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4 de marzo de 2010

La democracia del siglo XXI


por Carlos Sabino
Dos problemas inquietantes Dictadura y desarrollo econmico Amrica Latina, despus de un pasado de inestabilidad institucional y poltica, fue retornando gradualmente a formas de gobierno democrticas a partir de 1978: la oleada de cambios result incontenible y, una a una, fueron desapareciendo las dictaduras que existan hasta que a finales de la dcada siguiente slo persista la excepcin solitaria de Cuba, anclada en su esttico sistema comunista. Esta transformacin poltica suscit extendidas esperanzas y una actitud de renovado optimismo en la regin pues, con gobiernos elegidos popularmente, se pens que se iniciara una etapa de consolidacin capaz de asegurar las libertades ciudadanas y de crear un ambiente propicio para el crecimiento econmico. Pero este ltimo objetivo result, por lo general, bastante esquivo. Si analizamos lo ocurrido en la regin durante las tres ltimas dcadas podemos concluir que el crecimiento ha sido lento e irregular, sometido a constantes fluctuaciones de no poca envergadura. En primer lugar porque la crisis econmica de 1982, la llamada crisis de la deuda, fue mal encarada inicialmente por las restablecidas democracias: en muchos pases se profundiz el mismo modelo estatista que haba producido la crisis, con sus secuelas de brutales inflaciones, desempleo y aumento de la pobreza. Slo al final de esa dcada varios gobernantes se decidieron a introducir amplias reformas al sistema vigente, definitivamente inviable ya, disminuyendo los gastos del estado, balanceando sus cuentas y favoreciendo el desarrollo de una economa ms libre y abierta. La crisis fue entonces superada, al menos en sus efectos de corto plazo, lo que sin duda contribuy al afianzamiento de los sistemas polticos democrticos que se haban establecido o estaban a punto de introducirse. Pero ya algo antes, hacia mediados de la dcada de los ochenta, comenz a plantearse para muchos analistas uno de esos dos inquietantes problemas que queremos discutir en este artculo: el Chile de Pinochet, una nacin gobernada por una rgida dictadura1 pero que haba impuesto un moCarlos Sabino es profesor de historia, economa y sociologa para la Universidad Francisco Marroqun (Guatemala).

delo de economa de mercado bastante libre, se destacaba en la regin por su eficaz manejo de la crisis. Chile haba logrado recuperarse con velocidad despus de sufrir una seria recesin y avanzaba econmicamente a un paso muy rpido, reduciendo el desempleo y mejorando firmemente la calidad de vida de sus habitantes. Sus polticas econmicas resultaban coherentes y bien encaminadas, produciendo excelentes resultados econmicos y tambin sociales. Es que acaso, por desgracia, era la dictadura misma el factor que alimentaba los xitos del pas austral? Eran las democracias, que existan ya en la mayor parte de Iberoamrica, las que debilitaban la conduccin econmica e impedan resolver los problemas que aquejaban a las dems naciones? La respuesta que en esos aos se dio a estos interrogantes, fue por lo general negativa. La mayora de los analistas pensbamos que no era el modelo poltico de Pinochet el que favoreca el desarrollo econmico sino que, muy por el contrario, poda decirse que Chile avanzaba porque aplicaba de un modo consecuente polticas de libre mercado, an a pesar de la falta de libertades polticas y civiles: no era la dictadura el factor que favoreca el desarrollo sino que, con justas polticas econmicas, se poda lograr un rpido desenvolvimiento econmico aunque existiese la rmora de un sistema poltico opresivo.2 Al iniciarse la dcada de los noventa las exitosas reformas de Bolivia, Mxico, Per, Argentina y Brasil parecan confirmar esta opinin, aunque, desde el punto de vista contrario, se destacaba que el caso chileno se pareca ms al de los llamados tigres asiticos que al de los dems pases de Amrica Latina. Corea del Sur y Taiwn haba logrado el despegue de sus economas bajo autnticas y duras dictaduras, Hong Kong lo haba hecho siendo colonia britnica y sin gozar de libertades polticas, mientras que Singapur creca bajo un rgimen autoritario y muy poco democrtico. Ya China, an bajo la frula de su partido comunista, exhiba un desempeo admirable en materia econmica y los restantes ejemplos asiticos, sin excepcin, mostraban una concordancia con la opinin de que se necesitaban gobiernos fuertes durante un largo tiempo para alcanzar un desarrollo sostenido que pudiese reducir drsticamente la pobreza. Podra preguntarse, como muchos lo hacamos en esa
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poca, por qu era necesaria una dictadura, o al menos un gobierno autoritario y estable, para lograr el desarrollo. Ms especficamente, cul era la conexin causal, concreta que poda producir ese efecto? Pero, ms all de eso, quedaba a nuestro favor el hecho imperturbable de que no cualquier gobierno autoritario serva para lograr las metas econmicas deseadas: no era acaso la empobrecida Cuba de Fidel Castro tambin una dictadura? No lo eran todos los sistemas comunistas, visiblemente fracasados, o los gobiernos de Birmania (hoy Myanmar) o de aquellos pases latinoamericanos que, en la dcada de los setenta, llevaron al estancamiento y a la crisis posterior? La destruccin de la democracia Dejemos en suspenso, por ahora, las respuestas a este embarazoso problema y veamos, para seguir con el hilo de la narracin, lo que sucedi en nuestra regin luego de la poca en que se realizaron las reformas que llevaron a una cierta apertura econmica. Es verdad que estos cambios, en algunos casos, fueron bastante notables y que lograron, en poco tiempo, hacer desaparecer flagelos como la inflacin y el estancamiento, pero es cierto tambin que las reformas se detuvieron en cierto punto, concentrndose en los equilibrios fiscales, la liberacin de los mercados cambiarios, la eliminacin de ciertos subsidios, la reduccin de los aranceles a la importacin y las privatizaciones. No fueron poca cosa, ciertamente, pero no alcanzaron a tocar a fondo los mercados laborales, a reducir la presin fiscal o a eliminar controles burocrticos que trababan las actividades econmicas, mientras que muchos subsidios indirectos se cambiaban por otros, de tipo directo, y en poco se reducan realmente los gastos gubernamentales. Las reformas haban sido realizadas como respuestas coyunturales a la grave crisis de los ochenta y no como un programa de cambio estructural. Una vez pasada la crisis no hubo voluntad poltica para extenderlas y en varios casos, por el contrario, se dio marcha atrs y se volvi a ampliar la esfera de las regulaciones y de la actividad estatal, como en la Venezuela de Rafael Caldera (1994-1999) o en el Ecuador de finales del siglo XX. El hecho es que sobrevinieron en la regin nuevas crisis algunas profundas, como la de Argentina en 2001 y una nueva actitud de generalizado repudio a lo que se dio en llamar el neoliberalismo, englobando con tal trmino a cualquier poltica que amenazara el renovado crecimiento del estado. Ya a finales de los aos noventa se produjo, en Venezuela, el primero de los episodios que llevaran a la regin a un sostenido ascenso de las izquierdas, cuando Hugo Chvez logr la presidencia con el 56% de los votos en las elecciones de diciembre de 1998. Pero pronto pudo apreciarse que este cambio representaba algo ms que el resultado de esa simple oscilacin pendular entre centro izquierda y centro derecha a la que estamos acostumbrados en casi todas las democracias. Chvez lleg con un programa que inclua el llamado a una asamblea constituyente original y con una retrica incendiaria que propiciaba el enfrentamiento en2

tre pobres y ricos, presentndose como un populista que quera iniciar cambios radicales a favor de los sectores de menores ingresos. Lo que hizo, en pocos meses, fue desmantelar prcticamente todo el andamiaje de las instituciones del pas y adoptar una postura de confrontacin por completo alejada de los compromisos y de los consensos. A partir de 2003 qued como dueo absoluto del poder, colocndose como un dictador ajeno a toda restriccin legal e impulsando una transformacin global de acusado tinte socialista. Con su llamada Revolucin Bolivariana Chvez logr, sin mayor derramamiento de sangre, lo que hasta entonces pareca imposible: destruir la democracia desde adentro, copando sus instituciones despus de una primera victoria electoral legtima, como ya lo haban hecho algunos de los fascismos europeos de la primera mitad del siglo XX y ciertos caudillos latinoamericanos para esa misma poca. La democracia venezolana era imperfecta, sin duda alguna, plagada de controles econmicos y cada vez menos liberal en el sentido profundo del trmino, pero tena una tradicin nada desdeable y haba sido capaz de asimilar las amenazas guerrilleras de los aos sesenta, manteniendo el principio de alternabilidad y garantizando algunas libertades polticas bsicas. Lo que de liberal le quedaba se perdi, en muy poco tiempo, para transformarse en un sistema totalmente personalista en lo poltico y cada vez ms socialista y opresivo en lo econmico. Si el caso venezolano hubiese constituido slo una excepcin no estaramos, hoy, ante el inquietante problema que se nos presenta. Pero a la aventura poltica de Chvez siguieron, a los pocos aos, sucesivos cambios polticos de fondo en varios otros pases de la regin, como Bolivia, Ecuador y Nicaragua, manifestndose una tendencia similar tambin en Argentina y en el Paraguay. Es ms, en varias otras naciones de Amrica Latina Per, Mxico y Costa Rica, por ejemplo surgieron mulos del militar venezolano que, si bien no alcanzaron el poder, llegaron a tener (o tienen) inusitada fuerza electoral. Qued as erosionada a nuestro juicio profundamente la confianza que implcita o explcitamente se ha tenido siempre en lo que un tanto vagamente se llama el sistema democrtico: la idea de que las peores amenazas contra tal sistema vienen de los golpes de estado o de injerencias externas, la suposicin de que una democracia consolidada y funcional como lo era la venezolana es capaz de resolver todas las tensiones internas que existen en la sociedad y sostenerse como modo de gobierno an en las circunstancias ms difciles. Lo que vemos hoy en Amrica Latina, por el contrario, es la fragilidad extrema que poseen los regmenes democrticos de la regin, su debilidad ante la demagogia y el populismo, cuando estos se deciden a usar las libertades existentes para capturar el poder y destruir las instituciones y los valores en que se fundamenta el sistema democrtico liberal.

Democracia y libertad Para encontrar respuestas a los problemas que hemos

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presentado en la seccin precedente debemos realizar una tarea de anlisis conceptual que nos permita entender mejor los trminos de lo que se debate generalmente bastante confusos y realizar, a la vez, una descripcin ms concreta de los sistemas polticos vigentes en la regin. El concepto de democracia, para comenzar, se usa en la actualidad de un modo realmente impreciso. Por democracia se entiende a veces, simplemente, una forma de gobierno donde la soberana reside en el pueblo y en la que las decisiones fundamentales se toman por la regla de la mayora, mediante sucesivas elecciones. Nada ms. Otros, sin embargo, aaden a estas ideas bsicas algunos requisitos importantes, que provienen del antiguo ideal republicano: que las elecciones sean realmente libres, que el gobierno se ejerza por medio de representantes, que se respete a las minoras y en general que exista un estado de derecho, donde las personas que ejercen los cargos pblicos tengan que someterse a la ley igual que todos los dems ciudadanos. Si no se cumplen estas condiciones el sistema rpidamente degenera, convirtindose en lo que se llama la tirana de las mayoras, un modo de gobierno donde se conculcan los derechos de las minoras y el gobernante, apoyado en parte por la masa de votantes, logra imponerse con un poder casi absoluto sobre toda la sociedad. Acaba as la democracia y se torna, ms o menos abiertamente, a un sistema de tipo dictatorial. La distincin, sin duda, era ya conocida por los antiguos. Desde Aristteles se conceba a la democracia como una forma degradada de gobierno, donde las asambleas dominadas por los demagogos resultaban fcilmente manipulables y producan un sistema inestable, propicio a los cambios bruscos y propenso a ser dominado por una sola persona. Y, aunque las democracias actuales ya no se manejen a travs de tumultuosas asambleas, el parecido existe, pues la emergencia de los populismos y los fascismos muestra con claridad hasta qu punto un rgimen democrtico tiene limitaciones inherentes a su propia naturaleza que, si no son convenientemente tomadas en cuenta, pueden producir el derrumbe completo del sistema. En el mundo contemporneo, como decamos, no suele hacerse una distincin demasiado clara entre esas dos formas aparentemente similares de gobierno y, a todas, se las designa con el simple trmino de democracia. Pero un ms ajustado anlisis ha llevado a muchos autores a calificar este trmino genrico, para precisarlo, llamando democracia liberal al sistema en que, adems de realizar consultas electorales, se mantiene una adecuada divisin de poderes, se respetan los derechos individuales y se establecen claras limitaciones a la esfera de la accin estatal, al mbito sobre lo que una mayora circunstancial puede actuar y decidir. El hecho de que en Irn o en Venezuela, por ejemplo, se realicen peridicas elecciones permitir a algunos llamar democracias a los sistemas polticos que all imperan, pero en todo caso es obvio que dichas democracias nada tienen de liberal, puesto que en Irn domina realmente una teocracia
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y Venezuela puede considerarse una autocracia o un rgimen caudillista de dominio unipersonal. Esta distincin conceptual entre autnticas democracias liberales y los sistemas que, manteniendo una fachada electoral, son realmente dictaduras de uno u otro tipo, nos sirve para plantear con ms claridad el segundo de los problemas que nos formulamos en este artculo: por qu, cmo y en qu condiciones se pierde el equilibrio entre los poderes y una democracia, aparentemente consolidada, deja de ser liberal y se convierte en una dictadura ms o menos encubierta? La primera respuesta, la ms inmediata y simple, es que slo puede darse este proceso cuando un fuerte movimiento de la opinin pblica impulsa hacia el poder a un hombre, un partido o una coalicin que no respeta ni acepta las libertades individuales ni las formas de convivencia que permiten la existencia de un rgimen democrtico liberal. Cuando esto sucede resultar entonces fcil, desde el poder, conculcar las libertades ciudadanas y avanzar hacia la dictadura: esto podr lograrse casi sin violencia, pues existir una mayora (o una amplia minora) capaz de apoyar al gobernante en su camino de crear nuevas leyes que destruyan las instituciones existentes y proyecten una imagen de legalidad para su actuacin. Se cambiarn las normas, se pondrn funcionarios dciles al frente de las nuevas instituciones y se podr reprimir a la oposicin dentro del marco de la ley de las nuevas leyes que el gobernante cree para afirmar y consolidar su poder absoluto. Uno de las primeras vctimas de este proceso ser la llamada alternancia o alternabilidad que es propia de un rgimen republicano: la posibilidad efectiva, siempre realizada en el mediano plazo, de que cambien los gobernantes y las polticas del estado. No casualmente los nuevos autoritarismos latinoamericanos se apresuran, como hemos visto en los ltimos aos, a cambiar las constituciones existentes; lo hacen para modificar instituciones y para concentrar el poder, por supuesto, pero ante todo para permitir la reeleccin y, si es posible, para dar una apariencia de legitimidad al gobierno de una sola persona por tiempo indefinido. El proceso, al menos para quienes hemos seguido la emergencia de los nuevos autoritarismo de Amrica Latina, se realiza as con relativa facilidad: para decirlo en trminos concretos e histricos, una vez que Chvez gana su primera crucial eleccin y logra convocar a una Asamblea Constituyente, contando an con la mayora, resulta fcil entender el subsiguiente cambio, su consolidacin en el poder, la forma en que desde el propio estado va logrando arrinconar a las fuerzas que se le oponen y construir el marco legal para ejercer su dictadura. Pero por qu, debemos preguntarnos, por qu se generan estos movimientos de opinin que llevan a un caudillo a situarse en la inmejorable posicin de quien puede aduearse del poder, incluso con la bendicin de los votos? Qu lleva a una mayora de un electorado a echar por la borda todos los resguardos institucionales republicanos y promover una salida que, aunque no se lo vea desde el comienzo, lleva en rpida transicin hacia la dictadura?

CATO INSTITUTE Democracia y redistribucin de ingresos Lo que muestra la reciente experiencia de Amrica Latina es que la ciudadana se siente completamente frustrada en la mayor parte de los pases despus de tres dcadas de gobiernos democrticos de muy distinta orientacin. La frustracin surge ante el lento progreso econmico, la abrumadora corrupcin y un rampante aumento de la delincuencia que impide a millones de personas llevar una existencia normal y mejorar su nivel y su calidad de vida. Es de esta frustracin, que se proyecta a todo el sistema a los polticos, a los partidos y a la democracia misma que surge el apoyo a los lderes que prometen acabar con todos los males de un modo casi mgico, enarbolando la idea de asambleas constituyentes todopoderosas que permitan refundar el pas pero que, en definitiva, desembocan en gobiernos personalistas que se apartan por completo de la democracia liberal. Este extendido malestar proviene, en ltima instancia, de las expectativas que grandes sectores de la poblacin depositan en el sistema democrtico, de lo que se pide y exige a sus gobiernos, los cuales nunca resultan estar a la altura de tales expectativas. En Latinoamrica, al igual que en muchas otras partes del mundo, el sistema poltico recibe exigencias desmedidas que en buena medida lo transforman y desnaturalizan: no se le pide solamente que mantenga el orden, que procure mecanismos para la resolucin pacfica de los conflictos y que permita la libre expresin de la voluntad de los ciudadanos; no, se le pide mucho ms, se le exige que lleve bienestar a todos, que redistribuya la riqueza y combata la pobreza, que d empleo, salud, educacin y hasta vivienda a toda la colectividad. Y aqu, aunque no lo parezca, radica el meollo del problema. A partir de este punto, del momento en que la democracia se concibe como una gigantesca mquina de redistribucin econmica, comienza un ciclo que, retroalimentndose, termina generando graves problemas que aparentemente desafan toda solucin. Los ms pobres, cobrando conciencia de su fuerza electoral, reclaman cada vez con mayor intensidad que se les otorgue beneficios de toda naturaleza; algunos polticos, evaluando bien el peso numrico de estos sectores, comienzan entonces a hacer promesas que son acogidas con entusiasmo, pero que resultan imposibles de cumplir. Desde el gobierno se toman medidas econmicas de corte populista, de corto plazo, que son bien recibidas por buena parte del pblico pero que lesionan la economa y resultan por lo tanto completamente ineficaces. La oposicin poltica, por lo general, entra entonces a competir con los gobiernos, ofreciendo an mayores beneficios a la masa de los necesitados y formulando promesas cada vez ms amplias y por lo tanto ms difciles de cumplir. Las campaas electorales se van convirtiendo en torneos donde cada partido trata de sobrepasar a los restantes en sus vanos ofrecimientos de proporcionar ms y mejor educacin, mayor atencin a la salud, subsidios directos a los ms pobres por medio de programas asistencialistas, viviendas, seguridad social en fin todo lo que la

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gente quiere recibir sin dar nada a cambio. Porque los sistemas impositivos que tenemos en la regin, por lo general, presentan una peculiar caracterstica: slo pagan impuestos directos las personas con mayores ingresos, las empresas y los empleados del sector econmico formal; los pobres nada pagan, al menos directamente, aunque a travs del IVA u otros impuestos similares ellos mismos contribuyen con no poco dinero para que el estado, luego, les otorgue gratuitamente lo que tanto anhelan. Pero el sistema no funciona. La economa es ahogada por la presin impositiva y por una maraa de regulaciones burocrticas que impiden su rpido crecimiento; la salud y la educacin quedan en manos de estructuras burocrticas, muchas veces controladas por los sindicatos, que proporcionan servicios de baja calidad y, por lo general, no llegan a toda la poblacin; las ayudas directas, los alimentos o el dinero que se entregan a quienes supuestamente son los ms necesitados, resultan magras y por lo general terminan siendo condicionadas polticamente: son ddivas que alivian en algo la miseria pero resultan por completo incapaces de solucionar el problema de la pobreza, pues nadie escapa de esa situacin con slo recibir algo de dinero. Para salir de la pobreza se necesita un crecimiento econmico general, basado en fuertes inversiones, que aumente la productividad y, entonces, se convierta en mejores salarios. El estado, en estas condiciones, se va convirtiendo en esa extraa maquinaria a travs de la cual todo el mundo trata de vivir a costa de los dems, como ya lo expresara Frederic Bastiat hace ms de 150 aos. La corrupcin se extiende: con tanto dinero circulando a travs de infinidad de programas, con tantos funcionarios a cargo de entregar ddivas y subsidios, crecen las tentaciones y las posibilidades de apropiacin indebida de los fondos pblicos. Una descomposicin moral lenta y gradual, pero no por eso menos perniciosa va corrompiendo todas las instancias de la vida pblica, lo que despierta el natural repudio de la ciudadana. Ningn poltico, sin embargo, se atreve a criticar estas profundas deformaciones del sistema: no lo hacen porque resultara suicida. Puede alguien ganar una eleccin, en este siglo XXI, prometiendo reducir o eliminar los subsidios directos que tanto pesan en los presupuestos pblicos? Puede combatirse eficazmente la corrupcin cuando el mismo sistema se ha convertido en una mquina para repartir el dinero de otros? Muy por el contrario, para triunfar en una democracia se necesitan votos, muchsimos votos, y estos se obtienen ganndose la buena voluntad de quienes piensan que, apoyando a determinado candidato, conseguirn ms ayudas y mejores servicios. A largo plazo las democracias redistributivas, al menos en los pases de economas ms frgiles, resultan as por completo inviables. Por un lado pueden degenerar, como ya lo apuntamos, en sistemas de tipo personalista y autoritario que, una vez instalados en el poder, resultan casi imposibles de revertir. Por otro lado, y ste es por ahora el caso ms general en la regin, las democracias redistributivas generan un ambiente muy poco favorable para su consolidacin de-

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bido a dos consecuencias de suma importancia: el aumento de la corrupcin y el abandono de las funciones esenciales del estado. Este ltimo fenmeno es, a pesar de que no se lo perciba as, el que produce peores resultados en el largo plazo para la vida del ciudadano corriente. El discurso poltico prevaleciente la actitud que, podramos decir, es la polticamente correcta en estos tiempos enfatiza las funciones sociales del estado pero recela de su actividad como proveedor de seguridad, paz y justicia. Errneamente se concibe que aumentando los presupuestos de la educacin se obtendr un rpido desarrollo econmico pero se deja de lado el hecho de que sin seguridad ciudadana no hay manera de lograr el progreso, especialmente de aquellos que menos tienen. As se crea una paradoja cargada de consecuencias peligrosas: el estado crece, pero a la par va abandonando sus funciones esenciales. Cada vez es menos un estado en el sentido riguroso del trmino una organizacin compleja destinada a proveer el servicio esencial que es la seguridad ciudadana pero resulta ms extendido en sus funciones y ms sobrecargado de personal, ms caro, ms difcil de supervisar y ms corrupto. Lo anterior se aprecia con especial claridad cuando consideramos el caso de los programas sociales de tipo asistencialista, muy en boga en la regin, que son una muestra extrema del tipo de mentalidad que estamos criticando. Los programas asistencialistas se basan en transferencias directas de dinero o de bienes a los ms necesitados con el objetivo manifiesto de reducir la pobreza. Pero su implantacin produce consecuencias realmente negativas, tanto en la economa de las naciones como en el sistema poltico en general. En primer lugar, y ante todo, porque no sirven realmente para eliminar la pobreza: las modestas sumas de dinero que se entregan resultan un alivio para quienes estn en situacin de necesidad, sin duda, pero obviamente ellas resultan por completo insuficientes para modificar una situacin de pobreza que deviene de la falta de ingresos propios, constantes, de cierta magnitud. Tales ayudas podrn resultar tiles, quizs, en circunstancias especiales como por ejemplo en el caso de ciertas catstrofes o situaciones adversas pero no tiene sentido concebirlas como un modo de erradicar un problema que se nutre de la escasa capacidad de generar riqueza que poseen nuestras sociedades, de la falta de inversiones y de tecnologas apropiadas, de la carencia de una infraestructura que facilite los intercambios y el desenvolvimiento econmico en general. La pobreza es un problema estructural, es ante todo falta de riqueza y, como tal slo puede ser superada por medio de un aumento general de la produccin de bienes y servicios, de una mayor productividad y de un ambiente apropiado para el despliegue de las capacidades e iniciativas de la gente. Podr decirse que, en todo caso, tales transferencias contribuyen, aunque sea en escasa medida, al bienestar de los ms necesitados, pero el argumento

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pierde mucho de su sentido cuando tomamos en cuenta los riesgos que dichos programas traen, como veremos de inmediato. Para poder transferir dinero y bienes a los ms pobres se requiere de inmensos fondos, pues el nmero de personas en situacin de pobreza es muy alto en nuestras sociedades, un porcentaje nada desdeable del total de la poblacin. Esta circunstancia significa que, entonces, el presupuesto del estado se ve enseguida comprometido en buena proporcin por esta poltica asistencialista, significando casi siempre el 10% o ms de los gastos totales. Para obtener tales fondos los estados deben adoptar alguna de las dos siguientes soluciones: o aumentan los impuestos con el consiguiente dao que se hace as a la capitalizacin de las empresas y a sus posibilidades de inversin o se reducen otros gastos, principalmente los de seguridad, defensa y obras pblicas. Lo ms frecuente es que los gobiernos adopten a la vez ambas medidas, con lo que el efecto econmico general se torna desastroso: disminuye la productividad general de la sociedad, de la cual depende en ltima instancia el nivel de los salarios, y se reduce la seguridad ciudadana, con lo que se agravan los efectos del poco crecimiento econmico. En algunos casos, inclusive, los gastos sociales de este tipo se financian en parte con mayores emisiones monetarias, lo que causa un aumento de precios que afecta siempre en mayor medida a los ms pobres, o se aumenta el endeudamiento del estado, lo que posterga los problemas financieros pero redunda en mayor pobreza para las siguientes generaciones. A todo esto hay que agregar tres condicionamientos que, en el fondo, resultan la peor consecuencia de este difundido asistencialismo estatal: a) desde el punto de vista social se alimenta la pasividad y la actitud de dependencia de las personas que reciben los subsidios, al punto de crear incentivos negativos para que ellos puedan, por s mismos, abandonar la situacin en que se encuentran; b) en el plano de lo poltico los mandatarios olvidan muy pronto que los dineros que entregan provienen del resto de los ciudadanos y actan como si ellos mismos hicieran una caridad generalizada; se arrogan la paternidad de esos programas y, en muchos casos, disponen de los fondos pblicos como si fueran propios, alimentando la creciente corrupcin que afecta a nuestros pases; c) por ltimo, y tambin en el plano poltico, se crea una situacin de hecho que se hace muy difcil de modificar, pues ninguna fuerza poltica, como decamos, se atreve a censurar estos programas y, mucho menos, a proponer su reduccin o su definitiva eliminacin. Todas estas consecuencias negativas, que de un modo u otro comparten casi todas las polticas sociales de los gobiernos de Amrica Latina, se acumulan de un modo tal que generan esa extendida frustracin a la que nos referamos, esa debilidad del sistema democrtico concreto que se ha adoptado en nuestra regin y que est en el origen de los problemas polticos que nos aquejan.

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Las democracias del siglo XXI Si las democracias que existen en Amrica Latina hoy resultan frgiles y por lo general inoperantes, si muestran severas limitaciones cuando se las compara con algunas dictaduras, es porque nuestros sistemas polticos actuales han construido un modelo que, respetando algunos rasgos externos de las democracias liberales, son en el fondo contrarios a la libertad personal e incapaces de suministrar a la ciudadana los servicios bsicos que debe proveer todo estado. En el carcter redistributivo de las democracias actuales est la raz de muchos de los problemas que soportamos hoy. Porque la maquinaria poltica, concebida para repartir lo que quita a unos para drselo a los otros, se envilece a medida que se convierte en una competencia para exigir ms del estado, como si ste fuese una entidad supraterrenal capaz de contentar a todos proveyendo servicios en una escala cada vez ms extendida. No son slo los subsidios directos los que agotan su capacidad financiera sino un vasto complejo de funciones, que van desde la educacin a la salud, pasando por decenas de organismos burocrticos de toda ndole, pero descuidando lo que es esencial a la naturaleza de la institucin estatal, la seguridad y la justicia. Y esta debilidad, esta inoperancia, no slo se manifiesta en el plano de unas finanzas pblicas siempre en tensin, sino que se extiende al plano de lo moral, de lo ideolgico, de la filosofa misma de la funcin pblica: el estado que conocemos en estas tierras es una maquinaria que asume una cara benevolente, que trata de conformar a todos, que navega entre las promesas incumplidas y la corrupcin, que es incapaz de trazar una delimitacin clara de sus funciones y, por lo tanto, invade cada vez ms la esfera de lo que es y debe mantenerse en el plano de la conducta individual. En estas debilidades de las democracias modernas podemos encontrar la explicacin a esa especie de fascinacin con que muchos, hoy, recuerdan a pasadas dictaduras. Porque en las dictaduras, casi de cualquier tipo, es raro que se descuiden las funciones de defensa y de seguridad del estado: a casi todo dictador le interesa que reinen el orden y la seguridad en el pas que gobiernan, porque as estn en mejores condiciones de mantenerse en el poder y desbaratar las posibles conspiraciones de sus adversarios. Claro est, en este ambiente de orden pueden suceder muchas cosas: puede existir una sana poltica econmica, que favorezca el desarrollo de toda clase de actividades productivas, o puede existir tambin una poltica demaggica, que trate de otorgar prebendas a diversos grupos y que refuerce el control del estado sobre la economa, haciendo as a los ciudadanos ms dbiles frente al poder. El caso extremo es el de las dictaduras comunistas que, apropindose de todos los recursos y ocupndose de todas las actividades econmicas, dejan a sus sbditos completamente desvalidos frente a las decisiones de los gobernantes. Slo en el caso de dictaduras que separen ntidamente las esferas de lo poltico y de lo econmico, eliminando los derechos
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polticos pero permitiendo la libertad de produccin, intercambio y consumo, se produce el resultado de un mayor desarrollo, como el que tuvo el Chile de Pinochet o la China de Deng Xiaoping. Apostar por la dictadura, entonces, es participar en una lotera incierta, donde la mayora de los nmeros llevan a la perdicin pero unos pocos, en cambio, tienen el premio del crecimiento econmico. Pero reconocer estos hechos no significa, y esto es lo importante, convalidar las formas de democracia que prevalecen en este siglo que comienza. La democracia actual, prcticamente en todos los pases, tiende a descuidar el delicado equilibrio de poderes que necesita un sistema republicano para no degenerar en un poder ilimitado de las masas de votantes que, guiadas por sus intereses de corto plazo, la convierten en un sistema de redistribucin de ingresos cada vez ms amplio y pernicioso. Los electores quieren seguridad, educacin, salud, obras pblicas y toda clase de bienes y servicios, y presionan a los gobiernos para que se los otorguen, pensando siempre que otros, los ms ricos por supuesto, pagarn con sus impuestos las cargas econmicas que esto supone. En los pases ms ricos, que ya han alcanzado un nivel de vida satisfactorio para la mayora de la poblacin, estos objetivos se logran sin daar demasiado la economa, slo debilitando su crecimiento, aunque llevando a veces a severas crisis, como la que todava, en 2010, estamos soportando. La provisin de seguridad y justicia, sin embargo, queda generalmente intacta, por lo que el sistema, en general, logra mantenerse en funcionamiento, especialmente si se le hacen peridicos ajustes como, por ejemplo, realizan algunos pases escandinavos. Pero en sociedades menos ricas, como las de Amrica Latina, donde la mayora de los habitantes viven en condiciones de necesidad o de pobreza, las consecuencias pueden resultar en algunos casos increblemente nefastas. En primer lugar porque la masa de los que poco tienen es capaz de producir resultados electorales que llevan a los gobiernos a extremar las polticas de reparticin de ingresos, desequilibrando sus cuentas fiscales y convirtindose en un pesado lastre que impide el rpido desarrollo econmico que en esas naciones se necesita. Pero, en segundo lugar, porque al obligar al estado en convertirse en una mquina benefactora, hacen que se diluyan las funciones de seguridad y defensa, creando un ambiente donde prospera la delincuencia y la corrupcin. Los ciudadanos entonces se frustran y, cuando se dan ciertas condiciones particulares, se entregan al discurso de demagogos socialistas que terminan por aduearse del poder absoluto y cancelan toda divisin de poderes: las libertades democrticas se pierden sin que, en contrapartida, se logre un mayor progreso material. Es posible salir de este crculo vicioso de promesas incumplidas, frustraciones acumuladas, inseguridad y gobiernos ineficaces? Estamos condenados al dilema de elegir entre gobiernos dbiles e ineficaces, por un lado, o demagogos que terminan convirtindose en dictadores?

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Creemos que no, aunque la solucin, tampoco, puede alcanzarse de inmediato. Lo que se necesitara en Amrica Latina es un regreso a los valores republicanos y a la visin de una democracia liberal en la que los gobiernos dejen de presentarse como benefactores sociales y, en cambio, asuman las funciones que hoy no cumplen, y que toda sociedad necesita para prosperar: garantizar la paz y el orden, dar seguridad jurdica a todos, hacer respetar la ley y un autntico estado de derecho. Este cambio requiere, ante todo, de un cambio de opinin, de una manera diferente de ver las cosas, y compete especialmente a los lderes y a los partidos polticos, a los acadmicos y los periodistas, a todos quienes tienen un papel destacado en la formacin de la opinin pblica general. No es nada fcil lograrlo, lo sabemos, pero quizs la reflexin sobre los males que hoy padecemos y los peligros que nos amenazan ayuden a repensar nuestro estilo de hacer poltica, a cambiar el orden de las prioridades, a enfrentar el futuro sin engaarnos a nosotros mismos. Ese, y

no otro, es el propsito de estas lneas que hoy entregamos a la consideracin de los lectores.

Notas
En este trabajo utilizamos el trmino dictadura sin hacer mayores precisiones sobre su contenido, aunque entendemos perfectamente que el concepto abarca una gran variedad de formas y matices que no debieran pasarse por alto. Lo hacemos de este modo para poder concentrarnos en el trmino opuesto, la democracia, y no restar unidad a la exposicin. Pero aceptamos que queda en pie una deuda con el lector, por lo que el autor promete, tan pronto como sea posible, elaborar otro texto complementario al presente donde se trate en mayor profundidad el problema de las dictaduras pasadas y presentes. 2 V. mi libro El fracaso del intervencionismo, ed. Panapo, Caracas, 1999, caps. 6 y 14, donde a la sazn desarrollaba estas ideas.
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