Reseña Aparicio

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El trabajo infantil en el agro, Susana Aparicio (2007)

Manuel Feito Saudan

Aparicio define a la cuestión del trabajo infantil en el agro como un fenómeno de múltiples facetas que nos hace
retomar definiciones sobre la relación entre lo urbano y lo rural así como también los factores culturales al seno de
las familias campesinas que establecen edades tempranas para trabajar entre los miembros. El trabajo se divide en
5 secciones. La primera hace referencia a los planteos sobre lo rural y lo urbano, la segunda a la división del trabajo
por género y edades para todo el grupo doméstico que se implementan en el seno de las familias campesinas; la
tercera se inclina por una mirada respecto del mercado de trabajo agrario y las dinámicas que favorecen la
inserción de mano de obra infantil en establecimientos laborales y los riesgos de implementar mano de obra
infantil. En cuarto lugar, se hace referencia a la relación entre políticas públicas vinculadas a la oferta educativa en
diversas regiones, las necesidades de pobladores rurales (Entre ellas las que demanda la cultura campesina), la
deserción escolar y el trabajo agrario. En quinto lugar se procede a un análisis de datos sobre la preponderancia
de sectores agrícolas en el país en general, la incidencia de la población menor de edad en actividades laborales y
distintas tendencias. Los datos han sido relevados por la Encuesta de Actividades de Niños, Niñas y Adolescentes.

Para abordar la relación entre lo urbano y lo rural, la autora define como aspectos implícitos en las mediciones en
general “está presente una concepción acerca del vínculo entre lo rural y lo urbano y los mercados de trabajo
asociados a estos contextos” (Aparicio, 2007). Hace un repaso por la literatura académica clásica sobre el tema
(Weber, Parsons y Tönnies) donde se esboza una diferenciación donde prima un “planteo implícito es la existencia
de dos mercados de trabajo: uno tradicional, con baja productividad de la mano de obra, básicamente rural-
agrario, y uno moderno, constituido por empresarios, con inversiones de capital crecientes, alta productividad de
la mano de obra y con características formales, basados en negociaciones-conflictos entre empresarios y obreros”
(Aparicio, 2007). La autora va a cuestionar seriamente la concepción clásica que sostiene que las pésimas
condiciones de vida y la precariedad de los ingresos agrícolas obligan a las familias campesinas a desplazarse y
proletarizarse en el mercado urbano en búsqueda de mayor estabilidad y prosperidad. Tesis denominada como “el
crecimiento sostenido con oferta ilimitada de mano de obra” (Lewis, 1954). Aparicio en cambio, sostiene que las
familias campesinas que generalmente buscan insertarse en mercados de trabajo urbano o sectores con mayor
dinamismo se encuentran imposibilitadas en términos de nivel educativo y capacitación, incluso en el sector
agrario. Las limitaciones del mercado de trabajo urbano para absorber el excedente de mano de obra agrario
quedaron en evidencia luego de que el mundo laboral industrial (o pos industrial) comenzó a experimentar niveles
de desempleo sostenidos, precariedad de ingresos y una mayor flexibilidad en los contratos de trabajo.

Más de lleno en el mercado de trabajo específicamente agrario, Aparicio reconoce a la estacionalidad de la


producción como un factor que fomenta la inserción infantil en actividades laborales ya que obliga a las familias a
maximizar sus ingresos laborales en los picos de demanda de trabajo; provocando que adolescentes y niños salten
de tareas o actividades en la esfera doméstica a una inserción temprana al trabajo zafral. La vida en Cuyo, la caña
de azúcar en el Noroeste argentino, la yerba mate en Misiones, la lana en la Patagonia y el algodón en el Noreste
implicaban no sólo una presencia de explotaciones familiares sino también la demanda de fuertes contingentes de
trabajadores y la preindustrialización o industrialización de productos en la zona, con las consiguientes demandas
derivadas… Actualmente, este panorama ha cambiado: estas producciones se han transformado, grandes
empresas altamente tecnificadas dominan el sector, muchas cosechas se han mecanizado y productores familiares
han desaparecido” (Aparicio, 2007). En el último tiempo, se advierte según datos del Censo Nacional Agropecuario
de 2002 que subsiste un proceso de descampesinización y despoblamiento rural por la caída de las exportaciones
que conllevó a una caída de las explotaciones familiares, así como también una dispersión de servicios públicos
esenciales que condiciona las posibilidades a futuro de niños y adolescentes (Escuelas, servicios de salud y
infraestructura).
Sobre aspectos de la división del trabajo en la familia campesina, Aparicio comienza por definir al campesinado y
sus condiciones de trabajo/producción: aquellos productores agropecuarios que desarrollan sus actividades
productivas en tierras sobre las que tienen algún grado de control (ocupación, arriendo, aparcería, propiedad) y
que basan la organización de su producción –tanto para el mercado como para la subsistencia del grupo
doméstico– en la utilización del trabajo de su familia, sin contratar trabajo externo en forma permanente”
(Aparicio, 2007). Al disponer de muy poco capital, recurren mayoritariamente al trabajo físico y al habitar terrenos
con baja urbanización, recurre al grupo doméstico para abastecerse de mano de obra. Entonces la familia
campesina constituye una unidad de producción-consumo donde se intercalan tareas agropecuarias con tareas de
reproducción que se distribuyen por genero y edad, donde los más pequeños colaboran con ambas tanto para el
consumo como para los cultivos comerciales. Los niños realizan actividades de acuerdo a su edad y capacidades
psicofísicas en un ámbito de contención familiar y sin los riesgos psicológicos de un trabajo extradoméstico, pero si
con un margen de esfuerzo físico y de accidentología, la realización de distintas tareas en el seno familiar
campesino naturaliza el ingreso temprano al mercado de trabajo. “Estas actividades –desde buscar leña para
cocinar o para calentar el rancho hasta participar activamente en la cosecha de algún producto– comienzan a
hacerse desde los 6 ó 7 años (ver resultados de la encuesta), llegando, en el grupo etario de 14 a 18 años, a una
tasa de actividad cercana a la de los adultos, especialmente en el caso de los varones. Niñas y adolescentes cuidan
a sus hermanos, aprenden a ayudar en la cocina o a industrializar alimentos (conservas, dulces, tejidos, etc.) en
forma semejante a la de los varones. De allí, la temprana incorporación al servicio doméstico como trabajo
remunerado” (Aparicio, 2007).

En materia educativa, se identifica en el medio rural dos problemas significativos, por un lado la incidencia del
trabajo infantil en la deserción escolar y el déficit de la oferta educativa. En las provincias del Noroesta y el
Nordeste se han mostrado dificultades a la hora de implementar la oferta del ciclo EGB3, manifestando serios
problemas de repitencia y retención de los alumnos. En el medio rural se han implementado diversas alternativas
en la aplicación del EGB3 como los sistemas de profesores intinerantes o las escuelas “albergues” que, si bien en
algunas provincias como Santa Fe han tenido buenos resultados, en provincias como Chaco encontraron serias
limitaciones como por ejemplo la escasa oferta de profesores locales y la mala infraestructura caminera. La
ausencia de ciertos elementos de la cultura campesina también aparece como una demanda y un agravante del
abandono de la escolaridad: “El no reconocimiento del bilingüismo en algunas provincias, la utilización de material
didáctico alejado de la vida cotidiana y comunitaria de los niños y adolescentes, la escasa relación de los
contenidos de la enseñanza con el mundo futuro de trabajo, una infraestructura deficitaria, y sin atractivo para los
jóvenes, y el desprestigio creciente de la educación como mecanismo de ascenso social, han contribuido también
al abandono de la escolaridad” (Aparicio, 2007). En consecuencia, los datos revelan que la incidencia del trabajo a
edades tempranas en la deserción escolar tiende ser más intensa en el medio rural que en el medio urbano. “Para
los niños de 5 a 13 años se observa una inclusión escolar casi universal para el conjunto de las cuatro áreas
estudiadas (97,2%). Sin embargo, en las áreas rurales, el porcentaje alcanza al 9,7% de los que han trabajado y al
6,3% de los que no lo hacen… Pero la información de escolaridad adolescente es más alarmante: el 62% de los
adolescentes que trabajan no está estudiando, casi el doble de los que no trabajan (32%), no obstante esta última
cifra muestra una fuerte desigualdad con las áreas urbanas en las que el 10,7% de los adolescentes no está
teniendo una formación básica. Situaciones semejantes se observan en otros indicadores: mientras que en las área
urbanas, de los adolescentes que trabajan, el 64,3% tiene el EGB incompleto y el 17,2% lo finalizó, en las zonas
rurales estas cifras ascienden al 81% y al 13,2% en las zonas rurales (para los que no trabajaron las cifras rurales
son sólo levemente inferiores a los que trabajan)” (Aparicio, 2007).

Hacia el final del trabajo, retoma entrevistas de trabajos previos y asociaciones civiles para dar cuenta sobre las
consecuencias del trabajo infantil sobre la escolaridad y salud de niñeces y adolescencias, particularmente del
contacto con pesticidas. A partir de los datos de la EANNA, concluye con que el porcentaje de niños que trabajan y
no asisten a la escuela se agrava en las zonas rurales (62% en el medio rural contra un 21% quienes habitan en
suelo urbano), así también como las tasas de repitencia. La incorporación temprana al trabajo, ya sea en contextos
domésticos o fuera del ámbito familiar, es más frecuente en el medio rural que en el urbano, lo cual implica una
fuerte desigualdad entre los jóvenes de ambas zonas ya que la interrupción de su escolaridad los ubica en una
situación de desventaja a la hora de acceder a trabajos estables y mejor remunerados. Por último, trae a colación
la posición de Parviz Koohafkan, director de la División de Desarrollo Rural de la FAO, el cual sostiene que la
participación de niños y adolescentes en las actividades agrícolas dedicadas al ámbito doméstico tiene un impacto
positivo en su autoestima, la adquisición de conocimientos y en la mejora de la subsistencia familiar. A modo de
cierre advierte la necesidad y la importancia del debate entre la erradicación del trabajo infantil permanente y su
aceptación/limitación en la esfera doméstica para combatir las desigualdades socio-educativas y revalorizar de las
formas culturales del medio rural.

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