Chile, "Crónicas de Providencia 1911 - 1938"

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Fidel Araneda Bravo

Crónicas
de
Providencia
0308115

Editorial Nascimento
BIBLIOTECA NACIONAL DE CHILE

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Año Ed
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Registro Seaco Q.3..3.J.:L.


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CRÓNICAS DE PROVIDENCIA
FIDEL ARANEDA BRAVO

Crónicas
de

Providencia
1911 -
1938

EDITORIAL NASCIMENTO
SANTIAGO 1981 CHILE
29845

Inscripción N» 52.095

Diseñó la portada: Gastón Rojas


Elgueta.
Tiraje: 1.200 ejemplares.
impreso en los talleres de
N» 3970 la Editorial Nascimento S. A.

Arturo Prat 1428 —

Santiago de Chile, 1981


PROLOGO

Estas "Crónicas de Providencia" no pretenden ser la his


toria del viejo camino colonial de "Las Condes" y de la futura
subdelegación dependiente "Pago de Ñuñoa" que des
del
pués se convirtió en la
progresiva comuna de Providencia;
en estas
páginas sólo quiero evocar la añorada imagen del
barrio que se grabó en mis retinas de niño y vi crecer junto
a la cordillera, al río, a los
tajamares, a las flores y arbo
ledas, bajo la mirada maternal de María, desde el cerro San
Cristóbal, hasta que un día de febrero de 1939, lo abandoné
definitivamente para ir a cuidar un pequeño rebaño del
Buen Pastor, en la Chimba, no lejos del lugar donde nací.
Tampoco se trata de prescindir de la historia; pero, en
general, lo que hay aquí son recuerdos y una visión de Pro
videncia los años 1911 y 1938. Todo cuanto se relata
entre

y se rememora en estas "Crónicas" lo viví en la infancia y


juventud; la parte documental no es fruto de la propia in
vestigación, sino de quienes ya habían indagado en los ar
chivos relacionados con la vida comunal.

7
'Crónicas de Providencia" es un boceto y un bosquejo
del agreste barrio que conocí en sus primeros años de for
mación y hoy se levanta pujante aires de gran ciudad;
con

las dedico la memoria venerada de mis padres y maestros


a

del Liceo fosé Victorino Lastarria y del Seminario de los


Santos Angeles Custodios, que me alentaron en las disciplinas
literarias.

El Autor

8
1

EL CAMINO DE LAS CONDES

El "Pago de Ñuñoa" es considerado por todos los histo


riadores como uno de los más antiguos de la ciudad de
Santiago del Nuevo Extremo; los españoles lo llamaron "chá
cara" o chacra. Ya en el
siglo XVII había sido concedida a
nuestro antepasado, elconquistador, Juan Jufré o Jofré, yer
no de Francisco de Aguirre.
Esta y otras concesiones las hicieron Pedro de Valdivia,
Rodrigo de Quiroga o el Cabildo y eran todas esas inmen
sas extensiones de terreno que estaban al oriente del lugar
conocido hoy con el nombre de Plaza Baquedano, junto al
entonces caudaloso y cristalino río Mapocho. De este Cami
no de Ñuñoa nacía otro que después se llamó de "Las Condes"
y más tarde, "Providencia".
En la mensura de Ginés de Lillo, hecha en 1603, las
concesiones de tierras del actual sector Providencia, corres-

(9
pondían en 1546, a Juan Valiente y Pedro de Gamboa; en
1571, a Pedro de Miranda.
El sendero que salía de la capital del Reino de Chile
hacia las propiedades del cacique "Vitacura" y que seguía,
la línea del curso del Mapocho, es lo que hoy se conoce con
los nombres de Ñuñoa y Providencia; originariamente se
denominaba sólo "Ñuñohue".
En el XVII Ñuñoa había crecido y era todo un "Pa-
siglo
go" que extendía
se desde la Plaza Baquedano hasta los
faldeos de la cordillera, y desde el río Mapocho por el norte,
hasta el Maipo por el sur. "Los caminos de Ñuñoa refiere—

el erudito y ameno historiador, mi recordado y excelente


amigo, Rene León Echaíz tenían numerosas "bajadas" al

río, frente a
pasos o vados, e igualmente en el sector norte,
lo que allí se llamaba, "banda de Ñuñoa" (1).
En el siglo XVII desaparecieron los pueblos indígenas
de "Ñuñohue" y. "Vitacura", quedaron los de Tobalaba,
Apoquindo y Macul. Luego comienzan a formarse las alde-
huelas que habitan españoles indigentes y mestizos, quienes
construyen sus viviendas para reemplazar a las primitivas

rucas; asídesaparecieron "Ñuñohue" y "Vitacura" como or

ganizaciones indígenas para dar paso a la aldea de Ñuñoa.


En el mismo siglo existían ya diversos sectores en Ñuñoa:
el que lleva este nombre, el de Macul y el de Providencia
de nuestros días, llamado entonces de "Apoquindo" y "To
balaba".
No voy a entrar en pormenores, porque ésta no es una

historia de Providencia, sino, como se dice en el prólogo, sím

il) Ñuñohue. Pág. 36.

10
plemente "Crónicas"; sin embargo, conviene recordar que
para1 llegar a lo que ahora es el barrio alto de Santiago y
antiguo "Pago de Ñuñoa", había dos caminos : uno del mis
mo nombre
que se iniciaba en la calle de la Ollería, poste
riormente "Maestranza" y ahora Portugal, éste seguía por
las calles que hoy llamamos, Diez de Julio, Irarrázaval, Avda.
Ossa y el Canal San Carlos; este camino empalmaba
con el Internacional en la calle conocida hoy con el nombre
de "Santa Elena", entonces callejón "del Traro". El otro ca

mino de Las Condes, denominado también "Camino de la


Avenida del Tajamar", correspondía en su primer tramo a lo
que en nuestra época es la avenida Providencia. Comenzaba

en la Cañada del Carmen, quizás por estar allí el Monasterio


del Carmen Alto, y continuaba por la orilla de los tajamares
del Mapocho, hacia el oriente, junto al caudal de aguas del
río. Los dos caminos estaban cruzados por canales: el de
Las Condes se dividía: uno iba a Vitacura y La Dehesa y

otro a Apoquindo.
progresista gobierno de Ambrosio O'Higgins,
Durante el
1795, el arquitecto italiano, Joaquín Toesca, construyó defini
tivamente los Tajamares, muchas veces iniciados en el siglo
anterior; de éstos ahora sólo queda el recuerdo en el obelisco
frente a la calle Condell y en unos trozos informes que se
un Museo subterráneo, en el Parque Balmaceda,
guardan en

junto a la avenida Providencia.


A dejar bien en claro
propósito de Toesca, es necesario
que fue el obispo de Santiago, Manuel Alday y Aspee (1712-
1788), quien contrató a este famoso arquitecto, discípulo de
Sabattini, para que viniera de Roma a terminar la Catedral
en 1780.

íl
Los numerosos canales que había en el de Ñuño
"Pago
hue" constituían un serio impedimento para que los vecinos
de Ñuñoa trajeran sus productos a la capital.

12
II

LA FUTURA SUBDELEGACIÓN DE PROVIDENCIA

La futura subdelegación, después comuna de Providen


cia, tiene su origen en el primitivo camino de Las Condes, entre
las actuales calles General Bustamante y Seminario, donde
estaba la chacra de Quinta Alegre, frente al río Mapocho,
en el mismo sitio donde comenzaban los tajamares. Este
predio tomó el nombre del título nobiliario de su propietario,
Juan Agustín Alcalde Gutiérrez, obtenido por Real Cédula
de 1767, v que heredaron su hüo José Antonio y su nieto el
patricio Juan Agustín Alcalde Bascuñán, cuarto y vrtimo con
de de Quinta Alegre. En 1855, éste desvinculó la Quinta del
Mayorazgo que la gravaba y ya en ese tiempo los terrenos
se vendieron al Seminario de los Santos Angeles Custodios
y Juan Enrique Alcalde, quien en 1871, vendió su parte a
a

la Congregación de la Compañía de María. Providencia ter


minaba, prácticamente, en la chacra de "Lo Bravo", cono
cida más tarde por "Los Leones", propiedad de Ramón Bravo

13
Covarrubias, que tenía trescientas ochenta y dos (382) cuadras
y una capilla que pasó a ser después, como se verá, el templo
de la parroquia de San Ramón.
Lo que en la época del Imperio Español era "la puerta
de entrada al valle fíuñoíno", la antigua chacra de Quinta
Alegre es desde 1860, más o menos, el pórtico de la futura
avenida Providencia; más al oriente eran campos despobla
dos. Refiere el ya citado historiador, León Echaíz, que en
casa del Conde de Quinta
Alegre, procer de la Independencia,
se reunían los patriotas en el invierno de 1810,
para tramar
la deposición del último Gobernador español, Antonio Gar
cía Carrasco; las casas de la hacienda fueron un activo centro
social de la aristocracia santiaguina.
Lentamente se fue
poblando el amplio callejón que desem
bocaba en la parte final de los tajamares. A raíz de la llegada
de las Religiosas de la Providencia del Canadá, con íu Casa
de Huérfanos, a la chacra de Pedro Chacón Morales, entre
las actuales avenidas : Antonio Varas y Pedro de Valdivia, el
Camino de Las Condes tomó el nombre de Providencia.
Planos y antiguos documentos, a mediados del siglo XIX,
denominaban a Providencia con los siguientes nombres: "Ca
mino de Las Condes", "Camino o Alameda del Tajamar",
"Camino de las Minas" y "Camino de Providencia" que fue
el definitivo y p.sí se llamó hasta el "Crucero del Tropezón".
Desde aquí salían los caminos de "Las Condes" y "Apoquin
do" que son las actuales avenidas de los mismos nombres.
La Avenida Providencia empalmaba con la Cañada o
Alameda, antes que se trazara la Plaza Italia, actual Ba
quedano.
En los primeros; años del siglo XX, ya fundada la Co-

M
muña en 1897, se abrieron las actuales calles de Seminario y
los callejones de Lo Pozo, de Baraínca y Azolas que tomaron
más tarde los nombres de Condell, Salvador y José Manuel
Infante respectivamente. Los nombres primtivos de esos "an
gostos e irregulares senderos", como dice León Echaíz, prove
nían de los de antiguos propietarios: "Lo Pozo" en recuerdo
del obispo de Santiago y futuro arzobispo de Charcas, Sucre,
(Bolivia), Alonso del Pozo y Silva (1668-1745) que tenía su
quinta en la actual calle Condell esquina de Rancagua; des
pués pasó a tomar el apellido del héroe Carlos Condell; cuan
do se fundó el Hospital del Salvador en 1871, el callejón de
Baraínca se llamó avenida del Salvador; al callejón de "Azo
las" sucedió la avenida José Manuel Infante Montt, nombre
del acaudalado propietario del sector construido
por él en la
avenida Providencia poco más al oriente de la avenida Sal
vador hasta más allá de la esquina suroriente del
callejón
de Azolas.
"La Población Providencia" se formó en 1895. "Se trazó
una gran avenida —escribe Rene León Echaíz—
que corría
desde la avenida Providencia hasta la avenida Irarrázaval y
que hoy constituye la avenida Pedro de Valdivia". A ambos
lados de la nueva avenida se trazaron hermosos y extensos
sitios en un total de 147. Esta población la
construyó una
sociedad cuyo Presidente fue Joaquín Fernández Blanco. Ha
cia el oriente estaba la chacra "Lo Bravo". (Los Leones,
hoy).
A fines del siglo XIX se pobló mucho la
parte de Pro
videncia que ahora abarca las calles del Salvador,
Tegualda
y Juio Prado, colindante con Azolas.
Antes que el valle oriental de Santiago se poblara para
convertirse en una verdadera ciudad residencial e industria-

15
lizada, fue una zona agrícola cuyos principales propietarios
eran: doña Rosario Concha viuda de Mandiola, dueña de "Lo
Bravo" o "Los Leones", predio que se extendía entre las ac
tuales avenidas Providencia y Diego de Almagro; en 1831,
su dueño era don José Manuel Matte; en 1852 pertenecía a

Adrián Mandiola Vargas y en 1875 su dueña era doña Rosa


rio Concha de Mandiola. Don Román Díaz tenía su fundo
en lo que hoy es la calle
que lleva su nombre y otros terrenos.
Don Ricardo Infante era vecino de éste hacia el poniente.
Pedro Chacón Morales poseía la chacra que después fue de
la Beneficencia donde se instaló más tarde la Casa de Huér
fanos. Ramón Tag'e deslindaba con las tierras de Chacón.
En los siglos XVI, XVII y parte del XVIII, Ñuñoa y
Providencia eran ubérrimas campiñas y así las describen, en
forma muy semejante, los poetas del verso y de la prosa, ca
pitán, Alonso de Ercilla y Zúñiga, y Alonso de Ovalle S.J.:

'Hacen este concilio en un


gracioso
asiento de mil flores escogido
donde se muestra el campo más hermoso
de infinidad de flores guarnecido.
A'lí de un viento fresco y amoroso
los árboles se mueven con ruido
cruzando muchas veces por el prado
un claro
arroyo limpio y sosegado. .." (1).
"Descúbrense por unas partes grandes manchas de flo
res amaril'as, que cubren la tierra de manera que en grande

( 1) "La Araucana". Alonso de Erci'Ia y Zúñiga.

16
espacio no se ve otra cosa; en otros, de blancas, azules y mo

radas; allí se ven los


prados verdes, y
por cruzan entre ellos
los arroyos y el cual se da a una
acequias del río Mapocho,
vista a lo que de este alto la miran, ya corriendo por su ma
dre, ya dividido en brazos y ya desangrado por varias partes
de aquellos valles y llanos, para fertilizarlos y fecundarlos
con su
riego" (2).

(2) "Histórica Relación del Reyno de Chile". Alonso de Ovalle. S.J. Lib.
I. Cap. XII.

17
/'.—Crónicas de . . .
III

LA COMUNA DE PROVIDENCIA

A fines del siglo XIX, la población de Providencia era


dispersa y rala, tendría unos cinco mil habitantes, porque
en 1902, eran solamente seis mil
(6.000. ) y al año siguien

te ascendía a siete mil noventa y dos (7.092.


). —

La parte más importante del barrio estaba, entonces, en


la Avenida Pedro de Valdivia, y Ja Plaza de este nombre se
llamaba, a principios de este siglo, "Providencia". Entre Pe
dro de Valdivia y las actuales avenidas Bilbao y Antonio
Varas estaba el Estanque de agua potable y allí mismo el
"Callejón de los Estanques".
Entonces los únicos edificios eran: el Colegio de la Bue
na Enseñanza oCompañía de María, el Seminario de los
Santos Angeles, hasta Condell, con extensos campos, el Hos
pital del Salvador, la Casa de Huérfanos y el templo parro
quial de San Ramón, por el sur; en el lado norte: los tajama
res, en Condell el obelisco conmemorativo de la construcción

18
de esta obra monumental de Toesca, la Curtiembre de Mag
nere y alguna que otra casa vieja.
El alumbrado hacía por medio de faroles a
público se

parafina y empezó en el sector Providencia, después fue a


gas; el eléctrico llegó en 1910, con la Chilean Tramway and
Light; pero muchos vecinos continuaron sirviéndose del gas;
en nuestra casa de la avenida Providencia
esquina de Ro
mán Díaz, había lámparas de gas.
Antes de ser elevada a Comuna, cuando Providencia
era la 5?-
subdelegación rural de Ñuñoa, deslindaba: al norte
con el río Mapocho, al poniente con el camino de Cintura
desde el de Ñuñoa hasta el río Mapocho; al sur con el ca
nal San Miguel, desde el camino de Villaseca hasta el de
Cintura. Comprendía el callejón "Lo Pozo", el canal San Mi
guel, la chacra Ramón Tagle, la Providencia, chacra Mandio
la y Villaseca. Se dividía en cuatro distritos: "Lo Pozo", Ca
nal San Miguel, Villaseca y Mandiola.
El 22 de diciembre de 1891, cuando se creó la Comuna
de Ñuñoa, Providencia pasó a ser una de las subdelegaciones
rurales.
El 17 de abril de 1895, en vista del auge logrado, se con

cedió a Ñuñoa el título de Villa.


En la primera Municipalidad de Ñuñoa, entre los regi
dores elegido?, figuran dos connotados vecinos de Providen
cia: Juan Diego Infante Montt (1831-1929) y Wenceslao Sán
chez Fulner; el primero tenía su chacra denominada "La
chacarilla", entre Salvador y Azola o Infante, que llegaba
por el lado norte hasta donde actualmente está la Universi
dad Católica Pontificia; allí don Diego Infante mandaba
pastar su ganado vacuno. Este caballero fue primer Alcalde

19
de Ñuñoa 1895 ; lo alcancé a conocer, porque murió de no
en

venta y ocho años. Sánchez Fulner en el mismo período fue

tercer alcalde. Este había sido compañero del Arzobispo


Casanova, en el Seminario de Santiago, e iba a jugar rocam-
bor con el Prelado a su quinta de la cade Bellavista, en la
ribera norte del Mapocho, donde después estuvieron los Her
manos de las Escuelas Cristianas, en el mismo sitio que hoy

ocupa el Colegio salesiano, Ei Patrocinio de San José.


Para atravesar el río cómodamente, don Wenceslao,
cuando era autoridad edilicia en Ñuñoa, de acuerdo con el
alcalde Infante Montt, hizo construir el puente de madera
que nominó del "Arzobispo", nombre que conserva ei nuevo,
de concreto armado, hasta nuestros días: está ubicado entre

las antiguas calles del Salvador


Infante,
e frente
casas a las
de la propiedad de don Juan Diego Infante Montt, que eran
muy antiguas, con corredores y rejas enmaderadas de balaus
tres. El puente viejo era muy firme, porque resistió las im

petuosas crecidas dei Mapocho, hasta la de 1912, que arrasó


con cuanto encontró en el camino.
,=. Ya Providencia había mayor edad. El Pre
llegado a su

sidente Federico Errázuriz Echaurren (1850-1901) y su Mi


nistro de lo Interior, Carlos Antúnez, cuyo nombre lleva una
de las principales avenidas de la comuna, por decreto dei 25
de febrero de 1897, N9 519, crearon la Municipalidad de Pro
videncia. Se le dio por cabecera la pob.iación formada en las
proximidades de la avenida de su nombre. Las subdelegacio
nes de ia nueva Comuna fueron: "Las Condes", "San Car
los", "Providencia" y "Mineral Las Condes". Por un decreto
del 15 de julio de 1897, se otorgó a la cabecera el título de

20
"Villa". Sirvió de tal la población establecida en la avenida
y sus
adyacentes. Todo el sector norte de la antigua
calles
comuna de Ñuñoa quedó en la nueva de Providencia.
Por un decreto del 26 de febrero del mismo año de la
fundación, se asignó a la Municipalidad el número de nue
ve (9) regidores.
En las elecciones generales de ese mismo año, fueron
elegidos ediles los vecinos: Ernesto Lafontaine, Pbro. Espe
ridión Cifuentes (1865-1934), Juan Manríquez, Carlos Fer
nández, Alfredo Manterola, José LuisSalinas, Wenceslao
Sánchez Fulner, Emeterio Villalón y Alberto Varas. Los
alcaldes l9,
ixieron: Lafontaine; 2*?, Esperidión Ci
Ernesto
fuentes y 3o, Juan Manríquez. La Municipalidad se instaló
en un local arrendado en la avenida Providencia 813, donde

estuvo hasta 1917; allí la conocí en 1912.


La sede municipal ocupó después el sitio en que ahora
está el Mercado, frente a Antonio Varas. Era una vieja ca-
sona de campo de fines del
siglo XVIII o comienzos del XIX.
con amplios corredores, jardín y verja de fierro. En un tiem
po funcionó el Municipio en una casa de las Religiosas Ar
gentinas, en la avenida Pedro de Valdivia. En 1920 compró
a Javier Ortúzar, la propiedad de la avenida Providencia,

números 1614- 1784 y allí estableció los servicios municipales.


Desde 1945, ocupa el Palacio que hizo edificar la familia Fa-
labella, en la avenida Pedro de Valdivia N? 963, que el Mu
nicipio compró a don Manuel Cruzat Vicuña.
La primera Policía de Providencia fue Municipal, y el
jefe, don José Antonio Díaz, tuvo el pomposo título de Pre
fecto. En 1910, año del centenario, se creó la Sub-Comisaría

21
de Providencia, dependiente de la Prefectura de Santiago y
del Cuerpo de Policía Fiscal, que en 1927, se fusionó con
ei Cuerpo de Carabineros de Chile.

22
IV

PRIMEROS RECUERDOS DE PROVIDENCIA

En enero de 1911, cuando mis padres llegaron a Provi.


dencia con sus cuatro pequeños hijos (1), la avenida Provi
dencia era más o menos el mismo camino campero de que
se ha hablado
y los viejos tajamares constituían el más pre
ciado adorno de esos, a la sazón, arrabales de Santiago. Lo
que actualmente es el parque Presidente Balmaceda era en
un brazo seco del
aquel tiempo Mapocho donde iban a parar
todas las basuras de la capital; en el invierno las aguas del
río solían asomar hacia la misma avenida Providencia. Allí
frente a la calle Román Díaz se levantaba la Fábrica de Tu
bos de Cemento de don Luis Grau, que era la primera cons
trucción erigida en la acera norte, ribereña del Mapocho,
(1) Fidel,de cuatro años y medio, autor de este libro; Inés de dos años
nueve meses; Ida, de un año y cuatro meses y Sergio, de quince días;
todos habíamos nacido en Recoleta. En Providencia nacieron: Carmen
Luz, actualmente religiosa del Apostolado Popular; Lucía Teresa, Raúl
que falleció a los 40 días y Rosa Delfina Ena.

23
después había uno edificio y estos terminaban en
que otro

la Sociedad de Cervecerías Unidas, más allá de la chacra


"Lo Bravo" o Los Leones, ahora. La Fábrica de Cerveza exis
te aún. Como mi padre llegó a Providencia a hacerse cargo

de la nueva creada, de la Cervecería,


Sub-Comisaría recién
con frecuencia, le enviaban grandes pipas de cerveza. Re
cuerdo que en cierta ocasión con mi hermana Inés (2) toma
mos por la fuerza a nuestra hermana Ida (3) y le pusimos

la boca en la llave del tonel, travesura que causó grande es


cándalo en nuestro hogar. A mi padre le disgustaban mucho
estos obsequios, pero generalmente llegaban a casa en su au
sencia y los recibía su asistente que los aprovechaba muy bien.
Todo lo demás, por la parte norte, eran campos, algunos
de cultivo, otros vírgenes.
_ En la acera sur, los edificios, como ya se ha dicho, eran
los de la Buena Enseñanza, los del Seminario de los Santos
Angeles con
amplios y frondosos parques, campos, can
sus

chas y laguna. El colegio estaba regido entonces por el


canónigo de la Catedral, Gilberto Fuenzalida Guzmán (1866-
1938), más tarde obispo de la Concepción. Hacia el oriente
quedaban la Casa Matriz de la Providencia, que es el único
edificio de aquel tiempo aún en pie, y poco más adentro en
la avenida Salvador, el del Hospital del mismo nombre; en
seguida venían las propiedades de don Carlos Infante Fer
nández, Juan Diego, Alejandro y José Luis Infante Montt,
y luego la casa de Ricardo Infante Gómez, su molino y el
de su parienta Carmen. Una hija de José Luis Infante Montt,
casada con José Miguel Iñiguez Tagle, vivía con su marido
(2) Casada Guillermo Plaza de la Barra, otro vecino de Providencia.
con

(3) Unida, también en matrimonio con un vecino del barrio, Osvaldo


Bustos Almarza.

24
en el "chalet" de pisos que éste hizo edificar en la quinta
tres
de su
suegro, que, naturalmente, quedó detrás de la nue
casa

va y lujosa construcción. Don Carlos Infante Fernández, ex

celente caballero, muy querido en ei barrio, moraba en la


antigua casona de los Infante Quezada, en la cual había te
léfono, lo que era una curiosidad en la comuna. Cada una.-..--
de estas quintas de los Infante tenían una extensión de vein
ticinco mil metros cuadrados. (25.000). Sus molinos, y el de
Domingo Costa, relacionado también con los Infante, los
movían las aguas del Mapocho. El de Costa estaba ubicado,
quizás, en Bellavista, frente al callejón de Azolas, sector que
en esa
época se llamaba también Providencia.
Después venía el famoso callejón de Azolas, hoy ave
nida José Manuel Infante, por el cual aún en 1918, no se po
día transitar en el invierno, al atardecer, por temor a los
ladrones y salteadores. En la esquina estaba la casa del señor
Ernesto Infante Tagle, hijo de José Manuel, nombre que
lleva la calle. Más tarde esta vetusta casa se dividió y en la
que daba hacia el oriente vivía la familia Carrillo Rojas.
— Más arriba comenzaban las inmensas propiedades, verda
deras chacras o grandes parcelas, como se diría hoy, de los
hermanos Lizana Droguett; la primera era una verdadera
casa de hacienda,
pertenecía a don Desiderio, hombre inolvi
dable, autor de los "Nichos de Providencia" y "Sancho en
el Cielo", cuya mansión frecuenté apenas llegamos al ba
rrio, porque don Desiderio estaba casado con doña Olaya
Barros Araneda (4). Después venía la quinta de don Silves-
(4) Doña Olaya era hija de José Manuel Barros Valdés y de Filomena Ara
neda Avaria, hermana de mi bisabuelo Isaías ce. su prima hermana
doña Antonia Silva Araneda, hermana de dos sacerdotes: del Pbro.
Diego y del obispo Luis Silva Lezaeta.

25
tre. Este era hombre de campo y su hermano le dedica estos

simpáticos versos en "Los Nichos de Providencia":

"Esa que ostenta de relieve un huaso / con alforjas y


lazo a los correones,
/ es de Silvestre, quien pretende acaso, /
hacerle corredores y galpones, / porque encuentra el local
muy estrechazo". venían las propiedades del Sr.
Después
Alejandro Infante, de la familia Infante Valdés, la del señor
Marcos Yávar y finalmente los extensos predios, con sus res
pectivas casonas, de don Román Díaz, que limitaban con la
avenida Miguel Claro.
Don Marcos Yávar era un caballero elegante y distingui
do, de
luengas barbas de armiño, pero muy irascible, aun
cuando no recuerdo haberle visto airado. Don Desiderio Li-
zana escribió para el nicho del respetable providenciano este
epitafio: "Al hombre de epidermis más sensible /el Ángel de
la paz bajo aquel arco / guarda un lecho tranquilo y apacible,
que a su pie tiene escrito: "Para Marco". En seguida tenía
un extenso predio don Tomás Correa Albano, cuya casa ha

bitaba sólo en el verano; más tarde la adquirió la familia


-Cruz Anguita. Luego estaba la propiedad de ocho cuadras,
de don Román Díaz, antiguo morador de la comuna, regidor
en 1900 y
primer alcalde en el período de 1903-1906. Don
Román dio mucho auge al barrio, construyó varias casas:
cuatro grandes, dos en ambas esquinas de la calle de su nom

bre y dos más en la misma avenida hacia el poniente; una


de éstas ocupó él y su familia hasta 1910, edificó otras casas
más pequeñas en la avenida Román Díaz. Desde el año del
centenario hasta su muerte y la de su esposa, doña Enriqueta
Withe, vivió en la amplia casa de la esquina sur oriente.

26
Entre sus residencias, don Román levantó un templo
dos
en honor de la Virgen del Carmen. Lo erigió a raíz del triun
fo de la Revolución de 1891 y lo dedicó a la Reina de la
patria, de la cual era ferviente devoto como la mayoría de
los chilenos. Según el acta que guardaba la señora Amelia
Díaz Withe de Gomien, hija del acaudalado propietario, el
15 de mayo de 1892, bendijo y colocó la primera piedra de la
iglesia, el Arzobispo Mariano Casanova. Fuera de los dueños
de casa, asistieron a la ceremonia, el Intendente de Santiago,
Carlos Lira Carrera y otras personalidades. El So Díaz hizo
acuñar medallas recordatorias de oro y plata. La señora
Amelia Díaz, quien tuvo la gentileza de darme estos datos
y muchos otros, acerca de Providencia, conservaba hasta su
muerte, una de plata. En ei anverso está grabado el pórtico
de la capilla, al centro los frontis de las dos
viejas man
siones que ya no existen, con la siguiente inscripción: "Tem
plo del Carmen". Al reverso aparece la imagen de la Virgen
del Carmen v dice: "inaugurado el 16 de julio de 1895". A
la muerte de Don Román Díaz, iglesia y casa, hacia el po
niente, las heredó su hijo Luis Díaz Withe; años después
las adquirió en subasta, el Pbro. rancagüino, Lisandro Ramí
rez Lastarria (1877-1950), sacerdote experto en sagrados cá

nones y leguleyo de carácter irritable. Quizás entre los años


1916 y 1921, la familia Díaz Withe nombró capellán al
Pbro. Roberto Matte Basaure (1886-1938). Su hermana, do
ña Hortensia, cuidaba el templo y actuaba como catequista.
En el tiempo de Navidad, ella hacía pesebres vivos, y los niños
del barrio a los cuales esta cuasi diaconisa catequizaba, éra
mos los personajes bíblicos; la burrita que teníamos en casa

integraba también el nacimiento. Esperábamos con ansias

27
los días prenavideños para participar en los ensayos que ase
guraban una buena presentación en la tarde de la fiesta.
En 1940, un incendio destruyó la propiedad de Don Li-
sandro Ramírez y la casa grande de Don Román Díaz, con
tigua también al templo, hacia el oriente. De la capilla sólo
quedaron los muros de cal y ladrillo que reedificó junto con
su casa, el sacerdote. A su muerte el Pbro. Ramírez legó la
propiedad a las Religiosas Hijas de San José Protectoras de
la Infancia que actualmente atienden el servicio religioso,
mantienen el noviciado y según disposición testamentaria, de
ben hospedar algunas niñas pobres. El eclesiástico fundó ahí
el colegio de Nuestra Señora del Carmen que permaneció
hasta la muerte de las dos personas que fueron sus empleadas,

a las cuales dejó el usufructo de la casa.


Después que la familia Díaz Withe abandonó la casa
vecina a la iglesia, la tomó en arriendo, el Dr. Luis A. Solís
Vare ¡a, ci médico más antiguo del barrio. Este galeno nos
atendía cuando padecíamos de bronquitis, recetaba, entonces,
las eficaces cataplasmas de linaza con mostaza y los repug
nantes jarabes pectorales. El doctor Solís, era un
personaje
célebre en Providencia, muy bondadoso y amigo de las fies
tas, fundó el Club Social, ubicado al lado norte frente al Li
ceo José V. Lastarria. Del
popular médico escribió don De
siderio Lizana, en "Los Nichos de Providencia": "Allí han
querido dibujar un galgo / que casi les salió Culpeo (5) /
Hay que reconocer /al fin, por algo /del buen doctor Solís
el mausoleo".
En la casa de la esquina surponiente donde vivieron y

(5) "Culpeo" significa zorro macho, grande y viejo.

28
murieron los esposos Díaz Withe, moraron largos años, des
-

pués de 1912, don Eduardo Guerrero Vergara y doña Ester


Garín de Guerrero e hijos. Este caballero de imponente fi
gura, era inspector de Compañías de Seguros, a él dedicó
estas estrofas, don Desiderio Lizana: "Todas las
Compañías
de Seguros / para Eduardo compraron una fosa / De cuan
tas se han construido en estos muros
/ parece que será 'a más
hermosa: /no habrán sido muy chicos los apuros /para po
nerle al frente tanta cosa: / ganchos, pistones, hachas, escale-
leras / y un 'galV con mil metros de mangueras".
La calle Román Díaz la abrió el mismo don Román en
su inmensa finca. En la esquina suroriente estaban las ca
sas que heredó don
Enrique Díaz Withe, propiedad de un mil
«¡«isrientos mefros cuadrados (1.600) adquirida por mis padres
en subasta
pública, en 1918, en la entonces agronómica suma
de cincuenta y seis mil seiscientos oesos (% 56.600. ), más o —

me'- os cincuenta y seis centavos ($ 0,56) de la moneda actual.


Viuda nuestra madre en 1953, nunca quiso deshacerse del
inmueble, nosotros tuvimos que venderlo, a vil precio, des
pués de su fallecimiento (1960).
Nuestros padres, en 1911, llegaron a la casa de la esquina
suroriente de la calle Román Díaz, cuyo dueño se las dio
en arriendo. Tenía ésta dos balcones: uno muy amplio y
hermoso en toda la esquina y el otro más angosto estaba en
la misma avenida Providencia; ambos poseían magníficos
balaustres torneados. Esta residencia tenía una larga hilera
de habitaciones, cuyos balcones daban a la ca'le Román Díaz
y la puerta de entrada estaba esta misma calle contigua a
en

Providencia. Las piezas tenían acceso a un obscuro pasadizo


que terminaba en el amplio patio pavimentado con piedra

29
de huevillo. Había una puerta de servicio y otra que, primiti
vamente, quizás fue la de la cochera de la casa grande que
edificó don Román Díaz, en la esquina suroriente de la ave
nida Providencia y a la cual nuestros padres se trasladaron
en el verano de 1913. Esta era, hasta entonces, la oficina del

Registro Civil de la comuna y allí mismo vivía el oficial,


don Joaquín Munita del Canto con su mujer doña Elvira
Armijo Laso y su familia. Semejante a ésta eran casi todas
las casonas del barrio en aquel tiempo. Por la arquitectura
de su fachada y el cornisamiento que adornaba la techumbre,
la puerta, ventanas y la armoniosa balaustrada de sus balco
nes, parece haber sido construida antes de 1870. La ancha
puerta de calle de dos manos, daba entrada a un amplio y
largo zaguán al cual tenían acceso cuatro grandes habitacio
nes: la
primera de la izquierda era una verdadera cuadra
que servía de dormitorio a nuestros padres, el portal desembo
caba hermoso corredor y luego aparecía el primer patio
en un

donde estaba el jardín adornado con claveles dobles, rosas


de variados colores y jazmines, flores que mi madre cuidaba
como la niña de sus ojos. Alfinal del vergel había una pa
jarera repleta de una gran variedad de canarios, jilgueros,
cardenales, diucas y otros paj arillos cantores que alegraban
la vida hogareña. Este patio lo circundaban muchas piezas
que terminaban en dos comedores: el grande y el "chico";
en seguida un pasadizo comunicaba el jardín con la quinta

en cuyo centro había un largo parrón con las más diversas

y jugosas vides y numerosos árboles frutales; también esta


ban allí las habitaciones muy cómodas destinadas al personal
de servicio, la cocina y despensa. Más allá tenían nuestros
padres el establo con unas quince vacas que proveían de leche

30
a la familia y a numerosos vecinos. Sobre ei establo había
un cobertizo donde se
guardaba el pasto; ese era el centro de
nuestros juegos la niñez, principalmente cuando quería
en

mos ocultarnos de las miradas de nuestros


padres y de la
vigilancia permanente de nuestra vieja "mama". Nunca fal
taba en casa un manso borriquillo que mi único hermano y
yo cabalgábamos por la solitaria y polvorienta avenida Román
Díaz.
Contiguo a nuestra casa existía un campo verdegueante
donde mi padre mandaba a pastar las vacas y el asnillo.
En la misma calle Román Díaz, junto al canal, a los
pies de nuestra casa, estaba el Hogar de Veteranos de 1879.
Era una inmensa casona de tres patios, edificada poco des
pués de la Revolución de 1891, donde vivían algunos viejos
combatientes, soldados y clases de la guerra del Pacífico con
sus
esposas; generalmente eran familias indigentes sin otra
renta que la exigua jubilación del Estado. Entre esos vetera

nos había un chino de


apellido Han, muy alto y enteco, con
blancos, ralos y tiesos mostachos caídos. El viejo so-dado, a
pesar de los largos años de residencia en Chile, hablaba un
castellano muy chapurreado; el lenguaje y la figura causaban
risa con un si es de miedo entre los niños del barrio.
no es

Uno de los mejores entretenimientos que teníamos con mi


hermano menor, Sergio, era visitar continuamente a los ve
teranos en el Hogar que ya era como la
prolongación de
nuestra casa; allí pasábamos largas horas en las vacaciones,

escuchándoles deliciosas anécdotas de las batallas y combates


de la Guerra del Pacífico.
En el primer patio del hogar, inmediatamente vecino al
establo de mi padre, había un gran salón de actos con estra-

31
do y una mesa de fina madera, ricamente tallada, donde los
antiguos soldados y marineros de la patria tenían sus reunio
nes, algunas de las cuales, las destinadas a elegir su di
rectiva, por ejemplo, terminaban en pendencias; otras con
cluían en alegres bailes a los cuales los dueños de casa
invitaban a sus amistades; generalmente una banda de músi
cos del Ejército solemnizaba estos actos que en varias ocasiones

eran realzados con la presencia de personalidades del Go

bierno', de las Fuerzas Armadas y autoridades de la comuna.


Tampoco faltaban los banquetes, uno muy importante era el
ofrecido el 13 de enero, aniversario de Chorrillos. Termina
das estas fiestas, anfitriones e invitados salían tambaleándose
a esperar el tranvía N9 11, en la esquina de Román Díaz.

Las fami'ias de Providencia, cuyo orgullo era aún más

exagerado que el del común de ia sociedad chilena de la


época, llegaba a tal extremo que recíprocamente, se miraban
en menos, se hacían saludos de protección, no
pagaban las
visitas al nuevo vecino cuando les parecía de clase inferior o
porque encontraban siútica a la familia que llegaba; lo peor
es que estas costumbres, tan poco cristianas, las
practicaban
perdonas que se golpeaban el pecho en las iglesias de la
comuna o en las de moda en el centro de la ciudad.
Por cierto que en las fiestas del Hogar de los Veteranos
nunca participaban las familias copetudas del barrio que eran
la generalidad. Continuamente se escuchaba a las señoras y
niñas providencianas, que no iban a los bailes del
Hogar por
que éstos sólo para la gente de medio pelo, siútica y "em-
eran

pleaditas". Los niños nos divertíamos cuando nos asomába


mos al recinto de la fiesta, desde la escalera del
establo, y
observábamos el bailoteo, danzas que nos llamaban mucho

32
la atención, porque nuestros padres con sus parientes y amis
tades, sólo de vez en cuando bailaban "cuadrillas" y "lan
ceros".
La avenida Miguel Claro se abrió a principios de este

siglo con parte de la propiedad de D. Román Díaz


y de la
del obispo del mismo nombre.
La quinta situada en la esquina suroriente de Providen
cia la ocupaba su dueño, el canónigo de la Catedral de San
tiago, obispo titular de Legione y auxiliar de los arzobispos
Juan Ignacio González Eyzaguirre y Crescente Errázuriz Val
divieso, don Miguel Claro Vásquez (1861-1921), quien ade
más poseía el título de médico-cirujano y especialista en gi
necología, profesión que ejerció en Quillota antes de ingre
sar a la vida eclesiástica.
Este i'ustre prelado fue verdadero precursor de las ense

ñanzas sociales de la Iglesia en nuestro país, junto con el


obispo Martín Rücker Sotomayor (1867-1935). Claro, redac
tó el programa del sindicalismo de los obreros católicos y
cne auto"- de la "Carta dirigida a 'a gran confederación Sin
dical". Clotario Blest en sus "Recuerdos" dice que el obispo
C "a pesar de que era un hombre de la oligarquía" aooyó
aro

mucho los movimientos de reivindicación obrera y sindical.


mejor residencia de este sector de la comuna era la
La
del cbispo Miguel Claro, asemejábase a un palacio. Recuer
do haber entrado siendo niño a la capilla privada del prelado
para participar de la Eucaristía que él celebraba.
Más de una vez, cuando
nuestros hermanos meno
con

res,salíamos a caminar por la avenida Miguel Claro, acom


pañábamos al obispo en sus paseos matinales. Con desparpajo
conversaba con el bondadoso pastor, quien me acogía con

33
?. —
Crónicas de . . .
cariño. Nada podría decir de su físico, ni de sus cualidades
intelectuales que debieron ser de subidos quilates, porque se
preocupó del problema social, al que pocos hombres de su
tiempo dieron importancia; su
figura pasa fugaz por mi me

moria.
En una
gran parte de la inmensa casa del obispo, funcionó
el Liceo José Victorino Lastarria, fundado el 1° de junio de
1913, y que más tardeocupó toda la amplia quinta del pre
lado. Del Liceo hablaré largamente más adelante.
Por esta misma acera sur había edificios hasta la avenida
Pedro de Valdivia; más al oriente existían sólo Dredios agrí-
colas y una que otra vetusta casona, hasta la parroquia de
San Ramón, cuya iglesia no pasaba de ser un inmenso co

bertizo.
Un dentista de apellido Peters, quizás nacido en Gran
Bretaña, vivía al lado oriente del Liceo Lastarria; este odon
tólogo nos hacía ver estrellas cuando pasaba la máquina eléc
trica por la dentadura. Entre las calles Miguel Claro y Ma
nuel Montt. por la misma acera, estaba la qumta del caballero
italiano, don Juan Podestá, padre de varias hijas muy corte
jadas entonces, per los jóvenes veinteañeros del barrio.
En la calle Miguel Claro, al llegar a la de Bilbao, la Caja
Hipotecaria comenzó a construir en 1915 o 1916, numerosos
"chaletes" que poblaron esa parte solitaria de la comuna,
a los cuales cantó don Desiderio Lizana en sus "Nichos":

"Buscándole inversión a los penales /que les saca de] alma


a sus deudores,
/ la Caja adquirió diez de estos locales, / para
darlos de "yapa" a compradores / que tomen los "chaletes"
principales/ y paguen al contado sus valores. /Con este so
bornal no será caro / palacete ninguno en Miguel Claro".

34
Entre los más respetables vecinos de esta avenida, recor

damos a don Ernesto Greve (1873-1959), individuo de la


Academia Chilena Correspondiente de la Real Española, que
fue mi colega, durante diez años, en una de las mejores épocas
de la Corporación a la cual dediqué buena parte de mi tiem
po. Don Ernesto Greve, escribió una voluminosa "Historia
de la Ingeniería en Chile" y
poseía vastos conocimientos lin
güísticos, era especialmente versado en vocablos científicos.
Varón de elevada estatura, de faz sonrosada y magnífica
apariencia, muy bondadoso y gentil. Era dueño de una quin

ta señorial, en la avenida.
Un vecino caracterizado, fue don Leoncio Baeza Guz
mán, quien motejaban "El Pescado", hombre simpático
a

y amable al cual clon Desiderio Lizana, dedicó esta estrofa:


"Ese que tiene una pileta al centro / es la construida con ma
yor destreza / parte fuera del agua, parte adentro / porque
así la pidió Leoncio Baeza".
Muy cerca del hogar del señor Baeza, tenía el suyo, don
Benito Rebolledo Correa (1880-1964), gran pintor chileno,
de rostro moreno y cabello ensortijado. Maestro del arte pic
tórico, semejante a Sorolla. Romera dice: "una. fórmula que
lo definiría, en forma perentoria, sería la del "realismo lumi
noso". Los retratos humanos, figuras de animales y las pe
queñas naturalezas muertas, lo acercan al impresionismo.
Muy conocido principalmente por su porte elevado y la
pina, era el norteamericano don Santiago Spencer, agente
de varias casas comerciales yanquis, cuyo retrato está muy
bien trazado por don Desiderio Lizana: "Santiago Spencer,
dueño de esta fosa es práctico cual buen americano y piensa
destinarla a otra cosa ya que él no vendrá a ella tan temprano:

35
va a llenar con ansias una losa que digan que es agente sobe
rano de
yanqui y sin igual manufactura y "reclame" será su
sepultura".
Don Narciso Valdivieso, era un rico propietario de Mi
guel Garó y Román Díaz, pero nunca vivió en el barrio.
Don Desiderio Lizana dice: "Aunque tiene don Narciso/ pa
ra todos los suyos sepultura, / disponer de otra en Providencia
quiso / de más nueva y sencilla arquitectura. / Su deseo el
Alcalde satisfizo / Ordenando inscribirle esta lectura: "Sólo
para Narciso Valdivieso / propietario entusiasta y de pro
greso".
Por el lado norte, el del río Mapocho, tenía su casa y
consultorio el doctor Carlos Schmidt, uno de los dos conno
tados galenos de esa época en Providencia, con mucha clien
tela y sumamente querido por su competencia profesional y
bonhomía.
Entre Manuel Montt y Pedro de Valdivia, más o menos
donde ahora está la calle Dr. Manuel Barros Borgoño, había un
r-.-cr'o e u" "difido viejísimo de amplios corredores, regen
tado por los Hermanos de las Escuelas Cristianas, en el cual
estuve muy poco tiempo, cuando era niño de seis años.
Poro mác °TÍba estaba la Casa de Huérfanos, de la cual

ya se habló. El templo lo construyó el arquitecto italiano,


Eduardo Provasoli Pozzo'i (1847-1926), el mismo que edifi
có la Casa Matriz, la actual Ferretería Montero y la iglesia
parroquial de Castro (Chiloé). Son todas construidas des
pués de 1870. Los dos templos santiaguinos son de mucha
airosidad y belleza arquitectónica, evocan los venecianos, de
una sola nave. La Divina Providencia posee una cúpula
elegante y su torre esbelta es espléndida y de un severo cla-

36
sicismu. Esta iglesia tiene para mí los más caros recuerdos,
porque la frecuenté en la niñez y juventud, y el 19 de diciem
bre de 1937 ofrecí por vez primera, al día siguiente ele haber
recibido el orden sacerdotal, el Sacrificio Eucarístico.
El templo de Castro, íntegro de madera, se destaca por
su singular belleza entre los del extremo sur de Chile.

Al frente, poco más arriba, estaba la Subcomisaría de


Providencia, creada a fines de 1910 y puesta bajo la jefatura
de mi padre, entonces un apuesto j»,ven de 33 años que se
entendía, maravillosamente, tanto con ei potentado pelucón
Ricardo Lyon Pérez, como con eT regidor demócrata Bernar
do Cristi, perteneciente a la izquierda política de entonces.
El jefe policial de los "pacos azules" de ese tiempo, en el
ejercicio de sus funciones, prescindía de la política criolla, y
por su probidad y rectitud era querido y respetado por los
hombres de todos los partidos y del vecindario; los pobres
eran sus predilectos. El vigilaba la extensa comuna, montado
sobre un brioso caballo, desde la avenida Seminario hasta el
Canal San Carlos y desde la antigua avenida Bilbao hasta
las laderas del cerro San Cristóbal, en las frías y rigurosas
noches de invierno como en los días calcinados por el sol.
Como hombre nacido en Tunca, hijo y nieto de agricultores,
gustaba de los corceles reproductores, con brío y pujanza.
Era un ágil caballero.

37
V

LOS TRANVÍAS

..
Los únicos medios de locomoción que circulaban en los
_

primeros años de la vida comunal de Providencia, eran los


carruajes tirados por caballos, las carretas con bueyes y las
cabalgaduras.
Desde 1890, corría por la avenida Providencia un carro
de tracciónanimal, otro por la de Pedro de Valdivia o Po
blación Providencia; éste partía desde la esquina de Pedro
de Valdivia con Yrarrázaval y llegaba hasta la esquina de
Providencia donde había una tornamesa. En 1910 circulaban
aún los siguientes tranvías de sangre: Fábrica-Comino: Avda.
Providencia esquina de Manuel Montt, seguía por Providen
cia hasta poco antes del camino Vitacura y regresaba en
igual forma ; transitaba cada diez minutos. En Manuel Montt
esquina deProvidencia existía otra línea que terminaba
en la Avda. Yrarrázaval y
regresaba por la misma vía, pasa
ba cada quince minutos, a las mismas horas que corrían los

38
tranvías eléctricos. La tercera línea iba de la Avda. Providen
cia esquina de Manuel Montt, hacia el oriente, entraba por
Pedro de Valdivia y llegaba hasta Yrarrázaval, volvía en
igual forma. En general casi todos estos tranvías pasaban

cada diez minutos, desde las 6 de la mañana hasta las nueve


de la noche; tenían primera y segunda clase. El dueño de -*—

estos últimos "carros", como se les llamaba, era el


millonario,
don Fidel Oteíza.
Estos vehículos eran, según cuenta el historiador Rene
León Echaíz, "un enorme carruaje pesado de dos pisos cuyo
ruido ensordecedor turbaba la paz de toda la quieta y apaci
ble región". Alcancé a conocer estos "carritos" y también
viajé en ellos entre los años 1920 y 1922, porque en ese
tiempo todavía circulaba uno, quizás el último en Santiago,
entre la Plaza Italia, hoy Baquedano, esquina de General

Bustamante frente a la Estación de Pirque y seguía por esa


calle hasta ia avenida Bilbao, para terminar su recorrido en
la avenida Pedro de Valdivia.
A fines del siglo pasado, 1890, comenzó a circular el
Ferrocarril de Pirque, cuya estación estaba en la misma Plaza
Italia, en los terrenos que fueron del Conde de
Quinta Alegre.
El llegaba a Puente Alto desde 1894, y más tarde hasta
tren

San José de Maipo. Durante largo tiempo fue jefe de la


estación de Pirque, don Guillermo Valdés Martínez, quien
con su mujer, doña Clementina González Aguirre, vivía en

una casa ubicada en el segundo piso del mismo recinto fe

rroviario.

Los tranvías eléctricos comenzaron a circular en San

tiago en 1902; pero la avenida


a Providencia llegaron poco
antes de 1910. Entonces inició su recorrido el N? 11, de co-

39
lor azul. Partían desde el Mercado Central y continuaban
por Bandera, Compañía, Merced, Claras (hoy Enrique Mac-
Iver), Alameda de las Delicias y avenida Providencia hasta
la calle Manuel Montt, frente al almacén de abarrotes de
Don Juan Terzago; regresaba por la misma avenida Pro
videncia, Alameda, San Antonio y volvía al punto de partida.
En 1931, hacía idéntico trayecto, porque en el paradero, fren
te al templo de San Francisco de la Cañada, encontré muchas
veces al Rector del Seminario, Monseñor Juan Subercaseaux
Errázuriz, quien, como yo, esperaba el tranvía para viajar
a Providencia, y continuamente me preguntaba
¿y cuándo
te vas al Seminario?
Desde 1920, parece que iniciaron su recorrido los tran

vías N9 27, que salían desde la Plaza Italia y continuaban


por Providencia; el terminal estaba en la Plaza de Los Leo
nes. Tornaban por el mismo camino.

Probablemente, desde 1923, empezó a circular el tranvía


N? 34, que venía desde la Estación Central, por la Alameda,
pasaba por la Plaza Italia y seguía a Providencia para entrar
por Pedro de Valdivia; terminaba el recorrido en la esquina
de Yrarrázaval; era de color amarillo. Estos tranvías servían-
a una población que ya en 1912, fluctuaba entre los diez mil

ochocientos ochenta y cinco habitantes (10.885). Tal era el


auge que había experimentado la comuna de Providencia.
Los tranvías eléctricos tenían, fuera del
conductor, que
siempre era varón, mujeres cobradoras, encargadas de perci
bir el precio del pasaje. No olvidaré el atuendo de las cobra
doras: vestían uniforme azul desvaído, semejante al de los
antiguos "pacos", que consistía en falda y chaqueta; apenas
cubrían su cabeza con un pequeño sombrero de hule negro

40
de copa cuadrada y ala redonda muy corta, que se colocaban
ladeados para dejar coquetamente visible el moño, general
mente grande. Las figuras de estas simpáticas y pintorescas
servidoras incitaban a la risa de los niños del barrio que nos

burlábamos de ellas.
Algunos tranvías tenían imperial o segundo piso, al que
se subía por una escalera de caracol; existían también carros
abiertos semejantes a las góndolas, pero éstas sólo circulaban
en el verano. Abajo el pasaje costaba diez centavos, mi madre
lo encontraba muy caro, porque en su juventud, ella pagó
una ficha colorada; en
segunda clase o arriba, valía cinco
centavos, de esos pequeñitos con algo de plata que circula
ban entonces. Los niños, cuando podíamos ir solos al centro
de Santiago o íbamos a buscar a nuestras hermanas al Liceo
N9 en la
1, viajábamos imperial; ahorrábamos un cinco para
comprar los diminutos libros de cuentos de Calleja o pasteles
en el Casino del Portal.

La ficha colorada dio motivo a uno de esos tantos ver


sificadores que abundaban en el país para componer una
graciosa estrofa que escuchamos a nuestros padres y abuelos:
"Allá va, ya va, / una ficha negra / y otra colora, y / una
conductora / que no vale na".
~^. Antes de que la avenida Providencia fuera pavimentada,
tal vez entre los años de 1918 y 1921, época en que aún no
circulaban en gran número los automóviles Ford, los únicos
ruidos que se escuchaban en la apacible y silenciosa comuna
eran los producidos por los tranvías y uno
que otro coche,
tirado por caballos, los cuales transitaban los dueños de
en

los fundos de Vitacura, Las Condes y Apoquindo que iban a


la ciudad y luego regresaban; se oía también el bronco golpe

41
de las herraduras de los rocines que montaban administrado
res, mayordomos y otros guasos de esos predios, con sus

vistosos atuendos típicos, cuando viajaban de ida y vuelta del


campo a la capital.
conviene recordar que, desde la Estación de Pirque,
Aquí
en la actual Plaza
Baquedano, donde comienza ahora la ave
nida General Bustamante, entonces avenida Las Quintas,
salía un de trocha ancha que se introducía a ios tajama
tren
res del Mapocho, por un socavón y continuaba en medio del
río por terraplén y llegaba a la Fábrica de Cerveza, más allá
de Los Leones. Los carros conducían la cebada y sacaban la
cerveza.

Las cobradoras se bajaban de los tranvías en la Plaza


Italia Baquedano, para mirar si venía el tren hacia los ta
o

jamares. En una ocasión la máquina del ferrocarril embistió


contra el tranvía N? 11 v produjo un accidente que causó
numerosos heridos.

V.
VI

VISION DE PROVIDENCIA

-Providencia, entre los años 1910 y 1920, era una agreste


y solitaria aldehuela, sin alcantarillado, con sus calles silen
ciosas, alumbradas a
principios del siglo, por una mortecina
llama de gas, mucho después se instaló la luz eléctrica, tal
vez 1918, porque recuerdo haber visto, cuando niño, al
en

empleado de nuestra casa, encender las lámparas de gas,


provisto de una caña con mecha en la punta.
La avenida y sus callejones adyacentes eran polvorientos
en el estío y fangosos, casi intransitables en el invierno. Fue
ra de los ruidos que producen los carruajes, los tranvías
y los
golpes de las herraduras de los caballos, algarabía
la de los ni
ños que salíamos del Liceo Lastarria, a las 11.30 de la mañana

y a las 4 de la tarde, rompía el sosiego campesino de Provi


dencia; también solían perturbar la paz de la comuna los
gritos monótonos de los vendedores ambulantes y de los ára
bes, vulgarmente motejados de "turcos", que pasaban con

43
unos grandes carros de cuatro ruedas; éstos eran verdaderas
paqueterías ambulantes, vehículos de mano, conducidos por
los mismos comerciantes, quienes voceaban sus mercaderías
al grito de "tuto corenta", "todo a cuarenta"; en la noche,
más o menos a las 9, se escuchaba el chillido de los tortille-

ros: "tortillas güeñas calentitas".


Lluvias interminables, como no recuerdo otras en el
curso de mi vida, ya
muy larga, produjeron en el invierno
-de 1912, una grande avenida; los tajamares no pudieron de
tener el impetuoso avance de las aguas del Mapocho que se

desbordó. El puente del Arzobispo, aunque era muy firme,


estuvo en serio peligro, la avenida Providencia quedó conver

tida en otro brazo del río. Una noche fue tan serio el peligro
de que el torrente entrara por el subterráneo de nuestra casa,
que mis padres se prepararon para huir con sus cinco peque
ños hijos, si así acontecía. Han pasado 68 años, y recuerdo
perfectamente el pavor que nos invadió en aquella lúgubre
noche de lluvia torrencial. Mientras esperábamos, con las va
lijas arregladas, para trasladarnos al hogar de nuestra abuela
paterna, mi madre con su entereza peculiar, se encomendaba
a la Virgen del Carmen y atisbaba
por una de las ventanas,
la llegada de mi padre para sacarnos de allí. El, sobre su
cabalgadura, en pleno temporal, como jefe de la Policía, vigi
laba el torrente y calmaba a la aterrada población. Los niños
tiritábamos de miedo, ante la amenaza de que se inundara
el subterráneo, felizmente cesó la lluvia y el peligro pasó.
En la época de la Colonia estas inundaciones eran más
frecuentes, el Padre Alonso de Ovalle al hacer mención del
río Mapocho, recuerda esas salidas de madre: "Por la banda
del norte baña a esta ciudad un alegre y apacible río, que lo

4r4
es mientras no se enoja, como lo hace algunos años, cuando el
invierno es
muy riguroso y llueve, como suele, porfiadamente,
cuatro, ocho y tal vez doce y trece días sin cesar; que en estas

ucaí iones ha acontecido salir


por la ciudad y hacer en ella

muy grande daño, llevándose muchas casas, de que aún se


ven
hoy las ruinas en algunas partes. Para esto han fabricado
por aquella banda una fuerte mural'a o tajamar donde, que
brando su furia el río, echa por otro lado y deja libre la
ciudad" (1).
Los tajamares eran unos inmensos bloques de cal y la-
dril'o que comenzaban poco más al poniente en la Plaza
Baquedano, actual Parque Forestal, y terminaban frente al
callejón de Azolas (calle José Manuel Infante).

Los santiaguinos, que tan poco saben de la historia de
su ciudad, no hace mucho pudieron apreciar la magnitud de
los tajamares, cuando vieron algunos trozos de esta gigan
tesca obra de albañilería, en las excavaciones que se hicieron

en Providencia, para la instalación del Ferrocarril subterrá

neo o
Metropolitano.
Tanto gustaron a los moradores de la capital estos taja
mares que, poco después de terminados, a fines del s'glo
XVIII y comienzos del XIX, los convirtieron el paseo de en

moda. Allí en las tardes primavera1es y veraniegas, con el


blanco telón de fondo de la montaña, se daba cita la juven
tud de ambos e'egantes atuendos. Entre tanto las
sexos con

señoras y los caballeros pelucones lucían sus mejores galas


y vigilaban a la muchachada desde sus suntuosos carruajes.
Con el tiempo, quizás entre los años 1912 y 1915, se

'.!) "Histórica Relación del Reino de Chile". Lib. V. Cap. II.

45
colocó a
tajamares un rejal en forma de nicho. Don
los
Desiderio Lizana Droguett, poeta, folklori.-ta y Notario Pú
blico de Santiago, antiguo morador de Providencia, dedicó
un nicho a cada vecino; los
primeros versos los recogió en
un folleto en 1917,
y otros quedaron inéditos, uno de éstos
decía: "Un jovencito de nariz borbónica / alegre, inteligente
y vivaracho / pintó en un nicho la figura irónica / de un co
misario jineteando un macho/ y por inscripción le puso: / La
pesquisa es la muía de más brío /Hay que domarla, agárre
sele tío" (2).
Muchas veces transitamos por esos tajamares, primero
con José Tomás Alcalde Fabres, vecino del
callejón de Azo
las, en 1916 y 1917, y en 1918, con mi hermano Sergio, hov
Corone' de Sanidad (R), cuando íbamos camino hacia el
viejo y añorado Seminario de los Santos Angeles Custodios.

Los primeros negocios de la despoblada Providencia co
lonial fueron los molinos de los Infantes, en la esquina del
callejón de Azolas, y el de Domingo Costa, que parece haber
estado en Bella Vista; pero entonces la comuna se extendía
hasta }?. otra ribera de! Mapocho. Más tarde se instalaron

(2) El Comisario de Investigaciones era mi padre, Fidel Araneda Luco


(1978-19530 En aquel tiempo (1917), acababan de ser exonerados
de la jefatura de la antigua Sección de Seguridad, el subprefecro de
Inves'-ir'aciones, Eugen:oCastro Ruiz y el Comisario de Investigacio
nes, Aurelio Valladares. Fueron designados para reorganizar la Sección
Seguridad, don Carlos Dinator, ca.pitán de Ejército (R), en calidad de
subprefecro, y mi padre, que era comisario de la 2? Comisaría (Pla
zuela de San Isidro), de Comisario; ambos de la absoluta confianza
del Prefecto, Coronel de Ejército, Rafael Toledo Ta^le y del Inten
dente de Santiago, Pablo Urzúa.
El jovencito era Ramón Ricardo Bravo y Bravo
(1895-1949), poeta y
periodista, que moraba en nuestro hogar desde muy niño; era sobrino
de mi madre.

46
otros y en los primeros años del siglo actual, cuando aumen
tó la población y comenzaron a circular ios tranvías, el co
mercio tuvo mayor auge.
Frente a la calle Román Díaz, donde el río se desviaba
más hacia el norte se estableció la Fábrica de Tubos de Ce
mento, de los hermanos españoles, Luis y Rafael Grau; de
trás de ella había terrenos baldíos en los cuales, como antiguo
lecho del río, abundaba la greda. Muy próxima a esta fábrica
de los Grau, había otra de velas de esperma, cuyo propietario
era un señor de apellido Maino. A Don Rafael Grau dedicó

don Desiderio Lizana esta estrofa: "Rafael Grau no quedó


contento / con el nicho que le hizo la Alcaldía / Seis colum

nas de tubos de cemento / dijo que iba a


agregarle cualquier
día. .
/ Verá la población providenciana / Cuánto vale la
.

industria catalana". Los hijos y nietos de los hermanos Grau


han continuado con la fábrica que actualmente está en la
Avda. Vicuña Mackenna.
Allí, detrás de las fábricas de Grau y Maino, solíamos ir
los niños a hacer bolitas y figuras de arcilla; algunas veces
íbamos con los vecinos inmediatos de nuestra misma edad,
los Silva Urzúa, que ocuparon en 1913, la casa de la esquina
de. Román Díaz, cuando nosotros nos trasladamos a la gran
de, contigua a aquella en lá misma avenida Providencia. En
una ocasión, mientras jugábamos con los ca-ros d.~
fierro, en
que los obreros conducían las piedras extraídas del Mapocho,
mi hermano Sergio se clavó en una mano el garfio que unía
los carritos. Al verlo sangrando, salí despavorido, atravesé
la avenida y a grito pelado le dije a mis padres: ¡Sergio se
murió ! Ta! aviso, atolondrado, causó la muerte de otro her
mano que iba a nacer
pocos meses después. La "mama" de

47
los Silva Urzúa, a cuyo cuidado estábamos, lavó la herida
en las aguas turbias del Mapocho, y ia gangrena tuvo al futu
ro médico
cirujano a las puertas de la muerte. Esto sucedió
probablemente a fines de 1915, o en los primeros meses de
1916.
El comercio de Providencia era, entonces, muy exiguo,
-"=--

abundaban, como se dijo, ¡os buhoneros o faltes, así llamados


en Chile,
que vendían géneros o telas, como hoy ocurre en
los campos despoblados. Negocios de menestras en 1903,
ya existían varios: los de N. Cabrera, L. Contreras, J. Ga
vióla, P. Gutiérrez, D. Leiva, E. Muñoz, A. Paz, A. Rodrí
guez, E. Toro, P. Troncoso, J. Valenzuela y J,. del C. Vicen-
cio. Tampoco faltaban las carnicerías, en ese mismo tiempo
expendían este artículo: E. Calderón, T. Guzmán, P. Mon-
tecino, A. Vidal, y posteriormente, don Manuel Orellana.
Tiendas, como se dice aouí, donde se vende géneros, telas y
otras cosas semejantes, había una muy primitiva de un pa'es-
tino que castellanizó su
apellido y se
apodaba "el turco Ra
ro:s"; estaba ubicada entre las calles Manuel Montt y An
tonio Varas, aproximadamente donde ahora está la cade
Manuel Barros Borgoño. Había un depósito de madera, de
Tadeo Calderón; una fábrica de ladrillos, de Esteban Be-
llini y hojalatería, de
una Manuel Salazar. Todos estos ne
gocios quedaban ubicados más al oriente de la avenida Ro
mán Díaz, por ambas aceras, porque por la ribera del Mapo
cho, fuera de las fábricas, ya recordadas, de tubos de cemento
y de velas de esperma, sólo estaba la de levadura de la fami
lia Viviani Contreras, frente a la ca'le Miguel Claro. Entre
las calles Seminario y Manuel Montt, por ambos lados, no
existían más negocios que los ya mencionados. Después,

4S
quizás el año 1922, se instaló una Agencia de "El Mercu
en

rio", en la avenida Providencia, antes de llegar a Manuel


Montt. Allí fui en busca del ejemplar de "Las Ultimas No
ticias", en la tarde del 20 de julio de 1923, cuando apareció
mi primer artículo sobre el 10° Aniversario dei Liceo José
Victorino Lastarria, donde estudiaba el 49 año de humanida
des. Estuve en la Agencia una hora antes que llegara el
diario. El artículo no me atreví a firmarlo, pues lo consideré
pésimo, lo subscribí bajo el nombre de "Un Alumno del 4?
Año A". Al ver el "articulejo" en la página de redacción, sal
té de gusto; nunca hasta entonces, sentí mayor alegría. Ufano
y orgulloso, corrí con el vespertino adonde mis padres, quienes
compartieron la felicidad del primogénito y me estimularon la
vocación literaria. Quien estaba también muy contento era el
buen Rector del Liceo Lastarria, don Tomás Guevara, acucio
so y culto
etnólogo del cual tendré ocasión de hablar largamen.
te en el capítulo dedicado al colegio. Me congratularon tam

bién 'os inolvidables maestros: Pbro. José Agustín Erazo, Juan


Du'án y Gabriel Amunátegui Jordán. Después he recibido
muchos e inmerecidos honores, con ios que nunca soñé, más
ninguno logró darme tanta satisfacción como cuando vi pu
blicado el primer artículo.
Por esa misma acera sur y en esos alrededores se
puso
poco después la Farmacia Rojas.
Poco más allá de la calle Manuel Montt estaba la car

nicería de don Manuel Orellana y muy cerca de ésta la úni


ca panadería de que tengo memoria en el barrio.

En la norte, desde la fábrica de levadura hasta


acera

frente a la avenida Manuel Montt, só'o existían casas de ha-

49
4. —
Crónicas de . . .
bitación como la muy amplia de don Sandalio Ubilla y el
"""Club de Providencia.
Esta institución social la fundó el doctor Luis A. Solís
Várela. En ella se efectuaban todas las reuniones políticas
y sociales de la comuna. Era una casona muyamplia y en
buen estado de conservación. Mi padre, autoridad policial
del barrio, jamás concurría: en parte por su temperamento
retraído, poco comunicativo, quizás heredado de su abuela
doña Antonia Silva Araneda, y también para permanecer
al margen de los peligrosos corrillos del vecindario: Provi
dencia era entonces un verdadero pueblo chico, aunque feliz
mente nunca recuerdo el barrio como infierno grande. Allí
todos se conocían. El jefe de Policía, enviaba en representación
su sobrino político, el periodista
suya a
y poeta, Ramón Ri
cardo Bravo y Bravo, el mismo jovencito de "nariz borbóni
ca, alegre, inteligente y vivaracho" que tan acertadamente
definió don Desiderio Lizana en "Los Nichos". Aquél con su
jocosidad característica y
atávica, se divertía en las reuniones
sociales y pronunciaba siempre el mismo discurso en nombre
de su tío, el subcomisario, palabras que comenzaban con la
consabida frase: "vengo en representación señores de la más
alta autoridad local .". Por cierto que él era ei primero en
. .

ridiculizar su oratoria cuando refería en nuestro hogar lo su


cedido en esas vinolentas reuniones del Club. Mi padre, des
pués de escucharlo con su circunspección y tras una leve
sonrisa, le decía ¡Cuidado, cuidado, don Rica!
Frente a Manuel Montt estaba la Librería y Cigarrería
del español, don Manuel Chico, que por rara coincidencia era
también de porte diminuto y enteco, quizás por lo mismo,
el vecindario y los niños le llamaban "don Ángel Chico".

50
Allí íbamos diariamente a leer gratis la prensa desde 1922,
cuando ya no le mandaban los diarios y revistas a mi padre,
porque había jubilado y sólo compraba "El Mercurio"; tam
bién adquiríamos en la librería los útiles de escritorio y los
primeros cuentos de Calleja. En 1903, ya existía en el barrio,
pero ignoro donde, la Cigarrería de Amador Toledo.
En la misma avenida Manuel Montt, que era el punto

céntrico de la comuna, había extensas casas quintas, uno de


los primeros vecinos fue el dentista Waldo Palma, quien más
tarde convirtió en connotado personaje en la segunda ad
se

ministración de Arturo Alessandri Palma (1868-1950). Era


Director General de Investigaciones. Su fealdad mayúscula
o
"magnífica", como habría dicho Augusto Orrego Luco
(1848-1933), al par que la simpatía y especial gracejo, le con
virtieron en uno de los hombres célebres de Providencia.
Junto a la casa de la familia Palma, tenía la suya el poeta y
maestro Carlos Mondaca Cortés, serénense (1881-1928), su
mujer doña Isabel Kirman, de quien hablaré al tratar de la
Escuela de niñas que ella regentaba; los esposos Mondaca-
Kirman, tenían dos hijos, un hombre y una niña: Carlos y
Virginia. falleció, pero su hermano vive y somos amigos
Esta
desde los ya lejanos años de la infancia; es abogado de pres
tigio, formó parte del Grupo tan famoso de "Los Cuatro
Guasos" y trabajó también con éxito como actor de cine.
Don Carlos Mondaca Cortés, poeta neorromántico, sentimen
tal autor de dos libros, figura al lado de Diego Dublé Urru-
tia, Luis Felipe Contardo y otros, entre los primeros líricos
de la generación de 1900. Profesor de Castellano y Literatura
titulado en el Instituto Pedagógico, se estrenó como poeta
en el "Ateneo de Santiago", fundado por Samuel A. Lillo

51
(1870-1958), fue Pro-Rector de la Universidad de Chile, Rec
tordel Instituto Nacional en cuyo cargo lo sorprendió la
muerte a los 47 años. Por su carácter retraído y bondadoso fue

muy querido en el barrio, y por sus numerosos discípulos.


Cerca del hogar de los Mondaca está todavía el "chalet"
de don Juan Baglietto, al cual don Desiderio Lizana, en sus
"Nichos", dedicó esta estrofa: "Esa que el arquitecto tanto
adorna, / modelo del más puro arte toscano, / es de don Juan
Baglietto, ciudadano / de la patria de Dante y de Cardona"/.
Poco antes de llegar a la cape Pérez de Valenzuela, casi
al lado de la librería de don Manuel Chico, estaba la agencia
"E" Gallo" en la que los pobres y obreros del barrio empe
ñaban sus enseres, y en la misma esquina norponiente, Pérez
Valenzuela, tenía un surtido almacén de abarrotes y menes
tras, el italiano don Juan Terzago. En la esquina nororiente
de la calle Pérez de Valenzuela, donde la acera se elevaba a
poco más de un metro y medio del nivel de la avenida Pro
videncia, tenía su botica y casa habitación don Enrique Vi
cuña Pacheco; la altura de la acera se mantenía hasta la ve

cina cade de San Gabriel. Don Enrique Vicuña había instala


do su negocio quizás a fines del siglo XIX, porque en una
Guía de Santiago de 1903, figura como la única botica de
la comuna. Este caballero fue regidor del Municipio en va

riosperíodos y el ya tan mentado don Desiderio Lizana, lo


inmortalizó en "Los Nichos": "Aquella cuya mezcla aún no
fragua / es de Enrique Vicuña / que se lamenta, grita y se

enfurruña / porque le ha puesto llave de agua


no se . .
./ con

su porfía claramente indica / que aquí piensa seguir con la


botica". Este boticario, como se motejaba al buen don Enri
que, amaba tanto su negocio y el sitio en que lo tenía funda-

52
do, poco después de la creación de la comuna, que el poeta
Lizana jocosamente le dice que con su "porfía" pensaba ins
talar la Botica en un nicho de los tajamares, cuya dimensión
era de
quince centímetros cuadrados más o menos. Casi al
lado, en el mismo altillo, tenía su hogar y consultorio, el den
tista don David Villaseca, respetable profesional que se dis
tinguía por el uso permanente de una impecable corbata blan
ca larga y por su ceño adusto. Tan serio era don David
que
los muchachos de la comuna, agrupados en la esquina sur-
oriente de Manuel Montt, apenas se atrevían a dirigir lán
guidas miradas a sus agraciadas hijas que vivían como verda
deras monjas de riguroso claustro; se solían ver cuando iban
al Colegio de la Compañía de María.
A propósito de muchachos del barrio, éstos eran muy
celosos y se creían los dueños de Providencia, porque cual
quier forastero que llegaba padecía con sus bromas pesadas
y no pocas veces hasta debía soportar las bofetadas. Los gru
pos que se formaban en la esquina de Manuel Montt eran
temibles, constituían verdaderas pandillas integradas por los
jóvenes de todas las clases sociales de la comuna.
Por el mismo costado norte estaba la Curtiduría y Za
patería de Alicides Magnere, que con el tiempo este indus
trial dividió para entregar, una a su hijo Augusto y otra, a
Enrique. Ambos cantaban muy bien; don Desiderio Lizana
les recordó sus dotes artísticas: "Dos sepulturas grandes, casi
iguales / los hermanos Magnere solicitaron ; / y de la Marse-
llesa a los triunfales / acordes los trabajos empezaron; /los
artistas y nobles industriales / de suela y marroquí las tapi
zaron; /por fuera las dejaron a la rústica / creyendo así ob
tener mejor acústica".

53
Al terminar la primera cuadra de la calle Román Díaz,
a los pies de nuestra residencia, estaba la única lechería del
barrio, propiedad de mis padres. Había allí un canal donde
iban a parar la bosta y todos los desperdicios del establo.
En 1903, según la Guía de Santiago, existía en Providen
cia un Hotel, cuyo dueño era el señor Manuel estable
Ayala,
cimiento que no recuerdo haber conocido.

54
VII

ALGUNAS INSTITUCIONES
Y
OTROS VECINOS

Quien contemple la comuna de Providencia hoy, con


todas sus avenidas y calles pavimentadas, altos edificios, ras
cacielos, parques, grandes y macizos puentes sobre el Mapo
cho canalizado, Ferrocarril Metropolitano y pujante comer
cio, no tiene idea de lo que era la avenida y sus calles adya
centes, no digo a fines del siglo pasado, sino aún en 1918: un
camino de campo que conducía a Las Condes y Apoquindo,
con árboles centenarios a ambos lados que proyectaban som

bra apacible y bienhechora en los veranos. En el estío los ca

rruajes y cabalgaduras levantaban nubes de polvo y en el


invierno, Providencia y todas las calles eran barrosas e in
transitables, las buenas aceras eran poquísimas. Las casas del
vecindario, ya se dijo, se reducían a las quintas o parcelas,
como las llaman ahora, y en 1918, se contaban con los dedos

55
las ubicadas, entre el Colegio de la Compañía de María y la
del fundo de don Ricardo Lyon. Las primeras moradas de
Providencia, por el lado sur, eran las Religiosas y las alum
nas internas de la Compañía de María o Buena Enseñanza;

después venían los profesores y alumnos del Seminario de


los Santos Angeles Custodios, colegios a los cuales me refe
riré en capítulos, al recordar los establecimientos
los últimos
educativos de la comuna; en seguida habitaban su casona, las
Religiosas de la Providencia en la Matriz, con su fundadora,
por largos años Superiora General, la canadiense Bernarda
Morin (1832-1929), apostólica, inteligente y visionaria.
Las Religiosas de la Providencia del Canadá, llegaron for
tuitamente a Valparaíso el 17 de junio de 1853, y el Arzobispo,
Rafael Valentín Valdivieso, figura de primera importancia en
la antigua Iglesia de Chile, el 29 de octubre del mismo año,
aprobó su establecimiento en el país. Para que las Religiosas
realizaran su labor apostólica, la Beneficencia compró, en
noviembre de 1854, la chacra de Pedro Chacón Morales, de
67 cuadras, que ya mencioné, en la cantidad de sesenta y un
mil pesos ($ 61.000. ). En las viejas casas de la hacienda

de Chacón se hospedaron, provisoriamente, las hermanas que


-Juego comenzaron a regentar el Asilo de Huérfanos. En
1885, se construyó un magnífico edificio de 260 metros de
frente por 400 de fondo. Tenía en el interior, por lo menos,
treinta patios, los que alcancé a conocer en mi niñez cuando
era superiora de la casa, Sor María Cecilia Barros Araneda

(1871-1927), prima hermana de mi abuelo Fidel (1). La pro-


(1) Sor María Cecilia era hija de José Manuel Barros Valdés y de Filo
mena Araneda Avaria, hermana de mi bisabuelo, Isaías. Sor Dolores

Barros Araneda, hermana de la anterior, era también religiosa de la


Providencia y murió muy anciana en la Casa Matriz.

%
piedad se conoció desde entonces con el nombre de "Chacra
de la Providencia"; se proyectó también levantar un mani
comio en el fondo del predio. Se erigió la Iglesia de
extenso
estilo romano-veneciano, de la que ya se trató, verdadero
monumento artístico en la agreste soledad del camino de
Las Condes, que estuvo a punto de ser derribada por la "pi
cota" criolla.
En 1890, se inició la construcción de un nuevo edificio
para los Talleres de la Casa de Huérfanos. Se edificó con
cincuenta mil pesos ($ 50.000. ) que obtuvo del Gobierno,

el administrador de la Casa, Joaquín Valledor. Se instalaron


los talleres de zapatería, carpintería y sastrería, trabajos que
hacían los asilados. Poco tiempo después se hicieron cargo
de estos talleres y del cuidado de esa parte de la Casa de
Huérfanos, los Padres Escolapios. Uno de estos sacerdotes, el
Padre Mariano, se hizo famoso, y la calle que está al frente,
en la acera norte, lleva su nombre. En 1896, la Providencia

hospedaba 1286 huérfanos. Como la chacra era inmensa, en


1894, el arquitecto Carlos Barrohilet, comenzó, en la parte
que hoy es la avenida Antonio Varas próxima a Francisco
Bilbao, la construcción de esa Casa de Orates que se mencio
nó. Se levantaron varios pabellones, pero por falta de fondos,
se entregó al Ejército. Allí hay actualmente regimientos y
servicios castrenses.
-"*
Las religiosas dejaron la Casa de Huérfanos en 1941, y
ahora los niños están a cargo de la Beneficencia. El antiguo
edificio se redujo a la actual Casa parroquial de la Divina
Providencia. El templo es el mismo que edificó Provazoli y
del cual ya se habló.
Las Religiosas de la Providencia se distribuyeron en las

57
diversas casas del país; en la ellas debe su nom
avenida, que a

bre, quedó solamente la Casa Matriz. La iglesia fue cons


truida quizás después de 1885, porque este último año, el
ingeniero Elias Márquez de la Plata, había edificado mucha
parte de la Casa Matriz. El historiador de la Congregación
y biógrafo de Sor Bernarda Morin, Pbro. Francisco Donoso
González, escribe: "Los trabajos continuaron con lentitud;
pero don José Manuel Balmaceda, que como Ministro de lo
Interior, había favorecido esta obra durante su Presidencia,
se empeñó, generosamente, en concluir la casa
y la igle
sia" (2). El arquitecto que hizo el templo fue el mismo que
edificó el de la Casa de Huérfanos, Eduardo Provazoli, tam-

bien de forma arquitectónica romano-veneciana.
En el amplio apartamiento destinado al capellán de la
Casa Matriz, vivieron durante largos años, dos capellanes
que eran hombres de letras: el Pbdo. Manuel Antonio Ro
mán (1858-1920), y el Pbro. Francisco Donoso González (1894-
1969). El primero se destacó como humanista, académico
de la lengua, versado en estas disciplinas; canónigo de la Igle
sia Catedral de Santiago y vicario general del Arzobispado.
Román, es autor del "Diccionario de Chilenismos", hasta hoy
no
superado, y ha sido el único sacerdote nuestro que fue
vicario general de tres arzobispos: Mariano Casanova (1887-
1908), Juan Ignacio González Eyzaguirre (1908-1918) y Cres.
cente Errázuriz Valdivieso (1918-1931), en cuyo episcopado

el canónigo y hablista falleció. Don Desiderio Lizana, en sus


"Nichos de Providencia", dedica al "Diccionario de Chile
nismos", la siguiente estrofa: "¡Es la vida de la eterna prólo-
(2) Francisco Donoso G. "Bernarda Morin. Su Vida y su Personalidad".
T. II. Santiago de Chile. 1953. Pág. 256.

58
go! / ¡Todo va de la fosa a los abismos! / Ya vendrá a dar en

estos nichos mismos / el ilustre académico y filólogo! /Pero


no morirán sus chilenismos!". Ei verso resultó profético, los
chilenismos de Román, perduran; es una obra clásica en su
género e inencontrable. El capellán que sucedió al lingüista
fue el poeta Francisco Donoso González, profesor del Se
minario de Santiago, crítico literario, ensayista, Director de
"La Revista Católica", biógrafo, académico de la lengua y
canónigo honorario de la Catedral.
-—-

Las religiosas de la Providencia, establecieron en la calle


Condell, a cortos metros de la avenida Providencia, la Im
prenta de San José, a fines del siglo pasado, que aún man
tienen. Allí se imprimió ei "Diccionario de Chilenismos" de
Manuel A. Román, y se editó, hasta hace poco, la "Revista
Católica", la más antigua de Chile, fundada en 1843.
-~

El Hospital del Salvador, comenzó a funcionar en 1889,


en los terrenos de la antigua calle Baraínca, esquina de Pro

videncia. Entonces había sólo unas cuantas salas en medio


de un frondoso parque cuyo frontis estaba en la avenida Pro
videncia. Los pabellones, ubicados hacia el oriente, se inicia
ron en 1891, bajo la dirección del vecino, José Manuel Infan
te Montt. El 7 de diciembre de 1871, el Presidente Federico —

Errázuriz Zafíartu (1825-1877), ordenó construir dos hospi


tales: el del Salvador, al oriente de la capital y el de San Vi
cente de Paul, en la parte norte; este último se inauguró pri

mero, en 1875. El Hospital del Salvador vino a dar grande


importancia urbanística al barrio. El establecimiento asisten-
cial lo administraba don Miguel Felipe del Fierro.
Dentro del recinto hospitalario tenía su casa la partera,

59
doña Sara Otamendi, que vio nacer a varias generaciones de
providencíanos.
Hace medio siglo, el centro, el corazón de la comuna de
Providencia, era la esquina surponiente de la avenida Manuel
Montt, ya muy poblada. Allí estaba el Teatro, en la acera
oriente. En la esquina, a unos metros del Cine, se reunía a
hacer tertulia en las tardes de primavera y verano, la juven
tud del barrio, que como ya hemos dicho era muy cerrada,
rechazaba a toda persona extraña a la comuna.
Frente a la sala de espectáculos, tuvo durante mucho
tiempo, su casaquinta el Intendente de Santiago, don Pablo
Aurelio Urzúa Vergara (1854-1918), talquino, de filiación
política nacional o monttvarista. Don Pablo, había sido regi
dor y Primer Alcalde de Santiago, en 1900; en estos cargos
contribuyó, grandemente, al progreso de la urbe metropoli
tana, lo que movió a su correligionario, el Presidente Pedro
Montt y Montt, para nombrarlo Intendente de la capital en

1908, funciones que desempeñó con eficiencia, bondad y hon


radez. Estableció el Paseo de los Huerfanitos, un día al año,
el 21 de septiembre. Los choferes de los automóviles de al
quiler paseaban por Santiago, a las niñas y alos niños hospe
dados en la Casa de Huérfanos, llamada después Casa Na
cional del Niño. Ese día era de grande alegría en Providen
cia: todo el vecindario sa'ía a la calle para presenciar el paso
de la caravana infantil que agitaba al aire banderas patrias
y globos multicolores. Don Pablo Urzúa, gravemente enfermo,
dejó la Intendencia en noviembre de 1918 y falleció al mes
siguiente, pero en esa época ya no residía en el barrio. El
Intendente Urzúa, era un varón de figura venerable y atra-
ycnte, de cabello cano, bigote y barba mosca, encanecidas.

60
A los 64 años, aparentaba ser un anciano octogenario. En
tonces la Policía, en cierto modo, dependía de la Intendencia

y mi padre era funcionario de la absoluta confianza del Man


datario de la provincia.
Por allí mismo, casi al lado del teatro, vivió un tiempo
don Francisco Tagle Ruiz-Tagle, su mujer, doña Carmela
Santelices Torres y sus hijos: José Antonio y Eugenio, quie
nes después trasladaron su residencia hacia el sur de
la misma avenida, cerca de Bilbao y de la quinta ve

raniega del ingeniero y respetable hombre público, don Fran


cisco Mardones Oteíza, Ministro del Presidente Arturo Ales
sandri Palma. El Sr. Mardones, esposo de doña Berta Restat,
deió numerosa familia, entre sus hijos se destaca, Jorge,
médico y sabio investigador que también fue Ministro de
Estado y ocupó la Presidencia de la Academia de Ciencias
Físicas, en el Instituto de Chile, que ejerció con mucho ta
lento y valentía.
Lo<; fríos de don Pancho Tagle, eran de carácter muy
distinto:Antonio, grave y serio, estudiante ejemplar del Li
ceo José V. Lastarria, y Eugenio, a'egre y chispeante, fue mi

compañero en ^ mismo establecimiento y nos juntábamos


para hacer novillos o "la cimarra", en los faldeos del Cerro
S° Cristóbal; der^ués fue cadete de la Escue'a Militar y
subteniente en 1927. Falleció trágicamente, dos años más
tarde, en el Norte. Eugenio, era de porte gallardo y actitudes
donjuanescas, en Providencia, casi todas las niñas se pren
daban ante sus requiebros.
En la misma acera del Teatro Providencia, en la esquina
de la calle Valenzuela Castillo, tenían una quinta los Padres
Dominicos del Convento de Santo Domingo, esquina de 21

61
de Mayo, y allí edificaron unamodesta capilla en la que,
cuando venía aSantiago, nuestro doble tío abuelo, Fr. José

Miguel Luco Avaria (1845-1921), celebraba misa y en seguida


pasaba a desayunar opíparamente en casa del francés don
Julio Duplaquet, casado con doña Elcira Cordovez Aguirre,
quienes moraban frente a la propiedad de los Religiosos Pre
dicadores, en la avenida Manuel Montt; es una de las pocas
casas quintas que se conservan actualmente.

G2
VIII

TEATRO PROVIDENCIA

Entre los años 1923 y 1924, el Teatro Providencia fue


entregado en arriendo
Ramóna Ricardo Bravo, que entendía
tanto de cine, como yo de
química, y por cierto, el negocio
fue un fracaso. Nosotros, los primos hermanos del empresario,
teníamos entrada gratuita. En aquella época del auge del
piano, era costumbre que mientras
se pasaba la película mu

da, alguien ejecutaba música al piano; generalmente, lo ha


cía una señora del barrio y cuando ésta faltaba, Ramón Ri
cardo, que tenía muy buen humor, recurría a la primera per
sona de buena voluntad que encontraba, pero ésta no siempre
era competente o tocaba de oído
y entonces los espectadores
protestaban con estruendosas rechiflas. Con alguna frecuen
cia, el improvisado empresario, contrataba un buen payaso,
pero cierta ocasión éste falló y Ramón Ricardo, en el paro
en

xismo de su
desesperación, nervioso, salió a la calle, detuvo
a un buen vecino con cara de payaso, lo contrató y lo hizo su-

63
bir al escenario. El público celebraba los chistes de puro malos
y el primero en lanzar carcajadas era el empresario, sus pa
rientes y amigos.
Ramón Ricardo Bravo, en vista de la estrepitosa ruina,
decidió dejar el negocio de cine. Poco después tomó en arrien
do el Teatro, el conocido empresario cinematográfico, don
José Berio Vianni, de nacionalidad italiana, quien con su
bondad, simpatía, gracejo y don de gentes, supo crear, alre
dedor de la sala de espectáculos, un verdadero centro social
nara la juventud del barrio. Se exhibían las mejores cintas
cinematográficas y frecuentemente, eran alternadas con otras
diversiones. Concurría a las funciones la gente joven de am
bos sexos nue aprovechaban para sus amoríos y "pololeos"
rriollos. No ñocos vecinos teníamos talonarios de abonos,
con los cuales se abarataba mucho la entrada. La pe'ícula
muchas veces carecía de importancia, lo principal era la t----
niha, du'-anr-o los entreactos, en el nórtico y en la acera del

teatro; de el la salían las fiestas en los hogares, la Academia


Literana, "Aberro B'est Gana", la revista "Minerva", edita
da a máquina, el "Semanario de Providencia"
y los "Tuerros
Florales", que en la primavera de cada año, animaban la vida,
todavía semicolonial, de la comuna.
-
Por los años 1927 v 1931. pl teatro Providencia fue el

centro de
mayor atracción del barrio.
Don José Berio, entusiasta emnresano, se encariñó con
Providencia y organizó los Juegos Florales. Para realizados
nombró una comisión integrada por los entonces
populares
jóvenes del barrio: A'ejandro García Lartundo, Adolfo Ova-
Fe Brieba y el autor de estas "C-ónicas": Mantenedor de
signó a! inefable y bondadoso Alfonso Cahan, muerto no

64
hace mucho, en
y poeta de tupé pirami
aquel tiempo "galán
dal", como rezan unas versos
que circulaban entonces y cuyo

autor, ahora, no recuerdo. Esas estrofas estaban dedicadas a


algunos vecinos, en especial a los que actuábamos en los Jue
gos. Una de ellas decía más o menos así: "Es Adolfo Ovalle
un
chiquillo encantador / moreno de ojos verdes y con un
autito Ford / que es motivo de peleas entre él y José Tomás /
pues los dos hermanos son todo nerviosidad". Este "autito"
lo hacíamos sonar por la avenida y calles de la comuna, espe
cialmente en los días de Los Juegos Florales cuando recorría
mos las casas de las candidatas a damas de honor
para que
sus padres les
permitieran integrar la Corte de la Reina. Otros
versos retrataban a
quien escribe este libro, pero los omito
para evitar el narcisismo.
Entre las jóvenes providencianas, por medio dei voto que
se adhería al billete de entrada a la
función, elegíase un gru
po o Corte de Honor, formada por diez o doce de las que
obtenían mayor número de sufragios. Los muchachos hacían
propaganda electoral en favor de sus predilectas, que ellos
consideraban las más hermosas y agraciadas, lo cual no siem
pre coincidía con la realidad. Algunos compraban billetes de
entradas y los obsequiaban con el objeto de favorecer a sus
preferidas.
Todos los moradores de Providencia se preocupaban de
la elección de la Corte; los escrutinios parciales se proyecta
ban en la pantalla ante la expectación de los asistentes y
después colocaban en el atrio del teatro.
se

Apenas se vislumbraba quienes serían las posibles inte


grantes de la Corte de Honor, entre las que se elegiría la
Reina, la Comisión Organizadora de los Juegos Florales, vi-

65
5. —
Crónicas de . . .
sitaba a los
padres de las niñas favorecidas con la mayoría
de los votos, con el objeto de obtener su venia para que for
maran parte de la Corte. Entonces, generalmente, los padres

cuidaban todavía a sus hijas; no les permitían salir a cualquier


parte ni con personas desconocidas; los padres, en aquel tiem
po, caballeros muy severos y ejercían sobre sus hijas
eran

un riguroso; los desenfrenos o escándalos sociales


dominio
hace medio siglo eran muy escasos, hubo uno en Apoquindo
más o menos en esa época, y causó un revuelo enorme. A
pesar de tanta "estrictez" negaron permiso
nunca hijas a sus

para participar en los


Juegos Florales y en los actos que se
efectuaban, porque estos certámenes gozaban de mucho pres
tigio y la comisión organizadora merecía el más absoluto res
peto de los rigurosos papas providencíanos: entre éstos había
algunos muy exagerados como mi padre y los señores Miguel
Estol, de nacionalidad uruguaya, casado con doña Filomena
Mery Pefíafiel, vecino de Los Leones, y el dentista don David
Villaseca. Mi padre, por ejemplo, no permitía que sus hijas
fueran a malones, porque los consideraba indignos de una
joven decente.
Los votes los escrutábamos los integrantes de la comisión
organizadora y nadie puso en duda jamás la seriedad de los
resultados. Formada Ta Corte, el poeta premiado en el con
curso, elegía la Reina en la noche de la Velada, El jurado

siempre estuvo compuesto por escritores de la categoría de


Armando Donoso, vecino de Providencia, Lautaro García
y Daniel de la Vega.
La noche de la Velada, el teatro estaba engalanado con
flores naturales, luces y se llenaba de gente. Ante la expecta
ción de los asistentes, de los padres, parientes y admiradores

66
de las damas de la Corte, que ocupaban el escenario, el poeta
laureado escogía entre ellas la Reina, a quien dedicaba en
seguida el cantopremiado, el cual, a veces, nada tenía que
ver con la
elegida. Omitiré los nombres de las damas de la
Corte y de las reinas en homenaje a los picaros años . .Sólo
.

recordaré a tres que obtenían siempre muchos votos, porque


ya pasaron de esta vida a la otra: mis hermanas Inés e Ida, y
Olga Latcham Alfaro.
Los Juegos Florales se efectuaron, invariablemente, en
octubre, durante los años 1926, 1927, 1928, 1929, 1930 y 1931.
Los poetas premiados fueron: Gabriel Fagnilli (1926), Ale
jandro Guerrero (1927), José Miguel Latorre (1928) y Rene
Frías Ojeda (1929 y 1930), el más celebre de todos, porque
después fue Intendente de Santiago en la época del Frente
Popular y Embajador en Costa Rica, desde 1970 hasta 1973.
Pedro E. Gil, fue premiado en 1931.
La Comisión Organizadora de los Juegos Florales de
este último año, la integraban: José Berio, Ernesto Palma,

Fernando Valledor, Alfonso Calían y Mario Pérez Neves.


El autor de estas "Crónicas", ingresaría al Seminario Pon
tificio seis meses después.
En la función de Gala había cantos acompañados de pia
no y guitarra, bailes clásicos,
prestidigitación, jazz y otros
números; discursos, era lo único que no había. Entre los
humoristas que actuaron en 1931, el "Semanario de Provi
dencia" recuerda a Víctor Daniels y Humberto Guiraldes,
este último era vecino de Providencia, como sus
hermanos,
Carlos y Ernesto, futuros General y Coronel de Ejército,
respectivamente; el primero de estos dos, aún vive en la
comuna.

67
Al día siguiente de la Velada o en el curso de la sema
na, la Reina ofrecía un baile en su casa o en otro sitio ade
cuado, que la Corte, la Comisión Organizadora, el poeta, las
autoridades de Providencia y las amistades de la soberana,
esperaban ansiedad. No olvido el espléndido, efectuado
con

en el Palacio de la familia
Falabella, morada de la festejante,
en la avenida Pedro de
Valdivia, hoy sede de la Municipalidad
de Providencia. Fue una de las fiestas más hermosas y mag
níficas a que asistí en mi mocedad.
Por lo menos hasta 1930, en el mes de noviembre, hubo
una Velada Bufa, en el Teatro
Providencia, en la que se
elegía ai Rey Feo; cierta vez la corona recayó en Alfonso
Cahan, al que le venía de perlas.
"El Semanario de Providencia", obra del empresario don
José Berio, era un periódico "tabloide" en papel satinado con
lujosa diagramación y excelentes ilustraciones: apareció en
1931.

68
IX

OTRAS NOTICIAS DE PROVIDENCIA

"Antes del Semanario, mencionado en el


capítulo anterior,
hubo otros periódicos editados por instituciones, vecinos y
la misma Municipalidad. El tantas veces citado historiador,
Rene León Echaíz, recuerda algunos: "El Siglo", 1901; "La
Comuna Rural", 1903; "La Propaganda", 1905; "La Aurora"
1908; "El Proletario", 1909; "La Comuna", 1912; "El Pro
greso Comunal", 1915; "La Voz de Providencia", 1919; "La
Comuna", 1921; "Ei Despertar de Providencia", 1922; "Bo
letín Municipal", 1925; "La Voz de Providencia", 1930; "Se
manario de Providencia", 1931; "La Comuna", 1935. Con
excepción del "Semanario de Providencia", los demás tuvie
ron
poca circulación, muchos ni siquiera los conocí de nom
bre, pero es evidente que la publicación de estos periódicos
manifestaban el auge y la importancia adquirida por la co
muna. En 1934, la población de Providencia
y Las Condes,
llegaba a cuarenta y dos mil cuatrocientas catorce personas.

69
-Con la música pegajosa de una canción de moda, entre

los años 1925 y 1930, se cantaba: "Este Providencia es un


barrio ideal / edificios regios, pavimento colosal. / Como se
puede probar, este es el barrio más "bigh" / y donde las más
hermosas chiquillas están. / Providencia, bello Providencia yo
quiero decirte un canto
que exprese mi amor / que en el
, hondo vergel santiaguino / eres tú su más preciada flor" (1).
Ei crecimiento de Providencia fue asombroso, en 1918,
nadie se lo imaginaba; cuando mis padres adquirieron la
propiedad en la esquina suroriente de Román Díaz, la fami
lia los criticó duramente ¡Qué ocurrencia decían comprar
— —

para vivir en los extramuros, en los arrabales de Santiago y


sin ningún porvenir! (Sic). Como había sido mi madre la
que tuvo la feliz idea de rematar el predio y fue ella la que
entusiasmó a mi padre, un pariente político muy próximo,
exclamó ¡Pero si las Bravo son tan porfiadas! El las conocía
muy de cerca . . .

El agua es
indispensable para la vida de un pueblo; en

Ñuñoa y Providencia había en abundancia, porque del río


Mapocho ya los indios sacaban canales rudimentarios que
servían a la
población; los españoles los llamaron acequias
y por ellas conducían el agua; ios primeros canales se llama
ron
Apoquindo, Peñalolén, Ñuñoa y Tobalaba, después se

agregó el de Macul. "Todos ellos —dice Rene León Echaíz—


tenían sus tomas en las proximidades de la confluencia del
estero delArrayán con el río Mapocho".
Los españoles perfeccionaron el sistema de Nu
riego en

il l) Estos versos de autor desconocido, me los dictó la menor de mis her


Ena, mujer del médico otorrinolaringólogo, Augusto Latorre
manas,
Agüero, poetisa anónima que los retiene en su memoria prodigiosa.

70
ñoa, las acequias se aumentaron
y ensancháronse; más tarde
trazaron cauces y al Oriente del Santa Lucía se construyó

un
estanque surtidor. Desde allí el agua corría por la calle
Monjitas hasta la Plaza de Armas.
—*

Las concesiones y chácaras y los numerosos cultivos obli


garon reglamentar
a el de las aguas; en una época se
uso

formó "la base de la legislación de aguas chilenas". Se esta


bleció "una especie de merced de aguas".
La medida usada para las concesiones de agua fue la
"batea", en 1577, se sacaban del río Mapocho, 1.453 bateas.

Hubo necesidad de crear el "Alcalde de aguas". El mismo


año se comenzó a construir en Ñuñoa un canal a tajo abierto

y tapiado para conducir las aguas frescas y puras.


principio del siglo XVII el agua de Tobalaba surtía
A
a Santiago, de esta fuente se llevó a la capital.
Es probable que en la época del Gobernador García de
Ramón, se construyó la Vertiente de agua de Ramón. Du
rante el Gobierno de Juan Henríquez (1670), se hizo en Ñu

ñoa un cauce de cal y ladrillo, que corría desde Tobalaba has


ta lo que se llamó "Cajitas de Agua", instalación ubicada en

la parte norte junto al río Mapocho, en la actual Plaza Ba


quedano, que alcancé a conocer antes que fuera destruida.
"Desde allí el agua se conducía por tubos de greda a cinco
o seis metros de profundidad hasta la Plaza de Armas, donde

se instaló una
pila de bronce" que después se llevó a la Mo
neda, sitio en
que estuvo, por lo menos, hasta 1973.
Las aguas de la vertiente de Vitacura, ubicada a orillas
del Mapocho a seis kilómetros al Oriente de Santiago, pro
venían de filtraciones subterráneas. El agua era captada por
medio de drenes colocados a cuatro o cinco metros de pro-

71
fundidad. Desde allí era concedida a Providencia, como el

agua de la vertiente de Ramón (2).


El agua Potable se organizó en Santiago en 1866.
,*=••■ En 1924, fue regidor y primer Alcalde de Providencia,
don Amoldo Dreyse, sucesor de don Ricardo Lyon. Dreyse,
era hombre de carácter fuerte y resuelto: en una ocasión,
mientras presidía una tormentosa sesión de la Municipalidad,
arrebató el cuchillo a un individuo que pretendió agredirlo;
al quitárselo, el aguerrido Alcalde hirió a su colega, el ter
cer Alcalde, don Bernardo Cristi. El incidente
inspiró a don
Desiderio Lizana, que estaba informado de cuanto acontecía
en el barrio, "Nichos": "Sin enfriarse jamás
estos versos en sus

bulle el rescoldo de que aquí / cuchillo en mano ./


este ves

Es el mentado capataz Amoldo /que señala de oreja a un


buen Cristi ano".. . .


Eran los borrascosos tiempos de la pugna política entre
la Unión Nacional y la Alianza Liberal, de las más enco
nadas en la historia de Chile, que precedieron a la condenable
deposición del Presidente Arturo Alessandri Palma.

(2) Ñuñohue". Rene León Echaíz. Págs. 151-152.

72
X

"LA IGLESIA EN PROVIDENCIA"

El de Santiago, Fr. Diego de Humanzoro O.F.M.,


obispo
acogió el clamor del pueblo que pedía servicio religioso en la
parte oriental de la ciudad, y creó en 1662, la parroquia de
Nuestra Señora del Carmen de Ñuñoa.
Desde esa época,hasta 1901, todo ese inmenso territorio
precordillerano estaba bajo la jurisdicción de este único cu
rato que es uno de los más
antiguos de la capital, puesto
bajo la advocación de la Virgen del Carmen, objeto, ya enton.
ees, del fervor religioso de los chilenos.
El 13 de noviembre de 1901, el Arzobispo de Santiago,
Mariano Casanova, fundó la parroquia de San Ramón, la
primera que se desmembró del dilatado "Pago de Ñuñoa".
Deslindaba, por el norte, con Lo Contador, Con chalí y Chicu
reo; por el sur con la avenida Providencia, desde Román Díaz,
avenida Bilbao y chacras Lo Bravo, Lo Herrera, Mujica
y
Santa Rosa de Apoquindo; al oriente la cordillera camino
y

•173
de Lo Bravo, y al poniente, la calle Román Díaz, esquina de
Providencia, hasta el río Mapocho.
La primera sede de esta parroquia, estuvo en la calle
Pérez de Valenzuela, en la parte norte ribereña de Providen
cia. Allí había una capilla que perteneció a la extensa pro
piedad de la familia Pérez de Valenzuela, cuyos descendien
tes, los Rojas Meyer Scholle y Celis Meyer Scholle Pérez de
Valenzuela, vivieron en sus propiedades, por lo menos hasta
1922, si la memoria no me
engaña. En 1903, la iglesia parro
quial de San Ramón se trasladó a
capilla de la hacienda
la
"Lo Bravo", en el lugar ahora llamado "Los Leones", que
era un modestocobertizo, ubicado hacia el poniente del tem
plo actual; muy próximos a éste había dos frondosos peumos.
La iglesita campesina era rústica, envigada, con altar barroco,
quizás trabajado por Ambrosio Santelices o Fermín Vivaceta,
tenía imágenes de madera; estéticamente todo lo antiguo era
rnuy superior a lo actual. El nuevo templo edificado, con pési
mo gusto, por el cura Félix Cabrera Ferrada
(1881-1944), muy
abnegado y generoso, pero ayuno de los más elementales
conocimientos artísticos. Su sucesor, José Luis Castro Cabre
ra, (1902-1965), futuro obispo de San Felipe, otro santo varón,
mi profesorde teología dogmática, también muy poco enten
dido bellas artes, trató de restaurar la nueva iglesia, pero
en

la dejó más cursi y presuntuosa que antes; algo la hermoseó


el recordado cura, Pbro. Ignacio Maruri Díaz (1909-1973).
El párroco actual, canónigo de la Catedral y arquitecto de
profesión, Monseñor Eduardo Canessa Ibarra, que sabe de
arte sagrado, impuso en el templo su buen gusto. Colocó
en la nave izquierda, la vieja
imagen de la Virgen de la Mer
ced, del siglo XVIII, tallada en madera, vestida, de un metro

74
de altura, que encontró arrinconada donde se guardan los
cachivaches en las
catedrales, parroquias y conventos, en los
cuales suelen encontrarse objetos de arte cuyo valor artístico,
no siempre aprecia el clero
y las religiosas. En esta materia
aquí en Chile, como en otros países del Continente, hay mu
cho paño que cortar. La señora Rosario Concha de Mandiola,
dueña de "Lo Bravo" puso la capilla de su predio bajo la
protección de la Virgen de La Merced; así la conocí en
1911, cuando llegamos a Providencia, ya convertida en pa
rroquia de San Ramón Nonato. Su cura fundador, veneraba
la imagen de Ntra. Señora de La Merced y la tenía en su
altar, en el mismo sitio en que la dejó doña Rosario.
El primer párroco de San Ramón fue el recordado y
celoso. Pbro. Francisco Javier Santelices (1873-1932), hombre
culto, de gran virtud y muy abnegado, que se formó en las
disciplinas clásicas del viejo Seminario Conciliar de Provi
dencia. Este eclesiástico gobernó la parroquia desde 1901 has
ta 1919, y me parece verlo llegar a nuestra en su cabal
casa,
gadura, para administrar los sacramentos a la mamita-tía de
mi madre, ya muy anciana (1).
Le sucedió el Pbro. Juan Bautista González (1874-1939),
quien después pasó a regentar la parroquia de San Saturnino
y después se hizo cargo del rectorado del Instituto de Huma
nidades "Luis Campino". Terminó sus días como canónigo de
la Iglesia Catedral. Era docto en letras humanas
y uno de los
puristas más insoportables que he conocido. Su figura regor-
deta permanece viva en mis recuerdos.
En poco tiempo más desaparecerá el actual de
templo

(1) Doña Eulogia Bravo Blanco de Blanco Maturana (1839-1914).

75
San Ramón y se construirá otro más hermoso en la calle Mar-

doqueo Fernández.
El 30 de abril de 1924, el 59 Arzobispo de Santiago, Cres-
cente Errázuriz Valdivieso (1839-1931), creó la parroquia de

San Crescente, la segunda establecida en la comuna, des


membrada de San Ramón. Sus límites eran: por el norte
la avenida Providencia; por el sur el departamento de la
Victoria; por el oriente la avenida Manuel Montt; por el po
niente la avenida Condell y la línea de Pirque. Está ubicada
en la avenida Salvador 1357,
esquina de Santa Isabel. Su pri
mer
párroco fue el Pbro. Antonio Bello Silva (1887-1947),
ejemplar y laborioso sacerdote, antiguo profesor de latín del
Seminario de los Santos Angeles Custodios, cuyas clases eran
soporíferas (2). Restauró el templo construido por el Pbro.
Domingo Vargas y Vargas, (1861-1927); de su peculio perso
nal, edificó la casa parroquial. Impulsó con entusiasmo la vida
católica. Desde la fundación del curato, nuestra familia pasó a
ser
parroquiana de San Crescente; desde entonces, hasta que
se fundó la
parroquia de Jesús Nazareno, formé parte de las
Conferencias de San Vicente de Paul, Sociedad a la que rae
llevó el bondadoso caballero, antiguo vecino del barrio, don
Carlos Infante Fernández.
A la muerte del Sr.
Bello, le sucedieron los Pbros.: Ro
berto Fuenzalida Mayo!, Augusto Larraín Undurraga, Joa-

(2) Antonio Bello Silva, era hijo de José María Bello Espinoza y de Ana
Rosa Silva Araneda, prima hermana de mi abuelo Fidel Araneda Silva.
Por línea paterna, Antonio era nieto del sabio Andrés Bello y por la
materna, pariente de numerosos obispos y sacerdotes, entre otros del
Emmo, Sr. Cardenal Arzobispo de Santiago, Raúl Silva Henríquez. Des
cendía legítimamente del conquistador Vicencio del Monti, sobrino del
Papa Julio III.

76
quín Matte Varas, quien después fue capellán de Ejército,
actualmente ocupa una prebenda en la Iglesia Catedral de
Santiago y es autor de importantes trabajos de historia ecle
siástica; Ramón Echeverría y Sergio Venegas Harbín, que
con ocasión del cincuentenario de la
parroquia escribió, en
forma amena y documentada, una breve Historia del Curato.
La tercera parroquia creada en Providencia es la de Je
sús Nazareno y no la de Santo Domingo de Guzmán, porque
ésta queda en avenida Pedro de Valdivia 4028, sector de la
comuna de Ñuñoa. El curato de Jesús Nazareno lo fundó
el Arzobispo Errázuriz Valdivieso en 1929, y fue desmem
brado de San Ramón y San Crescente. Sólo dos años fui
parroquiano e ingresé a las Conferencias de San Vicente de
Paul, en las que desempeñé la secretaría, hasta que inicié los
estudios de filosofía en el Seminario, en 1932.
La nueva parroquia se entregó a los Padres Trinitarios
que la regentan hasta hoy y, con grande esfuerzo, edificaron
una
amplia iglesia gótica.

77'
XI

VECINOS CONNOTADOS

Vecino muy ilustre de la avenida


Miguel Claro, fue el
Pbro. Ciovis Montero Cornejo (1878-1929), que ha sido, qui
zás, el más notable de los oradores sagrados chilenos de todos
los tiempos. Versado en teología y derecho canónico, cien
cias que estudió en la Universidad Gregoriana de Roma; ade
más humanista de recia formación.
era

Su de soprano, cuyos tonos ricos y variados daban


voz

a su palabra
profunda, extraordinaria elegancia y originales
vibraciones. Lo vi muchas veces en la esquina de Providencia
con Miguel Claro,mientras esperaba el tranvía N° 11, para
ir a la Universidad Católica, donde dictaba clases. Había
sido cura de La Estampa y profesor del Seminario.
En la misma calle vivía don Almanzor Ureta Cienfue-
gos (1880-1966), muy querido en la comuna; gozaba de gran
prestigio. Tenía una excelente figura y era un hidalgo, siem
pre bien vestido y de trato amable.
Profesor y bachiller en Derecho, había nacido en Val
paraíso y fue secretario de la Caja de Empleados Públicos.
En 1927, el Gobierno dictatorial del General Carlos Ibáñez
del Campo, suprimió las municipalidades y creó las juntas
de vecinos, con un alcalde a la cabeza; el primero que ejer
ció este cargo fue don Almanzor Ureta, lo desempeñó, con
abnegación y eficiencia, hasta 1932, época en que Arturo
Alessandri Palma, auténtico demócrata, enemigo de todas
las dictaduras, restableció las municipalidades.
En 1931, con motivo de la crisis económica que echó
por
tierra la dictadura del General Ibáñez, el Alcalde Ureta ideó
un sistema
muy humano y caritativo para dar de comer ai
hambriento: catalogó a los desocupados y les otorgó una tar
jeta de almuerzo y de comida en diversas casas del barrio, a
las cuales los necesitados llegaban como a su propio hogar,
sin menoscabo de su dignidad humana.
En la avenida Salvador, frente a la
parroquia de San
Crescente, tenían su residencia, don Joaquín Larraín Alcaide
y su mujer, la escritora, Inés Echeverría Bello (1869-1949),
"Iris", bisnieta del sabio mentor de Chile, el venezolano, An
drés Bello. El matrimonio Larraín-Echeverría, asemejábase
a las
parejas reales: don Joaquín era el príncipe consorte, de
magnífica apostura; el noble varón poseía una hermosa ca
beza calva que terminaba en luengas barbas blancas; las fac
ciones de su rostro eran perfectas. El sensato y bondadoso
caballero sabía que, por sobre todo, era el marido de "Iris",
una de las mujeres más cultas
que ha tenido la literatura
nacional. Escribió novelas y cuentos de poco valor; algunos
buenos ensayos, a manera de memorias, uno de ellos
muy
desafortunado, y relatos de viajes. Parece que el rico y armo-

79
nioso castellano que tanto cultivó y dignificó su bisabuelo,
le quedaba grande a doña Inés, porque prefería, a veces, es
cribir francés, una muestra es : "Au de la Poeme de la dou.
en

ieur de la Mort", editado, no precisamente, en Francia, sino


en
Santiago de Chile, donde hablamos castellano.
Don Joaquín Larraín Alcalde, era católico por atavismo
y convicción, sobrino del Arzobispo titular de Anazarba y
humanista, Joaquín Larraín Gandarillas (1822-1897). Don
Joaquín Larraín Alcalde, con su habitual señorío y caridad,
desempeñaba el cargo de Presidente de las Conferencias de
San Vicente de Paul, de la parroquia de San Crescente. En
la quinta de la fami'ia Larraín-Echeverría, se efectuaban
las asambleas de las Conferencias de San Vicente de Paul
y los actos parroquiales, en los que había números de varie
dades y discursos; más de alguna vez, en los años mozos, me

tocó intervenir en ellos.


Casi al lado de la casa de don Joaquín Larraín Alcalde,
tenía la suya don Manuel Atria, uno de los vecinos más ac
tivos y progresistas de la comuna, quien fue regidor de la
Municipalidad, durante tres períodos: 1915-1924. Desde 1915
hasta 1918 y en 1920, desempeñó el cargo de tercer Alcalde
y el de primero, al año siguiente. Abandonó el Municipio en
1924, cuando lo disolvió el Gobierno militar de tendencia de
rechista,unionista entonces, que depuso al más visionario y
avanzado de los presidentes de Chile para su época, Arturo
Alessandri.
Durante administración edilicia de Manuel Atria, se
la

iniciaron los de restauración y ornato de los tajama


trabajos
res
y se construyeron los famosos nichos o pequeños cuadra
dos, que Don Desiderio Lizana inmortalizó en su obra: "Los

80
Nichos de Providencia". En ella dedica una octava a Ma
nuel Atria: "Y aquí vendrán los huesos amarillos / del que
dio cementerio a la Comuna / jamás se habían pegado
. . .

otros ladrillos / con más provecho y mejor fortuna: /y trata


rán en vano los caudillos /de aquesto es pilatuna .../ Agra
decida guardará la patria / la memoria feliz de Manuel
Atria!".
Mientras Atria fue tercer Alcalde y primero, don Ángel
Belloni, se adoquinó una parte de la avenida Providencia y
se construyó la
plaza frente a la calle Román Díaz, en el lado
norte, a la cual, posteriormente, se dio el nombre de "Ma
nuel Atria".
Imposible sería recordar a todos los vecinos caracterizados
de- Providencia, porque éstas son crónicas que no presumen
de historia de la comuna; proseguiré, entonces, la evocación
de uno que otro morador del barrio, guiado sólo por el tenue
candil de los recuerdos de la niñez y juventud. En aquella
época feliz, el alegre y tranquilo barrio llenaba nuestra vida:
a di teníamos todo: el hogar caluroso en una
amplia casa
quinta, el colegio, prolongación de aquél, aun por su proximi
dad, los temo'os, paseos, el teatro, las amistades y hasta las
laderas del Cerro San Cristóbal, para hacer novillos o la "ci
marra". AI centro de la ciudad, sólo íbamos a hacer compras
en las casas Gath y Chaves y Muzard o
para ir a buscar a
nuestras hermanas al Liceo N° 1, porque, en aquel
tiempo,
las colegialas no debían andar solas.
Un vecino muy importante fue el General de Ejército,
Luis Brieba, que vivía entre las calles Antonio Bellet y Padre
Mariano. Este alto oficial del antiguo Ejército chileno, de
dicado, entonces, exclusivamente, a sus tareas profesionales,

81
(*. —
Crónicas de . . .
desempeñó la cartera de Guerra y Marina, ahora llamada de
Defensa Nacional, en la Presidencia de Arturo Alessandri
Palma, y fundó el Hospital Militar. Este establecimiento ocu
pó primitivamente, la que fue antigua mansión de don Fran
cisco Celis, y logró un notable progreso científico y técnico,
especialmente bajo la dirección de los coroneles de sanidad,
doctores Atilio Piera (Q.E.P.D.), Sergio Araneda, Ricardo
Sepúlveda y Juan Herrera. El Dr. Araneda Bravo, llegó a
Providencia a pocos días de nacido, y salvo una corta perma
nencia en San Bernardo y Ñuñoa, nunca se ha alejado de
Providencia, donde aún vive con su mujer, Ester Valdivieso
Bañados e hijos.
Dos vecinos muy conocidos del barrio, fueron los herma
nos Ernesto
y José Nicolás Medina Fragüela, el primero Ge
neral de División del viejo Ejército, y el otro, Comisario de la
antigua Policía, ambos vivían en la calle San Gabriel y dis
tinguíanse, fuera de sus conocimientos técnicos en las insti
tuciones que servían, porque eran muy entecos, de nariz
agui.
leña y ojos pequeñísimos, los dos muy semejantes a su
padre,
don Nicolás, que vivió casi un siglo y nunca
dejó da pasearse
solo, por la avenida Providencia.
En la esquina de la calle Montolín,
hoy Nuncio Monse
ñor Sotero Sanz Villalba, tenía su mansión la señora Ana
Luisa Bello Rozas, viuda de Joaquín Edwards
Garriga. Do
ña Ana Luisa era nieta de Andrés Bello. Allí en esa casa.
donde está actualmente, en un nuevo edificio, el Liceo de
Niñas N9 7, vivió largos años con su madre, el
narrador, no
table cronista y académico, Joaquín Edwards Bello
(1887-
1968). Sin ningún miramiento, en sus obras acometió contra
la clase aristocrática a la que pertenecía, y en su
novela, ya

82
clásica "El Roto", deja un cuadro muy vivo de la vida pro
letaria y una crítica amarga y despiadada por las injusticias
sociales chilenas. En sus crónicas, publicadas en "La Nación"
prestigioso diario santiaguino, fundado por el político y esta
dista Eliodoro Yáñez, es mordaz, incisivo, ameno y muy
claro para llamar las cosas por su nombre (1).
En la esquina de lo que hoy es la avenida Pedro de Val
divia Norte, estaba la casa de don Alberto Lecanelier; al fren.
te vivía don Fidel Oteíza, cuyo nombre lleva una de las ca

lles que se abrieron dentro de los límites de su extensa pro


piedad. Este vecino de humilde origen y sin bienes de for
tuna, se enriqueció con el trabajo: mataba chanchos en la
mina de cobre de Las Condes y después los traía a
Santiago, en carreta. En la actual calle que lleva su nombre.
instaló un establo, vendía la leche al vecindario y allí mismo
guardaba sus carretas; frecuentemente, le veía conversando
con mi padre sobre asuntos de negocios. Era dueño, don Fi

del, de los tranvías de sangre que corrían por Pedro de Val


divia, entre las avenidas Providencia e Irarrázaval y de nu
merosos conventillos, en la comuna; la actual calle Guardia

Vieja era íntegra de don Fidel Oteíza.


Los vecinos de Pedro de Valdivia, como es natural, pre
tendían que circularan por esa avenida en 1914, los tranvías
eléctricos e instaban al señor Oteíza a que levantara su línea;
como no lo hizo, le entablaron pleito, pero se salió con la

suya y los tranvías eléctricos tardaron años en transitar por


allí.
Este potentado de Providencia, era también propietario

(1) En "Crónicas de! Barrio Yungay". 1972. Págs. 227-235 está la sem

blanza completa de Joaquín Edwards Bello.

83
del Teatro Rialto, situado en Pedro de Valdivia al llegar a
Irarrázaval. Don Fidel era corpulento, campechano y bona
chón, pero nadie se la ganaba en habilidad para hacer nego
cios; su figura está inmortalizada por la gracia picaresca de
don Desiderio Lizana en sus "Nichos": "Don Fidel Oteíza
ha reclamado / porque no encuentra sólido su lecho / quiere
que lo hagan de adoquín labrado / y que no se lo dejen es
trecho, / y como él es tan bien desarrollado / a mayor solidez
tiene derecho / y siendo antiguo propietario, / es justo sin más
observación, darle en el gusto".
Don Alfredo Bonilla Rojas, regidor de la
Municipalidad
de Santiago, prestigioso abogado, político radical del viejo
partido de los Gallo, Matta y Mac-Iver, muy popular, candi
dato a diputado por Tarapacá, la muerte lo sorprendió pre
maturamente. Con su esposa, doña Matilde
Rojas, y su nu
merosa familia, don Alfredo vivía en una
gran casa en la ave
nida Pedro de Valdivia.
En la misma calle moraban también el Notario Púb'ico,
don Abraham del Río, y su hermano el renombrado médico
p^diatrs v catedrático universitario, Dr. Roberto del Río So
toAguilar (1859-1917), cuyo nombre lleva el Hospital de Ni
ños que él fundó en
Santiago.
Don Alfredo Barros Errázuriz (1875-1968),
y su esposa
doña Isabel Casanueva Opazo, e hijos, poseían una
gran ca
sona en la cuadra de la avenida Pedro de Val
primera
divia, en el centro del jardín estaba la blanca imagen
del Sagrado Corazón de Jesús. Don Alfredo
pertenecía al
Partido Conservador, fue diputado por el sur
y senador de
la República, Ministro de Hacienda, Guerra Marina de dony
Ramón Barros Luco, pariente, jefe de
su su partido, catedrá-

84
tico universitario, católico observante y uno de los fundado
res de la Acción Católica, de la cual fue presidente. Tanto
él como su mujer, hermana del hacedor de obispos y pro
gresista Rector de la Universidad Católica, don Carlos Casa-
nueva Opazo, eran activos parroquianos de San Ramón. Ella

presidía las Conferencias de San Vicente de Paul, a las que


también perteneció mi madre, hasta que se lo permitió su
salud, y casi todas las señoras del entonces extenso curato de
Los Leones. Con caridad, solicitud y espíritu paternalista,
característico de la época, visitaban y atendían las necesidades
de los numerosos pobres de la comuna. Don Desiderio Li
zana dedicó don Alfredo: "Esa otra de barro
este cuarteto a

casanueva, / entre verdes macetas de coíihue:/un dulce na


zareno al frente lleva / sobre el escudo de armas de
Llanqui-
hue", provincia a la que Barros Errázuriz representaba en la
Alta Cámara.
Muy próxima a la casa de la familia Barros-Casanueva,
vivieron recién casados, don Arturo Armijo Ramírez y su
mujer doña Amanda Araneda Luco.
En la misma avenida, esquina suroriente de Providencia,
vivía don Horacio Fabres Fuenzalida. político liberal y hom
bre de negocios, partidario ferviente de Arturo Alessandri
Palma. Don Horacio fue candidato a senador de la Alianza
Liberal, pero lo derrotaron. En aquel tiempo, su actitud de
magógica causó escándalo entre la gente de su clase social.
Don Desiderio Lizana dice en "Los Nichos": "También es
propietario de una 'estaca' / en estas nuevas tumbas don Ho
racio, / mas como su personaes algo flaca / se le han metido

bajo aquel acacio / y apenas de la tierra se destaca".


Otro caracterizado vecino de la antigua Providencia fue

85
don Darío Urzúa Rojas (1863-1940), morador de la avenida
Pedro de Valdivia. Fue tercer Alcalde en 1921, y en agosto
del mismo año pasó a ser primero, cargo que ejerció hasta el
año siguiente. Don Darío era un personaje célebre, muy con

servador y manchesteriano, de la escuela de Zorobabel Ro


dríguez, lo que ya es mucho decir. Una vez recibido de abo
gado, redactó "La Unión" de Valparaíso y a raíz del triunfo
de la inútil Revolución de 1891, fue secretario y abogado de
la Superintendencia de Aduanas, cuando ejercía este cargo
Zorobabel Rodríguez, de quien era discípulo. Durante doce
años representó en la Cámara de Diputados a los departamen
tos de Rere y Puchacay (1903-1915). Orador latoso, intermi

nable, aburrido, la gente se abstenía de concurrir a los actos


en que él hablaba. Combatió la politiquería y formó parte
de diversas comisiones de temas económicos y financieros.
La conversión metálica es obra suya; el régimen monetario
y ban cario vigente hasta 1932, se debió al señor Urzúa. Fue
catedrático de economía política en la Universidad Católica,
desde 1906, hasta su muerte. Desempeñó importantes comi
siones dentro y fuera de Chile; recibió varias condecoraciones,
entre otras, una del Papa Pío XI.

Su labor más notable en la Alcaldía de Providencia fue


velar por la escrupulosa administración de los bienes comu
nales y logró enderezar las finanzas de la Municipalidad.
Viudo, casó en segundas nupcias con doña Matilde Me
rino Lemus, que podía ser hija de don Darío. De este buen
caballero se contaban numerosas y chispeantes anécdotas, es
pecialmente se hacía mofa de sus largos y soporíferos dis
cursos.

Hombre sencillo, tenía un modesto carruaje de los 11a-

86
mados "victoria", al que alude don Desiderio Lizana en los
"Nichos": "El dueño de ese nicho tan sencillo / dice que la
carroza es vana gloria / y ha pedido lo traigan en victoria / ti

rada por su potro, fiel tordillo / que por solo ello pasará a
la historia".
En la avenida Providencia, esquina de Holanda, moraba
don Adolfo Ovalle Dávila, subgerente del Banco de Chile,
nieto del Presidente de la Tomás Ovalle. Don
República, José
Adolfo era gran señor, muy bondadoso y de profunda fe
cristiana. Su hijo Adolfo con su mujer, Adela Valdivieso Ba
ñados y familia, vive aún en Los Leones al llegar a Provi
dencia.
En la esquinade Providencia y Thayer Ojeda, fabri
caban los domingos unas famosas empanadas de horno que

hacían las delicias de los vecinos.


La casa de don Ricardo Lyon Pérez, ubicada entre Lyon
y Suecia, llegaba hasta Lota. Las chimeneas terminaban en
dos lechuzas por cuyos ojos salía el humo. Los leones estaban
entonces a la entrada de la quinta del señor Lyon en la mis

ma esquina de la actual avenida Los Leones.


Don Ricardo Lyon Pérez, político pelucón, fue regidor


de la Municipalidad largos años, desde 1909 hasta 1924, y
primer Alcalde en los períodos de 1909-1915, 1920-1921 y
1922-1924. A su entusiasmo y empeño se debe en gran parte
el progreso y renombre de Providencia. Una de las princi
pales avenidas de la comuna lleva su nombre.
El señor Lyon poseía en su mansión, un palomar. Los
vecinos, Adolfo y Miguel Ovalle Dávila y Francisco Celis,
presididos por el rechoncho cura de San Ramón, de aquella
época (1919-1924), don Juan Bautista González, se dedicaban

87
a cazar las
palomas de don Ricardo. Aquella era una escena
pintoresca, porque el párroco de pequeña estatura y gordo
hasta la obesidad, se balanceaba al andar y no se quitaba el
manteo español ni para dormir,
por lo cual se supone que
en las cacerías
tampoco se lo sacaba. Don Francisco Celis,
Gerente del Banco Popular, que después quebró, tenía su mo
rada en Providencia esquina norponiente de Los Leones, don
de hoy está el Hospital Militar, y que la devastadora piqueta
chilena no respetó.

88
XII

CONVENTILLOS EN PROVIDENCIA

-
Desde el siglo XVII, como ya se dijo, hubo en la parte
oriental de Santiago, indigentes españoles y mestizos que
construyeron sus viviendas para reemplazar a las antiguas
rucas
que ahora sólo se ven muy al sur de Chile; más tarde,
con el crecimiento de la
población, aumentó la pobreza y a
mediados del siglo XIX, como en todo Santiago, Providen
cia también se llenó de conventillos y de poblaciones que hoy
llamaríamos "callampas"; una de ellas, quizás la más deni
grante para un barrio tan aristocrático y de gente adinerada,
era la de los "Areneros", junto al río
Mapocho. Allí la mise
ria se manifestaba en forma inhumana, no se compadecía con
la riqueza y opulencia de algunos de sus moradores. Los con
ventillos o tugurios abundaban en las calles José Manuel In
fante, Román Díaz, Manuel Montt, Pérez Valenzuela y más
hacia el oriente, los del poderoso don Fidel Oteíza.

89
Las Conferencias de San Vicente de Paul de hombres y
mujeres, fundadas en la parroquia de San Ramón, primero,
después en las de San Crescente y Jesús Nazareno, visitaban
a los
indigentes, muchos de los cuales vivían en la miseria
más humillante, indigna de su condición. Los vicentinos y
vicentinas visitaban a sus "protegidos", así los llamaban, en
sus cuartos y les llevaban semanalmente uno o dos pesos y
algún paquete con comestibles.
Nunca faltaron los mendigos en la avenida Providencia
y nadie creía entonces que estas vivas imágenes de Cristo,
evangelizador de los pobres, "afeaban" y "desprestigiaban" el
sector como piensan algunos vecinos de la elegante comuna
de hoy.
Un día, en nombre de las Conferencias de San Vicente
de la paroquia de Jesús Nazareno, visitaba a un joven muy
indigente y enfermo de tuberculosis que vivía en una des
mantelada pieza, sórdida y húmeda, de la entonces miserable
calle Pérez de Valenzuela. El muchacho tendría mi edad,
22 ó 23 años, y yacía, desaseado, en estado lastimoso, en un
jergón tirado el suelo. El enfermo estaba agónico, llamé
en

a mi vecino y amigo, Jorge Urízar Labarca, estudiante de


medicina, quien atendió solícitamente al paciente, pero nada
pudimos hacer para curar el mal; el joven, tan joven como
sus samaritanos, murió el mismo día. Nunca vi más cerca
la miseria y la muerte, en mi mocedad. Frente a ese cuadro
tan trágico, pensé que el hombre no
puede permanecer indi
ferente ante el sufrimiento de su hermano, sino al contrario
debe ser el buen samar itan o, el servidor que lo levante y ani
me. Esa torva e inolvidable escena del conventillo de la
calle Pérez de Valenzuela, me estremeció tan dolorosamente

90
que de inmediato torció el rumbo de mi vida para buscar la
ruta dei sacerdocio en el Seminario Pontificio.
Si la miseria afea y desprestigia el barrio, según decía
un vecino
que denunciaba en la vía pública, ante el carabi
nero, a un
mendigo, en los adinerados de la comuna está
la solución: la mendicidad disminuye con una más justa y
equitativa distribución de la riqueza, dando trabajo y habita
ciones dignas a los desocupados. El Papa Juan Pablo II, al con
templar acongojado la miseria de las "favelas" en Río de
Janeiro (Brasil), preguntó a los poderosos cariocas .si no les
remordía la conciencia ante tanta desigualdad.

9J
XIII

LA COMPAÑÍA DE MARÍA: COLEGIO


DE LA BUENA ENSEÑANZA

En la entoncescampestre calle Tajamar, casi en la es


quina de la actual avenida General Bustamante, antigua Las
Quintas, en la misma Plaza Italia, ahora Baquedano, tenía
su
propiedad agrícola de cinco cuadras, hacia el Oriente, don
Juan Agustín Alcalde Ugarte, Conde de Quinta Alegre. Este
caballero, por escritura pública, extendida ante el Notario
José Antonio Briceño, el 30 de diciembre de 1871, vendió
la última parte del viejo predio de sus antepasados, al Mo
nasterio de la Compañía de María o Buena Enseñanza, cuyas
religiosas habían llegado de Mendoza, Argentina, tres años
antes, con el objeto de fundar un internado para niñas en
Santiago. Al año siguiente las monjas, desde la avenida Por
tales, se trasladaron a su nueva residencia. En las vetustas
casas de campo del señor Alcalde, donde tantas veces se re

unieron los patriotas, en vísperas del 18 de septiembre de

92
1810, se fundó el nuevo colegio que tanto auge y prestigio
habría de adquirir más tarde.
Eufrosina Aguirre, mendocina, fue elegida primera rec
tora; superior eclesiástico se designó al canónigo, Manuel Pa-
rreño Castro (1823-1876), quien constituyóse en padre y be
nefactor de las religiosas. Algunas de las primeras alumnas
chilenas ingresaron después a la Congregación. En 1882, se _

habilitó el costado oriente del nuevo edificio, de altas y grue


sas murallas, que reemplazó a la que fue morada del Conde
de Quinta Alegre.
En 1893, se erigió la iglesia pública del Monasterio, años
más tarde se construyó otra sin puerta a la avenida Provi
dencia, ésta la colocaron en el zaguán del colegio por donde
salían las alumnas. El nuevo templo muy amplio, estuvo en
pie hasta la mitad dei presente siglo, cuando las religiosas
trasladaron el establecimiento a la avenida Seminario, donde
estaba la escuela pública "Ignacio Zuazagoitía", regentada
por his mismas religiosas, casi frente a la puerta principal del
Seminario de los Santos Angeles Custodios, ubicado allí des
de ]<*%.
Las monjas y las niñas atendidas espiritualmente
eran

por profesores del Seminario. Conocí como capellán, en 1916,


al Pbro. Antonio Bello Donoso (1853-1929). Era de pe
queña estatura, erecto, cabeza cana cubierta por un go-
rrito de seda; siempre llevaba manteo español, ya verdoso
por el uso. Había sido profesor de filosofía, derecho e his
toria de la filosofía, en el Seminario y en la Universidad de
Chile de cuya Facultad de Teología era secretario; también
desempeñó el cargo de Promotor Fiscal del Arzobispado, go
zaba de justa fama de erudito.

93
Frente a su cuarto, en el patio de profesores del Semina
rio, vecino al de los alumnos de teología, tenía grandes jau
las con hermosos canarios del más variado colorido, que él
mismo solícito cuidaba; los estudiantes de teología, abrían
las jaulas y soltaban los paj arillos para fastidiar al venerable
anciano, que airado quejaba al Rector de las diabluras de
se

los teólogos a los


cuales, con razón, no miraba con simpatía.
En cambio, los niños alumnos de la sección preparatoria,
éramos muy amigos del señor Bello Donoso, era el confesor
de todos, porque siempre nos regalaba con caramelos, gesto
que halagaba a sus pequeños penitentes.
Los domingos, desde mi casa que distaba unas seis
largas
cuadras de la capilla de la Buena Enseñanza, iba a ayudar
misa al señor Bello para tomar después el sabroso chocolate,
tan espeso
que en la taza podía pararse la cuchara. Las mon
jas, como auténticas españolas, sabían preparar un exquisito
y espumoso chocolate para festejar al capellán y a sus acólitos.
El Colegio de la Buena Enseñanza, se prestigió mucho
y el número de alumnas creció considerablemente. En gene
ral, las niñas estaban internas, porque las distancias eran muy
grandes; los agricultores vivían en sus haciendas y a fin de
educar a sus hijas debían enviarlas internas a los estableci
mientos educacionales, hoy los internados casi no existen,
había también alumnas medio-pupilas y externas. Los niños
y jóvenes, que íbamos a buscar a nuestras hermanas, nos
divertíamos conla Madre portera, Juana Rosa del Canto,
profesa en 1892, de cuyo carácter alegre, chispeante y bona
chón nos aprovechábamos los muchachos para mirar hacia
el interior de los claustros, mientras ella abría la puerta, ac-

94
titud que a Sor Juana Rosa hacía mucha gracia. Las cole
gialas hace medio siglo, no podían salir solas del colegio don
de se educaban, esperaban formadas en el amplio pasadizo y
sólo abandonaban el establecimiento cuando eran llamadas
por suspadres o hermanos que iban a buscarla al grito de:
"¡Las fulanas, Madre!". Parece que veo a las alumnas con sus
impecables uniformes azules en invierno y blancos en verano.
Entre las religiosas de la Compañía de María hubo al
gunas muy populares, cuyos nombres trascendían a las fa
milias de las educandas, como Sor Rosa Romo, por ejemplo,
profesa en 1893, y Sor Luisa Labbé que fueron superioras
largo tiempo, ambas fallecidas. Sor Ester Mesa, procuradora
muchos años, grande amiga de los seminaristas, que acaba
de morir (septiembre de 1980). Sor Ana Romo y Sor Susana
Sotomayor, fueron profesoras muy queridas de sus alumnas.
A los seminaristas nos complacía participar en las misas
cantadas de la capilla de la Buena Enseñanza, que entonces
(1932-1937) eran siempre en la mañana y muy temprano,
porque las religiosas, fuera de regalarnos con un opíparo
desayuno de capellán, que en el Seminario se desconocía, nos
obsequiaban con un gran paquete de dulces chilenos de fabri
cación casera.

Hasta hace pocos días, quedaban en la avenida Provi


dencia ruinas del edificio levantado 1882, que fue vendido
en

para construir el actual colegio moderno, como ya se dijo,


en la avenida Seminario; establecieron otro en el barrio alto.

La Escuela para niñas pobres, que allí había, está hoy en


Puente Alto. Las congregaciones religiosas y aún el clero,
por desgracia, hacían mucha diferencia de clases. La Com-

95
pañía de María, no era un colegio en el cual abundara la
aristocracia, en esto las religiosas eran una cristiana excepción,
la generalidad de las alumnas pertenecían a familias adine
radas o acomodadas.

96
XIV

EL SEMINARIO CONCILIAR Y EL PONTIFICIO


DE LOS SANTOS ANGELES CUSTODIOS

Colegio de la Compañía de María o Buena


Frente al

Enseñanza, hacia el suroriente y en doce cuadras, pertene


cientes a la sucesión Pedregal, y en un retazo de la misma
chacra de don Juan Agustín Alcalde, se instaló el antiguo
Seminario de los Santos Angeles Custodios, fundado por el
tercer obispo de Santiago, el franciscano Fr. Diego de Mede-
liín, en 1584. El único
testimonio, en nuestros días, de ia

creación del colegio eclesiástico, es la carta de Medellín a

Felipe II, escrita el 18 de febrero de 1585, y en ella dice:


"Francisco de la Hoz, clérigo sacerdote, es muy hábil y tiene
cargo de lo que toca al Seminario y buena lengua de esta
tierra". Este llegó a Chile, como so'dado al servicio del
Monarca, y terminó sus días en Burgos como canónigo arci
preste de esa Catedral. El primer Seminario debió instalarlo
el prelado en el edificio de la Catedral, porque los documen-

97
7. —
Crónicas de . . .
tos de la época hablan de "el Seminario de la Santa Iglesia
Catedral"; en la Colonia, se le conocía por el del "Santo Án
gel Custodio". _Más tarde el establecimiento se trasladó a una
casa propia, comprada a Antonio Cardoso, en la Calle Cate

dral, acera sur, entre las actuales calles Amunátegui y San


Martín. Aquí estuvo hasta que en 1813, fue torpemente uni
do al Instituto Nacional ; luego de la separación definitiva en
1835, el obispo Manuel Vicuña lo llevó a una casa que cons
truyó él mismo en su propiedad de la calle del Chirimoyo
(Moneda), entre las actuales de Riquelme y Almirante Ba
rroso, al lado de la Casa de Ejercicios ele San José, edificada
también por el santo prelado. No hace muchos años ésta
fue demolida y en su lugar se construyeron unos horribles
edificios de apartamientos. Más de cuatro lustros estuvieron
los seminaristas en la calle del Chirimoyo.
En 1854, el Arzobispo Rafael Valentín Valdivieso y Za-
ñartu (1804-1878), sucesor del apostólico Vicuña, colocó la

primera piedra del nuevo establecimiento eclesiástico en Pro


videncia, al que se trasladó solamente, todavía inconcluso,
en 1857. La construcción la
dirigió el Rector Joaquín Larraín
Gandarillas (1826-1897), verdadera organizador del Semina
rio moderno y de la Universidad Católica de Chile, sacerdote
a quien Eduardo Solar Correa, calificó como el más com
pleto humanista nacional después de Andrés Bello. El edifi
cio de Providencia se levantó paulatinamente con mucho es
fuerzo; los seminaristas ocuparon en 1857, los d.oc únicos
claustroscon sus respectivos
patios, hacia la parte norte. Añ-"3
demoró la fabricación del gran Seminario que conocimos en
1916, cuya hermosura y amplitud aún añoramos los que tu-

98
vimos la inmensa alegría y el honor de ser formados en sus

aulas (1).
En 1869, comenzó la edificación de los claustros de la
parte sur, entre otros, el de profesores, hacia el cual daba el
pequeño cuarto o covacha que ocupamos desde nuestra lle
gada al Seminario en 1932, hasta 1937, cuando recibimos el
diaconado y habitamos una de las piezas destinadas a los diá
conos en el patio de
teólogos.
Por sucesivas compras de terrenos, el colegio se extendió
por el oriente hasta la avenida Condell, por el poniente has
ta más allá de donde se construyó después la estación de Pir

que, en la propiedad del Seminario; al sur, ei establecimiento


eclesiástico llegaba hasta la calle Rancagua. Se disgregó una

franja para construir el Ferrocarril de Pirque.


Los cinco cuerpos del extenso edificio estaban rodeados
por un
agreste parque y un inmenso campo. En el centro
se erigió la capilla de estilo romano, lo único que
respetó, no
ha mucho, la demoledora picota criolla. Este templo fue uno
de los que levantó el estucador con ínfulas de arquitecto,
Ignacio Cremonesi, el mismo bárbaro que embadurnó y arrui
nó nuestra pétrea y majestuosa Catedral, construida con tan
tos sacrificios per MatíasVásquez de Acuña y Joaquín Toes
ca. La iglesia dei Seminario la inauguró en 1899, el Arzobis
po Mariano Casanova.
La antigua capilla, ubicada en el patio de teólogo", se

destinó a biblioteca, ésta llegó a tener más de treinta mil

(1) La inmensa alegría y el honor de haber sido formado en el Semina


rio, nada impiden que nos fastidiaran y aburrieran, la rigurosa dis
en

ciplina del colegio y la pésima pedagogía de profesores y prefectos.


Ver "Osear Larson, El Clero y la Política Chilena".

99
(30.000. ) volúmenes escogidos, entre los que había algunos

incunables. Allí, en mi segunda época de seminarista (1932


1938), pasé largas horas solícitamente atendido por el dili
gente bibliotecario, Pbro. Enrique Eyzaguirre Alcalde, suce
sor del Pbro. Pedro María
Castañeda, bibliotecario que cono
cieron las generaciones leví ticas anteriores a la nuestra; ambos
sacerdotes fueron honrados con títulos pontificios de camare
ro; de Su Santidad el
Papa.
Junto con edificar la sólida e inmensa casonade cinco pa
tios, en la avenida
Seminario, capilla con la hacia la avenida
Providencia, Joaquín Larraín Gandarillas se preocupó de
trazar un campo para descanso y solaz de ios alumnos. Cons
truyó un
amplio baño de natación, una cancha de fútbol,
que fue la primera de la capital dei Mapocho y un macizo
e inmenso frontón al fondo. Formó una amplia y hermosa
laguna, rodeada más tarde, cuando la conocí, en 1916, de
árboles ya frondosos y exuberantes. Muchas generaciones de
seminaristas, entre risas y tonadas, tomamos los remos cuan
do niños, en los paseos que efectuábamos a ese hermoso sitio,
después de cada examen, y nos sentíamos felices, como si es
tuviéramos en el lago de Tiberíades, junto al Maestro cuyo
amor de predilección era manifiesto.
El 8 de diciembre de 1863, el mismo día del fatídico in
cendio de la Compañía, el Rector, Joaquín Larraín Gandari
llas, bendijo la
imagen blanca de la Virgen María, evocadora
e inolvidable
para los antiguos seminaristas. En el campo
circundado de olmos, acacios, aromos y encinas, se alzaba la
estatua de la Madre de Dios
y de la Iglesia. Allí íbamos cada
año, en procesión, desde la capilla grande a inaugurar el mes
de María, de tan gratos recuerdos. Esa tarde del 7 de no-

100
viembre, fresca, alegre, aromática y religiosa, nos trae a la
memoria los más bellos días de nuestra niñez y juventud.
Los corazones de los levitas, pequeños y grandes, se abrían
a las más legítimas esperanzas y en ese momento ofrendába
mos a María nuestros cantos y plegarias. Desde la capilla
hasta el lugar de la estatua, los seminaristas adornábamos los
caminos del parque con faroles de papel de variados colores,
dentro de los cuales se colocaba un pedazo de vela; a la hora
del crepúsculo se encendían, y el Seminario cobraba especial
encanto. La imagen de María, de 70 centímetros, traída de

Europa por Larraín Gandarillas, que presidía la minúscula


capilla de la Congregación dedicada a Ella, en ¡ segundo < .

piso, contigua a la mayor, era Fevada en andas al campo


para continuar la tradición iniciada el 6 de noviembre de
J.853. Ese día, en la antigua sede del colegio eclesiástico, en
la calle del Chirimoyo, el nuevo Rector, Joaquín Larraín
Gandarillas, inauguró el mes de María que fue el primero
efectuado en el país y el origen de tan laudable devoción.
Si alguien tuviera la curiosidad de hacer una encuesta
entre los seminaristas sobrevivientes de la primera mitad de

este siglo, y nos preguntara cuáles fueron las horas más fe

lices de nuestra vida en el Seminario, todos responderíamos:


aquellas en que el Rector nos comunicó que ei Arzobispo
nos llamaba al sacerdocio y esas en que inauguramos el mes

de María, en c! inolvidable atardecer de los primeros días


de noviembre.
En 1932, al retornar al viejo Seminario de la infancia,
lo encontré más reducido: ya existía la laguna y el exten
no

so campo de la Virgen llegaba sólo hasta el frontón grande.

Todo había cambiado en el curso de tres lustros, desde que

101
hastiado abandoné el colegio, en diciembre de 1918, haciendo
mil protestas de que jamás volvería a él. Por la avenida Pro
videncia, en el antiguo parque que llegaba hasta Condell,
en 1919, se
construyeron durante este lapso 1920-1932, algu
nas residencias
que perturbaron la paz, el silencio acogedor
indispensable y la independencia del Seminario. En una
ocasión, poco después que salí del establecimiento, ordenado
sacerdote, el Ministro del colegio sorprendió a un joven alum
no de
teología, ciudadano de un país amigo, rondando la casa
de la dama de sus pensamientos. La aventura costó al ena
su regreso a la tierra
morado, que le vio nacer.
La inflación y la crisis económica disminuyeron las exi

guas rentas de] Seminario y fue necesario buscar nuevas en

tradas para la supervivencia del co^gio, cuyos alumnos éra


mos en mayoría becarios.
su Se vendieron entonces a vil
precio los mejores terrenos, el dinero se invirtió mal, porque
feliz o desgraciadamente, Dios lo sabe, los eclesiásticos no
somos financistas
y generalmente nos asesoramos mal en
esta materia; sin embargo esto no
significa que ignoremos
las injusticias sociales imperantes en los países donde domina
el sistema económico capita'ista. Las rentas del Seminario
disminuyeron tanto que muchas veces profesores y alumnos
no tenían lo
indispensable para subsistir. Esto no sucedió ja
más mientras estuve en el establecimiento, hasta diciembre
de 1938. JDespués se inició la venta del campo de la Virgen
y con este dinero
comenzó la construcción del nuevo edi
se

ficio del Seminario de Apoquindo, que se inauguró con el


año escolar de 1955. Los seminaristas se trasladaron al nue
vo, que no hace mucho abandonaron para adquirir otro en
La Florida.

102
Hoy lo único subsistente del viejo colegio, fundado por
elobispo franciscano, Fr. Diego de Medellín, en 1584, es la
capilla del actual de los Santos Angeles
templo parroquial
Custodios, que se alza en medio de las nuevas calles con
nombres de obispos y sacerdotes, y de los altos edificios, para
recordar a los habitantes de Providencia y de Santiago, que
allí se formó el clero de esta arquidiócesis, respetado y queri
do por muchos títulos.
Durante su Providencia, los rectores del Semi
estada en

nario, fueron, generalmente, sacerdotes de mucho prestigio


por su piedad, talento y cultura: desde 1853 hasta 1878, lo
regentó Joaquín Larraín Gandarillas; él lo organizó y regla
mentó minuciosamente en todo orden de cosas. Mientras el
laborioso humanista y apostólico varón ejercía, primero, el
oficio de vicario general, obispo auxiliar del segundo Arzobis
po de la metrópoli, Rafael Valentín Valdivieso, y el de vica
rio capitular a la muerte de éste, lo reemplazó interinamente
en el rectorado, el jesuíta, Zoilo Villalón (1823-1881) ; en 1882,
le sucedió en el cargo, el Pbro. Rafael Eyzaguirre (1846-1913),
docto y santo sacerdote, autor del discutido libro sobre el
Apocalipsis de San Juan, de clara tendencia milenarista; re
nunció en 1895, y al año siguiente fue nombrado para suceder-
le el Pbro. Rodolfo Vergara Antúnez (1847-1914), profesor
del establecimiento y Rector de la Universidad Católica de
Santiago, desde 1898, hasta su muerte. Vergara fue autor
del conocido "Mes de María" que se reza hasta nuestros días
en templos y hogares chilenos; entre las oraciones hay una

muy hermosa de estilo romántico, pero que tiene, para los


hijos de esta tierra, un especial encanto. Su autor tenía fama
de literato, pero como le escuché muchas veces al querido y

103
recordado Dr. Augusto Orrego Luco, "le gustaba dorar el
oro y perfumar las
flores", frase lapidaria que retrata lo que
era
Vergara Antúnez, como escritor. Ejerció el rectorado es
casamente dos años, sin pena ni gloria. Cuatro lustros
go
bernó el colegio el canónigo Gilberto Fuenzalida Guzmán
(1866-1938); fuera de la prebenda que tuvo en la Catedral de
Santiago, fue escritor de pluma castiza y elegante, sus pasto
rales y sermones son modelo de corrección idiomática; no le
faltaba el don de la palabra, pero carecía de voz
potente, era
bondadoso y de vida integérrima. Se hizo querer y admirar
de los seminaristas en los que ejerció
grande influjo en lo re
ferente a las ideas políticas y sociales ultraconservadoras que
profesaba. Fue nombrado obispo de la Concepción (1918).
Le sucedió su discípulo, el Pbro. Rafael Lira Infante (1879-
1958). Recibió el título de abogado (1902), y fue un eclesiás
tico fie! a su sacerdocio, muy terco y ultramontano
por atavis
mo
y educación. Permaneció en el rectorado sólo cuatro años
(1918-1922), y por sus ideas anticuadas tuvo grandes difi
cultades con el visionario
Arzobispo Errázuriz Valdivieso.
Fue el primer obispo de Rancagua y el segundo de Valparaíso.
Desde el Padre Villalón hasta Lira Infante, los rectores
guiaron el Seminario según el espíritu conservador y tradi-
cionalista de Joaquín Larraín Gandarillas. El establecimien
to mantuvo sus tres secciones:
preparatoria, eclesiástica y
seglar, todas con una rígida disciplina, poco adecuada para
formar sacerdotes seculares, cuya actuación está en medio
del "mundanal ruido" como diría Fr. Luis de León. Los se
minaristas internos salían los lunes primeros de cada mes
y
las visitas de las familias de los alumnos eran los
domingos
y jueves de 2.30 a 4.40 de la tarde; las salidas las visitas
y

104
eran suprimidas a los alumnos de mala conducta. El Estable
cimiento asemejábase a un reformatorio, donde había tam
bién duros castigos, el más suave quizás era la "cachucha" o

bofetada, que los inspectores daban a los niños en la cara,


naturalmente a los quepacientemente las aceptaban. Cierta
vez tuve que repelerlas en forma violenta, y al inspector no
le quedaron deseos de castigarme de nuevo en esa forma.
Existía también el Seminario de San Pedro Damiano,
creado por el Arzobispo Rafael Valentín Valdivieso, el 28
de junio de 1869, y suprimido en 1893, por su sucesor Maria
no Casanova. Valdivieso,
por consejo tal vez del aristocráti
co Rector, Larraín Gandarillas y ambos dominados por el
ambiente y la costumbre de la época, fundaron el Seminario
para provincianos, campesinos y niños pobres. El colegio se
instaló en las viejas casas, que aún quedaban de la chacra de
Providencia, ubicadas cerca de la avenida Condell, sitio que
después fue convertido en parque y canchas destinadas al
juego de pelota. Sü primer prefecto fue el seglar Ramón
Zuazagoitía. El de
campesinos y pobres se estable
colegio
ció después en la Casa de
Refugio de la calle Lira esquina
de Santa Victoria, y desde 1888 hasta 1893, lo regentó el fu
turo académico, canónigo y vicario genera! de tres arzobis

pos, Manuel Antonio Román.


'■-^
En este Seminario se formaron, en sus primeros años,
el Cardenal-Arzobispo de Santiago, José María Caro, hijo
de modestos campesinos de Cáhuil, el humanista Manuel
Antonio Román, también de humilde familia del Olivar Al
to, el vicario general de dos arzobispos, Miguel Miller, el ca
nónigo Germán Gamboa, y muchos otros que dieron lustre
al clero chileno. No en vano San Lucas recuerda que el

105
Señor "derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los
humildes" (2).
Probablemente época considera un traspié lo que
nuestra
hace un siglo parecía acertado, con el objeto de acrecentar
las vocaciones sacerdotales, pero es evidente que el colegio
creado por el Arzobispo Valdivieso, sin soñarlo él, contribuyó
a excitar en el
país la diferencia de clases, la rebeldía del pobre
contra el rico; sin embargo-, Manuel Antonio Román,
largos
años vecino de Providencia, carecía de malicia y de
complejo
de inferioridad y no fue partidario de la supresión del Semina
rio de San Pedro Damiano; el autor del célebre "Diccionario
de Chilenismos" estimaba útil y necesario este colegio ecle
siástico, pero el Arzobispo Casanova, en hora oportuna, cap
tó el fenómeno de la lucha de clases y, a pesar de la opinión
contraria desu amado Secretario de
Cámara, Román, enér
gicamente, lo cerró para siempre.
El canónigo de la Catedral, Julio Rafael Labbé Torreal-
ba (1868-1945), fue Rector del Seminario Conciliar desde
1922 hasta 1926. El inició las grandes reformas en el estable
cimiento, secundado por su ministro o vicerrector, Juan Su
bercaseaux Errázuriz (1896-1942). Labbé, como pocos sacer
dotes de su tiempo, poseía muy buen gusto artístico y era un
eximio conocedor de las Bellas Artes, fundó con el Pbro.
Julio Restat (1882-1933), el Museo del Seminario, que exhi
bía valiosas obras artísticas, y, por. orden de la Santa Sede,
suprimió la sección seglar con el fin de dedicar exclusiva
mente el colegio a la formación del clero. Grave error
que
dio comienzo a la crisis de vocaciones sacerdotales,
porque

(2) Le. 1.52. Biblia de Jerusalén.

106
la sección seglar, formaba buenos cristianos, futuros padres
de familia y jefes de hogares católicos, también en esta sec
ción se fomentaron las vocaciones eclesiásticas y algunos alum
nos pasaban a continuar sus estudios en el curso de teología

y eran llamados al presbiterado.


En 1926, el Errázuriz Valdivieso,
Arzobispo Crescente
nombró Rector a su sobrino-nieto, Juan Subercaseaux Errá
zuriz, de treinta años de edad y con antecedentes artísticos.
Reformó totalmente los estudios y otorgó especial importan
cia a la vida litúrgica y al canto gregoriano; pero la discipli
na proseguía tan rígida como antaño. Promovió en los
seminaristas el gusto por el arte y la literatura, para lo cual
dictó clases de Historia del Arte e impulsó con empeño la
Academia de San Agustín, fundada en 1860, y cuyo primer
presidente fue el futuro Arzobispo de Santiago, Mariano
Casanova, a quien muchas veces me he referido en estas
"Crónicas". La Academia sobrevivió hasta 1954, año que el
Rector Alberto Rencoret Donoso, ex-Prefecto de Santiago y
futuro Arzobispo de Puerto Montt, la dejó morir; fue el alma
mater de la formación humanística del antiguo clero chileno e

hispanoamericano. En ella los futuros sacerdotes cultivaron las


letras y muchos de los auténticos valores de la literatura chi
lena, eclesiásticos y seglares, en sus inolvidables sesiones se
manales, aprendieron a conocer los más íntimos secretos de
la lengua de Cervantes. Es oportuno recordar aquí al actual
Arzobispo de La Paz, Bolivia, Mons. Jorge Manrique Hur
tado, mi compañero de estudios en teología y de actividades
académicas, en las cuales se destacó. En estos días ha brillado
en su patria y América, como apóstol muy valiente de los de

rechos humanos y de la Iglesia.

107
Nunca olvidaremos las sapientísimas lecciones literarias
de dos de sus más entusiastas presidentes: Eduardo Escudero
Otárola (1891-1949), y Julio Tadeo Ramírez Ortiz (1889-
1951). En 1950, también tuve el honor de ser uno de los úl
timos presidentes, nombrados por el Rector, Emilio Tagle
Covarrubias.
Ordenado obispo de Linares, Juan Subercaseaux Errázu
riz, "promoveatur ut removeatur", promovido para ser remo
vido, en marzo de 1935, el Arzobispo de Santiago, José Ho
racio Campillo, que sería tozudo, pero no despistado, corno al
gunos creen, nombró Rector al director espiritual del colegio,
Mons. Alejandro Huneeus Cox (1900), joven entonces de
35 años, actual Dean de la Catedral de Santiago y Protono-
tario Apostólico. Mons. Huneeus era el sacerdote más ade
cuado para el desempeño del cargo, porque tenía grande au
toridad moral sobre los seminaristas, y sus conocimientos
pe
dagógicos le permitieron comprender que era necesario sua
vizar las asperezas producidas entre los alumnos
por la rí
gida disciplina de! colegio, sin quebrantarla ni destruirla., por
que ella es
indispensable en tocia institución y con mayer ra
zón en unSeminario. El 19 de marzo de 1935, día del Arzo
bispo, en su quinta de San Bernardo, a la que invitaba todo
los años a los seminaristas, a los cuales
quería entrañablemen
te, nos dio a conocer la grata nueva de la de Mons.
designación
Huneeus, como Rector del colegio.
Desde entonces hubo mayor amplitud para que los alum
nos de teología conocieran el mundo o el ambiente en el cual
debían actuar más tarde; el novato Rector abrió esa
pequeña
ventana de que hablaría casi un cuarto de más
siglo tarde, el
Papa Juan XXIII, para que entrara al Seminario el aire puro

103
de la vida secular que debíamos respirar los levitas cuando
saliéramos a ejercer el ministerio sacerdotal. Mons. Huneeus
tuvo gran respeto por la persona y dignidad de los jóvenes

alumnos, y con su caridad insinuante, que inspiraba confian


za, sabía cerrar discretamente la ventana ante el peligro del
huracán. En genera], los seminaristas acataban los bondado
sos consejos del Rector. Quienes no compartían sus ideas, con
la mejor buena fe, lo criticaron duramente por haber sido
demasiado bueno y porque estab'eció una comunicación di
recta con los alumnos, práctica inaudita en aquel tiempo.

Hay un hecho objetivo que justifica los actos del Rector


y lo reivindica antes de medio siglo de su paso por la direc
ción del establecimiento: de los sacerdotes formados por Hu
neeus, sólo dos o tres defeccionaron en esos días turbulentos
de la Iqlesia de los cuales ya sólo queda un triste recuerdo.
Mientras Huneeus ejerció el rectorado (1935-1939), el
Seminario fue el hogar acogedor que todos añorábamos, en-

rl?ban ganas de sa'io En cuanto a la vida litúrgica


tQn,;/>c; no

y a los estudios, continuó la obra benéfica de Subercaseux, y


otorgó mucha importancia al futuro apostolado de los semi
naristas; él mismo, como antiguo cura de tres parroquias,
dictaba las clases de Pastoral y Acción Católica para adiestrar
a los párrocos del porvenir; tampoco descuidó la formación

ao-cética y escriturística de los alumnos de filosofía y teología,


personalmente hacía el curso de ascética y enseñaba a leer la
Sagrada Escritura, en sus lecciones sacras dadas en la capilla
de teóVgos, semanalmente. Veló también por la buena mar

cha de las Academias literarias de San Agustín y de Santo


Tomás de Aquino; la primera celebró con fiestas, muy so
lemnes, sus 75 años de laboriosa vida, en 1935.

109
-
Antes de la llegada de Mons. Huneeus, los seminaristas
estábamos divididos en dos bandos: los que seguíamos las ins
piraciones del Cardenal Eugenio Pacelli, después Pío XII,
que prohibía la intervención del clero y de los dirigentes de
la Acción Católica en la menuda política de partidos y aqué
llos que, con subterfugios, orientados por algunos superiores
y profesores de tendencias conservadoras, formados en la es
cuela de Larraín Gandarillas, Eyzaguirre y Fuenzalida Guz
mán, opinaban que el sacerdote debía favorecer al entonces
único partido integrado por católicos. Nunca el clero chileno
se mezcle más directa
y entusiastamente en la política de par
tidos que desde 1845 hasta 1935; pero tal intromisión era del
agrado de los conservadores, nacionales de hoy, de los capi
talistas, porque los
favorecía, ahora que los obispos y sacerdo
tes estamos en favor de los pobres y defendemos a los perse
guidos, entonces hacemos política Se aplica la ley de! em
...

budo... El Rector Huneeus Cox, es hijo de Alejandro Hu


neeus García-Huiticbro, connotado político conservador, pero
partidario de las doctrinas sociales avanzadas de León XIII;
sin embargo, su hijo sacerdote es enemigo de la
participación
del clero en la lucha de los partidos y nunca aceptó que los
eclesiásticos ayudaran a los conservadores, pero tampoco com
batió jamás la tienda política en que miutaba su
padre. Hu
neeus pacificó los de los
espíritus jóvenes alumnos, nos en
señó el reqneto por la opinión ajena, sostuvo la tesis, del
Carde" al Pacelli, la de Pío XI, y se acabaron las
oue era

disputas los
entre teólogos seminaristas. Esto bastaría para
señalarlo como el mejor maestro del clero en este siglo. El
alejamiento de Mons. Huneeus del establecimiento, no sólo
fue sentido soo llorado por numerosos profesores
y la mavo-

110
ría del alumnado. No fui testigo del triste suceso, porque
ya estaba de párroco interino en Santa Filomena.
A Monseñor Alejandro Huneeus sucedió, Monseñor
Eduardo Escudero Otárola. Este había nacido en San Felipe,
e hizo sus estudios enei Seminario de Santiago y en la Uni
versidad Gregoriana de Roma, en la cual recibió el doctora
do filosofía y teología. En la ciudad eterna fue ordenado
en

sacerdote en 1914. Enseñó teología, filosofía, latín y litera


tura, en el colegio eclesiástico santiaguino, desde 1915, hasta
su muerte. En el mismo establecimiento desempeñó, largos
años, el cargo de Prefecto de Estudios y en 1935, al crearse la
Facultad de Teología de la Universidad Católica Pontificia,
fue elegido su primer decano. En el Seminario presidió largo
tiempo las Academias de Filosofía, de Santo Tomás de Aqui-
no y de San Agustín. Escribió un solo libro: "Fe y Agnosti

cismo Contemporáneo". Fue más de treinta años el verdadero


mentor intelectual del Seminario y el maestro por antono

masia del clero formado 1915 y 1950.


entre

Desde 1930 hasta 1939, ejerció muchas veces el rectorado


del colegio eclesiástico en el carácter de interino. Nombrado
en propiedad en 1939, rectificó, conmucho talento y discre
ción, las sabias normas disciplinarias de su antecesor, pero,
con criterio ecuánime, mantuvo esa gran cordialidad entre
maestros y discípulos, iniciada por Huneeus, e inspiró con
fianza en los seminaristas que lo amaban entrañablemente;
llamó a colaborar
con él, en cargos ele responsabilidad,
a algunos de los que estuvieron junto a Mons. Huneeus.
Rector del Seminario Menor fue nombrado el actual
canónigo arcediano de la Catedral, Mons. Francisco Javier
Bascuñán, y vicerrector del Mayor, Mons. Guillermo Contre-

111
ras, quien también hoy forma parte del Senado eclesiástico y
fue un leal colaborador de Mons. Escudero.
Mons. Escudero era un sacerdote esclarecido, franco, sin
cero, de pocas palabras, sin revés, con excepcional espíritu de
El de su alumno en filo
"Crónicas" fue
justicia. autor estas

sofía, teología y secretario de la Academia de San Agustín,


cuando él ejercía, con ejemplar sabiduría, la presidencia. En
sus clases profundas, claras y amenas, como en la dirección

de la Academia, no obstante su aparente terquedad, sabía


decir el chiste oportuno, siempre ingenioso y nunca hiriente.
En la colocación de las notas, jamás hizo acepción de perso
nas, calificaba con precisión matemática; nunca he conocido,
en
largos años de estudios, un profesor más íntegro, más justo
y ecuánime. En uno de mis certámenes del Tratado de la
Santísima Trinidad, el más difícil del teología, esti
curso de
mó que merecía de 1 a 7, la "3"
signo -j- ; cuando
nota con el
pedí al docto maestro una
explicación acerca del significado
de esta nota, me dijo: "mira, está mejor que para un simple
tres "3", y si en el próximo trimestre no te alcanza
para esta
nota o para ei "4", por ejemplo, lo tienes como término me

dio para la prueba final". En cambio otro catedrático, en un


examen decisivo, se negó a aprobarme con la nota "6" seis,

de 1 a 7, porque era literato: cuando mi erudito profesor, Fr.


León Vaienzueia, franciscano, santo entre los santos, sin alar
dear de tal, le insistió que merecía un "6", él le dijo al oído,
un secreto a voces
que pude escuchar: "no, un cinco no más,
porque es literato"; para ese profesor era un delito escribir,
pero no se ruborizaba cuando pedía a ese "literato" que le
hiciera discursos para los seglares de una Sociedad asesorada

112
por él, y naturalmente no se arredraba en hacerlos aparecer
como de su cacumen.

Monseñor Escudero siempre estaba presto para defender


a los seminaristas, cuando su recto criterio estimaba que el
alumno tenía razón en sus puntos de vista, aunque fueran
las ideas más avanzadas y hubiera de por medio algún obispo
pelucón de esos que entonces mandaban en la Iglesia y ha
cían efectiva labor política. En cierta ocasión se puso de mi
parte en una agria disputa que tuve con un obispo muy influ
yente a quien todos consideraban la espada de la justicia di
vina y a la postre resultó ser la de Damocles.
Escudero poseía una cultura humanística completa, do
minaba todos los ramos del saber, perteneció a la Academia
de Astronomía y era latinista acabado, conocía las literaturas
antiguas y modernas. En su calidad de Presidente de la Aca
demia de San Agustín, sus discípulos le debemos lecciones
más útiles y prácticas que si las hubiéramos adquirido en afa
mados centros de cultura, éstas son, en realidad, impagables.
Era, además, un hombre todo corazón, lleno de mansedumbre,
jamás nadie le vio alterado, lo traicionaba su apariencia rí
gida, su acentuado perfil dantesco.
Durante el rectorado mantuvo y acrecentó el prestigio
del viejo y añorado Seminario de Providencia. El clero chi
leno lo venera toda justicia, la Santa Sede lo honró con
y, con

el título de Prelado de honor del Papa.


En 1949, a la muerte de Mons. Escudero, el Cardenal-
Arzobispo Caro, nombró Rector al actual Arzobispo-obispo
de Valparaíso, Monseñor Emilio Tag'e Covarrubias (1907),
el último que dirigió el colegio en Providencia (1949-1954),
y a quien correspondió trasladarlo a Apoquindo.

113
8 —
Crónicas de . . .
Mientras Mons. Tagle estuvo a cargo del establecimien
to defendió su patrimonio espiritual y literario y se hizo que

rer de sus
discípulos.

114
XV

LICEO JOSÉ VICTORINO LASTARRIA

El otro colegio de en la comuna de Provi


importancia
dencia, es el Liceo
José Victorino Lastarria, creado el l9 de
junio de 1913, abierto en esos mismos días invernales, en la
parte poniente de la extensa propiedad del obispo, Miguel
Claro Vásquez, de quien ya se habló entre los vecinos.
Inmediatamente fui matriculado en el Liceo Lastarria.
Asistí un poco tiempo al primer curso de preparatoria, a los
siete años, poco después abandoné el establecimiento por cau
sa de mi precaria salud. Casi todos los niños, moradores de
Providencia, ingresaron al mismo curso; entre otros, Luis
y Rafael Grau, Osear Solís Vargas y Humberto Guiraldes,
coronel de Ejército, hoy en retiro. Nuestro profesor fue don
losé Manuel Estay, maestro comprensivo, muy bondadoso
que se convirtió de inmediato en amigo de sus pequeños
alumnos. Su figura amable, no se ha borrado de la memoria
de sus numerosos discípulos.

115
El Liceo inició sus labores docentes con cuatro cursos,
dos de preparatorias y dos de humanidades, con un total de
ciento veinte alumnos.
.Don Tomás Guevara Silva (1860 1935), fue el primer
Rector, a quien acompañaban los señores Carlos Calderón
Vergara y Alberto Ossa, como inspector general e inspector
respectivamente. Los primeros profesores, fuera del señor
Estay, eran los señores: José Manuel Castillo, de Historia y
Geografía; Maximiliano Cid, de inglés; Armando Carrillo de
francés; los Pbros. José Agustín Erazo (1875-1951) y Ricardo
Canales Granifo (1850-1942), de religión; a cargo de la se
gunda preparatoria estaba el Sr. Manuel Núñez Ibar.
Entre los alumnos del primer año de humanidades de
1913, recuerdo ai actual General de División en retiro y pres
tigioso jefe de] antiguo Ejército, Carlos Guiraldes.
Los rectores que sucedieron a don Tomás Guevara, son
los señores: Ulises Vergara, después Rector del Instituto Na
cional (1927-1928), Emilio Muñoz Mena (1929), Juan N.
Duran Muñoz (1929-1944), José del Carmen Gutiérrez Fre-
des (1944-1946), Belisario Avi'és (1947-1964), Agustín Can
día Valdebenito (1964-1971), Ramón Molina Guzmán (1971),
Francisco Arans Camus (1972-1975), Bernardino Silva Ries
co (1975 1976),
Alejandro Karelovic Kirigin (1976), Raúl
Pérez (1976-1977) y María Eugenia Abarca desde 1977, hasta
nuestros días.
Evocaré, naturalmente, al Rector de mi época de Lasta-
rrino, don Tomás Guevara Silva, y a algunos de los profesores
de entonces. Don Tomás era al mismo tiempo profesor de
castellano, en los tres primeros años de humanidades; venía
de Temuco, cuyo liceo regentaba; antes había sido profesor

116
en el de
Angol y desde 1892 hasta 1896, sirvió la secretaría
de la Intendencia de Malleco; en 1893, fue el primer gober
nador del departamento de Mariluán, al que se asignó como
capital la ciudad de Victoria; formó parte de la Comisión
Organizadora encargada de crear el Liceo de Niñas de An
gol, colegio que inició sus tareas docentes en 1900, y en 1903,
se convirtió Fiscal. En 1897, cuando se reabrió el Licc
en

de Hombres de la misma villa de los Confines, después de su


clausura, el 10 de octubre de 1891, don Tomás, Ose contó entre
sus más competentes maestros, junto con los señores Guiller

mo Cid Morales
y Agustín Maturana. Víctor Sánchez Agui
lera, en "La Ciudad de Los Confines", escribe, al referirse
a don Tomás Guevara: "El primero gran historiador, etnó

logo arqueólogo, desempeñó en Angol, además de sus fun


y
ciones decentes, cargos administrativos, como Secretario de
la Intendencia de Malleco y Gobernador de! departamento de
Mariluán, al tiempo de su creación. Posteriormente fue Rec
tor del Liceo de Temuco y del José Victorino Lastarria. en

Santiago".
"Escribió muchas obras notables sobre el idioma caste
llano, sobre la historia de la Araucanía y sobre la vida mapu
che, que él pudo estudiar junto con el idioma, en las prime
ras reducciones indígenas. El señor Guevara es una autori

dad en los estudios a que dedicó gran parte de su vida. Per


maneció en Angol durante ocho años" (1).
"Formó, anexo al Liceo, notable museo etnológico y
un

arqueológico indígena" (2) que, la Biblioteca Pública,


como

(1) "La Ciudad de los Confines", Págs. 356. 1953.


(2) Id.

117
fue destruido en una de esas inundaciones tan comunes en

el sur.
Domingo Amunátegui Solar (1860-1940), Rector de la
^

Universidad de Chile, propuso para dirigir el nuevo Liceo


José Victorino Lastarria, a su amigo, contemporáneo y colega
de aficiones históricas, Tomás Guevara, erudito investigador
de los araucanos, autor de una de las mejores obras sobre
nuestra prehistoria, "Chile Prehispánico" e "Historia de la

Civilización de la Araucanía", en tres tomosT Don Tomás


l'egó a Angol poco tiempo después de la creación de las pro
vincias de Malleco y Cautín, por ley del 12 de marzo de 1887,
hecho que él recuerda en las páginas 502 y siguientes de su
"Historia de la Civilización de la Araucanía". Aunque estas
obras hayan sido superadas con nuevas investigaciones, siem
pre se les considera entre las mejores informadas sobre la
materia.
_^
Escribió también la "Historia de Curicó", hoy muy esca
sa. Suautor gozaba de tanto prestigio que al fundarse la

Sociedad Chilena de Historia y Geografía en 1911, siendo to


davía Rector del Liceo de Temuco, presidió en nuestra capi
tal, la primera sesión en la que se constituyó. Era miembro
correspondiente de numerosas instituciones internacionales,
europeas, y americanas; concurrió a varios congresos de ame

ricanistas, del primero, celebrado en Buenos Aires, fue se


cretario.
El señor Guevara hablaba en un tono
golpeado y caden
cioso. No obstante su
rigidez y seriedad era sumamente que
rido, por los niños y jóvenes liceanos, aun cuando, como se

acostumbraba entonces, se acercaba poco a nosotros fuera


de la hora en que dictaba sus clases a las cuales llegaba pun-

118
tualmente; pocas veces nos esperaba en la puerta de la sala.
no

En los años 1914 y 1915, el autor de estas "Crónicas", iba


a! Liceo, tarde, mal y nunca; sin embargo, logré hacer las
dos preparatorias e ingresé al Seminario Conciliar de los San
tos Angeles Custodios, en 1916. Dos sacerdotes, parientes de

mi padre, profesores del colegio eclesiástico, buscaban semina.


ristas y "me echaron el ojo". Desgraciadamente, entonces,
quedé hastiado de la rigurosa disciplina de cuartel que im
peraba en el Seminario. Volví al querido Liceo Lastarria, en
1919, al primer año de humanidades. De ese curso recuerdo
a
algunos compañeros: Raúl Bonilla Rojas, Luis Bravo Leay,
Enrique Laserre, Tulio Guevara Calderón, nieto del Rector,
con los cuales sigo siendo
muy amigo, y Eugenio Tagle San-
telices, ya fallecido.
El Rector, don Tomás Guevara, hacía la clase de caste
llano y como admirador de los clásicos y de los buenos escri
tores españoles, se solazaba en aconsejarnos que aprendiéra

mos de memoria versos y trozos escogidos. Me parece verlo

con los brazos cruzados sobre la


espalda y todavía escucho
su voz,
golpeada y monótona, dictando la fábula de Sarna-
niego: "Llevaba en la cabeza una lechera"... En una oca
sión llegó, el querido don Tomás, con una herida en la punta
de la nariz : pronto entró en la sala, irrumpí en estruendo
tan

sa carcajada. El maestro, sin alterarse, exclamó: "¿por qué


se ríe estee Fidel Araneda, hombree ? Después de expli
. . .

carle el motivo de la risa, el buen don Tomás, relató su triste


aventura: mientras caminaba lentamente por la avenida Pro

videncia, en unode sus habituales paseos, un carretonero que


pretendía dar latigazos a su caballo, desvió casualmente la
huasca y lastimó la nariz del Rector. El señor Guevara, tc-

119
nía entonces sesenta años, era de elevada estatura, derecho,
enteco, de hermosas facciones, ojos azules, escaso cabello gris
ensortijado; la boca muy fina y la nariz bien perfilada, im
ponía respeto por su noble apostura y era elegante en sus
modales y en el vertir. Hubo un tiempo que don Tomás
Guevara se destacaba como la personalidad intelectual más
importante de la comuna.

El Rector admiraba la raza araucana, sabía de memoria


"La Araucana" de Ercilla, por lo menos recitaba largas es
trofas de memoria y en sus clases, nunca le faltaba ocasión
para referirse cariñosamente a los naturales y exaltar su pu
janza y heroísmo; se le conoce con justicia, como el historia
dor de esa gente "gallarda v belicosa", que tuvo en ascuas a

los conquistadores españoles durante más de dos siglos. Gue


vara, en obra histórica, se compadece de los indios y elo
su

gia su laboriosidad. Don Desiderio Lizana Droguett, amigo


y contemporáneo de don Tomás, en "Los Nichos", tan cita
dos en estas "Crónicas", dedica al historiador de los arauca
nos, una estrofa relacionada con sus aficiones
etnológicas:
"También construyó aquí su pobre "ruca" /mi buen
amigo
don Tomás Guevara; /y la gente mapuche se
prepara /a
venir a tocarle la trutruca / cuando a "Pillán"
contemple
cara a cara".
El Rector era
amigo y admirador de los naturales
tan
sureños que trajo de ellos, Francisco Cayuleo Catrileo.
a uno'

Este, junto con estudiar en el Instituto Pedagógico, ejercía el


cargo de inspector para ayudar a don Carlos Calderón Verga
ra en la
vigilancia de los alumnos. Entre los años 1919 y 1924,
¡Cayuleo Catrileo era el personaje más importante del colegio.
Los niños, casi todos santiaguinos, la mayoría de ellos nacidos

120
en Providencia, no habíamos visto nunca un descendiente

inmediato de los aborígenes y nos llamaba la atención la


fisonomía del nuevo inspector, por lo cual luego lo moteja
mos de "indio Cayuleo". Era un joven muy modesto, bonda

doso e ingenuo; desconocía en absoluto el buen humor y la


picardía del chileno, nosotros abusábamos, le hacíamos una y
otra vez las bromas más pesadas y él no se inmutaba.

Cuando los alumnos teníamos dificultades con los pro


fesores, los padres y apoderados recurrían al Rector. Don
Tomás tenía siempre soluciones salomónicas adecuadas pa
ra cada caso
por difícil y engorroso que fuera.
Entre losprofesores, jamás olvidaré a don José Manuel
Castillo, guatón Castillo", tengo de él un triste recuerdo:
"el
no brillaba
por sus conocimientos científicos ni pedagógicos,
ni mucho menos por sus buenos modales. En una clase me

llamó a dar la lección frente al mapa, como era su costum


bre. Salí y guardé, adrede, absoluto silencio; como este per
sistente mutismo le fastidiara, me increpó bruscamente: ¡ha
bla! pregunte Ud., respondí, sin turbarme. Ya estábamos abu
rridos los niños de su torpe sistema pedagógico. —¡No! di
tú, insistió muy airado. Obstinado contesté: Pregunte Ud.

¡Estúpido! habla, repitió enfurecido. El estúpido es Ud.


repliqué muy irritado, porque nunca explica una lección y
en seguida quiere que vengamos aquí con las páginas apren

didas de memoria. Al escuchar estas palabras de un niño,


que aún no cumplía 14 años, montó en cólera el señor Cas
tillo y me mandó a la oficina del Rector, pero antes de salir
le dije: Me voy, no adonde el Rector, sino a casa para volver
al Liceo con mi padre. Así lo hice, y de la cordial entrevista
con el Rector resultó la salomónica decisión de don Tomás

121
que definió mi vocación a ios estudios históricos y a las letras:
"Don Fidel, expresó don Tomás a mi padre, voy a cam
biar de sección a Fidel, lo enviaré al tercero, donde hace
clases de historia, don Gabriel Amunátegui".
El Rector, don Tomás Guevara, era un gentil hombre
que bien hubiera podido llevar capa y espada. Naturalmente,
el sistema pedagógico del Rector distaba mucho del que
empleaba el señorCastillo; pero entonces el principio de au
toridad era
sagrado y solía atrepellar la virtud de la justicia,
sin embargo, como "más sabe el diablo por lo viejo que por
lo diablo", el Rector buscó una solución que no perjudicó a
nadie y a la larga favoreció al alumno.
Don Gabriel Amunátegui Jordán, en 1921, regentaba la
clase de historia en el establecimiento y poseía condiciones
de maestro eximio: dominaba ampliamente la materia y

comprendía a los niños, diría que los adivinaba. El incidente


con el señor Castillo, provocado intencionalmente por mí,

fue de honra y provecho, porque Amunátegui, con su talento,


competencia, erudición y excepcional pedagogía, despertó
en el nuevo
discípulo el gusto por los estudios históricos y
la historia constitucional de Chile, además consolidó esa afi
ción a las bellas letras que me inculcó don Tomás Guevara,
en el primer año de humanidades. Hasta entonces, sólo leía

"El Peneca" y cuentos ligeros; el fruto de las clases doctas


y amenas de Amunátegui Jordán fueron las biografías de
los "Presidentes Constitucionales de Chile", que terminé el
30 de agosto de 1921.
Desde ese año comencé a frecuentar la Biblioteca Nacio
nal que estaba ubicada en el antiguo Palacio del Consulado,
frente al Congreso Nacional, en la calle Compañía esquina

122
de Bandera. Allí conocí e intimé con los señores: Augusto
Orrego Luco (1848-1933), que tanto me ayudó a conocer la
literatura chilena y extranjera, y Enrique Blanchard Chessi,
jefe de la sección chilena, que divulgaba en "El Peneca" la
historia de Chile, y traté también al ilustre folklorista y más
tarde académico, como Orrego Luco, don Ramón A. Lava].
quince años escribí pésimamente, pero con mucho
A los
entusiasmo, esas vidas de los presidentes constitucionales de
Chile que tuve la desgracia de publicar tres años después,
opúsculo detestable del que ya a los veinte años me avergon-
gaba, pero del cual recibí entusiastas y elogiosas críticas del
querido Rector don Tomás Guevara y de Alone, en "La Na
ción", que fueron para mí más valiosas que un certificado
de bachiller en humanidades que obtuve ni he nece
nunca

sitado. Gabriel Amunátegui Jordán ha sido el mejor maes


tro que he tenido, tanto en el Liceo como en el Seminario y

en la Universidad Católica Pontificia, y esto dicho sin diti

rambo; en ninguno de estos establecimientos abundaban los


genios pedagógicos, con excepción, quizás, del jesuíta norte
americano, Gustavo Weigel, que en 1938, al crearse el 5? año
de teología, nos hizo clase de teología dogmática y puedo
decir sin exagerar, que jamás comprendí mejor el sentido
pastoral de la ciencia de Dios que en esas doctas lecciones
del Padre Weigel S. J. Habló del Cuerpo Místico y de sus
relaciones con la vida pastoral. Enseñó el sistema de La Tai-
lie, sobre el Sacrificio Eucarístico que fue muy del agrado
de los nuevos sacerdotes-alumnos. Fruto de esas clases inol
vidables es mi primer libro, "Cristo Luz del Camino"; el pró
logo del, entonces, obispo de La Serena y después primer
es

Cardenal chileno, José María Caro Rodríguez (1866-1958).

123
Gabriel Amunátegui Jordán también era profesor de De
recho Constitucional, en la Facultad de Leyes de la Universi
dad de Chile y sus alumnos opinan lo mismo que el autor
de estas"Crónicas". Jamás olvidaré las valiosas lecciones de
Gabriel Amunátegui acerca de la historia ejemplar de nues
tro país y de su fe en las instituciones democráticas chilenas.

Don Juan Nepomuceno Duran, fue nu:stro excelente pro


fesor de castellano y literatura, en el 4? año de humanidades,
en 1922. Hacía clases muy amenas y orienta loras. No lo
olvido: de pequeña estatura, muy elegante, siempre con una
gran flor en el ojal del vestón y sus zapatos cubiertos con las
polainas blancas, de moda entonces. Era poeta, autor de "Las
flores del bien y del mal", título un poco manido, recitaba,
de memoria versos propios y ajenos; es el autor de la letra
del himno del Liceo, del cual fue Rector entre los años
1929 y 1944.
Fue muy querido por sus alumnos, nadie tiene de él un
mal recuerdo. Durante su rectorado el colegio creció inte
lectual y materialmente: creáronse nuevos cursos y una Bi
blioteca Pública; se fundó el medionupiiaje v empezó a cons
truirse el edificio donde funcionó el viejo Liceo, hasta
que,
hace poco, comenzó a abrirse la avenida "Nueva Providen
cia" y se levantó otro, con frente hacia la calle
Miguel Claro.
Del antiguo establecimiento ya no queda piedra sobre
piedra.
Juan N. Duran alentó también mis aficiones literarias.
Era militante activo del Partido Radical
que agrupaba a la
clase media y a numerosos profesores fiscales; pero él
jamás
hizo proselitismo, al contrario, fue siempre
muy respetuoso
de las ideas ajenas.
Durante su rectorado se conmemoró, solemnemente, el

124
25 aniversario de la fundación del Liceo y hubo un acto en
el Teatro Baquedano, el 2 de junio de 1938. Allí, recién orde
nado sacerdote, a petición muy honrosa del Rector radical,
'"abo ennombre de los ex-alumnos. Diserté sobre el "Magis
terio Docente de la Iglesia". El discurso sirvió, poco des
pués, al señor Duran, para defenderse de alguien que lo
censuró, injustamente, como sectario y enemigo de la fe cris
tiana. En memorable ocasión recordé a don Tomás Gue
esa

vara, al Inspector Genera!, Carlos Cadderón Vergara, profe


sor de trabajos manuales
que me enseñó el tallado en made
ra, fiel colaborador y amigo de don Tomás Guevara; a mis
primeros José Manuel Estay y don
y venerados maestros, don
Manuel Núñez Ibar, tan abnegados y doctos; al Pbro. José
Agustín Erazo, profesor de religión, sacerdote dominico, pri
mero, secularizado después; fue capellán y luego primer cura
ru la Vera Cruz, terminó sus días de canónigo en la
Iglesia
Catedral de Santiago; él fue quien descubrió en mí el ger
men de la tardía vocación al sacerdocio-; a don Gabriel Amu

nátegui Jordán, entonces Director Gen-eral de Bibliotecas,


Museos y Monumentos Nacionales; a don Torge Miranda,
profesor de alemán, idioma que nunca aprendí; e- señor Mi-
mi-.,.la dirigió más tarde, con mucho acierto, el Liceo d^ La
Serena donde, en la década de 1950 a 1960, lo visité muchas
veces; a los profesores de ciencias naturales, Francisco Fu.n-
Ojs Maturana y Marcial Esoinoza. El primero ca un sabio

tan eminente como don Carlos Porter; a' otro, lo recuerdo

por su esmerada corrección en el vestir y finas maneras.

Un profecor muy estimado y singular erael de fran


cés, don Teófilo Belmar Pereira, en cuyas clases los alumnos
nos entreteníamos mucho con sus
extravagancias, pero tam-

125
bien nos adiestró en el conocimiento de la lengua gala, con

la cual he podido leer y traducir, regularmente, este idioma


en el curso de la vida. Don Teófilo hacía leer en francés, el

niño leía, pero como el profesor callaba, el alumno pensaba


que la lectura era perfecta, sin embargo, al terminar el señor
Belmar, sarcásticamente, manifestaba en idioma galo: "en
francés ahora 'mijito' ", frase que en el discípulo caía como
un balde de agua helada. Cuando alguno de nosotros no le
daba bien la lección, don Teófilo le lanzaba, más o menos, esta
filípica: "Ud. 'mijito' es un ladrón, le está robando la plata
(entonces había plata) a su papá y al Fisco 'mijito'... ¿por
qué no se dedica mejor a vender diarios, a lustrar zapatos o
a cualquier cosa?
¿para qué está aquí en el Liceo, ocupando
asiento, si no estudia ?". Los alumnos, lejos de sentir vergüen
za, reíamos a mandíbula batiente.
A veces llegaba don Teófilo, a la sala de clases, con un
martillo en el bolsillo trasero del pantalón y cuando su pie
tropezaba con un clavo, sacaba la herramienta, arrancaba el
clavo y seguía imperturbable la clase; al ver al profesor aga
chado, los alumnos lanzábamos sonoras carcajadas y el señor
Belmar, impertérrito, preguntaba ¿De qué se ríen niñitos?
Poco tiempo antes de morir, ya muy viejo, don Teófilo,
desayunaba conmigo en las parroquias de San Francisco So
lano y San Saturnino, y rememoraba, contento cual un niño,
los días de su alegre y provechoso magisterio, en el Liceo Las
tarria.
Entre los profesores que se han destacado en las letras
chilenas, fuera de los ya mencionados, figuran: Miguel Ángel
Vega, autor de numerosas y útiles monografías y ensayos, en
tre los que se destaca la obra recién
publicada, "Historia de

V.5
la Literatura Chilena de la Conquista y de la Colonia", en
dos tomos, en la que "pone al día el trabajo semejante de don
José Toribio Medina", editado en 1878; Milton Rossel (1901-
1968), mi recordado amigo, crítico literario ecuánime, cons
tructivo y versado, director de la revista "Atenea" de la Uni
versidad de Concepción, que gozó de gran prestigio conti
nental y en cuyas colaboraron los mejores escritores
páginas
hispanohablantes; Rossel mantuvo y acrecentó el prestigio
de "Atenea"; José Caracci (1887-1979), célebre pintor, Pre
mio Nacional de Arte, 1956, conocido como paisajista del
Maule, discípulo de Pedro Lira. "Sus visiones, según Antonio
Romera, sonrecias y vigorosas", fue nuestro querido profesor
de dibujo; Carlos Meló Cruz, autor de la música del himno
del colegio, de justo renombre en el círculo de las artes musi
cales, fallecido hace algunos años y Alberto Zañartu Campino,
profesor muy competente y estimado por los alumnos ; éste en
las clases de Historia y Educación Cívica, como en todas las
actividades de su corta vida, se mostró, invariablemente, par
tidario de las libertades públicas y de la democracia sin ape
llidos. Murió trágicamente, baleado en los funerales del he
roico estudiante de medicina, Jaime Pinto Riesco, muerto tam
bién en las refriegas de los últimos días de la dictadura del
General Carlos Ibáñez del Campo, en julio de 1931.
En cuanto a los ex-alumnos, mi ánimo es recordarlos a
todos, pero la memoria es frágil y han pasado ya casi sesenta
años desde que abandonamos el colegio; además, no se trata
de una obra histórica; mencionaré sólo a aquellos cuyos nom
bres vienen a mi mente: Galileo Urzúa Casas-Cordero, profe
sor, abogado, periodista y diplomático; Víctor León Quinta
na, servidor público, los innumerables hermanos, Bonilla Ro-

127
jas; los generales Rene Schneider Cherau, cobardemente ase
sinado en 1973, por su fidelidad a la democracia; Gustavo
Leigh Guzmán, ex-Comandante en Jefe de la Fuera Aérea, in
tegrante de la Junta de Gobierno, entre los años 1973 y 1979,
hombre de armas, fiel a sus convicciones y principios; los
distinguidos médicos: Pedro García Palazuelos, Osvaldo Qui
jada, catedráticos universitarios muy connotados, Víctor Gae-
te Ahumada y
Sergio Araneda Bravo, este último ya mencio
nado en otra parte de esta obra; Enrique Lafourcadé, narra
dor y periodista de talento y Eduardo de Calixto Armijo,
"Celedonio Menares", famoso actor cómico, tan popular por
su actuación en
"Hogar Dulce Hogar".
Los alumnos formaban "patotas" o grupos temibles, que
eran elterror del vecindario y tenían en ascuas a la Policía.
En unaocasión un grupo de liceanos de un sexto año, tomó a
viva fuerza al compañero más estudioso, que era el predilecto
de los profesores y se lo llevaron a la ribera del Mapocho,
frente a Providencia, esquina de Román Díaz, y allí, después
de propinarle una feroz paliza, lo soltaron no en buenas
muy
condiciones físicas.
Algunos muchachos se reunían para ir a formar desór
denes al Teatro Providencia o con el objeto de treparse a los
centenarios árboles de la avenida, estos grupos budiciosos
cuando eran sorprendidos por 'os "pacos", los llevaban a la
subcomisaría y allí mi padre los reconvenía; genéraseme,
entre estosalumnos revoltosos estaban : los hermanos mayores,
Bonilla Rojas, los Cortés Monroy, los Müller y otros.
Al terminar la grata evocación de los
queridos maestros
del Liceo, un deber de gratitud me impulsa a
mencionar,
una vez más, al inolvidab'e Rector don Tomás Guevara.

128
Cuando fui joven lo conocí más íntimamente, y no me que
dó la menor duda de que había tenido un maestro sapientísi
mo y bondadoso, un erudito y un hombre todo corazón, sen

cillo y comprensivo. Cuando jubiló en 1927, después de casi


tres lustros de rectorado, escribí un artículo, en "Las Ultimas

Noticias", labor de etnólogo y maestro, pero


para exaltar su

entonces, yo tenía poco más de veinte años y era incapaz de


hacer el elogio que don Tomás merecía.
Los años borran de nuestra memoria los nombres de
mucha gente que conocimos en la niñez y en la juventud,
y los de tantos que, posteriormente, nos han hecho más de
una zancadilla, pero los de aquellos mentores que supieron
comprendernos, ayudarnos y alentarnos, sin emulación ni
envidias, esos nombres permanecen en nuestro recuerdo con
imperecedera gratitud: Tomás Guevara Silva, Hernán Díaz
Arrieta (Alone), Samuel A. Lillo, Augusto Orrego Luco,
Gabriel Amunátegui Jordán, Arturo Alessandri Palma, Fr.
Raimundo Morales, José Agustín Erazo, Juan N. Duran, Os
ear Larson y Alejandro Huneeus, son nombres queridos que

las humanas veleidades de algunos, nos han enseñado a ve


nerar aún más.

129
9. —
Crónicas de . . .
XVI

OTROS ESTABLECIMIENTOS EDUCATIVOS

Este capítulo lo vamos a dedicar a los únicos estableci


mientos educativos de la comuna entre los años 1911 y 1938,
que abarcan estas "Crónicas".
Cuando mis padres llegaron a Providencia (1911), ha
bía un colegio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, en
el sitio donde, actualmente, está la calle Dr. Manuel Barros
Borgoño, que desapareció muy pronto del barrio; quizás es
éste el establecimiento que se instaló después donde hoy está el
"Patrocinio San José", en la quinta que era del Arzobispo
Casanova, en la calle Bellavista.
Durante largo tiempo, en la segunda cuadra de la aveni
da Manuel Montt, estaba la escuela de niñas, regida por la
distinguida señora Isabel Kirman de Mondaca, esposa del
poeta Carlos Mondaca. En esa época, doña Isabel, muerta
nonagenaria en la década del 70, era una hermosa y agraciada
joven cuya belleza, distinción y bondad, le atrajeron la sim-

130
patía y admiración no sólo de sus alumnas, sino de todo el
barrio.
Quizás en 1912, doña Isabel creó un kindergarten mixto
en Escuela, y en él fuimos matriculados, mi hermana Inés,
la
de cuatro años y yo de seis; pero asistimos muy poco tiempo
a clases; recuerdo que eran en las tardes y regentaba el curso

la señora Beatriz Morales de Liebau, que para nosotros era


y fue siempre, la "señorita Beatriz". Tenía un carácter espe
cial para granjearse el cariño de los niños y durante largos
años, iba a hacernos clases a nuestro hogar.
El otro colegio que estaba en la misma avenida Manuel
Montt, casi al lado del Teatro Providencia, era el Kindergar
ten "Santa Sofía", fundado, quizás, en 1915, por unas seño

ritas, cuyo apellido recuerdo. En sus aulas aprendieron


no

a leer casi todos los niños de Providencia, entre otros, Víctor

Pinto Infante, los hermanos Leigh Guzmán, mis hermanos


menores y otros.

131
XVII

ACTIVIDADES LITERARIAS

Ei Liceo era, naturalmente, el centro de todas las activi


dades culturales de la juventud providenciana, máxime de los
ex alumnos del establecimiento.

En 1924, fundamos la Academia Literaria "Alberto Blest


Gana", cuyas sesiones se efectuaban en la amplia y obscura
sala de profesores del colegio, bondadosamente facilitada por
el Rector, don Tomás Guevara. Allí nos reuníamos, entre
otros: Raúl Planes Fierro (1906-1924), músico precoz, atacado

ya por la tuberculosis, Raúl Bonilla Rojas (1906), Luis Rodrí


guez Pacheco(1906), hoy distinguido arquitecto, Luis Alberto
Carrillo, Eugenio Tagle Santelices (1908-1928) y algunos otros
que no eran ex-alumnos del Liceo, como Carlos Ihanes Peña-
fiel (1906-1968), Luis Tejeda Oliva (1904), prestigioso aboga-
do y posteriormente, diputado comunista; Víctor Celis Riveros
y el poeta, José Miguel Latorre.
Poco después tuvimos las reuniones en mi casa de la ave-

132
nida de Román Díaz. La Academia cele
Providencia, esquina
bró, más o menos, diez sesiones, en las cuales perdimos el
tiempo en discusiones bizantinas y peleas, entre académicos,
provocadas por rivalidades para ocupar los cargos directivos.
No pocas veces, mi madre llegaba "con mucho señorío", como
recuerda, Luis Rodríguez Pacheco, a hacernos callar, porque
con nuestros alegatos y disputas, despertábamos "a la
niña" (1). Los contertulios, de 16 a 18 años, salían a continuar
sus
alegatos en la Plaza "Manuel Atria" o en la esquina de
Providencia con Manuel Montt, mientras yo, "según Luis
Rodríguez Pacheco", quedaba perplejo en casa.
La Academia "Alberto Blest Gana" eligió directores ho
norarios a los señores: Tomás Guevara y Samuel A. Lillo,
este último, poeta, cantor de Arauco, creador y sostén del "Ate

neo de Santiago" (1899-1931), secretario perpetuo de la Aca

demia Chilena y al R.P.Fr. Raimundo Morales Retama!


(1878-1956), también académico y Provincial de la Orden
Franciscana. Los tres aceptaron las designaciones y nos ayu
daron mucho. Don Samuel A. Lillo me invitó entonces a for
mar parte del Ateneo, y en 1929 ocupé la prestigiosa tribuna

de la Corporación, en el Salón de Honor de la Universidad


de Chile, para hablar sobre el poeta, Guillermo Blest Gana
(1829-1905), en el centenario de su nacimiento. El estudio,
muy mediocre, que me corrigió el Dr. Augusto Orrego Luco,
admirador de Blest Gana, fue duramente criticado por los
enemigos de don Samuel A. Lillo y del Ateneo; sin embargo,
se
publicó en forma destacadísima en "La Nación", prestigio
so diario santiaguino, fundado por don Eliodoro Yáñez, a

(1) Ena, la menor de mis hermanas,

133
quien se lo arrebató la dictadura del General Carlos Ibáñez
del Campo.
El afán de los jóvenes de ese tiempo era conocer a don
Samuel A. Lillo para que nos introdujera en el Ateneo, que
ya comenzaba a decaer, y en el ambiente literario santiaguino.
La Academia "Alberto Blest Gana" tuvo dos sesiones

públicas: en la primera, efectuada en el Liceo


Lastarria, re
cibimos a los directores honorarios: Guevara, Lillo y Morales,
quienes tuvieron palabras de aliento para los jóvenes organi
zadores de la institución literaria; en la otra tuvimos como
huésped de honor, al poeta español, Francisco Villaespesa
(1877-1936), que en esos días visitaba nuestro país; también
lo invitamos a tomar once en el famoso salón "Olimpia",
que estaba arrinconado en la calle Huérfanos al llegar a Ban
dera, en un local inmenso, a la sazón, uno de los más ele
gantes de la capital. Villaespesa ha sido una de esas célebres
mediocridades de la poesía y del teatro hispano cuyo roman

ticismo trasnochado y enervante, evoca la dulzona languidez


de José Zorrilla.
Publicamos, con grande esfuerzo, en Providencia, una
revista mecanografiada, con dibujos, que titulamos "Miner
va"; en sus páginas aparecían colaboraciones de los acadé
micos imberbes, algunas serias, otras jocosas. El director era
yo, pero lo hacían todo Luis Rodríguez Pacheco y Luis Al
berto Carril'o Rojas. Sacamos dos números: en el primero,
la portada tenía a la diosa "Minerva", y en el otro, el tranvía
N9 34, que, en ese tiempo, comenzaba a correr desde la Es
tación Alameda hasta la avenida Yrarrázaval, por la de Pe
dro de Valdivia. Ya había levantado la línea de sus "carritos"

134
urbanos de sangre, don Fidel Oteíza, porque el avance del
progreso se lo impuso.
En Providencia, en el Liceo Lastarria, comenzaron nues
tras inquietudes intelectuales y literarias, gracias al estímulo

de excelentes maestros.

135
XVIII

LO QUE DEJO LA PIQUETA

De la vieja Providencia ya sólo queda muy poco; la


piqueta, que arrasó sin
motivo, únicamente para ponerse a
tono con el mal de la época, con los mejores y más anti
gusto
guos edificios públicos y particulares de la capital, no
respe
tó tampoco la avenida Providencia.
Desde la Plaza Baquedano hasta Los Leones, se conser
van: la capilla del Seminario de los Santos
Angeles Custo
dios, convertida en la
templo parroquial; iglesia y parte de la
vivienda de las religiosas de la Casa Matriz de la Providen
cia; la capilla y uno que otro claustro del del Sal
Hospital
vador; el amplio oratorio del Hospital San Luis; la iglesia
de Nuestra Señora del Carmen que reedificó el Pbro. don Li-
sandro Ramírez Lastarria, hace más o menos cuarenta años;
la antigua Casa de Huérfanos, actualmente iglesia
parroquial
de la Divina Providencia, y el primer patio del establecimien
to que hospedaba a los niños, hoy casa parroquial, donde vive

136
el cura, Mons. Augusto Larraín Undurraga; finalmente, se
conservan el par de leones que adornan la Plaza de su nombre
y que antes estaban en el Palacio de don Ricardo Lyon. Por
el lado norte, en el antiguo lecho del Mapocho, se construyó
el Parque Balmaceda; hasta Los Leones, si algo de]queda
pasado en
edificios, no valen nada y carecen de
significación.
Ahora levantan por
se
doquiera, avenidas, calles, horri
blesrascacielos, altos edificios; por todas partes se ven avisos
luminosos en idiomas extranjeros; cerca de Pedro de Valdi
via, vi por milagro, uno
que reza en español: "Heladería y
confitería". Sobraba
lugar en Providencia para dejar paso
al progreso urbanístico, pero nunca debieron demoler: la
antigua Municipalidad, la casa de Joaquín Edwards Bello y
la modesta capilla en que se fundó la parroquia de San
Ramón.
El ruido ensordeceder de la locomoción colectiva y par
ticular, el excesivo comercio, todo ha contribuido a privar a
la avenida Providencia de su quietud y belleza de antaño.
La vida apacible de la comuna terminó con el aumento
de población, el afán de vivir en el barrio alto y de prolongar
hacia arriba la actividad comercial de Santiago, en desmedro
del barrio poniente, que hoy inspira lástima por su abandono.
Providencia ha perdido el encanto de sus primeros años, con
la febril agitación y ansia de lucro que caracteriza nuestro
tiempo.

137
EPILOGO

Cuando viajo a Providencia, desde los micros, miro ha


cia el norte y hasta en el cerro, enmi tiempo desolado, veo
locomoción, los andariveles que van y vienen todo el día;
el río es lo único
que sigue su curso normal y permanece
fiel alpasado; lo demás es nuevo, bullicioso y espectacular.
Los recuerdos de antaño: los árboles centenarios; los ta
jamares con sus nichos; las casonas con sus huertos y jardines;
donde transcurrieron los años felices de nuestra niñez y ju
ventud; los tranvías y sus pintorescas cobradoras; el silencio
colonial de la avenida y de sus calles adyacentes, todo eso
ha desaparecido de nuestra vista para dar paso a las inter
minables filas de vehículos y a los avisos luminosos. No veo
ahora, en Providencia, el encanto de su poesía de ayer. Lfl
imagen blanca del San Cristóbal y la cordillera nevada le
jana, permanecen en su sitio y permiten recordar algo del
viejo camino de Las Condes, cuyo paisaje permanece en nues
tros ojos a pesar del progresivo avance de los años.

Santiago, 14 de octubre de 1980.

138
ÍNDICE
Págs.

Prólogo 7
I. —

El Camino de Las Condes 9


II. —

La futura subdelegación de Providencia . 13


III. —

La comuna de Providencia 18
IV. —
Primeros Recuerdos de Providencia ... 23
V. —
Los Tranvías 38
VI. —
Visión de Providencia 43
VIL —

Algunas instituciones y otros vecinos ... 55


VIII. —

Teatro Providencia 63
IX. —

Otras Noticias de Providencia 69


X. —
La Iglesia en Providencia 73
XI. —
Vecinos connotados 78
XII. —

Conventillos en Providencia 89
XIII. —

La Compañía de María: Colegio de la Buena


Enseñanza 92
XIV. —

El Seminario Conciliar y el Pontificio de los


Santos Angeles Custodios 97

141
Págs.

XV. —

Liceo José Victorino Lastarria . 115


XVI. —

Otros establecimientos educativos . . . . 130


XVII. —

Actividades literarias 132


XVIII. —

Lo que dejó la piqueta 136


Epílogo . . .
138

142
Agradezco a quienes colaboraron en la
publicación de este libro: a la Editorial
Nascimento, a don Carlos, al personal que
lo imprimió, al párroco de San Ramón,
Mons. Eduardo Canessa Ibarra, a los crí
ticos literarios, Alfonso Calderón y José
Luis Rosasco, a Gastón Rojas Elgueta que
diseñó la portada, al fotógrafo Ricardo
Jordán, a la señora Amelia Díaz de Go-
mien (Q.E.P.D.) a Adolfo Ovalle Brieba
y Víctor Pinto Infante, a Inés Giminiski
Hinojosa y a mis hermanos: Sergio,
Carmen Luz, Lucía y Ena.

El Autor.
Fidel y Sergio Araneda Bravo, cuando niños, con la burrita,
frente a la puerta de servicio de su casa.
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Iglesia de la Casa Matriz de la Providencia.


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Iglesia de la antigua Casa de Huérfanos, actual templo
parroquial de la Divina Providencia.
Imagen policromada de Nuestra Señora de la Merced que
se conserva en la iglesia
parroquial de San Ramón.
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E! hombre hace a la ciudad y la ciudad al hombre, y es en la
historia de los barrios donde se anida y perpetra la esencia de esas
hechuras. El padre Fidel Araneda Bravo entrega en esta obra una

suerte de biografía de Providencia realizada de un modo afectuosa


mente singular donde se combina y entrevera la historia propiamente
tal de la comuna con tramos de cálido intimismo del hombre que
la muestra, !a narra, la recuerda y la añora.
El tiempo ha transcurrido, ese es el destino del tiempo y lo que
el tiempo es, y en su transcurso sobrevienen los cambios, las muta
ciones, las transformaciones. Providencia es hoy día una síntesis vital
y vigorosa de progreso, tráfago, ruido, concreto altivo, comercio, mul
titud. Acaso pensando también que e! hombre ha seguido extraños y
raros modos para enseñorearse de la tierra que le legó el Hacedor, el
padre Fidel nos dice "No veo ahora en Providencia el encanto de su
poesía de ayer". Pero los lectores de este libro sí que van a ver a
través suyo, ahora, ese encanto reconstruido con los materiales de la
nostalgia serena, de la memoria fiel y amorosa. Vamos a habitar un
territorio naciente en el mismísimo entorno de la casa paterna del
autor. Román Díaz con Pr' videncia, 1911, un arrabal,
parrones, esta
blo, árboles frutales, una ga'ería, balaustradas, carruajes tirados por
caballos, alumbrado de gas, teatro con pianista, campos de cultivo a la
vista, pesebres vivos para Navidad, un borriquillo para jugar . . .

luego los vecinos notab'es, los queribles, los anecdóticos, los empren
dedores, los extravagantes. La antigua Providencia, la subdelegación
rural de Ñuño*l de sólo cinco mil almas a fines del siglo pasado, va
creciendo y reviviendo ante los ojos y a través* de ¡a pluma de un
escritorio, de un sacerdote, entonces un niño, un adolescente, y así
viajando por estas crónicas de Providencia nosotros podemos compar
tir el conocimiento y el gozo de un mundo, tiempo y .sergs que no
fueron en vano.

José Luis Rosasco.

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