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LUIS GUILLERMO LUMBRERAS
ESBOZO DE UNA CRITICA DE LA RAZÓN COLONIAL
El Perú ha llegado, a este final del siglo XX, con una crisis acumulada, cuyo signo más característico es el deterioro de todas las instancias de relación entre las gentes. Hay una visible quiebra entre el país formal y el país real, de modo que lo que se dice no es lo que tiene que hacerse y lo que se hace no tiene que sujetarse a ningún otro juicio que el de las circunstancias y sus actores. Esta situación cruza todas las instituciones e implica a todas las personas. Dicho de otro modo, no existen reglas de juego establecidas y las que existen no están sujetas a obediencia necesaria. El que quiera definir el Perú finisecular, deberá decir que asistimos a una grave crisis económica que ha provocado el colapso de la producción y la reducción del consumo a niveles que que están por debajo de la supervivencia, en la mayor parte de la población; deberá reconocer que asistimos a una 'aguda crisis del sistema jurídico- político, que no solo demuestra ineptitud gerencial y exceso burocrático sino incoherencia entre sus principios rectores y el ejercicio de sus atribuciones. Tendrá que precisar que vivimos en un estado de guerra intema no-convencional, que se nutre en igual forma de la violencia de los insurrectos como del terrorismo de estado; tendrá que decir que nunca hubo en nuestra historia tantos muertos por causas políticas como los que se han venido dando en la década del 80. Tendrá que señalar que la coima es pauta normal de relación entre los servicios estatales y los usuarios civiles, en todos los niveles, a tal punto que su carencia se señala como extraordinaria y digna de premiación. Que se ha roto el principio de autoridad, que se ha debilitado el sentimiento de solidaridad; que no hay seguridad, que los derechos se reconocen de modo selectivo y arbitrario... Este desajuste no es, por cierto, totalmente nuevo; es parte de un proceso largo que ha ido definiendo los términos de referencia de las relaciones sociales en el Perú. Sus signos y alcances, hoy sin embargo, sí son nuevos y le dan a la crisis el carácter de gravedad que tiene. El resultado es la desconfianza generalizada, por un lado, y la violencia como forma de establecer reglas de juego que suplan las que aun existiendo no funcionan. La descomposición del sistema, al cubrir todos los espacios, ha hecho carne en la conciencia crítica, de modo que aparece como un problema muy definido del presente, al que se atribuyen sus aristas y malestares. Los menos perspicaces salen por el atajo de los yerros del gobierno aprista que termina con la década. lo que permite pensar que se podrá corregir yerros con una nueva administración; sus prójimos explican las ocurrencias a partir del alzamiento armado de Abimael Guzmán y hay quienes ensayan una patética reflexión causal en tomo al gobierno del general Velasco Alvarado. Es como si antes del gobierno aprista, o antes de 1980 o de 1968, en el Perú' todos hubiéramos vivido en armonía y excelentes condiciones y que la solución reside en matar a Abimael Guzmán y sus seguidores o en desbaratar a cualquier cosa que aún sobreviva de las reformas velasquistas.... No 'cabe duda que estos puntos de nuestra historia reciente tuvieron un papel destacado en la agudización de la crisis. La administración aprista ha sido desastrosa, con culpas y exculpaciones de rango más bien anecdótico; la presencia de Sendero Luminoso, en la vida nacional, opacó el ostentoso proyecto de restauración oligárquica, cambiando el rumbo de las preocupaciones hacia la solución de los problemas de la violencia que se enseñorea en el país; el gobierno de Velasco apareció como respuesta a los alzamientos populares de la década del 60, conduciendo un programa de reformas que permitieran resolver las demandas de cambio que habían llevado ya a un pronunciamiento armado de sectores insurrectos y a una creciente movilización de campesinos y trabajadores urbanos. Frente al alzamiento guerrillero -que incluía reclamos sobre el derecho a la propiedad- se propuso un programa de reforma agraria teóricamente modernizante y orientado al cooperativismo; el alzamiento de las capas nacionalistas que habían formado el "Frente de Defensa del Petróleo" fue respondido con la nacionalización de la International Petroleum Co. y las evidentes malformaciones del acceso al crédito y a la información fueron respondidas con intervenciones en el sector financiero y en la propiedad de los medios masivos de comunicación. La debilidad de las reformas, cuyos defectos de operación fueron además muy fuertes, se expresó en la facilidad como la contrarreforma (1975-85) desbarató las pocas conquistas populares obtenidas, restaurando. Con defectos agregados -el viejo régimen, cuyas deficiencias más sensibles se había intentado corregir. Es así como quedó un estado sobredimensionado en la forma y el ámbito de sus injerencias, frente a una sociedad civil que se proponía un modelo neoliberal. Esto desencadenó la ruptura de las ligazones formales entre las instituciones y las gentes; la legalidad se convirtió en traba de las expectativas liberales e indujo a la "informalidad" de las transacciones, que es una especie de "lockout" contra el estado al negarle el acceso a las rentas derivadas del trámite económico. Por eso, la informalidad se convirtió ella misma en un modelo y el estado se quedó con un costoso excedente burocrático, inservible e indeseable. Podría pues decirse que en efecto la descomposición comenzó a Partir. Del pronunciamiento velasquita o si se quiere de la etapa de restauración proologarquia que le sucedió, pero ocurre que el uno y el otro son consecuencia, a su vez, de antecedentes traumáticos en la historia del Perú. La contrarreforma posvelasquista aposto por el retomo al proyecto republicano tradicional, manejado con las viejas reglas de juego, que habían sido repudiadas desde las décadas del 20 y 30, no solo en el nivel critico que dio lugar a las reflexiones de Mariátegui, Haya o Basadre, sino en el terreno mismo cie las organizaciones y las luchas del pueblo. En esas dos décadas se dio inicio a la formación de un espacio político popular, constituido- por una clase obrera incipiente y un campesinado muy vario, con intervención de una igualmente novata clase media urbana. Pero ese espacio político se creó en el marco de una reorganización de la república dentro de un modelo diseñado y sus- tentado por una capa, de terratenientes- exportadores que no tenían otra opción de vida que la asociación oligárquica, debido a la necesidad de implantar formas de producción capitalistas que evidentemente en- traban en conflicto con sus tradicionales mecanismos de sustento. Ese es el país que en la década del 60 se trataba de cambiar. Es el que la contrarreforma de los setentas intentaba restaurar No era un país democrático o progresista, sino todo lo contrario. La democracia estaba restringida a la participación de las gentes en los procesos electorales, sin ninguna opción de intervenir en las decisiones de soberanía; además, los períodos democráticos nunca fueron consecutivos ni estables, pues cada vez que el ascenso popular -en democracia- ponía en peligro los intereses del proyecto oligárquico, se cambiaban las reglas de juego y aparecían los militares para procederá restaurar las debilitadas consignas del "orden establecido". Es lo que pretendían los restauradores de la década del 75 al 85, solo que en ese tiempo no contaron con una clase obrera fogueada en varias décadas de lucha, un -campesinado organizado y liberado de servidumbres deteriorantes y una clase media proletarizada y ávida de poder. Una restauración en tales condiciones no puede ser otra cosa que gemi en de conflictos generalizados. Pero todo este proceso político tiene un signo adicional, que cruza las marchas y contramarchas de la república oligárquica que remplazó a la minúscula república aristocrática que se propuso remplazar a su vez al régimen virreinal, luego de los folklóricos inicios del proyecto republicano es que, a lo largo de este tiempo, es decir antes de Velasco, mucho antes de las guerrillas del 60, antes de Leguía y la formación del Perú moderno, antes aún de que González Prada estigmatizara a la república como un engendro inoperante, los conflictos centrales eran los mismos que ahora apreciamos con espanto en toda su desnudez. No son las mismas gentes que iniciaron la república; los criollos de hace cien, años fueron cediendo espacio a los inmigrantes italianos, ingleses y de otras partes, con quienes organizaron su propuesta alianza oligárquica, luego de abandonar sus pretensiones aristocráticas solipsistas. El desarrollo capitalista en expansión llegó con ellos y trajeron consigo la noción de modernidad, que es desde entonces el objetivo central de todas nuestras preocupaciones. El proyecto consiste en convertir el Perú en un país que disponga de los beneficios del desarrollo industrial que ha puesto a Europa y los Estados Unidos norteamericanos en la punta del éxito. Dicho de otro modo, debemos ser como ellos o al menos parecemos; en la medida en que esto se logre, seremos más "modernos" y menos atrasados en la medida en que no alcancemos tal condición paradigmática. Eso incluye consumo de tecnología diversa, que ellos producen; consumo de productos iguales o similares a los que ellos consumen y producen; y, por tanto, adhesión a todas sus formas de vida, que en nuestros días se fija más claramente en la noción de "american way of life". Aparentemente todos estamos de acuerdo con tal noción de modernidad, imitando con licencias y desigual éxito al modelo occidental. Nadie duda que es un gran avance hacer carreteras para movilizar los recursos hacia el mercado, que es el núcleo económico de este paradigma; tampoco se duda que son grandes avances los que nacen del uso de maquinaria en la producción agrícola. Es absurdo suponer que la instalación de ensambladuras de automotores o computadoras no son signo de desarrollo en el campo industrial. Lo son también la instalación de ascensores en los altos edificios que a imagen de los neoyorkinos construimos en nuestras principales ciudades; así como lo es la disponibilidad de televisores y acceso a los satélites para tener comunicación supermodema con el exterior. La informática y la física nuclear deben ser parte de nuestro conocimiento y sin duda debemos ser partícipes de todos los avances de la ciencia, aunque todo, eso nos llegue de fuera y nosotros seamos solamente usuarios. Este signo de nuestro tiempo comenzó a fines del siglo pasado, sus- tentado en una matriz colonial que lo prohijó con beneplácito. De ahí que todo comenzó al revés; es decir que nació adulto, más bien tras- plantado que engendrado. Lo primero fue la banca, o sea el sistema financiero antes que el desarrollo industrial o la generación de algún tipo de mercado interno. En la medida en que así ingresamos a las relaciones capitalistas internacionales, nuestro cupo del progreso consistió en producir insumos para la exportación - que luego bautizamos como "tradicional"- a objeto de beneficiamos con el consumo de los productos y la tecnología "de punta” importados. De esa manera organizamos nuestra producción en función del mercado externo y no de las necesidades de consumo nuestras, El éxito de nuestra economía consiste en disponer de recursos para exportar y no para consumir o producir, así fue con el guano y el salitre así con el petróleo y sus derivados, con los minerales, así con la pesca y la harina pescado, así con cualquier cosa que permita ingresar divisas para importar lo queremos consumir. Por esa causa, tenemos igualmente una estructura de clases sociales nacidas de vientre externo, que nacieron adultas y con dientes y uñas consolidadas, consiste atentamente asociadas a este régimen de relaciones económicas. Nuestra burguesía no es ni se siente nativa; sus relaciones con el país son relaciones de propiedad pero no de pertenencia. Se reclama extranjera, aunque exige derecho territorial y tiene razón, pues en ello va su vida y existencia. Nuestro proletariado industrial no tiene una identidad nacional y se proclama internacional por el carácter de su clase y de su fuente de vida. Solo los campesinos más atrasados y las capas medias de origen rural, con algunos sectores del proletariado, asumen una condición nativa que nace de sus formas concretas de existencia, que usualmente tienen dificultades para insertarse en el proyecto de modernidad que proclama el sistema. Ellos reclaman un proyecto nacional, aunque no siempre sepan cómo debe ser, porque el estigma colonial de la modernidad importada también envuelve sus conciencias. Este es el punto de conflagración crítica del país: la incapacidad manifiesta de producir nuestro propio sustento y la consecuente alienación, de nuestra existencia, ¡a la oferta y la demanda del exterior. La secuela es la racionalidad colonial de nuestros actos y compromisos y la pauperización estructural por agotamiento de la oferta exportadora y saturación de la demanda $e productos que cada vez son menos nuestros. La razón colonial decide nuestro destino y en ella radica la fuente de donde brotan los conflictos más graves del país. En ella se nutre el racismo, que es el manto ideológico que esconde las relaciones coloniales de producción; de ella emanan los programas económicos y el "orden establecido"; es la razón de la fuerza y el poder de las instituciones republicanas, no importando cuan divorciadas estén de la realidad y cuánto la agredan. La razón colonial se comenzó a foijar -desde luego- en la etapa colonial de nuestra historia. Primero fue sustento del poder español, que legitimaba su dominio en la superioridad de su cultura y sus armas. Para tal fin, sus ideólogos se volvieron expertos demostradores del pasado precolonial, proponiendo explicaciones racistas sobre la inferioridad de nuestros recursos y desarrollando esquemas lineales de la historia donde ellos quedaban en la cima de la evolución y nosotros en los escalones iniciales de un largo esquema nos correspondía el esca- ño de su sociedad prehistórica lejana en el tiempo y en el dominio del hombre sobre sus condiciones materiales de existencia. ¡No teníamos religión, éramos idólatras y hay quienes sostenían que éramos hijos de Caín o pasmados sobrevivientes de! "Paraíso Terrena!". Por tanto, nuestros sabios "amautas" fueron estigmatizados y perseguidos como brujos y pervertidos idólatras, nuestras técnicas despreciadas por primitivas y por ser largamente superadas por ellos: nuestras costumbres envilecidas y nosotros convertidos en siervos, a menos que nos sometiésemos a las exigencias y hábitos de la impronta colonial. Así nació la razón colonial, con una matriz genocida y etnicida, con la dogmática convicción de ser la razón única y verdadera, escondiendo su vesanía detrás de una cruz que prometía amor y paz... en la otra vida. La razón colonial se impuso sobre la razón nacional que habían forjado los pueblo- a lo largo de su historia. La racionalidad andina no era, por cierto, el producto improvisado del azar, sino el- resultado de una trabajosa relación entre el hombre y sus circunstancias. Las condiciones materiales de nuestra existencia no son tan generosas como en otros lugares pero eran manejadas con diversos niveles de éxito por nuestro pueblo, que resolvía su reproducción, ampliada cor» un constante dominio del medio y un progresivo enriquecimiento de la condición humana. La colonia española se implantó sobre lo que era un estado económico y social boyante, con capacidad excedentaria como para mantener un régimen redistributivo sumamente generoso de parte de: un estado de magnitud impresionante, cuya renta garantizaba una obra pública de gran aliento en todo el ámbito de su dominio y permitía 'el sustento de una exquisita red de funcionarios y servidores. No era un paraíso; el sistema político y el régimen tributario eran muy rígidos y exigentes en favor de la clase Inka que sustentaba el poder. Pero no eran el sistema político o las formas de tributación las causas del notable desarrollo; el inkario fue solo una parte de una historia que enseña la manera cómo el duro ambiente fue progresivamente sometido, dan- do lugar a la posibilidad de los grandes estados por el éxito del hombre sobre sus circunstancias. El Perú no es un país de grandes praderas o bosques fríos caducifolios en terrenos naturalmente llanos; es un país rudo y montañoso, quebradizo y más bien árido; los bosques tropicales, húmedos y siempre verdes no favorecen la formación de suelos versátiles y domesticables; las montañas no sólo son de fuertes pendientes, sino también de grandes alturas, muchas de ellas con suelos igualmente indómitos; los desiertos y sus oasis tampoco son el edén. Sin embargo, todo eso fue dominando, durante las épocas prehispánicas, hasta niveles que a todos nos sorprenden. Se fabricaban suelos, mediante terraceamientos, riego de varios géneros y magnitudes, fertilización artificial, etc, garantizando una agricultura eficiente y excedentaria, con capacidad de almacenaje para resolver las necesidades de la superestructura estatal o las eventuales carencias derivadas del irregular régimen de aguas o de los frecuentes desastres naturales. El consumo de proteínas estaba garantizado por una generosa producción agropecuaria, con ganadería igualmente excedentaria, que además proveía de insumos para la industria textil y de pieles y de me- dio de trasporte para las grandes caravanas que cruzaban los desiertos y las punas. Mas aún, debido al carácter marítimo de la cordillera, desde muchos milenios atrás se mantuvo un circuito de abastecimiento de productos marinos en todo el territorio de modo tal que mil o dos mil años antes que los españoles llegaran, aquí comíamos pescados y mariscos a varios cientos de kilómetros del mar y hasta por encima de los 4000 ms. de altitud. Finalmente, las técnicas de conserva mediante deshidratación, con uso de salo aprovechando las condiciones del cli- ma, permitía el traslado y almacenaje de carnes por tiempo ilimitado y a cualquier distancia. Para eso se disponía de una red impresionante de caminos, que erróneamente se atribuyen en exclusividad a la política vial de los inkas, aun cuando hay pruebas de que ya se estaban haciendo al menos 2000 años antes de que ellos establecieran su imperio. El "neolítico" andino, durante dos o tres mil años, creó mi vasto arsenal de alimentos y recursos productivos que nuestro pueblo aprovechó e incrementó a lo largo de su existencia. Fue tarea de los "neolíticos" la domesticación de plantas y animales y sobre todo el descubrimiento de la manera con lo podía darse la producción en condiciones óptimas en cada lugar. - Nosotros pudimos domesticar la alpaca y la llama de las punas; la papa, la quinua, la kañiwa, la oca o la kiwicha de la sierra, entre otras; los frijoles, los pallares, el algodón o el maíz de los valles; el camote, el maní o la yuca de los bosques tropicales. Y los adoptamos a la tierra y cuando ello no era posible, adaptamos la tierra a sus condiciones. Nuestro pueblo 'recreó la geografía de este territorio para convertido en país. Si bien pueden pasar al campo de la, anécdota las obras magistrales del arte andino, su habilidad en el dominio de la piedra o en la búsqueda y fijación de los tintes sobre las telas, no son anecdóticas las trasformaciones a las que tuvo que someterse el territorio para ser habitable, ni lo son los grandes proyectos de infraestructura agraria e hidráulica exitosamente resueltos, ni lo es la armonía entre la ocupación del territorio y la preservación del medio, ni lo que es óptima explotación de los recursos naturales y humanos. Sobre un país en esas condiciones se montó el proyecto colonial. Cuando estaban en pleno ejercicio los proyectos de mejoramiento de suelos habilitados en terrazas y los procedimientos más adecuados para programar el uso racional de los recursos; cuando se ensayaba aclimataciones y se expandía la red de intercambios y trocaderos; cuando el cobre adquiría calidades cuasi-monetarias; cuando había en Puno propietarios de miles de cabezas de ganado y los navegantes ha- cían viajes de miles de kilómetros a lo largo del Pacífico. En nada de esto puso atención España. El Perú era mina, no país. Quienes vivían acá eran testaferros del poder colonial o sus hijos, quienes instauraron la modalidad de la propiedad privada vía la apropiación; se hicieron propietarios de aquello que les convenía, repartiéndose el país que otras manos habían construido; a los antiguos propietarios les cambiaron la cruz y sus promesas de amor y paz por las tierras y las aguas. A los que se opusieron los mataron. Pero fueron torpes, instaurando así con tozudez la razón colonial. Para vivir como en España- primero lo importaban todo; destruyeron los pocos bosques que había para usar en sus casas costosos muebles o generosos fuegos; se comieron el ganado de la sierra, sin procurar su reproducción y comenzaron a importar "su" neolítico para satisfacer sus hábitos dietéticos, enfangados en productos que eran comunes allá, pero muy costosos acá. Desde entonces los peruanos comenzamos a considerar que sin pan de trigo no podemos vivir, que sin leche nos moriremos, que sin carne de vacuno o de cerdo no podemos estar. Las ñutas nuestras dejaron de ser apetitosas - por más' que lo sean- y fueron suplantadas por duraznos, manzanas, vides y otras muy sabrosas, pero a la vez muy exigentes en agua y suelos de los que nosotros tenemos carencias. No es malo, sino todo lo contrario, comer buen pan 'de trigo; el problema es que el trigo es una planta de lujo en el Perú; no es malo comer churrascos o lomo fino de vacuno y comer quesos, el problema es que el ganado vacuno requiere condiciones de tierra y pastos que no son abundosas en el país. Los pastos de las punas que los cientos de miles de camélidos domésticos consumían están ahora desaprovechados, porque el gusto colonial que nace de la razón colonial, rechaza la carne de camélido. Nuestro consumo -se rige por pautas nacidas en la razón colonial y lo mismo ocurre con la producción y la infraestructura que la hace posible. Todo esto convierte en costosa la vida en el Perú, de modo que los sectores más pobres no tienen acceso a los productos cuya reproducción es costosa y el sistema -el "orden establecido"- los privilegia. Hay sectores de la población que, sin embargo, se han resistido a la avasallante politica colonial; son sectores donde no pudo penetrar el proyecto colonial y quedaron a modo de islas que ahora nosotros calificamos de "atrasadas", llamadas usualmente indígenas. Nos rasgamos las vestiduras coloniales, echándonos la culpa de "su" atraso, exigiendo su incorporación a la modernidad de la que nos sentimos conductores. Son islas de resistencia, que se mantienen en un estado tal gracias a la incapacidad del proyecto colonial para absorberlas; no tienen más logros que el de su capacidad de sobrevivir en condiciones muy adversas y sin disponer ya del proyecto nacional y el "corpus" tecnológico, económico y social que era su patrimonio antes de que la condición colonial se impusiera, congelando o proscribiendo cualquier otro proyecto que no fuera el suyo. Desde el siglo XVI, pero más intensamente- desde el XVIII, en el Perú se acabó la creatividad y el raciocinio nativo; el que existía era sofocado y liquidado. La guerra colonial contra el mundo andino fue osteníosá y despiadada. Quizá la "chakitaqlla" fue uno de los últimos inventos originarios del Perú y los últimos experimentos, los que se ha- cían en los "anfiteatros" de Moray, según lo viene probando John Earls. Los que se hicieron después fueron copia o calco, remedo de los que hacía Occidente. Lo fue también el arte, epigonal y muchas veces servil. No tendría nada de importante nuestra pérdida de iniciativa y creativa 'd, si no fuera porque el congelamiento de nuestra añeja sabiduría representó también el congelamiento de nuestro dominio sobre el me- dio y por tanto de nuestra capacidad para explotarlo racional y generosamente. Nada más se inventó para dominar las punas, los desiertos o los bosques siempre verdes que lo que ya estaba inventado en el siglo XVI y Occidente, hábil dominador de las praderas y los bosques fríos caducifolios, tampoco tenía por qué invertir recursos y tiempo en lo que no estaba en el centro mismo de sus preocupaciones. Todos juntos, nosotros y ellos decidimos que solo debíamos apostar por el desarrollo de los paradigmas coloniales, aun 'cuando debiéramos habernos dado cuenta que nada estábamos haciendo por nosotros, ya no para avanzar con lo que teníamos sino al menos para conservarlo. En el siglo XVI éramos dueños de un patrimonio cultural trasformador, del que aún hoy nos sentimos orgullosos y teníamos un patrimonio natural que nos pertenecía porque nosotros habíamos sido Capaces de someterlo a la condición humana., Estamos llegando al final del tercer milenio, sin patrimonio cultural propio y con un patrimonio natural con el que no sabemos qué hacer, porque el recetario colonial es insuficiente o no nos sirve. Nuestra intervención en los bosques tropicales es destructiva y lo mismo es en los valles y las sierras; antes convertíamos en huertos los desiertos y ahora que disponemos de mayores conocimientos tecnológicos hacemos lo contrario, desertificamos los bosques y consolidamos los desiertos, destruimos la flora y la fauna y nos concentramos en las ciudades matando el campo. Podría decirse que en el siglo XVI comenzó a descomponerse el Perú; así es, pero es solo el inicio de una cadena que llega hasta nuestros días, con eslabones-clave en donde no podemos prescindir de los mayores; entre ellos, el mayor, después de la conquista, fue la instauración de la república criolla, que no solamente afirmó los principios económicos y sociales más reaccionarios de la colonia española, sino que para garantizar la permanencia de quienes, asumieron su conducción, regresionaron el esquema hasta crear nuevas relaciones feudales en el campo, intensificando la dependencia colonial frente a Occidente y liquidando cualquier posibilidad de rehabilitación de un proyecto nacional. Para eso usaron la bandera de una "nación" sujeta a sus intereses estrictamente territoriales y manipularon la racionalidad colonial que sirvió de matriz muy adecuada para una inserción profunda en el seno de la dependencia del capitalismo contemporáneo. En eso estamos. Nuestros conflictos tienen una raíz colonial y son expresión del síndrome colonial que regula nuestros actos y afecta nuestra conciencia colectiva. Los problemas de hoy son los de siempre, pero tienen la fuerza del embalse, de los conflictos centenarios acumulados, que han ido debilitando los eslabones de una cadena que está comenzando por romperse, justamente en el punto que la sostiene, que no es otro que las intemperancias, incongruencias y debilidades del "orden establecido". Si esta hipótesis es válida, si el Perú se ha quebrado por la naturaleza progresivamente intensificada de un proyecto colonial, solo queda la liberación nacional como remedio. Esa liberación tiene que contener, en sí misma, la posibilidad de abrir las pue tas a un replanteamiento del proceso productivo y las relaciones de producción y consumo que de él deriven. Retomar las fuentes nativas de riqueza y reabrir la experimentación y los programas de beneficio racional de los recursos; además que el desarrollo tecnológico congelado por 500 años puede ser impulsado desde el punto de avance en el que están la ciencia y la técnica en los albores del siglo XXI, retomando estrategias y recursos, consecuencias y caminos ... Parece simple un proyecto de liberación nacional; casi como si pudiera resolverse en la mesa de negociaciones con acuerdo de partes. No es así. Hay 500 años de hábitos e intereses acumulados; la razón colonial no es una eterna fijación de la conciencia; hay quienes sin ella mueren y antes ide que eso ocurra prefieren matar.