ADORACIÓN
ADORACIÓN
ADORACIÓN
Somos mensajeros de Jesús. ¿Ayuda nuestra forma de vivir a que él sea conocido y amado por
los hermanos? Examinémonos ante el Señor.
(Pausa)
Dios Padre, tú nos envías a sanar a los enfermos aquejados de cualquier enfermedad y a
anunciar el reino de Dios: Canto ……
Cristo Jesús, tú nos dices que vayamos a la gente con mucha discreción, y que aceptemos
todo lo que ella con generosidad nos ofrezca: Canto ……
Señor Jesús, tú nos aseguras que nada nos va a herir y que nuestros nombres están
escritos en el cielo: Canto ……
Ten misericordia de nosotros, Señor, y perdona todos nuestros pecados. Danos entusiasmo para
anunciarte a los hermanos para que ellos te conozcan, y llévanos a la vida eterna.
GUIA: Lucas nos recuerda hoy lo que Jesús nos dijo: “La mies es mucha, pero los obreros pocos.
Rueguen al Señor que envíe obreros a su mies”. Y entonces, ¿a quién envía Jesús? No sólo a los
líderes, sino también a los discípulos. Y ¿a dónde los envía? A todas las naciones y a todos los
pueblos, ya que son setenta y dos, tantos como pueblos conocidos en aquel tiempo. ¿Y cómo los
envía? Con toda humildad, recibiendo la hospitalidad y bondad de la gente y proclamándoles el
Reino de Dios. Pidamos a Jesús que nos haga mensajeros idóneos, especialmente por la forma
como vivimos nuestra vida cristiana.
Reflexión
Guia: La Iglesia tiene la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del Pueblo de Dios, y recordar
también a los fieles que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros
de Jesucristo. Esto conlleva seguirlo, vivir en intimidad con Él, imitar su ejemplo y dar
testimonio. Todo bautizado recibe de Cristo, como los Apóstoles, el mandato de la misión: “Id
por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación.
(Benedicto XVI)
Pero la invitación y envío de Jesús afecta primeramente a la Gran Iglesia Universal y a cada
pequeña comunidad cristiana. La comunidad parroquial, o cualquier comunidad cristiana debe
ofrecer a los fieles el alimento de la fe e ir en busca de los alejados y extraños, realizando así la
misión. Ninguna comunidad cristiana es fiel a su cometido si no es misionera: o es comunidad
misionera o no es ni siquiera comunidad cristiana, pues se trata de dos dimensiones de la misma
realidad, tal como es definida por el bautismo y los otros sacramentos. Este empeño misionero
de cada comunidad reviste la máxima urgencia hoy que la misión, entendida como primer anuncio
del Evangelio a los no-cristianos, pero también aplicable a las comunidades cristianas de antigua
evangelización, y se presenta cada vez más como "misión entre nosotros" . (Domund 1991)
¿Y cómo responder cada uno a esta llamada? Este envío misionero no se entiende como una
invitación a ponerse a hablar de Jesucristo en cualquier sitio, como «mosqueteros defensores»
Ni a ir por las casas «armados» con una Biblia y un crucifijo, a ver si convencemos a alguien con
nuestros discursos y argumentos.
La misión que Jesús encomienda a sus 72 enviados en primer lugar es que «despejen» el camino,
que preparen…. para que Él puede llegar en el momento que sea. Por una parte, se trata de evitar
el protagonismo, que se confunda al mensajero con el mensaje: es Cristo de quien hay que hablar.
No de uno mismo, ni del propio grupo….
En primer lugar, ser «portadores de paz», de la paz de Jesús, de la Paz de Dios... El discípulo
misionero conoce cuánta paz falta en la convivencia humana, cuánta paz falta en muchísimos
corazones, cuánta agresividad hay en nuestro lenguaje y actitudes. Reconciliar, tender puentes,
huir de radicalismos y fanatismos.
En segundo lugar, curar enfermos. ¡Hay tantas heridas y enfermedades físicas y espirituales que
necesitan atención, acompañamiento y sanación! No es necesario que tengamos poderes para
hacer milagros, pero sí el milagro de ser signos de que el Dios del que somos testigos es un Dios
de la salud, del bienestar, interesado por el dolor de las personas.
En tercer lugar, compartir la mesa. Comer y beber lo que tengan, es lo mismo que compartir la
vida cotidiana, colaborar para que crezca la cercanía, el diálogo, la ayuda mutua, la comunión
interpersonal, el saber estar todos a la misma altura (en la mesa todos son comensales con la
misma dignidad, o servidores de la mesa, no hay más diferencias) ... y conformarse con lo mucho
o lo poco que puedan ofrecernos.
Es significativo que lo primero que han de hacer los enviados es «orar» al dueño de la mies (que
es Jesucristo). No se apunta uno a esta tarea porque le apetece, le atrae o se le da bien. La
iniciativa es de Dios que ha querido contar conmigo, para que vaya «en su nombre» y hable de él y
no de mí mismo o de lo que a mí se me ocurra, o de mis "personales teologías"... Ha de ser al
estilo del dueño de la mies, y en su nombre. Además, al ver que hay tanta mies y al orar al dueño
de la mies... esa oración me tiene que cuestionar a mí mismo en primer lugar. Porque parte de la
mies... «me toca a mí». No oramos sólo para que vayan otros. Y además oramos con otros, para
que crezca el número de los obreros.
Son enviados «de dos en dos». Las leyes de la época decían que para que un testimonio fuera
válido hacían falta al menos dos personas. Es decir: que van enviados como testigos. Pero también
es que el mensaje que portan es un mensaje de «comunidad» y de «comunión» y los «apóstoles».
Lo decía el Papa Benedicto: «en la evangelización no hay solistas». Y también: "cuando no hay
«comunidad» cristiana que envía, acompaña y acoge... la evangelización es estéril".
Los recursos necesarios son muy sencillos: «ligeros de equipaje», sencillamente, humildemente.
No usaremos los medios habituales de los «lobos» (los poderosos), sino que iremos como
«corderos», «como el Cordero Jesús». Los mensajeros (su estilo de vida, su amistad y comunión
personal y su testimonio conjunto) son el principal mensaje. Somos TESTIGOS.