-Sí. No. -Dudo, no sé qué parte contar y cuál guardarme-. Es mejor que no sepas
nada más.

-Nicola, soy adulta, no me voy a asustar. Me molesta que no confíes en mí.

-No hay nada más que contar, Gabriela. Soy el culpable de lo que ha pasado. Bajé la
guardia y te ha salpicado. Lo siento. Tranquila, no se va a volver a repetir.
Créeme, está todo bajo control.

-Han entrado en los áticos y nos han perseguido por la ciudad. Qué forma más rara
de tener las cosas controladas, ¿no crees?

Venga, Nicola, es el momento perfecto para decirle que lo mejor es que no volváis a
tener contacto y alejarla de ti definitivamente.

-Gabriela, en serio, no pasa nada. Estás a salvo. Lo mejor es que tú y yo no... No


quiero hacerte daño, ni que te lo hagan. Así que es mejor dejarlo aquí. Creo que lo
nuestro ha sido un...

-Espera que lo adivino, ¿un error? -me pregunta bastante indignada.

Es increíble que en tan poco tiempo me conozca tan bien.

El timbre suena para dejar mi respuesta en el aire, porque sale disparada para ir a
abrir.

-¡Óscar! Vaya, lo siento, ¿ya son las doce? Casi se me olvida que habíamos quedado.
-Gabriela se aparta para dejarle entrar.

-Puedes quitar ese casi -rebate él, pero con buen tono-. Toma, mi madre nos ha
hecho empanada para comer. Hola, Nick.

-Hola.

Cuando ella se gira y me ve a tres pasos de ellos, bufa. Elevo las cejas, esperando
que me cuente un poco de qué va todo este rollo, pero me ignora y lleva la comida a
la cocina. Otra señal para alejarla de ti. Ah, espera, que igual es ella la que lo
está haciendo ahora y no al revés.

-Sube y espérame en el gimnasio, me cambio en un minuto y empezamos.

Óscar es el primero en enfilar las escaleras, seguido de Gabriela y después de mí.


Es bastante surrealista la escena, para qué mentir. Ella en pijama y yo sin
camiseta. Lo que más me preocupa es que, de repente, a la niña se le han acabado
las preguntas y, aunque es lo que he ansiado, no sé por qué razón ahora me jode
tanto.
Entramos en la habitación y termino de vestirme. Gabriela se mete en el vestidor
para cambiarse.

-¿Qué vais a hacer? -pregunto, porque soy un gilipollas que no puede cerrar la boca
cuando se trata de ella.

-Vaya, ahora las preguntas las haces tú. ¡Qué sorpresa!

-Gabriela, yo...

-Acabas de insinuar que hemos sido un error, Nicola -me dice con desgana-. Además,
no quieres estar conmigo, me lo has dejado clarito. Así que recoge tus cosas y
vete. No tengo que darte explicaciones, pero en realidad, no vamos a hacer nada del
otro mundo, solo voy a ayudarlo a preparar un casting. -Resopla con fuerza,
perdiendo la poca paciencia que tiene-. Vamos a bailar como locos hasta que me
duelan los pies y se me funda el cerebro. Es una terapia cojonuda, deberías probar.
¡Ah, no, espera! Que tú nunca bailas.

Pasa delante de mí, recogiéndose el pelo en un moño. Lleva puestas unas mallas
rosas y un top a conjunto, como el día que la recogí a la salida de la academia.
Mis ojos se pasean por todas las curvas de su cuerpo y, sin ser consciente, los
cierro.

-Contigo la palabra nunca pierde su significado -susurro tan bajo que creo que no
me oye. Me quedo con cara de imbécil, sentado en el borde del colchón atándome los
zapatos.

Después, solo oigo un portazo.

Capítulo 25

GABRIELA

Marco el último movimiento y me deslizo por la tarima haciendo un spagat lateral


mientras suena el último acorde de Hymn For The Weekend, en el maravilloso cover de
Bely Basarte. Me ha parecido más original usar esta versión y no la de Coldplay. Me
termino de desplomar en el suelo, con toda la gracia que puedo. Pego la nariz en la
madera y suelto la última bocanada de aire que retenían mis pulmones. La canción
termina y mi agitada respiración queda silenciada debajo de los calurosos aplausos
de Óscar, que no ha querido dejarme sola hoy. Levanto la mirada, todavía exhausta,
y veo que Marcia, a su lado, me observa con una amplia sonrisa y asiente con la
cabeza.

Eso tiene que ser un sí, por favor. Después de las dos últimas semanas que he
tenido no sé si seré capaz de soportar otro fracaso más.

Sí, estoy hablando de Nicola y de su último numerito. Se marchó de mi casa, después


de una conversación bastante escueta sobre la persecución que sufrimos el día
anterior, dejándome hecha una auténtica mierda. Lo que más me dolió es que me
dijera que lo nuestro, si es que puedo usar ese posesivo para lo que éramos, fue un
error. Me dolieron sus palabras, porque sé que estaban cargadas de intención y de
miedo, aunque trate siempre de disimularlo. Hace poco tiempo que lo conozco, pero
en sus ojos, llenos de motas y matices, vi que el episodio a la salida de la
inauguración del centro le había removido cosas. Nicola es un obseso de la
seguridad y del control, me intentó tranquilizar y quitó hierro al asunto para que
no me preocupara, pero su lenguaje corporal mostró un halo de preocupación difícil
de ocultar. Quizás ha querido alejarme del peligro contándome esas patrañas, pero
me molesta igual, sea por el motivo que sea. Con sus actos solo me demuestra que no
confía en mí, que sigue dejándome fuera de una parcela de su vida que desconozco y
que no le importo lo suficiente para entregarse al cien por cien.

Los primeros días estaba convencida de que no tardaría en llamarme, o en volver a


mi casa para estar conmigo; pero en esta ocasión, no ha aparecido y desparecido
como hace otras veces, simplemente, se ha escondido de mí hasta anteayer.

He hecho un esfuerzo sobrehumano para no preguntarle a Adam en nuestros viajes al


Bronx por él, supongo que tendría órdenes de evitar el tema, porque su amigo me ha
hablado hasta de la cotización de las acciones de Coté, pero no me ha mencionado su
nombre. Yo tampoco le he contado mucho sobre lo que he hecho, básicamente, porque
no ha sido nada relevante, aparte de bailar mucho con Óscar y estar con mis niños
en el centro social; comer, hablar por teléfono con mis amigos y rayarme.

No es que escuche mucho las noticias, pero el tal Marshall, ese tipo que conocí en
el ático de Nicola la primera vez que entré sin ser invitada, ocupa todas las
portadas de los periódicos. La caída de un pez gordo siempre es noticia, así que
supongo que Nicola también habrá estado ocupado con eso.

Hace dos días quedé con Sam en Brooklyn y, como por arte de magia, justo antes de
terminar mi reunión con ella, apareció él. Tan trajeado, tan serio, tan jodidamente
perfecto, tan guapo, tan... Basta, que me desvío. Me costó mucho ignorar sus
movimientos, su olor, su tono de voz, sus ojos brillantes esquivando mi mirada, ese
puñetero autocontrol que nunca lo abandona y su forma de buscarme las cosquillas
sin ni tan siquiera tocarme.

-Me gustas, Gaby, creo que aportarás un punto de frescura al estudio -sentencia
Marcia mientras me levanto para beber un trago de agua.

-¿En serio? ¿Eso quiere decir que me vas a contratar?

-Pues, claro, Gabyby. ¿No lo acabas de oír? -Óscar se acerca a abrazarme y me


levanta en volandas, hace días que me llama así, repitiendo la última sílaba de mi
diminutivo.

-No te arrepentirás, te lo prometo. -Me posa en el suelo y me acerco a darle un


beso a Marcia.

-Anda, quita. -Se deshace de mí con una sonrisa-. A ver si estás tan contenta
cuando te diga la miseria que pago.

Mi amigo me pasa un brazo por los hombros y me achucha, negando con la cabeza,
ambos sabemos que la cubana es perro ladrador, pero poco mordedor.

-Seguro que me vale -afirmo y, antes de pasar por su despacho, cojo mi sudadera y
me pongo unos pantalones cortos de algodón grises encima del maillot y de las
medias antes de calzarme mis zapatillas.

Echo un vistazo a mi móvil y veo que tengo un mensaje de Adam, pero no lo leo, he
quedado con él cuando salga de aquí.

Le dejo todos mis datos a Marcia, a falta de la copia del permiso de trabajo que me
entregará Adam luego. Sí, la aparición repentina de Nicola fue precisamente para
eso, para comunicarme, a mí y a Sam, que ha conseguido que me den un permiso de
trabajo a través de la Fundación Coté. No sé qué hilos habrá movido, ni qué puertas
habrá tocado, y, en otras circunstancias, le hubiera dicho que se lo podía meter
por donde se mete el palo, pero Marcia ya me había convocado para la prueba y, por
supuesto, me había advertido de que sin papales no podía dar clases, por mucho que
bailara como la mismísima Beyoncé.

Por suerte, cuando terminamos, Sam se percató de que entre los dos las cosas no
fluían y se ofreció a invitarme a una copa en un sitio nuevo y después a acercarme
a casa. Nicola también insistió en que él podía llevarme, como si, de repente, le
hubieran entrado unas ganas locas de hablar conmigo, pero rechacé su oferta con mi
sonrisa más cínica. En plan bien, te lo prometo, por nada en el mundo quería
mostrarle cómo me jode su actitud. No se debió de quedar muy convencido, porque no
ha parado de mandarme mensajes y llamarme desde entonces, pero me he negado a
responder. Espero que capte la idea y se dé cuenta de que ahora soy yo la que no
quiero hablar con él.

-Empezarás en octubre. -La voz de Marcia me sitúa de nuevo en lo verdaderamente


importante-. Tengo que reorganizar todas las clases y los horarios -me confirma.

-Perfecto. Recuerda que los martes y jueves estoy en el centro con mis chicos.

Estar con ellos es la única cosa positiva que me ha pasado estos días. Al
principio, no voy a mentir, estaba muy nerviosa y no sabía ni cómo dirigirme a
ellos, pero con la ayuda de Liam y de Sam, enseguida he pillado el truquillo y ya
me tienen loca esos pequeñajos.

-Lo sé, ya me lo habéis dicho como catorce veces -se queja.

-¡Qué exagerada! -le resta importancia Óscar.

-Recordad vosotros que la edad la marcan mis huesos no mi cabeza -responde ella muy
digna.

Me despido de los dos y bajo las escaleras con una sonrisa de oreja a oreja. Abro
el mensaje que no he leído de Adam en el portal.

Adam:

Lo siento, baby, un imprevisto.

Arrugo el entrecejo porque podía haberme dado alguna explicación, ¿no?

Cuando pongo un pie en la acera y me ajusto las asas de la mochila para empezar a
caminar, la figura irremediablemente irresistible de Nicola aparece en mi campo de
visión, cambiándome el humor. Está apoyado en el lateral de su coche, sin traje ni
corbata. Lleva puestos unos vaqueros claros y una camiseta blanca, está como para
rodar algún tipo de anuncio dirigido al público femenino, sin duda. La sonrisa que
me dedica solo puede significar que me ha pillado haciéndole un repasito.

Vuelve, Gaby, vuelve.

-¿Qué estás haciendo aquí? Había quedado con Adam solo para que me diera los
papeles, supongo que ya sabes que sé llegar a casa sin ayuda de nadie.

-Sé muchas cosas -me dice con ese aire de suficiencia que me enerva y se aparta a
un lado para abrirme la puerta del copiloto-. Sube, por favor, yo te daré los
papeles.
-No hace falta tanta ceremonia, dámelos y me voy.

-Gabriela. -Por Dios, mi nombre saliendo de su boca... Ay, ay, agüita-. No los
tengo aquí, están en el despacho, sube y vamos a por ellos.

Chasqueo la lengua contra mi paladar, acorto la distancia que me separa hasta la


puerta y lo aparto de un pequeño manotazo. No soy ninguna damisela que necesite
tantas atenciones. En el último segundo, cuando él ya está bordeando el coche,
reacciono y abro la otra puerta, sentándome detrás. Antes de colocarse en su
asiento, me ve abrochándome el cinturón.

-¿Qué se supone que estás haciendo?

-Eres mi taxista, ¿no? Pues, para evitar errores, conduce. Aquí voy bien -respondo
y empiezo a teclear en el móvil un mensaje para Adam, el traidor. Ignoro el
juramento que Nicola acaba de soltar por esa pedazo de boca que tiene y que sabe
usar tan bien...

Stop.

Yo:

Traidor. ¿Por qué me mandas al capullo de tu jefe?

Adam:

Porque el capullo, como bien dices, me ha encomendado otra misión más importante.

Yo:

¿Más importante que yo?

Adam:

Más importante para ti, baby.

-Gabriela, no puedes ignorarme toda la vida, tenemos que hablar. -Nicola interrumpe
mis pensamientos, ¿a qué narices se está refiriendo Adam?-. Si te hubieras sentado
delante, como las personas normales, sería más fácil tener una conversación.

-Personas normales, dice. Como si míster palo supiera lo que es eso. -Hablo en
tercera persona, como si él no estuviera escuchándome-. Estoy aquí porque necesito
esos papeles para Marcia, no para tener una conversación contigo que llega
demasiado tarde.

Rebusco en mi mochila y encuentro los auriculares. No sé si dice algo más o solo


maldice, porque mi lista de Spotify «Desconecta» empieza a sonar a todo volumen en
mis oídos. Voy tan perdida canturreando los temas que no me doy ni cuenta de que el
trayecto hasta las oficinas de Coté no es tan largo y Nicola no deja de conducir.
Algo me descoloca cuando lo miro y, en vez de decir nada, me sonríe como un idiota
a través del espejo retrovisor. Levanto la vista para mirar por la ventanilla justo
en el momento en el que un cartel enorme nos da la bienvenida al aeropuerto de
Newark.

-Nicola, ¿qué estamos haciendo aquí?

-Tengo que meter un paquete en un avión. -Se detiene delante de una barrera y a los
pocos segundos esta se abre, dándonos acceso a una explanada donde se divisan tres
aviones pequeños, cerca de una pista.

-Claro y no podías haber mandado a nadie a hacerlo, tenías que venir tú


personalmente, ¿no? -inquiero mosqueada-. Mira, Nicola, estoy cansada y me apetece
irme a mi casa, darme una ducha y tirarme en el sofá, así que, por favor, dame los
puñeteros papeles y deja de pasearme.

-No te preocupes, enseguida descansas.

-Sí, enseguida... -repito con desdén y cabeceo. Este tío me está vacilando y yo
estoy a punto de saltar sobre su yugular. ¿Por qué hoy parece estar tan relajado?
Maldito bipolar.

Detiene el coche a unos cincuenta metros de un avión y me fijo en que Adam está al
pie de la escalerilla hablando con alguien. Se acerca al coche en cuanto nos ve.

-Hola, traidor. -Bajo la ventanilla y le chillo cuando pasa por mi lado. Al verme
sentada en la parte de atrás, empieza a partirse el culo. Nicola se baja del coche
también.

-¿Has venido ahí, baby? -Abre el maletero-. Soy muy fan tuyo.

-Sí, y no me vuelvas a mandar a este chófer, no me gusta nada.

-Baja, Gabriela. -Esa orden con su voz, uf, qué mala combinación.

-No.

-Baja.

-Vaya, qué rápido te has olvidado. Sigo sin acatar órdenes sin argumentos. Qué mala
memoria tienes. -Adam arrastra un par de maletas hacia el avión y alucino cuando me
percato de que una de ellas es la mía. No creo que a Nicola le vayan los lunares-.
¿Qué hace mi maleta aquí?

Voy a soltar un improperio que haga temblar el suelo americano cuando la puerta del
coche se abre y, en un movimiento rapidísimo, Nicola me saca y me carga sobre su
hombro. Le doy en la espalda con el puño, porque con una mano sujeto el asa de mi
mochila y con la otra mi móvil, pero le debo hacer cosquillas porque no para de
reírse.

-No tiene gracia. ¡Bájame! ¡Bájame! -lo insulto con todas mis fuerzas, pero él
sigue sin inmutarse.

-Tranquila, vamos a tener tiempo de sobra para que escuches mis argumentos -añade
condescendiente.

-¡Adam! Sácame de aquí, este tío está mal de la cabeza -clamo, pidiendo auxilio a
su amigo, pero este ni tan siquiera se gira para mirarme.

Nicola sube por la escalerilla cargando conmigo sin ningún esfuerzo.


-Buen viaje, baby. No lo mates hasta que lleguéis. Arrivederci -me grita su amigo
desde la pista.

-¿Qué coño...?

Capítulo 26

NICOLA

Sabía que se iba a poner como una loca cuando la metiera en el avión, pero no pensé
que estuviera todavía tan enfadada conmigo. Gabriela es difícil de domar en
cualquier circunstancia, pero cabreada es un maldito vendaval.

-Te bajo, pero deja de gritar, ¿vale? -Melissa, la azafata, está al lado de la
puerta de la cabina y me mira con pavor, debo de parecer un secuestrador. Por
suerte, me conoce lo suficiente para no alarmarse y llamar a la policía.

-Gritar es lo que menos pienso hacer, gilipollas. Matarte con mis propias manos se
aproxima más a lo que tengo en mente. Y, además, no estás en condiciones de
exigirme nada. ¿Qué narices hago aquí, Nicola?

Sujeto su cadera con mis manos y me agacho para que pueda posar los pies en la
moqueta.

-Gabriela, por favor, déjame explicarte.

-¡No! Apártate de mi camino, quiero salir de aquí. -Me da un ligero manotazo para
que me quite del pequeño espacio que se forma entre los asientos de cuero y la mesa
de madera, y me doy cuenta de que no me está mirando a la cara, solo observa el
habitáculo del jet.

-¿Todo bien, señor Basso? -me pregunta Melissa.

-Sí, ¿pueden darnos un par de minutos? -pregunto con mi mejor sonrisa mientras
escucho los resoplidos de Gabriela a mi espalda.

La puerta de la cabina se abre y saludo con un gesto de cabeza al comandante y a su


compañero, fuerzo otra sonrisa encantadora para pedirles unos segundos más.

-Está bien, cuando diga, señor.

-Escúchame, por favor. -Doy un paso y salvo la distancia que hay entre nuestros
cuerpos, enmarco su cara con mis manos y me inclino para que sus ojos se concentren
en los míos-. Lo siento, Gabriela. Me equivoqué y quiero arreglarlo.

-Nicola... -Percibo un atisbo de cansancio en su voz, pero no cede-. No puedes


hacer lo que te dé la gana conmigo. No soy tu juguete -susurra a dos centímetros de
mi boca-. No puedes estar conmigo un día y al siguiente decir que fue un error, no
es sano y no me lo merezco.

-Lo sé, por eso quiero que nos vayamos lejos de aquí unos días, necesito alejarme,
pero sobre todo, necesito hacerlo contigo.

-Estás loco.
-No, tú me vuelves loco, Gabriela, no es lo mismo.

Sin contenerme más, la acorralo y pego mis labios a los suyos. Al principio, se
tensa y se yergue, pero en cuanto mi lengua se abre paso y se enrosca con la suya,
se tranquiliza y empieza a dejarse llevar. Soy consciente de que voy a pasarme todo
el viaje dándole explicaciones, pero ahora mismo, nuestras bocas dicen suficientes
cosas como para no dejar de intentarlo.

-Discúlpeme, señor Basso, nos acaban de dar pista para despegar.

-Está bien, Melissa. Ahora nos sentamos.

-Sigo enfadada, Nicola -me rebate-. Tus besos me nublan la razón, pero no lo
suficiente -añade y la guío para que tome asiento.

-Tendré que aplicarme más.

Pone los ojos en blanco y la ayudo a atarse el cinturón.

-Tengo mil preguntas, Nicola. -Sonrío porque lo dice enfurruñada, arrugando mucho
la frente-. Me exaspera que seas así.

La voz del Erik, el comandante, nos da la bienvenida y nos anuncia que vamos a
despegar en cuanto la torre de control se lo autorice. Ponemos nuestros móviles en
modo avión y oigo cómo Gabriela resopla a mi lado. A riesgo de que se enfade más,
le cojo la mano para intentar tranquilizarla; en realidad, no me queda muy claro si
lo hago para que se relaje ella o yo.

-Odio la maniobra de despegue -confieso-, pero te prometo que, en cuanto estemos en


el aire, responderé a todo lo que quieras.

-Más te vale o saltaré en paracaídas para irme de aquí si hace falta.

No he mentido y los próximos minutos, hasta que cogemos altura, los paso con la
cabeza apoyada en el asiento, los dedos entrelazados con los de ella y la mirada
perdida en el techo, bastante acojonado. Cuando la señal luminosa nos indica que
podemos soltar los cinturones, Melissa me trae un vaso de whisky sin que yo se lo
pida.

-¿Quiere tomar algo, señorita?

-Agua, por favor.

-Dispara -le digo, porque sé que no puede aguantar ni un minuto más callada.

-¿Dónde vamos? ¿Este puñetero avión es tuyo? ¿Cuánto tiempo vamos a estar fuera?
Joder. ¿Quién te crees que eres para meterme aquí sin consultarme? ¿Señor Basso?
¿Qué me he perdido? ¿Ya no soy un error? ¿Quién ha hecho mi maleta? ¿Te has tirado
a Melissa?

El trago de whisky se me va por mal sitio y toso con fuerza. Melissa, que ya trae
por el pasillo el agua de Gabriela, se preocupa al verme en este estado y se va a
por otro botellín para mí, solo espero que no haya oído la última pregunta.

-¡Joder, Gabriela!, tenemos casi diez horas de viaje por delante, puedes relajarte
un poco.

-¡Diez horas! -chilla nerviosa y se pone de pie, como si esto fuera un autobús y
pudiera bajarse en la próxima parada.

-Vamos. -Me levanto y cojo su mano para caminar con ella hacia la parte de atrás.
Abro la minúscula puerta corredera y entramos en la habitación. Prefiero hablar con
ella aquí y tener algo más de intimidad.

-¿En serio? ¿También hay una cama? -pregunta con una risa nerviosa-. Estoy flipando
mucho ahora mismo. Mogollón.

Cierro la puerta y me siento en el borde del colchón mientras ella permanece


inmóvil, observando todo.

-Ven aquí. -Tiro de su mano y, como la pillo desprevenida, la siento encima de mis
rodillas-. Cálmate y déjame hablar.

-Va... Vale -balbucea.

-Lo primero es que este no es mi avión, Gabriela. No soy Maluma. Soy economista y
un crack de las inversiones -afirmo con aire de suficiencia para que a ella se le
caiga la mandíbula por mi tono-. Nunca es rentable comprarse un jet privado a no
ser que vivas más en el aire que en el suelo. Cuando tengo que hacer algún viaje,
lo alquilo, como los coches, es mucho más práctico. -Gabriela bufa por mi sermón.

-Te has saltado la primera pregunta, ¿dónde vamos?

-No me la he saltado, listilla, es que, si te lo digo, pierde toda la magia.

-Nicola... -protesta-. No me van los trucos y tengo derecho a saberlo.

-Y lo sabrás, cuando aterricemos.

-Eres desesperante.

-Estoy desesperado.

-Deja los jueguecitos de palabras y continúa.

-Vamos a estar fuera unos días, todavía no sé cuántos.

-Nicola, tengo que ir al centro con mis niños el martes, entregar los papeles a
Marcia para que me haga el contrato. No puedo desaparecer por un capricho tuyo,
¿sabes? Yo tengo responsabilidades.

-Me he ocupado de eso. Sam está al corriente de que vas a estar ausente unos días,
no te preocupes, y Marcia el lunes tendrá tus papeles.

-Adam... -afirma.

-Sí, se los llevará él, tranquila.

-No puedo estar tranquila, así que deja de decirlo, porque solo consigues cabrearme
más. Te pareceré una imbécil, pero me gusta organizar mi propia vida, soy
mayorcita.

-Escúchame, Gabriela. Vamos a estar muchos días juntos y voy a aclararte todas las
dudas, de verdad, ten un poco de paciencia.

-Y ¿cómo sé que no te dará otra ventolera y cambiarás de opinión? Contigo nunca


acierto, Nicola. Hoy estás bien y mañana te esfumas. Igual me dejas en la otra
punta del mundo, porque dudas, siempre dudas de lo que sea que pasa entre nosotros.

-Gabriela... -Poso mi pulgar en su labio inferior, como si estuviera pidiendo


permiso.

-No, Nicola. -Se aparta de mí-. No vas a convencerme a besos, esta vez necesito
mucho más.

-No quiero convencerte. Solo quiero que estemos juntos unos días, solos tú y yo,
sin máscaras. Quiero que conozcas a Nicola de verdad.

-¿A Nicola Basso?

-Exacto. -Alargo mis brazos y la estrecho entre ellos, no la beso, solo quiero
sentir cómo su respiración se relaja. Tarda en ceder, sin embargo, nos quedamos en
silencio, pegados, unos cuantos minutos.

-Me dolió mucho...

-Lo sé y lo siento. -Le limpio una lágrima furtiva-. Perdóname por haberte dicho
eso. Es todo jodidamente nuevo para mí y, a veces, me pierdo. Quiero que te quede
clara una cosa, nunca has sido un error, mia bella, nunca. Tienes que tener
paciencia conmigo.

Es ella la que toma la iniciativa. Enrosca sus manos en mi nuca y me acerca a su


boca. Nos besamos, con más ganas de las que imaginé, intentando disipar esas dudas
que siempre están sobre nuestras cabezas, al menos sobre la mía. Sus labios juegan
con los míos con deleite y noto cómo el calor que emanan nuestros cuerpos asciende
desde nuestras cinturas hasta nuestras mejillas. Gabriela se separa para coger aire
y se revuelve el pelo en ese gesto tan suyo.

-Eres lo peor, Nicola. Tú tan de anuncio y mira qué pintas tengo yo.

-Rosy ha sido la encargada de meter algo de ropa en tu maleta, puedes cambiarte si


quieres.

-¿En serio? Porque ya me había imaginado a Adam hurgando en mi cajón de la ropa


interior.

-Gabriela, por favor. No me hagas visualizar eso -me quejo y ella cierra los ojos.

-Quizá debería quitarme esto. No me quiero bajar del avión como si fuera una loca
del fitness, allá donde sea que vayamos.

Me río y me levanto para sacar su maleta del compartimento que hay al lado de la
puerta. Menos mal que no las he dejado en la bodega.

-Toma. -La poso encima de la cama-. Tengo que acabar un informe, si estás cansada
puedes acostarte un rato.

Mira el colchón y arquea una ceja. La conozco y sé exactamente lo que está pensando
en este instante.

-¿Algún problema?

-¿Solo uno? -me desafía.

-¿Estás esperando alguna respuesta más? -la pincho.


-¿Yo? -Se hace la despistada.

-No he follado aquí nunca, Gabriela, ni con ella ni con nadie. Quizá quieras ser la
primera...

-Paso, demasiado peliculero hasta para usted, señor Basso -responde con chulería.

Las carcajadas despistan a Melissa cuando regreso a mi sitio. Tiene que estar
completamente perdida. He viajado con esta misma tripulación las últimas veces, de
ahí que ya conozca un poco mis manías durante el vuelo, y supongo que el Nicola
relajado y feliz que soy hoy no tiene nada que ver con la versión que ellos
recuerdan.

Gabriela regresa un rato después y se sienta a mi lado. Se ha puesto la falda roja


con lunares blancos que llevaba el día que la conocí -como para olvidarla- y el
mismo top blanco y peligroso. Está sencilla y perfecta.

-¿Mejor? -Le acaricio la mejilla.

-Solo por fuera.

Capítulo 27

GABRIELA

Sus dedos juguetean en mi rodilla y ascienden por mi muslo con delicadeza, el calor
que nace debajo de mi ombligo me provoca una tímida sonrisa que me delata.

-Estás despierta. -No lo pregunta, porque es más que evidente que lo estoy.

Abro los ojos poco a poco, disimulando, pero es tan agradable sentir sus caricias
después de tantos días que hubiera fingido estar dormida dos días más, a pesar del
enfado, que no se ha diluido del todo.

-Sí, pero puedes seguir haciendo eso si quieres -ronroneo y cierro los ojos de
nuevo.

Olvido que estamos dentro de un avión, que me metió a la fuerza, que no tengo ni
idea de adónde vamos y, lo más importante, que no estamos solos.

-Podría haber hecho muchas cosas, ¿sabes? Pero eres una marmota. -Se inclina y me
da un beso, reteniendo un poco mi labio inferior entre los suyos, callando
intenciones.

Tiene algo de razón, después de cambiarme y sentarme a su lado, contra todo


pronóstico, he caído en una especie de limbo mientras él seguía enfrascado con su
portátil. Habrá sido mi forma de canalizar los nervios por este viaje relámpago tan
inesperado e inusual.

-¿Me vas a decir dónde vamos? Por favor...

-Estamos empezando a descender, en veinte minutos lo sabrás.

-Nicola...
-Gabriela...

Me giro en el asiento y miro por la ventanilla, dándole la espalda. Me tapo con la


manta hasta el cuello y lo ignoro. Sus carcajadas sobre mi nuca me hacen
cosquillas.

-No tiene gracia.

-Me la pones tan dura cuando te mosqueas que a veces dudo; no sé si prefiero verte
contenta o encabronada -susurra en mi oído.

-Tú a mí no me pones nada duro -replico y veo su cara de estupor reflejada en la


ventanilla.

Su mano se adentra por debajo de la manta y de mi top blanco con rapidez. Del
sujetador no se preocupa porque no llevo, me agarra un pezón con su pulgar y su
índice y lo aprieta, una corriente atraviesa todo mi estómago y me hace dar un
pequeño brinco en el asiento.

-¿Segura? Porque si retiro la manta puedes sacar un ojo a Melissa desde aquí.

Me quedo quieta, conteniendo la respiración, o el gemido, o lo que vaya a salir de


mi boca, hasta que deja de hacer presión y me suelta, regalándome un beso húmedo
detrás del lóbulo de la oreja, que no hace otra cosa que calentarme más.

La voz del comandante indicando que aterrizaremos en quince minutos en Peretola y


que la temperatura en Florencia ahora mismo es de dieciocho grados le jode la
sorpresa. Y yo disfruto como una enana con la cara de mala leche que se le queda.
Me apuesto lo que quieras a que había dado instrucciones precisas para que no lo
dijera, solo hay que fijarse en cómo acaba de maldecir en un perfecto italiano.

-¡Florencia! -chillo, tapándome la boca, porque, a pesar de haberme enterado por


otro, no puedo ocultar que estoy flipada.

-Sí, pero me gustaría habértelo dicho yo.

Me abalanzo a por su boca, a ver si con un poco de suerte lo consigo calmar. El


beso es frenético y terminamos chocando nuestras frentes y riéndonos sin control.

Casi una hora más tarde, mucho más nerviosa que antes, salimos del aeropuerto. Un
chico moreno y muy alto nos está esperando al lado de un deportivo rojo en una zona
de descarga antes de entrar al parking. No hace falta ser una experta en automoción
para adivinar que es un Ferrari. Nicola tira de las dos maletas hasta llegar a él
y, haciendo malabares -mucho coche, poco maletero-, consiguen guardarlas.
Intercambian unas cuantas palabras en italiano y le entrega las llaves. Me hace un
leve gesto con la cabeza para que me suba cuando ve que me he quedado un poco
bloqueada.

Vale, lo reconozco, este Nicola es jodidamente atractivo, mucho más que el


estirado. Todavía no me he acostumbrado a verlo vestido así, sin traje y sin ese
rictus serio que parece que le infunde la prenda. Además, a riesgo de parecer más
tonta, voy a admitir que me descoloca verlo cargando con nuestro equipaje, lo hace
todo más real.

-¿Qué quieres hacer? ¿Has estado alguna vez aquí? -me pregunta mientras ajusta el
asiento para llegar mejor al volante.

-Nunca he estado aquí, así que podemos hacer lo que tú quieras, pero pensé que don
ordeno y mando tenía cada minuto planeado de este viaje.

-Pues se equivoca, señorita Suárez. He venido a descansar, a desconectar del mundo


y a conectar de nuevo contigo.

Uf, agüita. ¿Nicola quiere conectar conmigo? ¿Eso significa que por fin va a
abrirse? Se inclina unos centímetros, suspiro y entreabro la boca, esperando la
invasión de su lengua, que no llega, porque lo único que hace es tirar del cinturón
de seguridad y abrochármelo, para después morderse el carrillo y marcar un hoyuelo
precioso mientras se aguanta la risa.

-Nunca has desconectado -respondo, a pesar de que me ha dejado sin beso. Eso es,
Gaby, tú no le ocultes nada.

Adiós, resistencia. Nos besamos con avidez, paladeando cada círculo que dibujan
nuestras lenguas durante varios segundos, sin saciarnos, porque los días sin besos
se han acumulado. El claxon de un vehículo que tenemos detrás nos saca de este
lapsus espaciotemporal donde hemos caído.

Nicola mete una dirección en el navegador y se incorpora al tráfico. Lo acribillo a


preguntas y, aunque intenta esquivarlas, le sonsaco algunas respuestas. Sé que
vamos a una parte de la Toscana, en el corazón de la Maremma, me explica que está
entre Florencia y Roma, aproximadamente a dos horas en coche, y que es mucho menos
conocida que la otra zona -la más turística-. Me cuenta que la última vez que vino
fue hace dos años con Fiona y su sobrina, era verano e hizo demasiado calor, tanto
que pasaron más horas a la sombra que visitando sitios. Hoy el sol luce en todo lo
alto, pero como ya es septiembre, la temperatura es bastante agradable.

Cuando ya estamos en lo que parece una autopista, llama a Adam.

-Sí... Nicola, ¿estáis bien? ¿Ha pasado algo? -pregunta su amigo con voz
somnolienta.

-Tranquilo, solo era para decirte que ya hemos llegado.

-Vale, pues aquí no han puesto ni las calles -se queja-. Podías haberme llamado más
tarde, ¿no?

-No, no podía, irlandés, porque el orgasmo que estoy sintiendo ahora mismo tenía
que compartirlo.

¿Perdona?

-¡Serás cabrón! No puedes llamarme en mitad de lo que sea que estés haciendo con la
baby, puto enfermo.

-¡Eh, traidor! -intervengo para que sepa que le estoy escuchando-. A mí no me metas
en sus asuntos.

-La potencia, el sonido, la suspensión. Dios, ahora mismo tengo seiscientos veinte
caballos entre mis manos y tengo que domarlos. Esto es una puta pasada, Adam.

-¡No me jodas, capullo! ¿Es el Roma?

-El mismito, escucha, escucha cómo ruge esta preciosidad...

Nicola acelera y yo pego mi espalda al asiento; si no fuera el rey de la seguridad,


me pondría cardiaca. ¿En serio están babeando por un coche?
-Creo que hay que retirar el Audi Prestige ya, está muy viejo, amigo -insinúa Adam.

La carcajada de Nicola se difumina con el potente ruido del motor cada vez que pisa
el acelerador, sin duda está gozándola.

-¿Un Ferrari Roma rojo? ¿En Manhattan? Ni de coña, Adam, daría mucho el cante y más
en tus manos.

-Yo flipo mucho con vosotros dos, estáis empalmados por un coche -comento y ellos
se empiezan a descojonar. Vaya, me gusta el sonido de sus risas juntas.

-Todos los cabrones tienen suerte -rebate Adam, resignado-. Bueno, chicos, si eso
es todo, voy a seguir sobando. Disfruta de esas dos maravillas, amigo. -Nicola se
gira a mirarme-. Y, Gaby, me alegra saber que no lo has matado durante el vuelo.

-Tranquilo, tengo algunos días por delante. Y quiero que sepas que tú no te vas a
librar, por cómplice.

-Está bien -responde con un tono más bajo, como si nadie pudiera oírle-, pero
recuerda, baby, él es el boss -sentencia antes de colgar, así, en spanglish.

Niego con la cabeza y disfruto de la imagen de Nicola concentrado en la carretera


de nuevo. Verlo conducir es el prólogo de la película que me estoy montando en la
cabeza; su seguridad, su postura, sus manos aferradas al volante, fantaseando para
que luego las ancle en mis caderas, y ese aire de comerse el mundo sin pretenderlo,
que a veces me molesta y a veces me excita.

Maldita sea, Gabriela, ¿tú no estabas mosqueada?

-¿Me estás escuchando? -me pregunta con media sonrisa.

-Sí, eh... No.

-Deja de mirarme así o tendremos un accidente.

-No te estoy mirando, creído. ¿Qué me has dicho? -Se parte de risa en mi cara.

-Te estaba diciendo que te he echado de menos.

-Rápido, busca un hospital.

-¿Qué dices?

-Que estás enfermo, necesitamos que te vea un médico.

-Gabriela...

-Yo también te he echado de menos, Nicola, pero no quiero decírtelo.

-Lo acabas de hacer.

-No me líes. -Hago un gesto con la mano para restarle importancia, aunque sus
palabras han calado en mí, y enredo con la radio para poner algo de música.

Somebody To Love, de OneRepublic, suena por los altavoces y Nicola posa su mano en
la piel desnuda de mi muslo, erizándola. Canta bajito la canción, como si fuera una
declaración de intenciones, y yo me limito a tararear con él. No quiero mirarlo, ni
hacerme ilusiones, conociéndolo, no sé a dónde nos llevará todo esto y prefiero
mantenerme serena y cabal. Observo el paisaje por la ventanilla, ignorando la
contracción que experimenta mi vientre.

Una hora más tarde, entramos por una verja de forja y accedemos a la parte más
alta. Atravesamos una finca gigante por una carretera con curvas hasta llegar al
final del camino, donde está ubicado un castillo imponente. Me quedo sin palabras
admirando el lugar.

-Esto es precioso, Nicola.

-Pues aún no has visto nada.

Aparcamos en la entrada de gravilla al lado del edificio principal, en el cartel


puedo leer: Hotel Castello di Vicarello. Uf, es impresionante, y todo lo que lo
rodea también: viñedos, olivares y tierras de cultivo, un paisaje infinito de color
verde que no solo se ve, sino que también se respira en cuanto me bajo del coche.

Un matrimonio de mediana edad sale a recibirnos y saludan a Nicola con cierta


familiaridad, consigo entender la mayor parte de su conversación hasta que me los
presenta. Hablamos del buen tiempo que hace todavía y de que es mi primera vez
aquí. Nicola sonríe cuando me escucha chapurrear algo de italiano y termina
guiñándome un ojo con aprobación.

Accedemos por una puerta de cristal a la recepción para registrarnos y me quedo


embobada mirando el interior del castillo, si me apuras, es todavía más mágico que
por fuera. Mientras Nicola saca los pasaportes y se ocupa del papeleo, Aurora, la
dueña, me cuenta que el castillo tiene más de novecientos años y que hace
aproximadamente veinticinco que lo reformaron para convertirlo en el hotel que es
hoy. Cambiaron totalmente de vida instalándose aquí con su familia. La restauración
tardó más de doce años y aún no ha acabado, porque siempre hay cosas que quedan por
hacer. Me lo cuenta con tanta pasión que me hace partícipe de su entusiasmo por el
proyecto, le doy la enhorabuena porque el resultado es espectacular.

Nos despedimos de ellos y Nicola me guía por una senda de losas hasta llegar a una
construcción de piedra. Es la suite Villa Chiesina, como indica la placa de la
puerta. Antes de entrar, pestañeo un par de veces, por si fuera un sueño.

-Guau... -Es lo único que consigo articular.

No es una habitación normal, no, es una pequeña villa con dos pisos, encaramada en
un acantilado rodeado de muchos árboles y vegetación. Tiene una terraza privada con
vistas al campo y a la piscina, que es una de esas infinitas.

-¿Te gusta?

-Nicola, esto es... -No me salen las palabras-. ¡Esto es precioso!

Entro y paseo la mirada por cada rincón; el salón que se comunica con un porche, la
tarima del suelo en madera oscura, los cuadros de las paredes, el espectacular baño
con ducha y bañera, de esas antiguas con patas, todo cuidado al detalle. Incluso
hay una pequeña bodega que se lleva toda la atención de Nicola.

En el piso de arriba está la habitación, donde ya han dejado nuestras maletas.


Tiene ventana y un balconcito, así que entra muchísima luz. Me fijo en el cabecero
que debe tener más de un siglo y en la ropa de cama blanca, impoluta. Nicola abre
el cristal y me doy cuenta de que las vistas, tumbada, tienen que ser alucinantes.
No lo pienso demasiado y me descalzo a trompicones solo para dejarme caer encima
del colchón y observarlas en posición horizontal. El olor de la naturaleza se cuela
por mis fosas nasales y cierro los ojos un momento para disfrutar de esta paz que
no tiene nada que ver con el ritmo frenético de Manhattan. Antes de que los vuelva
a abrir, siento el peso de su cuerpo sobre el mío.

-Supongo que esto quiere decir que te gusta, ¿no?

-Pss -lo vacilo.

El aliento que sale con su risa me hace cosquillas en el cuello, es tan raro verlo
así de relajado que lo pellizco a ver si es real. Protesta y sonríe.

-Vaya, entonces tendremos que guardar las maletas de nuevo y marcharnos de aquí.

Hace el amago de levantarse, pero lo agarro para retenerlo. Se muerde el labio y su


mirada se desvía hasta mi boca, antes de que me vuelva a dejar con las ganas, soy
yo la que invado su espacio. El beso empieza lento, nos tanteamos, nos saboreamos,
nos retamos. Es largo y está cargado de intenciones y de una pizca de miedo.
Nuestras lenguas se convierten en espirales, rítmicas e infinitas, de deseo, de
promesas que no se pronuncian y de fe. Enseguida se torna más visceral e
incontrolable. Me gusta besar a Nicola, me gusta estar con él y me gusta que, a
pesar de los días que ha estado alejado, quiera volver a intentarlo, que quiera
volver a mí.

Nuestras manos se coordinan sin pedir permiso y, antes de que nos dé tiempo a
despegarnos para llenar de aire nuestros pulmones, las prendas aterrizan en el
suelo y somos todo piel.

-Gabriela... -Su voz suena a súplica, a perdón, a ganas y a excitación. Una mezcla
demasiado explosiva para los dos-. Necesito estar dentro de ti, mia bella, de
verdad, lo necesito. No te puedes imaginar cuánto.

-Nicola...

Su boca se posa en mis labios para sellarlos. Sus ojos, más oscuros que nunca, leen
en los míos la respuesta afirmativa a su petición y, sin esperar un segundo más,
empieza a descender, repartiendo caricias y saliva por todo mi cuerpo.

Los jadeos lanzados al aire se escapan por la ventana y se pierden entre las ramas
de los árboles que nos rodean.

Veinte dedos para abarcar dos cuerpos. Cuatro manos que palpan, exploran e
incendian. Su erección palpitando sobre mi ombligo, pegada a mi piercing, y mi sexo
empapado y anhelante.

Caricias a plena luz del día, sin escondites y sin máscaras. Visibles a nuestras
miradas ardientes y deseosas. Los sentimientos siguen ahí, enrocados en un espacio
que ha estado inhabitado, debajo de todas las capas, y ahora, ahora se retuercen en
nuestros cuerpos, casi tan adentro como quiero sentirlo.

-Gabriela. -Mi nombre entonado con su voz es un buen augurio-. Déjame coger un
condón -suplica mientras se muerde el labio con saña porque a ambos nos pueden las
prisas.

Se separa unos segundos para cogerlo de su pantalón y maldice cuando no consigue


abrir el envoltorio a la primera, todo sin dejar de mirarme.

-Nicola -protesto entre gemidos cuando mete dos dedos en mi interior, como si
necesitara comprobar que estoy preparada para recibirlo. Siempre lo hace.

-Joder, no existen palabras en ningún idioma que definan lo que siento cuando me
hundo en ti. -Se balancea con un movimiento pausado, apresándome bajo su cuerpo.
-Pues no hables, solo siénteme. -Él jadea en mi oído. Baja su boca hasta esconderla
en mi cuello y, al cabo de unos segundos, comienza a lamerme sin parar de entrar y
salir de mí.

-Si sigues engulléndome así, me correré antes que tú.

-Eso es justo lo que quiero. Córrete y lléname. -Y te juro que la libido ha hablado
por mí, estoy tan excitada que la sangre ha dejado de regarme el cerebro-. No
pares, Nicola. No pares.

Y, por supuesto, no para, acelera. Empuja su pelvis para buscar más fricción y mi
espalda se funde con la colcha. Gimo en sus labios y él farfulla palabras
inteligibles que entremezcla con su respiración trabajosa. Su voz ronca, su mirada,
siempre atenta a cada gesto que le dedico, su compás rítmico, estimulándome, por
dentro y por fuera, una y otra vez. Más ardiente. Más profundo. Más íntimo.

-Me corro, Gabriela, me corro...

Me aferro a él, con piernas, manos y uñas. Me pierdo en su cuerpo, en sus besos y
en la vibración que nace en mi tripa cuando grita mi nombre y me colma, en más de
un sentido. Y me dejo ir con sus últimos bombeos, sincronizando el final de su
orgasmo con el principio del mío, como una corriente continua que no tiene fin.

Capítulo 28

NICOLA

Enredo mis dedos en los mechones de su melena mientras siento su respiración


calmada sobre mi pecho. Está desnuda y tumbada encima de mí. No creo que exista un
lugar mejor en el mundo ahora mismo para contemplarla. Está preciosa, con las
mejillas sonrosadas, el pelo revuelto y esa boca de la que no soy capaz de
saciarme.

Me trastorna y no solo porque dinamita todos los cimientos sobre los que he
construido mi vida, sino porque, además, me convierte en un niño de quince años que
no piensa con claridad y que solo anhela cualquier clase de contacto que quiera
brindarme. Me distrae. Me aplaca. Me enerva y me ilusiona. Y lo más cojonudo es que
puede conseguir que pase por todos esos estados en un maldito minuto. Estoy perdido
si se trata de ella.

Si me pongo a recordar cómo me he hundido antes en ella, me empalmo fijo. Sé que


los dos sentimos mucho más de los que nos atrevemos a confesar. No soy imbécil,
aunque tampoco pensé que llegaríamos a este punto en dos malditos meses. Tengo la
sensación de que Gabriela no necesita hacer nada especial para derribar mi muro, es
como si uno de sus superpoderes fuera atravesarme, a mí y a mi coraza, así,
directamente, sin ningún esfuerzo. Que los dos nos hemos echado de menos es una
realidad, pura y dura. Y, además, es innegable que tenemos una conexión enorme, por
extraño que parezca. No sé, supongo que se puede explicar diciendo que somos
diferentes, pero no completamente distintos.

Estoy reventado; el viaje, la llegada al hotel, el puñetero jet lag, el trabajo


pendiente que no se me va de la cabeza y el cansancio acumulado me han dejado
muerto. Hemos conseguido levantarnos para ir hasta la terraza cuando nos han traído
la comida y, con la misma, volver a la cama para caer en un estado de duermevela
interminable hasta ahora. Puede que hasta se nos haya pasado la hora de la cena.
Confío en que mañana domingo seamos capaces de salir de aquí.

Había fantaseado con cómo sería este viaje, sin embargo, una vez más, mis
expectativas se han quedado muy cortas. Cuando se trata de Gabriela, la realidad
siempre alcanza otras dimensiones.

Sé que le debo demasiadas explicaciones, que yo también quiero saber muchas cosas
de ella y que estos días que pasaremos aquí juntos serán un punto de inflexión en
lo que sea que tenemos. Está bien, soy consciente de que esto es una relación, o
algo muy parecido, al menos si consigo dejar a un lado el pánico que tengo a
hacerle daño.

Mi móvil empieza a sonar y lo cojo antes de que el soniquete la despierte. Intento


no moverme mucho.

-Dime, Richard -respondo muy bajito. Ella se revuelve un poco al escuchar mi voz.

-Hola, ¿estás bien? ¿Me oyes?

-Sí, estoy bien, es que Gabriela está dormida.

-Pues sal de la habitación.

-No puedo, porque está...

-Vale, vale... Me hago una ligera idea. Me alegra saber que no te ha matado. -Otro
igual que Adam, dos almas gemelas. Bufo bajito y Gabriela ronronea sobre la piel de
mi estómago, desperezándose.

-Es Richard, salgo un momento. -Tapo el móvil para que mi amigo no me oiga e
intento incorporarme para salir de la cama. Sin embargo, ella se aferra a mi
cintura con sus manos, apresándome para que no me mueva.

-Nicola, ¿sigues ahí?

-Sí, dime.

-Solo llamaba para darte una buena noticia. Es nuestro.

-¡No me jodas! ¿Anderson ha caído?

-No, pero caerá. Tenemos una grabación que lo acredita como el cerebro de una
organización criminal que se dedica al fraude fiscal a gran escala. Sabemos que, el
lunes o el martes, moverá una buena cantidad de dinero a las Islas Caimán, lo
pillaremos en su despacho en ese instante, su asesor ya está controlado.

-Joder. ¿Y qué hago? Si vuelo mañana, puedo llegar... -Empiezo a darle vueltas a la
cabeza. Gabriela se incorpora, cubriéndose con la sábana, y me mira con los ojos a
punto de salírsele de las órbitas-. Quiero estar ahí cuando pilléis a ese cabrón.

-Ni de coña, Nicola. Tú te quedas ahí y disfrutas de tus vacaciones.

-Richard, tú mejor que nadie sabes el tiempo que llevo esperando este puto momento.
-Gabriela se levanta, recoge mi camiseta del suelo y se la pone, no se marcha de la
habitación, pero abre la ventana que da al balcón y sale con su móvil en la mano.

-Por eso mismo, tú te quedas ahí, porque, igual que sé eso, sé quién está detrás de
la persecución del Bronx.

-¿Era él? -Me sorprende que estos tipos se hayan enterado de que puedo estar detrás
de todo esto, y lo que me resulta más extraño es que me haya convertido en su
objetivo.

Sé que no debería estar hablando aquí con ella tan cerca, pero quizás, ha llegado
el momento de dejar de esquivar sus preguntas y sincerarme.

-Sí, y por alguna razón creo que poseen más información de la que creíamos sobre
Coté Group, Gabriel y tú. Nicola, eso significa que estás en su punto de mira, así
que vas a tener que mantener un perfil bajo, muy bajo -me advierte mi amigo-. ¿Me
has oído?

-Sí, pero quiero que me mantengas informado, me da igual la hora que sea aquí,
¿entendido? Lo quiero saber todo.

-Está bien -me responde para que me relaje-. Bueno, hermano, disfruta de nuestras
raíces y de la compañía. Y, cuando vuelvas, ya vamos los tres a mirar esa joyita
que vas a comprarle a Adam.

Me descojono abiertamente y él se contagia, como no podía ser de otro modo nuestro


amigo ya le ha contado lo del Ferrari.

-Dile al irlandés que siga soñando. -Cuelgo.

Me levanto y me pongo el bóxer para ir hasta ella. Es de noche, la luna se divisa


por detrás del castillo y una ligera brisa hace que las ramas se muevan. Me quedo
admirando la parte de su trasero que no cubre mi camiseta unos segundos y
escuchando su voz, creo que está mandando unos audios a su amiga, contándole que
está aquí, aunque casi parecen susurros. Avanzo y la abrazo por detrás, pillándola
desprevenida.

-Nicola...

-¿Tienes hambre? -pregunto como medida disuasoria-. Son más de las once, pero abajo
hay vino y algo de fruta.

-Tengo preguntas, Nicola, no hambre.

-Lo sé, venga, vamos. -Tiro de su mano y bajamos.

Se sienta en el sofá y sube los pies al asiento, haciéndose un ovillo y cubriéndose


las piernas con la camiseta. Abro una botella de vino, sirvo dos copas y preparo un
plato con fruta. Lo coloco todo en una mesa pequeña y me siento a su lado.

-¿Quién eres? ¿Nick? ¿Nicola? ¿El señor Basso?

-Soy Nicola Basso Costas, encantado, señorita Suárez. -Alargo la mano como si fuera
nuestra presentación oficial y ella tuerce el morro, poco convencida.

-En serio, por favor. Te he escuchado hablar con Richard, te quieres ir de aquí y
acabamos de llegar, me ocultas muchísimas cosas. Entran en nuestros áticos sin
motivo aparente, nos persiguen por la ciudad como en una película, no quieres que
nadie te conozca por Nicola... -No lo pregunta, sino que va dejando caer cada
afirmación, como si llevaran un tiempo revoloteando en su cabeza-. Necesito saber
quién eres, sin máscaras.

-Está bien. -Bebo un trago de vino y ella le da un pequeño sorbo a su copa. Me giro
y cojo sus manos, para que deje de enredar con la camiseta y me preste atención-.
¿Por dónde empiezo?

-Por el principio.

-Vale, pero ten paciencia conmigo, Gabriela.

-Nicola, estoy aquí para escucharte, no para juzgarte. -Encierra mi cara con sus
pequeñas manos y deposita un suave beso en mis labios, invitándome a continuar.

-Mi verdadero nombre es Nicola Basso. Costas es el apellido de mi madre. Mi padre


nació a unos sesenta kilómetros de aquí y viajó a Nueva York siendo un niño con sus
padres. Mi madre nació en Roma y se trasladó a América con dieciséis años recién
cumplidos para cuidar a su tía. Se conocieron en NoLIta, se enamoraron a primera
vista y se casaron muy jóvenes. Pronto nació mi hermana Fiona y cuatro años más
tarde llegué yo. Mis abuelos murieron y mis padres se quedaron al frente del
restaurante, siguiendo la tradición familiar. Con mucho esfuerzo y trabajo,
consiguieron comprar el pequeño edificio de tres alturas donde estaba el local y
nuestra vivienda, que hacía esquina en una de las mejores zonas del barrio. -
Respiro un par de veces seguidas porque llega la peor parte. Estoy nervioso, pero a
la vez es como si tuviera la necesidad de vaciarme.

-Nicola, si quieres...

-No, déjame seguir. -Entrelaza sus dedos con los míos y siento que está casi tan
nerviosa como yo-. Fuimos inmensamente felices con ellos, Gabriela. Eran alegres,
divertidos, se adoraban, se respetaban, destilaban amor. Todas las noches, antes de
subir a dormir, bailaban un par de canciones, aunque no pudieran con los pies
después de su larguísima jornada laboral. -La voz se me empieza a rasgar y Gabriela
me aprieta más fuerte.

-Estoy aquí. -Me acaricia la mejilla con la otra mano-. Estoy aquí.

-Mis padres no tenían enemigos. Eran personas humildes y trabajadoras, pero tenían
un único y preciado bien, nuestra casa y el restaurante; un edificio antiguo en una
manzana muy bien ubicada en mitad del barrio. La zona empezaba a ser perfecta para
la especulación inmobiliaria. Los inversores querían comprar barato y vender muy
caro, así que empezaron a hostigar a mi padre para que les vendiera la propiedad.
Él se negó, siempre se negó. -Hago una pausa y me toco la nuez, porque es como si
las palabras me quemaran la garganta.

-¿Quieres parar?

-No, quiero seguir. -Cojo aire-. Como mi padre no cedía a sus presiones, decidieron
que lo mejor sería emplear otra táctica para conseguir su objetivo.

-Nicola, ¿¡no!? -Se lleva la mano a la boca-. ¿Me estás diciendo que alguien...? -
La mirada brillosa de Gabriela se clava en la mía, que ahora solo destila rabia y
no le dejo terminar la pregunta.

-Aquel día de agosto, oí la música y bajé al restaurante. Me encantaba esconderme


detrás de la barra y verlos bailar, aunque nunca se lo confesé. Qué ironía,
¿verdad? Ellos no lo sabían, pero esa conexión que creaban era mi momento favorito
del día. -Me lamento y solo consigo emplear un hilo de voz apenas audible-. Mi
padre me dijo una de sus típicas frases para hacerme pensar sobre la vida y el
ruido, después, me hice el indignado y subí de nuevo a mi habitación. No había
apagado la luz cuando escuché cuatro disparos. -Sollozo, vencido, y me llevo las
manos a los ojos-. Cuatro putos disparos.
-¡No! Dios, Nicola. ¡No puede ser! -exclama en un grito ahogado-. Lo siento, lo
siento tanto... -Me quita la mano de la cara y en un solo movimiento se sube a
horcajadas encima de mí. Me envuelve con sus brazos y entierro mi cara en su
cuello. Ella me aprieta y yo dejo que las lágrimas que siempre me guardo salgan
hoy, aquí, aspirando el olor de su piel y sintiendo el calor que emana su cuerpo.

Pasamos muchos minutos así, en silencio, y eso que ella lo odia. Quizá tenga miedo
a seguir preguntado. A que me siga rompiendo. Recupero la calma y me separo para
limpiarme las últimas lágrimas, con la ayuda de Gabriela, que pasea sus pulgares
por mis mejillas. Repito yo el gesto con ella, porque dos lágrimas furtivas caen
por su cara también.

-Ey, no quiero que te pongas triste. No te lo estoy contando para eso.

-Nicola, tuvo que ser horrible, eras solo un crío. Yo viví la enfermedad de mi
madre, pero en mi caso, mi subconsciente se fue preparando para la pérdida. Dios,
tú y Fiona, lo vuestro ocurrió en cuestión de minutos, sin esperarlo. Tuvo que ser
dificilísimo digerir algo así.

-Lo fue. -Respiro e intento no llorar de nuevo, pero es complicado no hablar de


ello sin desgarrarme-. Supongo que nunca se termina de procesar, por muchos años
que pasen. -No me gusta recrearme en el pasado y tampoco soporto que me tengan
lástima, siempre lo he odiado, así que trato de recomponerme.

-Te entiendo. -Dos palabras que salen de su boca que me hacen sentir bien. Ella
sabe lo que es sufrir una pérdida, aunque haya sido de un modo distinto.

Su mirada no es de pena, sino de comprensión, y eso me alivia.

Le hago un pequeño resumen de todo lo que pasó después, sin entrar en los detalles
más desagradables de las horas posteriores. Le hablo de la inestimable ayuda del
padre de Richard, que se hizo cargo de la investigación y de en qué situación
quedamos mi hermana y yo.

-Renzo detuvo a un sospechoso unos meses después, cuando cometió un error en un


robo con violencia y cotejaron sus huellas con las que encontraron en la puerta del
restaurante. Era un delincuente común con antecedentes, nadie con un motivo real
para apretar el gatillo, porque ni tan siquiera disimuló llevándose el dinero de la
caja.

-¿Por eso sospecharon que detrás de su muerte había alguien más?

-Sí, viendo que aquel desgraciado solo era un mandado, la línea de investigación se
desvió hacia los posibles beneficiarios de aquel suceso, los inductores. Justo
antes de poder sentar al único detenido delante del juez para que confesara quién
le había hecho el encargo, apareció muerto en su celda. -La rabia recordando
aquello aflora de nuevo-. Los únicos beneficiarios de la muerte de mis padres
fueron los dueños de MAC Investment, la empresa que se quedó con la propiedad, la
última que les faltaba por adquirir de toda la manzana. Marshall, Anderson y Cox.
Tres apellidos. Tres gigantes de las inversiones sin ética ni moral que codiciaban
el único bien que tenía mi familia, pagado dólar a dólar con el sudor de su frente.
Tres especuladores y asesinos que tienen que pudrirse en la cárcel.

-Por eso estás implicado en la investigación con Richard -afirma como si por fin lo
comprendiera todo.

-Sí. Mi amigo cambió de departamento en el FBI solo para seguir investigándolos. Ya


no podemos probar que fueron ellos quienes ordenaron la muerte de mis padres
después de tanto tiempo, pero tienen suficientes delitos a sus espaldas como para
entrar en prisión; extorsión, blanqueo de capitales, falsedad de documentos
públicos, tráfico de influencias. Ahora solo falta que vayan cayendo, uno por uno.

-Marshall era el baboso de la fiesta, ¿no?

-Exacto, él y sus dos socios, Anderson y Cox.

-¿Has dicho Cox? ¿La familia de Tiffany? ¿En serio?

-Sí, su abuelo, Michael, era el dueño de la compañía por aquel entonces, después
enfermó y su hija Amber tomó el control. Sabemos que continúa empleando las mismas
prácticas ilegales que llevaba a cabo su padre o incluso peores -afirmo.

Le cuento que Renzo descubrió que nos habían investigado, sabían que había una
pequeña hipoteca, que mi hermana estaba pagando un préstamo de la universidad y que
una chica de veintiún años, huérfana y con su hermano menor a cargo, no dudaría en
vender la propiedad y más cuando cada metro cuadrado de aquel lugar nos generaría
un horrible recuerdo. La policía no tenía pruebas, solo indicios, por eso
necesitaban la confesión del asesino.

-Solo era un crío que no podía hacer justicia, Gabriela, y eso, eso me pudrió por
dentro. Me volqué en acabar mis estudios para entrar en Columbia y buscar la manera
de acabar con ellos. Después, me centré en mi trabajo, con el único apoyo de Fiona
y mis amigos, y más tarde con el apoyo de Gabriel.

-Lo siento, Nicola. Todos estos años has gestionado esa carga en tu interior. No sé
qué decirte, no encuentro una frase lo suficientemente elocuente que apacigüe tu
desconsuelo. -Me besa, porque supongo que a veces un gesto es más importante que
una palabra.

-No hace falta que me digas nada, puedes seguir besándome -afirmo para restar
intensidad a todo lo que le acabo de contar.

No soy tonto y sé que su cabeza ahora va a mil por hora y que sigue llena de dudas.
Exhalo con fuerza, como si por fin me hubiera deshecho de todo el peso que
soportaba. Ella entrelaza sus dedos detrás de mi nuca y observa mi expresión, a
medio camino entre la liberación y la angustia, que no es capaz de desvanecerse del
todo.

-Siento haberme marchado del modo que lo hice después de la persecución, pero
necesito tener el control, Gabriela, y no podía soportar haberte puesto en peligro.

-Lo sé. No tenía que haberte presionado tanto para hablar, pero me alegra que me lo
hayas contado ahora.

-No me gusta reconocerlo, pero me ha sentado bien compartirlo contigo.

-Creo que sigues estando enfermo -me pica y posa su mano en mi frente.

-Señorita Suárez, deme un respiro, por favor.

-Solo uno, señor Basso. -Me sonríe.

Su curiosidad no está saciada del todo y sigue bombardeándome a preguntas. Le


cuento que en el mundo empresarial prescindí de mi primer apellido para que no me
asociaran con aquel edificio de NoLIta, por eso llevo el apellido de mi madre de
soltera. Además, me pincha tanto que acabo confesando algún detalle más sobre cómo
estamos intentando enviarlos a prisión, con la esperanza de que la conversación
termine aquí.
-Gabriela, ahora, en serio, creo que ha sido suficiente por hoy, ¿no te parece?

-Sí, pero todavía tengo un millón de incógnitas revoloteando en mi cabeza -


protesta.

-Y yo un millón de ganas de volver a estar dentro de ti. -Me levanto y la cargo


sobre mi hombro para subir las escaleras.

-¡Oye! -se queja-. No puedes cargarme como un saco de patatas cada vez que te dé la
gana.

-Yo creo que sí.

Capítulo 29

GABRIELA

Apoyo los codos en el borde de la piscina y me quedo absorta admirando el valle.


Todavía no me puedo creer que estemos aquí. Cuando el viernes salí de hacer la
prueba en el estudio, ni por asomo imaginé que terminaría metida en un avión rumbo
a Italia con Nicola. Es una locura.

Su aliento me hace cosquillas en la nuca y sus fuertes brazos me rodean desde


atrás. Deposita besos, cortos y castos, aquí y allá y, aunque la temperatura a
estas horas de la tarde sigue siendo muy buena, me provoca un escalofrío que eriza
mi piel.

-¿No decías que no querías bañarte? -le pregunto, girando el cuello para mirarlo a
los ojos.

-Claro que quería bañarme, pero no en la piscina.

Ajusta su cadera a mi trasero, asegurándose de que entiendo su intención, por si no


me había quedado lo suficientemente clara con su matiz, y me aprisiona contra el
borde, subiendo la temperatura del agua un par de grados.

Hemos vuelto hace un rato del pueblo natal de su padre, Castiglione della Pescaia.
Es una antigua localidad pesquera con una fortaleza medieval. Afortunadamente, ya
no está invadida de turistas y hemos podido disfrutar paseando por sus bonitas
calles. Nicola me ha contado que su padre siempre quiso regresar aquí y traerlos a
ellos, pero no le dio tiempo. Después de comer pescado en un restaurante cerca del
puerto, hemos recorrido en coche parte de la costa en dirección sur, hasta llegar a
la playa de Fiumara, donde el cielo estaba cargado de cometas de kitesurf.
Automáticamente, el recuerdo de un fin de semana divertidísimo en la playa de
Valdevaqueros, en Tarifa, con Marcos y Lola, antes de que mi madre se pusiera tan
enferma, se ha colado en mi mente. Sin pretenderlo, nos hemos puesto un poco
melancólicos los dos.

Compartir con él todas las horas del día supone recibir un curso intensivo de un
Nicola bastante distinto al que conocí cuando llegué a Manhattan. Supongo que, por
fin, tengo a mi lado al verdadero Nicola Basso, sin disfraces. He descubierto que
es el orgulloso hermano de Fiona, el tío enchochado de Helena, el leal y fiel amigo
de Richard y Adam y el niño feliz que en plena adolescencia vivió la experiencia
más traumática de su vida y se convirtió en un adulto mucho más triste. Ahora
conozco también a ese chico que nunca ha tenido una relación con una mujer, porque
está convencido de que el amor siempre acaba doliendo y porque su objetivo siempre
ha sido otro. Además, sé que no le importan los ceros que tiene su cuenta bancaria,
porque para él el dinero solo tiene valor si se comparte. Y, por último, me ha
quedado claro que se mueve en esa jungla con un único fin: hacer justicia, aunque
sea tarde y mal.

El auténtico Nicola es muy familiar, adora hacer sentir bien a los suyos, es
complaciente con su círculo, además de un controlador nato. Es sencillo y metódico,
intenso, demasiado atractivo y vulnerable, sí, por primera vez he podido comprobar
que, bajo ese rictus de tipo serio que quiere tener el control absoluto, hasta del
viento que soplará durante el día, se esconde un corazón inmenso; quizá no lo tiene
dañado del todo, simplemente, lo ha tapiado, impermeabilizándolo de cualquier
elemento exterior.

No he sido la única curiosa, porque él también ha querido saber más cosas sobre mí;
como la relación que tuve con Marcos, el tiempo que estuvimos juntos, por qué lo
dejamos y por qué seguimos siendo buenos amigos. Las respuestas han sido sencillas,
aunque a él no le hayan convencido del todo. Lola y él son la única familia que me
queda, sin necesidad de compartir sangre. Ellos son hogar y mi toma a tierra, y eso
es lo único que me importa. Ha alucinado un poco cuando le he contado que, antes de
ir a Nueva York, llevaba varias semanas durmiendo en un cuarto de la academia de mi
amiga, porque el piso donde vivía con mi madre era de renta antigua y los
propietarios, después de que ella muriera, habían hecho todo lo posible para
echarme hasta que lo consiguieron, y que las pocas cosas que tengo están guardadas
en el trastero de mi amigo.

Me gusta que se parezca a mí en algunas cosas, como en que los dos odiamos
regodearnos en la pena. Dejándome llevar por la corriente, le he hablado de mi
madre, de cómo vivimos la una para la otra siempre, de cómo antepuso su vida y sus
sueños para cuidar de mí, por lo que yo solo pude hacer lo mismo por ella. Nicola
tampoco tiene traumas que le impidan avanzar, solo hay que ver hasta dónde ha
llegado. Ambos creemos que no sirve de nada anclarse a un pasado que nunca volverá.
Sin embargo, la mirada se le pone triste y la voz se le quiebra cuando cierra los
ojos y se ve allí, en aquel fatídico minuto de aquel maldito día, abrazado a ellos.
Yo, en cambio, procuro llenar mi mente con imágenes alegres de mi madre, recuerdos
de risas, de paseos, de desayunos largos, incluso de discusiones absurdas.

Nicola sabía que yo necesitaba respuestas y que no iba a camelarme con su labia, su
viaje sorpresa y este magnífico lugar. Es demasiado inteligente para no reconocer
que se equivocó y que, después de que me hubiera alejado de él durante las últimas
semanas, tendría que darme mucho más que otra simple excusa. Quizá sea una ilusa,
pero que se haya abierto a mí de esta manera me ha llenado de algo muy parecido a
la esperanza.

-¿A qué hora es la cata? -le pregunto y me escabullo para llegar hasta las
escaleras y salir del agua.

-Creo que a las ocho y media -responde y en dos brazadas me alcanza-. No vuelvas a
huir de mí. -Estampa su boca en mis labios y me sujeta por la cintura. Menos mal
que empieza a caer la tarde y la piscina está vacía.

-Aprendí de ti -le replico, haciendo referencia a sus desapariciones.

Me salpica y yo hago lo mismo con él, como si fuéramos dos críos. Salgo y me cubro
con la toalla. Lo que no me queda muy claro es lo que pensarían Aurora y su marido
si nos ven así. Nicola es, sin duda, su cliente más importante esta semana y
supongo que lo tienen por alguien un poco más serio.
El hotel es un auténtico lujo, pero el personal y todos los servicios extras que
ofrecen ensalzan su calidad. Los viñedos, donde fabrican su propio vino ecológico,
y sus propios jardines culinarios, en los cuales cultivan más de cincuenta
variedades de hortalizas y muchísimas hierbas aromáticas, ofrecen una excelente
materia prima que es la que utilizan. Y, para colmo, cuentan con uno de los mejores
chefs del país. A Nicola le encanta todo lo que nos sirve y siempre anda
preguntando e indagando sobre la elaboración y las recetas.

Nos tumbamos en las hamacas, aprovechando los últimos rayos de sol antes de entrar
en la villa para prepararnos. Esta noche tenemos una cata de vinos y ya sabe que mi
paladar no es tan exquisito para diferenciar un caldo bueno de uno de los de
cartón, pero a él le hace ilusión.

Cuando entramos para cambiarnos, empieza a sonar su teléfono. Es Adam quien le


llama, así que maldice por tener que despegar sus manos de mi cuerpo y responde
diligente. Sin duda alguna, me ha convertido en una adicta a su tacto estos días.

Aprovecho que está ocupado para meterme en el baño y ducharme. Termino y me pongo
un albornoz para secarme un poco la melena y peinarla con los dedos. Justo cuando
me estoy ajustando el cinturón para salir, aparece Nicola como su mamá lo trajo al
mundo. Boqueo y babeo. Ese cuerpo es de otra galaxia. Trago saliva, con dificultad,
con mucha dificultad antes de morir atragantada en mis propias babas. Es muy fuerte
sufrir en mis propias carnes ese magnetismo sensual que emite, nunca había sentido
nada igual, con nadie, aunque no tengo intención de decírselo.

-¿Por qué no me has esperado? -me pregunta con tono lastimero y mete su dedo índice
para soltar el cinturón de mi albornoz y desnudarme.

-Porque sé que quieres ir a esa cata.

-Oh, qué considerada, mia bella. -Aprieta su cuerpo contra el mío.

Mis pezones chocan con el vello fino de su pecho, alterándose. Mi vientre se roza
con su pubis, provocándome. Y sus manos se aferran a mi trasero, abrasándome,
mientras se abre paso entre mis labios, con parsimonia y dedicación. En el instante
que noto cómo su polla alza el vuelo, me separo, poso mis manos en sus hombros y
cojo el oxígeno que le empieza a faltar a mi cerebro.

-Voy a vestirme.

Un par de tacos en italiano y un ya te pillaré es la música que escucho de fondo


cuando voy hasta el armario para ver qué me pongo.

Rosy metió lo indispensable en mi maleta, y la verdad es que me la puedo imaginar


sufriendo para que no echara nada en falta estos días. Aunque lo más probable es
que Nicola también le dijera que no se preocupara demasiado, porque lo que me
faltara se podría comprar, él siempre tan práctico. Elijo un vaquero muy pitillo,
azul claro, tobillero, de los que vienen sin dobladillo abajo. Está un poco
deshilachado, pero no tengo ninguno más formal. Arriba me pongo una blusa negra, de
tela fina, es de esas que terminan en dos picos por delante para atar con un nudo
por encima de la cintura, no tiene mangas, así que espero que no refresque mucho o
me congelaré.

Bajo a por móvil que está en el salón antes de que Nicola salga del baño y llamo a
Lola. Los gritos llamándome de todo menos guapa me dejan sorda.

-¿Te quieres tranquilizar?


-No, no quiero. Llevas dos días sin dar señales de vida. He pensado que o te había
matado a polvos, o te había matado, así, a secas.

-Eres idiota.

Le cuento un poco cómo es todo esto y lo bien que lo estoy pasando. Además, le
mando alguna foto que he hecho esta mañana en la playa y recordamos el pedo tan
tonto que nos cogimos los tres a mojitos aquel fin de semana.

-Te echo de menos, miarma -me dice y le cambia un poco la voz.

-Yo también te echo de menos, Lolita.

Nos despedimos con la promesa de hacer una videollamada pronto, para vernos las
caras, y me limpio una lágrima traicionera que se me escapa después de colgar.

Siento su presencia, sin necesidad de verlo, porque reconocería ese olor a


kilómetros.

-¿Estás bien? -se interesa cuando ve que sigo mirando por la cristalera hacia la
terraza.

-Sí, ¿nos vamos? -Me vuelvo para quedar de frente y los dos sonreímos.

Él también se ha puesto un vaquero, más justo de los que acostumbra a llevar, y un


polo negro. Parecemos del mismo equipo.

-Ven aquí. -Me extiende su mano para que le dé la mía y entrelaza nuestros dedos,
acariciándome con demasiada ternura. Al final me lo voy a creer-. Vamos a probar
esos caldos.

Caminamos por la senda que bordea la zona de la piscina hasta una entrada a un
pequeño jardín. La cata es exclusiva para nosotros, a pesar de que sabemos que hay
algún huésped más alojándose estos días. Me llevo las manos a la boca, sí, la de él
y la mía, porque Nicola no me ha soltado todavía, cuando veo lo que nos han
preparado.

Sobre la hierba hay una manta de cuadros rojos y azules, justo debajo de un olivo
impresionante. Entre las ramas han entrelazado una guirnalda de luces diminutas que
iluminan la recién estrenada noche. A la izquierda, un carrito de madera con todas
las botellas junto al sumiller, que será el encargado de explicarnos cada vino. En
unos cajones de madera, colocados al revés haciendo de mesa, están esperándonos las
copas y unos platos con comida; salami artesanal, queso, prosciutto y unas pequeñas
rodajas de algo similar a las salchichas. Huele de maravilla.

-Oh... -Es lo único que consigo decir cuando nos acomodamos en la manta y miro
hacia el cielo en busca de la luna, que hoy está llena.

-Cuando quieras, Petro -le dice Nicola al sumiller en italiano para que empiece con
la cata y así yo pueda cerrar la boca que todavía tengo abierta.

Antes de iniciarla, me preguntan si podemos seguir hablando en italiano y les


confirmo que sí. Si me pierdo solo tengo que interrumpirlos. Después me aclaran que
no tengo que beberme todo el contenido de la copa, con un trago es suficiente. Me
invitan a que deje la mente en blanco y me concentre en mis papilas gustativas. Si
no fuera porque tengo grabada en mi memoria la cara de Nicola cuando se corre
dentro de mí, podría confundirla con la que pone cuando degusta el primer vino y
empieza a debatir con Petro, sacando todos los matices.
Me río de ellos y sola, porque, donde él encuentra tropecientas cosas distintas, yo
me aventuro a decir, afrutado o seco. En cambio, ellos tienen un idioma propio:
aromático, aterciopelado, bouquet, roble, complejo, velado, rojo violáceo, floral,
astringente... Se enrollan como las persianas con la añada, la barrica, la
elaboración y demás, aun así, su lenguaje especial me hace comprender un poco mejor
todo el ritual.

No solo nos sirven los que producen aquí, sino otros muchos de otras bodegas de la
comarca, incluso se cuela uno español, que, por supuesto, yo tampoco había probado
nunca. Nicola me enseña a mover la copa, a observar las marcas aceitosas que hace
el líquido por el cristal y el color, a meter la nariz y a saborearlo en la boca el
tiempo necesario para apreciar cada matiz. Pongo interés, que conste, pero verlo a
él tan entusiasmado, con esa sonrisa tan peculiar, a la que me he acostumbrado
estos días, y así de relajado, me pone tontita, muy tontita. Vale, también el punto
de alcohol ayuda, que, trago a trago, se va notando.

Los platos se van vaciando y terminamos dando las gracias a Petro por su magnífica
predisposición, sobre todo por la paciencia que ha tenido conmigo. No sé si con el
resto de clientes será así, pero se ha reído una jartá. Recoge todo menos la manta,
que quedamos en devolvérsela mañana. En cuanto nos quedamos solos, Nicola se tumba
mirando al cielo y yo lo imito, solo que apoyo mi cabeza en su brazo, para estar
más pegados.

-¿Te ha gustado?

-Sí, pero sobre todo, me ha encantado ver cómo has disfrutado tú -respondo a su
pregunta y oigo cómo deja escapar el aire de sus pulmones.

-De vez en cuando no está mal.

-Deberías hacer lo que te gusta más a menudo.

-¿Sí? Pues creo recordar que llevo todo el día intentando hacer algo que me encanta
y me vuelve completamente loco, y no he podido.

Pongo los ojos en blanco, aunque él no puede verme. Me incorporo para sentarme a
horcajadas encima de él; no se esperaba mi movimiento, así que me mira extrañado.

-Nicola, créeme, todo lo que a ti te vuelve loco a mí también, menos el Ferrari. -


Sin esperar su respuesta, cuelo mi mano por la cintura de su pantalón y de su bóxer
y le aprieto la polla, que está bastante más dura de lo que esperaba.

-Gabriela... Se supone que todo esto -señala las luces, la manta y hasta el cielo
cargado de estrellas- era un plan romántico, pero está claro que Fiona y tú tenéis
conceptos distintos del romanticismo.

-¡Oh, qué mono! ¿Has pedido consejo a tu hermana?

-Tranquila, será la última vez -afirma, haciéndose el ofendido. Todavía no se ha


dado cuenta de que no necesito grandes demostraciones si él está conmigo.

Antes de que pueda apartarme de sus piernas, porque ha empezado a poner su cara de
no me estoy riendo, comienzo a hacer movimientos deliberadamente lentos, tirando de
su piel hacia atrás y sonriendo cuando cierra los ojos, excitado. Los sonidos
guturales que salen de su garganta hacen coro con los de las cigarras que se oyen
de fondo.

-Nicola, deberías hacer lo que te gusta más a menudo -repito con tono repipi,
porque sé que ni de coña me va a dejar que siga meneándosela aquí.
-No vas a pajearme aquí como si tuviéramos quince años.

-Yo a los quince no hacía estas cosas.

-Me alegra saberlo. Es más, me alivia, pero a los veinticinco tampoco, y menos
teniendo una habitación ahí.

-No, es que no lo has entendido. -Saco la mano de su bragueta y empiezo a soltar


los botones, dejando al aire su erección, él me mira perplejo, pero cuando me llevo
los dedos a la boca y los relamo, se muerde el labio con saña, intentado
contenerse-. No estoy pensando en hacerte una paja, solo quiero chupártela.

-¡Hostias, Gabriela!

Se ata solo el botón de arriba, se incorpora con brío y, sin saber cómo, me carga
igual que hizo para subirme al avión. Arrastramos la manta por todo el camino de
vuelta hasta la suite y, con una velocidad de crucero, entramos y no pasamos del
salón. Lo empujo para que se siente en el sofá, me coloco de rodillas delante de él
y mis manos sueltan de nuevo el botón para empezar a tirar de sus vaqueros para
abajo, arrastrando también su bóxer.

Paso la lengua por mis labios y me los humedezco antes de inclinarme para
saboreársela. Nicola me encierra la cara con sus grandes manos y se agacha hasta mí
para invadirme la boca, el beso es un ciclón.

Me despego de él y, sin esperar un segundo más, me la meto en la boca. Está


durísima, es grande y sabe a esa mezcla perfecta de dulce y salado. Sus manos se
enredan en mi pelo, exigiéndome más, y marcando el ritmo que ha empezado demasiado
rápido. Mi lengua juega con toda su extensión, siento cómo palpita hasta rozar mi
garganta, noto el recorrido de sus venas y casi hasta el bombeo de su sangre,
concentrada ahí. Me gusta sentirlo así, me excita escuchar sus jadeos
descontrolados y me encanta ver cómo lo llevo al límite.

-Joder, Gabriela... Si no paras...

Levanto la mirada para observarlo a través de mis pestañas, me está mirando sin
perderse detalle. Nuestros ojos dicen ahora tantas cosas que pestañeo una sola vez,
para que sepa que sé que se va a correr, que no puede más, que es la primera vez
que siento que tengo el control con él y que tiene mi consentimiento para hacerlo
en mi boca.

Se tapa la cara con el antebrazo y ahoga los gemidos en su propia piel. El líquido
templado se mezcla con mi saliva con cada sacudida y, cuando recibo la última gota,
me levanto y salgo pitando hacia el baño.

Las carcajadas de Nicola al ver mi estampida retumban contra las paredes.

-Recuérdame que siempre cenemos con vino, mia bella.

Capítulo 30

NICOLA
Respondo a unos correos urgentes y cierro el portátil, la pobre Patty está un poco
descolocada con este viaje relámpago que he hecho y, sobre todo, con la escasa o
nula productividad que estoy mostrando estos días, raro en mí. Me han dado ganas de
decirle que las quejas se las mande por escrito a mi acompañante, que es la única
responsable de que mi mente y mi cuerpo solo se concentren en ella.

Echo un nuevo vistazo al móvil para comprobar si tengo algún mensaje más de Adam o
de Richard, pero no tengo ninguno. El martes me llamaron de madrugada, menos mal
que Gabriela no se enteró y evité sus posteriores preguntas, porque, desde que le
conté lo de mis padres, no desaprovecha ninguna ocasión para intentar sacarme más
información. No quiero mentir, pero no me apetece involucrarla más con todos los
detalles. Por fin han pillado a Anderson y, además, han intervenido su empresa
matriz. Ha sido una operación muy compleja porque el tío ha estado desviando
capital por medio mundo en los últimos años, así que ahora hay que seguir ese
rastro. Y, mientras consiguen acceder a toda la información de sus ordenadores y
toman declaraciones a sus asesores y a sus empleados, su abogado ya ha solicitado
pagar su fianza, nada que no esperáramos. Sin embargo, el juez ve posible riesgo de
fuga y todavía no se ha pronunciado al respecto. Me hubiera gustado estar allí,
aunque, sin que sirva de precedente, mis amigos tenían razón y necesitaba
desparecer unos días. No solo por una cuestión de seguridad, sino porque mi mente
pedía a gritos desconectar o, al menos, coger distancia y verlo todo con otra
perspectiva.

Vale, lo reconozco, mi parte menos racional, esa que ni tan siquiera sabía que
tenía, quería arreglar la situación con Gabriela y aventurarse en esto que sea que
tenemos. No sé ponerle nombre, ni lo necesito, lo único que tengo muy claro es que,
cuando volvamos a Manhattan, no voy a querer separarme de ella.

Llaman a la puerta y salgo a recoger el desayuno de Gabriela. He mandado que se lo


traigan aquí, a ver si consigo que con el olor a chocolate se despierte, porque
estaba tan dormida cuando me he levantado hace un par de horas que la he dejado
descansar y he desayunado solo.

Subo hasta la habitación con la bandeja y la poso en la mesita antes de ir a abrir


las ventanas para que entre la brisa y la luz. El ruido de la mañana y la claridad
le hacen removerse, por fin.

-¿Qué hora es? -pregunta, frotándose los ojos.

-Casi las doce.

-¿En serio? ¿Y qué día es hoy?

La risa se me escapa al escucharla, me acerco hasta ella y veo cómo se incorpora


para apoyarse en el cabecero, colocándose la almohada en la espalda.

-Lamentablemente, es viernes, nuestro último día aquí.

-No me puedo creer que ya haya pasado una semana.

-Dime que, al menos, he sido el culpable de que pierdas la noción del tiempo -
suplico con mi mejor cara y me inclino para besarla.

-No, no, no... Nada de besos a primera hora, seguro que apesto -protesta y yo
cabeceo.

-No seas tonta. Te he besado todos los días desde que hemos llegado y no pienso
dejar de hacerlo ahora. -Poso mi boca en la suya y no puede evitar corresponder a
mi beso, aunque sin profundizar-. Toma, deberías desayunar algo.
Cojo la bandeja y se la pongo encima de los muslos, está medio destapada y solo
lleva puesta mi camiseta, creo que le gustan más que sus pijamas, así que aprovecho
y rozo un poquito su piel.

-¿Me has traído el desayuno, Nicola?

-Eso parece.

-Pues no era necesario, no soy ninguna princesita.

Resoplo, con ella nunca sé cómo acertar. Le preparo un momento especial para
admirar las estrellas tirados sobre una manta y acabo trayéndola a la habitación a
toda velocidad para que no me coma la polla allí mismo, por cierto, aunque lo hizo
bajo techo, fue jodidamente espectacular, como todo lo que tiene que ver con su
cuerpo, sus manos y su boca. La quiero consentir en cosas sin importancia, como
unas postales y una pequeña lámina que compró el otro día en el pueblo, y casi me
corta la mano cuando me vio sacar la cartera. No sé cómo se las arregla, pero
siempre le da la vuelta para que me sienta como un capullo. Sé que soy un novato en
todo lo que se refiere a compartir espacio y tiempo con una chica, lo que pasa es
que, con ella, me siento infinitamente perdido.

-Lo sé, tú más bien eres una guerrera, de las que salvaría a todo su reino si fuera
necesario.

-Exacto. Eso me gusta más -afirma y se lleva el vaso de zumo a la boca.

-Lo suponía. -Me siento en el borde del colchón.

Posa el vaso y coge un muffin de chocolate que todavía está caliente, antes de
quitarle el papel de la base, se percata del sobre que he colocado junto a la taza.

-Nicola, ¿esto es...? -pregunta y toquetea el sobre.

-Sí, me has tenido tan distraído que ni me había acordado de que estaba en mi
maleta.

-Uf... -bufa-. No sé por qué me pongo tan nerviosa, pero es que...

-Tranquila, supongo que querrás leerla a solas. Me bajo y así termino de comprobar
un informe que me pasó anoche Patty.

-No, quédate conmigo.

-¿Estás segura?

-Sí, por favor.

Se quita la bandeja de encima y se pega más al cabecero, sentándose erguida. Bordeo


la cama y me coloco a su lado. Saca la carta del sobre y, mientras la desdobla,
suspira. No me queda muy claro si solo quiere que esté a su lado o es que va a
leerla en voz alta y quiere que la escuche. Sé lo sensible que es Gabriela y más
con un tema tan delicado, solo espero estar a la altura de lo que ella espera de mí
en un momento como este.

Su voz empezando a leer, con un tono más bajo de lo habitual, me saca de dudas.

-Querida Gabriela: Si me estás leyendo significa que ya llevas dos meses en


Manhattan, supongo que es tiempo suficiente para que sepas si amas la ciudad o la
odias. Espero que al menos estés disfrutando del apartamento, de las vistas y del
ambiente cosmopolita que se respira en este lado del mundo.

Parpadea y coge una bocanada de aire antes de continuar. Paso mi brazo por su
hombro y se recuesta sobre mi lado izquierdo para seguir leyendo:

-Espero que a estas alturas ya estés participando en algún proyecto de la


fundación, porque eso significará que los más vulnerables siguen recibiendo vuestra
ayuda, que es lo que verdaderamente importa. Es una lástima no poder acompañarte en
esa nueva rutina, aunque sé que Sam y Nick siempre estarán dispuestos a echarte una
mano, así que pídeles ayuda cuando lo necesites. Me gustaría decirte lo mismo de
Tiffany, pero lamentablemente, hace meses que me dejó claro que no se iba a
involucrar, ojalá me equivoque y haya cambiado de opinión.

Se detiene con esa última palabra y levanta la vista para mirarme. Espero que se
haya dado cuenta de que voy a querer facilitarle las cosas, siempre. Aunque creo
que Gabriel pecó de ingenuo con este tema y no era conocedor del carácter
tremendamente combativo que tiene ella. Le acaricio la nariz con mi dedo para que
deje de arrugar la frente.

-Gabriel sabía perfectamente cómo era Tiffany -afirmo al ver que se ha quedado
pensando en su afirmación.

-Pero me parece increíble que sea así, es como si su padre no hubiera sido su
ejemplo.

-Puede sonarte raro, pero piensa que ella siempre ha estado muy influenciada por su
madre y, aunque Gabriel lo intentó, nunca consiguió que abriera los ojos y se diera
cuenta de que hay otra realidad distinta a la que Amber le enseñó.

-¿Tú confiabas en Gabriel? -inquiere, nerviosa.

-Sí, sin duda. He trabajado con él muchos años, Gabriela, codo con codo. Pasamos de
tener una relación laboral a una personal muy pronto, y sabes lo que me cuesta a mí
abrirme. Fue mi maestro, mi mentor, mi apoyo. Matricularme en Económicas en
Columbia y graduarme con el mejor de los expedientes me garantizaría un puesto en
cualquiera de las empresas de los inversores implicados en el crimen de mis padres,
mi único objetivo era derribarlos desde dentro, destruir todas sus bases y ver cómo
caían, uno tras otro. La casualidad quiso que mi profesor de Estadística, un gran
amigo de Gabriel, se cruzara una tarde en mi camino y me obligara a hacer las
prácticas en Coté Group.

-Y así os conocisteis -afirma porque ya le había contado esa parte.

-Exacto. No sé muy bien por qué, pero ese mismo día conectamos de algún modo. Me
contó sus planes, su visión actual del mundo, su intención de contribuir al cambio
y sus expectativas. Me convenció para que me quedara trabajando con él después de
terminar la carrera. Un día, meses después, apareció en su despacho su exmujer,
Amber Cox, para hablar sobre un negocio. En cuanto pronunció su apellido, me puse
tenso. Gabriel se dio cuenta enseguida de mi cambio de actitud y del grado de
hostilidad que destilaban mis palabras hacia ella, no lo pude evitar. El odio
supuraba por mi piel. En cuanto nos quedamos a solas, me sonsacó todo lo que me
carcomía por dentro. Terminó por alimentar mis sospechas, ya que él había sido
testigo de cómo Cox and sons, dirigida primero por su exsuegro y luego por su
exmujer, llevaba a cabo prácticas abusivas y alejadas de la ética profesional para
conseguir sus negocios. Además, en una última operación conjunta, quisieron
involucrarlo a él, tendiéndole una trampa. Se libró porque se dio cuenta antes, y
no los denunció por Tiffany. Así que, ese día, cuando puse las cartas sobre la
mesa, decidí que acabaría con ellos desde el lado de los buenos, junto a él.
-Lo siento, Nicola. Tuvo que ser horrible vivir con eso dentro tantos años. No me
lo imagino.

-Vivo con ello, Gabriela. Todavía vivo con ello, pero estoy a punto de poder cerrar
esa página. Anda, sigue leyendo, que ahora estamos centrados en ti, no en mí.

-No sé si quiero seguir leyendo, Nicola. Yo he confiado en mi madre toda mi vida, a


ciegas. Y, ahora, estas cartas, las palabras de Gabriel... No quiero parecer una
ingenua, pero todo apunta a que ellos dos tuvieron una relación amorosa... ¿Y yo?
¿Por qué ella no me lo contó? ¿Qué pasa ahora conmigo?

-Si no quieres seguir, guárdala y, cuando te apetezca, la sacas de nuevo.

-No, porque ignorarlo no hará que salga de mi cabeza.

-Está bien, pues continúa. -Se acomoda de nuevo sobre mi hombro y sigue leyendo en
voz alta:

-Hoy estoy algo más fatigado, así que discúlpame si no me extiendo tanto como me
gustaría. Madrid. Noviembre, 1993. Los primeros meses con la presencia de tu madre
en la embajada fueron un soplo de aire fresco para mí. Pasar tantas horas encerrado
en la biblioteca entre apuntes y libros, manteniendo solo conversaciones con mi
padre o con algún otro miembro del personal, era bastante aburrido. Los
formalismos, el protocolo, las leyes..., pero todo se desvanecía cuando aquella
preciosa chica entraba en mi campo de visión. Yo la observaba cuando ella no se
daba cuenta. Era hábil y curiosa. Aprendió todos los entresijos de la casa muy
rápido y, en cuanto acababa sus tareas, se las ingeniaba para aislarse un rato en
un rincón de la cocina, sentarse en una vieja silla de mimbre y abrir un libro.
Manuales de derecho diplomático, algún recetario de comida francesa, guías de las
principales ciudades, lo que fuera.

-A mi madre también le encantaba leer -le confieso. Ella está ahora tan concentrada
que solo medio sonríe y prosigue:

-Una noche, entró a hurtadillas en la biblioteca, yo estaba enredando con la


bombilla del flexo que usaba para estudiar, que no paraba de titilar y la había
desenroscado, ella se pensó que ya no había nadie a aquellas horas y accedió con
una pequeña linterna para coger un libro. Cuando la luz se encendió de golpe y me
vio allí plantado, casi se muere del susto, menos mal que estaba muy cerca y me dio
tiempo a acallar su grito posando mi mano en su boca y evitando tener que dar
explicaciones a los miembros de seguridad. Algo se encendió entre los dos aquella
noche, aparte de la bombilla, claro. Un escalofrío primero, un golpe de calor
después y un par de miradas cómplices de algo que ya estaba cocinándose en nuestro
interior. Una conexión que se convirtió en secreto, o un secreto que se convirtió
en conexión.

Se lleva el folio a la frente y se da golpes con él.

-¡Joder, joder, joder! -Exhala enfadada y vuelve a poner la vista sobre las letras.
Me imagino todo lo que estará pasando ahora mismo por su cabeza-. Y así es como
empezamos a conocernos y a desearnos, cada noche; con el sabor del café que me
traía, con el aroma de las páginas del libro que le prestaba, con el tacto de
nuestras primeras caricias y a contraluz.

Gira la carta a ver si hay algo más y, al ver que no hay nada, la tira contra el
colchón. Resopla y maldice algo que no entiendo mientras se levanta como un misil y
sale al pequeño balcón.
No me gusta perder su contacto, pero sé que necesita unos minutos para asimilar lo
que acaba de leer.

-Gabriela... -Me acerco por detrás y la abrazo. Es mediodía y el sol le da en la


cara, aun así, está temblando-. Lo siento, no quiero verte así. -Se gira para
mirarme de frente.

-Nicola, dime la verdad. ¿Gabriel te dijo si era mi padre? -Sus ojos, más apagados
que nunca, se pasean de mis labios a mi mirada, en busca de una respuesta que no
puedo darle.

-No, Gabriela. -Mis dedos enredan con un mechón de pelo que le cae por la mejilla y
se lo coloco detrás de la oreja.

-Odio las mentiras, Nicola. Y mi madre, durante todos estos años... -se lamenta y
hunde su cara en mi cuello. La siento pequeña y me duele mucho verla así-.
Prométeme que entre tú y yo nunca habrá mentiras.

-Gabriela, no pienses ahora en eso.

-Nicola, en serio, prométemelo. Prométeme que nunca, jamás, por muy malo que sea lo
que suceda, me vas a engañar. -Enmarco su cara con mis manos y me inclino para
acercar nuestras frentes. Necesito sacarla de este bucle.

-Sin mentiras, mia bella. -Mis labios se posan en los suyos y mi lengua se abre
paso para ahogar todas las voces de mi interior, para digerir las palabras que
acabo de pronunciar, que son más que venenosas. Me revienta incumplir promesas. Y
hay una que ya hice.

Sus manos viajan hasta mi nuca y se entrelazan para aferrarse más a mí, a mi piel,
a mi calor, con premura, como si nuestros cuerpos fundidos fueran los encargados de
firmar esta especie de pacto que acabamos de sellar. Ojalá se dé cuenta de que lo
que siento por ella está por encima de cualquier otra cosa. De un pequeño salto
enrosca sus piernas en mi cintura y retrocedo con ella encima para entrar en la
habitación.

Nos dejamos caer y me pongo de rodillas sobre el colchón, contemplándola. Decir que
está preciosa es limitar mucho su descripción. Mirada oscura, labios sonrosados por
el beso eterno de antes y la piel erizada, reclamándome. Se incorpora un poco para
desnudarme y a mí me lleva muy poco tiempo quitarle la camiseta y las braguitas.
Con las respiraciones empezando a agitarse y sin más traje que nuestra piel, nos
admiramos.

-Eres perfecta.

-No lo soy, Nicola, pero me conformo con que me mires como si lo fuera.

¿Pueden hablar los ojos? Porque los míos ahora mismo le están declarando amor
eterno, le están pidiendo perdón por los fallos cometidos antes de llegar aquí,
incluso por los que no podré evitar en un futuro, uno que no me logro imaginar sin
ella.

-Te miro y me lates, Gabriela. Me vibras donde hace años que no hay sonido y suenas
tan fuerte que estoy acojonado, muerto de miedo. -Cojo su mano y la poso en mi
corazón, ella me besa mientras la acomodo debajo de mi cuerpo, cubriéndola con cada
célula de mi ser.

-Quiero que te quedes, Nicola, quiero que sepas abrazar ese sonido, que me sientas
y que, cuando estés preparado, bailes conmigo.
Mi corazón bombea. Mi estómago vuelca. Mi lengua paladea. Y mi puta cabeza estalla
por los aires cuando escucho cómo pronuncia cada palabra en un intencionado susurro
cerca de mi boca.

-Gabriela, yo... -Y sueno a lamento, a miedo, a no querer cagarla, a muros caídos,


a lo desconocido. Me silencia con un beso, uno profundo, incendiario, que empieza
en mi boca y se pierde en mi cuello. La imito. Beso y lamo cada centímetro de ella.
Su mano consigue colarse entre nuestros cuerpos, por muy difícil que parezca, y
agarra mi erección para pasearla por el vértice de sus piernas.

-No voy a soltarte.

-Gabriela... -Sentir su humedad directamente sobre mi glande, la suavidad de sus


pliegues y la reacción de su cuerpo debajo del mío me excitan de tal manera que
solo puedo volver a blasfemar-. Espera que cojo un condón -digo con desgana porque,
si sigue jugando con ella así, podría correrme sin metérsela.

-Nicola, no hace falta que te pongas un preservativo.

-Estás loca -afirmo con la boca pequeña, porque estoy hirviendo por dentro y se me
puede ir la olla en cualquier momento.

-Estoy tomando la píldora.

-¿Qué? Y ¿por qué me lo dices ahora?

-Porque estaba esperando a que llegara el momento adecuado.

-¿Y es este? ¿Estás segura? Mira que, si te la meto así, no habrá vuelta atrás.

-Hazme el amor, Nicola.

-Mi intención es hacerte mucho más que eso.

-Sorpréndeme.

Le retiro la mano de mi polla y yo mismo la pongo en su abertura, un golpe suave de


cadera es suficiente para que entre sola y me tengo que morder el labio, porque
sentirla así es una bestialidad sensorial. Encojo los dedos de mis pies para
absorber todo el placer y me balanceo despacio, dejando que se habitúe a mí y
disfrutando de mi primera vez sin barreras. Me muevo un poco como para sacarla y
Gabriela me clava las uñas en el trasero, mostrándome su disconformidad.

-Quiero aprender a hacerte el amor, mia bella. Será mi primera vez, así que deberás
tener un poco de paciencia conmigo. Lo haré a ratos suave. -Un balanceo de mi
pelvis más profundo, tanto que arquea la espalda y se separa del colchón cuando me
siente en el final-. Y a ratos más salvaje. -Aumento el ritmo de las embestidas
siguientes para después ralentizarlo sin dejar de mirarla.

Es delicioso sentirla así; estrecha, mojada y entera para mí.

Sus dedos hundiéndose en mi piel son los que al final marcan el ritmo; si aprieta
más, acelero, si deja de hacer presión, disminuyo la velocidad y estimulo su
hinchado clítoris.

-Así, sigue así... -suplica entre gemidos cuando alargo el empellón y me quedo
enterrado entre sus piernas, sintiéndonos.
-Así me corro, Gabriela. Y quiero que lo hagas tú primero, para verte y sentir cómo
me apresas dentro de ti. -Mi voz suena tan ronca que apenas me reconozco y ella
jadea más excitada aún-. Tócate o déjame tocarte.

-No hace falta, sigue así, presionando ahí -me dice y entreabre la boca, gesto que
me pone cardiaco, porque las imágenes de mi polla entre sus labios vuelven a mí.

-Está bien, pero mírame -le pido cuando se empieza a dejar llevar por el placer y
cierra los ojos.

La ventana que da al balcón está abierta y estamos a plena luz del día, pero todo
me da absolutamente igual cuando los gemidos de Gabriela inundan la habitación.
Meto la mano debajo de su nuca y la atraigo hacia mi cuello, entierra su boca en mi
clavícula y sus dientes pellizcan mi piel. La mezcla de dolor y placer me
catapulta. Se corre, fundida conmigo, apretándome la polla con cada músculo de su
interior. Grita mi nombre y me pide que no me detenga. Yo obedezco y bombeo lento.
Dios. Es tan increíble sentirla así que no saldría de ella durante horas. Me
encanta admirarla mientras se corre. Quiero que esta primera vez sin límites se
grabe a fuego en nuestras entrañas. Yo también me voy, irremediablemente. Recibo la
primera sacudida de un orgasmo intenso, que me parte en dos, con la nariz enterrada
en su pelo, absorto, febril. La descarga es tan especial que levito sin levitar.

Y suelto todo lo que llevo dentro.

-Nicola. -Una carcajada espontánea se oye por encima de la retahíla de palabras que
acabo de soltar en italiano-. Si no hablas más despacio, no te entiendo. -Se
revuelve un poco, pero me apoyo sobre los codos sin salir todavía de ella y nos
miramos a los ojos, ahora más expresivos que antes.

-Tranquila, te hago un resumen. Soy todo tuyo.

Capítulo 31

GABRIELA

Nicola da vueltas a la pulsera que luce en su muñeca derecha y cierra los ojos un
instante. Su respiración se vuelve más profunda cuando el comandante anuncia que
despegamos.

-Amore regge senza legge -repito en voz alta. Cualquier palabra en italiano suena
más musical.

El amor no se rige por leyes. Esa podría ser la traducción de la frase que elegí
para decorar la pulsera de cuero que hice ayer con mis propias manos y con la que
Nicola no deja de juguetear ahora mismo. Lo hice con toda la intención del mundo,
porque ni en un millón de años hubiera imaginado que él y yo, diametralmente
opuestos, podríamos llegar hasta aquí.

Nos costó mucho salir de la cama después de haber compartido tanta intimidad, pero
era nuestro último día en ese espectacular lugar y los dos sabíamos que no podíamos
desaprovechar la ocasión de hacer algo más, a pesar de que regalarnos placer
durante unas cuantas horas más hubiera sido suficiente. Así que, después de comer,
decidimos dar un último paseo por el pueblo, tranquilos, como dudo que podamos
hacer a menudo por Manhattan. Sin saber cómo, terminamos en el taller de
marroquinería de Federica, una mujer con un aura especial. Nos mostró la pasión por
su oficio, el arte de sus manos y su ilusión por seguir haciendo lo que más le
gusta. Antes de marcharnos, nos animó a crear nosotros mismos las pulseras que nos
queríamos llevar y, aunque Nicola no estaba muy convencido, solo tuvo que ver mi
cara para saber que, si éramos capaces de hacerlo, el regalo aumentaría mucho su
valor.

-Tú te crees el capo, pero ella tiene todo el poder -le dijo Federica sin atisbo de
duda cuando nos despedimos.

-Lo sé -afirmó él rotundo.

En cuanto el avión coge altura, Nicola abre los ojos y me sujeta la mano.

-A prima vista -pronuncia y acaricia mi pulsera.

Esa frase tan de libro es la que grabó él en la que llevo yo puesta. Me ha


confesado que nunca imaginó que algo así sucediera en la vida real, pero que, en el
mismo instante que puse un pie en la acera de Manhattan, delante de él, un clic
inesperado sonó en su interior.

Después de nuestro paseo, me dejó sola en la habitación y se fue a preparar la cena


junto al chef. Estar invitado en su cocina y empaparse de toda su sabiduría fue la
guinda del pastel para él en este viaje. Me acerqué al comedor a la hora acordada y
me senté con los dueños y otros huéspedes. Él nos sirvió como un profesional y
luego cenó con nosotros. Me ha quedado claro que cocinar es mucho más que su
pasión.

La señal luminosa de los cinturones nos avisa de que ya podemos soltarlos y no


tardo ni un segundo en levantarme de mi asiento y colocarme en su regazo. Le cojo
desprevenido y suelta una carcajada con un sonido tan especial que creo que ya me
estoy haciendo adicta a escucharlo. Espero que, cuando se enfunde el traje de
nuevo, no desaparezca.

-¿Quieren tomar algo? -Nos interrumpe la misma azafata con la que volamos hace una
semana, parece que tiene el don de la oportunidad, porque justo se nos acerca
cuando Nicola empezaba a besarme.

-¿Quieres algo? -me pregunta él. No me ha apartado ni un centímetro de su cuerpo,


aunque sí ha abandonado mi boca. La cara de póker de Melissa es bastante más
llamativa que la nuestra, porque, una vez más, solo nos importa nuestra propia
burbuja.

-Solo agua -respondo y me aferro más a su cuello.

-Yo también -añade él y ella desaparece.

Nos enredamos entre besos y risas un rato más, recordando los mejores momentos del
viaje y eludiendo esa conversación que no hemos querido mantener sobre qué vamos a
hacer con lo que sea que tenemos al llegar a Nueva York. Compartir con él todas las
horas del día ha sido un viaje intergaláctico. Desacelerar ahora para volver a...
¿A qué? ¿A vernos un rato al día? ¿Un par de días a la semana? No sé, quizá
deberíamos aclarar un poco lo que queremos o esperamos a partir de este instante.

Se disculpa conmigo porque tiene que encender su ordenador y comprobar unos temas
pendientes. Yo me coloco de nuevo en mi asiento y me quedo adormilada mientras lo
observo trabajar.

Sus manos rozándome el estómago me despiertan un buen rato después.


-¿Qué pasa? ¿Hay algún problema? -pregunto extrañada, porque me está abrochando el
cinturón otra vez. Me siento recta y abro los ojos del todo.

-No pasa nada, es solo que ya llegamos.

-¿Ya llegamos? Eso es imposible, Nicola, apenas llevamos dos horas de vuelo.

-Es que, antes de volver a cruzar el charco, como tú dices, vamos a hacer una
parada.

La voz del comandante anunciando que en treinta minutos aterrizaremos en el


aeropuerto San Pablo y que la temperatura en Sevilla es de treinta y cinco grados
le vuelve a estropear la sorpresa.

-Fanculo -suelta mientras me llevo las manos a la cara y no paro de chillar.

-¿Cómo? ¿Es en serio? Estás loco, mio capo. -El apodo cariñoso es mi coña con él
desde ayer, porque a Italia no ha traído el palo.

He aprendido que Nicola hace varias cosas en italiano, como, por ejemplo,
enfadarse, eso siempre lo hace en ese idioma. Y, además, ahora sé que lo que tiene
que ver con divertirse y disfrutar también; come, ríe y ama con pasión italiana.
Parece que su lado extremadamente controlador, la organización de su trabajo y el
resto de aspectos que requieren su parte más racional, los hace como un auténtico
yanqui.

Me quiero abalanzar sobre él y comerlo a besos, pero estamos descendiendo y no


quiero que sufra un ictus si me ve desabrocharme. Así que, mientras tomamos tierra,
lo obligo a que me cuente cómo ha decidido parar aquí y cuánto tiempo tenemos,
porque quiero ver a mis amigos y enseñarle un millón de cosas.

-Lo siento, solo podemos quedarnos un día. Mañana tenemos que volver -me responde y
entrelaza sus dedos con los míos en un gesto comprensivo. Sé que me va a saber a
poco, pero también sé que tenemos que regresar.

-Lola se va a volver loca cuando la llame.

-Gabriela, quizá Lola ya se haya vuelto loca. -Boqueo con su afirmación.

Nicola me confiesa que, cuando me escuchó despedirme de ella el otro día con la voz
cargada de nostalgia, me cogió el móvil y la llamó para preparar esta sorpresa. Su
cara de haberlo hecho con la mejor intención me hace gracia.

-Así que hablas con mi amiga a mis espaldas.

-Bueno, más bien habló ella y tuve que hacer un esfuerzo enorme para entenderla.

Me río, porque me puedo imaginar a mi Lolita teniendo una conversación loca con
Nicola, ahora me han entrado muchas más ganas de abrazarla.

Una hora más tarde estamos registrándonos en el hotel Eme Catedral. Estoy tan
nerviosa que no reparo en que Nicola ha reservado una de las mejores habitaciones.
Cuando dejamos las maletas, él sale a la terraza para admirar las increíbles
vistas. Yo me cambio de ropa e intento hablar con Lola o Marcos, sin obtener
respuesta.

-Gabriela, eres una anfitriona pésima -me reclama.


-Voy...

Con el móvil en la mano salgo a su encuentro y, antes de que pueda decir nada, me
estruja entre sus brazos y me besa.

-¡Madre mía, cómo pica el Lorenzo hoy! -suelto cuando nos despegamos, porque aquí
afuera nos da el sol de pleno. Lo he dicho en español y Nicola parpadea un par de
veces hasta que le aclaro la expresión.

-¿Nos vamos? Tendrás que enseñarme todo esto, ¿no? Además, he quedado.

-¿Tú? -Abro mucho los ojos y ladeo la cabeza esperando su respuesta.

-Sí, en la plaza del Salvador en veinte minutos más o menos -deja caer, haciéndose
el interesante.

-¿Con quién? -Se encoje de hombros-. Has quedado con Lola, ¿no?

Nicola coge su cartera y la tarjeta de la habitación mientras sonríe y guarda


silencio. Serán bobos, por eso mis amigos no me dan bola.

Entrelazo mis dedos con los suyos y tiro de él para callejear. Le voy contando
acelerada por dónde vamos caminando y esquivo a la gente con prisa. A él no se le
borra la sonrisa de la cara mientras me observa, aunque, de vez en cuando, me pide
un poco de calma.

Es sábado y la plaza está abarrotada de gente tomando cervezas. Echo un vistazo


rápido a las escaleras y allí, sentados como cualquier otro día, están mis amigos.
Me suelto de Nicola y corro hacia ellos, como si fueran a desaparecer si no los
alcanzo.

-¡Huracán! -chilla Marcos cuando me ve por el rabillo del ojo. Es más rápido que
Lola y se levanta para cogerme al vuelo. Con la emoción, empieza a girar conmigo y
creo que mi vestido se eleva tanto que enseño las bragas a toda la plaza y a
Nicola, que ya está a un metro de mí.

-¡Miarma! -Es el turno de Lola. Sus brazos abiertos, esperando a que Marcos me
suelte para apretarme contra su pecho, me hacen derramar las primeras lágrimas. Te
juro que no quería ponerme así tan pronto.

Mi amigo tiende la mano a Nicola y se saludan educadamente mientras nosotras nos


sorbemos los mocos por la congoja.

-¡Ay, Lolita! ¡Cuánto te he echado de menos!

-¡Con el maromazo que tienes ahí no te creo! -suelta y mira por encima de mi
hombro, repasando a Nicola con descaro.

-¿Qué tal la radiografía? ¿Le has encontrado algo?

-No estoy segura, para eso tendré que tocar. -Me aparta con fingido desdén y se
acerca para darle un par de besos.

Nicola se ríe y le corresponde un poco cortado mientras Marcos se coloca a mi lado


y pasa un brazo por mi espalda, estrechándome contra él.

La conversación que mantiene mi amiga, con algunas palabras en inglés reales y


otras que se inventa, es tan cómica que hasta Marcos se anima a traducírselo a
Nicola entre carcajada y carcajada.
Es Lolita la que se lo lleva a pedir unas cervezas mientras yo me quedo con mi
amigo.

-¡Ay, Gaby! ¡Me alegro tanto de que estés aquí!

-Y yo. Os he echado en falta. Este sol, este ambiente en las calles y las risas,
sobre todo las risas.

-Aun así, pareces feliz. -Nos sentamos en las escaleras.

-Ya sabes que necesito poco para serlo. Y la verdad es que no me desagrada vivir
allí, es todo inmenso y soy como una pulga entre aquellos edificios, pero me gusta.

-¿Y con él? -me pregunta. Su mano viaja hasta un mechón de pelo que me cae por la
mejilla y me lo coloca detrás de la oreja sin apartar sus ojos azules de los míos.

-Conmigo muy bien -contesta Nicola en un español bastante decente y nos acerca las
dos cañas-. Me alegro de que te preocupes por ella, pero no tienes por qué.

Su voz firme es una mezcla de arrogancia y encanto. Elevo las cejas sin remedio
mientras ellos se mantienen la mirada unos segundos.

-¡Venga, vamos a brindar! -Esa es Lola, que es experta en relajar ambientes


cargados.

Entiendo a los dos. A mi amigo, porque siempre se preocupa por mí y porque, además,
sabe que no he vuelto a salir con nadie desde que él y yo lo dejamos.
Probablemente, está sorprendido de la complicidad que tengo con Nicola en solo dos
meses. También comprendo a Nicola, no es solo que está completamente perdido en
esto de las relaciones, sino que está fuera de su ambiente, de su país y de sus
costumbres. Marcos, Lola y yo tenemos un nivel de confianza altísimo, somos
besucones y sobones, y nos queremos muchísimo, aunque a él le pueda parecer
extraño. Supongo que es algo parecido a lo que tiene él con Richard y Adam,
simplemente que ellos son tres tíos y no necesitan tener tanto contacto físico como
nosotros.

-Por quemar este sábado y hacerlo eterno -sentencio y me levanto para chocar mi
vaso con el de todos.

-Amén -responden mis amigos y su sonido se mezcla con el salute de él.

Nos reímos los cuatro y aprovecho la calma para ponerme de puntillas y acercarme a
los labios de Nicola, es un beso suave, cargado de intención. Los vítores de mi
amiga llamándome zorrón llaman la atención de media plaza.

-¿Qué te ha llamado?

-No tiene traducción -miento y es Marcos de nuevo el que se encarga de explicárselo


a Nicola.

-Es una joke, Nicolás -le comenta mi amiga, que ya le acaba de nacionalizar el
nombre. Él arruga el entrecejo sin pillarle el punto. No hay quien pueda con ella.

Dos cañas más caen allí, entre conversaciones serias, queriendo saber todo sobre mi
vida en Manhattan, y otras de cachondeo, contando anécdotas bochornosas de mi época
estudiantil que Nicola disfruta. Me gusta verlo más relajado que hace un rato.

Lo tratamos como un turista recién aterrizado e intentamos enseñarle todo lo que


podemos en este tour intensivo de unas horas.

Comemos en Casa Pepe Hillo, en la calle Adriano, que está en una de las zonas con
más vida de toda la ciudad. Es un restaurante muy típico, con una extensa carta de
vinos y tapas. Nicola tiene tantas ganas de probar cosas nuevas que casi pide todo
lo que ve: gazpacho, boquerones, jamón, ensaladilla rusa, tortillitas de camarones
y hasta estofado de toro de lidia, que jamás ha probado. Él bebe vino, uno que, por
supuesto, ya conocía, y nosotros tinto de verano, que está más fresquito. Le doy a
probar de mi copa y la cara de asco que pone al tragar nos hace descojonarnos.

-Es un crimen mezclar el vino -afirma serio.

-Ay, Nicolás, eres un guiri muy rarito -le increpa mi amiga.

Lola y yo nos vamos al baño después del postre, espero que Marcos y Nicola sepan
mantener una conversación cordial sin nosotras. Mi amiga me acribilla a preguntas
sobre él, sin dejar que me baje ni las bragas.

-Lolita. Te quieres tranquilizar. -Supongo que el alcohol también ayuda a su estado


de exaltación-. No te dejes atrapar por su poder de seducción -añado porque solo le
echa flores.

-¡Qué seducción ni qué tontería, Gaby! Este tío es un puto satisfyer, te dice hola
y ya te estás corriendo.

-¡Por favor, Lolita! Estás como unas maracas.

-Sí, sí, yo como unas maracas y tú como unas castañuelas, mira qué carita. -Me coge
de la barbilla y me gira para que me vea en el espejo.

Me río, porque no me había dado cuenta de que mi cara irradia felicidad.

-Vale, sí. No voy a engañarte, el viaje ha sido increíble y él, cuando no se


esconde, es casi perfecto.

-Es perfecto, sin el casi, al menos por fuera -afirma y niego con la cabeza. Pues
sí que la tiene en el bote en unas horas.

Le pregunto por Fede y me dice que quizá luego se una a nosotros.

Quiero pagar, pero Nicola se ha adelantado y ya nos están esperando en la calle.

Le enseñamos la Real Maestranza por fuera y mi amiga se pone los dedos índices en
la sien a modo de cuernos, emulando al toro, y entonces Marcos empieza a darle unos
pases, como si estuviera toreando, ante la mirada incrédula de Nicola en mitad de
la calle. Aprovecho para ignorar a estos payasos y me centro unos minutos en mi
italiano.

-Gracias por esto. -Poso mis manos en su pecho y lo beso, con ganas, las que se van
acumulando dentro por tenerle aquí conmigo.

Cruzamos para caminar por la orilla del río.

-Si vas a sonreír así, tendré que traerte más a menudo.

Su mano se desplaza hasta mi nuca y me atrae hacia su boca con fuerza. Nuestras
lenguas se enredan deprisa y él marca el ritmo del beso.

-Y perdona a estos dos, son así de tontos, pero los quiero.


-Lola me cae muy bien.

-Nicola... -protesto, porque sé que no menciona a Marcos adrede-. Es mi amigo, solo


se preocupa por mí.

-Creo que más de lo que debería.

Antes de que nos enzarcemos en un debate absurdo, Lola se mete en medio de los dos
y nos separa, arrastrando a Nicola unos pasos, no sé de qué hablan, pero veo cómo
le señala el barrio de Triana que esta justo al otro lado del río.

Empezamos con las copas pronto. Bueno, pronto para cualquiera menos para nosotros,
que estamos acostumbrados a no bajar el ritmo desde el mediodía cuando salimos los
sábados. Las pedimos en uno de los bares que están en el paseo de Colón. A esta
hora, el ambiente es buenísimo; música, gente guapa disfrutando y muy buen rollo
bajo este sol que parece que nunca se esconde. No bebía tanto desde que me marché
de aquí, así que creo que estoy bastante achispada con el primer mojito. Solo
espero que no me dé por llorar, porque el alcohol es un poco traicionero cuando se
tienen los sentimientos a flor de piel y yo, ahora mismo, los tengo así.

Lola me coge de la mano para que me despegue un poco de Nicola y baile con ella, se
mueve con cualquier tema que suena y a mí me encanta verla así, divertida y feliz.
Cuando me da tregua, entre canción y canción, me acerco de nuevo a él. Le pregunto
qué tal lo está pasando y le doy besos furtivos antes de que mi amiga me arrastre
con ella otra vez. Lolita no para de decirle chorradas y él se ríe con sus salidas
de tiesto. Nos observa con la cabeza ladeada, una sonrisa de infarto, el vaso en la
mano y esa postura que parece casual, pero que tiene estudiada. Destila seguridad.
No me pasan desapercibidas las miradas que algunas chicas le dedican, aunque él
solo me está mirando a mí. Bebe whisky, a un ritmo mucho más lento que nosotros,
aunque, por primera vez, entreveo un brillo demasiado especial en sus ojos. Al
final, creo que vamos a ser una mala influencia para él; tan serio, tan
controlador, tan comedido.

Un buen rato después, aparece Fede con sus amigos. Me saluda sin mucho entusiasmo y
tengo la sensación de que mi amiga pierde parte de su magia con su presencia.

-Lolita, ¿estás bien?

-Claro que sí, miarma, contigo aquí estoy de lujo. -Me abraza y puedo sentir cómo
se desploma encima de mi hombro.

-Lola, ya tengo trabajo y una casa enorme. Solo necesitas hacerme una llamada y te
envío un billete para que dejes todo y te vayas conmigo.

-¡Calla, Gaby! Que estoy bien.

-Una llamada -repito.

-¿Una llamada para qué? -pregunta Marcos y se une a nuestro abrazo, hasta ahora
había estado hablando con unos conocidos.

-Para que cruce el charco -afirmo. Lolita se escabulle de nosotros y se va a buscar


a su novio, mi amigo, en cambio, no se despega de mí.

Observo cómo Nicola se da la vuelta en la barra para traerme otro mojito y, al


verme con él, se detiene. Se apoya en el taburete y su gesto cambia, parece que el
palo hace acto de presencia por primera vez.
Cuando empieza a sonar la canción Los Huesos, de Dani Martín y Juanes, dejo a mi
amigo solo y avanzo contoneándome hasta donde está Nicola, sin apartar mi mirada de
la suya. Por el camino esquivo a un par de niñatos que tratan de interceptarme y
llego hasta la barra, desplegando todo mi arte. Le agarro las dos manos y le animo
a que se levante del taburete donde está apoyado. Me pego a su cuerpo, que
permanece inerte, para cantarle la canción entre susurros mientras junto mi pelvis
a su paquete. Sus labios llegan hasta el lóbulo de mi oreja y me da un pequeño
mordisco, provocándome un escalofrío. Sus manos ahora bajan hasta el final de mi
espalda y se anclan con ganas al principio de mi trasero. Un cosquilleo se instala
en mi vientre cuando noto un ligero balanceo de sus pies, siguiendo mi ritmo, es
tan sutil que a la vista de los demás será imperceptible, pero para mí es un
maldito triunfo. Abandono su cuello para mirarlo a los ojos y comprobar que ha
relajado el gesto. Me sonríe al ver que estoy feliz por su reacción. Sin embargo,
dos segundos más tarde, se pellizca el labio con los dientes y se inclina para
susurrarme:

-Buen intento, Gabriela.

Capítulo 32

NICOLA

La sonrisa de mamón que tiene Adam mientras espera a que descendamos las escaleras
del avión es épica. No sé si ignorarlo o unirme a él. Aunque me joda reconocerlo,
estar con Gabriela estos días era justo lo que necesita para reordenarme. Si decidí
ir fue, precisamente, por la insistencia de mis amigos, así que, ahora, tendré que
soportar sus te lo dijimos hasta que se cansen de meterse conmigo, cosa poco
probable.

-¡Parejita! -El capullo no hace amago de venir a ayudarnos con las maletas.

-¡Traidor! -espeta Gabriela.

Adam junta las manos en señal de disculpa y ella se hace la indignada. Los dos
sabíamos que la encerrona para subirla al avión iba a traer cola.

-¿También quieres que conduzca yo? -pregunto con sorna, a ver si se da por aludido
y nos echa una mano.

-No, que tú ya has conducido bastante, amigo. Por cierto, el Audi hace un ruido
raro.

-Buen intento. -Se acerca a darme un abrazo-. Quita y ayúdame con esto, anda. -Me
zafo de él.

Se mueve para abrir el maletero y, cuando estamos guardando las maletas, Gabriela,
en un movimiento rápido, se sienta en el asiento del copiloto.

-¿Esto es todo? -me pregunta Adam.

-Sí, las cajas las llevan luego al apartamento, tranquilo.

-Joder, baby, ¿tan mal se ha portado míster palo para que no te quieres sentar con
él?
-Solo regular... -responde ella y se abrocha el cinturón antes de dedicarme una
mirada de soslayo a través del espejo.

-Ay, Gabriela...

Es verdad que durante la última hora hemos estado intercambiando opiniones.


Diferentes opiniones, pero no creo que haya sido para tanto.

-Déjame a mí en casa primero -le pide a Adam.

-¿En serio, Nicola? -me pregunta mi amigo resoplando-. ¿Cuándo pensabas decírselo?

-¿Decirme el qué?

-He mandado llevar el resto de tu ropa a NoLIta para que te quedes conmigo.

-¿En serio, Nicola? -repite ella la misma pregunta que Adam, pero con peor
entonación-. ¿En qué momento pensabas preguntarme si quería ir? Sigues sin entender
nada.

-Gabriela... -Me echo hacia adelante y meto la cabeza entre los dos asientos, me
siento como un niño pidiéndole permiso a sus padres, esto es ridículo-. Quería
decírtelo durante el vuelo, pero me he quedado dormido y cuando me he despertado...

-Sí, cuando te has despertado has preferido decir tonterías sobre mi amigo -se
queja-. Alucino contigo.

-Perdona si no he sabido llevar mejor la resaca que tengo por vuestra culpa.

-¡No jodas, mozzarella! No me puedo creer que te hayan tumbado los españoles -
interviene Adam y no puede contener la risa.

-¡Cállate! -grazno y me dejo caer de nuevo contra el respaldo.

La parada en Sevilla fue bien y mal, al menos para mí. Me gustó ver a Gabriela en
su ambiente, conocer a Lola; a Marcos, no tanto. Me encantó que me enseñara su
ciudad, sus costumbres, en definitiva, me hizo ilusión haberla sorprendido y verla
así de relajada y feliz. Lo que no me agradó tanto fue estar toda la noche de
fiesta, beber como en mi primer año de universidad, siguiendo su ritmo -demasiado
alto-, y no poder irme al hotel con ella cuando no me apetecía nada más. Comprobar
que su ex está deseando que regrese a España para retomar lo que tuvieron donde lo
dejaron me cabreó bastante más. A ella le vende la moto de que son buenos amigos,
de los de toda la vida, sin embargo, a mí, después de la cuarta copa, me dejó muy
claro que ella es una chica sencilla, que no se va a dejar deslumbrar ni por el
dinero, ni por el poder, ni por las falsas luces de Manhattan y que regresará a su
vida real, al barrio y a él.

-Gaby no sueña grande -me dijo, y tuve reprimir las ganas de decirle un par de
cositas al respecto.

Me parece patético que la conozca tan poco después de tantos años. Gabriela no se
ha permitido soñar, ni grande ni pequeño, porque nunca se ha parado a pensar en
ella, pero tiene la increíble capacidad de soñar gigante si le da la gana y,
mientras yo esté a su lado, nadie va a decir ni a pensar lo contrario. Por eso,
cuando me he despertado al final del vuelo, y me ha preguntado por sus amigos, he
expuesto, de manera objetiva, que no trago a Marcos porque me parece un falso y de
ahí viene este pequeño mosqueo.
Al final, terminamos la noche más perjudicados de lo esperado, sobre todo yo.
Todavía no me explico cómo un cuerpo tan menudo como el de ella tolera tan bien el
alcohol. Regresamos al hotel cuando amanecía, con el tiempo justo para darnos una
ducha y coger nuestras maletas. Antes de irnos al aeropuerto, hemos pasado por el
trastero de su amigo a por las tres cajas que contienen toda su vida. Nos
despedimos de Lola y de él y, sin apenas darnos cuenta, estábamos sentados en el
avión, cogidos de la mano, preparados para despegar y a punto de tener una de las
conversaciones más importantes de toda mi vida.

Claro que quería decírselo, sabía que era una charla que, por algún motivo,
habíamos dejado en el aire. ¿Miedo? ¿Dudas? Puede. Quizá, por eso, mandé a Adam
llevar sus cosas a mi casa sin preguntarle.

Nosotros. Nosotros juntos. Nosotros en un escenario diferente, pero siendo los


mismos que han empezado ese algo inclasificable a miles de millas de aquí. Dos
personas que necesitan seguir conociéndose, tocándose y abrazándose. No puedo
prescindir ahora de esa intimidad a la que me he hecho adicto.

El resto del trayecto hasta mi casa lo hago en silencio, sé que la he cagado, así
que será mejor esperar a estar a solas con ella para intentar explicarme. Ella y
Adam van hablando de sus rollos; la última canción que ha descubierto mi amigo, un
sitio nuevo en Brooklyn del que habló Sam hace semanas y de la entrega de los
papeles a Marcia.

Es casi de noche cuando entramos por la puerta, afortunadamente, los dos.

-¿Qué se supone que hago aquí, Nicola?

-Gabriela, por favor. Puedes pasar y sentarte.

-Estoy bien de pie.

-Basta. -Me acerco a ella, que no ha pasado de la entrada, y tiro de su mano para
que avance hasta el sofá-. Lo siento, ¿vale? Siento no habértelo dicho, pero es que
no quiero estar lejos de ti ahora. -Envuelvo su cara con mis manos y su mirada se
queda fija en la mía. Intento leer su pensamiento, pero me lo pone muy difícil.

-Nicola. -Parece que va a ceder, pero no-. Has estado evitando hablar de esto -nos
señala- todo el viaje. No tengo ni idea de por qué, así que me he imaginado muchas
teorías y no todas buenas, aun así, no puedes decidir por los dos sin haberme
consultado antes, ¿lo entiendes?

-¿No quieres estar conmigo? -pregunto acojonado.

-De verdad, ¿tan perdido estás? ¿Crees que no quiero estar contigo? Después de los
días que hemos pasado juntos, de nuestras conversaciones, de las sensaciones que
provocas en mí...

-Entonces, ¿cuál es el problema?

-Que somos dos. Tú y yo. Las decisiones tenemos que tomarlas para ti y para mí, a
cuatro manos. Sé que estás habituado a ser el único que decide en tu vida, pero una
relación no tiene que ser o todo o nada, Nicola, tienes que entender eso.

-Yo quiero todo contigo -afirmo, y mi voz sale tan profunda desde mi garganta que
espero que se disipen todas sus dudas.

-Y no lo conseguirás si me dejas fuera de lo que nos incumbe a los dos.


-No puedo separarme de ti ahora, Gabriela. Odio distraerme, sin embargo, por alguna
bendita razón, sé que solo quiero perderme contigo. Perdóname, no sé hacerlo mejor.

-Pues tienes que aprender, Nicola.

-Está bien. Pues enséñame, mia bella, pero aquí, compartiendo tiempo y espacio
conmigo. Escúchame. Mi casa es tuya. Déjame ser hogar para ti. Déjame disfrutar de
tus mañanas y de tus noches, de tu olor a coco, de tus besos furtivos, de tu sabor
dulce, de tu verborrea incontenible, de las cosquillas que provoca tu pelo sobre mi
pecho cuando me abrazas, del sonido de tus pies descalzos, de tu sonrisa y de la
increíble sensación que experimento cuando me hundo en ti. Déjame construir una
vida contigo. Soy tuyo, Gabriela, ya te lo he dicho. Soy todo esto que ves y soy
para ti.

-Nicola...

-¿Lo entiendes ahora? ¿Entiendes por qué me moría de miedo? ¿Por qué no he sido
capaz de decirte nada de esto antes de llegar a casa? Porque nadie ha entrado aquí.
Nadie. -Me llevo la mano al pecho-. Y, de repente, llegas tú, con tu intensidad, tu
frescura, tu amor incondicional, tu juventud, tu fuerza y, en dos meses, me
traspasas. Es la primera vez que estoy asustado. Entiende que me acojona ser
consciente de que no tengo ni puta idea de gestionar todo lo que produces en mí,
Gabriela.

-Tendremos que aprender juntos entonces -afirma y disimula una preciosa sonrisa.

Ella me habita, ocupando ese hueco que estaba desierto hasta que llegó, y no me
refiero a los metros cuadrados de esta casa, sino a los centímetros del músculo que
marca ahora mis latidos.

Solo espero que todo lo que se expande a nuestro alrededor cuando estamos juntos no
termine vacío.

Capítulo 33

GABRIELA

Sumerjo la cabeza en el agua tibia de la bañera y aguanto la respiración cinco


segundos, necesito desconectar un instante del día, que ha sido bastante caótico.
He salido del centro con tantas ganas de llegar a casa que he caído en la tentación
y he llamado a Adam para que me recogiera y me trajera a NoLIta.

Llevo casi tres semanas viviendo aquí con Nicola. Lo sé, es bastante loco todo. Y
precipitado, eso también. Sin embargo, con él todo es así, intenso e inesperado. Me
estoy acostumbrando a que a su lado la vida fluya. No voy a engañarte, estoy feliz
y creo que él también, así que eso es lo único que importa. Me gusta este
apartamento y me siento a gusto compartiendo espacio con él. Encajamos y debatimos,
mucho, nos gusta decirlo así, mejor que emplear el término discutir, porque,
realmente, tenemos puntos de vista diferentes sobre muchos temas. No he puesto
condiciones para quedarme con él, porque las relaciones no son contratos, no se
trata de ver quién cede qué parcela, ni quién presiona más al otro para que ceda.
Sin embargo, sí que he sido tajante respecto a mi independencia y me muevo sola por
la ciudad, sin el control constante de él o de su amiguito. Su obsesión con la
seguridad va en aumento y no acabo de entenderlo, aun así, voy y vengo sola; a la
academia, a la fundación y hasta al centro social del Bronx (haciendo malabares con
el transporte público). Excepto hoy, que le pedí a Adam que fuera a buscarme.

Me incorporo para volver a respirar y, antes de abrir los ojos, ya noto su


presencia. Su mano es la encargada de apartarme los restos de jabón de la cara.

-La cena ya está lista.

-Aha. -Me muerdo el labio con premeditación-. Yo también estoy lista -susurro
bajito-. ¿Y tú?

Tiro de su camiseta sin que se lo espere y termina resbalando sobre mí y


empapándose.

-Gabriela... -protesta con una sonrisa pícara en la boca y saca el móvil del
bolsillo del pantalón de su pijama antes de que se moje más-. No me líes, que
podemos acabar muy mal.

-O muy bien...

-Venga, que te vas a quedar helada. -Me ofrece su mano para que salga. Lástima, no
ha caído en la tentación. Coge una toalla y me envuelve con ella. Me estrecha entre
sus brazos y me seca.

-Me encantan esos cuadros. -Paseo la mirada por las imágenes que lucen en la pared
del fondo, detrás de él.

-Me los regaló mi cuñado. No sé cómo los consiguió. Vega, mi asesora de arte, lo
había intentado por medio mundo y era prácticamente imposible.

-¿Te gusta el arte?

-Sí, me gusta mucho, aunque no todo. -Me acerca una toalla pequeña para el pelo,
que está goteando, y se quita su camiseta mojada.

Agacho la cabeza y me envuelvo la melena como en un turbante. Cuando me pongo


recta, ya no está frente a mí, sino colocado a mi espalda. Dejo caer la toalla que
cubre mi cuerpo y siento su piel sobre mi piel.

-Yo no tengo ni idea de arte.

-Bailar se considera un arte también.

-Lo sé, pero es distinto, más efímero, más dinámico, no se queda plasmado así. -
Siento un beso húmedo sobre mi hombro-. Esas imágenes son muy sensuales.

-Son shungas. La traducción es: imágenes de primavera -me susurra en el oído y yo


no puedo apartar la vista de las escenas que representan mientras nos empezamos a
encender-. Primavera es la metáfora del acto sexual. Pertenecen al periodo Edo y,
en el siglo XIX, cuando Japón se abrió al mundo occidental, las consideraron
inapropiadas y el Gobierno confiscó muchísimas.

Sus dedos se pasean por mis pechos antes de empezar a descender. Mi estómago, el
piercing de mi ombligo, mi vientre, hasta que se detienen encima de mi pubis. Su
voz, sus caricias, su aliento susurrado en mi oído, esa pausa que hace entre
palabras y el suave balanceo de su pelvis sobre mi trasero son una fuente
inagotable de calor.

-Sigue... -suplico cuando su mano desciende un par de centímetros y se acomoda


entre mis pliegues.

-¿Te gusta la clase de arte? -me pregunta antes de darme un pequeño mordisco en el
cuello, provocador.

-Me gusta el profesor, sus manos, su voz...

El sonido de su móvil. El maldito sonido de su móvil rompe la conexión.

Mierda.

Nicola se separa de mí y siento frío.

-Es Richard, tengo que cogerlo.

Sale del baño con el teléfono en la oreja. Me agarro al borde del lavabo,
tragándome las ganas, mientras me observo en el espejo.

Esas mejillas dicen mucho de ti, Gabriela.

Me pongo el pijama y me seco el pelo. Nicola no ha vuelto a aparecer, así que


deduzco que sigue hablando con su amigo. Cuando termino, voy descalza hasta la
cocina. Me encanta sentir la madera bajo mis pies, y ahí está, trasteando con la
sartén en el fuego. Lo miro extrañada porque se ha quitado el pantalón del pijama y
se ha puesto un vaquero y un jersey.

-¿Te vas?

-Sí. Cenamos y me marcho.

Elevo una ceja, esperando a que sea un poco más explícito, pero me canso enseguida,
porque empieza a servir la cena en dos platos sin intención de añadir nada más.

-¿Vas a contármelo? Porque hace unos minutos estabas mucho más hablador.

-Sí, perdona. -Se toquetea el muslo con los dedos, ese gesto suyo que indica que
está nervioso y casi puedo escuchar los engranajes de su cabeza-. Se ha muerto
Michael Cox, el abuelo de Tiffany. Richard me recogerá en media hora.

-Nicola, eso significa que...

-Eso significa que la justicia divina es más rápida que la terrenal, pero no voy a
dejar que su apellido y su legado queden limpios con su muerte. -Me interrumpe sin
que termine la frase.

Me duele verlo así. Destilando dolor. Sé cuál es su motivación y lo entiendo, ha


dedicado muchísimos años a preparar y planear todo. Es lógico que se frustre si no
logra su objetivo. Sin embargo, me da pena que haya perdido la oportunidad de ir
cerrando la herida por el camino, se ha olvidado de él y de buscar su felicidad,
sin alejarse del rencor.

-Tendré que mandar un mensaje a Tiffany o llamarla, ¿no? Al fin y al cabo, sigue
siendo la presidenta de la Fundación Coté.

-No hace falta, mañana harán un funeral en la catedral de San Patricio. Si quieres,
puedes venir conmigo y así la ves allí.

-Está bien. -Me levanto y recorro los tres pasos que me separan de él para
abrazarlo.
-Gabriela. -Me aprieta contra su cuerpo, aunque sé de sobra que ahora su mente está
en otro sitio-. La cena se queda fría.

-Vale, chef.

Desde que regresamos, me ha malacostumbrado a sus suculentos platos. Hoy tenemos


pollo con champiñones y una salsa de vino que está buenísima. Cenamos en un
silencio de los que no me gustan, no obstante, lo respeto. Durante estos días,
también me he dado cuenta de que él los necesita de vez en cuando.

Antes de marcharse por la puerta, me da un beso lánguido y me dice que no lo espere


despierta, pero que no apague mi teléfono.

Me tumbo en el sofá y enredo con el mando a distancia un rato, no tardo ni media


hora en quedarme dormida.

* * *

La catedral de San Patricio es igual de impresionante por dentro que por fuera y,
además, verla abarrotada abruma más.

No sé a qué hora llegó Nicola anoche, pero se ha despertado cansado e irritado. Lo


único que te puedo decir es que me llevó del sofá a la cama, porque he amanecido
abrazada a él.

Observo a todos los asistentes. Mucho trajeado, señoras vestidas de negro y caras
largas. Tiffany y su madre en el primer banco, justo delante de nosotros. Sam está
a mi lado, y menos mal que ella se ha agarrado a mi brazo en cuanto hemos salido
del coche, porque Nicola se ha alejado para saludar a unos y a otros y estaba un
poco desubicada. No sé, cuando se comporta así me hace dudar. Pensé que quería que
lo acompañara, para eso me lo propuso ayer, ¿no? A ver, no necesito que ponga un
anuncio en el New York Times comunicando que estamos juntos, sin embargo, se
equivoca si piensa que voy a mostrar dos caras distintas por estar con él. Soy la
misma dentro de su apartamento y dentro de esta catedral. Si estamos juntos, no
quiero esconderme de nadie.

El obispo se enrolla en exceso y me parece percibir un suspiro generalizado cuando


termina. No me gustan los funerales, aunque no conozca al muerto, como en este
caso. Al menos, en este país, se preocupan de hablar del difunto, de su vida y
milagros, aunque sea adulándolo, pero en el mío es todo mucho más impersonal, tanto
que cualquiera podría soltar esa letanía de memoria.

Nicola intercepta a Tiffany y a su madre cuando salen por el lateral y les da el


pésame de nuevo. Amber asiente con la cabeza y su hija se abraza a él y solloza
unos segundos colgada de su cuello.

-Primero papá y ahora el abuelo. Es horrible, Nick. -Se lamenta y se retira cuando
me ve.

-Lo siento mucho, Tiffany. Si necesitas hablar con alguien, aquí estoy.

-No, gracias -me responde seca-. Todavía me parece increíble que sigas aquí.

Medio sonrío como respuesta, porque no me conoce si piensa que me hiere con sus
palabras. Es absurdo seguir intentando acercarme a ella. Gabriel lo decía en su
última carta, es difícil que cambie a estas alturas, y yo solo estoy siendo
educada, es raro que hayamos ido a los mismos colegios, ¿verdad? Una idea se cruza
en mi mente, sin embargo, igual de rápido que se cuela, la desecho. Hasta que no
tenga una confirmación, no voy a adelantarme a los acontecimientos.

Nicola me mira a los ojos y, por primera vez, siento que me lee a la perfección,
sin tener que pronunciar ni una sola palabra. Alarga su mano y sujeta la mía,
entrelazamos los dedos ante la mirada de estupor de Tiffany.

-¿De verdad, Nick? No hay mujeres en esta ciudad que te lías con ella -escupe con
desprecio y después se dirige a mí-. Ya veo que has venido a adueñarte de todo,
¿no, Gaby?

-Tiffany, no tienes ni idea de lo que estás hablando.

-A mí me parece que sí. Uno de los solteros más codiciados de Manhattan de la mano
de una pobre muerta de hambre. Me encantará ver cómo se lo explicas a los
periodistas cuando te asedien ahora.

-Tiffany, no te voy a consentir que...

-Ya veo que el bailarín era poco para ti. -Ella sigue intentado degradarme-. Has
preferido fijarte en un objetivo fuera de tu alcance -añade de manera despectiva.

-Al bailarín ni te acerques -le advierto.

A mí no puede ofenderme con su palabrería, pero me consta que, desde que vio a
Óscar en el cumpleaños de Nicola, ha coincidido con él alguna noche más en ese
mismo club y se ha puesto un poco pesada. Ahora ya dudo de si lo ha hecho porque
pensaba que salía conmigo o por un simple capricho.

-¿Me estás amenazando?

-No, Tifanita. -Me sale del alma usar el apelativo despectivo que usaban sus
compañeras de clase-. No es el momento ni el lugar, pero más pronto que tarde,
tendremos una conversación, y no te quedará más remedio que enfrentarte a la
realidad y salir de tu cuento.

Mi actitud desafiante la enerva y sus ojos destilan ira. Por suerte, Sam y otro
miembro de la fundación se acercan a ella mientras Nicola y yo aprovechamos para
enfilar el pasillo y largarnos de aquí.

Antes de salir, me fijo en que la entrada todavía está atestada de gente. No sé por
qué ahora me agobia la multitud. Me quedo quieta un segundo, sin ser capaz de mover
mis pies. Nicola lo nota y me aprieta los dedos de la mano, infundiéndome valor.

-Nicola, esto está lleno. -Me cubro la cara cuando me empiezan a molestar los
flashes de los fotógrafos.

-Mírame. -Nicola junta nuestras frentes y todo lo que nos rodea desaparece-. Nunca
dejes de aferrarte a lo que te hace diferente, mia bella -sentencia y me cobija
entre sus brazos para llevarme así hasta el coche.

Capítulo 34
NICOLA

La casa de los Deluca se ha llenado, como de costumbre. Mi amigo cumple treinta y


cinco años y sus padres han organizado una reunión gigante de familia y amigos.

Gabriela y yo hemos llegado hace media hora y Emilia, la madre de Richard, todavía
no ha parado de presentársela a todos los invitados, haciendo gala de su particular
familiaridad. La ha cogido del brazo y se han alejado de mí. Ella, en vez de
ponerse nerviosa o huir, está luciendo una sonrisa preciosa y picando de cada plato
que le acercan, porque otra característica que define a la familia de Richard es
que nadie puede estar en su casa sin comer y sin beber.

-¡Felicidades, capullo! ¡Bienvenido al club! -Abrazo a mi amigo y le palmeo la


espalda con fuerza, antes de que pueda zafarse le doy dos besos.

-Gracias, hermano.

-¡Eh! ¿Por qué siempre me apartáis de vuestros toqueteos? Yo también quiero un poco
de cariño. -Los brazos de Adam, que son larguísimos, nos envuelven a los dos y nos
inmovilizan, su altura le permite darnos un beso en la coronilla antes de
soltarnos.

-Joder, irlandés. Estás muy desesperado. ¿Cuánto hace que no mojas? -le pregunto.

-Mucho más que vosotros, cabrones.

Elevo una ceja, sorprendido, no tengo constancia de que el cumpleañero tenga nada
por ahí fijo. Adam me señala con la cabeza hacia la derecha y veo a Bárbara hablar
con un grupo de chicas.

-¿En serio? ¿Y por qué coño no me lo has contado?

-Porque solo fue una vez y fue un error -afirma Richard demasiado pensativo.

-Mira, otro gilipollas como tú, mozzarella -rebate Adam y, como es rápido de
reflejos, choca nuestros botellines con el suyo antes de que le pegue una colleja.

-Hay que disolver ese grupo o no saldremos vivos de aquí -anuncio y mis amigos se
descojonan.

Gabriela, mi hermana, Bárbara, la hermana de Richard y Daniela, su prima, a la que


no veía hace años, están conversando cerca de la mesa.

-Pues, como mi prima empiece a hablar de ti y de lo bonito que fue desvirgarte,


date por jodido -me vacila Richard.

Sí, ella fue mi primera vez y, como esas cosas se terminan sabiendo, todos los
Deluca no dejan de recordármelo.

-No le digas eso, no ves que está perdiendo el color -apunta Adam y los dos se
parten el culo.

-Sois muy tontos.

-¿De qué os reís tanto? -nos pregunta mi sobrina que se acaba de agarrar a mi
pierna y tira de mi pantalón.
-De tu tío -responden mis amigos y cojo a Helena en brazos para ir a por las
chicas.

Mi hermana y Gabriela nos ven acercarnos y dejan el corrillo para venir a nuestro
encuentro.

-¿Qué tal todo? ¿Estás bien? -Rozo la mejilla de Gabriela con mi dedo y ella me
guiña un ojo.

-Eres insoportable, hermano. Claro que está bien, ¿no la ves? No seas agonías. -Es
Fiona la que contesta y la miro mal.

-No te he preguntado a ti.

-Estoy bien, los Deluca son muy cariñosos. No tienes de qué preocuparte.

-Zio, quiero una Coca-Cola.

-No, Helena, ya sabes que no puedes beberla por la tarde, que luego estás como una
moto.

-Claro que sí, Helena. Vamos a buscar una, que tu madre es una agonías. -Qué bien
sienta devolvérsela.

Agarro la mano de Gabriela y tiro de ella dejando a mi hermana con cara de querer
matarme. Mi sobrina se parte de risa en mi brazo y Gabriela pone los ojos en
blanco, pero nos acompaña.

Con el refresco en la mano, Helena sale corriendo detrás de otro niño a ver si lo
pilla. Sin dejar que nadie nos interrumpa otra vez, enmarco la cara de Gabriela con
mis manos y la beso con necesidad. Al principio, ella se queda bloqueada con mi
ataque improvisado, sin embargo, me corresponde en el mismo instante en que me
adentro en su boca.

Aterrizamos en la fiesta de nuevo, porque seguimos rodeados. Cuando nos separamos,


nuestras sonrisas hablan por sí solas. No voy a darle la razón a mi hermana, antes
me corto la lengua, aunque es verdad que estaba nervioso por traerla aquí. Ellos
son, junto a Fiona, mi familia, y jamás les he presentado a nadie hasta hoy. No sé,
ha sido como terminar de abrirme con ella.

Volvemos con mis amigos, a los que ya se ha unido Bárbara, y brindamos por el
cumpleañero antes de que saquen una tarta enorme y la coloquen en el centro de una
mesa larga para que sople las velas.

-Esa tarta es gigante. Si pides un deseo de ahí puede salirte un pibón -suelta
Adam. No me pasa desaparecida la mirada que se dedican Richard y su compañera.
Vaya, viéndolos ahora, no me queda nada claro que lo que tuvieron fuera un error.

Si lo hubiera compartido conmigo, le podía haber hablado de mi propia experiencia.


Yo también fui un iluso intentado creerme que Gabriela era un error. Y enseguida
tuve que reconocer que solo era una ridícula forma de negarme lo evidente, que me
volvía loco no estar con ella.

Un rato después, llegan la canción, las velas, el deseo y un brindis pidiendo mucha
salud para todos, acompañado de algún recuerdo de su infancia que le saca los
colores, para terminar con los regalos.

Adam y yo le entregamos una tarjeta que vale por un salto en paracaídas, lo peor no
es eso, porque Richard quiere hacerlo desde hace tiempo, sino que el irlandés ha
decidido que, en honor a nuestra amistad, deberíamos saltar los tres juntos, así
que me han metido en ese embolado que jamás me habría planteado.

-¿Los tres? -pregunta el cumpleañero-. ¡Joder, qué bonito! -Se abalanza sobre
nosotros y terminamos abrazados y muertos de risa, o de miedo, que también puede
ser.

Empieza a caer la noche en el patio trasero de los Deluca, donde tantas tardes nos
cogió la noche jugando, y es Renzo el que enciende unas bombillas de colores para
iluminar las conversaciones de los invitados que quedamos; los más mayores se han
marchado hace rato. Cham acaba de llegar para recoger a mi hermana y a mi sobrina,
pero antes de que se vayan, lo obligamos a tomarse unas birras con nosotros.

Adam trama algo con Helena, que ahora se ha sentado en su regazo y conecta su móvil
al altavoz para que suene Blinding Lights, en una nueva versión de The Weeknd con
Rosalía. Mi sobrina se levanta de un salto y coge de la mano a mi amigo y a
Gabriela para que bailen con ella. Bárbara y la hermana de Richard también se unen
a ellos.

-Ya les ha engañado -me informa mi hermana y alucino al ver cómo hacen una
coreografía todos igual, como si la hubieran ensayado.

-¿Qué me he perdido?

-Se ha hecho viral en todas las redes, cuñado. No sé en qué mundo vives -me
responde Cham.

Gabriela sonríe y se mueve sin apartar la vista de mí, que la observo entre
sorprendido y embobado. Me encanta ver cómo baila, es como percibir su verdadera
esencia, su auténtico yo. Sus pies, sus piernas, sus manos, cada curva de su cuerpo
en movimiento. Es bastante hipnotizador contemplarla. Con un leve gesto de cabeza,
me anima a que me una a ellos, pero ni de coña. Sabe que no bailo, y menos algo tan
preparado y con público. Niego con la cabeza y le guiño un ojo. Cuando terminan se
vienen arriba con los aplausos y se tiran un minuto haciendo reverencias como
agradecimiento. Helena está superexcitada y no para de pedir más canciones a mi
amigo.

-Te la vas a llevar a dormir a NoLIta, por listo -me amenaza Fiona.

-¿Qué ha pasado? -pregunta Cham.

-Que mi hermanito le ha dado Coca-Cola.

-Perfecto, cómo se nota que no tiene niños -contraataca él-. Pues me parecería lo
justo.

Gabriela se acerca a por su botellín y la agarro de la cintura, sentándola en mi


regazo.

-Lo siento, tengo otra niña a la que atender -afirmo con la voz más ronca de lo que
pretendía. Como sé que están todos con la pulla en la punta de la lengua, la cojo
de la nuca para atraerla hasta mí y le doy un beso que los deja cortados.

-¡Puaj, qué asco! Zio, ¿por qué le metes la lengua a Gaby?

-Porque también ha tomado Coca-Cola -dice la graciosa de mi hermana.

-Yo entonces no vuelvo a tomar más -sentencia mi sobrina.


-Será mejor que nos vayamos. Creo que esta fiesta empieza a ser para mayores de
edad.

Mi respuesta a mi cuñado es una peineta que mi sobrina no ve, porque mi hermana


está muy rápida y le tapa los ojos a tiempo, que si no...

Se despiden de todos y Helena le suplica a Gabriela que vaya una tarde a su casa y
le enseñe más coreografías. Ella la coge en brazos para darle un beso y le promete
que, en cuanto prepare una chula, irá a verla.

El resto de invitados también se van y quedamos los de siempre. Bárbara y Gabriela


aprovechan para ir al baño y Renzo me tiende otra Nastro Azzurro y se sienta a mi
lado.

-¿Qué vas a hacer con Cox? -me pregunta.

Adam y Richard nos acercan el último plato de salami y se sientan con nosotros.

-Seguir con el plan -respondo-. Su hija lleva al frente de la empresa los últimos
años. Ya intentó jugársela a Gabriel y es la misma mala hierba que su padre.

-Lo sé, pero está Tiffany también -afirma Renzo.

Ladeo la cabeza porque sé lo que intenta decirme. Gabriel no denunció a Cox


precisamente por Tif, pero yo llevo demasiado tiempo detrás de ellos. Es muy
difícil que no termine salpicándola, sin embargo, no me voy a quedar de brazos
cruzados después de haber llegado hasta aquí.

-Anderson no va a salir de la cárcel, la Fiscalía tiene material suficiente para


que le caigan unos cuantos años y sus ordenadores están dándonos muchísima
información, pero ni de lejos hemos podido dar con todo lo que esconden -nos
comenta Richard.

-Pues nada, tendréis que hacer caer a Cox y cerrar la investigación de una vez -
añade Renzo.

-A no ser que quieras cerrarla antes. -Ese es Adam que, después de soltar su frase,
me escruta con la mirada. Sé por dónde va, porque justo en ese momento Gabriela
llega hasta nosotros junto a Bárbara.

La llegada de Gabriela a mi vida me ha partido en dos y ha volado por los aires mis
bases. Me he olvidado de lo de cero distracciones y de no poner el corazón en nada
de lo que hago. Sin embargo, cada vez que estoy a su lado y la toco, la siento, la
oigo reír y respirar, estoy más convencido de que alguien, desde no sé dónde, ha
movido medio universo para ponerla enfrente de mí y esa señal no puedo ignorarla.

-Richard, ¿puedes venir un momento? -Su compañera lo reclama y se alejan unos pasos
de nosotros para enseñarle algo en su móvil.

Nosotros cambiamos de tema, pero en cuanto mi amigo se da la vuelta y viene hacia


mí, acelerado, sé que algo no va bien.

-¿Has visto esto? -Me lanza el móvil de Bárbara contra el pecho.

Resoplo mientras observo la foto. Es la portada de una revista y el titular dice:

«Nick Costas deja de ser uno de los solteros más codiciados de Manhattan y se deja
ver con una desconocida en la puerta de Sant Patrick. ¿Quién será la afortunada que
ha cazado al empresario?».
-¡Merda! -me lamento.

-No es el único medio que se hace eco. Salís en bastantes más -me informa Bárbara.

-A ver... -Gabriela me quita el móvil y echa un vistazo. Un segundo después me


mira, sin entender mucho dónde está el problema.

-Me cago en la puta -blasfema Adam cuando le pasa el teléfono y nos ve.

-Te lo advertí, pero no me haces ni puto caso, nunca. ¿Qué parte de mantener un
perfil bajo no entendiste, Nicola? -me pregunta Richard alzando la voz.

-Richard -le advierto para que no diga nada más delante de Gabriela-. Ahora no.

Capítulo 35

GABRIELA

Estoy sentada encima de la alfombra de mi apartamento, contemplando las tres cajas


que recogen toda una vida, la mía. Sé lo que contienen, no es nada nuevo para mí,
sin embargo, no he sido capaz de abrirlas todavía porque tengo la sensación de que,
si lo hago, estaré destapando una parte que aún duele. Es como cuando guardas un
tesoro muy valioso que no siempre te apetece desenterrar.

Acabo de llegar hace unos minutos, al final he venido caminando desde el estudio y,
aunque ya es de noche y estoy algo cansada después de mi última clase, necesitaba
callejear un rato para despejarme antes de llegar aquí. Hoy me he librado del
escolta, milagrosamente. Adam ha pillado un atasco gordo y me ha dicho que no
llegaba a tiempo a recogerme, pero he preferido no esperarlo. Desde que estuvimos
en el cumpleaños de Richard la semana pasada, ya no me muevo con la misma libertad
que antes. No paro de quejarme, pero Nicola no cede. No quiere entrar en detalles y
me exaspera que evite el tema. Según él, me ha contado todo lo que sabe, pero es
más que evidente que omite mucha información. Se ha obsesionado de nuevo con la
seguridad, sobre todo con la mía, y la mayoría de los días son Adam o él los que se
encargan de llevarme y traerme donde tenga que ir.

Corto el precinto de la primera caja y cojo aire antes de abrir el cartón. Los
recuerdos van anidándose en mi pecho por orden cronológico. Un pequeño cofre de
hojalata con objetos de mi madre: un peine de plata que ha pasado por varias
generaciones Suárez, unos pendientes de perlas que pertenecieron a su bisabuela, la
invitación de boda de sus padres, un sobre sepia con mi partida de nacimiento y un
anillo de oro con un pequeño brillante en el centro. Me sorprende, porque jamás se
lo vi puesto. Desdoblo el folio y lo vuelvo a leer, por si acaso. Sin embargo, como
imaginé, en el documento oficial solo figura ella.

Abro la segunda caja y saco un portafolio gris. Dentro están todas mis notas hasta
que terminé el instituto y mis diplomas de ballet. Debajo hay unos cuantos libros,
son ediciones preciosas de clásicos que no fui capaz de regalar cuando abandoné el
piso, aunque ocupen bastante espacio. Del fondo saco los marcos de fotos que
teníamos en casa, junto a una miniatura de la torre Eiffel que tenía mi madre
colocada en su mesita.

Cojo aire dos veces seguidas.


Los sueños cerca de la cabeza siempre. Otra de sus sabias frases.

Ella nunca salió de España, pero siempre soñó con conocer París. Le prometí que, si
se reponía de su último ciclo de quimio, iríamos juntas, pero eso nunca ocurrió. Me
da rabia que la vida fuera tan perra con ella y ahora, con el paso de los meses, me
lamento de haber esperado a verla tan mal para planear cosas que tendríamos que
haber hecho mucho antes.

Una maldita lágrima se desliza por mi mejilla, incontrolable, y a esa la siguen


más.

-¡Gabriela! ¿Estás aquí? -La voz de Nicola se cuela por mi tímpano y salgo del
trance.

-¡En el salón! -voceo.

-¡Joder, Gabriela! -Entra acelerado y bufando-. ¿Por qué no has esperado a Adam?

-Porque me apetecía venir andando.

-Fantástico, sabías que tenía una reunión y que te recogía él -me riñe-. ¿Tan
difícil es hacerme caso una maldita vez?

-Nicola, no creo que sea para tanto... -me quejo porque se está pasando.

Se quita la chaqueta del traje y la lanza contra el sofá con malas artes antes de
pasarse las manos por el pelo, inquieto.

-¿Que no es para tanto? -resopla-. No tienes ni idea de todo lo que he pensado


hasta llegar aquí. No puedes desaparecer así, Gabriela. Te he llamado mil veces,
¿dónde tienes el teléfono?

Se agacha y nuestras miradas se cruzan un instante. Su expresión torna de cabreo a


condescendencia en cuanto ve las lágrimas en mis ojos, que no he sido capaz de
contener. Me las seca con los dedos y deja su pulgar sobre mi lunar unos segundos,
acariciando esa zona con suavidad. Me estremezco.

-Lo siento, cuando doy clase le quito el sonido y se me habrá olvidado activarlo al
salir, está en mi bolso. -Me disculpo por el despiste, aunque sigo sin entender a
qué viene tanta preocupación.

-Tienes que empezar a hacerme caso, mia bella -afirma y parece que se relaja un
poco.

-Y tú tienes que aprender a relajarte -rebato, y él resopla con fuerza antes de


besarme.

-¿Por qué estás llorando?

-Por los recuerdos.

-¿Duelen?

-Sí, todavía duelen.

-Deberías quedarte con los buenos.

-Siempre me quedo con los buenos, Nicola, tú también deberías.


-Voy a por algo de beber. -Cambia de tema y se levanta para ir a la nevera.

Los últimos días, tengo la sensación de que Nicola, a ratos, está construyendo de
nuevo con pequeñas piedras ese muro que le vuelve hermético; no sé, espero que solo
sea una sensación.

Regresa con una botella de vino y dos copas, lo posa todo encima de la mesa y nos
sirve. Se vuelve a sentar en el suelo junto a mí y me tiende una.

-¿Vas a abrir la última?

-Sí.

-¿Quieres que me vaya?

-No, pero no vale reírse. Esta tiene material sensible -le anuncio y él arquea una
ceja, esperando que destape su contenido.

Los álbumes de fotos que mi madre hizo desde que era un bebé son los primeros que
aparecen. Nicola me quita el primero de las manos y tuerce los labios aguantando
una sonrisa. Sí, era una niña de esas con lorzas y mofletes, ideal para achuchar.

-Te pareces mucho a ella -afirma a medida que va pasando las hojas donde tengo
fotos con ella más mayor.

-Sí, todo el mundo me lo decía -respondo.

Encontramos también, cuidadosamente envueltos en papel cebolla, un par de vestidos


rosas con lazos, de cuando solo era un bebé y mis primeras zapatillas de puntas.

-Vaya, no recordaba que las tenía guardadas.

Dejo para el final lo poco que conservé de mi madre. Un pañuelo de seda, de


lunares, rojos y azules, que alguien le regaló mientras trabajaba en la embajada.
Recuerdo que le encantaba recogerse los rizos con él en una coleta cuando salíamos
los domingos a pasear. Y, por último, un tocado de oro viejo, que no tengo ni idea
de dónde lo sacó, porque nunca me contó su procedencia, pero algunas imágenes de
ella probándoselo vienen a mi mente, es una verdadera joya; siete hojas doradas
engarzadas sobre una diadema.

Sin ser consciente, me toco la pulsera con nuestras iniciales y me quedo perdida en
mis propios recuerdos con ella.

-Quizá no sea un buen momento para darte esto. -Nicola saca un sobre de su bolsillo
trasero y me enseña la siguiente carta de Gabriel-. No hace falta que la leas
ahora.

Se la quito de la mano, la poso encima de la mesa y doy un trago largo al vino.

-Primero quiero colocar todo esto -respondo aturdida.

Las cartas de Gabriel siempre me dejan una sensación de vacío difícil de llenar.
Esa información a cuentagotas solo me sirve para no dejar de elucubrar hasta la
siguiente entrega y me abre un agujero en el pecho que no quiero materializar.

Mi madre fue mi guía y mi ejemplo, fuerte y valiente, nunca tuvo miedo al miedo. Si
descubro que guardó durante tantos años un secreto de este calibre, me partirá en
dos.
-Gabriela, si no quieres dejarlo aquí, puedes llevarlo a NoLIta, seguro que allí
encuentras un hueco.

Antes de levantarme, lo beso, porque sé que me lo dice de corazón, pero prefiero


colocar algunas cosas aquí, porque también es una manera de empezar a sentir que
pertenezco a un lugar, aunque sea a miles de kilómetros de donde imaginé que lo
tendría. El apartamento de Gabriel es impresionante, pero supongo que, cuando él se
murió, se convirtió en un sitio más frío e impersonal, como el ático que tiene
Nicola enfrente. Así que empiezo colocando alguna foto en el salón, los libros en
una estantería que hay antes de la cristalera y los objetos más personales los subo
a mi habitación. Lo único que meto en el bolso para llevarme es un marco con una
foto donde estamos ella y yo sonriendo como locas después de que Lola nos dijera
una de sus burradas.

Cuando regreso al salón, Nicola está sentado en el sofá hablando con Adam por
teléfono. Le cuenta que yo ya estaba aquí y que he venido andando sola. Les oigo
discutir, pero no sé sobre qué, así que me siento a su lado y es entonces cuando
cuelga.

-Nicola, ¿hay algo que quieras contarme? Porque, si estás preocupado, puedes hablar
conmigo, estoy aquí para ti.

-No pasa nada, Gabriela. -Su tono es de cansado, pero lo intenta disimular-.
Deberíamos irnos a casa. Es tarde y quiero cenar.

-Nicola, mírame. -Agarro su barbilla y nos quedamos de frente-. Nada de mentiras,


¿recuerdas?

-Perfectamente. -Me da un beso suave en los labios y se levanta-. Coge la carta y


vámonos, por favor.

-Está bien. Recojo mis cosas y nos vamos.

El trayecto a su casa lo hacemos en silencio y no me preocupa porque, como si fuera


una demente, la conversación la tengo yo misma dentro de mi cabeza.

Te está ocultando algo, Gabriela.

No, es solo el estrés por el trabajo y la investigación.

No seas inocente, es algo gordo que no quiere que sepas.

¿Habrán vuelto a perseguirlo?

-¿Te vas a quedar ahí toda la noche?

-No, bobo. -Me hago la despistada.

-Si estás muy cansada, puedo cargar contigo hasta casa -se ofrece.

-Sí, como intentaste hacer la primera vez que me trajiste aquí, ¿no? -le recuerdo y
por fin me muestra su bonita sonrisa-. Todavía no me has explicado por qué no
guardas el coche en el garaje del edificio.

-Intimidad. -Una sola palabra como respuesta.

Nicola Basso sigue siendo un hombre de pocas palabras. Pocas pero contundentes.
Nos ponemos el pijama antes de cenar y coloco el marco que he traído en la mesita
de la habitación. Nicola me abraza por detrás y deja unos besos bastante
provocadores sobre mi nuca. Me gusta sentir su calor, a diario, creo que me he
acostumbrado muy rápido a compartir todo con él.

No tengo mucha hambre, así que solo picoteo mientras él cena. Cuando recojo los
platos, nos sentamos en el sofá, pero antes saco la carta de mi bolso y me acurruco
con él para leerla en voz alta.

-Querida Gabriela: Cada vez me cuesta más hacer cualquier pequeño esfuerzo,
incluido sentarme a escribir estas cartas. No sé, quizá no solo sea el peso de la
pluma entre mis dedos, sino el que carga mi corazón. Madrid. Marzo, 1994. Cayetana
y yo, con el paso de los meses, nos convertimos en inseparables, pero solo a
nuestros propios ojos, porque, a la vista de los demás, simplemente éramos dos
jóvenes que compartían gustos: los libros; la música; el teatro, que ya sabes que a
tu madre le encantaba, y que, de vez en cuando, charlaban en la biblioteca como dos
conocidos. Pasábamos juntos todas las horas que teníamos libres y, durante la
semana, contábamos los días para que llegara el ansiado domingo. Mi crie solo con
mi padre, un hombre seco y conservador, así que mi única referencia con el género
femenino fueron las niñeras que se ocuparon de mí desde que nací -mi madre murió en
el parto- y el resto del personal que trabajaba en casa. Por eso, descubrí todo
sobre las mujeres, el amor y la familia junto a Cayetana. Ella, leal y cariñosa,
siempre sacrificándose por los demás, hasta el punto de abandonar sus estudios para
ponerse a trabajar cuando su padre enfermó. Hizo las maletas para mudarse a Madrid
en busca de un futuro mejor para poder enviar dinero a su familia. Lo poco que
tenía, lo compartía, y a mí me encantaba tenerla solo para mí. Nos emocionaban los
paseos dominicales, unas veces por el Palacio Real y los Jardines de Sabatini,
otras por la Gran Vía o el Retiro, respirando un Madrid diferente, de la mano, sin
escondernos. Ese día de la semana nos alentaba a soñar. Entre besos y caricias, se
nos llenaba la boca de promesas. La mía: entrar en el cuerpo diplomático y
marcharnos a conocer mundo, lejos de todos. La suya: estudiar Lengua y Literatura y
aprender francés e inglés, para poder recorrer el mundo de mi mano sin sentirse
fuera de lugar.

Nicola escucha mi respiración cada vez más trabajosa y mete sus dedos en mi melena,
intentando calmarme.

-Estoy bien -miento antes de continuar-. Al caer la tarde, volvíamos a casa con
nuestros dedos entrelazados y, unos metros antes de llegar, nos dábamos el último
beso, que nos sabía a poco. Nos amábamos, Gabriela, de la forma más bonita y pura
que puedas imaginar. Lento, con respeto, con ganas de descubrir juntos muchas
primeras veces y con el amor corriendo por nuestras venas, esperando el comienzo de
la primavera que, sin nosotros saberlo, nos cambiaría todo.

Me tapo la cara con la carta, queriendo desaparecer.

-¡No! -me lamento-. No me puedes dejar así, Gabriel -chillo como si él pudiera
escucharme-. Me da igual que te pienses que estoy loca, Nicola. ¡Me da
absolutamente igual!

Me levanto como un resorte y me voy a la habitación, me siento en la cama y cojo el


marco con la foto.

-Ay, mamá. ¿Cómo quieres que me sienta ahora al mirarte? -Vuelvo a hablar en voz
alta y me pego el marco al pecho-. Tu única historia de amor fue con Gabriel, ¿por
qué? ¿Por qué te lo callaste?

-Gabriela... -La voz de Nicola desde el quicio de la puerta me da un golpe de


realidad.
-Quiero el resto de las cartas, Nicola.

-No puedes pedirme eso y lo sabes. -Se acerca hasta mí y se sienta a mi lado,
quitándome la foto de las manos y posándola de nuevo en la mesita.

-¿Por qué? Él ya no está, ni tan siquiera se va a enterar. De verdad, las necesito.


¿Por qué no me las puedes dar? -protesto y me tapo la cara con las manos,
frustrada.

-Porque las promesas hay que cumplirlas.

-Te lo tuvo que contar, Nicola. No soy tonta. Erais amigos, socios y, además, te
dejó encargado de su legado. Tienes que saber más, no me mientas.

-Gabriela, por favor... -Intenta acercarse a mi boca para besarme, pero lo esquivo
en el último segundo.

-Tus besos no van a sacarme toda esta mierda de aquí -le digo, señalándome la
cabeza.

-¿Estás segura? -me pregunta arrogante y enreda sus dedos en mi melena, atrapándome
para asaltar mi cuello.

-Segurísima. -Pongo distancia entre los dos-. Si no vas a decirme nada más, será
mejor que me dejes un rato sola.

Capítulo 36

NICOLA

Entro en el despacho de Richard media hora más tarde de la acordada. La última


reunión de la tarde ha sido interminable.

-Llegas tarde.

-Lo sé, no he podido llegar antes.

La cara que tiene de pocos amigos no se debe solo a mi retraso, lo intuyo.

-Hola, hermanito. -Fiona entra con Bárbara y cierran la puerta.

Vale, esto no pinta bien si han llamado a mi hermana. Es a la última persona que
esperaba encontrarme ahora.

-¿Qué haces tú aquí?

-Ya ves. Estos federales no saben qué excusa buscarse para meterme en nómina.

-Siéntate -me dice Richard y su tono lo delata.

-Estoy bien de pie.

-Chicos -interviene Bárbara en modo conciliador-. Será mejor que te sientes,


Nicola, así te lo podremos explicar mejor.

-Da igual cómo se lo cuentes, Bárbara, él entenderá lo que le salga de los huevos y
después hará lo que le dé la gana.

Mi amigo no disimula su enfado conmigo. Sé que me advirtió sobre mantenerme en un


segundo plano. Evitar ser el centro de atención y todo eso. Me pidió que le dejara
a él seguir con la investigación y me alejara de los focos. Sin embargo, habíamos
llegado de Italia y no podía separarme de Gabriela. Esconderme del mundo no era una
opción. Sé que he sido un imbécil por exponerla tanto, aunque, conociéndola, ella
no hubiera aceptado un comportamiento tan dispar dentro y fuera de casa, y menos
después de haberle pedido que viviera conmigo en NoLIta.

-¿Qué habéis encontrado? -pregunto sin entrar en su discusión.

-Hemos encontrado...

-Perdón, he encontrado, porque estos -señala en círculos- hablan mucho, pero luego
no son tan eficaces como en las películas -lo corta mi hermana.

-Tu hermana ha encontrado -rectifica mi amigo- el paradero de casi todo el dinero


de Anderson. Además, ha conseguido acceder a unos correos electrónicos.

-¿De Anderson?

-Los primeros son del abogado de Marshall a Anderson. Hablan de Coté Group, de
información delicada que debía estar en poder de Gabriel y que ahora tiene el juez.
Insinúan que tuvo que salir de él. Marshall le confesó que le pareció raro que le
hubieran detenido saliendo de tu casa.

-Hasta ahí llegábamos -afirmo para que Bárbara continúe.

Parece que mi amigo ha preferido ceder la palabra a su compañera, que está un poco
más calmada que él.

-Más o menos. Marshall levantó la liebre contigo y de ahí que Anderson empezara a
cubrirse las espaldas; los viajes, mover el dinero, desparecer de Manhattan. No
sabemos si su mujer estaba al corriente o no de los delitos de su marido, pero
desde su móvil avisaron a los tíos que os persiguieron al salir del Bronx.

Bárbara recibe una llamada y sale un momento del despacho.

-Ya te dije que una empresa de Anderson alquiló los vehículos. Te avisé de que te
tenían controlado y sabíamos que sospechaban de ti -repite mi amigo con tono de
preocupación.

-Hay más, Nicola -interviene mi hermana-. La IP es de un ordenador de casa de


Anderson, ahora él está detenido, por eso no sabemos quién está detrás del envío de
los correos. Lo que tenemos claro es que han mandado unos cuantos a Amber Cox.

Fiona bordea la mesa de Richard y gira la pantalla. Las imágenes de Gabriela pasan
delante de mis ojos como diapositivas; saliendo de la academia en mallas, cruzando
el paso de peatones con Óscar antes de perderse entre el gentío, entrando en el
edificio de Coté Group, llegando al centro social en el Bronx, incluso alguna cerca
del portal del ático del Upper. Anotaciones complementarias de horarios y rutinas.
En las últimas, aparecemos los dos juntos. Primero veo el recorte de prensa de
cuando salimos de San Patricio. Luego, otras más recientes. Una de la semana pasada
saliendo de Cipriani después de cenar. Y la de hace dos días tomando un café en
Bryant Park.
Mi hermana me pasa una mano por el hombro cuando ve cómo se me inyectan los ojos en
sangre. Bufo y me paso la mano por el pelo, quien quiera que sea ha estado
demasiado cerca de nosotros y yo demasiado distraído.

-¡Merda! ¡Joder! -me lamento.

-¿Ya se las habéis enseñado? -Adam hace acto de presencia junto a Bárbara y avanza
hasta colocarse al lado de Richard. Lo que me faltaba, dos contra uno.

-¿Y Gabriela? -le pregunto.

-Con Sam y Liam. Me ha dicho que ya te había avisado y que no hacía falta que fuera
a buscarla.

-¿Qué cojones...?

Saco el móvil del bolsillo interior de mi chaqueta y veo que tengo una llamada
perdida de ella hace más de una hora. Puta reunión. Lo he tenido en silencio y
luego he venido tan acelerado que no me he dado cuenta de activarlo.

Leo su wasap.

Gabriela:

Me voy a Carroll Gardens a cenar con Liam y Sam. Tenemos mesa en Gersi a las ocho y
media, por si te da tiempo. Besos.

-Dios. Vete a buscarla -le ordeno-. ¡Ya!

-¿Te quieres centrar, Nicola? Se te olvida que estás hablando de Gabriela, no voy a
sacarla a rastras de un restaurante.

-Céntrate tú, porque, hasta donde yo sé, trabajas para mí.

-¿En serio? No me jodas...

-Es incapaz de seguir una puta orden, joder. Hace días que le pedí, por favor, que
no vaya sola a ningún sitio. Y esa misma orden te la di a ti -alzo la voz y señalo
a Adam.

-Vaya, yo también te di una orden a ti, clara y concisa, y te la pasaste por el


forro -apuntilla Richard y resoplo con más fuerza.

-¿Tú crees que voy a presentarme en el restaurante y se va a ir conmigo? ¿Porque tú


lo digas? No seas imbécil, Nicola, a Gabriela no se la maneja así.

-Ese es mi puto problema, que no sé cómo manejarla.

-Calmaos -nos interrumpe mi hermana-. Si está con Sam y Liam no habrá ningún
problema, además, Brooklyn es un sitio tranquilo. No hay fotos de ella por allí.

-Por suerte, tampoco las hay vuestras en NoLIta, ni tan siquiera cerca -apuntilla
Bárbara.

-¿Qué vamos a hacer? -pregunto intentado centrarme.


-Tú nada -contesta Richard.

-No me toques más los huevos, Deluca. -Empleo su apellido para que sepa que voy en
serio-. Van a por ella por mi culpa.

-No, van a por ti y ella es un daño colateral -apostilla Adam.

-Gracias, no me había dado cuenta.

El acoso y derribo de mis amigos me está empezando a cansar.

-Está bien. Vamos a centrarnos -cede Richard-. Ahora mismo, Marshall y Anderson no
van a salir de la cárcel. Solo queda Cox. Según mi punto de vista, tenemos dos
opciones. Una es dejarlo como está y detener la investigación, puedo traspasar el
caso a algún compañero de delitos fiscales que tardará meses en dar con algo
contundente; mientras, Fiona puede seguir hackeando sus correos para estar al tanto
de sus movimientos, de manera extraoficial. Quizá, así, tú y Gabriela dejéis de
estar en su punto de mira.

-No. No pienso parar ahora, después de haber llegado hasta aquí. Ni de coña.

-Nicola... -Mi hermana me coge de la mano, es un gesto condescendiente que no me


gusta, pero aun así, no la aparto-. Ninguna venganza va a cerrar tu herida. Los dos
sabemos lo que perdimos aquel día, lo que hemos sufrido y lo que hemos llorado. Sin
embargo, también sabemos que ellos, más que nadie en este mundo, nos hubieran
alentado a mirar al futuro y dejar atrás el pasado, a buscar todos los días el sol.
A vivir, incluso con la cicatriz.

-No -repito y nadie me va a hacer cambiar de opinión.

-Piénsalo un par de días, Nicola. Quizá sea el momento de parar -dice Adam y me
mira, de frente, esperando mi reacción.

-Sé que llevas años esperando este momento, pero también sé el desgaste que ha
supuesto para ti. Ahora eres feliz, Nicola -argumenta Richard y cabeceo.

-No pienso desviarme ni un minuto más de mi objetivo. No voy a detenerme ahora -


sentencio.

-Entonces, la otra opción es que hables con Gabriela y le cuentes cómo está la
situación ahora mismo y el peligro que corre -comenta Richard con sequedad, supongo
que quiere hacerme ver la gravedad de la situación.

-Voy a pasarle a nuestro jefe lo que hemos encontrado y os asignaremos un par de


escoltas -me anuncia Bárbara.

-No es necesario, tengo a Adam.

-Adam no es suficiente para los dos. Al no ser que la encierres en tu castillo -


espeta con socarronería el poli.

-De Gabriela no os preocupéis, yo me ocupo.

-Puto cabezón. -Ese es Adam, que vuelve a perder los modales.

-¿Qué vas a hacer? -me pregunta mi hermana.

-Lo que debo, protegerla.


-¿Cómo? -preguntan mis amigos al unísono.

-No poniendo el corazón en lo que hago.

-Nicola, escúchame. -Fiona se planta delante de mí y me sujeta la barbilla para que


la mire-. No sé qué pretendes hacer, pero te voy a dar un consejo, Gabriela ha
conseguido que, cuando te miro, vea a mi hermano, el auténtico, el que jamás creí
volver a ver. No creo que haya muchas personas capaces en el mundo de conseguir
eso. ¿Me entiendes?

-Está decidido. Se lo debo a ellos y a Gabriel. Amber Cox va a pudrirse en la


cárcel.

-Hay más -interviene Bárbara y mira a Richard, agitando un dosier que tiene en la
mano desde que ha vuelto al despacho.

-Da igual lo que me digáis, no pienso cambiar de opinión.

-En las últimas operaciones de dudosa transparencia, ella está haciendo firmar a
Tiffany muchos documentos.

-¿La quiere involucrar? -pregunta mi hermana sorprendida-. ¿A su propia hija?

-Ya lo intentó con Gabriel, no me sorprende en absoluto -respondo.

-¿Sigues queriendo continuar? -Richard revisa la carpeta que le tiende Bárbara.

-Sí. Tiffany es mayor de edad y ha ido a la universidad. Si se deja mangonear por


su madre es su problema. Primero, intentaron impugnar el testamento de Gabriel y,
después, la compraventa de mis acciones. No consiguieron nada. En los últimos meses
solo querían apartar a su padre de Coté para hacerse con la dirección de la empresa
y así poder fusionar ambas compañías. No es un angelito.

-Pero es la hija de Gabriel -argumenta Adam, intentado ablandarme.

-Y yo el hijo de Marcelo y Helena.

Capítulo 37

GABRIELA

Los alumnos de clase de salsa empiezan a entrar en el aula mientras me pongo la


sudadera.

-¿Todavía estás aquí? -me pregunta Marcia cuando me ve.

-Sí, ya me voy.

-Venga, que seguro que tienes algo más interesante que hacer un viernes por la
noche.

-Oh, sí -comenta Óscar desde la puerta-. Te aseguro que tenemos un planazo. -Me
apremia con la mano para que me dé prisa.
-Largaos y sed todo lo malos que no puedo ser yo -nos dice nuestra jefa y nos tira
un beso al aire, muy teatral. Mi amigo me sigue hasta el cuarto donde nos cambiamos
para que coja mi mochila.

-Yo no tengo ningún plan.

-Lo tienes Gabyby, lo tienes.

-Sí, irme con mi lacayo, que me estará esperando abajo. Después, encerrarme en el
castillo hasta que el príncipe quiera aparecer.

-No suena tan mal... -me vacila mi compañero y lo atizo con mi mochila antes de
ponérmela en la espalda-. Pero tengo algo mejor. -Me planta en la cara la pantalla
de su móvil, me la acerca tanto que no distingo nada de lo que pone, aunque me lo
puedo imaginar.

-¿La contraseña del Desire?

-La misma. Vamos a bailar hasta que nos duelan los pies, Gabyby. Lo necesitas y,
además, me lo prometiste.

-Está bien, es más que evidente que lo necesito.

Necesito quemar toda la mala leche que acumulo. La convivencia con Nicola se está
volviendo cada vez más tensa. Seguro que todo tiene una explicación, aunque, una
vez más, no la comparte conmigo y es lo que más me molesta. Trabaja hasta las mil,
se mete en la cama cuando ya estoy dormida, está mucho más callado de lo habitual
y, por si fuera poco, cuando le pregunto y le pido que hable conmigo, se pone borde
y a la defensiva. Para colmo, ha ordenado a Adam que sea mi sombra, no solo mi
chófer, y hace días que no puedo ir a sola a ningún sitio.

Al principio, me comentó algo sobre mi seguridad y me pidió, por favor, que lo


aceptara, pero a medida que han ido pasando los días, no es solo el tema de llevar
guardaespaldas, sino que él es como un fantasma que deambula por casa y no Nicola.
Me cuesta mucho ver un poquito de aquel que regresó de Italia, emocionado por
compartir su vida conmigo.

He intentado ponerme en su piel; sé las dimensiones que tienen las decisiones en su


trabajo, el nivel de estrés que lo acompaña y la importancia que tiene para él la
investigación, sin embargo, la diferencia es que él no se pone nunca en la mía. Me
deja al margen, se calla y me aparta, hasta un ciego lo puede ver.

Nuestra primera bronca fue hace días, cuando me fui a cenar con Sam y Liam a
Brooklyn. Estaba esperándome fuera del restaurante como si hubiera cometido un
delito. La segunda, el fin de semana pasado, cuando quise salir a dar una vuelta el
viernes con él y me llenó la cabeza de excusas para terminar diciéndome que es
mejor que no nos vean juntos, de momento. Vamos, que ni siquiera me deja ir a
buscarlo a la oficina como solía hacer. Y la última ha sido esta misma mañana,
acaba de empezar diciembre y todavía no me ha dado la carta de Gabriel del mes
pasado, a pesar de que llevo días pidiéndosela. Falta de tiempo, la cabeza en otro
sitio, se olvidó cogerla, en fin, un montón de mentiras. Así que, antes de que se
fuera a trabajar, me planté en la puerta y le dije que o me da la carta hoy o me
iré de NoLIta. Un claro ultimátum.

Me mata verlo así, tragándose lo que sea que le consume, y también me da rabia,
porque, a pesar de cómo actúa, sé que sigue sintiendo lo mismo por mí. Su pose de
soy lo que ves, ahí está la puerta, me desconcierta continuamente. En cuanto baja
la guardia o deja de actuar, su cuerpo y su mirada no mienten, eso es lo que creo y
a lo que me agarro.
Adam se sorprende cuando ve que Óscar se sube con nosotros en el coche, pero no
dice nada. Mi compi y yo vamos hablando de las clases y no le damos pie a entrar en
la conversación. La primera parada es en casa de mi amigo.

-Baby, ¿qué estás haciendo? -me pregunta cuando nos quedamos solos.

-Esperar a Óscar.

-Gaby. -Se avecina sermón-. Esto es serio, tienes que hacer caso a Nicola.

-¿Serio? Pues no lo debe de ser cuando sois incapaces de contármelo. Ni tú ni él.

-Joder, sabes que él...

-Lo sé. Él es el boss, pero pensé que tú eras mi amigo.

-Listo -nos corta Óscar entrando de nuevo en el coche.

La segunda parada es en NoLIta. Óscar sube conmigo a casa y me busca un modelito


cuando me voy a la ducha. Antes llamo a Nicola para avisarlo.

Un tono, dos, tres... Salta el buzón de voz. Cuelgo y me meto debajo del chorro de
agua, será lo mejor.

Con el secador, me revuelvo la melena y me la dejo suelta. Me maquillo suave,


eyeliner, rímel y labios rojos, el toque de intensidad. Óscar ha dejado encima de
la cama tres conjuntos, él ha estado más veces en ese sitio y no quiero desentonar.
Opto por mi vestido verde, ajustado, de escote en pico y manga por debajo del codo.

Suena un wasap.

Nicola:

Estoy en una reunión. ¿Es urgente?

-Estás impresionante, Gabyby -dice mi amigo, entrando en mi habitación-. Vas a


romper la pista. Ponte estas sandalias, ¿no? -Me señala las que me regaló Nicola,
que son las que acabo de coger, y un nudo se forma en mi estómago. Las imágenes de
los dos se cuelan en mi cabeza.

¿Por qué se comporta ahora así? ¿Por qué lo complica todo?

-Venga, aunque no sé si las aguantaré toda la noche.

-Si vuelves descalza, la noche habrá merecido la pena.

-Pide un Uber antes de que me arrepienta.

Me pongo mi abrigo negro y cojo el bolso pequeño; antes de guardar mi móvil y algo
de dinero, tecleo la respuesta.

Yo:

No, tranquilo. Me voy con Óscar, no me esperes despierto.


-Ya está el coche abajo.

Espero a que me confirme ese dato para enviar el mensaje a Nicola, conociéndolo, en
cuanto lo reciba, activará la maquinaria para que Adam, que está atrincherado
abajo, suba corriendo a impedírmelo.

-Pues a correr -digo, cerrando la puerta.

Bajamos por las escaleras -yo con las sandalias en la mano- como dos fugitivos. El
conserje nos mira raro cuando pasamos por delante de sus narices a toda velocidad.

Entramos en el coche con la lengua fuera y, antes de que arranque el conductor, por
el rabillo del ojo veo salir a Adam a la carrera y meterse en el SUV. Mierda, solo
espero que no le dé tiempo a seguirnos.

Veinte minutos después, estamos delante de una puerta de hierro, de lo que parece
un sótano, porque hemos bajado seis escaleras. El edificio de ladrillo rojo y con
la escalera metálica por fuera tiene pinta de ser muy viejo. Estoy nerviosa, esa es
la verdad, porque no tengo ni idea de lo que me voy a encontrar ahí dentro.

Óscar llama a un timbre que hay a la derecha y una luz roja parpadea.

-Cherry. -Lo pronuncia alto y claro. Sí, tanto secretismo y tanta leche para que la
puerta se abra nada más decir: cereza. ¡Flipo!

Un pequeño pasillo nos separa de otra puerta de cristal, a través de la que veo
unas luces anaranjadas e intuyo que está sonando música por la vibración, aunque
este sitio está insonorizado, por supuesto. Antes de llegar hasta ella, una chica
sale a recogernos los abrigos y a comentarnos las normas del lugar, la principal:
están prohibidos los móviles. Óscar le dice que no se preocupe, que ha estado más
veces, y avanzamos con paso decidido hasta el final.

-¿Preparada?

-Para bailar, siempre.

Las palabras no le van a hacer justicia a este sitio. Barra pequeña sin taburetes,
para que nadie se apalanque. Tres camareros que, en vez de moverse, desfilan entre
botellas y copas de cóctel. Olor a ron, a fruta y a azúcar. Dos paredes de espejos
y dos forradas con fotografías antiguas de este local, con la gente riendo y
bebiendo. Y en el centro: la pista. Con un suelo perfecto para deslizar nuestros
pies. Al fondo, tres sofás de cuero viejos, grandes, y con aspecto de haber tenido
mucha vida. Esto tuvo que ser un club clandestino y estoy segura de que si sus
paredes hablaran...

Mi compañero de juerga me arrastra hasta la barra y saluda con entusiasmo a uno de


los camareros, me lo presenta como Pablo, uno de sus mejores amigos. Quizá gracias
a él consigue la clave para entrar de vez en cuando.

-Hoy traes pareja -comenta una camarera que se acerca a saludarle mientras le pone
ojitos.

-Solo de baile -aclaro yo y le guiño un ojo para que se quede tranquila. Uy, qué
miraditas.

Pablo me guarda el bolso detrás de la barra para que no me preocupe y me hace


prometerle que bailaré con él luego, me anuncia que mi fama me precede, cabeceo
mirando a su amigo y sonrío.
No tardamos en meternos entre la gente y encadenar un tema con otro. Suena de todo:
salsa, merengue, reguetón... Unas veces son temas en español y otros en inglés. Se
hace un pequeño círculo alrededor de una pareja y Óscar me cuenta que es María, la
dueña de este sitio, hija de un soldado americano y una bailarina cubana.

-Ya sabes, el amor no entiende de bloqueos -me explica, riéndose.

Casi nadie se sienta, por lo que la zona más despejada es la de los sofás. Las
luces que salen del suelo van cambiando de color, dependiendo de lo que suene, y
así se crea una atmósfera perfecta. Me dejo llevar por los pasos de Óscar, por sus
manos en mi cintura, por sus giros y por cada movimiento que intentamos ejecutar,
siempre con una sonrisa en la boca y con buen rollo. Estoy convencida de que el
único atajo que existe para ser feliz es el baile, por eso me aferro a él cada vez
que siento que me desvío.

Otro mojito, que me sabe a gloria, y de nuevo a la pista. No hay pena que no se
esfume bailando.

Pablo y Cinthya, que así se llama la camarera, abandonan un rato la barra y se unen
a nosotros. Óscar se agarra a la cintura de ella con cara de pillo y Pablo me hace
una reverencia muy elegante para que le conceda este baile. Le extiendo la mano y
me inclino, aceptando su invitación. Cuando empieza a sonar Carita De Inocente, de
Prince Royce, niego con la cabeza e intento huir, pero él ya tiene marcada la
posición, con su mano en el final de mi espalda y nuestras piernas encajadas. La
bachata no es lo mío y los pocos pasos que sé me los ha enseñado Óscar hace nada;
intento buscar a mi amigo con la mirada para que me salve, pero él está cuerpo a
cuerpo con la rubia y no repara en mí. El camarero baila casi tan bien como su
amigo, así que me dejo llevar por él y por el ritmo.

-Has escogido mala pareja. Soy malísima.

-Eres bailarina, no te muevas con esto. -Me da un toque en la sien-. Muévete con
esto. -Posa su dedo índice un segundo encima de mi pecho.

-Lo intentaré.

-¿Sientes mi mano? -Asiento con la cabeza-. Pues síguela.

Y así, con su mano paseándose de mi espalda a mis caderas, ascendiendo hasta mi


nuca, para después volver a bajar, me marca cada paso, incluso me atrevo a dar
media vuelta y pegar mi espalda a su pecho sin parecer un pato.

Ahora nos han hecho corro a nosotros y los cuatros somos el centro de atención.
Intento concentrarme. Pablo sonríe, pero yo me pongo como un tomate. Por fin
termina la canción y arrancamos algunos aplausos, bueno, se los ganan nuestras
parejas, que, sin duda alguna, además de camareros, son bailarines.

-Me muero de sed.

El corrillo se dispersa y solo consigo dar un paso. Mis pies se pegan al suelo
cuando veo a Nicola, apoyado en la barra, hablando con la dueña, que está
sirviéndole un whisky.

-Vamos, Gabyby, que yo también estoy seco.

Óscar enarca una ceja cuando me ve hacer la estatua. En cuanto divisa a Nicola, me
da la mano para que pueda avanzar hasta él sin parecer idiota.
-¿Cómo...? ¿Cómo has entrado aquí? -lo encaro cuando llego a su lado.

-Por la puerta, igual que tú -responde altivo y se gira, siguiendo con la mirada a
Pablo-. No sabía que tus camareros también bailaban, María.

¿La tutea? O sea que se conocen. Gabriela, no seas ilusa, parece mentira que no
sepas que nada ni nadie se escapan a Nicola.

-Son muy completos, italiano. -Vaya, cuánta familiaridad-. Por cierto, ten cuidado,
porque, cuando dos personas bailan así... -Deja caer ella y nos señala a mí y a
Pablo. A pesar de que hay poca luz, puedo ver la cara de acelga que pone míster
palo.

-No te esfuerces. Él no lo entiende -afirmo con inquina-. Nicola nunca baila.

Cuando me doy la vuelta para irme al baño, noto su mano sujetándome de la muñeca.

-¿Dónde te crees que vas? -me pregunta.

-Al baño, ¿quieres acompañarme?

-Sí, es buena idea. Con una huida al día tengo más que suficiente.

-No he huido.

-No me trates como un gilipollas, Gabriela. Bajar por las escaleras corriendo y
meterte en un coche para que Adam no te encontrara es huir.

-Te he mandado un mensaje.

-Sí, en el que no me decías que venías aquí.

-No sabía que tenía que informarle de cada paso que doy, señor Costas. -Su cara
cuando lo trato de usted y empleo ese apellido es un poema.

-Gabriela, no me toque las pelotas. Esto no es una broma.

-Solo he venido a bailar -afirmo indignada.

Mi cómplice nos mira porque hemos elevado un poco la voz, y Nicola me suelta.
Enfilo el pasillo y esquivo a dos chicas que salen juntas del baño. Entro en el
primero que está vacío y bufo. Antes de volver a salir, me miro en el espejo y me
refresco la nuca con agua. Alguien tiene el poder de subirme la temperatura
corporal un par de grados, aunque sea sin tocarme.

-¿Qué estás haciendo, Nicola?

Está apoyado en la pared derecha, a la salida del baño.

-Esperarte. Nos vamos.

-No. Quiero seguir bailando.

-¿Más, Gabriela? Porque te he estado observando desde hace un buen rato y creo que
has movido cada bendita célula de tu cuerpo, deberías irte a descansar.

-No estoy cansada -respondo con retintín, aunque por dentro me alegro de que se
haya fijado en mí por lo menos-. Además, todavía no he bailado con el único con
quien quiero hacerlo -lo reto.
-¿Estás segura?

-Segurísima. -Espero su reacción y, como no llega, empiezo a caminar para ir hasta


la barra de nuevo. Antes de que me escabulla, me vuelve a detener, solo que esta
vez no dice nada, me mantiene la mirada durante demasiados segundos y mis ojos, sin
quererlo, se desvían hasta su boca, evidentemente, se da cuenta.

Estira su mano y la cuela en mi melena, posándola en mi nuca y atrayéndome un poco


más hacia él. Nuestros labios casi se rozan y su aliento se funde con el mío.

-Gabriela, coge tus cosas y vámonos. -Elevo la ceja esperando a que llegue su
argumento, porque paso de su orden-. Por favor.

Junta su frente a la mía y me da un beso suave en la comisura de la boca, después,


expulsa con fuerza el aire de sus pulmones, como si estuviera agotado de luchar
contra todos, entre los que me incluyo.

-Voy a por el bolso.

No veo a Óscar, así que le digo a Pablo que me despida de él. Cojo mi abrigo en la
entrada y salgo delante de Nicola, que me sujeta la puerta. La brisa de la noche me
alivia el calor de las mejillas. En cuanto subo la última escalera, veo a Adam
esperando dentro del coche, cómo no.

-Buenas noches, chivato -suelto con buen tono y me siento en la parte de atrás. Él
solo me hace un leve gesto con la cabeza y no me dice ni media palabra.

-Llévanos al Upper. -La orden de Nicola, que se ha sentado delante, junto a su


amigo, me termina de descolocar.

Capítulo 38

NICOLA

Gabriela se baja del coche sin despedirse de Adam y mi amigo resopla.

-¿Estás seguro, Nicola?

-Sí, dame veinte minutos.

Salgo y llego hasta el portal justo antes de que Peter cierre.

-Buenas noches, señor Costas.

-Buenas noches.

Avanzo y pillo a Gabriela entrando en el ascensor. Las puertas se cierran y subimos


en silencio, el mismo que ha guardado ella desde que le he dicho a Adam que nos
trajera aquí.

Me duele verla así, me jode tener que comportarme como un cretino. Me atraviesa el
pecho cada palabra que se calla, porque sé que está haciendo un verdadero esfuerzo
para no enfrentarme, pero llegados a este punto, no tengo alternativa. Si Adam no
llega a ver la matrícula del Uber en el que se subió, no hubiéramos dado con ella.
Y, aunque era evidente que se iba con Óscar por voluntad propia, me habría vuelto
loco si no la hubiera localizado.

No puedo encerrarla en casa hasta que termine todo esto. Es de locos. Solo tiene
veinticinco años. Sé que quiere salir, pasear, conocer sitios, en definitiva,
vivir. Y, además, sé que quiere hacerlo conmigo, y eso es lo que más me encabrona,
porque ahora mismo no puedo. Me ha costado un mundo no rendirme a ella y olvidarme
de toda la porquería que arrastro. Sin embargo, no puedo detenerme ahora, no sería
fiel a mí mismo si lo dejara pasar, porque, tarde o temprano, me seguiría
atormentando.

Lo único que tengo que hacer es cerrar este capítulo y protegerla.

Me adelanto y abro la puerta de su ático, cediéndole el paso para que entre


primero. Me gano una mirada asesina cuando pasa bufando por mi lado. Lo primero que
hace es quitarse las sandalias y lanzarlas contra la pared del recibidor, después,
cuelga su abrigo.

Se nota que está exasperada, conmigo y con todo lo que nos rodea en este instante.
Yo cierro los ojos un minuto, tomando conciencia de lo que voy a hacer.

-¿Qué hacemos aquí, Nicola? -Me increpa-. ¿Ya te has hartado de mí? ¡Lo sabía! El
chico que quiso jugar a las casitas se cansó. -Se acerca y me señala con el dedo
índice, cabreada-. Da la cara y deja de esconderte. ¡Háblame! -Me alejo un paso,
pero ella insiste-. Estoy aquí. ¿Me ves?

Como para no verla. Ese vestido verde, brillante y ajustado es un puto imán para
cualquiera que tenga ojos. Si encima has tenido la mala suerte, como es mi caso, de
observarla bailando en ese club, no dudarías ni por un momento de que es una mujer,
con todas sus armas. Es preciosa y verla moverse cuando suena la música es una
pesadilla, sobre todo cuando no son mis manos las que se anclan a sus curvas.
Basta, Nicola. Has venido a solucionar un problema no a acumular más.

-Gabriela...

-No me trates como si fuera una cría. ¿Qué pasa esta vez?

-Si fueras una mujer ya te habrías dado cuenta.

-¿De qué? ¿De qué tenía que darme cuenta exactamente? ¿De cómo me ignoras desde
hace días? ¿De cómo llegas tarde a casa para no tener que acostarte conmigo? ¿De
cómo eres incapaz de decirme que es lo que te preocupa? No soy imbécil, Nicola, no
me subestimes.

-¿Quieres la carta? -Cambio de tema porque sé que me tiene calado.

-¿Qué? ¿Por eso estamos aquí? Me da igual la puñetera carta. Lo del ultimátum era
una medida de presión para que reaccionaras y dejaras de ignorarme. Pero eso ya lo
he conseguido en el club antes, ¿no?

-Gabriela, esto... -Mi voz es una mezcla de pena y dolor, amargo.

-Mírame, Nicola. Somos de verdad. -Para de gritarme y da un paso para detenerse a


dos centímetros de mi boca-. Deja de fingir, de esconderte, de lo que sea que estás
haciendo, deja de mentirme, por favor.

Sus manos se entrelazan en mi nuca y se pone de puntillas para besarme. Sus labios
se abren paso entre los míos y me nubla la poca razón que me queda cuando se trata
de ella. No debería, pero...

-Gabriela, por favor.

-No digas nada. -Me empieza a desnudar y, sin demoras, su lengua se pasea por toda
mi piel. Mi boca se envalentona y comienza a perderse en los rincones de su cuerpo.
Hace horas que sé que este puto día de diciembre se va a quedar marcado a fuego en
mi pecho y que, probablemente, me arrepentiré toda mi vida, pero ahora estoy seguro
de que va a ser mucho peor que eso.

Debería parar. Sin embargo, no puedo. Una vez más, solo una vez más.

Se saca el vestido por la cabeza sin mi ayuda y se queda completamente desnuda,


delante de mí. Me arrodillo, pidiéndole perdón por el pecado venidero, uno tan
grande que no tendrá suficiente penitencia.

Sus dedos se enredan en mi pelo y tira de mis mechones, ejerce presión cuando hundo
mi lengua en el vértice de sus piernas, exigiéndome más. La devoro, literal, me
empapo de su sabor, la paladeo y cierro los ojos, evadiéndome de la próxima
realidad. Me concentro en disfrutar del sonido envolvente de sus jadeos y de la
respuesta de sus terminaciones nerviosas a mis atenciones.

-Tu cuerpo no miente, Nicola -afirma con la voz entrecortada por el placer-. Leo la
verdad en tus ojos. Y, ahora mismo, no puedes negar que me sientes.

Se corre en mi boca mientras permanezco enterrado entre el calor de sus muslos. Sus
palabras acaban de abrirme una brecha que no podré cerrar, pero necesito sentirla
una vez más, como el cabrón egoísta que soy, para después regodearme en lo que pudo
ser y no fue. Y así recordarla cada noche cuando no la oiga respirar al otro lado
de mi cama.

Subo las escaleras con ella enroscada en mi cintura, sin dejar de besarnos. Hago
una parada antes de dejarla caer en el colchón, en mitad de la habitación, dudo una
sola décima de segundo, esperando que mi cerebro se imponga, pero no lo hace.
Error. La sangre solo bombea en una dirección.

Me tumbo encima de ella, cubriéndola. La admiro con devoción. Memorizo cada rasgo,
cada marca, cada gesto. Estoy tan absorto que es ella quien guía mi erección hasta
su entrada. Se balancea desde abajo, buscándome. Me muevo lento, suave, me recreo
en cada embestida, en cada latido, en cada vibración. Se contrae y me engulle,
alargando cada penetración, como si intuyera que en cualquier momento será la
última.

-Gabriela... -El quejido que emito me delata y me cuesta un mundo no sucumbir.

-Nicola, te... -La silencio con un beso. No puedo consentir que lo diga, ahora no.
Ahora no podría soportarlo.

Acelero el ritmo con mis labios sellando los suyos y el deseo se convierte en
urgencia. Sé que se corre en cuanto pronuncia mi nombre con la lengua dentro de mi
boca, pausando cada sílaba.

Estallo en su interior y me rompo en pedazos, todo a la vez.

Un segundo, dos, tres... es lo máximo que me permito quedarme quieto dentro de


ella.

-Da igual que no quieras escucharlo -se lamenta-. Porque tú ya lo sabes y lo


sientes.
No me da tiempo a rebatir nada, porque se levanta y se mete en el baño.

Esa es la auténtica Gabriela, la chica de las ideas claras que nunca se calla, la
que se plantó delante de mí y me enfrentó desde el primer minuto. La mujer de
belleza salvaje que me hizo darme cuenta de que la vida sucede ahora y no tiene
sentido malgastarla esperando.

Bajo con la respiración hecha un puto caos. Me visto a trompicones, nervioso, y me


preparo para lo que realmente he venido a hacer aquí.

-¡¿Qué significa esto?! -grita desde el piso de arriba. Supongo que ha visto su
maleta en el vestidor. No tardo en escuchar cómo baja las escaleras-. ¡Nicola! -
brama y me busca por todas las estancias hasta que llega a mí.

Se ha puesto una camiseta y se ha recogido la melena en un moño. Se queda


paralizada en la puerta de la biblioteca y la ira se convierte en sorpresa cuando
me ve abrir el escritorio de Gabriel.

-¿Qué haces?

-Darte lo que me has pedido. -Cojo aire y lleno mis pulmones antes de dar el último
giro a la llave y sacar los tres sobres que quedan-. Aquí las tienes...

-¿Por qué? -me interrumpe y yo hago lo mismo con ella.

-Estas son las tres últimas cartas de tu padre -pronuncio la última palabra como si
fuera lava que escupe mi boca y lanzo los sobres encima de la mesa.

-¿Qué...? ¿Qué has dicho...?

-De tu padre. Ya me has oído -me mantengo firme.

No me he conformado con traicionarla a ella, sino que también he traicionado toda


la confianza que depositó Gabriel en mí. Dudo que yo mismo sea capaz de perdonarme
algún día.

-¡Repítelo! ¡Repítelo, Nicola! Y ten los suficientes huevos para mirarme a los ojos
cuando me lo digas.

Cojo las cartas y acorto la distancia que nos separa, le agarro la mano temblorosa
y se las poso encima de la palma.

-Estas son las tres últimas cartas de tu padre, Gabriela -repito cada sílaba con
énfasis y clavo mi mirada en la suya asustadiza.

-No me lo puedo creer, lo has sabido todo este tiempo. -Me empuja para que me
aparte de su camino y yo continúo dando pasos hasta la puerta, si no me marcho
ahora, me derrumbaré-. ¡No puede ser! -Solloza y te juro que oigo un crac
partiéndome el esternón-. ¡Me prometiste que no me mentirías! ¿Cómo he podido ser
tan imbécil? No tenía que haber confiado en ti. Nunca he significado nada para ti.
-Se tapa la cara con las manos para que no la vea llorar.

-Adiós, Gabriela. -Modulo la voz aunque me cuesta horrores-. Mi trabajo se acaba


aquí.

Y el amor de mi vida, ese también acaba aquí, contigo, mia bella.


Capítulo 39

GABRIELA

Me sorbo los mocos por enésima vez y me gano la mirada condescendiente de la


azafata, que amablemente me cierra la mesita plegable del asiento y me informa de
que vamos a aterrizar. Una santa ha sido conmigo durante todo el vuelo. Bueno, ella
y la señora que va sentada a mi derecha, que no ha dicho ni mu la pobre, ni tan
siquiera cuando me ha entrado una llorera incontrolable.

-¿La conexión me sale en el móvil? -le pregunto a la auxiliar antes de que se


marche. El avión de Madrid a Sevilla sale una hora y cuarto después de que aterrice
este y no quiero perderlo por nada en el mundo.

Menos mal que el viernes, en cuanto se marchó él -me niego a pronunciar cualquiera
de sus nombres-, conseguí un billete para regresar a casa hoy. En realidad, esa
definición en mi caso tampoco es muy exacta, más bien debería decir para volver a
mi país.

He estado las últimas cuarenta y ocho horas sola en el ático, regodeándome en mis
miserias, reproduciendo una por una las palabras que salieron de su boca y, lo que
es peor, martirizándome con el maldito lenguaje de su cuerpo, el que me mostró
horas antes de su gran actuación. Me hizo el amor, con todas sus letras: AMOR, y es
lo que no consigo quitarme de la cabeza.

¿Por qué? ¿Por qué ha jugado así conmigo? ¿Por qué me ha mentido desde el
principio? Confié en él y la cagué. He sido una idiota. Pensé que lo que nos había
atravesado a los dos era mutuo, que estar juntos salvaría cualquier obstáculo, por
grande que fuera. Juro que creí que él se había entregado del todo, pero me
equivoqué. Lo que no comprendo es la forma que ha escogido para apartarme de él y
de su vida, confesando una verdad que me prometió no saber y abriéndome una
profunda herida. Ni tan siquiera se quedó para dar la cara, enfrentarme o yo qué
sé, taponarla un rato. Cuando más sangraba, soltó la bomba y huyó.

-Te llegará un mensaje con la puerta de embarque enseguida -me responde la azafata
y vuelvo a centrarme en mi destino.

Si algo he aprendido con los años es que de nada sirve regodearse en lo que no pudo
ser.

-Gracias.

Sostengo la carta en la mano y la despliego para releerla por quinta vez, mi


masoquismo no tiene límites. Te confesaré que no he sido capaz de abrirla hasta que
no he estado sentada en este avión. Hasta llegar aquí, solo he sido un trapo
empapado en lágrimas, nada que se pudiera considerar persona.

Querida Gabriela:

Lo primero que quiero que sepas es que es el tercer folio que cojo para escribirte,
los dos anteriores se llenaron de lágrimas cuando estaban todavía en blanco.

Es muy difícil expresar con palabras todo lo que siento por dentro, a veces, el
amor y el dolor combinan demasiado bien, aunque jamás tendría que ser así.
Pensarás que no soy nadie para darte consejos, pero si algún día estás enamorada,
no consientas que el amor te duela.

Madrid. Junio, 1994

Cayetana y yo nos hicimos inseparables y cada día que pasaba nos resultaba más
difícil ocultar nuestra relación, porque es lo que era, al menos para nosotros, que
planificábamos una vida en la que siempre estaríamos juntos.

Mi padre era un hombre autoritario y ultraconservador que nunca hubiera consentido


que su único hijo saliera con la chica que servía en su casa, así que yo me
consumía por estar bajo su techo y depender de él económicamente. Aunque ya me
había licenciado en Derecho, no tenía trabajo todavía, por eso, solo hacía dos
cosas. Una, estudiar para el examen que me daría acceso al cuerpo diplomático y,
dos, estar con tu madre. Aprovechábamos los viajes y los compromisos del embajador
para disfrutar el uno del otro, soñar con un futuro próximo y amarnos sin medida.

Cayetana era, es y será mi único AMOR. Eterno amor.

No lo olvides nunca, Gabriela.

Aquella tarde de junio quiso ir a pasear por el Retiro, hacía calor y estaba
nerviosa, no tenía muy buena cara, pero lo achaqué al cansancio de toda la semana.
La embajada en primavera multiplicaba su actividad y ella siempre estaba dispuesta
a echar una mano con todo. Sin embargo, cuando llegamos al Palacio de Cristal y yo
le hablaba de París y sus rincones, de todos los sitios a los que quería llevarla,
en vez de preguntarme, como solía hacer, por todo lo que desconocía, las lágrimas
empezaron a brotarle de los ojos, sin poder contenerlas. Solo necesité una décima
de segundo para darme cuenta de que algo importante sucedía, porque estaba muerta
de miedo.

Su voz sonaba entrecortada por los sollozos y el pánico se apoderó de los dos.
Íbamos a ser padres, Gabriela. Sin pretenderlo, habíamos sellado nuestro amor
secreto con el vínculo de una vida, uno que no se puede ni se debe esconder. Tras
escucharlo de sus labios, no sabía si reír o llorar, si saltar o gritar, si huir o
confesarlo, porque, en ese instante, solo podía pensar en que había algo mucho más
importante que nosotros mismos creciendo en el vientre de tu madre. Tú.

Perdóname, hija, pero no puedo seguir por hoy, he guardado el secreto durante
tantos años que ahora, después de escribir esas cuatro letras que encierran un
universo, el agujero se ha hecho tan grande en mi pecho que me impide respirar.

La maniobra de aterrizaje es un poco brusca, así que pego la espalda al asiento y


me llevo la carta al corazón. Cierro los ojos con fuerza esperando a que se detenga
este cacharro y poder salir de aquí, creo que empiezo a hiperventilar. Y, en esa
falta de oxígeno momentánea, una ráfaga de imágenes de mi infancia se cuela en mi
cabeza. Maldita magia del cosmos, es como si, en este instante, estuviera obrando
su poder conmigo. Ellos y yo. Un triángulo isósceles que no fui capaz de ver a
pesar de que estaba delante mis ojos. Gabriel, mi madre y yo compartiendo
demasiados momentos que nunca me resultaron extraños; risas, juegos, charlas,
incluso abrazos y besos.

Estoy tan bloqueada que he sido incapaz de abrir las otras dos cartas que me
faltan, porque digerir que él es mi padre y que ella se llevó un secreto así de
enorme a la tumba me ha paralizado el sistema nervioso. Estoy tan confusa y dolida
que no sé si quiero saber más o inventarme una verdad a medias que me inhiba de
esta sinrazón.
Soy un alma perdida dentro de un cuerpo, a la deriva. Por eso necesitaba abandonar
Nueva York y regresar a Sevilla, a sujetarme de la única mano que me sirve de ancla
todavía. Lola me ha dicho que ni las toque y que las abra con ella, porque no me
dejará caer y yo me aferro a eso, a sus palabras y a su coraje, porque, si yo me
tambaleo, ella me sujeta y viceversa.

Guardo todo en el bolso cuando se apaga la señal de los cinturones e intento salir
primero para respirar, pero los viajeros bloquean el pasillo y no me queda más
remedio que esperar.

Enciendo mi móvil e ignoro la cantidad de llamadas perdidas que tengo, son casi
todas de mi amiga y alguna de Óscar, con quien ya hablé ayer para que me excusara
con Marcia. Me centro en buscar el mensaje de la puerta de embarque y en no
perderme por la terminal. Llego justo cuando la fila se empieza a mover. Solo me da
tiempo a comprarme una Coca-Cola en la máquina más próxima y una chocolatina, que
me obligo a ir comiendo según avanzo para meterme en otro avión.

Ocupo mi asiento y sonrío con educación a mi compañero de viaje. Antes de


desconectar el móvil, llamo a mi amiga.

-¿Ya estás en Madrid?

-Sí, en una horita o así aterrizaré en Sevilla.

-Vale, no te preocupes, Marcos y yo vamos a buscarte.

-Está bien, pero también puedo coger un taxi.

-No digas tonterías. ¿Has hablado con él? ¿Te ha llamado? -me pregunta y bufo con
desgana.

Cuando hablé con ella el sábado y le conté todo lo que había pasado, no dejó de
insistirme para que le pidiera una explicación convincente por su comportamiento. A
ella tampoco le entra en la cabeza que haya actuado así y más después de vernos
juntos en Sevilla.

-No, Lola. Además, he bloqueado su número y te pido que, por favor, hagas tú lo
mismo. No quiero que una noche cualquiera, después de bebernos hasta el agua de los
floreros, caigamos en la tentación de llamarlo.

-Vale, pero no te prometo nada. Porque como le diga todo lo que estoy pensando...

-Te dejo, que vamos a despegar.

-Recuerda, miarma, si la vida nos da limones...

-Le echamos más cojones -añado y cuelgo con media sonrisa en la boca.

Antes de guardar el móvil mando un último mensaje a Sam, le pido disculpas por no
avisar antes y le digo que he tenido que volar a España por una emergencia y que
adelanto mis vacaciones de Navidad. Por el momento, eso es todo. No sé qué voy a
hacer con mi vida, y la verdad es que no quiero tomar ninguna decisión precipitada
y menos bajo los efectos de todo lo que me ha explotado en la cara.

Gracias, mamá. Gracias por guardarte el secreto de mi vida y por dejar que me
enterara cuando ninguno de los dos estáis aquí para dar la cara. No te entiendo. De
verdad que lo intento, pero soy incapaz. Todos estos años han sido una burda
mentira, tejida por ti y por él, ¿por qué? ¿Por qué me habéis hecho esto?
Me siento tan decepcionada, y no solo con ellos, también con él. Me revuelvo la
melena, nerviosa, y entonces sus imágenes conmigo vuelven a mí. Sus dedos jugando
con mi pelo, su respiración en mi oreja, él dentro de mí, su boca en mis labios, su
manera de bailar, aunque solo fuera en posición horizontal.

Basta, Gabriela. Basta.

Subo el volumen y me ajusto los auriculares, suena You Broke Me First, de Tate
McRae. El explorador de Spotify la puso ayer en mi camino y, como soy imbécil, la
sigo escuchando. Una lágrima asoma por mi mejilla y me giro para mirar por la
ventanilla. Tú me rompiste primero. Y no, no pienso pronunciar tu nombre.

Cuento los minutos restantes hasta llegar a Sevilla. Quiero que Lola me llene la
cabeza de ritmos nuevos que sean borrador, como los que usan los profesores en las
pizarras. En mi caso, necesito que, cada vez que contemos ocho pasos para marcar
una parte de la coreografía, desaparezcan todas las huellas que se han enganchado a
mis vértices.

Capítulo 40

NICOLA

-¿Vas a dejar de beber, mozzarella?

-No tengo ninguna intención -escupo y me llevo el vaso de whisky a la boca. El


regusto amargo se pega a las paredes de mi garganta.

-De puta madre, pero entonces entra en el salón. No puedes estar en la terraza sin
mantener el puñetero equilibrio. Además, es diciembre, te vas a congelar -me
recrimina Richard.

-Puedo hacer lo que me dé la gana, es mi casa. Si os molesta, largaos.

-Es tu puta cabezota lo que está en juego, capullo -argumenta Adam.

-Y no vamos a irnos a ningún sitio. Es viernes de birras, aunque tú hayas pasado


directamente al Jack Daniel’s. -Richard se acerca a mí.

-Lo de las cervezas de viernes es una triste excusa. No me dejáis solo desde hace
días, mamones.

-¿Le metes tú la hostia o se la meto yo? -pregunta Richard a Adam como si no


estuviera delante.

Antes de que me aleje de su lado, me sujeta de la muñeca y me hace pasar al salón.


El idiota de Adam cierra la cristalera y se queda custodiando la salida como un
guardia de seguridad.

Me tiro en el sofá y echo la cabeza hacia atrás, tapándome la cara con las manos.
No me puedo creer que hayan pasado dos semanas. Catorce días en los que he bebido
más que comido, en los que he estado más borde de lo habitual y en los que solo he
conseguido que la pena me carcoma cada maldito minuto. Duele y escuece. Demasiado.
Y yo nunca ponía el corazón en nada, justo para evitar esto. Menudo imbécil.
Las broncas cada dos por tres de mis nuevas niñeras no merecen mención.

-Está sonando tu móvil -me avisa Adam. Estoy tan hundido en mis miserias que ni lo
escucho.

Me incorporo para cogerlo de encima de la mesa y, durante una décima de segundo,


pienso que quizá sea ella, pero enseguida esa estúpida idea se desvanece. Le dejé
las cosas bastante claras, ¿no? Me comporté como un auténtico cretino y encima le
mentí. Primero fui a buscarla al club de las narices, después hicimos el amor por
última vez, pero solo yo era consciente de ello. Y, para terminar, le confesé que
Gabriel era su padre.

Cojonudo, Nicola. Una fantástica sucesión de cagadas difíciles de olvidar.

¿Para qué me va a llamar? ¿Para mandarme a la mierda?

-Es tu hermana, puede ser importante, cógelo -me ordena Richard al ver que me hago
el remolón cuando veo el nombre de Fiona en la pantalla.

-Dime.

-Por favor, hermanito. Deja esa botella -me reprocha.

-¿De qué hablas? No estoy borracho. -Me yergo como si pudiera verme.

-No seas crío, Nicola. La has perdido por decisión propia, es absurdo que te
lamentes ahora.

-¿Quién se lamenta?

-Tú, bueno, no. Eso es lo peor, que, en vez de sacar lo que llevas dentro, lo
intentas ahogar con Jack y su líquido milagroso. Muy maduro por tu parte.

-Fiona, consultora sentimental.

-Nicola, capullo integral.

-Trae. -Richard me quita el teléfono de la oreja y pone el altavoz antes de posarlo


encima de la mesa de nuevo-. Déjate de enfrentamientos fraternales. ¿Qué tienes?

-Es viernes, por favor. ¿No vais a descansar nunca? -se lamenta Adam y se lleva a
la boca un trozo de pizza.

-¿También está el irlandés? -pregunta mi hermana.

-Sí, pero ya se van -respondo con malicia.

-¡Que te den! -sueltan mis amigos al unísono.

-Joder, chicos, ¿no me digáis que entre los dos no podéis con él?

-Tranquila, está controlado. Venga, cuenta...

-Amber y su hija se van a Hawái mañana. Acaban de reservar un avión y no volverán


hasta el 2 de enero, despedirán allí el año.

-¡Merda! -mascullo y me levanto en busca de la botella. Adam es más rápido que yo y


la quita de mi camino.
-Bebe agua.

Resoplo y me voy hasta la cocina, pero los sigo escuchando.

-¿Vosotros no tenéis nada?

-De momento, muchos indicios, pero ninguna prueba concluyente. Evasión de


capitales, extorsión. Creemos que están a punto de cerrar una operación muy turbia
con el Gobierno de un país asiático, ahí es donde las queremos trincar. Pero el
juez no va a autorizar ninguna intervención hasta que le presentemos algo más
sólido.

-Porque la justicia es mala y lenta -me quejo y saco una cerveza de la nevera. Si
me quitan el whisky algo tendré que beber, ¿no?

-Porque todo necesita unos tiempos, Nicola -espeta Richard, mosqueado.

-¿Dieciocho años te parecen pocos? -intervengo de nuevo.

-Sabes que no me refiero a eso.

-Ya.

Todo este tema me exaspera.

-Y ¿qué pasa con la información que encontró Fiona? Los correos, las fotos y demás
-argumenta Adam-. Eso debería ser suficiente, ¿no?

-No es tan sencillo -contesta Richard-. Además, no ha habido ninguna amenaza en


firme. Solo son datos.

-Porque el objetivo ha desaparecido -anoto con la voz demasiado rasgada como para
pasar desapercibido delante de mis amigos.

Sé que he hecho lo correcto, lo que era mejor para ella, apartarla de mí y de todo
esto. Ella es más cabezona que yo. Si le hubiera contado la verdad, no se habría
marchado de mi lado, nunca. Habría elegido quedarse conmigo y luchar contra viento
y marea, sin medir las consecuencias. He sido mezquino y ruin confesándole que su
padre era Gabriel antes de que pudiera leerlo en sus cartas, pero sé que era la
única manera de conseguir que se marchara, hiriéndola en su zona más sensible, el
corazón.

Adam siguió al coche que la llevó al aeropuerto para cerciorarse de que se subía en
ese avión sin mirar atrás. Cuando me mandó un mensaje diciéndome que la baby estaba
segura, juro que una pequeña parte de mí sintió un alivio enorme. Sin embargo, la
otra parte, la más grande, se terminó de romper en pedazos. Su olor sigue
impregnado en mi cama, en mi ropa, en mi casa y en mi pecho. Y sus labios, sus
caricias, sus pies, su risa...

-Ha desaparecido porque tú has querido -afirma Adam.

-¿Qué cojones querías que hiciera? ¿Dejarla aquí y exponerla? Si se te escapó como
si fueras un puto novato, Adam. No me jodas.

-Nicola, te estás pasando. -Richard trata de apaciguar las aguas.

-No, déjale que escupa lava. Así es como afronta el niñato los problemas. O huye él
o los hace huir. -Me acerco, poso la cerveza en la mesa y lo agarro de la camisa,
encarándome con él.

-Cierra la puta boca.

-No me da la gana. Podías haber hablado con ella, contarle lo que sucedía y haberla
dejado decidir. Y, si tan seguro estás de haber tomado la decisión correcta, deja
de bañarte en whisky, idiota, porque das a entender justo lo contrario.

-¡Eh, cada uno a vuestro rincón! -Richard nos separa y los dos bufamos sin apartar
la mirada del otro.

-Chicos, por favor. Dejad de mediros la chorra y escuchadme. Que me quiero ir a la


cama con Cham.

-Me alegra oír que el elegido es tu marido -ironizo por su puntualización, y Adam
da dos pasos acercándome la cerveza.

-Si es que eres hasta simpático cuando quieres, hermanito.

En el fondo los quiero, a los tres, eso es lo más jodido.

-He encontrado un par de correos electrónicos de Tiffany con un pez gordo de Wall
Street. Se los voy a pasar a Nicola, porque hablan en términos muy técnicos sobre
varias empresas, incluida Coté. Es un lenguaje tan poco usual que no sé si se lo
quiere tirar o simplemente le está chantajeando, pero no dejéis que lo lea hoy.

-Te estoy oyendo, Fiona. Y lo leeré cuando me salga...

-No termines esa frase, que no soy uno de tus colegas.

-Está bien, pásamelo a mí también, aunque a ti no te lo parezca, en el FBI no somos


tan idiotas.

-¿Seguro? -lo vacila ella.

Nos despedimos y me hace prometer que mañana iré a comer con ellos para pasar la
tarde con Helena. Solo espero que la cabeza no me reviente.

Mis amigos se apoltronan en mi sofá y me dejan clara su intención de no pirarse.

-¿No tenéis casa?

-Como esta no -responde Adam y se va al baño.

Richard posa su mano en mi rodilla cuando nos quedamos a solas.

-Nicola, ahora en serio. Hemos llegado hasta aquí, así que relájate, ¿vale? Tenemos
muchos hilos de donde tirar para que caigan. Estas semanas que van a estar fuera
nos van a servir para acorralarlas. En enero seguro que son nuestras. Y, cuando las
encerremos, podrás ir a buscarla.

-¿A quién? -pregunta el irlandés cuando regresa al salón.

-A nadie.

-Conozco a Gabriela. -A Adam no lo podemos engañar-. No va a querer escucharte.


Quemaste tu oportunidad con esa maravillosa actuación -me recrimina por enésima
vez.
Cierro los ojos un instante y pido perdón a Gabriel, en silencio de nuevo, por
haber usado su secreto para alejarla, por haber roto su confianza y por haberle
fallado, aunque ya no esté aquí para verlo.

-Da igual. Ella no va a volver y yo no voy a ir a buscarla -digo categórico.


Irremediablemente, una voz dentro de mí trata de chillarme lo contrario.

-Tarde o temprano saldrá de tu cabeza -me dice Richard condescendiente.

-Deja de engañarte, mozzarella. Gabriela no saldrá nunca de ti, ni tan siquiera de


tus tristes sueños.

Capítulo 41

GABRIELA

Si como o bebo algo más, creo que reventaré, pero cualquiera le dice a Lolita que
no tengo ni pizca de hambre. Esta mañana ha arrasado con todo el supermercado y,
para colmo, le ha dado la ventolera de cocinar para ella y para mí toda la tarde.

Es Nochebuena y su novio se ha ido -bastante mosqueado, por cierto- a cenar a casa


de sus padres. Mi amiga se ha negado a dejarme sola y no lo ha acompañado. En
realidad, excepto para ir a trabajar por las mañanas, no se despega de mí desde que
invadí el sofá del salón de casa de Fede hace algo más de dos semanas.

-Acércame la copa -me dice cuando ve que la tengo vacía.

-Lolita, me vas a ahogar.

-¡Calla, anda! Que las penas se matan bebiendo.

-No es así, capulla, el dicho dice que se matan bailando.

-Pues, venga. Levanta ese culo y vamos a mover la mesa.

Mi Lolita, que es como una cabra loca, se pone de pie y me arrastra con ella para
apartar los muebles y dejar más espacio sobre la alfombra. Solo espero que no
llegue su novio y nos pille desmantelando su salón, porque cada día me mira peor y
eso que intento no hacer ni ruido. No soy santo de su devoción y él tampoco lo es
de la mía, creo que solo nos toleramos por ella. Y, claro, aunque he intentado
buscar un sitio para pasar estos días y aclararme, Lola ni se plantea que me marche
de aquí.

Sé que ella lo hace con todo su corazón, para sacarme una sonrisa y recuperar a su
huracán, aunque ahora soy más bien una ligera brisa, tan ligera que apenas consigue
arremolinar una hoja del suelo. Supongo que he ido pasando por tantas fases del
duelo desde que llegué que, en este instante, no sé ni en la que me encuentro.
Negación. Ira. Negociación conmigo misma, sobre todo. Tristeza. Y, por fin, la
ansiada aceptación, que todavía no ha llegado, pero que espero que esté a la vuelta
de la esquina. Porque si algo he aprendido en esta vida es a aceptar las cosas
según me vienen, sin lamentaciones ni evasivas.

Con la cabeza alta -y volada, eso también-, me enfrenté hace cuatro días a uno de
los episodios más crueles y surrealistas de mi vida. Sentada frente a la lápida de
mármol gris, donde se lee el nombre de mi madre, abrí y leí en voz alta las dos
cartas que me faltaban de Gabriel. No pasé desapercibida para el resto de
visitantes del cementerio, que pensarían que estaba de atar. Sin embargo, para mí
fue una liberación. Era algo que necesitaba sacarme de dentro, aunque se escapara a
la lógica humana. Fue como si ella y yo estuviéramos teniendo esa conversación que
tan inesperadamente me negó cuando vivía. No voy a reproducir palabra por palabra
lo que decían, aunque las he leído tantas veces que estoy casi segura de que las
podría recitar de memoria.

En la quinta carta me cuenta que, cuando el embarazo de Cayetana empezó a ser


evidente, habló con su padre y le confesó que estaban esperando un bebé. Pensó que,
al ser su primer nieto, se ablandaría y los ayudaría. Quería que con sus contactos
le consiguiera un trabajo que le permitiera irse a vivir con ella antes de que yo
naciera, pero obtuvo justo lo contrario. El comportamiento déspota y autoritario de
su padre lo puso entre la espada y la pared. Si tiraba su carrera por la borda por
un lío con una criada -palabras del embajador-, le retiraría cualquier ayuda,
incluida la económica. Además, lo amenazó con despedirla y dejarla en la calle ipso
facto. Mi madre, con veinte años, embarazada y sola en Madrid, tendría que regresar
a Sevilla y él viviría alejado de las dos hasta que pudiera mantenernos. Por esa
razón, llegó a un acuerdo con su padre, mitad cabeza, mitad corazón -palabras de
Gabriel-. Uno que me condenaría a vivir ajena a una historia que me pertenecía.
Cayetana y yo nos quedaríamos en la embajada, ella no perdería su trabajo después
de tenerme y yo recibiría la mejor educación, a cambio, él se comprometía a entrar
en el cuerpo diplomático y a no volver a mantener una relación sentimental con mi
madre, porque el embajador, por ningún motivo, quería que eso saliera a la luz.

Me costó un mundo leer entre lágrimas cada frase, rebatirla a ella, preguntarle
¿por qué? Entre el odio y el amor. Entre la rabia y la impotencia. Entre la pena
por haber perdido un tiempo valiosísimo para haberme dicho la verdad y la
imposibilidad de estar los tres juntos un día. La reñí y la increpé, como si de
verdad pudiera oírme. Me rasgué por dentro, porque era lo único que podía
permitirse mi alma.

A él lo maldije, por cobarde, por no luchar, por dejarse arrastrar, por no huir,
porque, en lo más profundo de mi ser, tenía la creencia de que el amor podía con
todo.

Arrugué la última carta en un arrebato de ira. ¿De qué me servía ahora conocer mi
historia? ¿Por qué tenía que lidiar sola con todo ese revoltijo de sentimientos?
¿Por qué? ¿Por qué habían decidido cuándo y cómo por mí? A punto estuve de
levantarme y tirarla en la primera papelera, pero me envalentoné en el último
segundo y la abrí. Si había llegado hasta allí, ya no me podía quedar con una
versión a medias, tenía que llegar hasta el final.

Gabriel comienza contándome cómo aquella decisión lo condenó de por vida, porque lo
que no consiguió su padre fue que él dejara de amarla, nunca. Dos noches después de
que yo naciera, le contó a mi madre su decisión, no se lo dijo antes por miedo a
que ella se marchara a Sevilla y perdernos definitivamente. Ella aceptó el trato
solo por mí, porque ella más que nadie sabía las oportunidades que tendría si nos
quedábamos y las que perdería si volvía a su casa conmigo. Le juró que no aceptaría
dinero de él ni de su padre, nunca, que solo se quedaba en Madrid por mi educación
y que, por supuesto, jamás me dirían que Gabriel era mi padre, porque no quería que
yo creciera con el rechazo de nadie. Resoplé con tanta fuerza al leer esa parte que
casi me quedé sin aire. Renunció a todo por mí, a su único amor, a sus sueños, a su
vida...

Gabriel me confesaba en el siguiente párrafo que el día que me tuvo por primera vez
entre sus brazos fue el más feliz de su vida. Dos noches más tarde, después de
dejarnos en aquella habitación de hospital, vivió el más triste, con diferencia
sobre cualquier otro. Se mudó a Estados Unidos antes de que regresáramos a la
embajada. Estaba tan roto por dentro que no podía enfrentarse a nosotras. De ese
periodo fuera de España me cuenta poco. Entró en el cuerpo diplomático rápido y
regresó cuando yo iba a cumplir dos años, con su mujer Amber y su hija Tiffany, de
apenas unos meses. Reconoce con tristeza que fue la única manera, absurda e idiota,
que encontró para sacarse del corazón a mi madre. Otra enorme estupidez.

En el resto de frases solo demuestra arrepentimiento; pena, dolor y un sinfín de


disculpas y perdones. Según sus últimas palabras, siempre conservó un hilo de
esperanza para arreglar las cosas con mi madre, incluso después de que se separara
de Amber. Sin embargo, ella se aferró a la última gota de orgullo que le quedaba
dentro y, aunque mantenían el contacto, y hasta puede decirse que volvieron a ser
amigos, nunca le dejó volver a entrar, no al menos de aquel modo.

Cuando mi madre empeoró, hablaron mucho, hasta por teléfono. Me dice que
fantasearon con reunirnos los tres por mi veinticinco cumpleaños en Madrid,
recorrer juntos sus rincones, enseñarme dónde se fraguó su amor y, por fin,
sincerarse conmigo. Hubiera sido bonito, ¿verdad?

Menciona lo de su testamento, que, por supuesto, no me lo tome como una


compensación por haber sido un cobarde toda la vida, simplemente quiere
proporcionarme los medios para comenzar una nueva vida en la que pueda ser dueña de
mis pasos. Además, me vuelve a recordar que mi madre cumplió su palabra y jamás
aceptó el dinero que él siempre le ofrecía, sobre todo cuando nos volvimos a
Sevilla y ella enfermó. Era cabezota y terca, pero también tenaz, igual que tú, me
dice entre sus líneas. Me habla de cómo ha estado al día de todos mis movimientos
por ella, de los rasgos que compartimos, como la bondad, la búsqueda de la justicia
y la intención de ver siempre el lado positivo de las personas, a pesar de las
circunstancias adversas; por eso, dice que siempre me imaginó trabajando en la
Fundación Coté. También me cuenta lo orgulloso que se ha sentido de mí en silencio
durante todos estos años. Recuerda cada día a mi lado en Madrid; las risas, los
juegos, las clases, las actuaciones de ballet, en las que siempre destacaba, las
lecturas por las noches y hasta las travesuras. Menciona a Tiffany y, nuevamente,
me pide como último favor que sea yo la encargada de desvelar nuestro secreto si
quiero, dejando la pelota en mi tejado y volviendo a tildarse a él mismo de eterno
cobarde.

La revelación más dolorosa la deja para el final. Fue Cayetana la que le pidió que
me lo contara si ella faltaba, porque, aunque fuera tarde y mal, se había dado
cuenta de que tenía derecho a saberlo. Qué triste, ¿no?, y más viniendo de ella. Mi
madre, mi pilar, mi modelo, mi todo, esa mujer que para mí era transparente, o al
menos es lo que yo creía. Me derrumbé en ese maldito instante, me desordené por
dentro, como si alguien hubiera mezclado todas mis piezas y me hundí, de tal
manera, que tuve que llamar a Lolita para que me sostuviera, aunque fuera a través
del móvil.

Me he vuelto loca estos días intentando sacar alguna conclusión clara. La verdad es
que no dudo de que me hayan querido, los dos, cada uno a su manera, pero coño, ¿por
qué no me han sabido querer mejor? ¿Acaso no me merecía saber mi historia desde el
primer momento? ¿No tenía derecho a disfrutar de un padre y de una madre? Aunque
hubiera sido por separado, como lo hacen millones de niños en el mundo.

De momento, no los entiendo, y lo de perdonarlos o no, tampoco tiene mucho sentido.


Ya no están aquí y es feo guardar rencor a los muertos, ¿verdad? Y más si gracias a
ellos estoy aquí. Supongo que el tiempo volverá a sanarme por dentro, al menos la
parte que Nicola no ha magullado.

-¡Vuelve, Gaby! -me espeta Lola cuando ve que me quedo mirando al infinito-. ¿Otra
vez pensando en él?
-No -digo categórica.

-Qué mala eres mintiendo, miarma.

-Pues anda que tú -la pincho.

-Déjame llamarlo, ya sabes que puedo cantarle las cuarenta hasta en inglés.

-No, y recuerda que me lo has prometido. A ver, Lola, no tengo nada que decirle. Me
mintió, como un bellaco. Sabía desde que llegué que Gabriel era mi padre y, cuando
se lo pregunté, no me lo dijo. Me engañó y fui idiota. Confié en él.

-Ya, pero él cumplía la voluntad de Gabriel. Lo que no entiendo es por qué te lo ha


dicho ahora. ¿No es un poco raro? Porque yo os vi con estos ojitos -me dice
señalándoselos-. Estaba loco por tus huesos, Gaby, eso no era mentira. No puede
llevarte a vivir con él y luego dejarte así, de esa manera tan rastrera.

-Es Nicola Basso, él hace y deshace según le conviene. No te imaginas lo difícil


que es conseguir llegar al verdadero.

-Pero tú lo conseguiste.

-Sí, aunque está claro que se arrepintió de haberme dejado entrar. Llevaba varios
días raro. Distanciado, pero a la vez preocupado. Meditabundo, obsesionado con el
control. Lo que más me ha dolido es que no haya confiado en mí. Estoy segura de que
tiene algún problema, grave, y que no me quiere cerca.

-Eso es, Gaby. ¿Y si se comportó como un cabrón porque era la única manera de que
te fueras?

-Quizá, pero ya me da igual.

-Y mis cojones treinta y tres -espeta con retintín usando una de sus frases más
míticas.

-Lola... -protesto.

-Eso es otra mentira y de las gordas -me rebate-. Tú lo quieres, Gaby, eso no me lo
vas a negar.

-No te lo voy a negar -claudico.

Estoy dolida con él y claro que lo quiero, joder, ¿cómo no? Nunca había sentido
nada así de intenso y grande, por nadie. Y eso no se borra en unos días con un
chasquido de dedos, ojalá fuera tan fácil. Lo que me vibra está anidado en mi pecho
y no sé cuándo estaré preparada para deshacerme de cada sonido que él ha dejado en
mí. Sin embargo, estos días aquí, junto a Lola y Marcos, me han servido para tomar
perspectiva de estos meses, demasiado rápidos y abrumadores, por eso quiero tomar
una decisión con calma, consensuada y meditada conmigo misma. Me niego a ser la
típica idiota que llora por las esquinas por un amor no correspondido, por lo que,
de momento, me seguiré lamiendo las heridas sola, pero sin detener mi vida, ni tan
siquiera por él.

-Entonces, ¿ya has pensado qué vas a hacer?

-¿Ya quieres deshacerte de mí?

-No seas tonta, sabes que no.


-Fede, en cambio, está contando las horas para que me vaya. Y no lo culpo, Lola,
son muchos días invadiendo su espacio y no nos llevamos especialmente bien.

-A Fede que le den. Si me quiere a mí aquí, te tendrá que querer a ti.

-Ese es el problema, Lolita, que no estoy muy segura de que te quiera a ti... -me
animo a decir. Mi amiga bufa, pero no me contradice. Lola siempre ha preferido
hacerse la ciega con los tíos y sabe que detesto esa actitud-. He pensado algo -
continúo-, pero mejor lo hablamos mañana, cuando se nos haya bajado la graduación
de alcohol en sangre.

-Miedo me das.

-Anda, sube el volumen, que me mola esta canción.

Fever, de Dua Lipa y Angéle, suena por el altavoz. Lola y yo nos deslizamos por la
alfombra con movimientos sinuosos y una sonrisa de oreja a oreja.

¿Quién dijo que bailar no mata las penas?

Capítulo 42

NICOLA

Patty vuelve a llamar con los nudillos a la puerta de mi despacho por tercera vez
en la última media hora, como no respondo, abre con sigilo y asoma la cabeza.

-Señor Costas, le esperan en la sala de juntas.

-¿Como hace diez minutos? -pregunto irónico y, acto seguido, me arrepiento. Ella
solo está haciendo su trabajo.

-Lo siento.

-No, perdóname tú. Diles que ahora voy.

Mañana termina este año, convulso y caótico a todos los niveles, sobre todo para
mí. Está claro que, hasta que las agujas del reloj no marquen la entrada en el
nuevo dígito, voy a tener que lidiar con la última sorpresa que me tenía guardada y
no una agradable, precisamente.

Cox and sons -o lo que es lo mismo, Tiffany y su adorable madre- ha lanzado una opa
hostil para hacerse con Coté Group y ganar tamaño para reducir la competencia.
Gracias a mi hermana y a toda aquella información que interceptó en los correos con
un trabajador de Wall Street, me he podido preparar para este momento. Subimos la
cotización de las acciones para que no llegaran a presentarla, aun así, con tan
poco margen de maniobra, no he sido capaz de detenerla. Así que he tenido que
movilizar a la junta de accionistas, para presentarles la oferta, y a todo el
consejo de administración para tomar una decisión. Esta burda estrategia es la
última bala para hacerse con el control de mi empresa. Tiffany no pudo impugnar la
venta de las acciones que me hizo Gabriel, porque demostré que todo se había hecho
de forma legal, por lo tanto, han recurrido a esto como último recurso.
Reordeno los informes que he elaborado durante las últimas diez horas de trabajo,
que han sido frenéticas, y los guardo en la carpeta. Miro una última vez por la
ventana y me ajusto los puños de la camisa y el reloj de Gabriel en la muñeca;
automáticamente, ella se cuela en mi cabeza. Ni con la vorágine que tengo encima
estos días la he podido sacar de mis pensamientos. Está ahí, anclada a mí, con la
misma intensidad y fuerza que el primer día que me dejé vencer por ella.

-Nick... -Es la voz de Bill, el presidente en funciones, un buen amigo de Gabriel


que siempre me ha apoyado.

-Sí, ya estoy.

Cojo el dosier y camino junto a él hasta la sala de juntas, al otro lado de la


planta.

Saludo con un gesto amable cuando entro y veo alguna mala cara por mi tardanza. Mi
fama como gestor me precede. Gracias a haberme forjado en este mundillo de la mano
de Gabriel, no soy frío, ni calculador, como la mayoría de los CEO de las grandes
empresas. Sin embargo, todos saben que soy un profesional muy cualificado y que
jamás permitiré que mis circunstancias personales afecten a mi trabajo, aunque no
me guste ser un déspota a la hora de hacer negocios. Me coloco en mi sitio, a la
cabecera de la mesa, y empiezo a hablar. La reunión se complica más de lo que
esperaba, muestro mis cartas, sin guardarme nada, y explico con detenimiento todos
los argumentos que poseo para rechazar la oferta de las Cox antes de la votación.
El margen no es muy grande, pero hay mayoría de votos en contra, por lo que Patty,
que está sentada detrás de mí, cogiendo notas, redactará un comunicado oficial para
presentar legalmente nuestra negativa. Normalmente, estos procesos duran mucho más
tiempo, pero al tratarse de una fecha tan ajustada antes de terminar el año, he
conseguido acelerar la toma de la decisión y no dejarlo pendiente para el siguiente
ejercicio. Choques de manos, palmadas en la espalda y despedidas con un tono más
relajado hasta la próxima reunión.

-Gracias, Bill. -Le extiendo la mano y él me la aprieta enérgicamente-. A primeros


de año prepararé la junta, me gustaría que siguieras siendo el presidente.

-Será un placer seguir trabajando mano a mano contigo. Si Gabriel te hubiera visto
hoy defender la compañía de esos buitres, habría estado orgulloso de ti -me dice-.
Eras como un hijo para él.

Una punzada de dolor se asienta en mi estómago. No creo que Gabriel hubiera estado
contento ni orgulloso de las decisiones que he tomado las últimas semanas.
Conociéndolo, con toda su buena voluntad, me hubiera reconducido para que eligiera
otro camino, igual que hizo cuando entré aquí por primera vez.

Odio arrastrar esta carga, por eso, no soy capaz de analizar cada paso que he dado
desde que le di las malditas cartas, es como si mi propia conciencia me ignorara
adrede, para no lastimarme más.

Pasadas las nueve de la noche, regreso a mi despacho y me lo encuentro lleno.

-¿Qué ha pasado ahora? -pregunto cuando veo a Bárbara, Adam y Richard sentados
alrededor de mi mesa.

-Tú primero -me responde mi amigo para que hable yo antes.

Me acerco al cajón y saco una caja de pastillas. Me sirvo un vaso de whisky y me


tomo un analgésico, sé que sería mejor con agua, pero no me he podido resistir.

-Sigo conservando la empresa.


-Ya veo, la empresa la conservas, y ¿la puta cabeza? -me increpa Adam cuando me ve
dar un segundo trago.

-Dame una tregua -rebato y me dejo caer en mi silla, que está vacía.

Lo que menos me apetece ahora es enzarzarme en una discusión que no nos llevará a
ninguna parte. El papel de niñeras que están jugando conmigo me tiene un poco
hastiado ya.

-Perfecto, pues un problema menos, ¿no? -se interesa Richard.

-Exacto -respondo-. Pero ya estás tú aquí para añadir algo más a la lista, ¿me
equivoco?

-No te equivocas -contesta Bárbara y me muestra unos papeles que tenía en la mano.

-Me va a explotar la cabeza, ¿me podéis hacer un resumen? Por favor.

Primero habla Richard y después su compañera. No me concentro mucho en lo que me


cuentan, porque mi mente ahora está a miles de millas de aquí y, además, mis
neuronas todavía siguen bajo presión. Sin embargo, me quedo con los datos más
relevantes. Dentro de un par de horas, mi amigo y su compañera volarán a Honolulu
para vigilar a Tiffany y a su madre; al final, el juez les ha dado carta blanca,
porque, al parecer, mi hermana y un compañero de ellos han encontrado unas imágenes
de este par subiéndose a un yate de un supuesto traficante de armas saudí. El tema
es demasiado serio como para no vigilarlas de cerca.

-¿Me has escuchado? -inquiere Richard.

-Sí, que os vais a Hawái de vacaciones, como la canción de Maluma.

Adam me mira con los ojos como platos y niega con la cabeza, está claro que piensa
que he perdido el norte.

-Joder, Nicola. Esto es demasiado serio para tus bromas de mierda -se mosquea
Richard.

-Ya lo sé, coño. Ahora lo entiendo todo. Si es verdad lo que decís, la maldita opa
solo era una bomba de humo. ¿No os dais cuenta? -pregunto al aire.

-Puede ser -interviene Adam-. Saben que vas tras ellas, de ahí los correos y las
fotos. Han montado este tinglado para alejarse del foco. Se piran a Hawái a pasar
el fin de año y a ti te dejan ese marrón para tenerte ocupado y que no las
molestes.

-Tiene pinta de eso -dice Bárbara-. Además, no tienen ni idea de todo lo que ya
tenemos de ellas, porque, de saberlo, no se hubieran arriesgado a celebrar una
reunión con ese tío.

-Menudas zorras. La avaricia de Amber no tiene límites -apunto-. Y la de Tiffany va


de la mano.

Nos despedimos y les deseamos feliz vuelo. Nos aseguran que nos mantendrán
informados y que harán todo lo posible para volver con algo tan sólido que tengan
que pasar el caso a los de Seguridad Nacional si hace falta.

No ha pasado ni una hora cuando Adam entra en mi casa con su llave y con una caja
de pizza en la mano.
-¿No vas a dejarme en paz?

-No, mozzarella, no tengo ninguna intención de abandonarte.

-¡Qué cansino! Estoy agotado, tío. En serio, tienes que dejar de vigilarme como si
fuera un bebé.

-Encima de que te traigo la cena.

-No tengo hambre.

-Venga, deja de quejarte, que, además, mañana no despido el año contigo.

-Puedes cenar con nosotros, no necesitas una invitación formal.

Al final, Fiona y Cham tienen una fiesta en casa de unos amigos después de cenar y
a mí me han camelado para que me quede con Helena y ellos puedan salir a
divertirse. No se fían de ninguna niñera que quiera trabajar la primera madrugada
del año, así que me toca ejercer de tío responsable y maduro que, por otro lado, es
lo único que me apetece hacer. Mentiría si digo que quiero beber toda la noche y
darle la bienvenida al año nuevo como si fuera feliz. Al menos, Helena me tendrá
ocupado, solo espero que no me pregunte por Gabriela como ha hecho las últimas
cuatro veces que he estado con ella, porque ya no sé cómo voy a explicarle que
jamás volverá a verla.

-Lo sé, lo malo es que Richard me ha dejado tirado.

-Pobrecito.

-Pobrecito yo, claro. ¿Tú has visto con qué tristeza nos ha dicho que cambiará de
año en Hawái con Bárbara? Solo le ha faltado guiñarnos el ojo al despedirse.

-Joder. Es una misión demasiado importante, confío en que esté centrado en obtener
toda la información, no en su compañera de viaje.

-Bueno, pueden destensarse durante el vuelo y ya llegan más relajaditos para


centrarse en la misión.

-Deja de montarte películas. Y, entonces, ¿qué vas a hacer mañana?

-Buscar otro plan.

-¿Rubia o morena?

-¿Qué dices?

-Tu plan, ¿cómo es?

-Pelirroja, capullo.

-Uy, esas suelen ser peligrosas. Ten cuidado.

-Sí, papá. Anda, come y calla un poco. Que, cuando te quedes frito en el sofá, ya
te acuesto, hijo.

-¿Papá o hijo? ¿En qué quedamos? ¡Ay, irlandés!, muy buena tiene que estar esa
pelirroja para que te pongas tan nervioso.
-Es guapa, pero no tanto como la baby.

-¡Que te den!

Adam no para de hablarme de ella cada vez que puede, como si tuviera que
recordármela, constantemente, para que no la olvide. ¿Y sabes lo que más me jode de
todo esto? Que no necesito escuchar ni pronunciar una sola letra de su nombre para
que me siga latiendo.

Capítulo 43

GABRIELA

Lola se quita la mochila de la espalda y hace el amago de arrodillarse al entrar en


la terminal para besar el suelo, menos mal que soy rápida y la levanto a tiempo.

-¿Qué haces, loca? -Me desespero-. ¿Puedes comportarte hasta que pasemos el
control? Por favor.

-¡Ay, Gaby! Joder, es que estoy atacadita. ¡Esto es América! -grita en plan
peliculero.

-Shhh... Lola. Al final nos deportan, ya verás.

-Vale, vale. Ya soy una niña buena.

Definitivamente, sé que no me voy a arrepentir de haber regresado, sobre todo


porque lo he hecho con ella. Ha sido increíble ser testigo de la emoción de los
preparativos del viaje, de la expresión de su cara al subirse al avión y de los
nervios durante el vuelo, que no le han dejado cerrar la boca ni para dormirse un
ratito. Las risas por tonterías han sido otro nivel.

El caos que hemos vivido los últimos días en Sevilla va a merecer la pena, seguro.
Han sido madrugadas interminables enlazando conversación tras conversación. Yo
intentado convencerla de que necesitaba un cambio de aires y ella haciéndome ver
que mi lugar ya no estaba allí. No nos hemos reprochado nada, simplemente hemos
puesto el dedo en el ojo ajeno, porque, a veces, nos empeñamos tanto en no querer
mirar que nos escondemos de lo que es evidente a la mirada de cualquiera menos a la
nuestra. Los problemas estaban ahí y nosotras también, pero preferíamos ignorarlos.

Lola sabía que no podía seguir malgastando su talento en un trabajo que no le


aportaba nada, y yo era consciente de que aquí puedo tener un futuro, lo que pasa
es que resulta más sencillo acomodarnos en una zona libre de altibajos, huir de las
montañas rusas y caminar por una línea recta, con tacones de aguja o zapatos
planos, con la seguridad de que no vamos a tropezarnos cuando llegue una curva.

Esas semanas lejos de aquí y de la vida que había empezado a construirme, con la
vorágine constante de sentimientos haciendo piruetas en mi interior, me habían
convertido en una triste veleta. Dependiendo de la brisa que soplaba, quería
levantarme y tomar decisiones para avanzar o, por el contrario, quería pegar mi
culo al sofá y hundirme para siempre.

Mi madre, Gabriel y hasta Nicola me han movido los cimientos, eso es innegable. Aun
así, el tiempo lo asienta todo, incluso los impulsos que me han generado y que no
me resulta fácil controlar todavía. Sin embargo, no soy de las que toman decisiones
al azar. Es verdad que soy visceral y poco comedida para millones de situaciones,
pero no puedo olvidarme de que estoy sola en este mundo y que tengo que cuidar de
mí. Por eso, mi parte racional ha salido a la luz, dejando en la sombra al resto.
Me he dado cuenta de que descubrir de dónde vengo no tiene por qué empañar a dónde
quiero llegar.

Lo de traerme a mi amiga conmigo me rondaba desde hace algún tiempo la sesera.


Aunque el detonante para que ella hiciera su maleta, después de que yo se lo
plantease, sin pensárselo dos veces, y diera carpetazo a su vida fue la bronca que
tuvo con su novio hace tres días y de la que fui testigo. He intentado quedarme al
margen, porque la conozco y sé que, en lo que a las relaciones se refiere, nunca
busca ni encuentra el equilibrio, así que, cuando empezaron a discutir, me marché
con Marcos para que pudieran hablar a solas. Ella se reunió con nosotros dos horas
después, y ahí fue cuando no me pude reprimir y le dije lo que pensaba. He estado
conviviendo con ellos, sé el interés que ella ha puesto siempre para que funcionara
lo que tenían y he visto con mis propios ojos los continuos desprecios y desplantes
de él. Lo que más me jode es que ella acata ese rol desde hace años, sin
replantearse que merece mucho más que una relación descafeinada, insulsa y
desequilibrada. Por supuesto, ella también tuvo unas cuantas palabras para mí.
Sobre mi actitud huidiza; mis evasivas para enfrentar a Nicola, aunque sea
únicamente para ponerle verde; mi conformismo con su actuación, sin querer indagar
ni preguntar el verdadero motivo por el que eligió ese momento tan ruin para
contarme lo de Gabriel, o más bien para escupírmelo a la cara. Y también, sobre mi
reacción, impropia de alguien con mi arranque. Por suerte, nuestra amistad es tan
sólida que nos podemos permitir ataques de sinceridad hasta rozar el ridículo, a
los que solemos poner fin con un abrazo eterno que nos pone de nuevo en nuestro
sitio.

Le advierto antes de que entregue su pasaporte que es mejor dejar las bromas sobre
los guiris para cuando hayamos puesto un pie en la calle, no vaya a ser que no
lleguemos ni a entrar. Tardamos un rato en pasar el control, así que pido un Uber
para que nos lleve directamente al ático a dejar las maletas. Da igual el jet lag
que arrastremos, porque hoy es 31 de diciembre y dentro de, exactamente, cinco
horas pondremos fin a este año raro e inclasificable, al menos para mí.

-Es ese de ahí. -Arrastro a mi amiga hasta el coche porque observa todo con la boca
abierta.

-¿Está nevando? -le pregunta al chófer cuando ve el cristal mojado.

-De momento, no -contesta él en un español con acento latino-. Pero dan nieve para
los próximos días.

Lola chilla y aplaude, todo a la vez, y yo me descojono. Va a ser toda una


experiencia patear con ella esta ciudad, como dos turistas más. Ya me la estoy
imaginando con el móvil en la mano haciendo fotos sin cesar.

Enciendo mi teléfono y aprovechamos el trayecto para hacer una videollamada a


Marcos, el pobre es el que más triste se ha quedado con nuestra partida. Este
cuatrimestre va a empezar a trabajar en la universidad, como profesor adjunto y, de
no ser por eso, lo más probable es que se hubiera apuntado a vivir esta aventura
con nosotras, por lo menos durante unas semanas.

-¡Guau! ¡Mira, Gaby! -Codazo-. ¡Y allí! Mira, mira... ¿Aquello qué coño es? -Y así,
todo el rato. Una batería de preguntas y exclamaciones salen de la boca de Lola a
medida que nos acercamos a Manhattan.

Parece mentira que casi hayan pasado seis meses desde que yo recorriera este mismo
camino, con la única diferencia de que iba sola, sin tener ni idea de lo que me iba
a encontrar y conducía Adam. He estado tentada de mandarle un mensaje, o incluso
llamarlo, pero sigue trabajando para él y, aunque lo considero mi amigo, ellos son
mucho más, son hermanos. No sería justo, ni serviría de nada intentar averiguar por
qué se han torcido tanto las cosas a través de él. Por eso he preferido dejarle al
margen de nuestra ruptura. Palabra que no soy capaz de pronunciar en voz alta.

-Joder, joder, joder...

-Lola, te quieres relajar.

-Es que aquí es todo muy grande, miarma. ¡Mira! -Me pega la frente a la
ventanilla-. No me alcanza la vista para ver el final de esos edificios.

-Por algo se llaman rascacielos -la chincho.

-Calla, listilla.

-Puedes parar ahí. -Señalo el punto exacto al chófer y se detiene justo enfrente
del edificio.

-¡No! ¿En serio es aquí?

-Sí... -Cabeceo porque el viaje no le ha mermado la energía.

Arrastramos las maletas hasta que Peter sale a echarnos una mano, la capulla de
Lola casi se lanza a darle dos besos como si fuera un colega nuestro y yo sonrío
recordando mi efusividad con los extraños cuando llegué. Voy a tener que explicarle
que aquí todo es distinto.

Cruzo los dedos para llegar al ático sin encontrarme a nadie. Bueno, concretamente,
a él, porque no tengo ni idea de cómo reaccionaría mi cuerpo, ni mi boca, que esa
es otra, si lo tuviera de frente de nuevo.

Abro y enciendo la luz, para dejarla pasar primero.

-¡Hostia puta!

-¡Lola! -me quejo-. ¡Esa boca!

Deja la maleta en el hall y se va dando saltitos por toda la casa mientras suelta
más juramentos.

-Yo flipo. ¿Y tú querías renunciar a esto? -Abre la puerta y sale a la terraza,


cuando ve las vistas y la piscina (cubierta ahora), baja a todos los santos del
cielo.

-Lo primero deja de gritar, por favor. No quiero que, si está en casa, nos oiga y
se presente aquí. Y, lo segundo, no quería renunciar, solo necesitaba un poco de
tiempo para considerar la oferta.

Gabriel me repitió en su última carta que haberme incluido en el testamento no fue


para redimir su culpa, simplemente creyó que con ese gesto me facilitaba un medio
para alcanzar un fin, el que me propusiera. En Sevilla no tenía nada; ni trabajo,
ni casa, ni visos de encontrarlo a corto plazo, así que, una vez más, analicé los
pros y los contras y decidí que el pasado no podía cambiarlo, pero el futuro sí.

A duras penas consigo enseñarle todo el ático con calma. Subimos las maletas a las
habitaciones y se queda instalándose en la pequeña mientras me voy a la cocina a
ver qué encuentro por allí. Preparo unos rollos de salmón ahumado con queso y mando
un mensaje a Rosy, para agradecerle que haya llenado la nevera, supongo que habrá
sido su hijo quien le contó que regresaba hoy.

No podemos pasar nuestra primera Nochevieja en Manhattan sin ir a Times Square, así
que, aunque es un poco tarde, porque la movida que preparan empieza como a las
cinco, he quedado con Óscar para intentar acercarnos lo máximo posible, a ver si
vemos bajar la famosa bolita.

Subo a rescatar a mi amiga y le recuerdo que se tiene que abrigar; ahora mismo mi
móvil dice que hay dos grados. Nos cambiamos de ropa y hasta nos ponemos guantes y
gorro. Me alegro de haberme podido traer la ropa de invierno que me había guardado
ella, aunque quizá necesite comprar algo para el frío extremo, porque en Sevilla no
conocemos lo que es eso.

-Espera un minuto -le digo antes de salir por la puerta.

De un mueble del salón saco una botella de tequila, a la que ya había echado el ojo
antes de huir. No tengo ni la más remota idea de a quién se le ocurrió meterla en
la lista de la compra, o quizá ya la tenía Gabriel ahí; lo importante es que nos va
a venir de lujo esta noche para brindar y entrar en calor con ella, todo a la vez.

Caminamos agarradas del brazo como dos viejecitas. Recorremos las calles rápido, a
pesar de las quejas de Lola, que quiere pararse a mirar todo. La tarea de llegar
hasta el meollo de la fiesta es ardua, pero mi amiga se empeña en conseguirlo,
porque no puede perdérselo. Como somos bastante canijas, esquivamos a un montón de
gente y, poco a poco, nos vamos haciendo un hueco entre la multitud. Lo de
encontrar a Óscar sí que es imposible, porque, con el jaleo que hay montado y la
gente, no se oye nada, y a la zona donde él me ha dicho que iba a estar es
imposible acceder. Nosotras nos quedamos apretujadas en un hueco donde no nos falta
el aire.

Música, risas, gente feliz; al menos aparentemente.

Mi Lolita y yo en la Gran Manzana, ¿qué más puedo pedir?

Nos hacemos muchas fotos poniendo caras y algún video bochornoso que grabamos para
Marcos, entre tragos de tequila, directamente de la botella, que nos suben algo más
que la temperatura.

La bola tarda sesenta segundos en bajar e, hipnotizadas, esperamos para estallar en


gritos cuando entramos en el nuevo año. Un par de parejas que tenemos al lado se
empiezan a besar y mi Lola, ni corta ni perezosa, me planta un pico en toda la
boca, muy metida en el papel, antes de fundirnos en un abrazo extralargo.

-Iloviu, miarma -me dice en el oído.

-Iloviu too. -Doy un trago al tequila y siento cómo me quema la garganta-. ¡Adiós a
todo lo malo! -chillo y le paso la botella.

-¡A tomar por culo! -Mi amiga levanta la botella al cielo de Manhattan y después
bebe.

New York, New York, la mítica canción de Frank Sinatra, en esta ocasión cantando
junto a Tony Benet, empieza a sonar por los altavoces. No hay nadie que no se
mueva. Nosotras, apoyadas la una en la otra, porque el cambio horario y el tequila
nos tienen un poco perjudicadas, lo damos todo. Sobre todo mi amiga, que, además de
moverse con arte, canta inventándose la letra.
Empieza a llover y parece aguanieve, las motas blancas se quedan pegadas a nuestros
plumíferos mientras la música sigue sonando. La multitud se dispersa para
resguardarse. Lola protesta cuando tiro de su mano para salir del epicentro y
volver a casa.

-El último trago -me promete cuando ve que voy a tirar la botella a una papelera.

-Lolita... -protesto porque ya vamos pedo las dos. Ella un poco más que yo.

Me la quita de la mano y da el último trago antes de lanzarla a una papelera, menos


mal que tiene puntería y la cuela a la primera. Tengo controlado el camino de
vuelta, pero no se me olvida que somos dos chicas solas caminando por Manhattan de
madrugada.

Si alguno se enterara de esta temeridad...

Puto subconsciente.

Una hora y media después -menudo trabajito nos ha costado caminar-, estamos
llegando al portal agotadas y muertas de risa.

-No, joder, no -blasfemo y me paro en seco cuando veo a dos personas bajarse de un
taxi.

-¿Qué pasa? -me pregunta Lola y se para a mi lado. La arrastro con prisa hasta la
puerta cuando reacciono, pero es demasiado tarde.

-¿Qué...? ¡Gaby! -La voz de Adam, que avanza hasta nosotras de la mano de una
pelirroja bastante despampanante, me hace acelerar el ritmo.

-¿Te están llamando? -me pregunta Lola desconcertada.

-No, tira. Venga, no te detengas. -La azuzo para que no mire atrás.

Peter no está y es el otro conserje quien nos abre la puerta, lo saludo de


carrerilla y vamos directas hasta el ascensor, como la suerte no está de mi lado,
Adam llega antes de que se cierren las puertas y nos mira de arriba abajo.

-Buenas noches, baby. Feliz año nuevo -dice con un tono que pretende ser arrogante,
pero suena a guasa. Está claro que me ha pillado haciéndome la sueca antes.

Su acompañante hace un leve gesto con los ojos, a modo de saludo, y se cuelga de su
cuello para empezar a besarlo, sin cortarse. Las extensiones que lleva en las
pestañas tienen que pesarle un kilo como poco y a Adam le deben de hacer cosquillas
porque empieza a reírse. Mi amiga me mira a mí, luego a él, que intenta disimular,
y ata cabos.

-¡Hostias, no me digas más! Este es Adam -espeta en español con un tono tan chillón
que casi me estalla un tímpano.

-¡Calla, loca! -la riño.

-Joder, dime que es real y no un efecto del tequila. ¿Por qué no me habías dicho
que está jodidamente bueno? ¿Puedo tocar?

-¡Lola!

Su amiga nos mira sin entender nada, pero él ha debido de pillar parte de la
conversación porque tiene un brillo especial en la mirada.
-¿Lola? -pregunta con un acento raro.

-Sí, soy yo. La mismita -responde ella, usando palabras en inglés y en español. Y
la tía se contonea y se hace un giro de trescientos sesenta grados para que la vea
mejor antes de abalanzarse sobre él para darle dos besos, que él recibe con una
sonrisa tonta-. ¡Qué gustazo para el body conocerte! -añade tan pancha.

Una carcajada sale de mi boca y Adam abre tanto los ojos que se le van a salir de
las órbitas. La puerta del ascensor se abre cuando llegamos al décimo, y la
pelirroja, que tiene cara de haber olido mierda, sí, no lo puedo explicar mejor, lo
coge de la mano para arrastrarlo lejos de nosotras.

-Honey -lo llama para que se centre en ella.

Sin embargo, él se queda a mi lado, supongo que asimilando la sorpresa.

-¿Qué estás haciendo aquí, Gaby?

-Entrar en mi casa -respondo con chulería y sonrío. El alcohol y el momento


calentón de mi amiga al verlo no me dejan ponerme seria.

-Nicola se va...

-Buenas noches, Adam -lo corto, lo que menos me apetece es hablar ahora de él.

-No, hombre. No vamos a despedirnos así. Es Año Nuevo, pasad y tomad una copa con
nosotras -dice mi amiga con todo su arte.

-¿Quiénes son estas? -le pregunta la pelirroja en un susurro, pero lo oímos.

Lola conoce el idioma -lo entiende mejor que lo habla- gracias a los veranos que
pasó trabajando como animadora en los hoteles en la Costa del Sol.

-¿Yo? -Se señala pegando una palmada sobre su pecho-. La futura madre de sus hijos.
Encantada -responde mi amiga y ella la mira con asco, tanto que la tronada de Lola
empieza a hacer el gesto universal del embarazo, simulando la curva de la barriga
con las manos para terminar de explicárselo-. Él y yo. Juntos. -Ahora pega los
dedos índices-. Babies.

Adam se empieza a descojonar sin control. Creo que casi se atraganta con su propia
saliva, la verborrea de mi amiga provoca risas a raudales. La cara de la chica se
enciende y adquiere el tono de su pelo, empieza a insultarlo y a hacer aspavientos.
Antes de que podamos intervenir, ya está bajando en el ascensor.

-Joder, ¿en serio? -Flipa Adam, pero aun así, no deja de reírse.

Abro la puerta y paso la primera, alucino mucho cuando mi amiga ya se ha agarrado a


su brazo y entra con él, como si lo conociera de toda la vida.

-Pasa, estás en tu casa -le dice la muy boba.

-Me debéis una copa, por la interrupción.

-¡Ay, cuánto lo siento! -Miento y me descalzo antes de quitarme las capas-. Parecía
muy agradable esa chica... -ironizo y él ladea la cabeza.

-No lo sé, no me ha dado tiempo a comprobarlo -contraataca con buen humor.


Mi amiga también se deshace del plumífero y lo arrastra hasta el salón.

-Tranquilo, no creo que vayas a echarla en falta. -Me cago en todo, Lola, pues sí
que empiezas fuerte el año-. ¿Qué quieres que te ponga? -le pregunta y los dejo
solos para ir a la cocina a por una jarra de agua, me muero de sed.

-Siendo sincero, ponme lo que tú quieras. Porque no puedes ponerme lo que quiero
realmente.

-Prueba...

-¡Joder, os estoy oyendo! -chillo y me bebo dos vasos de agua seguidos antes de
volver al salón con una jarra. Creo que a ellos también les hace falta refrescarse.

Los encuentro sentados, demasiado juntos, en el sofá. Brindan con dos vasos de
whisky, sin hielo. No me quiero imaginar la bomba que tiene que ser eso en el
estómago de mi amiga con todo el tequila que ya ha bebido.

-Deberíais pasaros al agua -les ofrezco y los dos niegan con la cabeza.

-¿Cuándo habéis llegado? -nos pregunta.

-Hace unas horas, nos hemos cambiado de ropa y hemos ido a Times Square a darle la
bienvenida a este año. Es una pasada, la gente, el ambiente, todo. Estoy flipando
todavía. -Lola le pone al día, sin guardarse nada.

-¿Y has vuelto para quedarte? ¿Definitivamente? -me pregunta. Me voy hasta la
ventana y pierdo la mirada en las luces de la terraza. El cansancio está abriendo
paso al bajón.

-¿También trabajas en Año Nuevo? Supongo que hoy te habrá dado el día libre, ¿no?

-Gaby, yo..., sé que tenemos que hablar...

-Pero este no es el momento ni el lugar -lo interrumpe Lola y destensa el ambiente,


como siempre-. Vamos a entrar en el año con un poquito de alegría. Conectad ese
cacharro -nos dice, señalando el altavoz.

Adam y yo sonreímos, porque con ella es inevitable.

-Estoy agotada, creo que la alegría me la voy a dar durmiendo veinticuatro horas
seguidas -les anuncio antes de irme a mi habitación.

-¿No te quedas un rato más con nosotros? -me pregunta Adam y esa sonrisa
destructora que luce al pronunciar la última palabra me deja clarísimo que no me
quiere aquí ni un minuto más.

-No. Deja que se vaya a dormir. Ha venido todo el camino quejándose de que está
agotada, ¿verdad?

-Sí, estoy muerta. -Bostezo de forma exagerada y me aguanto la risa mientras me


despido de ambos y salgo del salón.

Joder con mi Lola. Llegar y triunfar.

Lo que no me queda claro es quién tiene más ganas de los dos de quedarse a solas.
Capítulo 44

NICOLA

Suena el timbre de la puerta justo cuando estoy llamando a Richard, así que me
levanto y voy a abrir con el teléfono pegado a la oreja.

-¿No tienes llaves?

-Sí, pero se me han olvidado en el coche.

-Richard. Sí, sí, te oigo. Espera que acabo de abrir a Adam, ahora pongo el
altavoz.

Adam cierra la puerta y me sigue hasta el salón, nos sentamos en el sofá y dejo el
móvil encima de la mesa para poder hablar los tres.

-Feliz año nuevo, capullos. Joder, no recuerdo cuándo fue la última vez que no
estuve cambiando de año con vosotros -nos comenta Richard-. Y menos perderme los
fuegos artificiales que tira mi padre en el patio.

-¡Venga, no seas llorón! Seguro que has visto otro tipo de fuegos, o al menos se
los habrás hecho ver a esa rubita... -mete baza Adam.

-Voy a por un café, ¿quieres algo? -dice Richard, y Adam y yo nos empezamos a
partir el culo. Supongo que estará hablando con Bárbara.

-¿Qué? Alejándote del peligro, ¿no? -le pico.

-Sois imbéciles, casi os oye, joder.

Las carcajadas inundan el salón.

-Pues es viernes de birras, aunque sea 1 de enero, así que deberías venir aquí y
ponernos al día de todo lo sucedido. No creo que lo tuyo con la poli supere mi
noche.

-Estamos en el aeropuerto a punto de embarcar, ya me gustaría teletransportarme


ahora mismo y estar ahí tomando una Nastro con vosotros y narraros los tórridos
detalles.

-¡Os queréis centrar, joder! Y dejad de pensar con el rabo unos minutos. -Me
enfado, o al menos lo intento-. Dime que tienes algo gordo y que toda esta mierda
se va a acabar ya.

-Es gordo, tanto que tengo malas noticias.

-¿Qué pasa? No me vengas ahora con malas noticias, Richard.

-Te quieres relajar. -La mano de Adam se posa en mi rodilla, que no para de
moverse-. Déjale hablar.

-No puedo contarlo por teléfono, pero solo os diré que se han reunido con un
traficante de armas asiático, buscado por la Interpol, y con su sobrino, un
americano respetable residente en Manhattan, que, por cierto, se está enrollando
con Tiffany. El tema es serio y hemos tenido que informar de lo que hemos visto, el
caso lo han desviado a Seguridad Nacional.

-¡Merda! ¿Y eso significa que os han apartado? ¿No vais a poder detenerlas?

-De momento no podemos hacer nada más que colaborar con ellos. Aunque mi jefe está
peleando para que nos dejen intervenir la empresa en cuanto regresen del viaje por
todo lo que ya tenemos, para evitar que sigan usando su compañía como tapadera para
negocios sucios. Lo bueno es que estos no se andan con hostias y pueden detenerlas
solo por las sospechas, al menos a Amber.

-¿Quién lo va a llevar ahora? -pregunta Adam.

-No estoy seguro, creo que un tal Tim Wallace, ¿por?

-Tengo su número. Su hermano estuvo conmigo en Afganistán, es un buen tío y me dijo


que, si alguna vez necesitaba algo, contara con él. Puedo llamarlo el lunes e ir a
verlo.

-¿Estás seguro? Sé que no quieres volver a revivir esa época, Adam -le digo. Sé que
prefiere mantenerse alejado de aquellos recuerdos.

-Tranquilos. Puedo con ello -nos contesta.

-Está bien, yo solo quiero que caigan de una maldita vez, me da igual cuál sea el
motivo -escupo bastante desanimado.

No quiero pensar, ni por un momento, que ahora que estoy tan cerca y he sacrificado
tanto para atraparla se me escape, y, lo que es peor, que toda la pena que todavía
me ahoga por dentro nunca se diluya.

-Os dejo, que embarcamos. Guardadme unas birras para cuando sea persona de nuevo.
Y, Adam, lo que hayas hecho con la pelirroja anoche puedes contárselo a mozzarella
cuando cuelgue, no estoy muy seguro de querer conocer los detalles íntimos de tus
polvos.

-Ya te digo yo que sí vas a querer saberlo, porque la pelirroja pasó a la historia
cuando me crucé con una morenita, sevillana, con mucho más arte.

Me giro y lo fulmino con la mirada.

-¿Qué cojones...?

-Nicola -me corta Richard-, no sé lo que significa eso, pero por favor, no lo mates
hasta que llegue yo. Os cuelgo. Mañana os veo.

Cojo el teléfono con mala hostia y me levanto para coger otra cerveza.

-La baby ha vuelto -me suelta Adam y me agarro al borde de la isla con tanta fuerza
que los nudillos se me ponen blancos.

-¿Y qué tiene ella que ver contigo y con tu noche? -Bufo, porque el maldito
irlandés me está desesperando.

-No me jodas, Nicola. No me creo que seas capaz de pensar que ella y yo...

-Me la suda.

-Y una mierda, ¿tú te ves? Estás haciendo un agujero en el mármol. Puto cabezón.
-He dicho que me da igual lo que hayas hecho anoche. ¿Pides tú la pizza o la pido
yo?

-Eres imbécil y disimulas como el puto culo. Te estás muriendo de celos y eres
incapaz de reconocer que la cagaste.

-Adam, no te pases...

-Mírame. -Se acerca y me coge del cuello de la camiseta quedándose a tres


centímetros de mi cara-. Te has equivocado con ella, la subestimaste, le hiciste
daño para apartarla y, aun así, ha vuelto para quedarse. Ahora tienes dos
problemas.

-¡Suéltame! -lo aparto y me llevo la cerveza a la boca. No lo miro mientras me


vuelvo al sofá y oigo cómo pide mi pizza favorita a Giovanni’s.

En este instante, se están pasando millones de ideas por mi cabeza, como si fuera
una centrifugadora: imágenes nuestras, palabras susurradas, demasiados gestos entre
los dos que se convirtieron en el desayuno de mis mejores días. Sus pies descalzos
y sigilosos haciendo de sus pasos su arte. Ella metida en la bañera. Yo metido
entre sus piernas. ¿Por qué ha tenido que volver? ¿Por qué tiene que complicarme la
existencia? ¿Por qué soy incapaz de dejar de pensar en ella?

-No huyas en tu propia casa, mozzarella, no es propio de ti -me dice con una
sonrisa de suficiencia que me repatea el hígado-. Como te iba diciendo, tienes dos
problemas. El primero: protegerla, porque no se va a ir a ninguna parte, si ya te
costaba cuando estabas con ella, imagínate ahora que no quiere verte. Ese
precisamente es el segundo problema: conseguir que sea capaz de mirarte a la cara
después de cómo te has comportado con ella.

-Joder. ¿Por qué es tan terca?

-¿Y tú lo preguntas? Lo que no me explico yo es por qué os parecéis tanto.

-Y, ahora, ¿qué se supone que tengo que hacer?

Me muevo nervioso, pensando en que mi plan ha sido una auténtica mierda y que, con
ella, una vez más, no puedo dar nada por sentado. Todo lo que tiene que ver con
Gabriela es imprevisible.

-No lo sé -responde y abre para recoger las pizzas-, pero habrá que pensar algo
porque, además, no ha venido sola.

-¡No me jodas! Ha venido con Marcos... -afirmo con la voz demasiado rasgada, tanto
que casi es visible el pinchazo que siento en el estómago. Mi amigo resopla y
cierra los ojos, todo a la vez.

-Sí, sí. Todo te da igual, está clarísimo -me vacila-. Ha venido con Lola, idiota.

-¿Con Lola?

-Exacto.

-Joder, entonces, me estás diciendo que te has enrollado con Lola, ¡pero si tiene
novio!

-Tenía. Y, bueno, si con enrollarte te refieres a darse unos besos y unos magreos,
no, porque he hecho mucho más que eso.
-¡Hostias, Adam! Pues sí que eres rápido. ¿Te dio dos besos como saludo inicial y
tú ya te estabas bajando el pantalón?

-No seas idiota.

Me parto de risa y al final se contagia conmigo y acabamos los dos medio tirados en
el sofá, al menos consigue quitarme a Gabriela de la cabeza unos minutos.

Se las encontró al llegar al Upper con la pelirroja. Sí, le gusta visitar el ático
de vez en cuando acompañado, al menos él le da más uso que yo. Me cuenta que
subieron los cuatro juntos en el ascensor, flipando en colores.

-Se presentó como la madre de mis hijos -me dice cuando me habla de Lola y escupo
el trago de cerveza antes de atragantarme.

-¿Me estás vacilando?

-Nooo -responde y sonríe-. Así que mi invitada huyó.

-¡Joder con Lola! Sí que ha venido desatada.

-Más que eso, es la puta bomba, Nicola. En todos los sentidos. -Levanto la mano
para cortarlo, no necesito los detalles, pero él sigue-. Y eso que habían llegado
hacía unas horas a Manhattan, además, volvieron caminando desde Times Square, con
el subidón después de haberse bebido una botella de tequila.

-¿Cómo? ¿Solas?

-No, acompañadas la una de la otra, ¿no te parece suficiente? Te lo estoy diciendo,


Lola ha venido con la intención de quedarse, van a vivir juntas -me informa y antes
de que siga hablándome de ella lo interrumpo.

-¿Gabriela también había bebido?

-También, Nicola. El agua lo bebió al llegar a casa.

-¡Joder, Adam! Ellas dos solas por la calle, de noche, después de beber, es de
locos. Y si...

-Te quieres calmar -interrumpe mis pensamientos-. Nadie sabe que ha vuelto, pero te
aviso, no sé cómo vas a controlarla ahora, porque no va a dejar que te acerques a
ella, ni tan siquiera va a dejar que me acerque yo.

-Pues ayer te dejó -insinúo.

-No te confundas. Gaby me dejó acercarme a su amiga y desconozco el motivo, pero se


lo voy a agradecer eternamente, porque estoy convencido de que, como bien adelantó,
será la madre de mis hijos.

-Alucino contigo -lo rebato porque creo que jamás le había escuchado hablar así-. Y
ya, como simple curiosidad, ¿te lo montaste con Lola allí, con Gabriela delante?

-No, capullo. Gaby se fue a la cama pronto. Dejamos una nota en el espejo de la
entrada y nos fuimos a hacerlo en la intimidad de tu cama.

-Muy bonito...

-Ahora en serio, Nicola. Gaby está muy tirante conmigo y, por supuesto, no quiere
escuchar ni una sola palabra sobre ti ni sobre lo que os ha pasado. Por eso,
insisto, no tengo ni idea de cómo podemos protegerla.

Me levanto y voy hasta la cristalera. No lo pienso demasiado y salgo a la terraza,


descalzo y en camiseta, me da igual que empiecen a caer los primeros copos de
nieve, como llevan anunciando hace días, y que la temperatura no supere los cero
grados y pille una pulmonía, lo único que necesito es despejar mi mente y pensar
algo rápido para no ponerla en peligro de nuevo.

Capítulo 45

GABRIELA

Recorrer las calles con Lola colgada de mi brazo ha resultado ser toda una
experiencia como ya vaticiné. Durante los últimos cinco días, hemos sido dos
turistas emocionadas más. Lo mío tiene delito porque llegué hace casi seis meses,
lo sé, pero es que mi error ha sido estar centrada en no descentrarme y, supongo
que, por el camino, me he olvidado de disfrutar de una ciudad tan impresionante
como esta.

El itinerario que hemos seguido ha sido el típico que aparece en cualquier guía de
viaje; uno sencillo para no perdernos nada importante. Un día tocó el Top of the
Rock, Rockefeller Center, Times Square -de día-, Broadway y un poquito de Central
Park, que es la parte que más controlada tengo. Otro día contratamos la excursión
de Contrastes de Nueva York y cogimos un autobús cerca del Madison Square para
recorrer los diferentes distritos: Harlem, parte del Bronx, Queens y Brooklyn, con
una parada en Williamsburg, el barrio judío. Casi a mediodía, el autobús nos dejó
cerca de Dumbo, otra zona que está de moda en este momento. Comimos en un mercado,
al lado del río, unos tacos que estaban impresionantes con unas cervezas. Después,
regresamos a Manhattan atravesando el famoso puente de Brooklyn, creo que Lola se
quedó sin espacio en el móvil de los millones de fotos que sacó allí. La pateada
fue curiosa, pero antes de volver a casa, fuimos a ver el Memorial y One World
Trade Center. Los siguientes días hemos ido al MET, al Museo Americano de Historia
Natural, a la Grand Central Terminal y, por fin, he subido al Empire. Mi Lolita se
puso un poco nerviosa cuando llegamos arriba del todo, no sé, quizá por la altura y
porque tuvimos que subir los últimos cinco pisos por las escaleras, creo que se
sintió un poco abrumada por tener todo eso a nuestros pies. También nos hemos
empachado a perritos calientes, aquí hay puestos en todas las calles, y mi amiga
asegura que caminar le da hambre, así que creo que no volveré a comerlos hasta
dentro de unos meses.

Ayer, como era domingo, nos acompañó Óscar y junto a él hemos conocido algunas
partes menos turísticas, esas que los viajeros habituales no llegan a pisar nunca.
Sin duda, ha sido una experiencia única poder sentir el bullicio y el sonido de
Nueva York con ellos, desde dentro, porque, aunque te pienses que estoy loca, si
guardas unos segundos silencio, esta ciudad suena.

Entro en la sede de la fundación porque he quedado con Sam. Una de las cosas que
más me apetece es recuperar mis rutinas, supongo que tener la mente y el cuerpo
ocupado durante todo el día es lo que necesito en este momento. Estar con Lola
también me ayuda, porque sola soy más propensa a comerme la cabeza y a analizar
cada paso que doy, sin embargo, con ella revoloteando a mi vera es imposible
pararse a pensar. Te confieso que ella tampoco está pasando por su mejor momento,
está nerviosa, inquieta, hiperexcitada. Bueno, quizás esa última palabra no sea la
más adecuada, porque entre tú y yo, excitada sí que está, pero por otro motivo; uno
moreno, alto, con cuerpazo y ojos azul cielo despejado. Flipante, ¿no? A ver, que
yo pensé que sería la tontería del calentón de Año Nuevo, el tequila y las ganas de
quitarse la espinita de Fede, con eso de un clavo saca a otro clavo, pero qué
narices, que los días pasan y esos dos no paran de buscarse. Es de locos.

Subo hasta el despacho en la última planta y llamo a la puerta, a estas horas aquí
no queda nadie, excepto ella, claro.

-Pasa.

-Hola. -Saludo y se levanta para darme un abrazo.

Sam es de esas personas que tienen un carácter afable y especial, de las que tan
solo con escucharlas y sentirlas cerca ya te reconfortan. A primera vista puedes
suponer que es una ejecutiva agresiva de alguna empresa importante, por ese aire
serio, el pelo casi siempre recogido en un moño formal y esos trajes de chaqueta en
tonos oscuros, impecables; pero en cuanto intercambias con ella un par de frases,
te das cuenta de que debajo de esa fachada solo hay bondad.

La pongo al día sobre los últimos acontecimientos de mi vida: Gabriel, las cartas y
Nicola. Su cara muestra sorpresa y admiración, por ser capaz de llevarlo tan bien,
me dice. La procesión va por dentro, respondo, que es otra de las frases típicas de
mi madre. Uf, Cayetana, todavía estoy intentando comprenderte.

Procuro no detenerme mucho en la parte en que Nicola me rompe el corazón, porque


tengo miedo de que las palabras se me atraviesen en la garganta, como alfileres.
Pensar en él a solas es una cosa, pero verbalizar lo que siento cuando no puedo
sacarlo de mi cabeza es otra muy distinta. Aprovecho y le doy las gracias de nuevo
por cubrirme con los chicos mientras he estado en España.

-Liam te ha reemplazado, tranquila. Además, con las vacaciones, tampoco ha sido


tanto trastorno.

-Lo sé, pero en serio, necesito volver a concentrarme en mí.

Ella me comenta las novedades y los proyectos que quieren llevar a cabo este año y
alguno que, lamentablemente, tendrán que posponer.

-Entonces, ¿no has vuelto a hablar con Nicola?

-No. Después de que me diera las cartas, hice las maletas y me fui.

Estos días no he coincidido con él, ni en el ático, ni en ningún otro sitio que yo
sepa. Adam le ha informado de mi regreso, de eso no tengo duda, pero es un tema
tabú entre nosotros y más ahora que está pasando un montón de tiempo con Lola y,
por consiguiente, conmigo. Por nada en el mundo quiero inmiscuirlo entre él y yo.

-Pensé que igual te lo había comentado. Estuvo aquí la semana pasada. Convocó una
reunión extraordinaria para relevar de la presidencia a Tiffany. Ella no se
presentó y Nicola consiguió los votos necesarios de los miembros del patronato para
apartarla. Me acaba de llegar un escrito de ella esta mañana en el que se
desvincula de todo.

Me sorprende que Nicola tomara esa decisión sabiendo que era la voluntad de
Gabriel, aunque, pensándolo mejor, también se pasó por el forro la voluntad de su
amigo cuando me cascó que era mi padre, sin esperar a que fuera él mismo quien me
lo confesara a través de sus cartas. Así que, definitivamente, ya no sé qué pensar.
Me da rabia haber sido tan idiota con respecto a él. Haberme creído sus palabras y
sus buenas intenciones, haber entrado en su juego, porque, eso es lo que he sido
para él, un mero pasatiempo.

-¿Y ahora quién es el presidente?

-Es él, pero solo en funciones hasta que vuelvan a votar. Ya ha propuesto a
alguien.

-¿A quién?

-A ti.

-¿Perdona?

-Por eso pensé que te lo habría comentado.

-Alucino. Yo, con este tío, alucino. Pues no, no ha hablado conmigo. Y, para ser
sincera, espero que no lo haga nunca, porque sus decisiones no tienen ni pies ni
cabeza, Sam -me lamento-. Me tiene completamente perdida.

-Bueno, él está convencido de que estás sobradamente capacitada para el cargo.


Quieren a alguien que se involucre en los proyectos y a mí también me parece que
eres la idónea.

-Es una locura. Y te juro que, si ha salido de él, todavía lo entiendo menos. Mi
sitio está con los niños. Presidir la fundación es algo mucho más grande que
impartir talleres o ayudarlos con sus tareas, es un cargo con demasiada
responsabilidad.

-Tiffany nunca lo ha visto así.

-Ya, pero es que ella y yo no nos parecemos en nada.

Sam sonríe, porque la afirmación me ha salido con cierto tonillo. No se me olvida


que Tiffany es uno de los asuntos que tengo pendientes. Necesito quedar con ella y
mantener esa conversación que llevo preparando en mi cabeza demasiados días. Es mi
hermana. Vaya, todavía me suena raro decirlo. No sé cómo se va a tomar la noticia,
suponiendo que ella no esté al corriente de nuestro parentesco, claro. Igual
Nicola, en otro ataque de sinceridad, también se lo contó a ella. Aunque no la veo
yo guardándose un secreto de esa magnitud sin venir a soltármelo a la cara. Sam me
dice que me lo piense, porque todavía tengo tiempo. Niego con la cabeza y no digo
nada más. Aún estoy intentando asimilar sus palabras. Nicola y sus acciones me
desajustan. Es agotador intentar sacarlo de mi cabeza y de mi pecho si no deja
nunca de cruzarse en mi vida; incluso sin dar la cara está ahí, siempre acechando.

Espero a que recoja su maletín y apague las luces para salir juntas a la calle.
Lola y Adam están esperándome fuera del coche.

-¿Qué estáis haciendo aquí?

-Hemos venido a buscarte. Han dicho que iba a nevar y es mejor que vuelvas en
coche, ¿no?

Me río porque desde que llegamos mi amiga está esperando a que nieve. Los
pronósticos del tiempo auguran nevadas, pero solo caen unos cuantos copos por la
noche, nada reseñable, que, con la llovizna posterior, no llegan a cuajar; por lo
que ella sigue soñando con ver la ciudad teñida de blanco.

-¡Vaya, qué considerados! -exclamo con sorna y miro a Adam.


La sonrisa ladeada a modo de respuesta de él me confirma que se trata más bien de
una conspiración.

-Anda, sube y deja de darle vueltas a esa cabeza, Gaby. -Él me da dos toques en el
pompón de mi gorro de lana gris y me guiña un ojo.

-Me apetece enseñar este barrio a Lola, que es mi favorito. Puedes irte si quieres.
-Lo pongo entre la espada y la pared-. Podemos volver a casa solas.

-Gaby, no seas estúpida -contraataca ella y lo mira-. Además, es de noche, ahora no


vamos a ver nada. Otro día me lo enseñas mejor.

Mi amiga sale al quite, no sé si lo hace sin querer o queriendo. Adam se limita a


abrirme la puerta, como tantas veces ha hecho, solo que esta vez me siento en el
asiento de atrás.

El trayecto de vuelta lo hago más callada de lo habitual. No sé lo que se traen


estos dos entre manos. Una cosa es que se estén enrollando, que me consta, porque
Lola me cuenta todos los detalles, sin que yo se los pida, y otra muy distinta que,
con esa excusa, Adam sea nuestra sombra. Así lo único que consigue es que no me fíe
mucho de él. Por eso, mientras ellos suben la canción que suena en la radio, Family
Affair, de Mary J. Blige, y bailotean en el asiento, la mar de felices, yo me
pierdo en mis propios pensamientos por enésima vez.

Necesito coger las riendas sin perder más el tiempo. Tengo que dejar el pasado
atrás. Es una tontería que me regodee en algo que no puedo cambiar. No voy a
consentir que nadie mueva los hilos por mí. Tengo cabeza, manos y pies para marcar
mis propios pasos y bailar la vida como se me antoje.

Con las ideas más claras, entro en el ático y me voy directa a la escalera. Dejo a
los tortolitos comiéndose el morro en mi salón, sí, ver para creer. Bueno, en mi
caso prefiero no verlo, porque, joder, parece que llevaran en ayunas años.

-Gaby, nosotros...

-Hasta mañana -digo desde el piso de arriba, porque será la tercera noche que Lola
se marche a dormir con Adam al ático de enfrente.

Me pongo el pijama y abro mi correo electrónico.

Dentro de dos días se cumple el plazo de los seis meses que estipuló Gabriel en su
testamento. Sigo aquí, por lo tanto, creo que ha llegado el momento de reclamar lo
que es mío.

Capítulo 46

NICOLA

Para: [email protected]

Asunto: Testamento

Señor albacea:
Me dirijo a usted para recordarle que ha expirado el plazo de seis meses que el
señor Coté estipuló en su testamento. Me consta que está al tanto de mi
cumplimiento de la cláusula de permanencia en Manhattan durante ese periodo, por lo
que le insto a iniciar los trámites necesarios para traspasarme la propiedad objeto
del mismo, a la mayor brevedad posible, y así poder esgrimirle de sus servicios.

Sin otro particular.

Gaby Suárez

Es la quinta vez que leo el puto e-mail desde que lo recibí el lunes por la noche.
Sus palabras, disfrazadas de formalismo, destilan sarcasmo. Sin duda, está
conteniéndose. Me muestra su versión comedida, pero a la vez, la más fuerte. Me
deja claro que ya ha levantado una pared, sin ventanas ni puertas, para no volver a
verme. Y yo agonizo un poco más cada hora que marca el reloj de mi muñeca. Mi plan
era alejarla de mí y protegerla y, mira por dónde, solo he conseguido la mitad de
mis propósitos.

-¡Deja de dar vueltas, Nicola! Me estás poniendo de los nervios. -Fiona me riñe y
se levanta de la silla para abrir la puerta, yo guardo mi móvil en el bolsillo y
trato de centrarme de nuevo.

-Hola, Fi. -Adam saluda a mi hermana y se acerca hasta lo que ella considera su
despacho; una pared de ladrillo con una mesa larga apoyada contra ella y más
pantallas de ordenador que personas dentro del loft en este instante.

-¿Qué estás haciendo aquí? -pregunto extrañado.

-¿Dónde quieres que esté? Richard me ha dicho que viniera aquí, que vais a estar en
contacto.

-¿Y ellas?

-Están en la academia y después van con Óscar a ver un espectáculo a Broadway.

-Joder... -mascullo.

-¿Qué quieres que haga, Nicola?

-No lo sé, pero dejarlas sin vigilancia, no.

-Te quieres calmar. Estos días he estado con ellas y no he visto nada extraño. Si
las estuvieran siguiendo, lo habría detectado. No puedo estar con ella las
veinticuatro horas del día, Nicola.

-Con la amiga sí, de eso no te quejas.

-Eres imbécil. Eso no tiene nada que ver. Lo primero es mi trabajo. Lola ha sido un
hecho circunstancial del cual tú te has aprovechado, porque, gracias a eso, he
podido estar más cerca de Gaby, que, te recuerdo, por si lo has olvidado después de
tantos días sin verla, no es idiota y sabe o intuye que estás detrás de mis idas y
venidas para recogerla en sus trabajos.

-Me la suda lo que sepa o lo que se imagine. Solo necesito centrarme en la


detención y no estar preocupado por ella. ¿Tan difícil es entenderlo? -Elevo la voz
más de lo que pretendo.
-¡Eh, chicos! -intercede mi hermana-. Ya está. Gaby está bien, Nicola. Además, si
van a Broadway luego es mejor, allí habrá mucha gente y sabrás dónde está.

-A mí no me han invitado, no podía ir con ellas. -Se justifica mi amigo y resoplo


con fuerza.

Quiero creer que esta mierda está a punto de terminar.

Hace días que Tiffany y Amber regresaron de sus vacaciones, pero los nuevos
encargados de su caso han estado juntando todas las piezas para montar este
operativo especial y poder detenerlas con pruebas contundentes. Cuando Adam habló
con ellos y les expuso todo lo que habíamos recabado durante años, aceptaron que
Richard y Bárbara los acompañaran hoy, como cortesía.

Al final, todo apunta a que el traficante va a poner en contacto a Amber y a un


ministro de un país del sudeste asiático con el que está interesada en hacer
negocios al margen de la ley, como un mediador. En la otra cara de la moneda se
encuentran su hija y su nuevo novio, contra los que no tienen nada contundente,
excepto que estaban allí. Deluca cree que, cuando tiren de la manta, encontrarán
documentación de la empresa firmada por Tiffany que la involucre también; por eso
insiste en que se la lleven para tomarle declaración junto a su madre hoy, por si
acaso se le pasa por la cabeza huir del país.

-Manda un mensaje a Lola y dile que te avise cuando acabe el espectáculo para que
puedas pasar a buscarlas.

-Está bien, en un rato se lo mando.

-Enciende ese monitor -me ordena mi hermana que ya está sentada en su silla de
nuevo.

-¿Vamos a poder verlo?

-Si la cogen en el perímetro de la puerta principal o esperan a que entre en casa,


sí. Cuando conseguí acceder a sus ordenadores, llegué hasta la señal de sus cámaras
de vigilancia. Menudo cortafuegos de mierda que usan los de la empresa de
seguridad. Las interiores las tengo monitorizadas ahí.

Se estira y enciende la pantalla de la izquierda, la más grande. Las cuatro


imágenes que nos muestran son de la entrada, el salón, la cocina y una de las
habitaciones de la casa, que parece la de Amber.

-¡Coño! Dime que no la has visto hacer guarrerías ahí.

-Claro que no, descerebrado. Tengo cosas más interesantes que hacer que espiar a
esa arpía en sus aposentos -responde mi hermana a mi colega.

No sé cómo voy a compensarle las horas que ha metido para ir más rápido que el
mismísimo FBI. Si hubiéramos dependido solo de lo que iban encontrando ellos,
todavía estaríamos a medio camino. El empeño de Richard y de su compañera, con la
inestimable ayuda de mi hermana, ha agilizado mucho el proceso.

-En el ático también tengo cámaras.

-Lo sé, Fi nos pasaba las imágenes y Deluca y yo comíamos palomitas mientras tú te
tirabas a aquellas rubias con extensiones, ¿verdad? -contraataca.

-Me parto -ironizo.


-Menos mal que con Gaby no te lo montaste allí, porque no es lo mismo ver cómo lo
haces con una tía con la que no iba a coincidir que verte en plena faena con
alguien a la que iba a llevar a mi lado en el coche, tantos días, tan cerca... -
enfatiza el gracioso del irlandés y mi hermana se empieza a reír al ver mi cara de
espanto.

-Eso es, Adam, distráelo para que se relaje un poco -lo azuza ella.

Fiona empieza a teclear y conecta el móvil a una unidad exterior. Menos mal que mi
cuñado se ha llevado a mi sobrina a casa de su hermana; a la pobre solo le falta
ver a su madre con todo este despliegue en plena acción para que se trastorne más.

-Toma. Richard me ha dado esto. -Adam saca dos pinganillos y me da uno a mí y el


otro se lo coloca él.

-Con eso perderéis la señal en cuanto salgan de la furgoneta, si es que salen.

-No, me ha dicho que son los mejores del mercado, de larga distancia y que emiten
la señal por no sé qué hostias, por supuesto, ni una palabra a nadie porque le
cortan las pelotas si se enteran de esto.

-Venga, hermanita. Tú también podías ser un poco más positiva, ¿no? -me quejo.

Lo último que quiero pensar es que el operativo fracase y volvamos al punto de


partida, es decir, que se vaya de rositas. Necesito que caiga Amber, porque, en
realidad, no estoy seguro de si su hija es solamente una víctima más de la codicia
de su madre u otra integrante en plenas facultades mentales del clan.

Richard nos manda un mensaje, avisándonos de que va a abrir el micrófono y


enseguida podremos escucharlo.

-Bárbara, ¿me oyes? -La voz de mi amigo es lo primero que oímos a través del
auricular.

-Sí. Han salido de un edificio de Wall Street hace seis minutos, donde está el
despacho de Kevin, el novio de Tiffany. Dos coches. Un BMW X6 gris donde va él y el
Lexus GX negro de ellas. Van uno detrás del otro, sin despegarse. No han cogido la
FDR que es la ruta más rápida, ahora circulan por Lexington a la altura del
edificio Chrysler.

-Entendido.

Las voces del resto de agentes que forman parte del operativo se oyen de fondo,
pero las que se distinguen con más claridad son las de mi amigo y la de Bárbara.

-Ya la tenemos. -Adam me aprieta el hombro con la mano y yo me alejo de ellos para
dar vueltas por el salón. Todavía no hay nada seguro.

La maldita espera me está matando y me gustaría estar allí, en primera línea, para
ver su cara de hipócrita cuando la detengan.

-El SUV gris ha girado en la 48. Repito, en la 48.

-Seguid al Lexus por si no van a casa. -Oigo la orden de alguien que no es Richard
y otro agente que va con Bárbara confirmándola.

-¿Y qué pasa con el SUV? -pregunta Richard.

-Ahora emito orden para que lo localicen.


Los siguientes minutos se hacen eternos hasta que mi hermana me llama para que me
acerque a la pantalla. Ya tenemos la imagen de la cámara frontal, donde
distinguimos a un agente de paisano apoyado en una farola. El chófer de Amber, que
también es su guardaespaldas, se detiene y abre la puerta trasera por donde se baja
ella. Recorre los pasos que la separan de la entrada y saca una llave del bolso
para abrir. Entonces, todo sucede rapidísimo. Las órdenes de los agentes nos llegan
a través del pinganillo, entrecortadas porque, como mi hermana anunció, se pierde
parte de la señal. Otro vehículo blanco se para justo detrás del de ella. Parece
que el primer agente la llama y Amber se gira, asustada, por lo que su escolta se
planta en dos zancadas delante de él para apartarlo de su lado, hasta que este le
muestra su placa y se identifica. Tres agentes más aparecen de la nada, entre los
que se encuentra mi amigo, mientras ella se resiste en medio de un ataque de ira.

-¿Y Tiffany? -pregunto incrédulo-. No ha salido del coche. ¿Dónde está?

-Espera -dice Adam-. ¿Puedes acercar esa imagen? Ese parece el mismo modelo de BMW
que mencionó Bárbara, aunque este es blanco no gris.

Mi hermana teclea con habilidad y consigue aumentar la imagen un poco más, aunque
pierde nitidez. Nos da tiempo a observar cómo el vehículo que está detenido arranca
y abandona el lugar quemando rueda.

El pollo que monta la señora Cox hasta que consiguen ponerle las esposas, sin
forcejear mucho, tiene a los agentes tan ocupados que se olvidan de su otro
objetivo.

-¡Me cago en la puta! Tiffany tenía que ir en el otro coche, joder. No me puedo
creer que se les haya escapado. -Doy un golpe en la mesa con el puño.

-Mierda, ¿dónde está Bárbara? -inquiere Adam con el móvil en la oreja llamando a
Richard.

Una berlina negra se cruza en la acera. La compañera de Richard se baja como un


rayo y echa un vistazo hacia donde están sus compañeros.

-¡Tiffany, joder! -Volvemos a oír su voz, lamentándose. Abre las puertas del Lexus
buscándola, evidentemente no está ahí. Saca un walkie de su cazadora y empieza a
hablar-: A todas las unidades, hay que localizar un BMW X6...

Me quito el auricular de la oreja y Adam imita mi gesto. Beso a mi hermana en la


coronilla y nos despedimos.

-Vamos, tenemos que encontrarla.

Capítulo 47

GABRIELA

Cierro la puerta de la academia con mi llave y oigo las risas de Óscar y Lola
mientras bajan las escaleras, van descojonándose de la última pirueta que he hecho,
con tan poca destreza que he terminado con mi culo en el suelo. ¡Vaya par de
cabrones!
-Te va a salir un moretón -afirma mi amiga.

-¡Anda, no seas exagerada! -discrepo.

-¿Te duele? -Ese es mi compañero interesándose por mi retaguardia.

-De momento no, aunque me alegro de no tener que estar sentada a vuestro lado
durante más de una hora, por si acaso.

Me miran con la sonrisa en la boca aún y salimos a la calle. Mi plan era acompañar
a Óscar a ver el estreno de un musical donde actúa un amigo suyo y, de paso, llevar
a Lolita con nosotros; pero antes de cambiarme de ropa, he recibido un mensaje de
Tiffany, en el cual me dice que le viene mejor que nos veamos ahora y no mañana
como habíamos quedado, así que le he mandado mi ubicación y vendrá hasta aquí.

Después de mandar el e-mail a Nicola y empezar a soltar lastre, le pedí a Sam el


número de Tiffany y, sin meditarlo más, la llamé. Necesito quitarme esta carga en
forma de secreto que llevo encima y avanzar. Partir de cero es la mejor manera de
asentar mis nuevas bases, sin dejar que el pasado me condicione. Le propuse quedar
y charlar un rato y, de verdad que pensé que iba a negarse, o ponerme mil excusas;
pero para mi sorpresa, aceptó.

-¿No vas a llegar antes de que empiece? -me pregunta Óscar.

-No lo sé, chicos. Espero que la conversación tampoco se alargue demasiado y que no
se lo tome muy mal.

Enterarte de que tienes una hermana, que encima ya conocías, a estas alturas, no es
algo que se asimile a la primera de cambio, y menos si eres Tiffany Coté.

-Pues no tengo el placer de conocerla, pero por lo que me has contado de ella, muy
bien muy bien no creo que se lo tome -dice Lola.

-Yo la he visto un par de veces y, por lo que deja entrever, creo que tampoco -
opina Óscar.

-Ya os contaré -digo resignada. Irme con ellos era un plan mucho más ameno-.
Vosotros disfrutad y no os preocupéis, en cuanto termine pillo un Uber y voy para
allá, aunque sea para esperaros en la salida y volver a casa juntos.

Nos despedimos y oigo un claxon que suena con insistencia. Me giro hacia la
carretera y la ventanilla de un todoterreno, que está parado justo enfrente de mí,
se baja.

-Gaby, sube.

-¿No prefieres tomar algo por aquí cerca? -le digo cuando me acerco hasta el coche.

-No, esta zona es un infierno para aparcar. Mejor vamos a un sitio donde podamos
charlar más tranquilas, ¿no?

-Como quieras -acepto y me subo.

Se incorpora al tráfico de Manhattan y, antes de que pueda decir nada, su móvil,


que está colocado en un soporte en el salpicadero, empieza a sonar. En la pantalla
leo Kevin, pero ella corta la llamada antes de contestar.

No puedo evitar fijarme en su perfil, como si fuera la primera vez que la veo de
cerca. Definitivamente, no, nos parecemos en nada. Supongo que la genética es así
de caprichosa y dominante. Ella es clavadita a su madre y yo a la mía, aunque
Gabriel fuera el encargado de depositar su semillita en las dos. Todavía me cuesta
verbalizar eso.

-Creía que ya no estabas en Manhattan. -Es ella la que rompe el silencio.

-Me fui solo unos días -comento un poco dubitativa. No sabía que conocía ese dato-.
Pero ya he vuelto.

-Ya veo, ya.

El móvil vuelve a sonar y no solo rechaza la llamada, sino que lo apaga, lo quita
del soporte y lo mete en la guantera sin soltar el volante.

Voy a preguntarle a dónde vamos, pero en cuanto alzo la vista un segundo por encima
del tráfico, distingo Bryant Park a unos metros. Gira antes de llegar y se desvía
en la primera entrada hasta que frena delante de la barrera del garaje.

-¿Vamos a las oficinas de Coté? -pregunto extrañada.

-Sí, no hay un lugar mejor para hablar que el despacho de nuestro padre, ¿no crees?

-Vale, ya lo sabes... -Cabeceo. Ahora empiezo a entender que quisiera quedar


conmigo.

Pulsa un botón y sin que nadie pregunte se levanta la barrera. Aparca ocupando dos
plazas, sin maniobrar, al lado del acceso a los ascensores.

-Sé muchas cosas, Gaby.

No puedo preguntarle nada más, porque se apea del coche, así que solo la imito.
Hablaré con ella y me iré, después de haber venido hasta aquí, no voy a dejar esta
conversación a medias.

-Esto está cerrado.

-Tranquila, a Nick no le importará. Él y yo siempre nos hemos llevado bien, pensé


que lo sabías. -Se abren las puertas del ascensor y entro con ella, pulsa el botón
de la última planta y empezamos a subir-. Hasta que tú apareciste para cambiarlo
todo.

-Tiffany, yo no tenía ni idea de esto. No vine aquí para cambiar nada -argumento.

No sé por qué me ha traído aquí, y la verdad es que me están poniendo un poco


nerviosa sus cambios de tono conmigo. Accedemos a la planta treinta que, como
suponía, está completamente vacía. Avanza con paso firme hasta el despacho de
Nicola. Por un instante, pienso que quizás él está sentado, esperándonos; al fin y
al cabo, es el único que conocía el secreto de Gabriel, pero la puerta está abierta
y no hay rastro de él. Tiffany me deja pasar primero y, cuando entra, cierra con
llave y se la guarda en el bolsillo del abrigo. Me descoloca su movimiento.

-¿Por qué cierras?

-Para que no nos molesten. No te quedes ahí. -Me coge de la muñeca y tira de mí
para que me adelante unos pasos.

-¿Qué estás haciendo? -La aparto y logro que me suelte. Me desato la cremallera de
la cazadora, porque empiezo a sudar.
-Hablar. ¿No me has llamado para eso?

Me muerdo el carrillo por dentro y trato de centrarme, analizándola. Cada vez


parece más alterada, así que, si yo me pongo cardiaca, la situación no mejorará.

Templa, Gaby. Templa.

-¿Desde cuándo lo sabes? -Me intereso sin contener la mala leche, tampoco me puedo
amedrentar del todo.

Una risa histriónica sale de su boca.

-¡Oh, ahora la pobre huerfanita tiene preguntas! ¿Desde cuándo lo sabes tú?

-Desde hace un mes -respondo firme.

-Mentirosa. No me puedo creer que en julio te plantaras aquí sin saber nada.
Viniste a ver qué podías sacar por ser la hija bastarda de Gabriel Coté -suelta con
desprecio y se sorbe la nariz. Su actitud, sus movimientos, está mucho más alterada
que en el coche.

-No te pases, Tiffany. No soy famosa por mi paciencia -le advierto y me acerco a su
cara para que vea que no me aplaco.

-Me importa una mierda tu paciencia. ¿Todavía no te has dado cuenta de con quién
estás tratando? -Descuelga el teléfono que Nicola tiene sobre el escritorio y pulsa
una sola tecla-. Todo perfecto. Puedes apagar las cámaras ya. -Escucho su orden y
siento un escalofrío de los que no auguran nada bueno.

-Tiffany, yo solo quería que supieras que somos hermanas, ahora que ya conoces ese
dato, no tenemos mucho más que decirnos. Es evidente que la sangre no te tira.

-Claro que sí tenemos más que hablar, Gaby. -Se da la vuelta-. ¿No querías saber
desde cuándo lo sé? -me pregunta, con tono mucho más suave y saca un sobre del
bolsillo trasero de su vaquero.

Está delante del cuadro del Palacio de Cristal, ese que llamó mi atención en cuanto
puse un pie en este despacho. Se sube a la silla de Nicola y lo descuelga.

-¿Qué narices estás haciendo, Tiffany?

La puerta metálica de la caja fuerte, que está justo detrás, se abre cuando ella
marca un código. Parece que está vacía, pero ella se estira unos centímetros más y
saca algo negro que no distingo en el primer vistazo.

No, no, no...

No puede ser.

Una puta pistola. Tiene que ser una broma.

-Le encantaba este cuadro, ¿sabes? -Se gira con la pistola en la mano y otra vez
emplea su voz melosa para hablarme. Sin poder evitarlo, mi mirada se desvía a sus
dedos-. Podía pasarse horas y horas en este despacho, observándolo desde ese sofá.
Pensé que era porque habíamos sido felices en Madrid, una familia unida. Él, mi
madre y yo. -Habla con la mirada perdida en la mía, observo sus pupilas dilatadas,
como si estuviera bajo los efectos de alguna droga. Eso es, está colocada. Tiene
que estar colocada.
-Tiffany, tienes que tranquilizarte. -Procuro disimular cómo me tiembla la voz y el
pulso al hablar-. Podemos irnos y olvidarnos de lo que somos. No tiene por qué
cambiar nada.

Contengo la respiración unos segundos.

-¡No! -chilla, volviendo del trance-. ¿No quieres saber cuándo me enteré? Pues
siéntate. -Me hace el gesto, balanceando la pistola, y me empuja del hombro hasta
que caigo sobre la silla de Nicola-. Y escucha.

Abre el sobre y saca dos folios, me los planta delante de la cara y reconozco las
letras al instante, son de Gabriel y mi madre. Entre los pliegues, hay una foto que
se cae al suelo. Cuando me agacho para recogerla, la pisa y me agarra del pelo,
tironeándome para que levante la cabeza y la mire.

-Esa carta es de mi madre -escupo con la voz cargada de rabia cuando la arruga
delante de mí.

-Sí, Gaby. Esta carta es de la zorra que jodió mi familia. La mosquita muerta de
Cayetana que quería llevarse el premio gordo. Y, cuando no lo consiguió, mandó a su
hija a reclamar lo que ella se había ganado abriéndose de piernas.

Joder, tengo que pensar rápido. Tengo que pensar rápido. Si le doy una patada caerá
de rodillas, aunque supongo que le daría tiempo a disparar. Mierda, con lo fácil
que parece en las películas.

-¡No tienes ni puta idea! -grito, porque me niego a que huela mi miedo-. ¿Es esa tu
versión? -Aflojo la voz como hace ella-. Pues siento contradecirte. Vete y
pregúntale a tu madre.

-A mi madre ni la menciones. Que por vuestra maldita culpa está ahora así.

No entiendo a qué se refiere, pero si ella quiere verter veneno sobre mi madre, yo
también tengo un arsenal sobre la suya.

-Tiffany -la llamo para que me escuche bien-. Piensa un poco. Yo nací primero.
Gabriel y mi madre estaban enamorados, mucho antes de que apareciera la tuya. Lo
suyo fue especial. Lo de tu madre solo un vago intento para olvidarla.

-¡Cierra la boca, estúpida! -espeta y me apunta-. Por fin lo entendí todo, ¿sabes?
-Vuelve a rebajar el tono, pero sigue sujetando con fuerza la pistola-. Encontré
las cartas debajo de su almohada en la cama del hospital, la de tu madre y una que
había comenzado a escribir él. La leí esperando a que me hubiera escrito unas
palabras de despedida, pero qué va. Recordaban su amor, único y especial, y solo
hablaban de ti.

-Tiffany. Yo no tenía ni idea, mi madre jamás me lo contó. Podemos empezar de cero,


compartimos sangre. -Trato de sonar conciliadora, porque me estoy quedando sin
opciones.

Me mira con los ojos inyectados en sangre.

-¡No compartimos nada! Fuiste un maldito error. ¿No te das cuenta? Gabriel no se
casó con tu madre, ni formó con ella una familia. Os abandonó y no te dio ni su
apellido -sentencia.

-Gabriel cometió el mayor acto de generosidad de su vida, anteponer nuestro


bienestar a su felicidad. -Y, después de tantos días, creo que lo digo como lo
siento, aunque ella no lo entienda.
-¡Ay, Gaby! Eres tan ilusa como él, digna hija de papá. Y yo, ¿dónde quedo yo?
Tantos y tantos años a tu lado, sin saberlo, escuchando los elogios constantes que
él te dedicaba. Lo cariñosa que eras con todo el mundo, tus notas, lo buena que
eras con los idiomas, con las clases de ballet. Sus juegos contigo. Su sonrisa
cuando bailabas. Siempre Gaby, la única e irrepetible, la odiosa y asquerosa Gaby.

-Tiffany, eso no era así...

Los ojos se le salen de las órbitas.

-¡Cállate! -me grita y se inclina para aproximarse a mi cara, pegando el cañón de


la pistola a mi sien. Me bloqueo. No pestañeo. No me muevo. No respiro-. ¿Puedes
imaginar cómo me sentí al leer esa mierda? Ellos hablando de su amada hija, de
todos tus logros, de tus sueños, y ni una maldita palabra sobre mí. No solo me di
cuenta de que mi vida había sido una vil mentira, sino que corroboré que mi padre
nunca me quiso tanto como a ti. Todos me habéis mentido. ¡Todos!

Lanza un par de carpetas que tiene Nicola encima de la mesa y los papeles se
esparcen por el suelo, observo de reojo un pequeño organizador de madera que se
tambalea y sopeso si es una buena opción. Ella sigue apuntándome, aunque ha
despegado el arma de mi piel, así que levanto el culo de la silla unos centímetros
e intento coger el objeto para atizarla. No sé de dónde saca la fuerza y la
energía, pero es más rápida que yo.

-Ni se te ocurra -me advierte y me encañona de nuevo.

-Tiffany, tienes que soltar la pistola, podemos hablar de todo lo que te preocupa,
estoy aquí para escucharte, pero tienes que soltarla, por favor.

-Sabía que Nick no había cambiado la contraseña de la caja fuerte y que la pistola
de mi padre seguiría estando ahí. Me han contado que él tiene algún que otro trauma
con las balas -argumenta con frialdad, ignorando mi petición, y a mí me recorre el
cuerpo un desagradable escalofrío de nuevo-. Este despacho que me robó era uno de
los lugares sagrados de Gabriel y ellos se respetaban muchísimo, por eso no ha
tocado nada, ni el maldito cuadro. Nick Costas fue el hijo que nunca tuvo, siempre
he fantaseado con él, ¿sabes? Lo más normal es que él también hubiera sido mío;
casados, saliendo en todas las revistas y siendo los dueños de un imperio. Todo
podría haber ocurrido así si mi padre se hubiera llevado su secreto a la tumba. Sin
embargo, el generoso Gabriel Coté tuvo que incluirte en su testamento y el imbécil
de su albacea te hizo venir.

-Si es por el ático, Tiffany, podemos arreglarlo.

-Me da igual el ático, no seas idiota. Esto es una cuestión de honor. El mío y,
sobre todo, el de mi madre. ¿Qué pasa? ¿Nick solo te folla? Pobre niñata, solo te
usa. Es una pena que no te tenga al corriente de sus movimientos, porque sabe mucho
más de lo que te cuenta, Gaby.

La miro perpleja. ¿Qué me intenta decir?

-¿Esto es por él?

-Por ti, por él. Al muy cretino no le ha valido quedarse con todo lo mío. Ha tenido
que acorralar a mi familia, urdiendo tramas para hacernos caer. Pero se va a
arrepentir. -Suena desesperada.

-Él y yo, no... -Intento justificarme y pensar algo rápido.


Oriento mi cuerpo unos centímetros para tenerla de frente.

-No te muevas. ¿Dónde te crees que vas? No he terminado contigo.

El cañón de la pistola ahora reposa en el centro de mi frente y, para mi desgracia,


a ella no le tiembla el pulso. No sé calcular el tiempo que llevo aquí, pero me
parece extraño que mi móvil no haya sonado ni una vez. Me doy golpes mentales
cuando caigo en la cuenta de que en la academia le quité el sonido y no se lo he
vuelto a poner. Lo más probable es que ya tenga un montón de llamadas perdidas de
Lola.

-Tiffany... -Trato de hacerla entrar en razón y escondo el miedo en mi mirada-.


Estarán a punto de echarme en falta, no puedes retenerme más tiempo.

-Puedo hacer lo que quiera contigo, bastarda. Pensé que siendo tan lista ya te
habrías dado cuenta...

Capítulo 48

NICOLA

Dos horas perdidas dando vueltas por Manhattan y ni rastro de Tiffany. Tiene que
estar escondida en un mísero agujero debajo de las toneladas de acero que soportan
los rascacielos, porque no hay ni una sola pista sobre su paradero, a pesar de que
nosotros y todo el maldito FBI estamos buscándola.

Amber ha sido trasladada a una de las dependencias de Seguridad Nacional,


inaccesible hasta para mi amigo, al que sus superiores le han agradecido los
servicios prestados y la información compartida, dándole una palmadita en la
espalda y diciéndole adiós. Por lo que, en esta ocasión, nos quedaremos sin saber
qué es lo que suelta por esa boca cuando la interroguen. Solo espero que los cargos
que presenten contra ella estén a la altura de sus acciones y la condenen a estar
entre rejas el resto de sus días.

Richard y Bárbara, al menos, han podido poner en marcha el dispositivo de búsqueda


de Tiffany. La versión de la compañera de mi amigo es que estaban seguros de que
iba en el vehículo con su madre. En el otro solo se veía al conductor. Cuando les
mandaron seguir al Lexus, creyeron que iban las dos juntas, pero está demostrado
que se equivocaron. El coche camuflado en el que iba Bárbara detrás del de Amber se
detuvo en un pequeño atasco, que el chófer de la señora Cox esquivó, por eso han
llegado a su casa con unos minutos de retraso y no han encontrado a Tiffany.

Con las cámaras de vigilancia de la zona han dado con la matrícula del BMW que se
detuvo en la acera unos segundos. Pertenece al novio de Tiffany también, por lo que
pudo salir conduciendo ese coche del edificio de Wall Street sin levantar
sospechas.

-Para ahí -me dice Adam y detengo mi coche en doble fila en pleno Broadway.

Mi amigo le ha mandado un mensaje a Lola para que le dijera a qué hora terminaba el
espectáculo, puedo imaginar la cara que pondrá Gabriela al verme aquí. En realidad,
no tengo ni idea de qué excusa pondré para que se suban en el coche con nosotros y
dejarlas con Adam en el ático.
Entra una llamada de mi hermana.

-Dime, Fiona.

-El móvil de Tiffany está apagado, la señal se pierde en la 51. Richard está
buscando imágenes del coche en las cámaras de las calles próximas a esa zona, pero
es como buscar una aguja en un pajar porque a esa hora hay muchísimo tráfico.

-Bueno, tú sigue.

-Vale. ¿Ya estáis con Gaby?

-No -responde Adam-. Mira, están empezando a salir ahora. Luego te llamamos.

Mi amigo se baja del coche y dudo si salir con él o quedarme dentro y esperar a que
las convenza para que se vayan con nosotros. Antes de que tome una decisión,
observo que ellos salen por otra puerta más pequeña y avanzan en dirección
contraria a la de Adam. Joder, solo están Óscar y Lola, no hay rastro de Gabriela.
Me apeo y llamo a mi amigo, señalándole con la cabeza hacia donde se dirigen. Soy
más rápido que él en llegar hasta ellos y abordo a Lola sin un saludo previo.

-¿Dónde está?

-¡Me cago en todo, qué susto! -dice ella, llevándose la mano al pecho-. Hola, señor
Costas. Buenas noches, es un placer volver a verlo, pero he quedado con Adam, no
con usted.

-Estoy aquí -intercede mi amigo cuando nos alcanza.

-Lola, por favor -protesto e intento calmarme. Óscar me mira de arriba abajo sin
entender nada-. Dime dónde está. ¿Está en casa?

-No y no tengo por qué darte ningún tipo de explicación sobre lo que hace o deja de
hacer. No eres nadie para ella. Grábatelo aquí. -Se señala la cabeza y sus palabras
siguen destilando desprecio. Me lo he ganado a pulso, lo sé, sin embargo, lo único
que me importa es saber que está bien.

Tamborileo mis dedos sobre mi muslo y resoplo hasta que Adam toma el control de la
situación.

-¿Va todo bien? -Se interesa el hijo de Rosy cuando me ve tan nervioso.

-No lo sé. Por eso necesito que me digáis dónde está Gabriela.

Lola me fulmina con la mirada y es Adam quien trata de explicárselo.

-Lola, esto es serio.

-No, lo que no es serio es que me digas que vienes a recogernos y te presentes con
él, Adam.

-De todas maneras, no sabemos dónde está Gaby -interviene Óscar-. Acabamos de
llamarla hace cinco minutos y no nos ha respondido.

-¡Joder! -me lamento. Es imposible que no sepan nada de ella. ¿Dónde se ha metido?

-Lola, escúchame. Hoy había montado un operativo muy importante para detener a
Tiffany y a su madre...
-¿Qué has dicho? -pregunta ella, alzando mucho la voz.

-He dicho...

-¡Mierda! Se ha ido con Tiffany -afirma Óscar, que empieza a darse cuenta de por
qué estamos así de inquietos.

-¿Cómo que se ha ido con Tiffany? -Me paso la mano por el pelo, desesperado. ¿Por
qué cojones se va a ir con Tiffany?

-Llámala otra vez -le pide Adam a su amiga, pero es Óscar el que tiene el móvil en
la mano y marca primero.

-Había quedado con ella mañana, pero le ha mandado un mensaje antes de irnos de la
academia para verse hoy. Nos dijo que estaría aquí antes de que saliéramos. -La voz
de Lola muestra su nerviosismo y no puedo dejar de pensar en que toda esta mierda
es por mi culpa.

-No lo coge y tampoco está leyendo los wasaps -confirma su amigo.

-Fiona. -Me alejo un par de pasos de ellos para hablar con mi hermana, pero los
tres me observan-. Te acabo de pasar el móvil de Gabriela, tienes que localizarla,
por favor, está con Tiffany.

-¿En serio? Vale, lo intentaré. Rastrearlo me llevará un tiempo y es más fácil si


está encendido.

-Da señal.

-Está bien. Llama a Richard y que se ponga en contacto conmigo, a ver si entre los
dos vamos más rápido.

Cuelgo y llamo a Richard para ponerle al día. Oigo a Bárbara por detrás dándome
ánimos.

-Esto es todo por tu culpa. -Lola me encara y empieza a pegarme golpes en el pecho
con las manos. La gente que está a nuestro alrededor nos mira y es Adam el que se
acerca para abrazarla.

-Vamos a encontrarla, tranquila -le dice mi amigo, pegando su frente a la de ella


para que se concentre en él. Lola se separa unos centímetros como si necesitara
espacio para respirar.

-Piensa, Lolita, piensa -dice en voz alta y a la vez se da toques en la sien con la
mano cerrada-. Vamos, Dolores Galán, vamos. Busca una maldita solución en esa
cabeza hueca tuya.

-Vuelve a llamar -le digo-. Si ve mi llamada puede que no conteste.

-Espera, espera, espera... -repite Lola y busca frenética su móvil en el bolso


hasta que lo saca.

-Nada, sin respuesta -nos confirma su amigo de nuevo.

-Gaby y yo nos descargamos hace tiempo una app para localizarnos. Aquí no la hemos
usado, no sé si funcionará.

-¡Ábrela! -ordeno y Adam aprieta los dientes por el tono rudo que empleo.
Toquetea la pantalla con el pulso acelerado en busca de la dichosa aplicación.

-Aquí está. Hace mucho tiempo que no la usamos, espero que no la haya eliminado.

Después de unos segundos que se me hacen insoportables, la señal del satélite nos
muestra la ubicación de Gabriela. Le quito el móvil de las manos sin pedir permiso
y amplio la imagen.

-¡No me jodas! -dice Adam cuando ve lo mismo que yo.

-¿Qué mierda hacen ahí?

Adam le da un beso rápido a Lola en los labios antes de volver al coche.

-Id al ático en un Uber y no os mováis de allí. Toma mi tarjeta. Recuerda meter tu


huella primero.

-¡Ni de coña! -protesta Lola. Menos mal que Adam ya la metió en el sistema para que
pudiera entrar y salir sola-. Yo voy con vosotros. Tengo que encontrarla, soy todo
lo que tiene.

-Óscar, llévatela, por favor -le pido.

Salimos disparados hacia el coche con el móvil de Lola en la mano mientras oímos
sus improperios en perfecto español. No podemos perder ni un minuto más,
necesitamos ir a buscarla.

-Yo conduzco -afirma Adam y estoy tan alterado que no le llevo la contraria. Le
entrego las llaves de mi coche y llamo a mi hermana.

-La tenemos -le digo.

-Y yo, aunque no tiene sentido. Según esto, parece que está en el edificio de Coté
Group o muy cerca.

-Sí. Vamos para allá, informa a Richard para que manden una patrulla. Presiento que
algo no va bien.

Las luces de la cuidad pasan como destellos fugaces ante mis ojos mientras mi amigo
le pisa a fondo. Ahora mismo mi cerebro es una puta olla a presión. El pecho me
sube y me baja, agitado, cuando trato de meter aire en mis pulmones. Richard nos
llama un minuto después para confirmarnos que tardarán menos de media hora en
llegar hasta Coté.

La barrera del garaje no se levanta en los cinco primeros segundos. Adam toquetea
el volante y, en vista de que no hay respuesta, pulsa el timbre para que el guardia
de seguridad la abra manualmente. No sé quién estará al mando hoy, pero tarda más
de lo habitual en responder.

-Señor Costas, creo que hay un problema con la barrera. Lamento no poder abrirla.

-Es una broma, ¿no? -bramo-. ¡Acelera! -le ordeno.

Adam no se lo piensa dos veces, da marcha atrás unos metros para pisar el
acelerador hasta el final y llevársela por delante. El estruendo y las chispas que
salen del capó no nos detienen. Dejamos el coche cruzado en mitad de la nada.

-¡Mira!, es el BMW blanco -dice Adam cuando pasamos corriendo hacia los ascensores.
-¿Por qué han venido aquí? -pregunto al aire. Sigo mirando la señal del móvil de
Lola que nos indica que estamos más cerca.

Cuando las puertas del ascensor se abren en la última planta y voy a salir
corriendo, Adam me sujeta de la muñeca.

-Nicola, no sabemos si solo está Tiffany con Gaby o hay alguien más. Déjame ir a mí
primero. -Se echa la mano al costado y saca una glock 19 automática que sabe que
odio ver.

-¡No me jodas, Adam! -me quejo.

-No me jodas tú a mí y ponte a mi espalda.

-Ni de coña y guarda eso, hostias. Es Gabriela quien está ahí. Además, si Tiffany
la está reteniendo en mi puto despacho, es porque me está esperando a mí, no
encuentro otra explicación.

Avanzo por el pasillo y observo las mesas vacías. Adam camina a mi lado. La puerta
de mi despacho está cerrada y, a través del cristal, que no es transparente del
todo, veo dos sombras. No me da tiempo a sacar la llave para abrir porque, en este
instante, el sonido de la cerradura nos alerta.

Mi amigo, con muchísima más experiencia que yo en estos temas, hace alarde de unos
reflejos fuera de lo común y se mete detrás de la columna que hay a la derecha
antes de que lo vean. La imagen de Tiffany encañonado a Gabriela con un arma me
congela.

-Demasiado tarde, Nick -afirma con desdén y sonríe de oreja a oreja.

Gabriela me mira, pero estoy bloqueado. Mis ojos no se apartan de la puta pistola
que tiene clavada en la sien. Tiffany es más alta que ella y la lleva agarrada por
el cuello con su brazo, sin demasiada dificultad. Cuando consigo concentrarme de
nuevo, me doy cuenta de un pequeño corte que tiene Gabriela en el labio, seguro que
ha intentado resistirse.

-Tiffany, suéltala. Ella no tiene nada que ver con esto. Es algo entre tú y yo,
¿no? Déjala ir.

-Ya veo que vas a ser un hipócrita hasta el final. Esto no es solo por ti, Nick,
también es por Gabriel y por ella. Por los tres, joder. Por los tres. Por joderme
la vida a mí y por hacerle eso a mi madre -chilla alterada.

No desvío la mirada de sus ojos para que no descubra que Adam la vigila desde un
lateral. Sé que la mente de mi amigo está analizando cuál es la mejor opción para
reducirla, si alguien sabe cómo actuar en escenarios extremos y con armas es él.

-Tiffany. La policía está de camino, no vas a poder salir del edificio. Suéltala y
yo me quedo contigo, puedo negociar con el FBI.

Gabriela me mira y mueve los labios pronunciando en silencio un firme no. Intento
mantener los nervios a raya, pero verla así, a su merced, asustada y atenazada, me
revuelve el estómago.

-No seas idiota... -escupe-. Con este juguete de mi papá. -Ejerce más presión sobre
la piel de Gabriela que cierra los ojos con fuerza. Una lágrima de impotencia cae
sobre su mejilla-. Salgo seguro. Apártate.

Aprieto el puño y me trago la bilis que asciende por mi garganta. Por el rabillo
del ojo veo a Adam sacar tres dedos de su mano. Es su señal, la cuenta atrás. No sé
qué cojones piensa hacer, pero me imagino que me pide que me quite para que Tiffany
se confíe y empiece a caminar con Gabriela por el pasillo en dirección al ascensor
y así pillarla desprevenida y de espaldas.

Dos.

Oigo la respiración agitada de Gabriela y cómo el corazón le va a mil por hora.

-Está bien. -Levanto las manos, rendido.

Uno.

Gabriela abre los párpados al escucharme y me parte en dos que piense que esto es
el fin, tiene nubes en los ojos y dudo de que sea capaz de ver algo más que
sombras.

-Tranquila, mia bella -musito para que me lea los labios y doy un paso hacia el
lateral contrario para dejarles el camino libre.

Puño cerrado de Adam o, lo que es lo mismo, cero.

Mi amigo sale de detrás de la columna, como un león atacando a su presa en mitad de


la noche. Una mano en el cuello de Tiffany para reducirla y la otra sobre la muñeca
para bloquear la pistola. El sonido de un disparo. El estruendo de otro. Los
gritos. La punzada en el pecho. Mis brazos extendidos para sujetarla antes de que
la fuerza de dos cuerpos abalanzándose sobre ella la aplaste contra el suelo. Dos
segundos tarde. El impacto. Los cristales. Las voces. Richard. Bárbara. Más
policía. Misma pesadilla.

-¡Gabriela! ¡Gabriela, abre los ojos! ¡Gabriela, por favor!

Capítulo 49

GABRIELA

Un pitido agudo me perfora el tímpano. No abro los ojos. No muevo el cuello, ni las
manos, ni los pies. ¿Respiro? Sí, creo que respiro. No hay luz, ni destellos, ni
tan siquiera sombras, pero es mejor así, porque necesito silencio. Por favor, que
alguien desconecte el cable de mi cerebro y acabe con ese zumbido y, de paso, con
el martilleo incesante de mi sien izquierda.

Ráfagas de imágenes inconexas empiezan a atravesar mi mente, sacándome de mi último


sueño, o de mi última pesadilla, no estoy segura todavía. La última pirueta, las
risas de mis amigos, el coche, Tiffany, el garaje, el cuadro, su risa histriónica,
el arma, el odio de sus palabras, mi último impulso, el sabor a sangre de mi labio,
Nicola abriéndose paso, los disparos, los gritos, el dolor y la oscuridad. Hago un
esfuerzo considerable para ordenarlas antes de abrir los ojos y darme de bruces con
la realidad, que no tengo ni idea de cuál será.

Paso la lengua por mis dientes en busca de una gota de saliva. Tengo la boca más
seca que un esparto y necesito agua, así que comienzo a abrir los párpados con
lentitud, pestañeo y elevo las cejas, habituándome a la suave luz azul que está
sobre mi cabeza.
¿Dónde estoy? Porque esto pinta de cielo no tiene y de infierno no sabría decirte.
A medida que meto aire por la nariz me voy situando, este olor tan particular, que
se grabó a fuego en mi olfato hace unos años, me lo confirma. Estoy en un hospital.

Parpadeo varias veces seguidas mientras mis pupilas se acomodan a la claridad hasta
que por fin consigo enfocar la silueta que se cierne sobre mí.

-¡Gaby! Ay, joder. Menos mal que ya estás de vuelta. -Lola se agacha y coge mi cara
entre sus manos sin ninguna sutileza. Empieza a besarme la mejilla como hacen las
abuelas, seguido. Su melena en cascada me hace cosquillas en el cuello.

-Per... perdona -titubeo-. No sé quién eres.

-¡Hostia, hostia, hostia! No puede ser. No me digas que ahora vas a tener una
amnesia de esas. ¡Ay, miarma, si es que te ha mirado un tuerto! -Se aleja de mí y
empieza dar vueltas por la habitación. Me cuesta un mundo no empezar a partirme de
risa-. Voy a buscar al médico, ¿entendido? Tú no te muevas de ahí.

-Lola... -la llamo, pero ella sigue soltando improperios-. ¡Lola! -alzo la voz.

-Espera, ¿me has llamado por mi nombre? -Me río a placer, ahora sí-. Serás hija de
puta. No me cago en tu madre porque era una santa. -Reacciona y vuelve a
abalanzarse sobre mí.

La puerta de la habitación se abre y aparece Nicola seguido de un médico, supongo


que alertados por el escándalo.

-¿Va todo bien? -pregunta el doctor.

-Sí, se ha despertado ahora mismo.

-Muy bien, eso es buena señal entonces -añade.

El chico rubio de la bata blanca se acerca a mí. Nicola no avanza ni un paso más.
Nuestras miradas se cruzan y, aunque suene ridículo, respiro aliviada al saber que
está bien. Se nota que está agotado; luce unas ojeras considerables y, además,
tiene los ojos algo enrojecidos, como si hubiera estado llorando. No se ha cambiado
de ropa, porque su camisa está salpicada por algunas gotas de sangre. Se lleva la
mano derecha a la nuca, en un gesto típico de él, y distingo una venda que le cubre
parte de la muñeca. A esta distancia oigo el resoplido que suelta con fuerza y, un
segundo después, se frota la cara con ambas manos. Decido dejar de mirarlo, porque
duele.

-Les voy a pedir que salgan un momento -dice una enfermera que entra con un
carrito-. El doctor va a examinar a la señorita Suárez.

Lola me agarra la mano, donde tengo cogida una vía, y me lanza un beso antes de
salir. Yo sigo mirando hacia la ventana, evitándolo.

El doctor me hace unas cuantas preguntas, según marca el protocolo, y me habla


sobre el traumatismo craneoencefálico con el que llegué al hospital debido a un
fuerte golpe. Me han hecho todas las pruebas pertinentes y no hay nada de lo que
alarmarse, aunque seguiré en observación un poco más. Si todo sigue su cauce, me
darán el alta en las próximas veinticuatro o cuarenta y ocho horas.

-¿Y cuánto he estado dormida?

-Unas horas. Llegó inconsciente y le hemos suministrado anestesia local para darle
los puntos de sutura, después, un analgésico potente para el dolor y un sedante
para que pasara la noche tranquila.

-¡Vaya! Solo les ha faltado meterme una pastilla de MDMA, un poco de heroína en
vena y prepararme un bizcocho de marihuana para desayunar. Menudo colocón.

-¿Cómo dice? -me pregunta este pobre hombre que no ha entendido ni papa de lo que
acabo de soltar en español.

-Nada. Está bien. Es que pensé que había salido de un coma largo.

El doctor sonríe al escucharme y deja que la enfermera me ponga el tensiómetro.


Luego el termómetro y, por último, me cura la herida. Cuando ella termina, él me
pide que me abra la bata. Antes de obedecer, empiezo a rezar a todos los santos que
me vienen a la cabeza. Espero llevar puestas unas bragas porque, vamos a ver,
enseñarle el toto, así, sin habernos dado ni dos besos, sería un poco violento.
Suspiro aliviada cuando me doy cuenta de que sí, son unas de ositos, negras y
rosas, de niña pequeña, pero no estoy para quejarme. Estas no son las que llevaba
puestas cuando salí de la academia, así que sonrío porque tiene que ser cosa de mi
Lolita, que está en todo. La delantera si se la enseño, pero estará harto de ver
peras. Me comenta que también tengo un golpe en el costado izquierdo, a la altura
de la cadera, pero que en unos días estará perfecto. Me alegra comprobar que puedo
mover todas las extremidades y no tengo nada roto, aunque sí que siento el cuerpo
como si me hubiera pasado un camión por encima.

-Intente no hacer movimientos bruscos y descanse.

-Gracias, doctor.

-Por cierto, sus amigos no se han separado de esa puerta, pero solo pueden entrar
de uno en uno, ¿entendido? -La enfermera alza una ceja esperando mi respuesta.

-Perfectamente -afirmo.

Salen los dos y no cierran la puerta del todo, así que oigo las voces de Nicola y
de Lola, preguntando al doctor por mi estado, les explica lo mismo que me acaba de
decir a mí.

-¿Qué te crees que estás haciendo, Nicola? -Mi amiga lo sujeta porque ha estado más
rápido que ella y se ha colado en la habitación.

-Lola, por favor, necesito hablar con ella.

-Ya lo has oído, no podemos entrar los dos. Y yo no me pienso separar de Gaby.

Me molesta que estén discutiendo delante de mí como si no los escuchara.

-Lola -la llamo para que me mire-. Dame cinco minutos.

-Está bien, voy a ver a Adam un rato, pero en cuanto regrese, te vas -le dice,
señalándole con el dedo para dejar clara su orden.

Nicola cierra la puerta y, en vez de mirarlo, enredo nerviosa con la sábana para
cubrirme. Necesito ser fuerte. Vamos, Gaby, la vida está llena de decisiones. Y
ambos hemos tomado las nuestras.

-¿Adam está bien? -Empiezo a hablar mientras él bordea la cama y se detiene justo
enfrente de mí-. Porque fue él quien se abalanzó sobre ella, ¿no? -pregunto con
miedo y sin ser capaz de pronunciar su nombre.
Quiero olvidar el frío que me provoca recordar todo y que se agrava teniéndole tan
cerca de mí.

-Sí, fue Adam. Y, afortunadamente, está bien. La bala solo le rozó el pie y con la
bota no le ha hecho nada más que una pequeña quemadura. Te arrastraron al suelo e
intenté cogerte, pero te golpeaste con la mesa de cristal y perdiste el
conocimiento. Gabriela, no sé cómo vas a perdonarme...

-¿Y cómo me encontrasteis? -lo corto para que no siga por ahí.

-Gracias a Lola. Tiffany huyó cuando vio que detuvieron a su madre. Adam y yo
estuvimos buscándola sin éxito. Nos acercamos a Broadway a recogeros. -Frunzo el
ceño porque está corroborando mi teoría sobre que Adam ha estado controlándome
desde que volví-. Y, como no estabas allí, nos contaron que te habías ido con ella.
Tu amiga se acordó de una app que tenéis para localizaros.

-Buscar amigos -digo como si se me hubiera encendido una luz.

-Esa misma, así supimos que estabas en Coté.

-Vaya con mi Lolita. Pues muchas gracias por aparecer, la verdad es que no tengo ni
idea de cuál iba a ser el plan si salíamos de allí. Ella ¿está bien? ¿Está herida?

-Está bien, nada reseñable. Ha pasado a disposición judicial, no tienes de qué


preocuparte.

-Y... ¿Y tu mano? -Amago para cogérsela, pero en el último segundo, recupero la


cordura y la pego a mi estómago. No puedo tocar su piel.

-Solo ha sido un pequeño corte sin importancia.

Cambio la cabeza de lado, ocultándole mi rostro, en un triste intento de esconder


el revoltijo de sentimientos que aún llevo dentro.

-Bueno, una vez más, gracias -afirmo con el corazón desbocado, no quiero, pero es
inevitable-. Ahora, si no te importa, necesito ir al baño, así que deberías salir.

-Espera que te ayudo.

-¡No! -respondo firme e intento sentarme en la cama para levantarme-. ¡Ay! -me
quejo porque me he mareado un poco al erguirme. Cierro los ojos un segundo y trato
de recuperar el equilibrio.

-Gabriela, por favor. Déjame ayudarte. -Me sostiene de los brazos, con las manos
temblorosas, como si fuera a fracturarme, y me ayuda a recostarme sobre la
almohada-. No puedo volver a verte sufrir. Ayer casi me muero... -Agacha la cabeza
y la posa sobre mi regazo, clavando su rodilla en el suelo. Solloza y a mí se me
abre un hueco entre las costillas que no podré volver a llenar.

Me mata verlo así. Sin embargo, sé que, ahora mismo, mis ojos no pueden mirarlo de
manera distinta. No dejo de preguntarme qué habría pasado si no llegan a aparecer,
o si Tiffany me hubiera atravesado el cráneo con una bala minutos antes. Y lo que
más me duele de todo es que, si hubiera confiado en mí, desde el principio, nada de
esto habría pasado.

-Nicola, levántate -susurro con la voz cargada de amargura.

Cambia de postura para sentarse en el borde del colchón e intento en vano esquivar
esos ojos que no dejan de suplicarme.

-Mírame, por favor -me pide lacónico-. Lo siento. Lo siento muchísimo. Lo he hecho
todo mal desde el principio. Una y otra vez. Gabriela, mírame, por favor.

-No. No pierdas el tiempo, no quiero escucharte. Somos las decisiones que tomamos y
tú tomaste la tuya. Ahora, vete, por favor.

-Gabriela. Necesito explicarte. Quiero contarte la verdad.

-Tarde. Demasiado tarde. -Se me entrecorta la voz.

Me revuelvo sobre el colchón y noto un pinchazo en el costado más agudo, quizás es


la mezcla del golpe y de su presencia. Espero que, si me ve así de molesta, se
largue. Pero no, qué va, hoy parece que no tiene intención de dejarme.

-No te conté que Gabriel era tu padre porque le había prometido que no lo haría. Sé
que fue un error y, al final, os terminé traicionando a los dos, y no sabes cuánto
lo siento. Sé que te sonará a excusa, pero te alejé porque no encontré otro modo de
ponerte a salvo. Gabriela, contigo no pienso con claridad. Ahora, desde esta
perspectiva, sé que estaba equivocado. Tenía que haberte contado cómo estaba la
situación realmente y no dejarte al margen. Quiero arreglarlo, necesito que vuelvas
a confiar en mí.

-No. Porque eso es lo que hacen las parejas, confiar el uno en el otro, pero tú y
yo nunca lo fuimos.

-Gabriela, no digas eso, sabes que no es cierto. Siento el daño que te hice en el
ático la última noche, las formas y las palabras. Y, por encima de cualquier otra
cosa, siento haber perdido lo que éramos tú y yo. -Trago con dificultad y contengo
todas las lágrimas que piden paso para desbordarse-. Ni se te ocurra pensar que
nosotros fuimos mentira.

-Fuimos... No sé lo que fuimos, pero de todas maneras, eso es pasado. -Y soy tan
idiota que casi me creo mis palabras, solo casi.

-Gabriela, soy el único culpable de todo y, si Tiffany te hubiera hecho más daño,
yo...

-Tiffany no es la única que me ha herido, Nicola. Y hay heridas que no se cierran


con aguja e hilo.

Antes de que la descerebrada decidiera salir del despacho, usándome como escudo
humano, tuvo algunos momentos de lucidez en los que me explicó como hacía tiempo
que me tenía en su punto de mira. En cuanto pillaron a Anderson, investigaron la
conexión de Nicola con los detenidos y eso los llevó a aquel inmueble de NoLIta
años atrás y a la muerte de aquel matrimonio que resultaron ser sus padres. Amber
fue la que decidió que solo podrían pararle los pies con lo único por lo que
mostraba interés: la empresa o yo. Me enseñó mis fotos y los archivos con mis
movimientos y, entonces, lo comprendí todo, así que me creo sus palabras. Sin
embargo, una relación se basa en la confianza e, igual que él no la tuvo en mí
antes, no la tengo yo en él ahora.

-Gabriela, te juro que me arrepiento cada día por haberme comportado así. La cagué,
mia bella, la cagué. -Observo sus primeras lágrimas, que descienden asustadas por
sus mejillas, y solo quiero que se marche o desaparecer. Quiero sacarle de mi
pecho, porque, aunque sepa sus motivos, no puedo olvidarme de cómo actuó.

-Adiós, Nicola. Lola estará a punto de llegar y deberías irte a casa. -Me tiene
sujeta de las manos y oigo cómo respira, tratando de no descomponerse más de lo que
ya está.

-Dame una oportunidad, Gabriela. Te prometo que a partir de ahora...

-Me mentiste -corto su declaración. Odio escuchar promesas vacías. Mi reserva de


energía se agota y trato de sonar lo suficientemente convincente.

-Gabriela, te lo vuelvo a repetir, solo lo hice para protegerte. Y me equivoqué.


Perdóname. -Suena desesperado-. Mírame, soy humano, pero soy tuyo, de los pies a la
cabeza.

-Rompiste mi confianza, Nicola. Tú mismo lo has dicho. No tengo nada que


perdonarte. Además, quiero que sepas que no te juzgo, en serio. -Me limpia una
lágrima de la mejilla y te juro que, si no deja de tocarme, no seré capaz de seguir
hablando-. Elegiste cerrar tu círculo y dejarme fuera. Ahora tienes que continuar
sin mí.

La tráquea me escuece cuando pronuncio las dos últimas palabras y, automáticamente,


obligo a mi mente a viajar a un lugar seguro. Suena Whitout Me, de Halsey, en un
rincón en el que me deshago de las cenizas que él ha dejado en mis entrañas, de la
única manera que sé; pisando descalza el parqué hasta terminar exhausta. Un espacio
lejos del dolor que me provoca ver cómo se levanta, abatido, con la cabeza gacha, y
camina de espaldas, sin dejar de mirarme, hasta que choca con la puerta.

-Gabriela... -pronuncia mi nombre por última vez.

-Sin mí.

Capítulo 50

NICOLA

Me revuelvo incómodo en la silla. A pesar de que Richard me acaba de mostrar el


informe antes de archivarlo y me repite por tercera vez que todo se ha acabado,
creo que necesitaré un tiempo prudencial para asimilarlo.

Tantos años con un único objetivo en mente. Tantas noches en vela. Tanto dolor.
Tanto rencor. Tanto esfuerzo para verlos entre rejas. Tantas horas de mi vida
invertidas para cerrar esa herida y con ello sanar ese agujero que aquellas cuatro
balas grabaron a fuego en mí.

-¿Me estás oyendo?

-Sí, perdona. Es que, Dios. Me parece increíble que después de tantos años lo
hayamos conseguido.

-Bueno. Marshall, Anderson y Cox no van a ver la luz del sol, de momento. Ahora
todo queda en manos del fiscal y de sus abogados, pero estoy seguro de que caerá
sobre ellos todo el peso de la ley -afirma Bárbara.

-Los demás no sé, pero te aseguro que Amber lo tiene mucho más jodido. Sus delitos
no se esconden tan fácilmente debajo de la alfombra -comenta Richard.
-Las tres empresas han caído estrepitosamente en la bolsa, cualquiera con un poco
de capital ahora mismo puede hacerse con ellas a precio de ganga. Supongo que han
perdido algo más que la libertad.

-Podrías comprarlas entonces -me sugiere Bárbara.

-¿Yo? Ni de coña. Con Coté tengo más que suficiente. No soy un tipo que necesite
acumular para sentirme realizado. Prefiero rodearme de personas, no de bienes.

-¡Qué filosófico! No engañes a Bárbara con tu labia -me pica mi amigo.

-No le hagas caso, sé lo que has querido decir -me defiende ella.

-Te gusta rodearte de pocas personas. Solo en las que confías a muerte. Y has hecho
tan pequeño el círculo en las últimas semanas que ahora te arrepientes de haberla
dejado fuera -sentencia Deluca y lo miro mal, muy mal.

No hace falta que me vuelva a recordar que con Gabriela he metido la pata hasta el
fondo. Soy consciente de ese hecho cada maldito día. Sobre todo después de salir de
la habitación del hospital cuando me dijo que siguiera mi camino sin ella, como si
fuera fácil olvidar que la quiero, que la deseo y que me muero de ganas de
compartir con ella lo que ella quiera compartir conmigo; un café, una cena, un beso
o una vida.

Ahora, definitivamente, sí que tengo que volver a poner el corazón en lo que haga y
te aseguro que, a partir de hoy, será intentar recuperarla.

-Por cierto, ¿qué pasa con Tiffany? -He estado tan preocupado porque Gabriela
estuviera bien la última semana que no les he vuelto a preguntar sobre ella.

-Nicola, de eso... -Bárbara emplea un tono bastante condescendiente que no me


gusta.

-¿Qué pasa ahora?

-¿Te quieres calmar? -me riñe mi amigo-. Ha salido bajo fianza hace unas horas,
pero no puede abandonar del país.

-Es broma, ¿no?

-No. Hemos presentado todos los cargos: allanamiento, amenaza con arma...

-E intento de asesinato -añado para que no se les olvide.

-No, Gaby no ha querido presentar cargos por eso.

-¡No me lo puedo creer! ¿Ya le habéis tomado declaración?

-Sí.

-¡Merda, Richard! Te pedí que la dejaras descansar unos días. -Me levanto y paseo
por el despacho, surcando la moqueta.

-Sí, pero fue ella la que quiso hacerlo. Quería quitárselo de encima cuanto antes.

-No me lo puedo creer.

-A ver, Nicola, yo también le dije que se lo pensara, pero lo tenía bastante claro.
Nos dijo que, si la hubiera querido matar, lo habría hecho sin problemas, que solo
quiso asustarla. Para ella fue como la última bala, en sentido figurado. Gaby está
segura de que tiene problemas mentales y que necesita ayuda profesional, pero que
no es una asesina.

-Alucino. -Si creía que ya sabía todo sobre Gabriela, va ella y me dinamita, una
vez más.

Tiffany se sintió acorralada cuando cogimos a su madre. Creemos que retener a


Gabriela era su seguro de vida para huir. Sobornó al guardia de seguridad que
cubría ese turno en el edificio y el resto lo fue orquestando sobre la marcha.
Encontrar allí la pistola fue un golpe de suerte. Joder, me arrepiento tanto de no
haberla sacado de la caja fuerte. Aunque no fuera a utilizarla, el simple hecho de
que solo se la pegara a la sien no tendría que ser un atenuante.

-De todas maneras -me aclara Bárbara-, el juez tiene suficientes indicios de los
otros delitos, sobre todo de los económicos que encontramos nosotros. Por lo tanto,
lo más probable es que termine ingresando en prisión o en un centro psiquiátrico.
Sus análisis, en el momento de la detención, arrojaron restos de cocaína.

La sangre me hierve al escucharlos. Antes de que empiece a blasfemar, suena mi


móvil.

-Si...

-¿Dónde estás? -me pregunta Adam.

-Con Richard en su oficina.

-Perfecto, porque estoy llamándolo y no me lo coge, así se lo cuentas tú. Hoy hago
la cena, a las nueve en mi casa.

Me despego el teléfono de la oreja y miro el nombre que aparece en la pantalla,


incrédulo. Richard eleva las cejas sin entender nada. Pongo el altavoz.

-¿Me lo puedes repetir?

-Venga, mozzarella, no te pases que lo has oído perfectamente. Hola, Richard. Hola,
Bárbara -saluda porque me ha pillado-. Estáis todos invitados, hoy hago la cena -
repite.

-¿Dónde has dicho que es la cena? -pregunto con sorna.

-En el ático, dónde va a ser.

-¡Ah, perdona!, es que pensé que habías dicho que era en tu casa.

Richard se empieza a descojonar y yo, a pesar de que no tengo el cuerpo para


chistes, no puedo evitar hacerlo con él. Desde que coincidió con Lola en el Upper,
se ha atrincherado en el ático y te aseguro que ha pasado más horas en ese lugar
que yo durante los últimos tres años.

-Lo tuyo es mío y lo mío también, capullo. No te pongas tocapelotas con la


propiedad -me rebate.

-Perfecto, solo espero que tu experimento esté mejor que la última vez que nos
hiciste aquel plato incomestible -lo chincha mi amigo.

-A las nueve -repite y nos cuelga.


No falta mucho así que zanjamos el tema policial. Me quedo con la espina de que
Gabriela no haya querido ir a por Tiffany con todo, pero es su decisión y tendré
que respetarla. Salimos los tres juntos y yo me voy a mi casa para quitarme el
traje y cambiarme de ropa.

Casi una hora más tarde, me meto en el coche para ir al ático. Aprovecho el
trayecto para llamar a mi hermana y ponerle al tanto de las últimas noticias. Es
imposible entenderme con ella porque está en medio de una negociación con Helena
para que cene la verdura que ha preparado. Me compadezco de mi sobrina. Le prometo
que, si se come la cena hoy, mañana me pasaré por su casa y seré el encargado de
hacerle lasaña.

El ascensor me deja en la última planta y me quedo como un imbécil mirando la


puerta de su casa. Los recuerdos del último día que estuve ahí se atascan en mi
pecho. Desde que mi fui del hospital he intentado estar en contacto con ella;
llamadas, mensajes, para saber qué tal ha estado estos días. Nuestras
conversaciones han sido escuetas y cargadas de formalismos. Richard y Adam me han
aconsejado que le dé espacio, al menos mientras esté todo tan reciente. Sin
presiones. Llamo al timbre, de mi propia casa, hay que joderse. Solo para tocarle
los huevos un poco más a mi colega. Me quedo bloqueado cuando es Lola la que me
abre la puerta.

-Hola -titubeo y arrugo la frente.

-Hola -me responde ella y me muestra una bonita sonrisa. Eso es bueno, creo.

-Pasa, mozzarella, estás en tu casa -suelta Adam por detrás.

Pantalón de algodón gris, camiseta blanca y el trapo colgando del hombro, vamos,
para fliparlo.

-¿Perdona? Había quedado con mi amigo, pero me he debido de equivocar.

-¡Oh, qué simpático! Espero que sigas así toda la noche -sisea.

En cuanto avanzo unos pasos y diviso el salón, entiendo a qué se refiere. Gabriela
está sentada en el sofá, charlando con Richard y Bárbara. En cuanto levanta la
vista de ellos y me ve, se sorprende, aunque lo disimula. Está preciosa, con esa
mezcla de belleza natural y racial tan suya. Mallas blancas y camiseta del mismo
color. Encima lleva puesta una chaqueta gruesa de punto beis, ahora desabrochada.
La melena suelta, cubriendo la herida que ahora lleva descubierta. No te miento si
te digo que, desde aquí, aprecio su inconfundible olor a coco.

-Toma, la necesitas -me dice Lola y me tiende un botellín de cerveza. Supongo que
se habrá dado cuenta de que me he quedado absorto contemplándola.

-Hola -saludo a todos de nuevo.

-Hola -musita ella y se levanta para echar una mano a su amiga con la mesa.

-Siéntate, deberías descansar. -La sigo y le quito el plato que tiene en la mano.
Si piensa evitarme toda la noche, no se lo voy a poner fácil-. Ya lo hago yo.

-Estoy bien -se queja, pero en vez de mirarme a la cara, se queda observando cómo
mis dedos rozan los suyos antes de que suelte el plato.

Siento la corriente. La siento.

-Insisto. -Busco su mirada. Sus ojos vivos se cruzan con los míos cargados de
intenciones-. Y tengo intención de seguir haciéndolo.

Pilla mi indirecta, porque bufa, exasperada, y se va en busca de Adam, como si


fuera su salvador.

Cenamos Irish Stew, un plato típico irlandés que mi amigo no había hecho en la
vida, pero que, con la ayuda de la futura madre de sus hijos, ella sigue
autodenominándose así, le queda bastante bueno. Ternera, zanahoria, cebolla y
cerveza, cómo no, estos irlandeses son incapaces de vivir sin ella, hasta para
cocinar.

Me he sentado enfrente de Gabriela. La cena transcurre entre conversaciones banales


sobre música, los espectáculos de Broadway, la cultura americana en general y las
risas halagando al cocinero. No dejo de mirarla, como un niño a un caramelo. En
cuanto soy consciente de su indiferencia, me cago en todo por dentro. ¿Me habrá
olvidado ya?

El postre es una tarta de manzana que ha hecho Lola y la comparamos con la que hace
la madre de Richard, que es famosa en sus celebraciones, en ese instante, un montón
de anécdotas de cuando éramos unos críos salen a la palestra.

-¿Te acuerdas del primer cumpleaños al que invité a Adam?

-Sí, es que estos dos tenían su pequeña hermandad, ¿sabéis? -les explica él-. Y me
costó un huevo que me dejaran formar parte. Los italianos son muy especialitos.

-Vaya, parece que él no se acuerda -afirmo-. Como Richard siga hablando...

-No, hijos de puta. -Reacciona-. No se os ocurra contar eso.

-¡Sí, venga! -pide Lola-. Ya no podéis dejarnos así. -Gabriela y Bárbara animan a
Richard para que continúe.

-Pues aquí, nuestro recién estrenado amigo, nos intentó convencer de que meter dos
dedos en la tarta de manzana caliente era igual que meterlos ahí. -Mi amigo hace el
gesto con los dedos y las chicas estallan en risas.

-Acqua in bocca -espeta Adam.

-¿En serio los metiste ahí? -pregunta Gabriela con los ojos como platos.

-Sí, claro que los metió, igual que en esa escena de American Pie. Bueno, vosotras
sois muy jóvenes y no tendréis ni idea de qué película os digo. Para mí que los
guionistas le preguntaron. Cuando mi madre vio la tarta destrozada, le dijimos que
había sido Blacky, nuestro yorkshire.

Bárbara casi se ahoga con el vino y el sonido de la casa se llena de risas


escandalosas, menos la de Adam, claro.

-No te enfades -le dice melosa Lola-. Si aquello te sirvió de experiencia para lo
que me haces ahora, no tienes de qué avergonzarte.

-¡Lola, para! -la riñe Gabriela por airear su vida sexual delante de nosotros.
Ella, lejos de ofenderse, empieza a besar a mi amigo.

-Necesitamos champán. -Me levanto y Richard me sigue para ayudarme con las copas.

-Joder, esos dos tienen mucho peligro.


-Ya -respondo triste.

-Eh, cambia esa cara. Si realmente quieres recuperarla, tendrás que trabajártelo.
Tú no eres de los tíos que se rinden fácilmente, Nicola.

-Me evita todo el tiempo. Ni tan siquiera me mira.

-Si te mira, idiota, pero cuando tú no la ves.

-Venga, que se va a calentar ese champán -nos grita Adam desde la mesa.

Regresamos con las copas y dos botellas, porque no sé si con una será suficiente.

El primer brindis es de Adam, que se levanta y se aclara la voz:

-Lo primero que quiero es agradeceros a todos que hayáis venido a mi humilde morada
para degustar mi plato estrella. -Lo ovacionamos con un abucheo general-. No,
venga, ahora en serio. -Se pone solemne-. Este brindis es por mi hermano italiano.
-Me señala con su copa-. Porque, por fin, el pasado será solo eso.

-Salute. -Chocamos las copas.

-Yo también quiero brindar -dice Lola y casi no nos da tiempo a servirnos de
nuevo-. Por la amistad, sincera y pura.

Achucha a su amiga y esta le pone la sonrisa más bonita del mundo, la suya.

-Por la amistad -repetimos todos y bebemos otro trago.

-Si me dejáis. -Alzo mi copa y hablo-. Yo voy a brindar por el amor valiente. -
Todas las miradas se posan en mí, incluida la de Gabriela. Esta vez sí que me
presta atención-. Para que nunca cometa el error de convertirse en cobarde.

Desvía la mirada cuando pega su copa a la mía y da un pequeño trago antes de


alejarse de la mesa en dirección a la cristalera. Voy a ir detrás de ella, pero
Lola me sujeta de la muñeca.

-Dale un minuto, Romeo -me dice, pero algo dentro de mi pecho me impide dejarla
sola. Sale a la terraza, así que cojo la manta que está encima de la butaca y voy a
acompañarla.

-Gabriela, te vas a congelar.

Mi voz no la asusta, por lo que intuyo que sabía que no iba a tardar en
encontrarla. La arropo con la manta y no retiro mis brazos de sus hombros durante
unos segundos, resguardándola de esta fría noche de enero.

-Necesitaba que me diera un poco el aire. Ahí adentro hace mucho calor.

-Sí, esos dos no dejan de caldear el ambiente. -Hago referencia a nuestros amigos-.
No sabía que ibas a estar aquí, no quiero que estés incómoda con mi presencia.

-Nicola, esta es tu casa, aunque ahora tengas okupas. -Me gusta que bromee-. Somos
adultos. Esos dos no tienen ninguna intención de despegarse, así que deberíamos de
ser capaces de estar en el mismo lugar. Además, supuse que vendrías, Adam no paraba
de decir que había que celebrar que todo se terminó.

-Sí, afortunadamente. Por cierto, me han contado que no has querido acusar a
Tiffany...
-No, Nicola -me corta-. No lo he hecho.

-Pero ¿estás segura?

-Sí, completamente. Estuve dándole vueltas y creo que es lo más justo para cerrar
ese capítulo. No puedo olvidar lo que me hizo, pero tampoco puedo obviar que
compartí con ella un padre.

Noto cómo le atraviesa un escalofrío y entonces vuelvo a rodearla con mi brazo.


Gabriela es noble y, aunque no comparto que no la haya denunciado, entiendo que
Tiffany es su hermana. Esta vez no despego mi mano de su antebrazo.

-Es tarde, estoy cansada. -Sí, la muy cabezota ha vuelto a trabajar hace dos días
porque no sabe estarse quieta-. Debería irme a casa.

-¿Quieres que te acompañe?

-No, vivo aquí al lado, ¿recuerdas? Hace algo más de un mes que te fuiste de allí.

Eso duele, me lo merezco, pero duele. La giro para que me mire a los ojos.

-Gabriela, sé que te has ido porque no supe estar a tu lado, pero por favor, tienes
que creerme. Pensé que era lo mejor para ti, incluso cuando te mentí estaba
convencido de que era lo único que podía hacer en ese instante. -Mi mano viaja
hasta su lunar y detengo una lágrima furtiva que baja por su mejilla.

-Es por el frío -me aclara.

-Lo sé, deberíamos entrar, aunque, antes, escúchame. La única verdad que existe
ahora mismo aquí -cojo su mano y la poso en mi pecho- es que quiero que me des una
oportunidad, no quiero ni puedo continuar sin ti.

-Nicola...

-Dime que ya no me quieres, Gabriela. Dime que no piensas en mí como lo hago yo en


ti. Dime que no me llevas dentro como te llevo yo a ti. Dime que nuestra conexión
es mentira.

-No puedo decirte eso.

-Porque me estarías mintiendo -afirmo, más roto que nunca, porque, cuando parece
que tengo una mínima oportunidad para volver a estar con ella y demostrarle que no
le fallaré más, rehúye de mí.

No me rebate, solo nos mantenemos la mirada en silencio. Nuestras respiraciones,


algo más agitadas, marcan nuestras pulsaciones. Tengo que guardarme las malditas
ganas de abalanzarme contra su boca.

-Pues, entonces, no puedes pedirme que continúe sin ti -me reafirmo.

-Todavía me dueles, Nicola -sentencia y se da la vuelta para desaparecer de mi


vista.

Solo espero que esta distancia que impone entre nosotros sea para echarnos de
menos.
Capítulo 51

GABRIELA

Febrero ha llegado cargado. De nieve, porque Nueva York se ha despertado cubierta


con un manto blanco que prácticamente la mantiene aislada; de trabajo, porque
ahora, aparte de mi grupo en el centro, ayudo a Liam en su consulta como
orientadora un par de horas más a la semana, y de años, bueno, en realidad, de uno
más, porque hoy completo otra vuelta más al sol y ya son veintiséis.

-¿No te pondrás eso?

-¡Lolita! -protesto-. Si no me dices dónde vamos a ir, cómo narices quieres que me
vista.

-¿No entiendes el significado de la palabra sorpresa? -me rebate impertinente.

-No, últimamente la confundo con casualidad, esa que tú y tu novio no dejáis de


repetirme cada vez que me incluís en vuestros planes y Nicola aparece de repente.
Ya no las distingo.

Durante estas dos últimas semanas he recuperado mi rutina de nuevo y, además, he


mantenido mi mente ocupada la mayor parte de las horas. Lo que pasa es que también
he pasado más tiempo con Nicola que cuando estábamos juntos, como por arte de
magia. En realidad, más bien por arte, el de mis amigos, que por magia. Este par se
las han arreglado para hacerme creer que cada vez que él aparecía era una bendita
casualidad.

No sé, podría poner un montón de ejemplos; como cuando quedaron conmigo para comer
en un restaurante de tapas español que habían encontrado y que, justo, está en
NoLIta, casualidad, ¿verdad? Sobre todo, porque él pasó por la misma calle en ese
preciso instante y, cómo no, se quedó a comer con nosotros. Como si Manhattan fuera
un pueblo y te encontraras a los conocidos con esa facilidad. Claro, que el arroz
que comimos en el Socarrat, con el que casi se me saltan las lágrimas, desdibujó de
mi cerebro la mala leche por la encerrona. Otra parecida puede ser la de la semana
pasada, cuando Lola se empeñó en subir al bar de la famosísima azotea 230 Fifth
Rooftop y ¡sorpresa! ¿Con quién fuimos? Exacto. Nicola conoce a uno de los dueños
y, por supuesto, nos coló en la larga lista de espera. Las vistas acojonantes y los
tres cócteles que tomamos para entrar en calor también, porque, allí arriba, por
mucha estufita que te pongan, no había más de cero grados. Lo de ver cómo se
magreaban Adam y mi amiga, mientras nosotros representamos el papel de «amigos» no
fue tan divertido. Puedo continuar con otra cena en el ático, esta vez también
estábamos los seis, como la primera después de que saliera del hospital, y en la
que Nicola y yo estuvimos charlando en la terraza sin acercar posturas, me niego a
reconocer que me sigo estremeciendo entre sus brazos. Pues esta la rematamos
tomando unas cervezas y jugando a las películas, sí, como te lo cuento. ¿Adivinas
con quién me tocó de pareja? Encima ganamos, poniéndoselo a huevo a nuestros
amigos, que no dejaron de gritarnos menuda conexión. Surrealista, lo sé. La
anteúltima fue el martes. Tenía entradas para subir con los niños al Empire State
de noche, porque muchos no habían subido ni de día. La fundación nos puso un
microbús y le pedí a Lola que me acompañara para echarme una mano con ellos, solo
tenía que estar esperándome en la puerta a las siete de la tarde, pero ¿quién
estaba allí? Nicola Basso, otra vez.

-¡Sorpresa! -Esa fue la respuesta que recibí de mi amiga cuando la llamé para
pedirle explicaciones, luego la matizó-. Es que Adam me ha confesado que Nicola no
ha subido tampoco de noche, pobre, déjale hacerlo contigo y con los chicos.

La verdad es que o disimuló mucho o disfrutó como un crío más de la experiencia.


Bueno, que yo también me divertí. Después, me acompañó al Bronx a entregárselos a
sus padres, no sin antes invitarles a unas hamburguesas en Shake Shack. Cuando
regresamos a Manhattan, nos despedimos en el portal de mi casa con un beso en la
mejilla. Sí, fue bastante raro.

No sé, lo único que tengo claro es que, estos últimos días, Nicola y yo, aunque
solo somos amigos, estamos haciendo cosas que nunca habíamos hecho, como si
fuéramos una pareja que empieza a conocerse, con calma y sin presiones. Justo lo
contrario a lo que estábamos acostumbrados.

Espera, que he dejado lo mejor para el final.

Ayer tuvo lugar nuestro último encuentro inesperadamente inesperado. Creo que aquí
la que movió los hilos para que se diera esa coincidencia fue Sam. Me citó en la
fundación en Brooklyn para que firmara mi nuevo contrato, uno con un sueldo más que
decente, y lo hizo después de la reunión del patronato, donde han nombrado a Nicola
presidente para los dos próximos años. Por supuesto, cuando terminé el papeleo, él
estaba esperándome. Pensé que sería para acercarme a casa, pero me equivoqué. Me
propuso pasear por el barrio, que sabe que me encanta, y llevarme a probar el mejor
bocadillo de pastrami de todo Nueva York. Soy facilona cuando me hablan de comida,
y más si lo hacen a las nueve de la noche después de no haber probado bocado desde
las doce, así que acepté su propuesta sin pensármelo demasiado. Además, por mucho
que me resista, cada vez que llego a mi casa después de haber estado con él unas
horas, me cuesta un mundo mantener el escudo en todo lo alto. Esta versión renovada
de Nicola me encanta, porque es el mismo que conocí a ratos, pero a jornada
completa. Giuseppe, el dueño del minúsculo restaurante, lo recibió como si fuera de
la familia. Alucinó con todo lo que comí, porque es verdad que estaba buenísimo, y
me agradeció que fuera la culpable de haberlo llevado de nuevo hasta allí.

-¿Antes venías mucho? -le pregunté.

-Sí, venía con Gabriel cuando salíamos de la fundación, a él también le encantaba.

-Me hubiera gustado estar con él sabiendo que era mi padre -le confesé sin más,
porque en los últimos días no he dejado de pensar en él y en mi madre.

-Él me hablaba de ti, sobre todo desde que tu madre se puso enferma. Sin embargo,
ella y él llegaron a un acuerdo para no contarte la verdad. Te prometo que antes de
operarse le insistí para que hablara contigo, aunque supongo que, después de tantos
años, prefirió hacerlo a través de las cartas. Lamento no habértelo dicho antes, él
no quería. Y, luego, llegué yo y lo jodí todo... -Pude ver cómo sus ojos perdieron
el brillo que habían tenido las horas antes.

-Regodearnos en los actos del pasado que nunca podremos cambiar es de inútiles, así
que vamos a dejarlos atrás -le propuse y me alegró vislumbrar de nuevo su sonrisa
ladeada.

Le conté por encima lo que decían las otras cartas y me aseguró que Gabriel nunca
le contó los detalles de su relación con mi madre, solo las consecuencias.

Cambiamos de tema y hablamos de sueños.

El de él, un restaurante pequeño donde todo el mundo hable maravillas de la comida


y nadie sepa quién es el cocinero. Estaba bromeando, seguro. También hizo mención
de que le gustaría tener algo en Italia.
El mío, una academia pequeña, para Lola y para mí, donde los niños aprendan mucho
más que la disciplina del baile, donde se sientan seguros e importantes.

Muchas risas y elucubraciones continuaron después.

Volvimos caminando hasta su coche y le confesé que me encantaban esas casas


unifamiliares con el jardín en la parte de atrás, y que, si tuviera una, haría
fiestas desde abril hasta octubre y tendría una biblioteca con chimenea en el
ático.

-Me gusta cómo suena -afirmó antes de poner rumbo a Manhattan. Y yo tragué con
mucha dificultad porque mi mente es muy puñetera y se puso a imaginar.

Nicola conduciendo me pone mala. Mala. Después de las cervezas de la cena, la


charla, sus miradas que siempre van cargadas de intenciones, porque, no te voy a
engañar, disimula fatal y esa cara de cordero degollado que me pone cuando intenta
ablandarme es... es adorable. Vamos, que me empezaba a faltar el aire dentro del
Lamborghini. Y, si el oxígeno no te llega al cerebro, ya sabes lo que pasa. Me
pareció que tardamos más de lo normal en llegar al Upper East Side y, cuando me di
cuenta de que había dado la vuelta a la manzana por segunda vez, reaccioné.

-¿Se puede saber qué estás haciendo?

Detuvo el coche enfrente del portal y, cuando empezaba a despedirme antes de salir,
me interrumpió.

-¡Feliz cumpleaños!

-¿Pero...? -Giré su muñeca para mirar su reloj y entendí por qué me había estado
mareando por Manhattan-. No me lo puedo creer, has esperado hasta las doce y un
minuto para felicitarme.

-Sí, quería ser el primero. Felicidades, Gabriela.

-Muchas gracias.

Salió del coche y yo lo imité. Me tuve que subir el cuello del abrigo hasta la
nariz porque hacía un frío que pelaba. Abrió el maletero y se acercó con un paquete
en la mano, era pequeño y estaba envuelto con un papel blanco con dibujos de
zapatillas de puntas rosas. Sin ver lo de dentro casi se me saltan las lágrimas.

-Esto es para ti.

-No tenías por qué.

-Ábrelo, anda.

Con los dedos temblorosos y despacio para no romper mucho el papel, despegué el
adhesivo hasta que descubrí lo que contenía. Era la foto que Gabriel tenía debajo
de su almohada en el hospital, la que Tiffany había pisoteado delante de mí. Nicola
la había metido en un marco de madera y en ella aparecía yo con tres o cuatro años,
lucía una sonrisa gigante e iba por el Retiro dándoles la mano. Nunca había visto
una foto de los tres.

-Nicola, es preciosa -afirmé mientras empezaba a temblar.

-La encontraron tirada en mi despacho, junto a esto. -Me tendió dos folios doblados
a la mitad-. Pensé que te gustaría tenerla.
Recogí las cartas y guardé todo en el bolso. La emoción se apoderó de mí.

-También quiero que te pongas esto. -Del bolsillo de su abrigo sacó la pulsera de
cuero que hicimos en el taller de Federica y me la ató en la muñeca. Supongo que el
día del incidente me la quitaron en el hospital. Lola me dio la de plata de mi
madre con nuestras iniciales al llegar a casa, pero esta se la debió de quedar él.

A prima vista.

-¿Puedo pedirte una cosa? -le pregunté.

-Puedes pedirme lo que quieras, Gabriela, lo que quieras.

-Abrázame.

Y, en el hueco de su pecho, fui recuperando la compostura. Su olor y su calor me


devolvieron de repente todos los recuerdos buenos, en los que pegar mi mejilla a su
piel me hacía sentir que por fin había encontrado un trocito de hogar en esta
jungla.

-¿Todavía te duelo? -me preguntó en un susurro cuando me aparté para despedirme.

-Todavía te pienso. -Le di un beso suave en sus labios, que lo pilló completamente
desprevenido, y hui como una quinceañera en su primera cita hasta desaparecer por
el portal.

Ha sido la primera noche que he dormido de un tirón desde que regresé a casa.

Resoplo abrumada por los recuerdos y porque, desde anoche, no sé nada de él y,


aunque no debería preocuparme, lo hago. Me revuelvo el pelo y vuelvo a lo que me
atañe ahora, el maldito modelito.

-Uy, miarma. Esa mala hostia sabes cómo se quita, ¿no?

-Tú no sé. Yo la quito bailando -rebato.

Lola no ha parado de preguntarme qué tal me fue ayer con Nicola y no le he dicho ni
mu, que luego todo lo casca. Se descojona de mí y se cuela en mi vestidor. Al
final, como no tengo ni idea de adónde va a llevarme a celebrar mi cumpleaños, lo
mejor será que ella me elija la ropa, así no fallo.

-Este. Es perfecto.

Saca el negro con escotazo, ese que casi me llega al ombligo, y lo tira encima de
mi cama. Es el que me puse para ir al cumpleaños de Nicola. Uf, todavía recuerdo
cómo me acarició en el reservado...

Sí, antes de hacerte la cobra, Gaby.

Exacto.

-¿Qué haces? ¿Estás loca?

-Venga, tú lleva ese y yo me pongo el verde brillante. Arreglado.

-Lola, es febrero y está nevando, no puedo llevar este vestido. La última vez que
lo puse era agosto. Le falta tela.

-No seas tonta, te pones el plumífero encima y listo. No vamos a estar a la


intemperie.

El vestido es muy bonito, a mí me gusta porque el tejido es ligero y se ciñe a mis


curvas cuando bailo. El escote drapeado delante es un plus.

-Estás loca -me quejo.

-Sujetador no te hace falta, eso sí, ponte un tanga por lo menos, que tampoco
quiero yo que se te congele la entrepierna.

-Muy graciosa. Como si solo se me fuera a helar eso.

No tardamos mucho en arreglarnos. Un poco de maquillaje, la raya negra un poco más


marcada de lo habitual y los labios de un tono rojo anaranjado que a mi amiga le
encanta. En lo que ella se pone mi vestido verde, que le queda como un guante, me
hago dos trenzas tipo boxeador y escondo lo que sobra en un recogido.

Lola contesta al móvil y dice que ya bajamos a quien sea nuestro chófer esta noche,
otra cosa que no me ha querido desvelar, pero que me imagino.

Ella se calza unos botines negros con taconazo y a mí me tiende las sandalias que
me regaló Nicola.

-Definitivamente, has perdido la cabeza. ¿Cómo voy a ir con eso, Lola?

-Toma. -Del vestidor saca unos calcetines y mis botas planas de pelo y me hace
ponérmelos-. Las sandalias las llevamos en una bolsa y listo.

-Está bien. -Acepto porque es imposible llevarle la contraria.

Antes de salir, nos miramos en el espejo y nos partimos de risa al colocarnos los
plumíferos y las capuchas. Vaya pintas.

Bajamos en el ascensor hasta el garaje. Antes de salir, saca un pañuelo de su bolso


y me venda los ojos. La llamo de todo, pero me ignora. Me mete en un coche, me
abrocha el cinturón y se sienta detrás junto a mí.

-Buenas noches, caballero -dice ella muy educadamente.

-Buenas noches, Adam -saludo yo.

-¿Ya has hecho trampa? Te he dicho que no te toques el pañuelo.

-Joder, Lola. Este coche solo huele a ti. No creo que hayas dejado tu rastro en un
Uber.

-Feliz cumpleaños, baby -responde Adam y confirma mis sospechas.

Veinte minutos después, detiene el coche. Mi amiga me descalza con cuidado y me


pone las sandalias.

-Joder, me siento un poco Cenicienta.

-Sí, pero sin príncipe -espeta Lolita.

-Lola... -Adam se apiada de mí y no sé por qué, no ha dicho ninguna mentira.

Él me abre la puerta y, antes de que pueda poner un pie en la acera, me coge en


brazos.
-¿Qué narices haces?

-Llevar a Cenicienta en su carruaje.

No es un tramo muy largo el que recorre cargando conmigo y, cuando por fin me baja
y pongo los pies en el suelo, soy consciente de que estoy nerviosa. No tengo ni
idea de lo que me han preparado.

Oigo música de fondo y avanzo del brazo de Lola como si estuviera pisando huevos.
Siento cómo me quita el plumífero y camino un poco más, hasta que la música se
detiene y, entonces, me retira el pañuelo.

-¡Sorpresa! -chillan y parpadeo para acomodar mi visión.

-¡Joder! -blasfemo y me tapo la boca, emocionada y sorprendida.

Estoy en el Desire, que está decorado para mí. Globos dorados, un dos y un seis
gigantes, serpentinas negras y amarillas en cascada, un letrero de neón con mi
nombre y luces diminutas en forma de estrella que se proyectan sobre la pista. Me
quedo con la boca abierta. Me acerco a la barra y empiezo a recibir las
felicitaciones.

-Joder, Gabyby, estás increíble. -Óscar me coge de la mano y me da una vuelta


completa para después plantarme dos besos y tirarme de la oreja.

Richard y Bárbara son los siguientes; están irreconocibles vestidos de fiesta. Lola
y Adam se quedan con ellos. Marcia y Leonard, su alumno favorito de salsa, me
desean mucha salud y dinero, porque el amor no te da de comer, me advierten. Y me
cuentan que, cuando Óscar los invitó, no pudieron rechazar la oportunidad de venir
a mover el esqueleto aquí. La siguiente que aparece es Sam, que me abraza con
fuerza antes de que lo haga su marido. Los dos me dicen que estoy guapísima y que
hacía años que no estaban en un sitio tan especial. A su lado están Liam y su
chica, con la que ya he coincidido en el centro alguna vez cuando va a buscarlo,
que me desean lo mejor.

-¡Felicidades, Gaby! -Fiona me intercepta y me abraza con efusividad, pillándome


desprevenida. Su marido, más comedido, me extiende la mano y me felicita-. Adam nos
dijo que sería una fiesta memorable, así que no podíamos faltar. -Me guiña un ojo y
sonrío.

-Si este sarao lo han preparado Lola y él, seguro que lo será.

Alzo la vista un segundo, ¿buscándolo? Sin embargo, mis ojos solo se topan con los
de Pablo, el camarero amigo de Óscar, que se estira por encima de la barra para
darme dos besos antes de ponerme el primer mojito.

Hay bandejas con canapés y algo de picoteo. Estoy tan nerviosa que no me pasa la
comida, solo la bebida. El local está cerrado para nosotros, así que el DJ está a
nuestra disposición. Es Lola la encargada de darle la lista de reproducción. Charlo
con unos y con otros, brindamos y nos hacemos unas cuantas fotos que mi amiga sube
a su Instagram. Ella y yo somos las encargadas de inaugurar la pista. Soy
consciente de que están todos aquí menos él, así que, como le he dicho antes a mi
amiga, me quitaré la pena bailando.

Óscar, Pablo, Lola y yo encadenamos un tema con otro durante más de una hora y,
como siga a este ritmo, terminaré descalza y exhausta, consecuencias de dejarse la
vida en la pista para no pensar.
Mi amiga me lanza un beso con la mano, muy teatrera, y me suelta después de haberme
dado una vuelta como una peonza cuando termina esta última canción.

Las luces se atenúan hasta el mínimo, y solo quedan las estrellitas proyectadas
sobre el suelo de la pista y un halo de luz, un poco más intensa, que me enfoca por
encima de la cabeza. Me río cuando la música se detiene unos segundos, supongo que
ahora es cuando me cantan el famoso Cumpleaños Feliz.

Empieza a sonar Si Me Dices Que Sí, de Reik, Farruco y Camilo, y siento a alguien
pegándose a mi espalda, pienso en Óscar o en Pablo, incluso en los dos, porque
hemos hablado unas cuantas veces de bailar una coreografía que tiene J.Lo con dos
bailarines increíble, aunque nunca la hemos preparado. Mis dudas se disipan cuando
su voz, su jodida y rasgada voz, se cuela susurrada en mi oído.

Capítulo 52

NICOLA

-Qué pasa si te digo que yo no te he olvidado... -susurro la primera frase de la


canción en su oído con un tono más ronco de lo que pretendía. Mis dedos viajan
desde su antebrazo hasta su mano en una caricia sutil y, antes de que se dé la
vuelta para mirarnos de frente, los anclo en su cadera.

Está jodidamente preciosa y sexi. Joder, ya lo creo que sí. Su melena recogida,
dejando al descubierto su nuca. Cada curva memorizada de su cuerpo debajo de la
poca tela de su vestido. Sus piernas, que ya me volvieron loco la primera vez que
las vi, y hasta sus pies, subidos en esas sandalias que no quiero que se quite.
Llevo un buen rato observándola desde el fondo del club y, si el DJ no llega a
poner la canción de una maldita vez, hubiera salido a buscarla sin esperar un
segundo más.

Mi boca se posa en la piel de su cuello, en ese punto exacto cerca de su clavícula,


se le eriza al instante, así que me lo tomo como una señal para seguir. Deslizo mi
mano desde su cadera a su vientre, despacio, lento, para sentir cómo vibra con cada
inspiración. Doy un pequeño paso hacia adelante, colocando mis piernas entre las
suyas, pegándome a su espalda y, entonces, empiezo a bailar, que es a lo que he
venido.

El resto de invitados desaparece de nuestro alrededor, aunque puedo sentir sus


miradas sobre nosotros. No me importa, es más, lejos de cohibirme, me da un punto
extra de valentía. Hoy he venido con todo y no pienso irme de aquí sin ella.

Rodeo su cuerpo cuando la canción cambia de ritmo y empieza a sonar el estribillo.


Entonces, por fin, nos miramos. Veo su cara de sorpresa y la curva ascendente que
hacen sus labios. Se lleva las manos a los ojos para tapárselos, incrédula. Soy más
rápido que ella y se las retiro, entrelazando nuestros dedos, sin dejar de
mecernos.

-Yo dejo todo por ti si me dices que sí...

Gabriela se muerde el labio inferior y mi cuerpo se tensa pensando en cuánto anhelo


sentir el sabor de su boca en la mía. Paso mi pulgar por encima y deshago el
pellizco. En un impulso descontrolado, me acerco hasta casi besarla y, en el último
medio centímetro, me detengo y retrocedo. Mis manos ahora reposan en su cuerpo; una
en la nunca y la otra en el final de su espalda, para pegar nuestras pelvis y
encajarla en mi pecho, donde ella acaba de dejar posadas las suyas.

Hace casi veinte años que no bailo, creo que desde que mi madre dejó de obligarme a
aprender los pasos básicos con ella, aunque siempre me encantaba verlos. Mi madre
estaba convencida de que en esta vida hay que saber hacer de todo. Quizás un día
solo necesites bailar, me decía cuando protestaba por su insistencia. Y jamás pensé
que ese día llegaría. Así que me defiendo bastante bien con mis pies e, incluso,
llevo el ritmo con un balanceo suave de cadera, sin parecer cojo. Claro que
Gabriela, además de mirarme como si me hubiera salido un tercer ojo, me lo pone muy
fácil.

-No me distraigas -digo, moviendo los labios y ella sonríe, convirtiéndome en


cenizas.

-Si yo no tengo tus besos... -canta bajito y entrelazamos nuestros dedos para
separarnos en un movimiento rítmico antes de que le dé media vuelta. Mis manos
ahora están sujetas a las suyas posadas bajo su pecho y respiro con más dificultad
sobre su nuca, porque mis yemas rozan la piel desnuda de su escote y es ahí donde
quiero perderme.

Nicola, concéntrate.

Sonríe con más ganas cuando, antes de girarla otra vez, nota cómo pego mi paquete a
su culo con demasiada intención, es inevitable, porque Gabriela bailando es el
movimiento vertical de mi deseo horizontal. Y mi mente vaga sin mi consentimiento
en el tiempo; a ella, a ella quitándose aquella maldita toalla, a ella retándome, a
ella sobre mi escritorio, a ella encima de mí. A mí hundido en ella.

Cuando suena la voz de Camilo, se vuelve a girar y mueve sus manos por mi pecho. No
deja de contonearse y las arrastra por mi camisa hasta que roza con las yemas la
piel que queda al descubierto entre los botones. A continuación, las despega hasta
entrecruzarlas detrás de mi nuca. Sus caricias me hacen cosquillas en el nacimiento
del pelo y el que se muerde el labio ahora soy yo. El ritmo lo marca ella y me dejo
llevar, porque estoy aquí para seguirla, adónde quiera. Posa su barbilla en mi
hombro, sin dejar de moverse, pegada a mí, y maldigo entre dientes, porque como
siga provocándome así no sé si seré capaz de controlar mis instintos.

Se separa de mí cuando suena la estrofa del rap y me quedo como una estatua cuando
se agacha hasta ponerse en cuclillas en el suelo siguiendo el ritmo. Reacciono
rápido, para no parecer que tengo el palo metido ya sabes por dónde. Acompaño su
provocación separando un poco las piernas y marcando dos movimientos secos de
pelvis cuando empieza a restregarse por mi cuerpo para subir de nuevo. Los silbidos
de nuestro amable público por la escena se oyen por encima de la música, y la muy
cabrona me guiña un ojo, a modo de aprobación. Joder, la vista de sus tetas,
bamboleándose con cada movimiento y la de su piel, perfecta y expuesta, mientras se
iba elevando, me han puesto malísimo. Amago con atacar su boca, sin embargo, suena
de nuevo el estribillo y regreso a mi zona de confort, atrayéndola hacia mí y
bajando el ritmo.

-Eres mala, mia bella.

Me preparo para el final, entrelazamos nuestras manos y subimos los brazos en


posición de ángulo recto, como dos auténticos bailarines a punto de marcar el
siguiente paso. Sujeto con delicadeza su cintura y la inclino hacia atrás con los
últimos acordes, haciendo un arco de izquierda a derecha, despacio, antes de
subirla de nuevo y coordinar la última palabra con la unión de nuestras frentes.
Nos quedamos en esa postura, con los ojos cerrados y la respiración agitada,
sintiendo solo el ritmo desbocado de nuestros latidos.
No sé el tiempo que pasamos así, hasta que nuestras lenguas deciden continuar con
el baile, juntas y lentas; explorándose y reconociéndose después de tantos días.
Calmando la sed, el ansia y el frío. Humedeciendo los miedos, al menos los míos,
que van in crescendo.

No tengo ni idea de si han encendido las luces o si seguimos teniendo el puñetero


foco sobre nuestras cabezas. No sé si eso que suena son los aplausos y las
ovaciones de nuestros amigos, que nos han dejado solos en la pista, o es que ya ha
empezado a sonar otra canción, porque, en este instante y en este planeta, solo
estamos ella y yo, fundidos en uno.

-¿Qué estás haciendo, Nicola? -Las lágrimas, espero que de alegría, asoman por sus
ojos, aunque trata de controlarlas.

-Bailar.

-¿Tú?... Tú no... El Nicola que yo conozco nunca baila.

-No bailaba, en el pasado. Ahora sí. Ahora hago lo que sea necesario para volver a
ti.

-Nicola... Esto... esto es de locos. No puede ser. Tú y yo somos tan diferentes...

-¡Ey, mírame! -Trato de calmarla y la retengo. El DJ ha bajado el sonido de la


música y solo se aprecia el murmullo lejano de nuestros amigos-. Míranos y escucha.
¿Oyes eso que suena, Gabriela? -Hago un círculo al aire con el dedo y ella me
observa sorprendida. Llevo su mano a mi pecho para que note la vibración y yo pongo
la mía en el suyo que sube y baja desbocado-. Es nuestra vida. Esta panda de
tarados que nos espera, tú corazón y el mío, marcando el mismo compás, y la banda
sonora de esta bendita ciudad que nunca duerme. No podemos obviarlo, Gabriela. Si
Nueva York suena, tú y yo bailamos. -Enmarco su cara con mis manos y, con los ojos
más expectantes que nunca, espero su reacción.

-Si Nueva York suena, tú y yo bailamos -repite mis palabras, una a una, despacio,
pegada a mis labios mientras las paladea.

-Eso es, mia bella -afirmo para que deje de darle vueltas-. Se acabó. Tenemos que
dejar de fingir. He llegado hasta aquí y no pienso irme sin ti. Pelearé contra el
mundo cada día y te demostraré que puedes confiar en mí. -Me abalanzo sobre su
boca. Y, ahora sí, siento cómo todos nuestros amigos se acercan y nos rodean,
incluso oigo los improperios de mi hermana a mi espalda.

-Nicola -susurra ella con la lengua metida en mi boca-. Están todos...

-Ignóralos. -Suelto su labio deshaciendo el enredo de nuestras lenguas y pego mi


frente a la suya, para que solo me mire a mí-. Dime que sí.

-¿Sí a qué? -pregunta con los ojos brillosos.

-Sí a todo. Al presente y al futuro. A una vida a tu lado, a tu ritmo y con tus
pasos. A bailar cada vez que quieras. -Esta vez es ella la que estampa sus labios
contra los míos y juega con ellos en un beso mucho más indecente, alterando todos
los poros de mi piel. Se encarama a mi cuerpo de un salto y rodea mi cintura con
sus piernas.

Espero que no se alargue mucho esta agonía, porque, ahora mismo, solo quiero
sacarla de aquí y hundirme en cada rincón de su cuerpo.
¿Esto es un sí? Porque no pronuncia ni una palabra, solo me besa.

Doy una vuelta con ella y la poso en el suelo, no la he soltado del todo cuando
Lola se abalanza sobre nosotros y tira de ella para alejarla de mí.

-¡Por favor! Vale ya, que la vas a dejar sin oxígeno -se queja su amiga.

Me quedo mirándola como un idiota y sigo sin escuchar de sus labios una respuesta.
Un segundo después, Richard y Adam me abrazan y me dan palmadas en la espalda, como
si lo hubiera conseguido, aunque no lo tengo muy claro.

-Vaya, mozzarella, de aquí a Broadway -me vacila Adam.

-Yo a Broadway y tú al altar -contraataco.

-¡Que te den!

-Oh, sois tan monos juntos y picados que me casaría con vosotros -intercede
Richard. Adam y yo nos miramos, porque está claro que alguien se ha pasado con el
ron.

-Hermanito.

-Fiona, ¿no estarás llorando?

Mi hermana, copa en mano, se acerca a acurrucarse contra mi pecho. Voy a tener que
pedir que acabe la barra libre.

-Es que... es... -titubea-. No sé. Uf, os he visto bailar y me has recordado tantas
cosas bonitas, Nicola. Esa conexión, ese amor, esas miradas. Ellos estarían tan
orgullosos de ti.

-Ven aquí. -Hunde su cara en mi cuello y siento la humedad de sus lágrimas-. De ti


también lo están. -Y lo digo en presente, como si estuvieran mirándonos por un
agujero-. Eres una mujer increíble, inteligente, guapa y tienes una familia
preciosa. Gracias a ti estoy hoy aquí, Fiona. Tú y Cham me habéis guiado en los
días más grises y nunca me habéis dejado caer -digo mirando a mi cuñado, que está
escuchándonos. Cham inclina la cabeza casi cuarenta y cinco grados, que es la
reverencia más respetuosa de todas las que manejan en su cultura, y yo despego a mi
hermana de mí y se la devuelvo.

-Ve a por ella -me dice, guiñándome un ojo cuando se da cuenta de que miro a todos
los lados, buscándola.

Me acerco hasta la barra y me cruzo con Lola antes de llegar.

-¿Dónde está?

-Ha ido al baño, por favor, no la vas a dejar ni...

-No os preocupéis si desaparecemos -la corto antes de que termine la frase.

-¡Nicola, es su cumpleaños! No puedes llevártela de su propia fiesta -protesta


mientras le digo adiós con la mano.

Entro en el baño de chicas sin pensármelo dos veces. Está mirándose en el espejo,
enredando con un mechón de pelo rebelde cuando cierro la puerta, menos mal que
estamos solos.
-¿Qué haces aquí? -me pregunta y se le dibuja una sonrisa en la boca que no puede
disimular.

-He venido a buscarte, todavía estoy esperando una respuesta.

-Todavía estoy algo perdida, Nicola. -Intenta levantar la coraza de nuevo-. Además,
el dolor está desapareciendo, pero las dudas... Lo que has hecho ahí ha sido...

-Gabriela, por favor... -suplico-. Déjame intentarlo. Te prometo que nunca más te
haré daño. Déjame demostrarte lo que siento por ti.

-¿Bailando? -Ahora cambia el tono y sonríe y yo me derrito pensando en que quizá sí


que me dé una oportunidad.

Se acerca sigilosa y atrapa mis labios con los suyos otra vez, es como si no
quisiera decir algo de lo que luego pudiera arrepentirse. Me tiene a su merced y me
cuesta muchísimo contenerme, sobre todo cuando su mano se aventura hasta mi
paquete. Resoplo, aunque sigo besándola. No puede distraerme, ahora no. Sus dedos
intentan soltarme la hebilla del cinturón y la detengo.

-Gabriela, por favor.

-Es mi cumpleaños, Nicola -me dice zalamera-. De momento, puedes ser mi regalo.

-No voy a follarte en un puto baño, Gabriela. Escúchame, tengo las mismas ganas que
tú o incluso más, además, ese vestido ya me provocó un microinfarto hace tiempo,
así que sé buena. Larguémonos, porque pienso hacértelo, pero no aquí.

-Nicola, no puedo desaparecer de mi propia fiesta.

-Ya lo creo que puedes. ¿Caminas o te llevo en brazos?

-Que no puedo...

Me agacho y paso una mano por debajo de sus rodillas para cargarla, en vez de
llevarla como un saco de patatas como hice la vez que la subí al avión. Protesta
unos segundos, pero termina hundiendo su cara en mi cuello, aspirando mi olor, como
si disfrutara de volver a sentirse en casa. Afortunadamente, la puerta se abre y es
Sam la que la sujeta para que pueda salir con ella mientras nos sonríe.

No nos despedimos. La chica de la entrada me da mi abrigo y su plumífero. No


perdemos el tiempo en ponérnoslo, a pesar de la posibilidad de morir congelados en
cuanto pongamos un pie en la calle. Dejo que pose los pies en la acera delante de
mi coche para abrirle la puerta.

-¿Dónde vamos? -Se ata el cinturón y empiezo a conducir por encima de los límites
permitidos.

-A casa.

-Esa respuesta es un poco ambigua.

-A NoLIta, la última vez que salimos de este club y estuvimos en el ático fui un
auténtico gilipollas y cometí un error imperdonable, prefiero no rememorarlo.

Gabriela posa su mano encima de la mía, que va en la palanca de cambios, y acelero,


porque solo quiero llegar a casa.

-Yo tampoco.
El tráfico, a estas horas de la noche, me facilita la tarea.

-Todavía no he escuchado tu respuesta, entonces, ¿eso es un sí?

-Eso es un sí -me dice mientras meto el coche en el garaje. Me giro para sellar el
trato con nuestras lenguas, en un bucle delicioso que me impacienta-. Es una
maldita locura y tendremos que negociar las condiciones -afirma antes de salir.

Me río porque suponía que iba a tener un montón de preguntas con las que
bombardearme. Aunque, joder, firmaría un puto papel en blanco con tal de no volver
a perderla.

-Negociaremos lo que quieras, mia bella, aunque ahora tengo otros planes.

En dos minutos, a pesar de que las calles están heladas y de que Gabriela camina
más despacio con esas sandalias, estamos dentro del montacargas. Antes de traspasar
el umbral, la vuelvo a coger en brazos. Se ríe y niega con la cabeza mientras
cierro con el pie y la llevo hasta mi habitación.

-Voy a hacerte el amor, mucho y muy fuerte.

-¿Cómo de fuerte?

-Joder, Gabriela, todo lo que aguantes. -Nos empezamos a quitar la ropa,


necesitados de piel-. Hace casi dos meses que no te toco, así que seré rápido.
Disculpa que me maten las ganas.

-¿Llevas la cuenta? -me pregunta pícara.

-Déjate las sandalias -la interrumpo antes de que se baje de ellas-. Llevo la
cuenta hasta de tus latidos.

Nos besamos, con cadencia, con las caricias acompañando el movimiento sinuoso de
nuestras lenguas, recordando lo especiales que eran nuestros labios. Adoro su piel;
suave, delicada y receptiva. Me deshago del bóxer, que es lo último que me falta, y
la rodeo para ayudarla con el vestido. La visión de su culo, dentro de ese tanga de
encaje rosa, es matadora, aun así, hago un esfuerzo titánico por contenerme. Vuelvo
a colocarme frente a ella y nos retamos con la mirada unos segundos.

-¿Has olvidado tus conocimientos, Nicola? -me pincha cuando ve que solo la miro, no
la toco.

-Espero acordarme de todo, incluido ese movimiento que te encanta que haga con mi
lengua entre tus piernas.

El jadeo que emite sin rozarla casi me hace correrme. Estamos al borde de la cama,
pero todavía no quiero tumbarla. La beso en los labios antes empezar a pasar mi
lengua por su barbilla, su cuello y la separación de sus pechos. Retuerzo sus
pezones con mis dedos antes de llevármelos a la boca. Se balancea del gusto,
buscando más fricción con su cadera.

-Nicola, yo tampoco creo que aguante mucho -me avisa.

-Pues tendremos que repetir, una y otra vez, hasta saciarnos, en esta vida o en la
siguiente.

Me coloco de rodillas y pellizco la tela de su tanga con mis dientes. Se estremece


cuando tiro de él para bajárselo por la cadera, primero de un lado y después del
otro. Da un paso hacia adelante para librarse de él y, entonces, pongo mis manos
por detrás de sus rodillas para sujetarla cuando entierro mi boca en su sexo. Lamo
sus pliegues, escuchando sus pequeños gemidos que me encienden más. Mi lengua juega
con su entrada y con su nudo de nervios, concentrando el placer debajo de su
ombligo. Se contrae, tensando sus muslos y apretándome contra ella.

Sé que está a punto de correrse cuando sus manos se aferran a mi cabeza para
mantener la presión. Un espasmo, dos, tres... Las rodillas le fallan y me levanto
sujetándola, cargo con ella hasta tumbarla en la cama y le quito las sandalias,
ahora sí. Me agarra la cara para que la bese, me hierve la sangre de las venas
cuando prueba su propio sabor.

-Te necesito dentro, Nicola. Te he echado de menos -me confiesa y me derrite.

-Pues demuéstramelo.

Me doy la vuelta y se coloca a horcajadas encima de mí, como la primera vez que lo
hicimos en esta misma cama.

-¿Estás seguro?

-No he estado tan seguro de nada en toda mi vida.

Ella misma se pasea mi polla por su sexo, esparciendo su humedad por mi glande.
Está preciosa, excitada y dispuesta a recibir y darme placer. Parece que se lo toma
con calma, porque eleva las caderas mientras juega con mi erección, hasta que, sin
previo aviso, se deja caer, metiéndosela hasta el fondo. Voraz y salvaje.

-Gabriela... -gimo y me aferro a sus caderas. Marca el ritmo, fuerte, como me dijo
que quería al principio, para después ralentizarlo y dejarme disfrutar de cada
centímetro de su interior. Estrecha y húmeda, su mejor contradicción.

-Lléname -me pide con la voz entrecortada y desmadejada por completo encima de mi
pecho.

Las sensaciones son tan intensas que, a riesgo de correrme con la siguiente
embestida, la sujeto y nos damos la vuelta, para volver a pegarla contra el
colchón.

-Te voy a llenar, Gabriela. -Me hundo en ella con deliberada lentitud, consiguiendo
que arquee la espalda para recibirme del todo-. Te voy a llenar hoy y todos los
días que siga respirando. -Otro empellón profundo-. De risas, de buenos momentos,
de música y de bailes. -Salgo y me vuelvo a hundir hasta el final-. Pero sobre
todo, te voy a llenar de amor del bueno, ese que llegó a mi vida sin esperarlo,
arrasó con todo, anidó en mi pecho y explotó. Ese amor a ratos suave, a ratos
salvaje, que tengo guardado por y para ti.

-Mi amor también es tuyo -susurra en mis labios.

Los últimos movimientos de mi cadera nos catapultan. Ahogamos los jadeos de un


orgasmo bestial en la piel del otro, gritando nuestros nombres. Me vacío para
llenarla, cumpliendo mi promesa.

Después, silencio, porque nuestros ojos, cargados de lágrimas, hablan más que
nuestra propia voz.
Capítulo 53

GABRIELA

-No te muevas.

-Nicola, si no les respondemos van a llamar a emergencias.

-Adam tiene llaves de esta casa, si pensaran que nos ha pasado algo grave, ya
hubieran venido.

Me envuelve con su brazo, encajándome mejor entre sus piernas, y empieza respirar
en mi nuca, provocándome un escalofrío delicioso que, aparte de erizarme los
pezones, me hace querer más.

-Tarde o temprano tendremos que salir de aquí. Mañana es lunes.

Gruñe en mi oído y noto cómo su erección empieza a despertarse. He perdido la


cuenta de las veces que lo he tenido dentro de mí desde que llegamos el viernes.
Soy tan adicta a él que no me importa recibirle una más.

-No muevas el culo así.

-No sé de qué hablas, son imaginaciones tuyas.

-¿Mías? -pregunta, aguantando la risa.

Su mano desciende por mi estómago y se detiene justo en el vértice de mis piernas.


Sus dedos tantean mi entrada y, sin esperármelo, me mete dos.

-Nicola...

-Hemos quedado en que se acabaron las mentiras, Gabriela. Eso incluye las que me
digas en la cama. Ahora dime. -Hace círculos con ellos dentro de mí y creo que veo
las estrellas, aunque hace rato que ha amanecido-. ¿Estabas moviendo tu culo
perfecto provocándome? -Saca los dos dedos y me quiero dar la vuelta y abofetearlo.

-Sí.

-Pues tienes dos opciones: o me pides lo que quieres o tú misma lo coges.

Guío mi mano hacia atrás y agarro su erección con el sonido de sus carcajadas de
fondo, me encanta oír su risa. Me la coloco en la entrada y yo misma, sin cambiar
de posición, pego mi trasero a su pelvis para que me penetre.

-Joder, Gabriela. Hasta la cucharita contigo alcanza otra dimensión.

-Ahí es justo donde quiero que me lleves.

En vez de sujetarse a mis caderas lo hace a mis pechos y, mientras entra y sale de
mí, con demasiada delicadeza, me dice un montón de palabras sucias en italiano
cerca del oído, entre mordisco y mordisco.

Hemos hecho el amor de tantas maneras: suave, salvaje, en silencio, a versos y a


gritos, con la boca, con las manos, con y sin penetración; en la encimera, en el
sofá, en el baño y en la cama, en horizontal y en vertical, que lo más probable es
que las agujetas no nos dejen caminar; pero en estos casos, es mejor morir matando,
¿no? Porque no se me ocurre una mejor manera de empezar nuestro primer domingo
juntos que con una buena dosis de sexo somnoliento.

Es mi propia mano la que juega con mi clítoris mientras aguanto sus envites.

-Tócate, mia bella. Tócate para alcanzarme.

-Ya lo estoy haciendo -le informo y el sonido gutural que sale de su garganta va
directo a mi centro.

Nos corremos con una diferencia de diez segundos, yo empiezo primero, él lo alarga
más, todo lo que puede hasta que se vacía por completo. Me quedo exhausta sobre las
sábanas y él dibuja un ti amo con su lengua en la piel de mi espalda antes de salir
de mí. Podemos caer en el típico duermevela poscoital, sin embargo, su móvil vuelve
a sonar y nos recuerda que hay vida más allá de estas cuatro paredes.

-Cógelo -le digo y me levanto para entrar en el baño.

Será mejor que uno de los dos tome el control.

Mientras se llena la bañera, creo que si me sumerjo en agua caliente media hora la
mayoría de mis músculos lo agradecerán, pienso en que Nicola y yo seguimos teniendo
que negociar un montón de puntos que han quedado en el aire. Sé que estas horas nos
las debíamos, necesitábamos reconectar con esa parte más visceral, incontrolable y
salvaje, la que nos hizo colisionar desde que nuestros cuerpos sucumbieron a
nuestros deseos. Sin embargo, después de ese subidón de dopamina, de abrirnos en
canal y de ser sinceros el uno con el otro, tenemos que marcar las pautas de lo que
queremos ser a partir de hoy.

Cuando salgo del agua, veinte minutos más tarde, me pongo su camiseta de la
universidad y unos pantalones de algodón que encuentro, a los que tengo que dar
varias vueltas en mi cintura.

-En el último cajón del vestidor sigue estando la ropa de mi hermana -me informa
Nicola cuando me ve.

Se acaba de duchar en el otro baño y huele tan bien que tengo que contenerme para
no colocarme de nuevo en su regazo y pegar mi nariz a su cuello.

-Así estoy bien. -Me siento en un taburete y lo observo moverse por la cocina.
Resulta muy atractivo verlo trastear, incluso poniendo una simple cafetera.

El sonido de unos nudillos en la puerta nos pone en alerta y, antes de que me


acerque a abrir, el tintineo de las llaves nos confirma que quien quiera que sea ya
está entrando.

-¡Gabriela Suárez! -me chilla Lola, abalanzándose sobre mí. Adam y Richard vienen
detrás y sonríen como idiotas al ver a su amigo-. Joder, has adelgazado como dos
kilos con tanto fornicio.

-¡Lola! -protesto.

-¡Qué! Te lo digo en serio.

-¿Quién os ha invitado? -Nicola intenta parecer serio, aunque el tono de coña lo


delata.

-Tú, mozzarella. Es lo que decía tu mensaje, aunque pensé que ibas a darnos de
comer y todavía estáis desayunando -apunta Adam.
-¿Se os han pegado las sábanas? -Richard eleva las cejas de forma continuada
esperando una respuesta.

-¿Y a ti? ¿Dónde está la rubia? O es que hoy no estáis de servicio.

-Viene más tarde. Yo manejo otros tiempos, no soy como vosotros que, antes de saber
cómo se apellidan, ya vivís con ellas -contraataca Richard y nos guiña un ojo.

-¡Oh, golpe bajo! -finge Adam y se encoge, como si lo hubiera dado en las pelotas.

Nicola los manda salir a la terraza, porque no quiere interrupciones en la cocina.


Antes de levantarme para irme con ellos, me intercepta y me bloquea el paso con su
cuerpo.

-¿Quieres que mande a Adam a por tus cosas? Al capullo le vendrá bien que lo haga
trabajar un rato.

-Nicola, hoy voy a dormir en mi casa. No tengo ropa y mañana tengo que ir a
trabajar.

-Si no quieres que vaya Adam, a la tarde te llevo yo, coges lo que necesites y
volvemos, no quiero dormir solo.

-¿Problemas en el paraíso? -Richard viene hasta la nevera para sacar unas cervezas
y nos interrumpe.

-Joder, recuérdame por qué os he dicho que vinierais.

-Porque es domingo y te encanta cocinar para nosotros.

-Muy gracioso, Deluca.

-Vale, vale. ¿Veis? Eso es una ventaja que yo tengo, nada de problemas en el hogar.
Cada uno en su casa y Dios en la de todos.

Nicola bufa y espera a que él se aleje para seguir con la conversación.

-Mírame -le digo para que se relaje y se concentre en mí-. Tenemos que hacer las
cosas bien esta vez, sin precipitarnos. Quiero estar contigo, Nicola. Nada va a
cambiar eso. Sin embargo, tenemos que sentar unas bases para que esto funcione. Las
otras veces me arrastraste aquí y, al final, mira cómo terminamos. Quiero que esta
vez sea diferente.

-Gabriela, no me pidas que ceda con esto. -Nos señala a los dos-. No puedo
recuperarte después de todo lo que hemos vivido y pasar las noches sin ti. Por
favor, piénsalo.

-Será mejor que hablemos luego.

-Ven aquí. -Me pega a su cuerpo y me besa con tanto deleite que me flojean un poco
las rodillas-. No quiero discutir.

-Esto no es discutir, Nicola. Solo estamos debatiendo, tienes que confiar en lo que
los dos sentimos. Es fuerte, no frágil como un cristal. Mi cama está abierta para
ti, las veinticuatro horas, si esta noche no quieres dormir solo, llévate ropa y
duerme conmigo. Nos vendrá bien cambiar de escenario y puedes aprovechar para
dejarme un recuerdo más bonito que la última vez.
-¿Y Lola? -sisea entre dientes pegado a mis labios.

-Lola pasa más tiempo en tu ático que en el mío.

-Está bien. -Me da un beso rápido en los labios. Espero que entienda que nuestro
amor está por encima de los obstáculos que nos encontremos por el camino-. Ahora
sal de mi cocina o al final tendré que pedir unas pizzas a Giovanni’s.

En cuanto me asomo a la terraza, mi amiga se cuelga de mi brazo y me pide que le


enseñe este lugar, como si yo fuera la anfitriona. Suelta bastantes exabruptos
cuando va descubriendo todo, pero sin duda, alucina con la habitación y el baño.

-Aquí huele a sexo, abre ahí antes de hacer la cama.

-Serás idiota.

-Venga, cuéntame, ahora que estamos solas. ¿Os vais a dar otra oportunidad? -me
pregunta entusiasmada.

-Nos vamos a dar una vida, Lolita, aunque sin prisa, que este huracán -digo,
señalándome- ha empezado a madurar y a perder fuerza.

Mi amiga se descojona, porque sabe mejor que nadie que mi temperamento y mi


carácter pocas veces me han dejado cocer las cosas a fuego lento, soy más de llegar
y arrasar, como lo que pasó cuando puse un pie en Manhattan.

-Ja. Amiga. No te lo crees ni tú. Eres una centrifugadora emocional y el italiano


ese te revoluciona. Entiendo que quieras ir con pies de plomo, pero no disimules
conmigo. Tú y ese pedazo de maromo seguís siendo dos trenes de alta velocidad, solo
que en esta ocasión lleváis la misma dirección. Estáis hechos el uno para el otro,
a pesar de ser diametralmente distintos, así que no eches el freno a lo que
sientes, Gaby, que bastante sola has estado ya.

-Vaya, entonces, ¿dónde me has dicho que estudiaste Psicología?

-En la universidad de la calle, listilla, que es la que tiene mejor reputación.

-Qué lista es mi Lolita.

Le tiro la almohada que tengo en la mano y aprovecho para quitar las sábanas, lo
mejor será que pasen por la lavadora.

-En serio, Gaby, hazme caso por una vez. Mereces ser feliz cada minuto del día. ¡No
te reprimas, coño! Como si ese loco quiere ponerte un pedrusco del tamaño de
Manhattan en el dedo y arrastrarte hasta el altar de la catedral esa famosa que
tienen aquí, por mí no sufras, metí mi mantilla en la maleta.

-Joder, ahora sí que has perdido la cabeza.

-He perdido muchas cosas, sin embargo, he ganado otras increíbles gracias a ti y a
venir contigo.

-Anda, ven aquí. -Me acerco para fundirnos en un abrazo. Mi Lolita nunca deja de
sorprenderme, pasa de un momento cómico a uno moñas sin inmutarse. Lo mejor de todo
es que la quiero así, con sus idas y venidas-. Ya te advertí de que no ibas a estar
en ningún sitio mejor que aquí, conmigo.

-Iloviu, miarma.
-Yo te iloviu más.

-Yo os quiero a las dos, de maneras distintas, claro -aclara Adam-, pero la comida
está casi lista.

Lola se separa de mí y se abalanza sobre él, que está apoyado en el marco de la


puerta; tal y como se comen la boca, no creo que tengan hambre de nada más.

Capítulo 54

NICOLA

Alguien toca con los nudillos la puerta de mi despacho. Estoy en mitad de una
videoconferencia con Vega, mi asesora de arte, así que me disculpo con ella un
segundo y me levanto a abrir, si fuera mi secretaria me hubiera llamado por el
interfono.

Gabriela, con cara de susto, está esperando al otro lado. Patty se asoma por el
pasillo y se sorprende al verla aquí tanto como yo.

-Señorita Suárez, lo siento había ido al archivo un momento -se disculpa.

-No pasa nada. Puedes irte cuando quieras, Patty. -Me despido de ella, que tenía
que haber salido hace diez minutos, y me concentro en Gabriela-. Entra, ¿por qué te
quedas ahí? -Le tiendo mi mano.

-Es... -balbucea-. Es la primera vez que entro aquí desde...

-Joder, lo siento, mia bella. Soy idiota. -Avanzo con ella hasta mi silla-. Ven,
siéntate conmigo. -Se acomoda en mi regazo y se queda un poco bloqueada cuando ve a
Vega a través de la pantalla de mi portátil.

Estaba tan ensimismado con la búsqueda del maldito cuadro que quiero regalar a mi
hermana y a Cham que me ha pillado completamente fuera de juego. No sé cómo no me
he dado cuenta antes de que no pisa esta oficina desde que Tiffany la retuvo aquí.

-Hola. -Gabriela saluda a mi asesora.

-Vega, esta es Gabriela, mi chica -digo en español y las dos se carcajean un poco
de mí, porque mi acento ha sonado raro.

-Encantada -responden ellas a la vez.

Le explico a Gabriela por encima lo que estoy tratando de conseguir y, antes de


despedirme, ellas charlan un poco sobre España y sobre nuestro viaje a Italia el
año pasado. Cuando terminamos, cierro el ordenador y me concentro en Gabriela que,
aunque trata de disimularlo, está nerviosa. Acerco mis labios a los suyos y nos
besamos, con la misma intensidad que esta mañana.

-¿Por qué no me has dicho que venías? Pensé que te vería en el ático.

No me rebate, así que creo que he acertado con el lugar de encuentro. Hay días que
dormimos en el ático y otros en mi casa, según cuadre. Lo único que consigue con
ese sistema es desesperarme un poco, aunque, de momento, no veo que tenga intención
de nada más.

-Quería darte una sorpresa, como siempre eres tú el que va a buscarme a mí.

Sonrío, porque no me lo ha dicho con el tonito que empleaba los primeros días
cuando aparecía por la academia o por el centro a recogerla. No era casualidad que
yo estuviera allí, obviamente. No sé, todavía tenía miedo de que le pasara algo,
así que lo disfrazaba de sorpresa, aunque ella no se lo tragaba.

Han pasado seis semanas desde su cumpleaños y, aunque después de las primeras
cuarenta y ocho horas empezamos a sentar las bases de lo que queríamos, creo que
aún seguimos en pleno proceso de negociación. Gabriela sigue siendo la misma
guerrera de siempre y rebate cada propuesta que hago, indudablemente.

-Has vuelto a colgar el cuadro -afirma cuando ve que todo está igual que antes.

-Sí, ese es su sitio. -La abrazo-. ¿Estás bien?

-Sí. Bueno, mientras subía en el ascensor se me ha puesto la carne de gallina y


todas las imágenes de las dos aquí se han colado en mi mente.

-No tenías por qué haber subido, podía haber bajado yo.

-Quería hacerlo. Necesitaba hacerlo. Coté Group era él y ahora eres tú. Supongo
que, después del funeral de Tiffany la semana pasada, tenía que cerrar ese capítulo
con ella, para dejarla salir de mi cabeza. Tenía que ser aquí, en el último lugar
donde la vi con vida.

-Gabriela, mírame. -Levanto su barbilla-. Nosotros no la arrastramos a tomarse esas


pastillas, ni la obligamos a ponerte una pistola en la sien, ni a seguir los pasos
de su madre.

-Lo sé, aunque, a veces, pienso que quizá...

-No te quedes con la sensación de que podíamos haberla salvado. Ella fue plenamente
consciente de sus actos hasta el final. Es más, si alguien tiene que arrastrar esa
culpa es Amber, no tú.

Fue Richard el que me informó de que la secretaria de Tiffany la había encontrado


muerta en su apartamento. La caída de su imperio, la durísima sentencia a la que se
enfrenta su madre y su inminente entrada en prisión, de la que ni su famosísimo
abogado la iba a poder librar, debieron de ser los detonantes para que terminara
con su vida, todavía no se sabe si consciente o inconscientemente, porque en su
cuerpo había un montón de sustancias.

Gabriela y yo fuimos al funeral que se celebró en la intimidad y la despedimos en


silencio y sin reproches. Antes de salir del cementerio, le mostré la tumba de
Gabriel. Estuvo sentada en la fría piedra de la lápida durante cuarenta minutos,
manteniendo una conversación interna con su padre, supongo que necesitaba contarle
cómo había llegado hasta allí y enfrentarse a su pasado una vez más.

Pego mis labios a los suyos y nos quedamos un buen rato así, besándonos y dejando
que el tiempo nos sobrevuele. Espero que de verdad cierre esa etapa hoy aquí.

Mi mano se cuela por su jersey y rozo la piel de su estómago hasta tocar la bolita
del piercing de su ombligo.

-Muy bonita tu táctica disuasoria -me vacila-. Venga, no me líes que me tienes que
llevar a Brooklyn.
-¿Ahora?

-Sí, he quedado con Thomas, el marido de Sam, en Carroll Gardens. Y no preguntes


para qué, porque me estropeas la sorpresa.

Me río porque se ha alejado de mi cuerpo como si quemara y me levanto para apagar


las luces y salir tras ella. Algo está tramando y sabe que, si la tengo cerca, se
lo sonsacaré.

Durante el viaje va pensativa, guardando silencios demasiado largos y dando vueltas


a sus pulseras. Está nerviosa.

-Vale, dime lo que te pasa porque ahora sí que empiezo a preocuparme.

-No seas tonto, no me pasa nada.

-Gabriela, odias el silencio. Y mírate, vas ahí, toqueteando las pulseras. Estás
dándole vueltas a algo. Algo oscuro. No sé lo que me ocultas y me estás poniendo
cardiaco.

-¿Sí? ¿Como has hecho antes tú conmigo? -Posa su mano en mi paquete y doy un
respingo en el asiento.

-Joder, ¿en serio te parece la mejor forma de distraerme?

Niega con la cabeza y se empieza a reír. El sonido de su risa junto al de sus pies
descalzos por mi casa son mis favoritos.

-Para, para, es aquí -me chilla para que frene en cuanto entramos en Carroll
Gardens.

Aparco a la derecha y veo a Sam junto a su marido en la acera, esperándonos. Ella


se baja casi en marcha.

-Me estoy perdiendo algo.

Camino hasta donde están los tres y, cuando llego, Gabriela grita:

-¡Sorpresa!

Y me señala la casa que tenemos delante.

-Gabriela...

-Bueno, estas son las llaves -dice Thomas y se las tiende-. Será mejor que echéis
un vistazo vosotros solos.

-Sí, creo que tenéis mucho de qué hablar -añade Sam y me guiña un ojo.

-Muchas gracias por todo -les dice ella y les da un abrazo-. Mañana te las
devuelvo.

Pestañeo y miro la casa. Ladrillo anaranjado. Verja negra en la entrada de acceso.


Cuatro plantas y sótano. Ventanas negras bastante deterioradas y a unos quinientos
metros de la fundación. Después, la miro a ella. Que, sin decir ni una palabra,
sonríe entusiasmada y expectante. Espera a que sea yo el que hable primero, pero la
hago sufrir un poco.
Cambia el peso de lado y pone los brazos en jarras, desesperada.

Ay, la baby.

-¿No vas a decir nada? -inquiere empezando a cabrearse mientras se pelea con la
cerradura para entrar.

-No, mia bella. Tú sonrisa ya lo dice todo. -Me acerco a su cara y le planto un
beso rápido y sentido.

Le quito la llave de la mano y abro yo. Entrelazo nuestros dedos y tiro de ella
para entrar en la propiedad. Inspecciona todo entusiasmada, abre y cierra puertas,
toca muebles de otra vida y ahora sí que vuelve su habitual lado metralleta porque
me empieza a hablar a toda velocidad. Seis habitaciones, cuatro baños, un ático con
chimenea, un salón enorme y una cocina con salida a un trozo de tierra con dos
árboles, que algún día tuvo que ser un jardín.

-Nicola, sé que te dije que quería que fuéramos despacio, sin embargo, estar
saltando de una casa a otra es un incordio, ya no sé ni dónde tengo las bragas. -Me
descojono y la dejo seguir-. Sé que te encanta tu apartamento en NoLIta, que es tu
barrio, tu raíz. También sé que esto puede parecerte extraño, o que quizá no te
sientas preparado, pero... ¡Joder, estoy nerviosa! Puedes interrumpirme si quieres.

-No quiero.

-Está bien, ya sabes que me encanta este lugar, no sé, me trasmite calma y he
pensado que quizá tú y yo podríamos...

-Sí.

-¿Sí a qué? Si no me has dejado terminar.

-Sí a todo, Gabriela. Contigo, a todo.

Se abalanza sobre mí y la cojo al vuelo. Nos besamos como locos y, si no fuera


porque esto está lleno de polvo, la tiraría encima de la madera y me hundiría en
ella aquí mismo, para estrenar nuestra nueva casa.

-Hay que reformarla y tengo que vender el ático antes, aunque, si damos una señal,
nos la reservan.

-Gabriela -le pongo el dedo índice sobre los labios para que me escuche-. Puedo
comprar la casa, será nuestra y quedará perfecta.

-Ya. No es eso lo que iba a decir. Quiero que la compremos los dos y empezar a
construir algo juntos, de cero. Algo nuestro. Así que no pienso aceptar tu
propuesta.

-¿Por qué no me sorprende? No sufras, será un placer negociar contigo.

Aplaude, me besa de nuevo y me pide que la baje, ahora le entran las prisas.

-¡Vamos, que te invito a cenar!

Cerramos y se guarda la llave en el bolso, feliz.

-El coche está ahí -le recuerdo cuando avanza por la misma acera en la otra
dirección.
-Lo sé, pero he quedado con nuestros amigos donde Giuseppe.

Me río porque empiezo a ser consciente de que soy el único idiota que no tenía ni
idea de esta sorpresa.

Empieza a llover mientras caminamos y Gabriela, en vez de intentar resguardarse,


abre los brazos y levanta la cabeza hacia el cielo para que la lluvia le dé en la
cara.

-Gabriela, estás loca, te vas a empapar.

-Me da igual, me gusta esta ciudad cuando llueve. Ven, amore mio, baila conmigo.

Me descojono porque encima me habla en italiano. Es lo único que me faltaba, como


si todavía no hubiera caído rendido a sus pies.

-¿En serio?

-Sí, con el baile nunca bromeo, deberías saberlo -me responde, convencida y empieza
a tararear New York Raining, la canción de Charles Hamilton y Rita Ora-. ¡Escucha,
Nicola! -Se lleva un dedo a la oreja y comienza a acercarse a mí. Da dos pasos a la
izquierda y dos a la derecha, deslizándose con gracia por la acera, como la jodida
bailarina que es, porque Gabriela es arte en movimiento, en cada gesto, en cada
palabra, en cada respiración. El sonido que nos envuelve gana protagonismo. Las
sirenas que siempre forman parte de la banda sonora de la ciudad, el tráfico
lejano, las gotas de lluvia salpicando el asfalto y su voz, junto a su risa,
sincera y contagiosa-. ¿Cómo era eso que me dijiste en el club?

Sin poder remediarlo me pego a ella. Mi mano en el final de su espalda, la suya en


mi hombro, nuestras bocas a medio centímetro y nuestros pechos convulsionando al
mismo compás. Me balanceo para seguir su ritmo, el que ella me marca, una vez más.

-Si Nueva York suena...

-Tú y yo bailamos.

Epílogo I

GABRIELA

Cinco meses después...

-Espera, que ya salimos. -Lola baja de dos en dos los escalones hasta la calle sin
cortar la videollamada con Marcos. Mientras tanto, yo cierro la puerta de nuestro
nuevo estudio de danza en Brooklyn, a unas pocas manzanas de mi casa.

-33 Dance Studio -pronuncia Marcos con demasiada entonación cuando mi amiga le
muestra el cartel luminoso que nos han colgado en la fachada.

-¿¡A que mola mucho!? -exclamo entusiasmada.

-Sí, además me gusta cómo suena. ¿Qué es? ¿El número de la calle? -Se interesa
nuestro amigo y Lola y yo nos empezamos a partir el culo, sin control.
-Va a ser que no -contesto y le meto un guantazo a mi amiga para que se comporte.

Aunque hasta septiembre no empezaremos con las clases, ya tenemos a muchos alumnos
apuntados y la mayoría son del barrio, así que no quiero que sus madres nos vean
como unas descerebradas y espantarlos antes de tiempo.

-¡Vale, capullas! Ahora me lo tenéis que explicar.

-Pues es que Lolita y yo llevábamos más de una semana comiéndonos la cabeza


pensando en un nombre y no nos poníamos de acuerdo con ninguno. Cuando tuvimos que
encargar el cartel ya estábamos hasta el moño.

-Y a Gaby se le ocurrió la insensata idea de que se podría llamar Lola, como mi


academia de Sevilla, que ya sabemos todos cómo terminó; eso daba un mal fario de la
hostia, ¿a que sí?

-Por supuesto -afirma Marcos dándole la razón.

-Y, entonces, ¿adivinas qué me contestó esta loca?

-Y mis cojones treinta y tres -responde Marcos, convencido, porque es muy típico
escuchar a Lola usar esa expresión que equivale a ni de coña.

-Exacto -le confirmo-. Nos quedamos solo con el número.

Las risas vuelven y nos despedimos de nuestro amigo.

-Sed buenas hasta que llegue dentro de quince días.

-Yo sí, ahora, de esta -señalo a mi amiga-, no te aseguro nada.

Agosto está siendo un mes muy caluroso y hoy creo que es uno de los peores días. Me
hace gracia que, después de llevar viviendo aquí algo más de un año, haya olvidado
que en Sevilla la mayoría de los días eran así. En cuanto traspasamos la verja de
la entrada, escuchamos las voces de los invitados en nuestro jardín. Uf, me sigue
encantando usar el pronombre posesivo, es como si se me llenara la boca al
pronunciarlo. Nuestra casa. Nuestro jardín.

Vendí el ático del Upper, ante las reticencias de Nicola, porque, aunque no se
planteara vivir allí, insistía en que no tenía por qué deshacerme de la propiedad.
Sin embargo, con ese dinero y muchos trámites burocráticos (aquí las transacciones
son algo más complejas que en España) pude comprar junto a él esta casa,
reformarla, hacer una donación a la fundación y guardar el resto. Parte de ese
colchón es el que he utilizado ahora para alquilar ese entresuelo enorme y lleno de
luz, y montar nuestro propio estudio de danza, para que Lola y yo cumplamos uno de
nuestros sueños. La reforma de la casa nos costó sudores y lágrimas, sobre todo
porque, cuando descubrían un problema, aparecían mil más. Ahora, después de todo el
esfuerzo, solo puedo contemplarla feliz. La hemos convertido en un precioso hogar,
con sus cinco letras. Además, adoro cómo huele; a capuchino por las mañanas, a coco
por las tardes y pasta recién hecha y especias por las noches. Sigue siendo una
casa con un montón de habitaciones vacías, sin embargo, la principal está repleta
de amor; el que Nicola y yo nos profesamos a manos y bocas llenas. Mención aparte
merece la impresionante biblioteca de nuestra buhardilla, esa que llené gracias a
los libros de mi padre y en la que Nicola y yo solemos pasar alguna tarde de
domingo, husmeando entre páginas y leyéndonos en voz alta. Cualquier historia
narrada con su voz grave es mucho más interesante.

-¡Gaby! -me llama Helena en cuanto me ve pisar el césped-. Zio y yo tenemos una
sorpresa para ti. Es secreto.
-¡Helena! -le advierte su tío y le guiña un ojo.

-¡Que sí...! ¡Sé guardar secretos! -protesta ella.

Sale corriendo descalza por el césped en busca de una Coca-Cola y yo, antes de
avanzar hasta él, me quito las zapatillas y las dejo en la escalera que da acceso a
la cocina. Te prometo que dudé de que este patatal pudiera convertirse en un
precioso jardín; ahora, no me canso de admirarlo. Además, me encanta pisar la
hierba verde y suave, descalza, para soltar toda la energía negativa. Muchas
noches, cuando Nicola llega exhausto de la oficina, lo obligo a darse una vuelta
conmigo por aquí así, sin nada que se interponga entre la tierra y nuestra piel.

-Eres el cumpleañero, no deberías cocinar. -Me pongo de puntillas y lo beso en la


boca, con ganas. Él suelta la pinza que tiene en la mano para darle la vuelta a la
carne en la barbacoa y me estruja contra su cuerpo, absorbo su olor como una
obsesiva compulsiva, es que huele tan bien...

Sé que a Nicola no le motiva mucho celebrar su cumpleaños, al menos no hasta ahora,


porque está demasiado cerca de otra fecha muy importante. Sin embargo, ha sido él
quien les ha pedido a todos que vinieran hoy a nuestra casa, por eso confío en que,
a partir de este año, donde por fin todo ha quedado resuelto, empiece a disfrutar
de manera diferente de sus vueltas al sol. Él sabe que soy de las que piensan que
la vida siempre hay que celebrarla.

-¡Anda, apartaos de ahí! -nos dice Renzo, poniéndose al mando de la situación.

Por el rabillo del ojo veo a su mujer posar dos tartas de manzana en una mesa
larguísima que hemos colocado al lado del porche. Lola y yo nos miramos y, sin
pronunciar una sola palabra, sabemos que nos estamos acordando de esa anécdota tan
surrealista de su novio y el postre en cuestión.

Vivir con Nicola aquí ha sido una grata sorpresa, pensé que le costaría habituarse
a una casa lejos de Manhattan y tan diferente a su apartamento, sin embargo, se ha
adaptado muy bien a esta zona, más tranquila y familiar. Siempre encuentra cosas
con las que entretenerse, aunque no deja de decirme que con quien más disfruta es
conmigo.

-Te he echado de menos -me dice y consigo que deje un hueco entre nuestros cuerpos
para coger aire.

-¿Como Adam a Lola? -le pregunto y nos reímos.

Su amigo la tiene acorralada contra la tapia que separa nuestro jardín del de
nuestros vecinos. ¿Qué puedo contarte de esta pareja? Pues que Lola y Adam siguen
siendo Lola y Adam, no lo puedo explicar mejor. Mi amiga se ha tomado tan a pecho
lo de ser la madre de sus hijos que ya viven juntos en el ático del Upper East
Side. Creo que, en los últimos meses, solo se han separado cuando Adam se va a
trabajar, momento en el que ella aprovecha para ir a clases de inglés. Lo suyo es
tan intenso que, cada vez que me dice: Tengo algo que contarte, me echo a temblar,
porque pienso que me va a decir que ya está embarazada. Es increíble que todo haya
sucedido así de rápido y eso que pensé que lo mío con Nicola era de locos, pues lo
de estos dos lo supera. Es como si se hubieran estado esperando. Todavía no nos
explicamos cómo han encajado tan bien, pero lo que más contenta me tiene es que,
por fin, mi amiga ha encontrado a alguien que lo dará todo por ella, como hace ella
por él, un quid pro quo en toda regla.

-¡Por favor, abran paso! La nueva estrella de Broadway está pisando nuestro jardín
-chillo y me meto los dedos en la boca para silbar escandalosamente. Nicola se ríe
más fuerte y a mí me encanta, porque eso significa que lo sigo sorprendiendo.

-¡Cállate, Gabyby! -Óscar me abraza y, cuando me suelta, lo hacen Pablo y Cynthia,


que vienen con él.

En junio, Marcia decidió cerrar la academia y jubilarse, así que fue como una señal
para que empezáramos a buscar otro sitio donde seguir bailando.

Mi amigo quería formar parte de nuestra aventura en Brooklyn. Sin embargo, después
de tanto esfuerzo y dedicación, lo llamaron para comunicarle que era el bailarín
principal de un nuevo espectáculo que estrenarán en Broadway. Así que dejó su sitio
como profesor en nuestro estudio de danza a Pablo, que nos echará una mano en
cuanto arranquemos. Cynthia también tiene un pequeño papel en la misma obra y, por
lo que parece, empiezan a compartir algo más que trabajo.

-¿Quién quiere otra cerveza? -pregunta Richard y se acerca a los cubos donde están
metidas para empezar a repartir.

-Nosotros. -Se oyen varias voces desde el fondo.

-¿Bárbara no va a venir? -le pregunto, porque pensé que vendrían juntos.

-Está cambiándose en casa.

-Espera un momento, ¿has dicho en casa? No en su casa, por lo que deduzco que...

-No seas capullo -corta a su amigo-. Es una forma de hablar.

-¡Y mis cojones treinta y tres! -interrumpe Adam replicándolo. Nicola y Richard lo
miran alucinados, porque la expresión en inglés pierde gracia, en cambio, la boba
de mi amiga le pone ojitos. Efectivamente, ya sabes eso que dicen de que dos que
duermen en el mismo colchón...

-A ver... -titubea él-. Íbamos a decíroslo, pero hoy es el cumple de Nicola, el


protagonista tiene que ser él, no nosotros.

Richard nos cuenta que, después de la detención de Amber, lo tentaron los de


Seguridad Nacional y que, tras pensárselo mucho, en septiembre empezará en su nuevo
destino. Bárbara se quedará en el FBI, como inspectora, por lo que los
inconvenientes de currar y vivir juntos quedarán saldados, por eso han decidido
intentarlo. Recibe abrazos y palmadas en la espalda de sus amigos justo cuando la
rubia aparece por el césped, solo tiene que fijarse en cómo la miramos todos de
repente para adivinar que estamos al tanto.

Renzo empieza a repartir platos con costillas y hamburguesas, además de unas


empanadillas de carne que están de muerte.

Nicola mira un mensaje en su móvil y me dice que es de Sam y Thomas, que están de
vacaciones en México y nos mandan un saludo. En septiembre, cuando empiecen las
clases, tendré que ajustar mis horarios para ver si puedo seguir trabajando en la
fundación o no. La verdad es que me gustaría poder compaginar las dos cosas.

-Zio, no te olvides de la sorpresa. -Helena tira de la camiseta de su tío para


llamar su atención.

-Luego, Helena. -Ella se aleja a jugar mirándolo mal. No sé lo que se traen entre
manos, aunque es evidente que se está cabreando con él, porque esta pequeña pecosa
tiene su mismo carácter.
-Gaby, le he dicho a Nicola que me gustaría que la semana que viene nos acompañaras
al cementerio. Si te apetece, claro.

-¿Estáis seguros? Sé que ese momento es íntimo y vuestro.

-Es un momento familiar, Gaby, y tú eres FAMILIA.

Me abrazo a Fiona con los ojos acuosos, y Nicola aprovecha para envolvernos a las
dos entre sus brazos. Su hermana es una mujer increíble y, aunque no dé el perfil
de ser una gran mamma, como dicen los italianos, porque su carácter es más
despreocupado, es un pilar fundamental para Nicola y, en consecuencia, para mí. Sé
que siempre podré contar con ella y con Cham que, aunque es el más reservado de
todos, es muy cariñoso conmigo y, además, nos gusta mucho meternos con los hermanos
Basso de vez en cuando.

Tenemos que encender la guirnalda de luces que hemos colgado de árbol a árbol
cuando empieza a anochecer. La comida parece que no se acaba nunca y las ganas de
disfrutar de una velada tan agradable tampoco. Las risas y las anécdotas
bochornosas del anfitrión también ayudan a que nadie quiera moverse de las sillas.
Buena música y buenas vibras, como siempre dice Óscar.

Antes de que den las doce y como despedida, le cantamos el Cumpleaños Feliz. Sin
regalos, por petición expresa de Nicola, que les ha pedido que no le compren nada.
Su generosidad sigue siendo uno de sus pilares y a mí me encanta que todo lo que
tenga lo comparta con los suyos.

Los últimos en irse son Fiona, Cham y Helena.

-¡Pobre, se ha quedado grogui! -Cham lleva en brazos a su hija dormida y le doy un


beso en el pelo antes de que se marchen.

-No ha parado ni un minuto, tenía que caer -afirma Fiona.

-Pues yo le he dado bien de Coca-Cola -se jacta su tío y su hermana le saca la


lengua-. No ha debido de ser suficiente.

Cerramos la verja cuando se marchan y vuelvo al jardín a recoger un poco.

-Deja eso para mañana y ven aquí.

Está al lado de la hamaca colgante que hemos colocado entre dos árboles y me sonríe
de medio lado, esperando que lo complazca. Me acerco hasta él y, sin esperármelo,
me agarra de la cintura para que me tumbe, pero no ha estirado la tela del todo y
casi aterrizamos con nuestros culos en la hierba.

-¿Te lo has pasado bien?

-Muy bien, aunque estaba contando los minutos para que se fueran todos y tenerte
solo para mí.

-¡Si te encanta que vengan! -protesto, porque le gusta mantener ese aire de míster
palo de vez en cuando, aunque jamás se atreve a hacerlo ya conmigo.

-Y también que se vayan.

Nos acomodamos en la hamaca y pasa su brazo por mi hombro, para que me acople sobre
su pecho. La mayoría de las noches de verano cenamos aquí afuera, después, nos
tumbamos un rato a ver las estrellas cuando el cielo nos lo permite y a escuchar el
sonido de la vida en silencio, supongo que pegada a él es uno de los únicos que
soporto.

-¿De qué sorpresa hablaba Helena todo el día? -le pregunto mientras desliza sus
dedos por mi muslo con la intención clara de colarlos por debajo de mi vestido.

-Nada importante. Es una cosa que iba a darte delante de todos. Pero he decidido
que era mejor cuando estuviéramos a solas.

Me incorporo un poco y lo miro, arqueo una ceja esperando que continúe. Me pone de
los nervios verlo así de tranquilo, porque sé de sobra que trama algo y yo,
precisamente, calmada no soy.

-Ya estamos a solas.

-¿Sí? Pues entonces ha llegado el momento. Cierra los ojos.

-Nicola, me asustas.

-¿Confías en mí?

-Siempre.

Se levanta y me siento con las piernas colgando a cada lado de la hamaca, cerrando
los ojos. Oigo el sonido de una rama y después siento el peso de su cuerpo sobre la
tela de nuevo. Me coge la mano izquierda y empiezo a temblar cuando siento que
desliza algo por mi dedo.

-Nicola, qué...

-Ábrelos.

Primero lo miro a los ojos, brillosos, que me dicen millones de cosas y, un segundo
después, miro nuestras manos entrelazadas.

-Nicola, es precioso -afirmo cuando veo el anillo que me ha colocado en el dedo


anular. Parece antiguo y tiene una piedra verde en forma de lágrima en el centro.
Me queda perfecto.

-Era de mi madre y ahora es tuyo. -Sollozo y me limpia las lágrimas con sus
pulgares-. Ahora lee. -Se aparta hacia la derecha un poco y veo un trozo de tela
blanca colgando de una pequeña rama. Hay dibujado un corazón enorme y dentro lo que
parecen dos figuras de unos novios, porque la chica lleva ramo y velo. Con una
letra bastante torcida han escrito: Gaby y zio se casan.

Me llevo las manos a la cara, descolocada, y ahora los ojos se me llenan de


emociones. No me puedo creer lo que leo, ni lo que veo, ni tan siquiera hemos
hablado de ese tema. De todo lo que pensé que estaba tramando, ni por asomo imaginé
que fuera a pedirme algo así. Porque esto es una petición, ¿no?

-Estás loco, Nicola. Llevamos juntos un año, lleno de altibajos. Mira todo lo que
nos ha pasado. Acabamos de empezar de nuevo, deberíamos tomarnos las cosas con
calma, ¿no crees? -Los nervios me impiden cerrar la bocaza-. Primero fue la casa,
ahora el estudio de danza, no sé. ¿En serio me estás pidiendo que me case contigo?

-¿Tú ves ahí alguna pregunta?

Vuelvo a echar un vistazo a la tela y niego con la cabeza, más acelerada que antes
y cabreándome con su seguridad desbordante.
-Realmente no -respondo embobada porque no dejo de mirarlo a él y a esta
preciosidad de anillo.

-Eso de ahí es una afirmación, mia bella. Y, como te habrás dado cuenta, he contado
con la inestimable ayuda de Helena.

-Así, ¿sin preguntarme? ¿Sin hincar la rodilla? -lo provoco, haciéndome la dura,
aunque por dentro estoy hecha un flan.

-Por supuesto que voy a hincar la rodilla, luego, en nuestra habitación, mientras
pierdo mi lengua entre tus piernas.

-Nicola, por favor -me quejo y me enciendo, todo a la vez-. No me distraigas


hablándome de tu lengua, es un momento importante.

-Lo sé, espero que no se te olvide nunca.

-¿Y si te digo que no?

Entrelaza sus manos detrás de mi nuca y me atrae hacia su boca, me habla tan cerca
que siento la vibración de sus labios sobre los míos.

-Las afirmaciones no necesitan respuesta, Gabriela. Repite conmigo: tú y yo nos


casamos.

-¡Ay, Nicola! Pensé que esa etapa ya estaba superada. Repite tú conmigo: argumentos
sí, órdenes no.

-Touché. Voy a intentarlo de nuevo. -Se muerde el labio con gracia antes de
seguir-. Tú y yo nos casamos, donde y cuando quieras, porque llegaste a mi mundo
cuando mi cicatriz era aún visible y la curaste, Gabriela, con cada sonrisa, con
cada palabra y con cada beso. No puedo ni quiero soñar una vida sin ti y me muero
de ganas de formar una familia contigo.

Mis labios chocan con ansia contra los suyos y saborean cada una de sus palabras.
Nuestras lenguas bailan al mismo compás.

-Tú y yo nos casamos -siseo entre lágrimas saladas y sonrisas tontas.

-Vámonos a casa. -Me levanta a pulso para cargar conmigo-. Que esas habitaciones no
se van a llenar solas.

Epilogo II

NICOLA

Un año después...

-¿Estás nervioso?

-Más que en toda mi vida. -Fiona me coloca la solapa de la chaqueta, una vez más,
lo que me demuestra que ella también lo está y me da un beso suave en la mejilla.

Desde el balcón de esta habitación observo el pequeño jardín delantero y, al final


del camino de losetas, la pérgola blanca que por fin colocaron ayer.

Cuando compré esta casa y esta finca en Poggi del Saso, en la Toscana, hace seis
meses, pensé que no sería capaz de ponerla a punto para este día, pero tenía que
conseguirlo a cualquier precio, porque, en cuanto la vio Gabriela, supe que tenía
que ser aquí y no en ningún otro sitio. Quizá porque aquel primer viaje que
hicimos, hace casi dos años ya, a este increíble lugar fue el que marcó un antes y
un después en lo que ya sentíamos y todavía callábamos, o simplemente porque sabe
lo importante que son para mí mis raíces.

-Mírame, zio. ¿A que parezco una princesa mayor? Como Gaby. -Me río y me agacho
para decirle al oído que está preciosa. A Gabriela y a mí nos dio tanta pena que
Helena se perdiera el momento del anillo, que con tanto esmero había preparado, que
lo interpretamos al día siguiente, con alguna modificación, claro, ante su mirada
expectante. Fiona también lloró en la repetición, para que luego se haga la dura.

-Es solo un rato, luego se te pasará -me dice mi hermana, sujetando mis dedos para
que deje de darme golpes en el muslo.

-¿Dónde está Adam? -pregunto impaciente-. Tiene los anillos.

-No lo sé, lo vi antes subiéndose al coche con Lola.

-¿Al Ferrari?

-Sí, claro -responde Fiona.

-Cojonudo -blasfemo.

-Zio, los príncipes que van a casarse no dicen tacos.

El sonido de la puerta me salva de la bronca de mi hermana y de la disculpa.

-¿Te has arrepentido? -me pregunta Richard, que entra muy elegante vestido con un
traje gris y una camisa blanca.

-No, idiota.

-Pues venga, porque lo normal es que tú la esperes a ella, no al revés.

-Conociéndola -interviene mi hermana-, habrá negociado esa parte también.

Sonrío y asiento. Efectivamente, Gabriela sigue siendo igual que cuando la conocí:
sensata, perseverante y jodidamente visceral. Creo que, desde que aceptó casarse
conmigo aquella noche, ha negociado cada paso que hemos dado hasta llegar aquí.
Solo cruzo los dedos para que quiera seguir negociando conmigo toda la vida, porque
no veas lo que me gusta verla defender sus ideas.

Tenía razón cuando decía que lo nuestro había ido muy rápido y no por una carretera
recta precisamente, sin embargo, a pesar de que eso pueda asustar a priori, los
meses que llevamos juntos nos han confirmado que somos el equipo suicida perfecto.
Y, si vamos, vamos con todo, porque lo que sentimos es tan intenso que no se puede
gestionar a medio gas.

Poco más de una docena de sillas blancas es suficiente para los que somos, la
familia. La de sangre y la otra. Queríamos una boda íntima, solo con los nuestros y
sin compromisos. Nos apetecía celebrar una bonita fiesta para sellar nuestro
eviterno amor, el que habiendo comenzado en el tiempo no tendrá fin, y solo espero
que sea perfecta.
Desde la escalera de la entrada veo a Adam aparcar el Ferrari en el camino de
grava. Ayuda a bajarse a Lola que, con ese bombo, no sé cómo ha entrado en el
asiento. Por fin va a cumplir su amenaza y se convertirá, dentro de muy poco, en la
madre del primer hijo de nuestro amigo. Poco más puedo decir. Felices ellos,
felices todos.

-¿Tienes los anillos? -lo abordo antes de que desaparezca de nuevo.

-Sí, ahora sí.

Bufo, porque está claro que se los habían olvidado en el Castello di Vicarello, que
es donde se hospedan nuestros invitados. Esta casa es lo suficientemente grande
para todos, sin embargo, quiero pasar la noche a solas con Gabriela, sin ellos
revoloteando a nuestro alrededor.

Mañana les enseñaré los viñedos y la bodega, que será mi nuevo e ilusionante
proyecto. Quiero producir mi propio vino aquí, a pequeña escala y de manera
artesanal.

Nuestros invitados se sientan y avanzo con paso lento del brazo de Fiona,
saludándolos, hasta que me coloco en el improvisado altar y cojo un par de
bocanadas profundas de aire.

Empieza a sonar Wild Horses, de Adam Levine y Alicia Keys, eso significa que ha
llegado el momento. Gabriela, con un vestido blanco, sencillo, de escote en pico,
pegado a su pecho y falda de tul, sin excesivo vuelo, baja por las escaleras del
brazo de Lola, no podía ser de nadie más. Tenía muchos candidatos para acompañarla
hoy, como, por ejemplo, su amigo Marcos, que llegó ayer, y que me sigue cayendo
regular. Óscar, que está sentado junto a Cynthia en la segunda fila, o incluso
Cham, con el que tiene una conexión especial. Sin embargo, eligió a Lola, que es
como un apéndice más de ella. La única que tiene la fuerza y la raza necesarias
para hacer de madre, padre o de cualquier otro miembro de su familia que se tercie.
La locura y el corazón conviven a partes iguales en el cuerpo de su amiga, aunque
ahora haya dejado un hueco enorme en su vientre para llevar a su bebé.

Gabriela avanza y no deja de sonreír. Está preciosa. Natural y perfecta. Y


jodidamente sexi, eso también. Fiona y yo ya hemos soltado unas lágrimas esta
mañana, por eso de estar en la tierra de nuestros padres en un día tan importante
sin ellos; sin embargo, como me siga mirando así, voy a empezar a llorar antes de
pronunciar el sí quiero.

-Ti amo -pronuncia cuando unimos nuestras manos y todos se ríen porque la oyen,
aunque ha intentado susurrarlo.

Me acerco a darle un beso en la mejilla y huelo su pelo, que lo trae suelto y casi
sin peinar, lo único que se ha puesto es el tocado de hojas que encontró con los
objetos de su madre. Las dos madrinas también se besan y, como si estuviera
ensayado, el atardecer baña con su nuevo juego de colores el principio de la
ceremonia.

Le tiembla la voz con los votos, donde me promete seguir a mi lado a pesar de los
obstáculos que se nos presenten, amarme, contradecirme y hacerme bailar cada noche.
Salva la situación dándome besos en mitad de las palabras que se le atascan, para
que nuestros amigos nos digan que esto no es serio. A mí no me tiembla la voz,
porque hay pocas cosas que haya hecho en esta vida tan convencido como dar este
paso con ella, aunque sí que estoy nervioso cuando le digo que no huiré a ningún
lado, que seré siempre sincero y que aceptaré ese baile cada noche antes de
acostarnos.
Gabriela es destello, es esperanza y es vida. Y, por eso, quiero compartir con ella
la mía, porque no encontraré mejor compañera de viaje. Lo sé y, lo más importante,
lo sabe.

Helena nos trae los anillos. Cojo a mi sobrina en brazos para que me ayude a
colocárselo a Gabriela, pero está tan nerviosa que esconde su cara en mi cuello
cuando todos aplauden, muerta de vergüenza.

No esperamos a que nos digan eso de que podemos besarnos, porque la sujeto de la
cintura y la inclino para atrás antes de que termine la frase. El beso no es casto,
eso te lo aseguro.

-¡Vivan los novios! -chillan Marcos y Lola.

-Evviva gli sposi! -dice mi hermana.

Besos, abrazos y burradas varias, que no voy a reproducir. Sobre todo las de mis
dos amigos, aunque se quedan mudos cuando Gabriela separa su ramo en dos mitades y
le da una a Bárbara, que se queda pálida, y otra a Lola, que directamente se
descojona.

Hemos colocado una mesa larga para sentarnos todos juntos, en la zona más llana de
la finca, y así disfrutar de la maravillosa cena que nos ha preparado el chef del
Castello. Botellas de vino, de champán y brindis eternos. La música de fondo la
pone Lola que, a pesar de tener esa barriga, no para quieta. Gabriela está feliz y
exultante, viene y va, charla con todos y la obligo a que coma algo, porque no para
de cambiarse de sitio sin dejar de sonreír. Decidimos no seguir el protocolo,
porque lo que nos apetece es que todo el mundo se divierta.

Baila con todos antes que conmigo, y eso que ya soy un adicto a mecerme con ella,
porque, en el fondo, le encanta ver cómo la observo, aunque sigo prefiriendo cuando
se mueve solo para mí, con la piel como único vestido.

Un buen rato después, mi hermana y Bárbara la dejan libre y, entonces, se acerca a


mí.

-Supongo que ha llegado mi turno.

-Correcto, mio marito -me dice, aguantándose la risa y haciéndome una reverencia.

Dime Tú, de Danny Ocean, es el tema que ha elegido para nosotros.

-Es para ponértelo fácil -me susurra en el oído, aunque sabe igual que yo que cada
vez lo hago mejor.

Mi mano en el final de su espalda y su mejilla apoyada en mi pecho. Nos balanceamos


lento, sin despegarnos. Disfruto y sonrío sin poder evitarlo, aunque ella no me
vea, solo me sienta. El vino, las ganas que nos tenemos y la cálida noche nos
tienen bastante encendidos, así que solo pegamos nuestras pelvis, nos miramos a los
ojos sin esconder nada y nos dejamos llevar. Yo por ella y ella por la melodía de
mis latidos. Nos besamos. Nos mecemos. Nos calentamos. Porque bailar y hacer el
amor con Gabriela son casi la misma cosa.

La canción termina y con un rápido movimiento la giro y pego su espalda a mi pecho,


sin soltarla. Gabriela levanta la mirada al cielo y suspira.

-Yo también he pensado en ellos -afirmo y noto cómo se estremece entre mis brazos-.
La vida es así de perra, mia bella. Sin embargo, te prometo que haré todo lo que
esté en mis manos para hacerte feliz.

-Lo sé. ¿Sabes lo que me resulta más extraño de todo? Que, si Gabriel y mi madre no
hubieran tenido su historia de amor, tú y yo jamás habríamos llegado hasta aquí.

-Su pasado conectó nuestro presente y estoy seguro de que iluminará nuestro futuro.

-Ojalá sea así.

Después de otra sesión de besos, a la que no quiero poner fin, nos separamos para
atender a nuestros invitados de nuevo. Su olor se queda impregnado en mí y mis
ojos, más oscuros y brillantes que nunca, no dejan de admirar su belleza.

La noche avanza y nosotros también. Es ella la que me busca, me persigue y me


encuentra.

-Joder con la baby -protesta Adam cuando nos pilla apoyados en una pequeña tapia-.
¿No podéis esperar a que nos vayamos? -La espalda desnuda de Gabriela, que queda a
la vista con ese vestido, es mi perdición.

-Podéis iros ya -contraataco.

-Me parece muy fuerte que desaparezcas de tu propia boda, miarma.

-Tienes que estar agotada, Lolita. Con ese tamaño -la vacila.

-¡Serás cabrona! Tú sigue haciendo cochinadas y te pondrás así en breve.

-Vámonos, nena, todavía tenemos que buscar tu pendiente en el coche.

-¡No me jodas! ¿Dime que no lo habéis hecho en mi Ferrari? -me quejo ante las
carcajadas de los cinco, porque Bárbara y Richard también han encontrado nuestro
escondite.

-Vamos a ver, mozzarella, se pueden hacer muchas cosas en esa preciosidad, no solo
follar.

-Nicola, pensándolo bien, paso de ir contigo a dar esa vuelta mañana -suelta el
policía con cara de asco.

-Ven aquí, macarroni, conduciré yo. -Adam lo abraza entre risas y desaparecen los
cuatro de nuestra vista.

Nos prometen que se encargan de despedirse de todos de nuestra parte. Gabriela y yo


nos quedamos cinco minutos más devorándonos.

-Creo que por fin estamos solos.

-¿Me puede llevar a la cama, señor Basso? -me pide, descalzándose.

-Todavía no. -Tiro de su mano y caminamos hasta los setos de la izquierda. Me


detengo al lado de uno de los olivos más viejos que tiene la finca. Enchufo un
pequeño generador y las bombillas diminutas que cuelgan de las ramas se encienden e
iluminan una manta de cuadros que he colocado debajo.

-Oh, Nicola, es precioso. Ya veo que te has acordado.

-Claro, cómo me iba a olvidar de que mi mujer -enfatizo cada sílaba de la última
palabra y alucino al oírlo- tiene una fantasía por cumplir debajo de un olivo.
-Bueno, tanto como fantasía, no sé. Yo solo quise hacerte una mamada al aire libre.

-Joder. -Escuchar la palabra mamada de su boca me pone malísimo-. Es nuestra noche


de bodas, Gabriela, voy a hacerte el amor.

-Perfecto, porque yo pienso hacerte las dos cosas.

Nos desnudamos lento, con caricias y palabras bonitas, hasta desplomarnos sobre la
manta para continuar encendiendo con lengua y manos todos los poros de nuestra
piel. Nos decimos entre dientes miles de ti amo y cientos de per sempre que nos
hacen despegar. Nos acariciamos el alma a base de pequeños matices, como mi pulgar
en su lunar, sus dedos clavados en mi espalda, sus jadeos que se pierden bajo las
ramas, mis gemidos al pronunciar su nombre, que se estrellan en su cuello, o
nuestras miradas, suplicantes, pidiendo más.

Más profundo.

Más suave.

Más salvaje.

Con la única intención de alargar el baile.

FIN

Agradecimientos

Una vez más he llegado a este punto. Uf, todavía no me puedo creer que esta sea mi
novena novela, y lo que me resulta todavía más increíble es que me hayáis
acompañado hasta aquí.

Mi primer gracias es para mis tres corazones, por embarcaros conmigo en aquel avión
para vivir con la misma ilusión que yo nuestro primer viaje a Nueva York. Sé que
volveremos algún día y ojalá lo hagamos juntos.

El gracias más especial es para mis Gabrielas. Anaís, María (la culpable del muso),
Triana, Patricia, Ana (dramas) y las dos últimas incorporaciones, Ana y Yesenia,
que han llegado justo a tiempo para poner esta edición más bonita antes de que
viera la luz. Gracias por los audios, las ideas y las risas, sobre todo por las
risas, porque el viaje literario es siempre más divertido si lo comparto antes con
vosotras, y este ha sido, sin duda, increíble, emocionante y de película. Ay, mis
Gabrielas, qué haría yo sin vosotras y sin vuestros GIF. Gracias también a Piedi y
a Raquel, que leyeron una primera versión de todo lo que se cruzó por mi cabeza.

Gracias infinitas a María Silvestre. Eres tan bonita y tienes un corazón tan grande
que necesitaba decírtelo también por aquí. Qué bien se portó el cosmos cuando cruzó
nuestros caminos. Espero que te sientas orgullosa de Nicola y Gabriela, porque esta
historia también lleva un trocito de ti.

Gracias a Taira por seguir apoyando mi amor del bueno y por leerme bonito.

Muchas gracias también a todas las bookstagrammers que dais visibilidad a mi


trabajo, las que compartís mis publicaciones y hacéis esas increíbles reseñas de
mis novelas. Vuestro tiempo y dedicación son importantísimos para las autoras
independientes como yo.

Y, por último, quiero darte las gracias a ti, que estás sosteniendo en tus manos mi
última historia. Gracias por leerme, espero que hayas disfrutado y que te hayas
divertido. Pero sobre todo, espero que te haya hecho sentir, porque, como ya
sabrás, si me has leído antes, ese es mi único objetivo.

Si acabas de conocerme, te animo a que sigas leyendo mi universo de #amordelbueno


y, si ya estás al día, tendrás que esperar a que publique la siguiente.

Recuerda que me puedes encontrar en las redes sociales y que me encantará conocer
tu opinión.

Mil millones de gracias, de corazón.

EDURNE CADELO (Santander, España, 1978) es una autora de novela romántica. Estudió
Ciencias Empresariales en la Universidad de Cantabria. Sin embargo, a pesar de que
Cadelo siempre ha sido una chica de números, ha sentido desde pequeña una gran
inclinación por la literatura.

Debutó en el panorama literario en 2018 con la primera entrega de su bilogía Lía,


Lía, aquí y ahora, a la que seguiría Lía, ahora y siempre. A partir de entonces ha
publicado otras historias de corte romántico.

Índice de contenido

Cubierta

Si Nueva York suena, tú y yo bailamos

Nota de autora

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9
Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39
Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52

Capítulo 53

Capítulo 54

Epílogo I

Epilogo II

Agradecimientos

Sobre la autora

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