Capítulo 2. La Crisis Centroamericana
Capítulo 2. La Crisis Centroamericana
Capítulo 2. La Crisis Centroamericana
LA CRISIS CENTROAMERICANA
Cuando concluye la década de los ochenta, resulta difícil encontrar análisis que no
refieran la crisis de estos años, expresada en términos politicomilitares, a una crisis más
amplia, de carácter estructural, que, lejos de solucionarse de forma constructiva y pacífica,
provocó la acumulación de profundas tensiones económicas, sociales y potiticas. Existen,
eso sí, diferentes versiones en cuanto a la vía de traducción de la crisis estructural en
agudo conflicto politicomilitar: desde la~ que sostienen que se trata de una traducción
lógica, basada en el legítimo derecho de los pueblos a la rebelión, cuando están cerradas
la~ vías potiticas democráticas para lograr la satisfacción de las mínimas necesidades de la
mayoria de la población; hasta las que ponen el énfasis en la idea de aprovechamiento de
las tensiones estructurales por parte de quienes quieren subvertir el orden, coaligados con
los intereses de potencias muy distantes de la región.
Pero, en todo caso, existe ya un consenso bastante amplio sobre la idea de que la
presente crisis hay que referirla a ese cuadro critico estructural. Así pues. antes de expo
ner los efectos de la crisis politicomilitar actual, parace útil tratar de describir dicho cua
dro. l.a primera cuestión que se plantea al respecto, es establecer la dinámica constitutiva
de la crisis estructural en un periodo temporal. En este sentido, la referencia ha de ser
obligadamente el reconocimiento de la dirección de esa dinámica, los objetivos que perse
guía y desde cuando se phmteron estos. Es decir, sin desconocer los antecedentes históri
cos, se trata de estudiar esta crisis y su espacio temporal concretos.
Desde esta perspectiva, resulta una evidencia empírica que la mayoria de los análisis
que tratan de explicar las especificidades de la crisis actual se refieren concretamentea la
acumulación de fustraciones que tienen lugar en la región cuando se da el paso de la
Centroamérica rural y simplemente agroexportadora a la región mitad urbana y con apre
ciable industrialización que llega a la década de los ochenta. Una transición que, como se
sabe, no significó -como sucedió en otras regiones de América Latina- la sustitución del
mecanismo agroexportador. sino la adición sobre éste de un proceso de urbanización e
industrialización que cambió las sociedades centroamericanas, aunque arrastrando estructu
ras y formas del pa~ado.
25
dial, aunque se trate de un proceso más amplio, cuyo primer paso se ubique en el impacto
que tuvo la depresión mundial de 1929 sobre la sociedad agroexportadora del momento.
En efecto, desde ese año hasta el repunte del comercio mundial al acabar la guerra mun
dial, se produce un proceso complejo de reestructuración que concluye con el intento más
importante de modernización estructural, económica y política, producido en este siglo y
que presentará diversas formas según cada país, pero manteniendo un contenido básico: la
sustitución de la sociedad oligárquica basada en la agroexportación.
El establecimiento del período desde la postguerra a los años ochenta, tiene una ventaja
en cuanto al análisis de la situación de la mujer en el área: es en este período donde se
van a producir cambios fundamentales en su condición, comenzando por el hecho de que
precisamente en la postguerra es cuando la mujer adquiere plenos derechos ciudadanos.
Para reconocer más claramente este punto de partida, conviene tener alguna idea del
carácter de la sociedad que había existido hasta entonces y que iba a ser sustituida. La
sociedad oligárquica se basaba economicamente en el sistema agroexportador (principal
mente café y banano), de propiedad local o en manos de compañías extranjeras, con una
estructura de tenencia de la tierra, basada en la concentración latifundista, que, hasta los
años cuarenta, tuvo siempreelementos de economía de frontera, es decir la posibilidad de
incorporar nuevas tierras al sistema productivo.
No obstante, en los años treinta ya se había dado una modernización social suficiente
como para que los problemas que originó la depresión mundial de 1929 se tradujeran en
26
crisis sociales y políticas con algún grado de integración local: insurrección campesina de
1932 en El Salvador, acción de Sandino (19271932) en Nicaragua, la gran huelga de los
trabajadores agrícolas de la United Fruit Company de 1934 en Costa Rica.
De esta forma, la rampa económica alcista que llega con la guerra mundial y su final,
coincide con una progresiva acumulación de sectores sociales que convergen hacia la ne
cesidad de abrir las estructuras de la sociedad oligárquica agroexportadora, comenzando
por su sistema sociopolítico. El efecto inmediato de esta alza económica para el negocio
exportador es un desarrollo de sus posibilidades, y así recupera sus niveles de rentabilidad
y aún los supera con nuevas opciones (inicio del boom algodonero). Además, el regreso
y/o el fortalecimiento de los capitales norteamericanos en la región aumentará la producti
vidad del sector. Ahora bien, sobre el aumento de los ingresos por la exportación, se
acelera un fenómeno importante: juntos o por separado, capital nacional y extranjero,
comienzan a orientarse sensiblemente hacia la actividad industrial.
Este intento de apertura política se inició por diversas vías en la región. En un clima
internacional dominado por la derrota de las dictaduras fa'icistas, caen en Centroamérica
las dictaduras procedentes de la crisis de los años treinta en Guatemala (Jorge Ubico,
1944) Y El Salvador (Maximiliano Hernández, 1944); se abren crisis políticas nacionales
en Honduras (1945-1948) Y Nicaragua (secesión de los conservadores liderados por Pedro
Joaquín Chamorro, 1945) y se producen profundos reacomodos políticos, como el surgido
de la guerra civil de 1948 en Costa Rica.
Este impulso renovador apoyado por el clima internacional que se concretó en la cons
titución de las Naciones Unidas, trajo consigo unos discursos políticos fundamentados en
la no discriminación, tampoco por razones de sexo. Este clima provocaría en toda la
región la obtención, entre los años cuarenta y cincuenta, del derecho al voto de la mujer
(aunque se mantuvieran algunas restricciones en dos países, El Salvador y Honduras, que
fueron eliminadas a principios de los años sesenta).
La cuestión es que, también por diferentes caminos, estas aperturas políticas no logra
ron estabilizarse como sistemas en la región (a excepción de Costa Rica), incluso en los
casos en que se afianzaron más y tuvieron mayor duración, como fue el paradigmático
caso de Guatemala. En este país, durante toda una década (1944-1954), avanza un proce
so que parece dar cauce a instituciones de la sociedad modernizada (establecimiento legal
de sindicatos, código de trabajo, etc.) y que incluso va a acabar por encarar la clave que
pone en cuestión la sociedad agroexportadora: la reforma agraria. Como se sabe, la reac
ción conservadora fue más fuerte y pudo asociarse al rápido cambio del clima internacio
nal que se formuló como guerra fría. Así, el Gobierno reformista de Arbenz acabará
cayendo a manos de una intervención militar implementada por Estados Unidos.
El resultado má'i evidente de esta frustración sociopolítica será que el proceso de indus
27
trialización y urbanización continuará aceleradamente, pero sin estar acompañado de un
sistema político que permita integrar socialmente estos cambios. Ciertamente, esto no
debe entenderse como un proceso lineal -ni coetáneo- en toda la región (excepto Costa
Rica), donde la dinámica industrializadora avanzó sin que se produjeran tentativas de aper
tura política (quizá la más importante, la producida en 1972 en El Salvador), pero éstas
fueron aisladas y consecutivamente frustradas, por lo que resulta posible aceptar esa lectu
ra general del período: proceso acelerado de industrialización y urbanización sin integra
ción social y política. Un fenómeno que se retroalimentará: la exclusión de sectores im
portantes de la población del mercado interno, y, concretamente del mercado de trabajo,
provocará permanentemente un conjunto de tensiones que exigirán de un endurecimiento
cada vez mayor de los mecanismos coercitivos del sistema político cerrado.
De esta forma, el fuerte crecimiento económico de Centroamérica -la región más pobres
de América Latina- en los veinticinco años que siguieron a 1950 tendrá un acentuado
carácter paradójico. Una idea de su magnitud la da el crecimiento sostenido del Producto
Interno Bruto (PIB) a una media del 5.3 % (siempre según datos de la CEPAL), superior a
la media latinoamericana y que sobrepasa con creces el incremento notable de la pobla
ción: así en 1970, el PIB por habitante había crecido en un 80 % respecto del de 1950.
En términos absolutos, el PIB de 1976 ($ 8,567 millones) era cuatro veces el PIB de 1950
($ 2,253 millones).
Dicho crecimiento guarda relación con el desarrollo industrial (la participación indus
trial en el PIB creció el 13.3 % en 1960 al 17.9 % en 1970), aunque se basara aún
mayoritariamente en la agroexportación (que decreció del 32.4 % al 26.2 % en las mismas
fechas). En realidad, estos fueron buenos años para la exportación de productos agrícolas
tradicionales y de otros nuevos (algodón, azúcar y carnes, principalmente), que se vió
impulsada por un salto cualitativo en la mecanización, la productividad y el aumento de la
tierra cultivada. Por otra parte, la creación del Mercado Común Centroamericano hizo
que, en la década de los sesenta, el comercio intrarregional se multiplicara por diez, pasan
do de 30 a 300 millones de dólares. En este contexto, se dará el crecimiento lento pero
sostenido de la participación de la mujer en la fuerza del trabajo industrial, al tiempo que
se produce una caida vertical del registro de la actividad económica de la mujer rural.
28
Los problemas sociales generados por este proceso no fueron menores. En primer lu
gar, la mejor explotación del campo y el aumento de la tierra cultivada no significaron una
mayor distribución de tierras, sino, en algunos casos, incluso una concentración aún más
fuerte (los impulsos de reforma agraria, débiles y fluctuantes, se produjeron fundamental
mente como decisiones en el terreno político y social). En todo caso, el elevado creci
miento poblacional en el campo superó con creces la formación de empleo, lo que originó
una emigración forzosa hacia las ciudades: la población urbana era en 1950 el 30 % de la
total y en 1975 ya era el 40 % (promedio regional). Como se sabe, este movimiento
migratorio fue mayor en las mujeres que en los hombres, entre otras razones porque las
mujeres jóvenes vieron cómo la contracción del mercado de trabajo agrícola expulsaba
mayoritariamente a las mujeres de este mercado (quedando tendencialmente en el campo
las mujeres adultas campesinas, cuyo trabajo agrlcola se confundia progresivamente con
los quehaceres domésticos, cuando no se ocupaban en trabajo estacional, y se hacía nota
blemente invisible).
Sin embargo, este movimiento migratorio no pudo ser absorbido en la ciudad por el
sector industrial, ni en general por el aparato productivo mbano. En suma, se producirla
en este perlodo el siguiente cuadro: un crecimiento acelerado del PIE (5.3 % promedio
anual) y de la industria (8.4 %), muy por encima del importante crecimiento de la pobla
ción (3.2 %), pero que sólo será capaz de producir un incremento de la Población Econo
micamente Activa (PEA) del 2.4 %, lo que muestra una brecha excesiva entre crecimiento
económico y ampliación de mercado de trabajo, como para ser interpretada simplemente
por factores positivos (más escolarización, mejoras de las posibilidades de retiro, etc.),
sino que está apuntando a la marginación de sectores de la población del mercado formal
del trabajo, que se acumulan progresivamente en la periferia de las ciudades. Dicho de
otra forma, el notable crecimiento de la ocupación industrial ha de entenderse como aquel
que se produce en una región donde la industrialización era muy incipiente (presentando
además un carácter tendencialrnente intensivo), lo que significa incapacidad de absorción
de los volúmenes de población crecientes. Puede afirmarse, por tanto, que la mejora técni
ca en el agro y el proceso de industrialización insuficiente, provocaron un fortalecimiento
de la informalidad y de la tercerización ocupacional, que acogió abrumadoramente a las
mujeres que buscaban empleo.
La cuestión es que todo ello guardó relación con una conclusión grave en términos
políticos. La idea de que el crecimiento del PIE por habitante es sólo una operación
matemática que guarda poco que ver con la realidad, se mostró descamadamente en los
años del crecimiento centroamericano: los estudios muestran cómo, al tiempo que crecía
el PIE por habitante, aumentaba la brecha del reparto de la riqueza (el 5 % más rico creció
a una tasa quince veces mayor que la tasa del 50 % más pobre) y, en términos globales, la
CEPAL estimaba que en 1976 el 65.2 % de la población centroamericana se encontraba en
estado de pobreza, con un 42 % de extrema pobreza. Incluso es interesante ver cómo esta
paradoja aumenta examinando país por país: excepto Costa Rica, que tiene una mayor
congruencia entre PIE por habitante e índice de pobreza (sólo un 24 %), sucede que el
país con un PIB por habitante más alto, Guatemala, tiene el mayor índice de pobreza
(79.0 %, con 52 % de extrema pobreza) y el país con un PIE por habitante más bajo,
Honduras, tiene el índice de pobreza menor (60.9 %, con una extrema pobrreza del
40.9 %). Algo que parece fortalecer la idea de que a mayor crecimiento industrial hubo
más riqueza en los sectores dinámicos de la economía, pero se mantuvo a amplios sectores
29
de la población en la pobreza o fueron conducidos hacia una marginalidad cada vez más
numerosa.
En todo caso, este crecimiento económico, rápido en términos comparados pero depen
diente y no integrador, fue acompañado por sistemas políticos cerrados que trataron de
resolver los problemas creados por el modelo de crecimiento a través de la coerción y la
eliminación -física en muchos casos- de opciones alternativas. En este contexto, tuvo
lugar el influjo del discurso político norteamericano, primero en su fórmula de Alianza
para el Progreso y después, con la Administración republicana (hasta 1976) en su versión
menos reformista. A continuación se examinará la importancia de este factor extrarregio
nal, pero es importante constatar que este influjo ideológico tuvo efectos pertinentes -nega
tivos y positivos- en el caso de la mujer, puesto que fortaleció en el sistema de valores el
modelo de la familia nuclear moderna, al tiempo que actuó sobre los parámetros de fecun
didad. La cuestión es que eso sólo tuvo una influencia mas o menos armónica en el caso
del país que tenía condiciones socioeconómicas y políticas más tolerables, Costa Rica,
contribuyendo así a la modernización familiar (la fecundidad en ese país se redujo drasti
camente en el período, pasando de los 6 hijos promedio por mujer en edad fértil de 1950 a
los 3.5 de 1980).
En cuanto al primer factor, es posible afirmar que Centroamérica sufre de los proble
mas clásicos de las relaciones Norte-Sur (deterioro de los términos de intercambio, indus
trialización hacia dentro no competitiva y sin control nacional, debilidad en las relaciones
financieras mundiales, etc.), dentro de los parámetros generales del contexto latinoamerica
no, pero con especificidades que identifican netamente a este área.
30
Naturalmente, un hecho que aumenta la dependencia estratégica del área es que las
relaciones comerciales se realicen en gran medida con un determinado país, Estados Uni
dos, cuyos capitales fueron parte del relanzamiento de la agroexportación y de la industria
lización en cuanto a la mediana y gran empresa. Tal dependencia económica no dejó de
suponer importantes recortes en los espacios de maniobra de los gobiernos locales frente a
la Administración norteamericana.
Sobre estos factores se van a agregar los problemas financieros que afectan a toda
América Latina. Durante los años cincuenta y sesenta los paises centroamericanos contra
jeron una deuda externa relativamente manejable, causada en especial por los desbalances
provocados por el crecimiento industrial. Pero este problema se fue desbordando en los
años setenta, agudizado por los desequilibrios externos de la crisis mundial y los cambios
en las condiciones del mercado financiero internacional, hasta convertirse, como se sabe,
en uno de los principales factores de vulnerabilidad externa de la región.
Tales efectos han pasado por distintas fases históricas, pero en términos globales es
evidente que, conforme se desarrolla el Administración norteamericana, esta va percibien
do a Centroamerica a partir de dos supuestos geoestrátegicos: a) entendimiento de la re
gión como el bajo vientre ("soft underbelly" de Haig) del gigante norteamericano, y b)
comprensión, especialmente en términos de seguridad, del área como un conjunto mas
amplio, la Cuenca del Caribe, que abarca Centroamérica, Panamá y el Caribe propiamente
dicho.
31
La etapa que se inicia con el fin de la Guerra Mundial parece llegar marcada por la
aceptación latinoamericana de una hegemonía estadounidense, dentro de un cierto equili
brio, que se concretará en la firma de la alianza militar en 1947, el Tratado Interamericano
de Asistencia Reciproca (TIAR) y la estructuración de la Organización de Estados Ameri
canos (OEA). Sin embargo, en esta fase es cuando Estados Unidos va a enfrentar las
mayores sorpresas. Es cierto que con el establecimiento de la era nuclear los parámetros
de seguridad van a acabar sufriendo un cambio irreversible, donde los flancos geográficos
pierden la extrema importancia que tenian anteriormente (pronto el mayor flanco sera el
cielo abierto), pero ello no significará que dichos flancos dejen de ser percibidos como
tales. Por esa razón no puede resultar extraño que unos Estados Unidos en medio de la
guerra fria, perciban los intentos reformistas que tienen lugar en la región durante los
cincuenta como torbellinos desestabilizadores a los que hay que poner límites. De esta
forma, sera una int~rvención norteamericana la que ponga final, como vimos, a la expe
riencia reformista mas intensa: el gobierno guatemalteco de Arbenz (1954).
Por un lado, los Estados Unidos se movían entre el apoyo a las aperturas democráticas
y la rotunda decisión -en términos de seguridad- de impedir cualquier otra Cuba en la
región. Ello supuso en los hechos, aceptar la necesidad de obtener aliados seguros contra
las guerrillas de corte castrista, independientemente de si tales aliados eran dictadores típi
cos (Somoza, por ejemplo) o incluso se hacía necesaria la intervención directa, como se
puso de manifiesto en la República Dominicana el año de 1975.
Por otro lado, los movimiento revolucionarios armados que han ido surgiendo en la
32
región, nacieron de fonna autóctona, pero siempre confiando en el apoyo logístico y estra
tégico que podían obtener de Cuba. Y lo cierto es que, pasando por fases de alza y baja,
Cuba ha prestado su solidaridad de fonnas diferentes. Es un hecho conocido y aceptado
que los insurgentes, además de usar armas que arrebatan a los ejércitos con los que se
enfrentan, se proveen de armamento procedente de los países del este de Europa y de sus
aliados en el sudeste asiático.
El hecho de que las detenninaciones fundamentales de orden externo que pesan sobre
la región sean las tres que se han visto, no significa en absoluto que los factores extrarre
gionales se agoten en ella'>. Al menos pueden mencionarse otros tres de importancia:
América Latina, Europa y Japón.
América Latina en su conjunto, pero especialmente los paises medianos que circundan
el área, no podían dejar de ser afectados por la crisis centroamericana. De hecho, la
primera respuesta má'> articulada a la profundización de la crisis, Contadora, procederá no
por casualidad de los mencionados paises limítrofes.
,. f'~O
F'IJ.......• v -.6""
i" I·n.~·"~
.u.
A
33
2.3. EL ESTALLIDO DE LA CRISIS POLITICOMILITAR (1975-1979)
En la segunda mitad de los años setenta, la crisis centroamericana toma un giro decisi
vo: los primeros síntomas de la crisis económica coinciden -excepto en Costa Rica- con
una grave agudización del cierre de los sistemas políticos y de la violencia política institu
cionalizada. Es cierto que la inflación que provocó en la región el shock petrolero mun
dial no significó de inmediato una crisis económica regional, en otras razones porque los
Gobiernos centroamericanos -como casi todos los latinoamericanos- acudieron al endeuda
miento externo sin pensarlo demasiado. Pero también es cierto que la inflación fue trasla
dada rapidamente al conjunto de las capas más pobres (subida del precio del maíz) y que,
en todo caso, excepto el repunte de 1977, el crecimiento del PIB por habitante empezó a
debilitarse.
Conforme avanzaba la segunda mitad de los setenta, la respuesta creciente a este des
contento fue la represión generalizada. Empezar a contar los muertos y desaparecidos por
decenas de miles no dejó mucho más salidas a diferentes sectores políticos, de la izquierda
marxista al centro democristiano, que la respuesta armada. Lo cierto es que las organiza
ciones guerrilleras surgidas en los sesenta crecieron apreciablemente y nacieron otras nue
vas. Estas fuerzas lograron en dos país, Nicaragua y El Salvador, establecer crisis genera
les que paralizaron amplios sectores de la vida nacional; produciéndose incluso coyunturas
recesivas: el PIB por habitante decreció en Nicaragua durante 1978 (- 10.7 %) y al año
siguiente sucedía lo mismo (- 4.6 %) en El Salvador.
Las acciones represivas, bien si se hacían directamente dentro o fuera de las fuerzas
militares regulares, formaban parte fundamental de la guerra de contrainsurgencia -y así se
justificaban- llevada adelante por los Ejércitos en los distintos países centroamericanos.
Como se sabe, las Fuerzas Armadas fueron el apoyo sobre el que se establecieron los
cierres del sistema político, desde que se fustró la tentativa reformista de los cuarenta y
cincuenta, independientemente de si la dictadura tenía o no un corte estrictamente militar.
En esa guerra contraínsurgente, el apoyo norteamericano dotó a los ejércitos no sólo de
una doctrina de la seguridad nacional basada en la lucha contra el enemigo interno, sino de
apoyo financiero, entrenamiento, material y estructura logística (todo esto último se hizo
masivo desde 1979). No obstante, este apoyo norteamericano no significó, como erronea
mente se ha pensado, disolver completamente el marcado carácter corporativo de los ejér
citos que les permite un grado importante de autonomía. De esta forma, las Fuerzas Ar
madas con menor grando de disfuncionalidad (bien porque sufren menos del fenómeno de
cantonalismo que produce "señores de la guerra", o bien porque están menos afectados por
34
procesos de corrupción) pueden incluso enfrentar la guerrilla en medio de fricciones con
los Estados Unidos, si llegan a darse situaciones de conflicto de intereses, como sucedió
con el ejército guatemalteco con oportunidad del contencioso sobre Belize.
Con el estallido de esta crisis politicomilitar, acababa una década que había comenzado
con un signo mucho más esperanzador. Puede afirmarse que uno de los quinquenios de
mayor desarrollo económico en el área fue el primero de esa década, cuando se producía
también en algunos paises intentos importantes de apertura política, el más claro en El
Salvador (972). Esta primera mitad de los años setenta tuvo una importancia significati
va para las mujeres centroamericanas. Su participación económica creció mucho más cla
ramente que durante los años sesenta y sus condiciones de vida mejoraron apreciablemen
te, aunque todavía se mantuvieran entre los niveles má'> bajos de América Latina. Pero, el
fenómeno más importante estuvo referido al plano de la educación: desde finales de los
años sesenta se inició una aceleración en la participaci6n de las mujeres en todos los
niveles educativos y, especialmente, en la secundaria y los estudios universitarios. El he
cho de que la crisis económica se postergara hasta los años ochenta, hizo que estos desa
rrollos en el caso de la mujer continuaran teniendo lugar hasta el estallido de la crisis
politicomilitar y la crisis económica generalizada de la siguiente década. No obstante, la
participación de la mujer respecto del hombre todavia era debil, sobre todo en el plano de
la'> organizaciones políticas, lo que supuso que el protagonismo en el estallido de la crisis
politicomilitar fuera abrumadorarnente masculino. Dicho de otra forma, dado que la parti
cipación general de la mujer a fines de los años setenta habia crecido notablemente, su
participación política en dicha crisis fue notablemente mayor de la que había sido en
décadas anteriores, pero en relaci6n con el hombre, todavia fue fuertemente minoritario.
Otra cosa es que la mujer hubiera de soportar las crisis y sus consecuencias, así como la
respuesta por sobrevivirla, como se evidenciará en los capítulos siguientes.
35
2.4. LA CRISIS DE LOS OCHENTA (1980-1989).
Con la llegada de los años ochenta, se instala en Centroamérica una crisis que, por su
mismo desarrollo, hace que surjan dos dinámicas opuestas: la tendencia a la profundiza
ción de la confrontación militar a escala regional, ó la búsqueda de una solución política
negociada tambien de dimensión regional. Ambas dinámicas se desarrollan en el plano
político preferentemente, pero se imbrican con la crisis económica generalizada que venia
postergandose desde la segunda mitad de los setenta. Ciertamente, la crisis politicomilitar
y la depresión económica se alimentan mutuamente, pero la interrelación no será la misma
en ambos sentidos: mientras es dificil esperar que una mejoría en la crisis económica
resuelva ya la confrontación militar (de hecho, la tregua lograda en Nicaragua se ha man
tenido en el plano politicomilitar y justo cuando se aceleraba la crisis económica en ese
país), sin embargo, una pacificación en la región sí es condición indispensable para una
mejoría de la recesión economica a mediano plazo (naturalmente, en los paises que no
sufren profundamente de un conflicto armado podrá manifestarse una mejoria de la crisis
económica, como ha sucedido en Costa Rica en la segunda mitad de los ochenta, pero eso
no cambia el pronóstico en el ámbito regional).
En todo caso, el inicio de la década sera dificil para todos los paises de la región:
comenzando un poco antes o despues, los cinco paises sincronizan un brusco frenazo en
1981-1982, presentando todos cifras negativas del crecimiento del PIB. Como sucede que
el crecimiento poblacional no tiene oscilaciones de ese caracter, el retroceso del PIB supo
ne que el PIB por habitante simplemente dé un salto al pasado: siempre segun datos de la
CEPAL, los casos mas graves, Nicaragua y El Salvador, regresan a valores obtenidos
veinte años atrás (1963 y 1964 respectivamente); Guatemala y Costa Rica regresan una
década (1975), y Hondura., regresa a los valores presentados inmediatamente antes de la
crisis (1977).
Por otra parte, los factores financieros se hacen cada vez más negativos. Paralelamente
a la caida de la inversión directa privada extranjera (que pasa de 218.2 millones de dólares
en 1978 a 179.5 millones de dólares en 19R3) entra en escena la espiral de la deuda
externa y el salto de la., tasas de interés internacionales. La deuda crece en el período
1978-1983 un 17.7 %, ha.,ta llegar a ser un 71.4 del PIB centroamericano. Sólo los servi
cios de la deuda alcanzan el 25.6 % del valor de las exportaciones totales. Los coeficien
tes de inversión interna marcan su caida generalizada, acompañados por una importante
fuga de capitales, que se calcula de unos 3.725 millones de dólares entre 1977 y 1984. lo
que significa un 31 % del total del incremento de la deuda externa desembolzada durante
36
ese mismo período (se calcula que un 60 % de esa fuga se establece en depósitos banca
rios norteamericanos). Esto se produce mientras tiene lugar un aumento notable del déficit
fiscal. En el ámbito industrial, como fenómeno generalizado en América Latina, se produ
ce durante los ochenta una desindustrialización que afecta a los índices de participación de
este sector en el PIB, a pesar de que continua adelante la tendencia a que la agricultura
disminuya su participación.
37
tad de las mujeres (por necesidad o vocaci6n) de acudir a éste. Esa situaci6n fue diferente
en El Salvador y Nicaragua, donde la guerra absorvi6 una cantidad apreciable de hombres
en edad de trabajar (bien como parte de los ejércitos regulares o de los insurgentes), y el
crecimiento de la participaci6n femenina continu6 creciendo, aunque no de una forma
general y sin problemas, puesto que la crisis econ6mica también signific6 disfunciones en
el empleo, como se verá en los capítulos correspondientes.
El mantenimiento del otro carril por parte de la Administraci6n Reagan, apoyo a las
democracias posibles, tendrá pronto un éxito parcialmente envenenado. Porque el estable
cimiento de gobiernos electos mediante comicios mÍIÚmamente reconocibles en los tres
paises bajo dictadura., militares, podrá resultar a corto plazo una acci6n exitosa contra la
in.,urgencia, pero la misma legitimidad necesaria exigirá cada vez mayores márgenes de
autonomía. Las democracias con deseo de legitimación acabarán apoyando una soluci6n
política negociada para la crisis, algo que, al cabo de los años, tendrá sus frutos en un plan
de paz centroamericano, Esquipulas n, que excluirá explicitamente el roll-back sobre Ni
caragua, a cuyo Gobierno legitimará a nivel regional y terminará por ser el principal obstá
culo para el mantenimiento de las fuerzas irregulares.
38
con la victoria de la Democracia Cristiana y José Napoleón Duarte. Ese mismo año
(1984) tienen lugar las elecciones a Constituyente en Guatemala y a fines del año siguien
te, las presidenciales que tamabién entregan el triunfo a la Democracia Cristiana con Vini
cio Cerezo. Por otra parte, se desarrolla nonnalmente la vida representativa en Costa
Rica, cuyas elecciones en 1982 dan la victoria a Liberación Nacional con Luis Alberto
Monge y en 1986 confinnan ese mismo partido con Oscar Arias como presidente. Tam
bién en Nicaragua serán realizadas elecciones generales en 1986, que darán la victoria al
Frente Sandinista y harán presidente a Daniel Ortega.
Excepto en el caso de Costa Rica, estos procesos electorales no hacen sino iniciar la
transición democrática y hasta que no se produzca el asentamiento de los poderes públicos
civiles, no se podrá hablar de una consolidación democrática estable. Es cierto que los
procesos electorales abiertos se hacen en condiciones que distan de ser óptimas, pero in
cluso en los casos más controvertidos por el hecho de la guerra, El Salvador y Nicaragua,
los observadores internacionales, tanto de fuerzas políticas reconocidas en Occidente como
de organismos internacionales, han avalado la credibilidad mínima de los comicios. Algo
que reconocerán los propios gobiernos centroamericanos a nivel regional, cuando se otor
guen reciprocamente legitimidad con la finna de Esquipulas n.
Ahora bien, esta suerte de equilibrio militar inestable tuvo al menos un resultado efecti
vo: aumentar el crecimiento de la militarización en el área. Cualquier cálculo conserva
dor del salto en el volumen de fuerzas y armamentos entre 1979 y 1985 habla de un
cambio espectacular. Según el "Military Balance", el incremento de efectivos militares, en
números regionales globales, simplemente se multiplicó por seis. Nicaragua y El Salvador
fueron las locomotoras de ese brutal incremento (crecieron en un 870 % y un 717 %,
respectivamente), pero los otros tres paises también sufrieron del tirón (Guatemala en un
360 %, Honduras en un 160 % y las fuerzas de seguridad de Costa Rica en un 396 %). En
1985, el mosaico militar de la región estaba fonnado por un amplio conjunto de fuerzas:
las fuerzas de los ejércitos regulares (61.800 en Nicaragua, sobre 51.000 en Guatemala y
El Salvador, 23.000 en Honduras); las fuerzas paramilitares y/o de seguridad (11.600 en
Guatemala, 9.500 en El Salvador y 19.800 regulares de seguridad en Costa Rica); milicias
populares y de Defensa Civil (entre 30.000 y 60.000 en Nicaragua y 500.000 en Guatema
39
la); fuerzas insurgentes annadas (15.000 "contras" que operaban contra Nicaragua, 10.000
del FMLN en El Salvador); efectivos regulares norteamericanos en el área (21.940 según
cifras oficiales para Centroamérica, Panamá y el Caribe); y efectivos regulares cubanos en
Nicaragua (200 según cifras oficiales, 3.000 según Estados Unidos). Incluso hay paises
que reunen en su territorio varios elementos de este mosaico, como es el caso de Honduras
(ejército regular, ejército norteamericano, fuerzas antisandinistas annadas).
40