La Alegría Del Salvador

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 7

La alegría del Salvador

«En aquella misma región había unos pastores que pasaban la


noche al aire libre, velando por turnos el rebaño. De repente un
ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió
de claridad, y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: “No
temáis, os anuncio una buena noticia, que será de gran alegría
para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido el
Salvador, el Mesías y Señor”»
– Lc 2,8-11.
Lectio
El primer anuncio de la «gran alegría» del nacimiento del Salvador se hace a
personas
consideradas marginadas de la comunidad judía practicante. Por su trabajo, los
pastores
no podían ir a la sinagoga todos los sábados. De ahí la ignorancia de la ley o,
al menos,
el escaso conocimiento de los numerosos estatutos y decretos, por no hablar
de las
dificultades que habrían tenido para guardarlos aunque los hubieran conocido,
debido
siempre a su vida nómada.
Ciertamente, no eran señalados como modelos de la «gran alegría» que
procede de
la observancia «de los mandamientos». ¿Por esta razón «su linaje no era
poderoso»?
¿Cómo podían ser bendecidos por el Señor aquellos que descuidaban tanto la
ley?
Y, sin embargo, en Israel habían surgido voces que ponían en duda la
conexión
entre observancia de los mandamientos y vida lograda o feliz. Job se
consideraba justo y,
sin embargo, había sido colmado de desdichas, hasta el punto de poner a
prueba su
fidelidad. Si es verdad que es dichoso quien observa la ley, ¿cómo es posible
que yo esté
tan atribulado cuando de hecho la he observado?
El ángel que propaga la noticia de la llegada de un Salvador anuncia «una
gran
alegría» precisamente a personas que, según el sentir común, no habrían
tenido el
derecho a ella.
28
Este anuncio significa la inauguración de un paradigma diferente para obtener
aquella serenidad interior, unida a un sentido de plenitud, que denominamos
con la
palabra «alegría».
La novedad reside en que esta alegría no es fruto de una conquista humana,
sino un
don gratuito y benevolente, es fruto de un Salvador que ha venido a traer la
«gran
alegría». Finalmente, ha nacido el esperado Cristo, que significa Mesías, para
traer
aquello que ningún otro puede dar, a saber, la alegría que parece inalcanzable
por el
empeño humano.
Al hombre que busca la felicidad, el Salvador le trae la alegría, es más, «una
gran
alegría», precisamente a personas que parecen no merecerla.
Pero si es un salvador, tiene que partir precisamente de quien debe ser
salvado,
sobre todo de quien siente la necesidad de ser salvado. Tiene que partir de los
pobres, de
los marginados, de los humillados, de quien siente que tiene necesidad de
ayuda.
No de aquellos que se engañan afirmando que no necesitan salvación alguna.
Meditatio
Si Israel era invitado a alegrarse por los dones de la creación, de la elección y
de la
alianza, de la particular relación con Dios, ahora es invitado a alegrarse
porque el Señor
se interesa personalmente por la alegría personal y comunitaria, enseñándonos
las sendas
de esta alegría, no desde lo alto de los cielos, sino haciéndose uno de nosotros.
Dios se baja a nosotros, caminando con nosotros, precediéndonos en el
camino de
la vida, para asegurarnos que él es el Emmanuel, el Dios con nosotros, el Dios
para
nosotros.
Las primeras palabras del ángel glorioso y luminoso son tranquilizadoras: «No
temáis». Cuando lo divino aparece infunde temor, porque es demasiado
grande,
demasiado misterioso, demasiado poderoso, demasiado inaprensible,
demasiado
deslumbrante.
Pero, como a María («Alégrate, María»), el ángel dice que el anuncio no debe
asustar, porque consiste en una gran alegría.
Si Dios entra en nuestra vida, es solo para que nos alegremos, al menos si
sabemos
quién es Dios. El evangelio, que trae esta buena noticia, es la única y
verdadera noticia
que puede llenar la vida.
La encarnación es la fuente de nuestra dignidad: somos tan importantes a los
ojos
29
de Dios que él ha querido compartir nuestro destino. Nosotros valemos por lo
que somos
a sus ojos, y él nos hace saber que valemos muchísimo.
Esta alegría es para todos, también para los alejados, a partir de los pastores,
que
representan a aquellos que a los ojos de los piadosos deberían ser los más
alejados. ¡Pues
no hay distancia alguna que no pueda ser colmada por aquel para quien el
enorme
universo es una mota de polvo!
La presencia de los pastores significa que «solo para los pobres el evangelio
es un
anuncio feliz». Porque es un don que no debe adquirirse con dinero ni con
respetabilidad, sino que debe ser acogido solamente con la conciencia de tener
necesidad
de ser salvados.
¿Qué salvación?
Actualmente, palabras como «Salvador» o «salvación» evocan realidades más
bien
diferentes de aquellas de los ambientes israelitas y paganos del tiempo de
Jesús.
En un contexto como el nuestro, en el que se pone la confianza en cosas
concretas y
controlables, además de en diversas supersticiones, ¿qué quiere decir acoger y
anunciar a
Jesús como Salvador?
Veamos la indicación que para nuestro contexto nos hace un teólogo.
«La razón occidental, sobre todo después de la utopía de la Ilustración, ha
dejado de
pensar seriamente en la seducción del mal, de la maldad y de la perversidad.
Se ha
limitado a la exploración de las causas sociales y psíquicas de la acción mala.
Todo esto
tiene un sentido, pero no es suficiente. Este campo limitado de la acción ha
llevado a
sostener que la educación y el saber habrían eliminado la tendencia perversa.
Se ha
mantenido, o al menos se ha esperado, que el progreso de las ciencias y de las
técnicas,
el refinamiento de las legislaciones, la mejora material de la vida, gracias a
gestiones
económicas más racionales y eficientes, contribuyeran a la atenuación de la
inmoralidad,
al interés por el civismo, a la solidaridad efectiva. [...] La fe cristiana hiere a la
autonomía de la razón, empujándola a renunciar a su propia inocencia. La
incita a que
tome nota de que la transgresión de los límites le es tan natural como también
el respeto.
La fe cristiana revela una dimensión que la razón calla. El horizonte de los
humanos no
es la sola mortalidad. Ella asume el deseo humano en aquello que tiene de
positivo en su
exceso, en su rebelarse contra la mortalidad y, purificándolo, lo lleva al deseo
de Dios,
que lo arranca de la mortalidad» (C. Duquoc).
El Salvador viene a liberarnos de nuestras ilusiones de ser buenos, inocentes,
capaces de gestionarnos, capaces de realizarnos. Viene a decirnos: «Yo os
traigo la
30
alegría. Acogedme y os iluminaré».
Y «la verdad os hará libres» (Jn 8,32).
Oratio
Oh Señor, Salvador nuestro, tú ves con qué frecuencia nos confundimos y
engañamos,
porque creemos poder dar una respuesta a la injusticia, a la pobreza, al dolor y
a la
enfermedad solamente con la razón, la ciencia y la técnica. Son dones tuyos
que pueden
librarnos de penosas cargas, dones por los que te damos gracias.
Pero no podemos pretender que sean la solución de nuestra infelicidad.
Transforma nuestra mente limitada, haciéndonos sentir la necesidad de tu luz;
une
nuestro corazón codicioso y endurecido al tuyo para que se transforme como
el tuyo en
amor puro.
Has venido, y vienes continuamente, para compartir nuestra fatiga de vivir y
para
ofrecernos la alegría de liberarnos de aquellas ataduras que nos hacen
prisioneros de
nosotros mismos.
Oh Jesús, haz manso y humilde nuestro corazón para que acojamos como
niños, en
la pobreza de los deseos, tu don inmenso: la alegría de ser salvados por ti.
Contemplatio
«¡Qué bello es considerar el altísimo y profundísimo misterio de nuestro
Salvador!
»Ciertamente, Dios ha hecho ver su bondad y su amor por los hombres; en
efecto,
¿qué no ha hecho aquel amante divino en el campo del amor?
»Dios hizo bajar de noche el maná en el desierto para los hijos de Israel; y
para que
los israelitas tuvieran un motivo para estarle agradecidos, quiso prepararles
personalmente la comida. De igual modo, queriendo hacer un don especial y
grandemente amable a los hombres que viven en esta tierra como en un
desierto,
suspirando y aspirando continuamente a la alegría de la tierra prometida que
es nuestra
patria celestial, vino él mismo en persona para dárnosla, y lo hizo en lo más
profundo de
la noche. Este don es la gracia que nos sirve para conseguir el gozo de la
gloria y de la
felicidad del que habríamos sido privados para siempre. Por consiguiente, fue
en la
oscuridad de la noche en la que nació nuestro Señor y se mostró a nosotros
como un
recién nacido colocado en un pesebre. [...]
31
»Este querido Salvador vino para los pobres, y tiene un gusto especial en estar
con
ellos, y ellos reciben así una alegría inmensa.
»Oh Dios, ¡con cuánta dulzura los instruyes! Cómo se adapta a su ignorancia.
Se
hace todo con todos. Rechaza los corazones altaneros y orgullosos y se
comunica a los
sencillos» (Exhortaciones 1).
«Por consiguiente, sé feliz y valiente, hija querida, porque el ángel que
anuncia el
nacimiento de nuestro Salvador, lo anuncia cantando y canta diciendo que
anuncia una
alegría, una paz, una fortuna a los hombres de buena voluntad, para que todos
sepan
que, para acoger a este niño, basta con tener buena voluntad, aunque esta no
haya
producido aún buenos frutos. Él ha venido para bendecir las buenas
voluntades y
hacerlas, poco a poco, fecundas de buenos frutos, con tal que se le permita
guiarlas»
(Carta del 19 de diciembre de 1619).
Para la lectura espiritual
Cristo ha venido para traer la alegría: alegría a los niños, alegría a los padres,
alegría a
las familias y a los amigos, alegría a los trabajadores y a los estudiantes,
alegría a los
enfermos y a los ancianos, alegría a toda la humanidad. En su verdadero
significado, la
alegría es la nota característica del mensaje cristiano y el motivo recurrente
del
evangelio. Recordad las primeras palabras del ángel a María: «Te saludo, oh
llena de
gracia, el Señor está contigo». Y en el momento del nacimiento de Jesús los
ángeles
anunciaron a los pastores: «No temáis. Mirad, os anuncio una gran alegría,
que será de
todo el pueblo». Algunos años más tarde, cuando Jesús entró en Jerusalén
sobre un
pollino, «toda la muchedumbre de discípulos, exultando, comenzó a alabar a
Dios a voz
en grito [...] Bendito el que viene, el rey, en el nombre del Señor».
Algunos fariseos, mezclados entre la muchedumbre, decían: «Maestro,
reprende a
tus discípulos». Pero Jesús les respondió: «Os digo que si estos callan, gritarán
las
piedras». ¿No son aún hoy verdaderas estas palabras de Jesús? Si nosotros
silenciamos la
alegría que viene del conocimiento de Jesús, ¡gritarán las piedras de nuestra
ciudad! Ya
que nosotros somos el pueblo de la Pascua y el «Aleluya» es nuestra canción.
Con san
Pablo os exhorto: «Alegraos en el Señor, siempre; os lo repito de nuevo,
alegraos».
¡Alegraos porque Jesús ha venido al mundo!
¡Alegraos porque Jesús ha muerto en la cruz!
¡Alegraos porque ha resucitado de la muerte!
¡Alegraos porque en el bautismo él ha borrado nuestros pecados!
32
¡Alegraos porque Jesús ha venido a hacernos libres!
¡Alegraos porque él es el Señor de nuestra vida!
Pero, ¿cuántas personas no han conocido nunca esta alegría?
Ellas se nutren del vacío y caminan por los caminos de la desesperación.
«Ellas
caminan en las tinieblas y en la sombra de la muerte». Y no necesitamos ir a
buscarlas a
los lejanos confines de la tierra.
Tenemos que ir hacia ellas como mensajeros de esperanza. Tenemos que
llevarles
el testimonio de la verdadera alegría. Tenemos que prometerles nuestro
compromiso de
trabajar por una sociedad justa y por una sociedad en la que se sientan
respetadas y
amadas.
Sed, por lo tanto, hombres y mujeres de fe profunda y constante. Sed heraldos
de la
esperanza. Sed mensajeros de alegría. Sed verdaderos trabajadores de la
justicia (Juan
Pablo II, Gesù di Nazaret. Centro dell’universo e del tempo, Piemme, Casale
Monferrato
1997, 59s [«Ha venido a traer la alegría»]).
33

También podría gustarte