El ángel anuncia a los pastores el nacimiento de Jesús, el Salvador, trayendo una gran alegría. Aunque los pastores eran marginados, el ángel les dice que para Dios no hay distinciones y que la alegría de Jesús es para todos. Jesús viene a liberarnos de nuestras ilusiones y a darnos la verdadera alegría de ser salvados por él.
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El ángel anuncia a los pastores el nacimiento de Jesús, el Salvador, trayendo una gran alegría. Aunque los pastores eran marginados, el ángel les dice que para Dios no hay distinciones y que la alegría de Jesús es para todos. Jesús viene a liberarnos de nuestras ilusiones y a darnos la verdadera alegría de ser salvados por él.
El ángel anuncia a los pastores el nacimiento de Jesús, el Salvador, trayendo una gran alegría. Aunque los pastores eran marginados, el ángel les dice que para Dios no hay distinciones y que la alegría de Jesús es para todos. Jesús viene a liberarnos de nuestras ilusiones y a darnos la verdadera alegría de ser salvados por él.
El ángel anuncia a los pastores el nacimiento de Jesús, el Salvador, trayendo una gran alegría. Aunque los pastores eran marginados, el ángel les dice que para Dios no hay distinciones y que la alegría de Jesús es para todos. Jesús viene a liberarnos de nuestras ilusiones y a darnos la verdadera alegría de ser salvados por él.
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La alegría del Salvador
«En aquella misma región había unos pastores que pasaban la
noche al aire libre, velando por turnos el rebaño. De repente un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: “No temáis, os anuncio una buena noticia, que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido el Salvador, el Mesías y Señor”» – Lc 2,8-11. Lectio El primer anuncio de la «gran alegría» del nacimiento del Salvador se hace a personas consideradas marginadas de la comunidad judía practicante. Por su trabajo, los pastores no podían ir a la sinagoga todos los sábados. De ahí la ignorancia de la ley o, al menos, el escaso conocimiento de los numerosos estatutos y decretos, por no hablar de las dificultades que habrían tenido para guardarlos aunque los hubieran conocido, debido siempre a su vida nómada. Ciertamente, no eran señalados como modelos de la «gran alegría» que procede de la observancia «de los mandamientos». ¿Por esta razón «su linaje no era poderoso»? ¿Cómo podían ser bendecidos por el Señor aquellos que descuidaban tanto la ley? Y, sin embargo, en Israel habían surgido voces que ponían en duda la conexión entre observancia de los mandamientos y vida lograda o feliz. Job se consideraba justo y, sin embargo, había sido colmado de desdichas, hasta el punto de poner a prueba su fidelidad. Si es verdad que es dichoso quien observa la ley, ¿cómo es posible que yo esté tan atribulado cuando de hecho la he observado? El ángel que propaga la noticia de la llegada de un Salvador anuncia «una gran alegría» precisamente a personas que, según el sentir común, no habrían tenido el derecho a ella. 28 Este anuncio significa la inauguración de un paradigma diferente para obtener aquella serenidad interior, unida a un sentido de plenitud, que denominamos con la palabra «alegría». La novedad reside en que esta alegría no es fruto de una conquista humana, sino un don gratuito y benevolente, es fruto de un Salvador que ha venido a traer la «gran alegría». Finalmente, ha nacido el esperado Cristo, que significa Mesías, para traer aquello que ningún otro puede dar, a saber, la alegría que parece inalcanzable por el empeño humano. Al hombre que busca la felicidad, el Salvador le trae la alegría, es más, «una gran alegría», precisamente a personas que parecen no merecerla. Pero si es un salvador, tiene que partir precisamente de quien debe ser salvado, sobre todo de quien siente la necesidad de ser salvado. Tiene que partir de los pobres, de los marginados, de los humillados, de quien siente que tiene necesidad de ayuda. No de aquellos que se engañan afirmando que no necesitan salvación alguna. Meditatio Si Israel era invitado a alegrarse por los dones de la creación, de la elección y de la alianza, de la particular relación con Dios, ahora es invitado a alegrarse porque el Señor se interesa personalmente por la alegría personal y comunitaria, enseñándonos las sendas de esta alegría, no desde lo alto de los cielos, sino haciéndose uno de nosotros. Dios se baja a nosotros, caminando con nosotros, precediéndonos en el camino de la vida, para asegurarnos que él es el Emmanuel, el Dios con nosotros, el Dios para nosotros. Las primeras palabras del ángel glorioso y luminoso son tranquilizadoras: «No temáis». Cuando lo divino aparece infunde temor, porque es demasiado grande, demasiado misterioso, demasiado poderoso, demasiado inaprensible, demasiado deslumbrante. Pero, como a María («Alégrate, María»), el ángel dice que el anuncio no debe asustar, porque consiste en una gran alegría. Si Dios entra en nuestra vida, es solo para que nos alegremos, al menos si sabemos quién es Dios. El evangelio, que trae esta buena noticia, es la única y verdadera noticia que puede llenar la vida. La encarnación es la fuente de nuestra dignidad: somos tan importantes a los ojos 29 de Dios que él ha querido compartir nuestro destino. Nosotros valemos por lo que somos a sus ojos, y él nos hace saber que valemos muchísimo. Esta alegría es para todos, también para los alejados, a partir de los pastores, que representan a aquellos que a los ojos de los piadosos deberían ser los más alejados. ¡Pues no hay distancia alguna que no pueda ser colmada por aquel para quien el enorme universo es una mota de polvo! La presencia de los pastores significa que «solo para los pobres el evangelio es un anuncio feliz». Porque es un don que no debe adquirirse con dinero ni con respetabilidad, sino que debe ser acogido solamente con la conciencia de tener necesidad de ser salvados. ¿Qué salvación? Actualmente, palabras como «Salvador» o «salvación» evocan realidades más bien diferentes de aquellas de los ambientes israelitas y paganos del tiempo de Jesús. En un contexto como el nuestro, en el que se pone la confianza en cosas concretas y controlables, además de en diversas supersticiones, ¿qué quiere decir acoger y anunciar a Jesús como Salvador? Veamos la indicación que para nuestro contexto nos hace un teólogo. «La razón occidental, sobre todo después de la utopía de la Ilustración, ha dejado de pensar seriamente en la seducción del mal, de la maldad y de la perversidad. Se ha limitado a la exploración de las causas sociales y psíquicas de la acción mala. Todo esto tiene un sentido, pero no es suficiente. Este campo limitado de la acción ha llevado a sostener que la educación y el saber habrían eliminado la tendencia perversa. Se ha mantenido, o al menos se ha esperado, que el progreso de las ciencias y de las técnicas, el refinamiento de las legislaciones, la mejora material de la vida, gracias a gestiones económicas más racionales y eficientes, contribuyeran a la atenuación de la inmoralidad, al interés por el civismo, a la solidaridad efectiva. [...] La fe cristiana hiere a la autonomía de la razón, empujándola a renunciar a su propia inocencia. La incita a que tome nota de que la transgresión de los límites le es tan natural como también el respeto. La fe cristiana revela una dimensión que la razón calla. El horizonte de los humanos no es la sola mortalidad. Ella asume el deseo humano en aquello que tiene de positivo en su exceso, en su rebelarse contra la mortalidad y, purificándolo, lo lleva al deseo de Dios, que lo arranca de la mortalidad» (C. Duquoc). El Salvador viene a liberarnos de nuestras ilusiones de ser buenos, inocentes, capaces de gestionarnos, capaces de realizarnos. Viene a decirnos: «Yo os traigo la 30 alegría. Acogedme y os iluminaré». Y «la verdad os hará libres» (Jn 8,32). Oratio Oh Señor, Salvador nuestro, tú ves con qué frecuencia nos confundimos y engañamos, porque creemos poder dar una respuesta a la injusticia, a la pobreza, al dolor y a la enfermedad solamente con la razón, la ciencia y la técnica. Son dones tuyos que pueden librarnos de penosas cargas, dones por los que te damos gracias. Pero no podemos pretender que sean la solución de nuestra infelicidad. Transforma nuestra mente limitada, haciéndonos sentir la necesidad de tu luz; une nuestro corazón codicioso y endurecido al tuyo para que se transforme como el tuyo en amor puro. Has venido, y vienes continuamente, para compartir nuestra fatiga de vivir y para ofrecernos la alegría de liberarnos de aquellas ataduras que nos hacen prisioneros de nosotros mismos. Oh Jesús, haz manso y humilde nuestro corazón para que acojamos como niños, en la pobreza de los deseos, tu don inmenso: la alegría de ser salvados por ti. Contemplatio «¡Qué bello es considerar el altísimo y profundísimo misterio de nuestro Salvador! »Ciertamente, Dios ha hecho ver su bondad y su amor por los hombres; en efecto, ¿qué no ha hecho aquel amante divino en el campo del amor? »Dios hizo bajar de noche el maná en el desierto para los hijos de Israel; y para que los israelitas tuvieran un motivo para estarle agradecidos, quiso prepararles personalmente la comida. De igual modo, queriendo hacer un don especial y grandemente amable a los hombres que viven en esta tierra como en un desierto, suspirando y aspirando continuamente a la alegría de la tierra prometida que es nuestra patria celestial, vino él mismo en persona para dárnosla, y lo hizo en lo más profundo de la noche. Este don es la gracia que nos sirve para conseguir el gozo de la gloria y de la felicidad del que habríamos sido privados para siempre. Por consiguiente, fue en la oscuridad de la noche en la que nació nuestro Señor y se mostró a nosotros como un recién nacido colocado en un pesebre. [...] 31 »Este querido Salvador vino para los pobres, y tiene un gusto especial en estar con ellos, y ellos reciben así una alegría inmensa. »Oh Dios, ¡con cuánta dulzura los instruyes! Cómo se adapta a su ignorancia. Se hace todo con todos. Rechaza los corazones altaneros y orgullosos y se comunica a los sencillos» (Exhortaciones 1). «Por consiguiente, sé feliz y valiente, hija querida, porque el ángel que anuncia el nacimiento de nuestro Salvador, lo anuncia cantando y canta diciendo que anuncia una alegría, una paz, una fortuna a los hombres de buena voluntad, para que todos sepan que, para acoger a este niño, basta con tener buena voluntad, aunque esta no haya producido aún buenos frutos. Él ha venido para bendecir las buenas voluntades y hacerlas, poco a poco, fecundas de buenos frutos, con tal que se le permita guiarlas» (Carta del 19 de diciembre de 1619). Para la lectura espiritual Cristo ha venido para traer la alegría: alegría a los niños, alegría a los padres, alegría a las familias y a los amigos, alegría a los trabajadores y a los estudiantes, alegría a los enfermos y a los ancianos, alegría a toda la humanidad. En su verdadero significado, la alegría es la nota característica del mensaje cristiano y el motivo recurrente del evangelio. Recordad las primeras palabras del ángel a María: «Te saludo, oh llena de gracia, el Señor está contigo». Y en el momento del nacimiento de Jesús los ángeles anunciaron a los pastores: «No temáis. Mirad, os anuncio una gran alegría, que será de todo el pueblo». Algunos años más tarde, cuando Jesús entró en Jerusalén sobre un pollino, «toda la muchedumbre de discípulos, exultando, comenzó a alabar a Dios a voz en grito [...] Bendito el que viene, el rey, en el nombre del Señor». Algunos fariseos, mezclados entre la muchedumbre, decían: «Maestro, reprende a tus discípulos». Pero Jesús les respondió: «Os digo que si estos callan, gritarán las piedras». ¿No son aún hoy verdaderas estas palabras de Jesús? Si nosotros silenciamos la alegría que viene del conocimiento de Jesús, ¡gritarán las piedras de nuestra ciudad! Ya que nosotros somos el pueblo de la Pascua y el «Aleluya» es nuestra canción. Con san Pablo os exhorto: «Alegraos en el Señor, siempre; os lo repito de nuevo, alegraos». ¡Alegraos porque Jesús ha venido al mundo! ¡Alegraos porque Jesús ha muerto en la cruz! ¡Alegraos porque ha resucitado de la muerte! ¡Alegraos porque en el bautismo él ha borrado nuestros pecados! 32 ¡Alegraos porque Jesús ha venido a hacernos libres! ¡Alegraos porque él es el Señor de nuestra vida! Pero, ¿cuántas personas no han conocido nunca esta alegría? Ellas se nutren del vacío y caminan por los caminos de la desesperación. «Ellas caminan en las tinieblas y en la sombra de la muerte». Y no necesitamos ir a buscarlas a los lejanos confines de la tierra. Tenemos que ir hacia ellas como mensajeros de esperanza. Tenemos que llevarles el testimonio de la verdadera alegría. Tenemos que prometerles nuestro compromiso de trabajar por una sociedad justa y por una sociedad en la que se sientan respetadas y amadas. Sed, por lo tanto, hombres y mujeres de fe profunda y constante. Sed heraldos de la esperanza. Sed mensajeros de alegría. Sed verdaderos trabajadores de la justicia (Juan Pablo II, Gesù di Nazaret. Centro dell’universo e del tempo, Piemme, Casale Monferrato 1997, 59s [«Ha venido a traer la alegría»]). 33