Que La Unión Pretendida Por El Amor Es Spiritual

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Que la unión pretendida por el amor es spiritual

5 Cant.,1,1
6 Jansenio, obispo de Gante, en su comentario sobre el Evangelio de San Marcos.
7 Act.,IV,32
8 Jn.,XVII, 2.
Hay que advertir, empero, que hay uniones naturales, como las de semejanza, de
consanguini-dad y la unión de la causa con el efecto; y hay otras que, no siendo
naturales,
pueden llamarse vo-luntarias, porque si bien son conformes con la naturaleza, no se
producen sin la intervención de la voluntad, como la unión que nace de los beneficios,
los
cuales, indudablemente, unen al que los recibe y al que los da; la unión que es el fruto
del
trato y de la compañía y otras semejantes. Las uniones voluntarias, son, en efecto,
posteriores al amor, pero, a la vez, causas de éste, por ser su fin y su única pretensión;
de
suerte que, así como el amor tiende a la unión, de la misma manera la unión extiende,
con
frecuencia, y acrecienta el amor.
Pero ¿a qué clase de unión tiende? Es verdad que es el hombre el que ama, y que
ama por la voluntad; pero la voluntad del hombre es espiritual; luego también lo es la
unión que su amor pretende, tanto más, cuanto que el corazón, sede y manantial del
amor,
no sólo no se perfecciona, sino que se envilece cuando se une a las cosas corporales.
Ocurre raras veces que los que saben mucho, saben bien lo que saben; porque la
virtud o la fuerza del entendimiento, cuando se derrama en el conocimiento de muchas
cosas, es menos enérgica y vigorosa que cuando se concentra en la consideración de un
solo objeto. Luego, cuando el alma emplea su virtud afectiva en diversas suertes de
operaciones amorosas, fuerza es que su acción, así dividida, sea menos vigorosa y
perfecta.
Tres son, en nosotros, las clases de operaciones amorosas: las espirituales, las
racionales y las sensuales. Cuando el amor esparce su fuerza por estas tres operaciones
es,
sin duda, más extenso, pero es menos intenso.
¿No vemos cómo el fuego, símbolo del amor, forzado a salir por la única boca del
cañón, produce una explosión prodigiosa, la cual sería mucho más floja si el cañón
poseyese dos o tres aberturas? Siendo, pues, el amor, un acto de nuestra voluntad, el que
quiera tener un amor, no solamente noble y generoso, sino fuerte, vigoroso y activo, ha
de
procurar retener su virtud y su fuerza dentro de los límites de las operaciones
espirituales,
porque, quien quisiera aplicarlo a las operaciones de la par-te sensitiva o sensible de
nuestra alma, debilitaría proporcionalmente las operaciones de la parte inte-lectual, en
las
cuales consiste precisamente la esencia del amor.
Cuando el alma practica el amor sensual, que la coloca en un plano inferior a sí
misma, es im-posible que no afloje otro tanto en el ejercicio del amor superior; de suerte
que tan lejos está el amor verdadero y esencial de ser ayudado y conservado por la
unión
a la cual el amor sensual tiende, que, al contrario, debido a ella, se debilita, se disipa y
perece. Los bueyes de Job araban la tierra; mientras que los asnos inútiles pacían en
torno
de ellos
9
, y comían de los pastos debidos a los bueyes que trabajaban. Acontece, con
frecuencia, que, mientras la parte intelectual de nuestra alma trabaja, con un amor
honesto
y virtuoso, sobre un objeto digno de él, los sentidos y las facultades de la parte inferior
tienden a la unión que les es propia y que les sirve de pasto, aunque la unión no sea
debida más que al corazón y al espíritu, que son los únicos que pueden producir el
verdadero y substancial amor.
El amor intelectual y cordial, que ha de ser el dueño en nuestra alma, rehúsa toda
suerte de uniones sensuales, y se contenta con la simple benevolencia.
El amor puede encontrarse en las uniones de las potencias sensuales mezcladas
con las uniones de las potencias intelectuales, pero de una manera tan excelente como
ocurre cuando los espíritus y los ánimos, separados de todos los afectos corporales y
unidos entre sí, producen el amor puro y espiritual.
El amor es como el fuego, cuyas llamas son tanto más claras y delicadas cuanto
más delicada es la materia, y no se pueden extinguir si no es ahogándolas y cubriéndolas
de tierra. Cuando más ele-vado y espiritual es su sujeto, más vivos, más duraderos y
más
permanentes son sus afectos, hasta el punto de que no es posible arruinar este amor si no
es rebajándolo a las uniones viles y rastreras. Co
9 Job., 1,14
mo dice San Gregorio, entre los placeres espirituales y los corporales, hay esta
diferencia, a saber, que éstos producen el deseo antes de que se posean, y el hastío
cuando
ya se tienen; mas las espirituales causan disgustos cuando no se tienen, y placer cuando
se
alcanzan.
XI Que hay en el alma dos porciones y de qué manera
Tenemos una sola alma, Teótimo, y ésta es indivisible; pero en esta alma hay
diversos grados de perfección, porque es viviente, sensible y racional, y, según son
diversos estos grados, también ella tiene diversidad de propiedades y de inclinaciones,
por
las cuales se siente movida a huir o a unirse con las cosas.
El apetito sensitivo, nos lleva a buscar y a huir de muchas cosas por el
conocimiento sensible que de ellas tenemos; lo mismo que a los animales, los cuales
unos
apetecen una cosa y otros otra, según conocen que es o no conveniente; y en este apetito
reside o de él procede el amor que llamamos sensual o simplemente apetito.
En cuanto somos racionales, tenemos una voluntad que nos inclina en pos del
bien, según lo conocemos o juzgamos como tal por el discurso. Ahora bien, en nuestra
alma, en cuanto es racional, advertimos claramente dos grados de perfección, que el
gran
San Agustín, y con él todos los doctores, ha llamado porciones del alma, una inferior y
otra superior, llamadas así porque la primera discurre y saca sus consecuencias según lo
que percibe y experimenta por los sentidos, y la segunda discurre y saca sus
consecuencias
según el conocimiento intelectual, que no se funda en la experiencia de los sentidos,
sino
en el discernimiento y en el juicio del espíritu; por esta causa, la parte superior se llama
también comúnmente espíritu o parte mental del alma, y la inferior se llama
ordinariamente sentido o sentimiento y razón humana.
Ahora bien, la parte superior puede discurrir según dos clases de luces, a saber,
según la luz natural, como lo hacen todos los filósofos y todos los que discurren
científicamente, o según la luz natural, como lo hacen todos los filósofos y según la luz
sobrenatural, como lo hacen los teólogos y los cristianos, en cuanto fundan sus
discursos
sobre la fe y la palabra de Dios revelada; y todavía de una manera más particular
aquellos
cuyo espíritu es conducido por especiales ilustraciones, inspiraciones y mociones
celestiales, por lo que la porción superior del alma es aquella por la cual nos adherimos
y
nos aplicamos a la obediencia de la ley eterna.
Abraham, según la parte inferior de su alma pronunció aquellas palabras, que
revelan cierta desconfianza, cuando el ángel le anunció que tendría un hijo: ¿Crees tú
que
a un hombre de cien años puede nacerle un hijo?
10
. Pero según la parte superior, creyó en
Dios y le fue imputado a justicia; según la parte inferior, sintióse muy turbado cuando le
fue impuesta la obligación de sacrificar a su hijo Isaac; pero según la parte superior se
resolvió animosamente a sacrificarlo.
También nosotros sentimos todos los días dos voluntades contrarias. Un padre, al
enviar a su hijo a la corte o a los estudios, no deja de llorar al despedirse de él, dando a
entender con ello, que, si bien, según la parte superior, quiere la partida de su hijo, para
su
aprovechamiento en la virtud, con todo, según la parte inferior, le repugna la separación,
y, aunque una hija se case a gusto de su padre y de su madre, les hace, empero, derramar
lágrimas, cuando les pide su bendición, de suerte que, mien-tras la parte superior se
conforma con la separación, la inferior muestra su resistencia. Sin embargo, no se puede
decir que, en el hombre, haya dos almas o dos naturalezas, sino que atraída el alma por
diversos incentivos y movida por diversas razones, parece que está dividida, mientras se
siente movi-da hacia dos extremos opuestos, hasta que, resolviéndose, en uso de su
libertad, toma partido por el uno o por el otro; porque entonces la voluntad, más
poderosa,
vence, y se sobrepone, y sólo deja en el alma un resabio del malestar que esta lucha le
ha
causado, resabio que nosotros llamamos repugnancia.
10 Gen.,XVII,
Es admirable, en este punto, el ejemplo de nuestro Salvador, después de cuya
consideración no cabe ya duda de la distinción entre la parte inferior y la superior de
nuestra alma; porque ¿qué teólogo ignora que fue perfectamente glorioso desde el
primer
instante de su concepción en el seno de la Virgen? Y sin embargo, estuvo sujeto al
mismo
tiempo a las tristezas, a los pesares y a las aflicciones del corazón, y no cabe decir que
sólo padeció en su cuerpo, y en su alma, en cuanto ésta era sensible, o, lo que es lo
mismo, según los sentidos, porque antes de sufrir ningún tormento exterior, y aun antes
de
ver a los verdugos junto a sí, ya dijo que su alma estaba triste hasta la muerte
11
.
En seguida rogó que pasase de Él el cáliz de su pasión, es decir, que se le
dispensase de beberlo, con lo que expresó manifiestamente el querer de la parte inferior
de su alma, la cual, al discurrir sobre los tristes y angustiosos trances de su pasión, que
le
aguardaban, y cuya viva imagen se le re-presentaba en su imaginación, sacó, como
consecuencia muy razonable, el deseo de huir de ellos y de verlos alejados de sí, cosa
que
pidió al Padre.
De donde se desprende claramente que la parte inferior del alma no es lo mismo
que el grado sensitivo de ella, ni la voluntad inferior no es lo mismo que el apetito
sensual; porque ni el apetito sensual, ni el alma, en su grado sensitivo, son capaces de
hacer un ruego o una oración, que son actos de la facultad racional, y particularmente no
son capaces de hablar a Dios, objeto que los sentidos no pueden alcanzar para darlos a
conocer al apetito; pero el mismo Salvador, después de esta actividad de la parte inferior
y
de haber dado testimonio de que, según las consideraciones de la misma, su voluntad se
inclinaba a huir de los dolores y de las penas, dio pruebas de que poseía la parte
superior,
por la cual se adhería absolutamente a la voluntad eterna y a los decretos del Padre
celestial y aceptaba voluntariamente la muerte, a pesar de la repugnancia de la parte
inferior de la razón, y así dijo: Padre mío, que no se haya mi voluntad sino la tuya
12
.
Cuando dice mi voluntad, se refiere a su voluntad según la parte inferior, y,
precisamente
porque dice esto voluntariamente, demuestra que posee una voluntad superior.
XII Que en estas dos porciones del alma hay cuatro diferentes grados de razón
Tres atrios poseía el templo de Salomón: uno era para los gentiles y los extranjeros
que querían recurrir a Dios e iban a adorarle en Jerusalén; el segundo estaba destinado a
los israelitas, hombres y mujeres, porque la separación de sexos en el templo no fue
introducida por Salomón; el tercero era el de los sacerdotes y el de los miembros del
orden levítico; finalmente, además de lo dicho, había el santuario o mansión sagrada, en
la cual solamente podía entrar, una vez al año, el sumo sacerdote. Nuestra razón o,
mejor
dicho, nuestra alma, en cuanto es racional, es el verdadero templo de Dios, el cual reside
en ella de una manera más particular que en otras partes. «Te buscaba fuera de mí, dice
San Agustín, y no te encontraba en ninguna parte, porque estabas en mí».
En este templo místico, también existen tres atrios, que son tres diferentes grados
de razón; en el primero, discurrimos según la experiencia de los sentidos; en el segundo,
discurrimos según las ciencias humanas; en el tercero, discurrimos según la fe; por
último, además de esto, hay también una cierta eminencia o suprema cumbre de la razón
y
facultad espiritual, que no es guiada por la luz del discurso, ni de la razón, sino por una
simple visión del entendimiento y un simple sentimiento de la voluntad, por los cuales
el
espíritu asiente y se somete a la verdad y a la voluntad de Dios.
Ahora bien, esta cumbre o cima de nuestra alma, este lugar eminente de nuestro
espíritu apa-rece sencillamente representado en el santuario o mansión sagrada. Porque:
1. ° En el santuario no había ventanas para iluminarlo; en este grado del espíritu,
no hay discursos que lo ilustren.
11 Mat.,XXVI,38.
12 Luc.,XXII,42.
2. ° En el santuario, toda la luz entraba por la puerta; en este grado del espíritu
nada entra, si no es por la fe, la cual, a manera de rayos, produce la visión y el
sentimiento
de la belleza y bondad del beneplácito de Dios.
3. ° Nadie, fuera del sumo sacerdote, tenía acceso en el santuario. En este lugar del
alma, no tiene entrada el discurso, sino tan sólo el grande, universal y soberano
sentimiento de que la voluntad divina ha de ser absolutamente amada aprobada y
abrazada, no sólo con respecto a todas las cosas en general sino con respecto a cada
cosa
en particular.
4.° El sumo sacerdote, cuando entraba en el santuario, empañaba la luz que
penetraba por la puerta, con los perfumes que esparcía con el incensario, cuyo humo
detenía los rayos de la luz que entraba por la puerta; asimismo, toda la visión que se
produce en la parte más elevada del alma, que-da, en cierta manera, obscurecida por los
renunciamientos y las resignaciones que el alma hace, no queriendo tanto contemplar y
ver la belleza de la verdad y la verdad de la bondad, que le es presenta-da, cuanto
abrazarla y adorarla; de suerte que el alma, en seguida que comienza a ver la dignidad
de
la voluntad de Dios, casi preferiría cerrar los ojos, para poder aceptarla de una manera
más eficaz y perfecta y unirse infinitamente y someterse a ella por una absoluta
complacencia, prescindiendo en adelante de toda consideración acerca de la misma.
Finalmente,
5.°, en el santuario estaba el Arca de la Alianza, en ella, o a lo menos junto a ella,
estaban las tablas de la ley, el maná, en una vasija de oro, y la vara de Aarón, que
florecía
y fructificaba en una noche; y, en esta suprema cumbre del espíritu, se encuentra: la luz
de
la fe, representada por el maná oculto en el vaso, por la cual asentimos a las verdades de
los misterios que no entendemos; la utilidad de la esperanza, representada por la vara
florida y fecunda de Aarón, por la que creemos en las promesas de los bienes que no
vemos; la dulzura de la caridad santísima, representada en los mandamientos de Dios,
que
ella contiene, y por la cual consentimos en la unión de nuestro espíritu con el de Dios,
sin
que casi la sintamos.
Porque, si bien la fe, la esperanza y la caridad dejan sentir sus divinas mociones en
casi todas las facultades del alma, así racionales como sensitivas, sujetándolas
santamente
a su justo dominio, con todo su especial morada, su verdadera y natural mansión, está en
aquella alta cima del alma, des-de la cual como desde una fuente de agua viva, se
derraman por diversos surcos y arroyuelos sobre las partes y facultades interiores.
De suerte, Teótimo, que en la parte superior de la razón hay dos grados, en uno de
los cuales tienen lugar las consideraciones que dependen de la fe y de la luz
sobrenatural,
y, en el otro, los asentimientos de la fe, de la esperanza y de la caridad. El alma de San
Pablo se sintió apremiada por dos deseos: el de ser desligada de su cuerpo, para ir al
cielo
con Jesucristo, y el de quedarse en este mundo, para consagrarse, en él, a la conversión
de
los pueblos. Ambos deseos eran, indudablemente, de la parte superior, porque ambos
procedían de la caridad; pero la resolución de seguir el último no fue efecto del
discurso,
sino de una simple visión y de un simple sentimiento de la voluntad del Maestro, a la
cual
únicamente la parte más encumbrada del espíritu de este gran siervo asintió, con
perjuicio
de todo cuanto el razonamiento podía concluir.
Pero si la fe, la esperanza y la caridad son producidas por este santo asentimiento
en la cima del espíritu, ¿por qué en el grado inferior de la razón se puede hacer las
consideraciones que nacen de la luz de la fe?
Después que las reflexiones y, sobre todo, la gracia de Dios, han persuadido a la
cúspide y su-prema eminencia del espíritu que asienta y que haga el acto de fe a manera
de decreto, no deja, empe-ro, el entendimiento de discurrir de nuevo sobre estafe ya
concebida, para considerar los motivos y las razones de la misma; sin embargo, los
discursos de la teología se hacen en la parte superior del alma, y los asentimientos se
hacen en la cumbre del espíritu. Ahora bien, como quiera que el conocimiento de estos
cuatro diversos grados de la razón es en gran manera necesario para entender todos los
trata-dos de las cosas espirituales, he querido explicarlos ampliamente.
XIII De la diferencia de los amores
1.° El amor puede ser de dos clases; amor de benevolencia y amor de
concupiscencia. El amor de concupiscencia es aquel que tenemos a una cosa por el
provecho que de ella pretendemos sacar; el amor de benevolencia es aquel que tenemos
a
una cosa por el bien de ella misma. Porque ¿qué otra cosa es tener amor de
benevolencia a
una persona, que quererle el bien?
2.° Si la persona a la cual queremos el bien, ya lo posee, entonces le queremos el
bien por el placer y el contento que nos causa el que ya lo posea; y así se forma el amor
de complacencia, el cual no es más que el acto de la voluntad por el cual ésta se une al
placer, al contento y al bien de otro. Pe-ro, si aquel a quien queremos el bien, todavía no
lo posee, entonces se lo deseamos, y, por lo tanto, este amor se llama amor de deseo.
3.° Cuando el amor de benevolencia se ejerce sin correspondencia por parte de la
persona amada, se llama amor de simple benevolencia; cuando existe una mutua
correspondencia, se llama amor de amistad. Ahora bien, la mutua correspondencia
consiste en tres cosas; porque es menester que los amigos se amen, que sepan que se
aman, y que haya entre ellos comunicación, privanza y familiaridad.
4.° Si amamos simplemente al amigo, sin preferirlo a los demás, la amistad es
simple; si le preferimos, entonces la amistad se convierte en dilección, como si
dijéramos
amor de elección; por-que, entre las muchas cosas que amamos, escogemos una para
preferirla.
5.° Cuando con este amor no preferimos mucho un amigo a los demás, se llama
amor de sim-ple dilección; pero cuando, por el contrario, le preferimos grandemente y
en
mucho, entonces esta amistad se llama dilección de excelencia.
6.° Si la preferencia y la estima que profesamos a una persona, aunque sea grande
y sin igual, permite, empero, establecer cierta comparación y guarda cierta proporción
con
las demás preferencias, la amistad se llamará dilección eminente. Pero, si la eminencia
de
esta amistad está fuera de toda proporción y comparación, por encima de toda otra
cualquiera, entonces se llamará dilección incomparable, soberana, supereminente; en
una
palabra, será el amor de caridad, que sólo se debe a Dios. Y, de hecho, en nuestro
mismo
lenguaje, las palabras: caro, caramente, encarecer, representan una cierta estima, un
aprecio, un amor particular; de suerte que, así como la palabra hombre, entre el vulgo se
aplica más particularmente a los varones, como al sexo más excelente, y así como
también la adoración se reserva casi exclusivamente a Dios, como a su principal objeto,
de la misma manera, la palabra caridad se aplica al amor de Dios, como a la suprema y
soberana dilección.
XIV Que la caridad se ha de llamar amor
Dice Orígenes, en cierto pasaje de sus obras
13
, que, según su parecer, la Escritura
divina, con el fin de impedir que la palabra amor fuese ocasión de algún mal
pensamiento
para los espíritus flacos, como más propia para significar una pasión carnal que un
afecto
espiritual, ha empleado en su lugar las palabras caridad y dilección, que son más
honestas.
Al contrario, San Agustín
14
, después de haber considerado mejor el uso de la divina
palabra, demuestra claramente que la palabra amor no es menos sagrada que la palabra
dilección y que una y otra significan, unas veces un afecto santo, y, otras, una pasión
depravada.
Pero la palabra amor representa más fervor, más eficacia y más actividad que la
palabra dilección, de suerte que, entre los latinos, la dilección es muy inferior al amor.
Por
consiguiente, el nombre de amor, como el más excelente, es el que justamente se ha
dado
a la caridad, como el principal y más
13 Homil.,II,inCant.
14 Decivit,l,XIV,c.47.
eminente de todos los amores. Por todas estas razones, y porque pretendo hablar
de los actos de cari-dad más bien que del hábito de la misma he llamado a esta pequeña
obra Tratado del amor a Dios.

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