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El dardo en la Academia
Esencia y vigencia de las academias
de la lengua espaola
Silvia Senz y Montserrat Alberte (eds.)
Volumen I

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Editorial Melusina, s.l., 2011
www.melusina.com

Del prlogo: Mrius Serra


De cada artculo, de sus autor/es

Correccin ortotipogrfica: Silvia Senz, Montserrat Alberte


y Eugenia Monroy
Fotocomposicin y diseo de cubierta: Carolina Hernndez Terrazas

Primera edicin, 2011

Reservados todos los derechos de esta edicin

Impresin: Romany Valls, s.a.

isbn (Obra completa): 978-84-96614-97-0


isbn Vol. 1: 978-84-96614-98-7

Depsito legal: b-38.078-2011

Impreso en Espaa

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Cuando yo empleo una palabra insisti Humpty Dumpty
en tono desdeoso significa lo que yo quiero que signifi-
que... ni ms ni menos!
La cuestin est en saber objet Alicia si usted puede
conseguir que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
La cuestin est en saber declar Humpty Dumpty
quin manda aqu... si ellas o yo!

Lewis Carroll: Alicia a travs del espejo, cap. vi.

Para el hablante medio, la autoridad mxima, algo as como el


tribunal supremo del idioma, es la Real Academia Espaola.
[...] Incluso entre personas cultas es frecuente or que tal o cual
palabra no est admitida por la Academia y que por tanto
no es correcta o no existe. = En esta actitud [...] hay un
error fundamental, el de considerar que alguien sea una per-
sona o una corporacin tiene autoridad para legislar sobre la
lengua. La lengua es de la comunidad que la habla, y es lo que
esta comunidad acepta lo que de verdad existe, y es lo que
el uso da por bueno lo nico que en definitiva es correcto.

Manuel Seco: Gramtica esencial del espaol,


Madrid: Aguilar, 1974, p. 235.

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Contenido

Volumen i

Advertencia al lector 11

Mrius Serra: A quin engaa la rae? 13

Silvia Senz y Montserrat Alberte: El dardo en la Academia,


un proyecto editorial de fondo. (A modo de introduccin) 17

1. Luis Carlos Daz Salgado: Historia crtica y rosa de la Real


Academia Espaola 21

2. Juan Carlos Moreno Cabrera: Unifica, limpia y fija. La rae


y los mitos del nacionalismo lingstico espaol 157

3. Luis Fernando Lara: El smbolo, el poder y la lengua 315

4. Gianluigi Esposito: Accademia della Crusca, Acadmie


Franaise y Real Academia Espaola: paralelismos
y divergencias 343

5. Silvia Senz, Jordi Minguell y Montserrat Alberte:


Las academias de la lengua espaola, organismos
de planificacin lingstica 371

6. Jos del Valle: Poltica del lenguaje y geopoltica: Espaa,


la rae y la poblacin latina de Estados Unidos 551

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7. Graciela Barrios: La regulacin poltica de la diversidad:
academias de lenguas y prescripcin idiomtica 591

8. Jos Martnez de Sousa: La obra acadmica a lo largo


de tres siglos 621

Notas 691

Volumen ii

9. Silvia Senz: Una, grande y (esencialmente) uniforme. La rae


en la conformacin y expansin de la lengua comn 9

10. Mara Pozzi: Terminologa y normalizacin en las academias


de la lengua espaola 303

11. Montserrat Alberte: La laboriosa colmena: los diccionarios


hipotticos de la rae 367

12. Esther Forgas: El compromiso acadmico y su reflejo


en el drae: los sesgos ideolgicos (sexismo, racismo,
moralismo) del Diccionario 425

13. Susana Rodrguez Barcia: Un mundo a su medida.


La construccin de la realidad en los ltimos diccionarios
de la rae 459

14. Maria Antnia Mart y Mariona Taul: La Academia


y la investigacin universitaria en las tecnologas
de la lengua 511

15. Silvia Ramrez Gelbes: Correctores, periodistas y la Academia


Argentina de Letras: amores y desamores 559

Notas 579

Nmina de autores 629

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El dardo en la Academia,
un proyecto editorial de fondo.
(A modo de introduccin)

Que la autoridad de la Real Academia Espaola no tiene parangn con


la de ninguna otra academia de la lengua, ni espaola ni extranjera, es
algo que casi no es preciso demostrar: es un hecho vivencial, que par-
ticularmente han percibido por influjo de su historia educativa y de
su entorno meditico y poltico-lingstico los hispanohablantes lati-
noamericanos. Pero si fuera necesario probarlo, podemos remitir al lec-
tor a las encuestas realizadas por el acadmico de la Academia Argentina
de Letras (aal) e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones
Cientficas y Tcnicas argentino (conicet), Jos Luis Moure, y por la
tambin investigadora del Instituto Nacional de Antropologa y pro-
fesora de la Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad de Buenos
Aires, Leonor Acua,1 donde se pretenda conocer las actitudes y valora-
ciones sobre su lengua de los hablantes de esta zona rioplatense.
Entre otros planteamientos, se preguntaba a las 388 personas encues-
tadas si conocan alguna institucin que estableciera la forma correcta
de hablar (hablar, no escribir). En el anlisis de los resultados segn
una categorizacin sociocultural de los encuestados, la Real Academia
Espaola (rae) fue la respuesta de un 33 % del grupo sociocultural ms
elevado, seguido de un 29 % para los dos grupos siguientes, y de un
14 % para el penltimo grupo del rango sociocultural inferior. Salvo
la clase sociocultural ms baja, todas las dems conocan la institucin
acadmica espaola y la identificaban espontneamente como autoridad
normativa y modelo de ejemplaridad en el habla. Sin aplicar la variable
sociocultural, a la pregunta complementaria sobre la influencia que a
juicio de los encuestados deberan tener una serie de instituciones edu-
cativas y organismos prescriptores, un 40 % respondi que debera ser
mucha la de la Real Academia Espaola, frente a un 35 % que opinaba
lo mismo de la academia nacional, la aal.2

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18|El dardo en la Academia

Las editoras de este volumen tenemos el convencimiento de que, de


plantearse esta misma pregunta en encuestas sociolingsticas realizadas
a hablantes de otras variedades y zonas donde el espaol se ha erigido
como principal o nica lengua nacional, los resultados seran parecidos
e incluso muy superiores en ciertos pases con ms larga y estable tradi-
cin de obediencia a la rae.
Pero si bien parece claro que la Real Academia Espaola es una de las
principales autoridades idiomticas que acuden espontneamente a la
mente de los hablantes de casi todas las capas socioculturales, incluso en
pases con academia propia, no resulta tan fcil dilucidar qu elementos
la han colocado y la mantienen, a da de hoy, en esta posicin.
En la serie de anlisis comparativos de las instituciones acadmicas
de la lengua italiana y espaola realizados por Antoni Nomdedeu Rull,3
su autor propona que el excepcional ascendiente de la rae sobre los
hablantes y su prestigio como organismo normativo podran explicarse
por la suma de cuatro peculiaridades:

1) ha realizado un notable trabajo en el terreno del cuidado de la lengua,


como muestra su prolfica produccin editorial;
2) responde a la demanda por parte de los usuarios e investigadores de
que actualice peridicamente sus trabajos;
3) asume el papel de unificadora del idioma, convirtindose en garante
de cohesin, en colaboracin con las academias hispanoamericanas;
4) ha buscado el apoyo institucional y siempre ha contado con l.

A quienes manejamos en nuestro quehacer diario el trabajo normati-


vo de la rae (realizado hoy en corresponsabilidad con la Asociacin de
Academias de la Lengua Espaola, Asale) y sus recursos lingsticos en
lnea, las dos primeras hiptesis apuntadas por Nomdedeu4 nos resul-
tan, sin embargo, poco convincentes. De hecho, la idea de El dardo en
la Academia surgi a finales del 2006 de la manera ms casual, como
producto de una constatacin compartida por su promotor, Jos Pons
(propietario y editor de Melusina), y las editoras de este volumen, por
otra parte comn a muchos profesionales del sector editorial espaol: el
bajo perfil de la Real Academia Espaola como organismo estandariza-
dor. Partiendo de este juicio crtico previo, contribuir a explicar cmo
una institucin normalizadora semipblica, con una produccin menos
abundante de lo que aparenta y mucho menos consistente y actualizada
de lo que es exigible, puede haber llegado a ejercer una influencia social
sostenida sobre los hablantes de espaol de ambos lados del Atlntico

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Introduccin|19

fue el reto que finalmente decidimos asumir con esta obra y que trasla-
damos al resto de autores.
Pronto su ambicin embrionaria coloc el proyecto en un camino
de largo recorrido, que inevitablemente conduca a explorar a fondo los
aspectos de la idiosincrasia acadmica, y del ambiente intelectual y la
coyuntura sociopoltica que, en cada periodo, condicionaron su desarro-
llo, su ramificacin institucional y su privilegiada posicin. A medida
que las primeros trabajos de zapa fueron exponiendo las entraas de
las instituciones acadmicas y completando nuestra visin de su ana-
toma, nos dimos cuenta adems de la necesidad de trasladar al lector
un registro ntido y detallado de la imagen que bamos obteniendo,
permitindole as contemplar las mltiples facetas y dimensiones que la
visin oficialista de la rae y de todas las dems academias, de hecho
suele mantener ocultas al comn de los hablantes. A su vez, desde los
primeros pasos de la obra, la complejidad del alma acadmica que se nos
revelaba, su intrincada red de conexiones institucionales, su implicacin
en el juego geopoltico ms all del estricto campo de ordenamiento que
es la estandarizacin lingstica, y su hoy febril actividad hicieron
evidente la imposibilidad de satisfacer plenamente nuestros propsitos
en una nica entrega. Por esta razn, El dardo en la Academia se ha plan-
teado, en fin, como un proyecto de largo recorrido que en esta primera
concrecin alcanza a definir gracias a la lectura entretejida que per-
miten los reenvos en notas de las editoras (v. vol. i, pp. 695-720 y vol. ii,
pp. 579-628) el peculiar perfil histrico, ideolgico e institucional
de la rae y sus asociadas, a describir las sinergias e interferencias con
el mundo poltico, econmico, cultural, cientfico y meditico, y a di-
seccionar una parte sustancial de su labor codificadora. Para una nueva
entrega, que esperamos factible, quedan revisiones extensas algunas
de ellas ya en curso de su mtodo de trabajo lexicogrfico, de los
medios tecnolgicos y humanos de que se vale en su labor productiva,
de su obra gramatical y del funcionamiento de la red interacadmica
que integra la Asale. Con todo ello esperamos contribuir a enriquecer
el acervo de conocimientos sobre las academias de la lengua espaola,
confiando adems en que este dardo logre perturbar las mansas aguas
del debate sobre la planificacin del castellano, en cuya quieta superficie
las academias de la lengua proyectan su imagen pblica.

Silvia Senz y Montserrat Alberte


Sabadell/Barcelona, septiembre del 2010

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2
Unifica, limpia y fija. La rae
y los mitos del nacionalismo
lingstico espaol
Juan Carlos Moreno Cabrera1

1. Introduccin. Los mitos de la autoridad lingstica


de las academias

En este captulo voy a analizar los fundamentos lingsticos, mticos e


ideolgicos de lo que se podra denominar autoridad unificadora y correc-
tiva de las academias de la lengua en general y de la rae en particular.
Voy a mostrar que la autoridad y prestigio popular de las academias
de la lengua estn enraizados en uno de los mitos fundamentales de la
cultura occidental: el mito de la lengua perfecta2 y el carcter uni-
versal de esa lengua. Segn ese mito, la lengua coloquial espontnea
est llena de imperfecciones e impurezas, pues est limitada gravemente
por la inmediatez, rapidez, informalidad e irreflexividad propias de las
actividades cotidianas. Para remediar esas imperfecciones hay que some-
terla a un proceso de elaboracin purificadora que no slo la libera de la
mayor parte de esas imperfecciones e impurezas, sino que la fija y la hace
universal o, al menos, universalizable. Esta creencia, basada en el mito
que acabo de mencionar, es uno de los pilares fundamentales en los que
se basa la autoridad lingstica de las academias de la lengua.
Sin embargo, las averiguaciones y descubrimientos de la ciencia lin-
gstica contempornea han puesto y siguen poniendo de manifiesto
que la visin del funcionamiento de las lenguas humanas en la que se
basa el mito de la lengua perfecta universal es profundamente errnea,
ya que no es capaz de dar cuenta de su verdadera naturaleza, desarrollo
y evaluacin.
Por consiguiente, la autoridad lingstica de las academias de la len-
gua no slo tiene entre sus fundamentos esenciales una serie de ideas
y conceptos mticos, sino que tambin carece de justificacin estricta-
mente lingstica. La lingstica contempornea no puede ser utilizada
para razonar y justificar cientficamente dicha autoridad.

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Queda, pues, como nico fundamento de la autoridad de las acade-


mias el predominio social de una determinada forma de lengua, asociada
con los estamentos poltica, cultural y econmicamente dominantes de
las sociedades en las que ejercen su papel.
El proceso mediante el cual las clases hegemnicas imponen sus for-
mas de hablar como las nicas correctas o como modelos de correccin
y referencia es muy frecuente en la historia de las lenguas europeas mo-
dernas y se da tanto en los procesos de unificacin lingstica como
en los procesos de creacin, desarrollo e implantacin de una lengua
estndar asociada a un Estado moderno. As ocurri, por ejemplo, con
el italiano en los siglos xvi y xix:

Es evidente que desde la Historia, los italianos del xvi propugnaban una lengua co-
mn cuya autoridad ante el conjunto estaba en su cristalizacin, mientras que, en el
xix, ante la realidad de la unidad poltica de la nacin italiana, los ciudadanos lo que
sienten es la necesidad de su uso en la comunicacin cotidiana y en la enseanza. En
ambos momentos, sin embargo, aun respondiendo a dos concepciones diferentes de la
organizacin de la colectividad, es la atencin a los planteamientos de las clases hege-
mnicas la que prepondera: en el xvi, la necesidad de una lengua de distincin; en el
xix, la necesidad de una lengua de extensin. [Gil Esteve y Rovira Soler, 1997: 17.]

En efecto, como observa Ralph Penny:


Los procesos en que consiste la normalizacin reflejan los diferentes grados de po-
der ejercidos por los distintos grupos sociales. Las variedades habladas por gru-
pos poltica y econmicamente poderosos son las nicas con probabilidades de ser
seleccionadas como base de una lengua estndar. Asimismo, slo tales grupos (o
individuos) son capaces de imponer codificaciones particulares de la lengua y de
asegurar que sern usadas en un nmero creciente de mbitos. Del mismo modo,
slo los poderosos pueden promover la aceptacin de la norma emergente, ya que
nicamente ellos gozan de suficiente prestigio social como para provocar que otros
grupos sigan sus preferencias lingsticas. [Penny, 2000: 295.]

El concepto de lengua culta escrita y hablada que manejan la rae y


las dems academias de la lengua y que, como vamos a ver, consideran
esencial para la definicin de su labor unificadora y orientadora y para
la fundamentacin de su autoridad en materia lingstica, tiene preci-
samente esta ndole poltica. As conciben precisamente Gil Esteve y
Rovira Soler la adopcin de la norma culta italiana sobre la base de la
autoridad cultural de los grandes escritores de Italia:
Claro est que si en el inicio fue la auctoritas de los que la haban convertido en mo-
delo esttico mediante su uso escrito (Dante, Petrarca, Boccaccio), en el siglo xvi
y el xix el uso escrito viene presidido conceptualmente por el de una determinada

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Juan Carlos Moreno Cabrera|159

franja sociocultural que posee la fuerza econmica y poltica. En ambos momen-


tos, se excluye la lengua no hegemnica de la praxis de poder en la unidad, y se le
atribuye la categora de no culta. Porque cultura y hegemona se identifican. [Gil
Esteve y Rovira Soler, 1997: 17.]

El concepto de lengua culta, por cuyo tamiz se pasan todas las conside-
raciones respecto de los modelos de uso lingstico aconsejables tal
como puede comprobarse, por ejemplo, en el Diccionario panhispnico de
dudas (en adelante, dpd05), cuya introduccin analizar en la seccin
novena del presente captulo sirve de basamento principal de la auto-
ridad acadmica, que no es, por consiguiente, ms que un ejemplo en el
terreno lingstico del dominio de una clase o estamento privilegiado en
una sociedad dividida en clases sociales, tal como voy a ir desarrollando
en las pginas que siguen.
Dado que, en la actualidad, la labor de la rae, segn se establece en
el propio ideario contemporneo de esta institucin, no est situada tanto
en el mbito de la determinacin de las normas del hablar y escribir co-
rrectamente, sino en otros mbitos que voy a examinar en los apartados
siguientes de este trabajo, no parece aventurado afirmar que la idea de que
la principal tarea de la rae es establecer cmo debemos hablar y escribir
y hacernos ver y corregir los errores para evitar el deterioro de la lengua
espaola se ha convertido en un mito de amplia aceptacin por parte del
pblico en general. Siguen muy extendidas las ideas de que la funcin
principal de la rae es establecer las reglas gramaticales del espaol co-
rrecto y de que debe actuar como un juez que dictamina si tal o cual uso
es o no correcto o adecuado. Por esa razn muchas personas se dirigen a
la docta institucin para que indique si tal o cual palabra o expresin es o
no correcta o se usa de modo legtimo. Si esto no es cierto, es decir, si esta
institucin no considera que esa es su funcin principal ni, posiblemente,
su cometido legtimo, entonces me siento autorizado a calificar esa idea
tan extendida de mito del pensamiento espaol contemporneo.
Veamos la definicin de mito que se proporciona en el diccionario
electrnico de la rae:

1. m. Narracin maravillosa situada fuera del tiempo histrico y protagonizada por


personajes de carcter divino o heroico. Con frecuencia interpreta el origen del
mundo o grandes acontecimientos de la humanidad.
2. m. Historia ficticia o personaje literario o artstico que condensa alguna realidad
humana de significacin universal.
3. m. Persona o cosa rodeada de extraordinaria estima.
4. m. Persona o cosa a las que se atribuyen cualidades o excelencias que no tienen,
o bien una realidad de la que carecen.

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160|El dardo en la Academia

La cuarta acepcin es la ms prxima al uso que tengo en mente al hablar


del mito de la autoridad normativa de la rae y de las dems academias de
Filipinas y de Amrica. Ciertamente, de la rae y de las academias aso-
ciadas se puede predicar la tercera acepcin. No cabe duda de que estas
instituciones son mitos en esa acepcin, dado que puede mantenerse que
estn rodeadas de extraordinaria estima, que disfrutan de una gran con-
sideracin, respeto y admiracin en el mbito hispnico y, seguramente,
en muchos otros mbitos culturales no hispnicos.
Sin duda, en el caso que nos ocupa, la condicin de mito en la acepcin
tercera podra anular la condicin de mito en la acepcin cuarta. Si las
academias gozan de un prestigio y autoridad en materia lingstica casi
universalmente reconocidos, entonces no debera ser mtica la idea de que
son estas instituciones las que deben establecer los usos correctos de la len-
gua espaola, la norma o las normas a las que se debe atener todo uso de la
lengua que pretenda o aspire a ser reconocido como correcto y culto.
Si estas instituciones, de acuerdo con la adaptacin a los tiempos
actuales, insisten en la idea de que ellas no establecen las normas lin-
gsticas que determinan los usos correctos de la lengua espaola o, al
menos, que esa no es su funcin nica, ni principal o, en otros casos, que
esa es una funcin totalmente ajena, entonces esa funcin normativa y
correctora formara parte de un mito ampliamente reconocido y admi-
tido en la actualidad.
En la seccin primera de este captulo voy a mostrar dos cosas. Pri-
mero, que, en las versiones que da la propia rae sobre su funcin real
o primordial, no se ha eliminado la funcin normativa o prescriptiva
que determina los usos adecuados de la lengua espaola, sino que se
ha enmascarado de forma ms o menos eficaz, al mantener que se trata
simplemente de sancionar los usos aceptados generalmente por la co-
munidad lingstica; segn ello, la fuente normativa provendra de la
sociedad y no de las academias.
La norma [] no es algo decidido y arbitrariamente impuesto desde arriba: lo
que las Academias hacen es registrar el consenso de la comunidad de los hispano-
hablantes y declarar norma, en el sentido de regla, lo que estos han convertido en
hbito de correccin. [rae y Asale, 2005: xi; cursiva del original.]

Si esto fuera efectivamente as, la idea de que las academias deben de-
cir cmo hay que hablar y escribir sera un mito en la cuarta acepcin
de esta definicin. Pero mostrar a lo largo de las pginas que siguen
que, en la prctica, la creencia de que las academias deben especificar
cmo hay que hablar una determinada lengua sigue vigente tanto en su

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Juan Carlos Moreno Cabrera|161

ideario como en la opinin pblica, a pesar de las versiones edulcora-


das, que pretenden quitar importancia a esos aspectos prescriptivos o
enmascararlos.
En segundo lugar, intentar mostrar, siguiendo las enseanzas y ave-
riguaciones de la lingstica contempornea, que la funcin prescriptiva
de toda institucin cultural o poltica sobre el habla real de los ciudada-
nos constituye una utopa de realizacin imposible en trminos estric-
tamente lingsticos y, por consiguiente, que esa funcin prescriptiva
tiene carcter mtico, dado que atribuye a una institucin una cualidad
que no tiene ni puede llegar a tener: la de influir en aspectos esenciales
del habla real de la comunidad en la que ejerce su autoridad, que tendra
que adecuarse de forma fiel a las normas fonticas, lxicas, morfolgicas,
sintcticas y semnticas dictaminadas por esa institucin.
En la seccin segunda de este trabajo voy a examinar el famoso lema
fundador de la rae Limpia, fija y da esplendor. Analizo su significado
originario y la reinterpretacin moderna del lema que aparece en el pr-
logo de la edicin del ao 1999 de la Ortografa acadmica. Mostrar que
se fundamenta en una ideologa profundamente nacionalista que se pro-
yecta a un imperialismo cultural constituido ideolgicamente en torno al
concepto de panhispanismo. La nueva interpretacin viene dada por el
lema renovado Unifica, limpia y fija, en donde aparece un concepto de
unificacin cuya base nacionalista inmediata est en la indisoluble unidad
de la nacin espaola que consta en el artculo segundo de la Constitucin
de 1978. La insistencia en la unidad de la lengua surge, en mi opinin,
de esta visin nacionalista de la nacin espaola, pero proyectada a todo el
mbito hispnico, en el terreno lingstico y en buena medida cultural y
econmico, dado que en el poltico esto ya no es posible.
En la seccin tercera analizo los fundamentos mticos de la lengua
estndar y del habla culta. Esos fundamentos mticos se encuentran en
el ideal de la lengua perfecta. Hago una descripcin detallada de ese
ideal y luego muestro cmo el concepto de lengua estndar escrita culta
en su propuesta inicial, elaboracin e implantacin est basado y justi-
ficado en gran parte por ese ideal de la lengua perfecta. Tambin argu-
mento que esas variedades estndares escritas presentan caractersticas
opuestas, y aun incompatibles, con las de las lenguas naturales espon-
tneas omnipresentes en todas las comunidades humanas conocidas y
que han sido desarrolladas de modo espontneo a lo largo de decenas de
miles de aos de evolucin de la humanidad. Por esa razn, las lenguas
estndares escritas cultas nunca podrn sustituir a las lenguas naturales
espontneas sobre cuya base se elaboran.

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162|El dardo en la Academia

En la seccin cuarta analizo el mito de la imperfeccin y la degenera-


cin de la lengua vulgar, en el que se basa gran parte de la justificacin
de la autoridad correctiva o preceptiva de las academias o de institucio-
nes similares. Hago referencia al hecho establecido de que la lingstica
moderna no da ningn atisbo de verosimilitud a esta idea y describo
brevemente las races histricas prximas de este mito fundamental,
cuyo origen puede situarse en la Grecia antigua y cuya formulacin mo-
derna puede asociarse a la escuela de Alejandra. Aunque, precisamente,
voy a mostrar tambin que en la Antigua Grecia encontramos las pri-
meras afirmaciones de dignificacin de la lengua vulgar, como autntico
exponente de la capacidad lingstica humana natural, que puede aso-
ciarse a la escuela de Prgamo (Arens, 1975: 37; Matthews, 1994: 61).
En esta misma lnea podemos considerar la obra de Dante Alighieri De
Vulgari Eloquentia, escrita a principios del siglo xiv, algunos de cuyos
revolucionarios postulados fundamentales expongo y explico.
En la seccin quinta ilustro de modo didctico lo absurdo de la idea
de considerar la lengua vulgar espontnea como una desviacin o dege-
neracin de la lengua culta y explico con detenimiento un smil de arte
escultrico, que servir para una mejor comprensin y valoracin del
habla vulgar espontnea, sobre cuya devaluacin se fundamenta buena
parte de la autoridad lingstica de instituciones como las academias.
Luego, ilustro mediante sencillos ejemplos lingsticos concretos las
conclusiones principales que hemos de extraer del smil en cuestin.
En la seccin sexta analizo la importancia que ha tenido el concepto
de lengua estndar para el desarrollo de la filologa y de la lingstica.
Muestro que una de las diferencias esenciales entre la lingstica antigua
y la moderna es que la primera se centraba casi exclusivamente en la
lengua escrita normativa y tomaba esta lengua como punto de referencia
de todas las dems manifestaciones del lenguaje humano. La segunda, es
decir, la lingstica moderna, parte de que el objeto primario de estudio
que ha de tomarse como referencia para la investigacin de todas las
manifestaciones de la capacidad lingstica humana, es la lengua oral
espontnea tal cual es utilizada por la gente en situaciones informales y
cotidianas en las que no existe presin alguna para hablar bien y en las
que la autoconciencia lingstica esta poco o nada activa. Esto debera
haber supuesto una gran revolucin en la ciencia lingstica, pero, en
realidad, ha ocurrido que la tradicin de la lingstica antigua, basada
en los mtodos filolgicos, es tan fuerte que la lingstica contempor-
nea sigue usando muchos conceptos y puntos de vista heredados directa-
mente de la tradicin gramatical basada en la lengua escrita normativa.

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Juan Carlos Moreno Cabrera|163

En la seccin sptima explico los procesos de evolucin lingstica


histrica que hacen que las lenguas vayan cambiando y diversificndose
con el tiempo y con la actuacin de las leyes de cambio lingstico.
Estas leyes son naturales y regulan el funcionamiento espontneo de las
lenguas y son las que hacen posible que el anglosajn del siglo vi y el
ingls actual sean lenguas muy distintas, o que el castellano del siglo xii
sea muy distinto del castellano actual. El enfoque preceptivista y nor-
mativista del cambio lingstico ha consistido en ver ese cambio como
una especie de degeneracin o corrupcin continua de unos modelos de
lengua de carcter literario o culto.3 Voy a mostrar que algunos de los
usos censurados por la rae y las dems academias son exactamente de
la misma naturaleza que los que se producen a travs de las inexorables
leyes del cambio lingstico y voy a concluir que las prohibiciones o
advertencias correspondientes carecen de toda justificacin lingsti-
ca. Tambin mostrar que fenmenos marginales y poco importantes
se convierten en normativos simplemente porque estn generalizados
en los estamentos sociales considerados cultos. De esta manera, la ac-
tuacin normal y habitual de las leyes de cambio lingstico se ve, en
muchos casos, como causante de errores que hay que evitar, mientras
que algunos errores espordicos y no sistemticos, ni debidos tampoco a
las leyes naturales de cambio lingstico, pero generalizados en las capas
cultas de la poblacin, se adoptan sin reservas como normativos.
En la seccin octava, analizo brevemente la influencia que ejerce el
mito de la lengua universal en las novsimas concepciones panhisp-
nicas de las academias. En esas concepciones se nos quiere hacer pasar
una lengua estndar normativa basada principalmente en una variedad
concreta de Espaa, la castellana central, como una lengua panhispnica,
vlida como referencia nica y correcta en todo el mbito hispnico. Esta
cuestin es analizada con ms detalle en mi libro El nacionalismo lingstico
(Moreno Cabrera, 2008b, cap. x) y en otros captulos de la presente obra.4
La seccin novena es una reflexin sobre algunas de las cosas que
hacen las academias y sobre otras que, en mi opinin como lingista
comprometido con la diversidad lingstica, deberan hacer. Primero
hago un breve repaso de lo que la rae ha producido a lo largo de su di-
latada trayectoria y concluyo que esta institucin no ha cumplido satis-
factoriamente algunos de sus objetivos fundamentales. A continuacin,
analizo con detenimiento el prlogo y la introduccin del Diccionario
panhispnico de dudas que puede considerarse un manifiesto quintaesen-
ciado del nuevo giro panhispnico de la docta institucin, en el que se
reflejan algunos de los elementos fundamentales de su ideario. Hago

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164|El dardo en la Academia

un anlisis crtico del concepto de norma tal como aparece definido y


fundamentado en la introduccin al dpd05. Al final de esta seccin
enumero de forma lacnica algunas de las cosas que tendran que ha-
cer instituciones como la rae en defensa de la diversidad lingstica.
El artculo termina con una dcima y ltima seccin, que hace un resu-
men de algunas de las cuestiones analizadas en las secciones anteriores,
en especial de los mitos fundamentales del nacionalismo lingstico
espaol, y que enuncia las principales conclusiones que cabe extraer de
lo visto a lo largo de las secciones anteriores.

2. El lema fundacional de la rae: del crisol de la purificacin


al crisol de la unificacin

Voy a comenzar esta seccin con el anlisis del lema funcional de la rae, el
famoso Limpia, fija y da esplendor y su reinterpretacin contempornea.
Segn relata Zamora Vicente (1999: 26), el 13 de marzo de 1715, el Mar-
qus de Villena encarg a los acadmicos que aportaran propuestas para el
lema de la rae. A mediados del mes de abril, se eligi lema definitivo: un
crisol en el fuego con la leyenda Limpia, fija y da esplendor, al parecer,
original de don Jos Sols, conde de Salduea y duque de Montellano.

Figura 1. Emblema y lema fudacionales de la rae

Segn nos aclara Zamora Vicente, la interpretacin que se dio a este


lema es la siguiente:

Dice que el lema alude a que en el metal se representan las voces, y, en el fuego, el
trabajo de la Academia, que, reducindolas al crisol de su examen, las limpia, purifica
y da esplendor, quedando solo la operacin de fijar, que nicamente se consigue apar-
tando de las llamas el crisol y las voces del examen. [Zamora Vicente, 1999: 27.]

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6
Poltica del lenguaje y geopoltica:
Espaa, la rae y la poblacin
latina de Estados Unidos1
Jos del Valle

Si Espaa se consigue colocar como referente de identidad o como


proveedor de seas de identidad culturales con respecto a la comu-
nidad hispanohablante de Estados Unidos, estaremos en una inmejo-
rable situacin para mejorar nuestras posiciones en aquel pas.
scar Berdugo, presidente de Eduespaa,
en el II Congreso Internacional de la Lengua Espaola (2001).

Compartimos races culturales comunes [con la poblacin hispana


de Estados Unidos], que constituyen la base de nuestra identidad.
Hablo de una identidad que supera las fronteras, de una comuni-
dad transnacional con un impresionante legado histrico, artstico,
lingstico y cultural.
Felipe de Borbn, prncipe de Asturias, ante el Congressional Hispanic
Caucus Institute en Washington, D.C., en octubre del 2006.

Nuestra Academia, con sede en Nueva York, se encuentra en el ojo


del huracn,
Gerardo Pia Rosales, director de la Academia Norteamericana
de la Lengua Espaola, tras su eleccin en enero del 2008.

1. Introduccin

En el trnsito por la historia de los Estados Unidos de Amrica, lengua


y poltica han estado siempre estrechamente enmaraadas (habr algn
pas en el que no lo estn?). Ya a mediados del siglo xviii, Benjamin
Franklin se mostraba ansioso ante la ubicuidad del alemn en las calles
de Filadelfia y se refera con desdn casi histrinico a sus hablantes:
Los alemanes que aqu llegan en general proceden de los sectores ms
estpidos e ignorantes de su nacin [...] Y como pocos ingleses saben
alemn y no pueden dirigirse a ellos desde el plpito o la prensa, es casi
imposible librarlos de los prejuicios que traen [...] Pronto nos supera-
rn en nmero hasta tal punto que, en mi opinin, todas las ventajas

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552|El dardo en la Academia

de que gozamos de nada servirn para mantener nuestra lengua. Inclu-


so nuestro gobierno se debilitar (Crawford, 1992: 19).2 Eran estas
palabras, escritas en 1753, indicio temprano de lo que habra de ser
una preocupacin recurrente a lo largo de la historia del pas que, en
aquellas colonias, nacera pocos aos despus: la permanente tensin
entre el dinamismo introducido por los diversos grupos migratorios y
las dislocaciones del orden cultural y lingstico anglosajn causadas
por la incorporacin de aquellos a la sociedad norteamericana.3 Es bien
sabido que, de las mltiples olas de inmigrantes que ha habido a lo largo
de la historia del pas, en la ltima han predominado, y con diferencia,
los hispanohablantes. Y, como cabra esperar, los temores de siempre
por la integridad cultural, lingstica y poltica del pas han vuelto a
salir a la superficie. As lo demuestra, por ejemplo, la intensa actividad
de instituciones tales como la U. S. English Foundation, creada en 1983,
el grupo de accin ciudadana ms numeroso y antiguo del pas dedi-
cado a preservar el papel unificador de la lengua inglesa en los Estados
Unidos,4 o las mltiples iniciativas que a lo largo y ancho del pas han
propuesto (en muchos casos con xito) la eliminacin de los programas
de educacin bilinge. En el pasado reciente, una de las ms intensas
polmicas sobre el asunto estall tras la publicacin en 2004 de un libro
titulado Who Are We? The Challenges to Americass National Identity.5 El
autor, el catedrtico de la Universidad de Harvard Samuel Huntington,
predice la hispanizacin de los Estados Unidos, seala que el mante-
nimiento del espaol6 obstaculizar la asimilacin de los inmigrantes
mexicanos al proyecto nacional y anticipa que, leales al pas de origen,
estos se convertirn en agentes de la transformacin de la cultura del
pas receptor.
El 29 de noviembre del 2007, el Pew Hispanic Center7 publicaba un
detallado informe sobre el uso del ingls entre la poblacin hispana o la-
tina.8 Los resultados dinamitaban la base de la teora avanzada por Hun-
tington: el 23 % de los inmigrantes (la llamada primera generacin) dicen
hablar ingls muy bien; de los nacidos en los Estados Unidos de padres
inmigrantes (la segunda generacin) responden en el mismo sentido el
88 %; y llegando a la tercera generacin el porcentaje sube al 94 %.
Estas cifras no dicen nada, desde luego, sobre el nivel de mantenimiento
del espaol. Sabemos que, en el ao 2000, segn los datos del censo, la
poblacin hispana rondaba los 35 000 000 (un 12,5 % del total) y que
en Estados Unidos hay ms de 28 000 000 de personas que hablan es-
paol en casa.9 En general, los estudios sobre el nivel de mantenimiento
del espaol confirman la bien conocida regla de las tres generaciones: los

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Jos del Valle|553

nietos de emigrantes poseen un conocimiento escaso o nulo de la lengua


de sus abuelos. De mantenerse este patrn, la presencia del espaol en
Estados Unidos como lengua inicial depender de modo fundamental
de la presencia de inmigrantes de primera generacin. Es cierto que en
las ltimas dcadas se han producido transformaciones significativas
en las redes de interaccin social en las que se mueven los inmigrantes
y sus descendientes y bien pudiera ser que las mayores facilidades para
mantenerse en contacto con el pas de origen, as como la extensin de
los medios de comunicacin en espaol alteraran la vieja dinmica de la
sustitucin lingstica total en las tres generaciones. Este es, sin embar-
go, un tema sobre el que no se deben aventurar conclusiones sin antes
realizar las investigaciones necesarias. Otro factor que podra alterar esa
dinmica es la adopcin por parte de las autoridades locales, estatales y
federales de polticas lingsticas que promocionen la transmisin inter-
generacional de las mltiples lenguas habladas en el pas y que ofrezcan
el soporte institucional necesario para su mantenimiento. Las condicio-
nes polticas presentes (incluso tras la llegada a la presidencia del dem-
crata Barack Obama) no animan a ser optimista: el discurso dominante
entre la clase poltica y en la prensa es decididamente asimilacionista.
Con todo, hacer predicciones tajantes en relacin con este asunto resulta
a todas luces imprudente.
El hecho es que el fenmeno demogrfico que supone el espectacular
crecimiento de la poblacin latina de los Estados Unidos (con obvias
ramificaciones no slo lingsticas sino tambin culturales, econmicas
y polticas an escasamente comprendidas) ha despertado un inusitado
inters en los pases hispanohablantes y muy especialmente en Espaa.10
Un entusiasmo que slo se podra calificar de triunfalista parece haberse
adueado de ciertos sectores de la opinin pblica espaola o, mejor
dicho, de ciertos actores sociales con capacidad para generar opinin. Ya
hace ms de una dcada El Pas ofreca un sorprendente titular: 40 mi-
llones de hispanos forzarn a ee.uu. a apoyar la educacin bilinge
(Bayn, 12/02/1997: en lnea). Y unos aos despus, Juan Cruz, en las
pginas del mismo diario, afirmaba Porque ellos creyeron que el ingls
sera la lengua avasalladora y ya les est saliendo el tiro por la culata.
De veras? Hay datos, dicen, que llevan al optimismo sobre la lejana
pero posible equiparacin de las lenguas (Juan Cruz, 06/05/2000: en
lnea). Afirmaciones como estas han seguido apareciendo apoyadas con
frecuencia en datos bien conocidos que subrayan la cantidad de latinos
que forman parte de la poblacin estadounidense, las perspectivas de
crecimiento y la popularidad del espaol como lengua extranjera.

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554|El dardo en la Academia

El objeto de este ensayo es precisamente situar en un contexto


geopoltico preciso no slo las efusivas celebraciones de la extensin del
espaol en Estados Unidos que con frecuencia perpetran distorsiones
importantes de la realidad sociolingstica estadounidense sino tam-
bin la naturaleza del inters que ciertos sectores del mundo de la cultu-
ra, economa y poltica espaolas han exhibido por su poblacin latina.

2. Comunidad panhispnica y geopoltica

El anlisis de las relaciones pasadas, presentes y futuras entre Espaa y


los pases de la Amrica hispanohablante (en la cual hay que incluir a
Estados Unidos) pasa necesariamente por la revisin de los fundamentos
y objetivos del movimiento hispanoamericanista o panhispanista.11 y 12 Este
proyecto se basaba en la conviccin de que la cultura espaola, encar-
nada en la lengua, persista como vnculo inalienable entre las naciones
hispanohablantes incluso tras la independencia de los territorios ame-
ricanos. A lo largo de su historia, el hispanoamericanismo ha persegui-
do el fortalecimiento de esa unidad y la construccin de una armnica
comunidad panhispnica postimperial, cultural, econmica y poltica-
mente operativa. Isidro Seplveda ha definido el hispanoamericanismo
como [l]a interpretacin de la continuidad hispana en Amrica como
base para la construccin e incluso como evidencia de su existencia
de un ascendente espaol sobre las sociedades del continente; ascenden-
te susceptible de ser instrumentalizado para fundamentar una poltica
exterior de prestigio que recuperara el valor internacional de la Espaa
de comienzos del siglo xx (Seplveda, 2005: 22). La anhelada unidad
lingstica y cultural hispanoamericana sera por tanto un valor estrat-
gico para Espaa al facilitarle sus operaciones en la Amrica hispanoha-
blante y al contribuir a la elevacin de su prestigio internacional. De ah
que al estudiar el movimiento se hable del hispanoamericanismo como
conceptualizacin de la reunin de iniciativas y la propuesta de progra-
mas, ya de forma individual o colectiva, y la participacin coordinada y
solidaria en la idea de una cualidad especial y superior de las relaciones
hispanoamericanas; buscando al mismo tiempo su potenciacin con la promocin
de unos elementos operativos con fines variados, desde polticos a culturales, reli-
giosos, militares o econmicos (Seplveda, 2005: 93, el nfasis es nuestro).
Por supuesto, las vertientes derecha e izquierda del movimiento no
deben ser confundidas, en tanto que en cada caso el abrazo de la unidad
cultural panhispnica se pone al servicio de proyectos de sociedad consi-

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Jos del Valle|555

derablemente distintos; pero tampoco hay que ignorar la base ideolgi-


ca comn sobre la que se concibe la relacin entre Espaa y la Amrica
hispanohablante desde las ramas tanto conservadoras como progresistas
del hispanoamericanismo. Y esta base ideolgica comn no nos debe
sorprender, pues el mantenimiento de una relacin privilegiada con las
antiguas colonias no slo ha sido una prioridad estratgica para Espaa
al margen del color del gobierno de turno, sino tambin, como ha se-
alado Seplveda, un elemento central del nacionalismo espaol (de
derechas o de izquierdas): [...] uno de los componentes bsicos del
nacionalismo espaol y de la poltica exterior espaola a lo largo del si-
glo xx: la creencia en y la utilizacin de la continuidad cultural espaola
en Amrica, tratada de materializar en una comunidad transnacional
que una a la antigua metrpoli con las repblicas nacidas en los terri-
torios y, sobre todo, en el seno de las sociedades de su antiguo imperio.
La creacin de esa comunidad resulta de especial relevancia para explicar
tanto la conformacin de una identidad transatlntica materializando
un imaginario de afirmacin nacionalista, como la elaboracin y eje-
cucin de la poltica exterior espaola, para la que su proyeccin hacia
Amrica y su capacidad de influencia supone un elemento de extraordi-
nario valor (Seplveda, 2005: 12).
El hispanoamericanismo comenz a manifestarse a mediados del si-
glo xix y se expres en principio a travs de publicaciones tales como
La Ilustracin Ibrica, La Ilustracin Espaola y Americana o La Revista
Espaola de Ambos Mundos. Esta ltima, por ejemplo, defina su misin
en su primer nmero de 1853 en los siguientes trminos: Destinada a
Espaa y Amrica, pondremos particular esmero en estrechar sus rela-
ciones. La Providencia no une a los pueblos con los lazos de un mismo
origen, religin, costumbres e idioma para que se miren con desvo y
se vuelvan las espaldas as en la prspera como en la adversa fortuna.
Felizmente han desaparecido las causas que nos llevaron a la arena del
combate, y hoy el pueblo americano y el ibero no son, ni deben ser, ms
que miembros de una misma familia; la gran familia espaola, que Dios
arroj del otro lado del ocano para que, con la sangre de sus venas, con
su valor e inteligencia, conquistase a la civilizacin un nuevo mundo
(cit. en Fogelquist, 1968: 13-14). Aparecan ya expresadas, como po-
demos apreciar, algunas de las ideas troncales del hispanoamericanismo
inicial: la identidad cultural entre Espaa y sus ex colonias y la lectura
de la conquista como misin civilizadora.
Un momento clave en la historia de este movimiento fue la creacin
en 1885 de la Unin Iberoamericana, que enseguida se convertira en

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556|El dardo en la Academia

su principal rgano de expresin. Segn sus Estatutos, la Unin se pro-


pona estrechar las relaciones de afecto sociales, econmicas, artsticas
y polticas de Espaa, Portugal y las Naciones americanas, procurando
que exista la ms cordial inteligencia entre estos pueblos hermanos
(cit. en Martn Montalvo y otros, 1985: 163). Para ello se trataba de
promover, por ejemplo, la extensin e intensificacin de la enseanza,
el intercambio de las ideas cientficas y de los mtodos educativos, y
la firma de tratados de propiedad literaria (Martn Montalvo y otros,
1985: 164). Con todo, los objetivos econmicos ocuparon siempre un
lugar privilegiado en el ideario de esta organizacin (declarada en Es-
paa, por cierto, de fomento y utilidad pblica en 1890): Desde
sus comienzos, la Unin Iberoamericana determin cuatro puntos de
inters, encabezados por el fomento de los lazos comerciales, bajo la idea
de que Iberoamrica era el mercado natural de Espaa (Martn Montalvo
y otros, 1985: 163, el nfasis es nuestro).
Por supuesto, las exigencias tanto polticas como discursivas de cada
momento histrico han forzado la modulacin de los trminos en que
se plantea la hermandad panhispnica. Como acabamos de ver, hubo un
tiempo en que se afirmaba sin pudor la absoluta identidad de los pueblos
hispanohablantes a ambos lados del Atlntico y se negaba incluso la im-
pronta dejada por los pueblos precolombinos y africanos en el desarrollo
moderno de Amrica. El escritor espaol Juan Valera (1824-1905), por
ejemplo, escriba a finales del siglo xix: La unidad de civilizacin y de
lengua, y en gran parte de raza tambin, persiste en Espaa y en esas Re-
pblicas de Amrica, a pesar de su emancipacin e independencia de la
metrpoli; Lo que yo sostengo es que ni el salvajismo de las tribus in-
dgenas en general, ni la semicultura o semibarbarie de peruanos, aztecas
y chibchas, aadi nada a esa civilizacin que ah llevamos y que ustedes
mantienen y quiz mejoran y magnifican (Valera, 1958: 313 y 365).13
En el hispanoamericanismo de principios del siglo xxi, afirmaciones
tales han quedado casi excluidas de las discusiones pblicas de la ma-
teria. El casi se debe a que, por ejemplo, an en el pasado reciente
un director de la rae, Manuel Alvar, afirmaba: Mxico saba mejor
que nadie el valor de tener una lengua que unifique y que libere de la
miseria y del atraso a las comunidades indgenas [...]. Salvar al indio,
redimir al indio, incorporacin del indio, como entonces gritaban, no es
otra cosa que desindianizar al indio. Incorporarlo a la idea de un Estado
moderno, para su utilizacin en unas empresas de solidaridad nacional
y para que reciba los beneficios de esa misma sociedad [...]. El camino
hacia la libertad transita por la hispanizacin (Alvar, 1991: 17-18).14

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Jos del Valle|557

No sorprende que, en un contexto poscolonial, los esfuerzos espa-


oles por mantener una relacin privilegiada con sus ex colonias (por
construir un ascendente sobre ellas, en palabras de Seplveda) fueran
recibidos con cierta reserva, si no con clara desconfianza, por sectores
de la sociedad y clase poltica americana, y menos aun sorprende que
actitudes como las anteriormente descritas hayan generado reacciones
abiertamente hostiles en la Amrica hispanohablante. En efecto, la con-
solidacin de la comunidad panhispnica, ya no slo como idea sino
como entidad econmica y polticamente relevante, se ha tenido que
enfrentar a importantes desafos. Recordemos por ejemplo la articula-
cin de identidades nacionales en las nuevas repblicas y la aparicin
de rivalidades regionales y conflictos fronterizos; el debilitamiento de
Espaa como referente cultural; las profundas desigualdades entre pa-
ses y sectores sociales que perturban la imagen de armona que persigue
crear el hispanoamericanismo, y el carcter plurilinge de la mayora de
los pases que integraran la ideal comunidad hispanfona (empezando
por la propia Espaa). De entre todos estos obstculos, tienen especial
inters para el presente ensayo las disputas entre intelectuales de ambos
lados del Atlntico que escenificaban pugnas por dominar el frgil cam-
po cultural constituido sobre la base del espaol, polmicas que giraban
en torno al control de la norma y del estatus simblico de la lengua,
fundamental, como hemos visto, para el cumplimiento de los objetivos
del hispanoamericanismo: centrmonos por lo tanto, brevemente, en la
llamada batalla del idioma.15

2.1. La batalla del idioma

Durante los primeros aos de vida de las jvenes naciones americanas sur-
gieron ya los primeros sntomas de resistencia a la preservacin de un
sistema cultural nico, es decir, las primeras manifestaciones tanto del
desarrollo de una actitud desde indiferente hasta escptica e incluso hostil
a la autoridad lingstica espaola como de la emergencia de un rgimen
de normatividad especficamente americano. Iban apareciendo, en efecto,
individuos e instituciones que gestionaban (o aspiraban a gestionar) la
lengua, la cultura, la educacin desde la misma Amrica y en base a las
necesidades propias de las nuevas naciones. Quizs el caso ms conocido
y de mayor impacto en la primera etapa sea el del gramtico venezolano
Andrs Bello (1781-1865), quien publicaba, en 1847, la Gramtica de la
lengua castellana destinada al uso de los americanos. La famosa gramtica de

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Bello no supona una declaracin explcita de independencia lingsti-


ca. De hecho no slo naca con voluntad unificadora y como respuesta a
los temores de fragmentacin lingstica que se empezaban a expresar en
Amrica, sino que utilizaba como base para la seleccin de la norma las
variedades peninsulares castellanas del espaol.16 Sin embargo, la simple
aparicin de este texto revelaba la debilidad normativa de la Real Acade-
mia Espaola (rae) en Amrica, la conciencia de al menos ciertos sectores
de su intelectualidad de que, como resultado de la emancipacin, tenan
que asumir el control de la gestin del idioma igual que haban hecho en
otros mbitos de su vida independiente.
Si Bello fue, con todo, sumamente respetuoso con la autoridad de la
rae y con el modelo de norma que esta propona, no lo fue tanto la genera-
cin argentina del 1837.17 Esteban Echeverra (1805-1851), por ejemplo,
afirmaba: El nico legado que los americanos pueden aceptar y aceptan
de buen grado de la Espaa, porque es realmente precioso, es el del idioma;
pero lo aceptan a condicin de mejora, de transformacin progresiva, es
decir, de emancipacin (cit. en Alfn, 2008: 52). Una emancipacin que
reivindicaba tambin, a su manera, Juan Bautista Alberdi (1810-1884):
Si la lengua no es otra cosa que una faz del pensamiento, la nuestra pide
una armona ntima con nuestro pensamiento americano, ms simptico
mil veces con el movimiento rpido y directo del pensamiento francs,
que no con los eternos contornos del pensamiento espaol (cit. en Alfn,
2008: 53). Vemos que, tras la independencia poltica, aquellas primeras
generaciones reclamaban tambin la emancipacin cultural y lingstica.
Y, aunque con el paso de los aos se haba de templar la retrica antiespa-
ola (fue el caso de Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento, por ejemplo),
el anhelo de autonoma no se apagara. En 1876, Juan Mara Gutirrez
(1809-1878), miembro destacado de aquella misma generacin, prota-
gonizara un revelador incidente con la Real Academia Espaola. Unos
aos antes, la rae haba iniciado un proyecto de creacin de academias
correspondientes en Amrica. Este gesto, se esperaba, les demostrara a
los americanos la voluntad de cooperacin de los acadmicos espaoles,
consolidara la autoridad acadmica y reforzara la unidad lingstica y
cultural al acercar a las clases letradas de ambos lados del Atlntico. Si
bien la iniciativa cuaj en ciertos pases,18 el resultado de aquellos es-
fuerzos estuvo lejos de obtener el xito esperado. Como adelantbamos
arriba, Juan Mara Gutirrez, al ser nombrado miembro correspondiente
de la Espaola, rechaz el nombramiento declarando: Creo, seor, pe-
ligroso para un sudamericano la aceptacin de un ttulo dispensado por
la Academia Espaola. Su aceptacin liga y ata con el vnculo poderoso

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Jos del Valle|559

de la gratitud, e impone a la urbanidad, si no entero sometimiento a las


opiniones reinantes en aquel cuerpo (Gutirrez, 2003: 72). Expresaba as
Gutirrez, incluso dcadas despus de las efusiones independentistas de la
juventud, la necesidad de conformar sistemas culturales autnomos y los
peligros que entraara la subordinacin y dependencia de instituciones
que, por mucha afinidad lingstica y cultural que en efecto exhibieran,
representaban a pases extranjeros y por lo tanto los intereses de estos. Esta
actitud no era exclusiva de intelectuales argentinos. Representativas de
ese mismo sentir son tambin las siguientes palabras del escritor peruano
Manuel Gonzlez Prada (1844-1918): Cunde hasta el servilismo inter-
nacional: las agrupaciones literarias y cientficas tienden a convertirse en
academias correspondientes de las reales academias espaolas. Literatos,
abogados y mdicos vuelven los ojos a Espaa en la actitud vergonzante
de mendigar un ttulo acadmico (cit. en Rama, 1982: 134).
Otra sonada polmica en torno a la lengua que acabara por revelar
disputas sobre el orden cultural poscolonial la protagonizaron a finales del
siglo xix y principios del xx el ya mencionado escritor espaol Juan Valera
y el fillogo colombiano Rufino Jos Cuervo (1844-1911). En 1899, el co-
lombiano lamentaba la lejana pero inevitable fragmentacin del espaol en
mltiples lenguas. Las diferencias dialectales que empezaban a manifestar-
se incluso en textos literarios, segn Cuervo, representaban el inicio de un
proceso de colapso del espaol anlogo al que en su momento haba dado
lugar a que del latn se desarrollaran las lenguas romnicas. Esta prediccin
preocup a Juan Valera, quien respondi en un artculo publicado el 24 de
septiembre en Los Lunes del Imparcial de Madrid. Afirmaba el espaol la
salud de la lengua y apelaba a los hombres de letras para que cumplieran,
con el necesario optimismo, la misin de guardianes que les corresponda.
La polmica fue larga y compleja19 y dio lugar a que salieran a la superficie
las tensiones que venan caracterizando la gestin colectiva del idioma:
Los espaoles, al juzgar el habla de los americanos, han de despojarse de
cierto invencible desdn que les ha quedado por las cosas de los criollos
(Cuervo, 1950: 288), escribi Cuervo; y, cuando, harto de los trminos en
los que Valera planteaba la discusin, dio por cerrada la polmica, lo hizo
con reveladoras palabras: [Valera] pretende que las naciones hispanoa-
mericanas sean colonias literarias de Espaa, aunque para abastecerlas sea
menester tomar productos de pases extranjeros, y, figurndose tener an el
imprescindible derecho a la represin violenta de las insurgentes, no puede
sufrir que un americano ponga en duda el que las circunstancias actuales
consientan tales ilusiones: esto le hace perder los estribos y la serenidad
clsica. Hasta aqu llega el fraternal afecto (Cuervo, 1950: 332).20

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560|El dardo en la Academia

Sealemos, aunque sea brevemente, otra importante querella con


brillantes protagonistas: el escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-
1986) y el fillogo e historiador espaol Amrico Castro (1885-1972).
Este ltimo, en un libro titulado La peculiaridad lingstica rioplatense y
su sentido histrico y publicado en 1941, expresaba su consternacin ante
el estado de la lengua en el Ro de la Plata y la indiferencia con que las
lites argentinas (quienes, en su opinin, deberan estar comprometidas
con la proteccin de la unidad del idioma) parecan no slo ignorar sino
incluso agravar el problema. En su respuesta, Borges rechaz de plano
el diagnstico (No adolecemos de dialectos, aunque s de institutos
dialectolgicos [Borges, 1989: 32]) y, en tono caractersticamente bor-
gesiano aadi: He viajado por Catalua, por Alicante, por Andaluca,
por Castilla; he vivido un par de aos en Valldemosa y uno en Madrid;
tengo gratsimos recuerdos de esos lugares; no he observado jams que
los espaoles hablaran mejor que nosotros. (Hablan en voz ms alta, eso
s, con el aplomo de quienes ignoran la duda) (Borges, 1989: 32).
El ao 1951 nos ofrece un captulo importante en la batalla del idioma
(J. del Valle, 2010). Por iniciativa del presidente de Mxico, Miguel Ale-
mn, la Academia de este pas, correspondiente de la Espaola, convoca
un congreso que, costeado por el Gobierno de Mxico, habra de reunir
en su capital a todas las academias de la lengua. Una delegacin mexicana
visit la rae en octubre de 1950 para cursar la invitacin oficial a los espa-
oles. Estos aceptaron gustosos y el congreso qued fijado para finales de
abril de 1951.21 El temario fue elaborado por la Mexicana y aprobado por
la Espaola y el anteproyecto de reglamento estableci que la presidencia
del congreso le correspondera al director de la rae (o a su representante).
La primera bomba estall pocas semanas antes de la gran reunin. La rae le
comunic a los organizadores que, por indicaciones de la Superioridad,
no podra asistir. Ms tarde se sabra que el Gobierno espaol haba exigido
al mexicano la renuncia a su reconocimiento del Gobierno republicano en el
exilio. Ante la negativa de los mexicanos, el Gobierno franquista les indi-
c a los acadmicos que no podran asistir al congreso y estos procedieron
a informar a sus colegas mexicanos. La polmica no se hizo esperar. As
describa el ambiente Jos Len Pagano, representante en Mxico de la
Academia Argentina de Letras: A poco de haber descendido en Mxico
del avin despus de treinta horas de vuelo entr de sbito en una
atmsfera enardecida, a causa de la no concurrencia de Espaa al Con-
greso de la Lengua [...] Es menester haber estado en Mxico por aquellos
das para justipreciar el resentimiento de la Nacin azteca, motivado por
la ausencia de la Real Academia Espaola (Pagano, 1951: 249-250). La

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Jos del Valle|561

indignacin que capt Pagano en el ambiente de la capital fue expresada


ya dentro del Congreso con gran elocuencia por el escritor mexicano Mar-
tn Luis Guzmn. En una larga intervencin durante el primer pleno del
congreso, Guzmn propuso una iniciativa que habra transformado la re-
lacin entre las academias. El primer punto de la iniciativa recomendaba
a las Academias americanas y filipina, correspondientes de la Real Aca-
demia Espaola, renuncien a su asociacin con esta ltima en los trminos
previstos por el artculo ix del texto estatutario que las une, y asuman as
de lleno la autonoma de que no deben abdicar y la personalidad ntegra
que les es inalienable (Guzmn, 1971: 1386). Y ms adelante aclara-
ba: No es verdad que yo pida ningn rompimiento definitivo con la
Real Academia Espaola. Recomiendo tan solo un procedimiento digno
y prctico para llegar a una verdadera asociacin o confederacin de acade-
mias de nuestro idioma, incluida la Academia Espaola (ib.: p. 1387).22
La iniciativa de Guzmn no prosper: slo las delegaciones de Guatemala,
Panam, Paraguay y Uruguay (adems de los votos particulares de Augus-
to Iglesias, de Chile, y Germn Arciniegas, de Colombia) apoyaron el paso
de la iniciativa a la comisin pertinente del congreso.
Este episodio presentado aqu por medio de unas muy superficia-
les pinceladas resulta revelador de muchas de las dimensiones de la
batalla del idioma. La iniciativa de Miguel Alemn nos muestra, por
ejemplo, que versiones del hispanoamericanismo tambin han tenido
vida en la Amrica hispanohablante, y no slo entre los sectores ms
conservadores de las sociedades americanas. La propuesta de Guzmn
nos muestra la existencia, an a mediados del siglo xx, de una voluntad
emancipadora en el campo de la cultura; una voluntad emancipadora, en
este caso, que no persegua la negacin o renuncia a la relacin con Es-
paa sino la reconstitucin de la misma en trminos de igualdad. Final-
mente, el resultado de la votacin subraya la complicidad de un sector
de la clase letrada americana en la perpetuacin de un orden lingstico
y cultural de perfil claramente colonial.

2.2. Del hispanoamericanismo a la poltica lingstica panhispnica23

Hemos visto hasta ahora que el movimiento hispanoamericanista se esfor-


z por consolidar un modelo de relacin entre Espaa y la Amrica hispa-
nohablante y que el idioma fue con frecuencia el objeto de discursos y ac-
ciones orientadas al logro de ese objetivo. La seccin anterior habr dejado
claro tambin que no todo el monte es organo: el hispanoamericanismo

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El dardo en la Academia
Esencia y vigencia de las academias
de la lengua espaola
Silvia Senz y Montserrat Alberte (eds.)
Volumen II

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Editorial Melusina, s.l., 2011
www.melusina.com

Del prlogo: Mrius Serra


De cada artculo, de sus autor/es

Correccin ortotipogrfica: Silvia Senz, Montserrat Alberte


y Eugenia Monroy
Fotocomposicin y diseo de cubierta: Carolina Hernndez Terrazas

Primera edicin, 2011

Reservados todos los derechos de esta edicin

Impresin: Romany Valls, s.a.

isbn (Obra completa): 978-84-96614-97-0


isbn Vol. 1i: 978-84-96614-99-4

Depsito legal: b-38.078-2011

Impreso en Espaa

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9
Una, grande y (esencialmente)
uniforme. La rae
en la conformacin y expansin
de la lengua comn
Silvia Senz1
El concepto de lengua comn y, por tanto, la idea de que convie-
ne fijar unas normas de correccin idiomtica [...] que hagan til y
efectiva dicha comunidad no es algo que surja en las sociedades por
simple naturaleza. Generalmente obedece a necesidades propias del
poder poltico, de la administracin, de la actividad legislativa o del
comercio y concierne a grupos sociales ligados a tales actividades.
Juan Ramn Lodares: El porvenir del espaol.

1. Del plurilingismo a la lengua nica: la rae en la construccin


y expansin de la lengua nacional

Las academias de la lengua pueden considerarse instituciones de ordena-


miento de las hablas naturales, caractersticas de un modelo de organi-
zacin poltico-territorial, social y econmica genuinamente europeo:2
el Estado nacin, del que Francia fue paradigma y precursora.
El Estado nacin fue desarrollndose en cada territorio como resulta-
do variable de una cadena de cambios sociales que, en Europa, arrancan
en la poca bajomedieval y se irn consolidando a inicios del xx, y que
incidirn drsticamente en la diversidad cultural y lingstica de las
sociedades afectadas:

1. La creciente disputa por la hegemona poltica entre los diversos rei-


nos expansivos de la joven Europa.
2. La progresiva conciencia de la diferencia que va surgiendo en una
Europa fragmentada en una constelacin de lenguas vernculas, que
fueron adquiriendo relevancia como smbolo o marca de dominio
poltico-territorial.

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10|El dardo en la Academia

3. La paulatina prdida de preeminencia del latn como lengua de cul-


tura, a medida que los reinos europeos mostraban su potencial cultural
mediante la codificacin de la lengua de la corte y del centro de
administracin, y a medida que la imprenta modelaba mercados im-
presos en lenguas vernaculares, creando a su vez comunidades cultu-
rales con imaginarios compartidos.
4. La emergencia y predominio de una nueva lite (la burguesa), im-
pulsora de un nuevo modelo econmico (el capitalismo) y del desa-
rrollo de nuevos medios y herramientas de trabajo (la tecnificacin y
la industrializacin), que exigieron la conformacin de un mercado
nacional y que conllevaron la transformacin de las estructuras, ritmos
y volmenes productivos, as como la masiva afluencia de poblacin a
las ciudades, un terreno de conflictiva convivencia entre las nuevas
clases socioeconmicas y las lenguas de distintos rangos sociopolticos.
5. La progresiva configuracin de un sistema de organizacin poltica
(el Estado moderno), favorable al asentamiento del nuevo sistema
econmico y de la nueva jerarqua social.
6. La formulacin de ideologas (liberalismo burgus y nacionalismo)
y corrientes de pensamiento (racionalismo, ilustracin y romanti-
cismo) que subvirtieron la visin del mundo y del hombre propia
del sistema precedente (Antiguo Rgimen) y que identificaron el
concepto tradicional de nacin (entendida como pueblo o comunidad
de pertenencia) y las ideas de progreso y modernidad con el modelo de
Estado unitario, homogneo y centralizado.

La edificacin de los modernos Estados nacionales requiri el empleo


de diversos materiales de vertebracin y consolidacin, entre los que la
uniformacin lingstica objetivo de planificacin3 en el que partici-
paran las academias de la lengua desempe un papel fundamental.

1.1. Unitarismo poltico y uniformismo lingstico

En el Antiguo Rgimen, la figura del monarca congregaba, por s mis-


ma, fidelidades y sumisiones territoriales y tnicas heterogneas; du-
rante siglos, la teora del derecho divino de los reyes fue aplicada en
defensa de una nica religin verdadera y como elemento justificador
de la absoluta obediencia exigida a los sbditos. Estas monarquas,
tnica y lingsticamente heterogneas, dejaban la integracin en
manos de presiones sociales asistemticas en lugar de vincularla a una

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Silvia Senz|11

accin estatal organizada; en contrapartida, la heterodoxia religiosa era


duramente reprimida, ya que pona en peligro los autnticos elementos
cohesionadores del sistema (Pueyo: 2003; en cataln en el original).
A partir y como consecuencia de las revoluciones francesa e indus-
trial, profundas transformaciones conmovieron estas estructuras, y una
nueva clase social emergente (la burguesa) impuls la consolidacin de
un sistema ms afn a sus intereses. Desde la perspectiva social y polti-
ca, de una sociedad regida por la tradicin, que contemplaba el orden de
las relaciones sociales como sagrado e inmutable, se pas a una sociedad
poltica tendente a la secularizacin, que conceba su propio ordena-
miento como objeto de decisin consciente y libre de sus miembros o,
por lo menos, de su lite librepensadora y, por tanto, de discusin y
planificacin racional.
Desde la perspectiva econmica, el Estado nacin se configur como
un sistema de regulacin que dispona aquellos medios de homoge-
neizacin de la poblacin que crea necesarios para procurarse recursos
humanos mviles e intercambiables, y que utilizaba la maquinaria buro-
crtica y los avances de la ciencia y la tecnologa en aras de la eficiencia y
la rentabilidad, hasta el punto de convertir el crecimiento econmico en
el deber patritico del nacionalista (Alarcn, 2002: 91).
Como la nueva situacin trastoc los elementos de cohesin social e
integridad territorial del Antiguo Rgimen, para conjurar el peligro de
disgregacin hubo que realizar un considerable esfuerzo militar, poltico,
ideolgico y educativo, centrado, entre otros aspectos, en las lenguas del
Estado. La acomodacin de su diversidad connatural a todas las socie-
dades humanas a las nuevas necesidades cohesivas del Estado moderno
podra haberse planteado manteniendo su heterogeneidad, sin favorecer a
ningn grupo tnico y adoptando un sistema de convivencia no jerarqui-
zado. Pero, siendo la lengua y la cultura los ms potentes identificadores
sociales y, con ello, generadores de diferencia y segn se tema de
potencial sedicin, y suponiendo adems una traba para la optimizacin
de la eficiencia en la gestin de los recursos del Estado, se opt mayori-
tariamente por la asimilacin de la divergencia a las pautas fijadas
por el grupo nacional dominante, generalmente el del centro poltico-
administrativo del Estado. As, considerando que un medio comn de
intercambio lingstico facilita la cohesin social, favorece la movilidad
de las fuerzas de trabajo y la estandarizacin de las relaciones con el Go-
bierno, se impuls la generalizacin de una lengua nacional comn.
Para afianzar el carcter comn de la lengua nacional y garantizar su
expansin entre la poblacin se hara necesaria la creacin y extensin

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12|El dardo en la Academia

social de una forma estandarizada,4 para lo cual se instituy o, en


ocasiones, se reclut como organismos normalizadores a las acade-
mias de cultivo de las letras que las corrientes del humanismo vernculo
y de la Ilustracin haban hecho florecer en Europa desde el siglo xvi;
con el mismo fin se crearon estructuras estatales de difusin de la lengua
nacional normalizada como la escuela pblica, y se promulgaron medidas
legales de implantacin que afectaban particularmente a la Adminis-
tracin y a la instruccin escolar y que implicaban controles punitivos
del uso de otras lenguas. Los objetivos reductores y homogeneizantes de
dicho estndar eran:

1. Establecer un sistema de grafa comn a los hablantes de una misma


lengua, que homogeneizara la enseanza ortogrfica escolar y los usos
de los medios escritos.
2. Ampliar mercados econmicos.
3. Homogeneizar a la poblacin plurilectal, reduciendo la carga identi-
taria y disgregadora que comporta la pluralidad de hablas.
4. Asimilar a la poblacin no hablante de la lengua nacional.
5. Cohesionar a la poblacin, promoviendo identidades y lealtades co-
munes por medio de la extensin de la lengua estndar general y de
la ms amplia identidad grupal que a ella se asocia.
6. Reducir los costes administrativos en lo relativo a la gestin lingstica.
7. Facilitar la creacin de una maquinaria burocrtica con la que admi-
nistrar y controlar los recursos de la periferia desde un solo centro de
poder poltico, econmico y militar.
8. Y, con todo ello, incrementar el peso del Estado tanto hacia el inte-
rior como hacia el exterior.

El convencimiento de que la conformacin de identidades cultu-


rales homogneas facilitaba el proceso de unificacin territorial hizo
que la mayora de los Estados europeos se decantaran sin ambigedades
por la integracin estridente o sibilina de los grupos tnicos di-
ferenciados, con la voluntad de amoldarlos a unas fronteras estatales
cada vez ms impermeables y controladas (Pueyo, 1996: 52; en cata-
ln en el original). El rigor aplicado en el control de fronteras tena el
fin primordial de mantener a raya las amenazas externas al nuevo orden
establecido y a la integridad territorial, pero tambin conllev una li-
mitacin de los desplazamientos y de los contactos, particularmente
entre comunidades lingsticas territorialmente fragmentadas por la
lnea fronteriza como sera el caso de la vasca y de la catalana, entre

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Silvia Senz|13

Espaa y Francia, que seguan manteniendo su vnculo e identifi-


cacin cultural. La separacin de estas comunidades transfronterizas y
su acomodacin a los nuevos lmites territoriales acabaran de hacerse
efectivas con la confrontacin blica entre sus respectivos Estados, que
exigira la movilizacin militar de estas poblaciones y su adhesin a
la respectiva causa patritica. El servicio militar y la elevacin del
patriotismo y de la lealtad a la nacin como valores supremos del
Estado mostraron, de hecho, gran eficacia como medios facilitadores
de la unificacin y la homogeneizacin nacional. Siendo la alfabetiza-
cin el medio fundamental para la extensin de la lengua nacional, lo
que una escuela precaria y un proceso de escolarizacin insuficiente o
inexistente como sera habitual, segn veremos (pp. 14-15 y 68-80),
en Espaa hasta avanzado el siglo xx no podan lograr, lo lograban
los aos de milicia obligatoria.
Pero, para garantizar la lealtad nacional y consolidar la nueva nacin
unificada, la inoculacin de emociones como el patriotismo y la xeno-
fobia no bastaban. Fue necesario crear estructuras internas capaces de
vertebrarla, y movilizar, asimismo, mecanismos de presin social
que recondujeran las pautas de conducta de la poblacin segn los pa-
trones de la clase dirigente:

No se trataba nicamente de emociones insufladas a las clases populares, a travs


de la escolarizacin obligatoria y del servicio militar dos innovadoras herramien-
tas de aculturacin, descubiertas e impuestas en el siglo xix, sino tambin de
la implementacin de transformaciones tan decisivas como la constitucin de un
mercado nacional, la consolidacin de una Administracin, la tecnificacin de las
actividades productivas, la urbanizacin y la aparicin de los medios de difusin,
que facilitaron la expansin de la lengua nacional, al mismo tiempo que se decida
la condicin de superfluas de las lenguas regionales como el cataln, el bretn o el
gals. [Pueyo, 2003: en lnea. En cataln en el original.]

Frente a las barreras gremiales a la libre competencia, frente a los obst-


culos burocrticos y a los particularismos locales y estamentales propios
del Antiguo Rgimen, para la constitucin de un mercado nacional
el sistema liberal requiri la supresin de fronteras interiores y propici
la homogeneizacin de la masa asalariada, con lo que cobr importan-
cia el conocimiento de la lengua estatal para la movilidad social y para
la competencia en el mercado laboral. Aunque, en una primera fase,
al emplear mano de obra infantil y destruir los sistemas gremiales de
aprendizaje, la industrializacin redujo los ndices de instruccin y al-
fabetizacin y limit con ello la expansin de la lengua nacional, en un

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14|El dardo en la Academia

segundo momento, ya avanzado el siglo xix, la necesidad de contar con


individuos con alguna capacitacin por motivos tecnolgico-producti-
vos (el desempeo de oficios que exigan una cierta especializacin y un
cierto grado de pericia) pero tambin sociales y polticos (la formacin
de la lite gobernante y del funcionariado y, con la extensin del dere-
cho al voto, la formacin del individuo como ciudadano), empuj a los
poderes pblicos a crear sistemas nacionales de educacin dirigidos
a proporcionar una instruccin bsica a amplias capas de la poblacin.
Estos sistemas, eficacsimos medios de planificacin lingstica de im-
plantacin muy desigual en cada pas europeo, seran fundamentales
para la expansin de la lengua hegemnica y el desarrollo de una econo-
ma de escala estatal. Por medio de la extensin de un mismo sistema
educativo, el Estado contribuy a crear una masa intercambiable laboral
y geogrficamente, requisito previo para el desarrollo de los mercados
nacionales y de la sociedad industrial.
La burocratizacin y centralizacin del Estado se apuntalaran
mediante la provisin de recursos financieros aglutinados en un presu-
puesto estatal; por medio del reclutamiento de un cuerpo de funcionaria-
do (maestros, notarios, inspectores, policas...) que aplicara los criterios
de homogeneidad y ejercera una notable influencia en el tejido social,
y mediante una nueva divisin del territorio con finalidades puramen-
te administrativas, sin correspondencia con las formas de organizacin
territorial tradicionales, del que son ejemplos el sistema departamental
francs y el provincial espaol (consolidado en 1834).
La industrializacin y la urbanizacin propiciaron importantes
desplazamientos demogrficos del campo a la ciudad (feudo de la emer-
gente burguesa), que transformara profundamente su fisonoma y se
convertira en una pieza clave de las relaciones productivas y en terreno
de conflicto social entre el capital y la fuerza de trabajo. La cohabitacin
urbana de masas de poblacin heterognea debilit las formas tradicio-
nales de interrelacin y condujo a la adopcin de nuevos patrones de
conducta. En lo referente al comportamiento lingstico, las ciudades
contribuyeron notablemente a generalizar el conocimiento de las len-
guas estatales e intensificaron la necesidad de usarlas.
Ms tardamente, la prensa compuso la imagen global de la nueva
configuracin nacional y la difundi en el imaginario de una an minora
de lectores, potencindola al ritmo de una muy desigual alfabetizacin
de los Estados nacin europeos. Cipolla (1969), analizando los modelos
histricos de alfabetizacin en relacin con las diferencias entre el adoc-
trinamiento religioso del protestantismo y el realizado por el catolicismo,

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Silvia Senz|15

distingue netamente dos reas bien diferenciadas: una Europa del norte,
protestante y alfabetizada, y otra Europa, al sur, catlica y analfabeta. En
1850, Suecia tena slo un 10 % de iletrados; la seguan Prusia y Escocia
(20 %) y los dems pases del norte; a continuacin, Inglaterra y el Pas
de Gales (30-35 %), Francia (40 %), el Imperio austrohngaro, con Ga-
litzia y Bucovina (40-45 %), y a gran distancia, Espaa (75 %) e Italia
(80 %), junto a otros pases mediterrneos y balcnicos. Y, finalmente,
Rusia, con casi un 95 % de analfabetos. Pero los ritmos de alfabetizacin
no slo fueron desiguales entre bloques y pases europeos, sino que tambin
lo fueron internamente entre los diferentes territorios, poblaciones (rural o
urbana), estamentos, clases, categoras o grupos sociales. Pese a estos muy
diferentes ritmos poblacionales, estamentales y nacionales, podemos decir
que, en general, la alfabetizacin y la escolarizacin se extendieron en
el siglo xix hasta niveles inditos en cualquier otra poca de la historia,
cuando slo una minora (clrigos, aristocracia, alta burguesa, escribanos,
cancilleres...) aprenda a leer y escribir. Como medio unificado de alec-
cionamiento cultural e ideolgico, la institucin escolar fue una de las
herramientas de cohesin estatal ms poderosas de que la Administracin
dispuso, y contribuy decididamente a la reduccin de la heterogeneidad
y a la creacin de una conciencia nacional comn. Duramente disputada a
la Iglesia, la escuela se convirti en el ochocientos en uno de los monopo-
lios esenciales del Estado burgus.
En este y en otros campos, la evolucin social, poltica y adminis-
trativa del Estado francs, a lo largo del siglo xix, fue paradigmtica y
ejerci una considerable influencia sobre otros estados. Tal fue el caso
de Espaa, donde se seguira el modelo francs desde la subida al trono
de la monarqua borbnica, en la persona de Felipe V, quien oficializara
la Real Academia Espaola en 1714 e iniciara el decidido proceso uni-
tarista y uniformista del que surgira la configuracin de Espaa como
Estado nacional centralizado.

1.2. Medidas de implantacin de la lengua nacional: entre la coercin


y la sutil penetracin

1.2.1. La imposicin legal

La importancia que el Estado centralizado deposita en la homogeneiza-


cin lingstica toma cuerpo no slo en la creacin de estructuras esta-
tales, sino tambin en la movilizacin de mecanismos psicosociales y en

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10
Terminologa y normalizacin
en las academias
de la lengua espaola
Mara Pozzi1

1. La normalizacin terminolgica

En los crculos profesionales de la terminologa invariablemente se dis-


cute acerca de la normalizacin terminolgica, si es necesaria, conve-
niente, posible, pertinente, etc. Las diversas escuelas de pensamiento
promueven diferentes posturas y aun los individuos pueden llegar a
adoptar posiciones extremas a favor o en contra de la normalizacin.
Histricamente, desde sus inicios como disciplina, Wster2 concibi
la terminologa como un medio para optimizar la comunicacin entre
especialistas. La mejor manera para lograrlo, segn l, era establecer
una relacin biunvoca entre el concepto y el trmino que lo designa, de
tal forma que un concepto fuera designado por uno y slo un trmino,
y que un trmino fuera la representacin de uno y slo un concepto,
eliminando as cualquier posibilidad de ambigedad y con ella fen-
menos lingsticos tan comunes y necesarios en la lengua general como
la sinonimia, la homonimia y la polisemia. Esta idea constituye la base
fundamental de la normalizacin terminolgica, que consiste en:

1) fijar el concepto por medio de la elaboracin de una definicin acep-


tada por consenso3 entre las partes interesadas y aprobada por un
organismo de normalizacin reconocido;4 y
2) seleccionar, tambin por consenso, el trmino preferido que designa
ese concepto e identificar, en caso de que existan, los sinnimos que
explcitamente son aceptables en determinado contexto y aqullos
cuyo uso se recomienda evitar.

Es fcil comprender por qu la normalizacin terminolgica genera


reacciones tan apasionadas en uno u otro sentido: por un lado, la idea
de lograr una comunicacin especializada con un mximo grado de pre-

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304|El dardo en la Academia

cisin y sin ambigedad es muy atractiva para los especialistas y en


ocasiones ellos mismos la consideran necesaria. Por ejemplo, para llevar
a cabo de manera exitosa el intercambio comercial de bienes y servicios
en el mundo globalizado de hoy, es indispensable que las partes que
intervienen entiendan lo mismo en cuanto a las especificaciones de los
productos, lugar de entrega, mtodo de pago, seguro de la mercanca,
transporte, etc., lo que se consigue ms fcilmente mediante el uso de
terminologa normalizada. Adems, la terminologa normalizada faci-
lita un nmero importante de actividades que van desde la traduccin
especializada hasta algunos procesos de las industrias de la lengua. Pero
por otro lado, la normalizacin de la terminologa se opone a la idea de
que todos somos dueos de la lengua y por consiguiente, nadie debe
ser forzado a expresarse mediante trminos cuyo significado se fija en
el tiempo y que son impuestos por unos cuantos, sin importar muchas
veces el contexto especfico o la variedad regional de una lengua. Esto
se puede llegar a interpretar como un atentado contra la herencia cultu-
ral y lingstica de una comunidad y de cada individuo, por lo que no
muchos estn dispuestos a aceptarlo. lvaro Garca Meseguer (2004: en
lnea) nos dice al respecto:

Normalizar la terminologa? Tremendo disparate! Se trata de una pretensin que


es, a la vez, vana y peligrosa. Vana, por imposible. Peligrosa, porque la accin
normalizadora, a la que tan aficionados son los espritus autoritarios (atencin, no
digo que todos los normalizadores lo sean) cerrar las mentes en vez de abrirlas,
pondr orejeras a los traductores, alentar sus esquemas memorsticos de rutina y
propiciar la comisin de errores groseros.
Veamos. La pretensin de muchos radica en precisar significados, en dar carcter
unvoco a la relacin trmino-concepto, en establecer una correspondencia cuanto ms
perfecta mejor entre las palabras de distintos idiomas, etc. etc. Pero claro, para que
todo eso fuese posible las palabras tendran que estarse quietas.
Parece como si el ideal de lexicgrafos y lexiclogos fuese trabajar sobre cadveres,
pinchar a las palabras como si fuesen mariposas de coleccin, clasificarlas, trazar
rayitas que las unan Pero las palabras estn vivas, se mueven, saltan unas veces,
se menean otras, y por consiguiente, siempre salen movidas en la foto.

Personalmente creo que normalizar toda la terminologa de todos los cam-


pos del conocimiento y en todas las lenguas no es necesario, como por
ejemplo, en los campos del conocimiento cuya terminologa est bien or-
ganizada o bien, los trminos aislados de cualquier dominio que no son
ambiguos y que por lo tanto no representan naturalmente un problema
para la comunicacin especializada, aun cuando hubiera dos o ms sinni-
mos; hay otras ocasiones en que normalizar la terminologa no es siquiera

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Mara Pozzi|305

viable, como en los campos del conocimiento donde existen varias postu-
ras tericas o escuelas del pensamiento diferentes que compiten entre s,
ya que, entre otras cosas, esto implicara forzar a que todas las culturas y
todos los individuos conceptualizaran de la misma manera, lo cual es im-
pensable. Ahora, desde un punto de vista eminentemente prctico, dejar
que la terminologa evolucione sin ningn control puede tener tambin
consecuencias negativas que pueden provocar desde prdidas econmicas
ms o menos importantes hasta amenazas serias a la salud o a la seguridad
de las personas o de los bienes. Bastara imaginar lo que podra suceder si
el lenguaje de los controladores areos estuviera sujeto a la interpretacin
personal de los pilotos para que nadie se subiera a un avin.
Esto nos lleva a deducir que la normalizacin terminolgica slo es
necesaria en las situaciones en que es indispensable lograr una ptima
precisin en la comunicacin especializada, ya que sin ella habra un
riesgo real de que fuera ambigua, y por ello pudiera provocar daos de
diversos grados a las personas o a los bienes. La ambigedad en la comu-
nicacin especializada se debe principalmente a tres razones:

1) que un trmino remita directa o indirectamente a dos o ms concep-


tos diferentes (homonimia y polisemia);
2) que varios trminos remitan al mismo concepto sin que la sinonimia
sea evidente; o
3) que un concepto no est todava bien delimitado o definido.

1.1. Principales organismos de normalizacin

Los procesos de normalizacin (cf. Pozzi, 2006: secciones 1.1 y 1.2; en


lnea) se llevan a cabo en los organismos de normalizacin que operan en
diferentes niveles: nacional, regional e internacional. Normalmente hay
un organismo nacional reconocido en cada pas que puede ser pblico o
privado, con una estructura que por lo general consta de una presiden-
cia, una secretara ejecutiva y una serie de comits tcnicos en cada uno
de los cuales participan expertos que llevan a cabo las diferentes etapas
de las actividades normativas de su especialidad profesional, por ejem-
plo, siderurgia, material de uso mdico, plsticos, calidad del aire, sis-
temas de calidad, sistemas de refrigeracin, anticonceptivos mecnicos,
terminologa y muchas otras. Algunos de los organismos nacionales de
normalizacin son la Direccin General de Normas de Mxico (dgn), la
Asociacin Espaola de Normalizacin (aenor), el Instituto Argentino

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306|El dardo en la Academia

de Normalizacin y Certificacin (iram), el Instituto Colombiano de


Normas Tcnicas y Certificacin (icontec), British Standards Institute
(bsi), Standards Council Canada (scc). Estos organismos nacionales, a su
vez, representan a su pas en los organismos regionales o internacionales
de normalizacin.
Los organismos regionales dan respuesta a necesidades de normali-
zacin de regiones geogrficas o culturales especficas, entre los que se
encuentran la Comisin Panamericana de Normas Tcnicas (copant),
cuyos miembros son los organismos nacionales de normalizacin de los
pases de Amrica del Norte, Central, del Sur y del Caribe, adems de
Espaa, Portugal, Francia e Italia; la Comisin Europea de Normaliza-
cin (cen) y otros ms. Copant es el principal organismo de normali-
zacin donde el espaol es una lengua oficial.
Finalmente, los organismos internacionales de normalizacin respon-
den a necesidades mundiales de normalizacin en una infinidad de campos
del conocimiento y de la actividad econmica y productiva, donde cada
da se requieren niveles ms altos de calidad, seguridad, confiabilidad y
eficiencia de los bienes y servicios. Los principales organismos internacio-
nales de normalizacin son la International Organization for Standardiza-
tion (Organizacin Internacional de Normalizacin, iso), la International
Electrotechnical Commission (Comisin Electrotcnica Internacional,
iec) y la International Telecommunication Union (Unin Internacional de
Telecomunicaciones, itu). Al igual que en los organismos regionales, los
miembros de los organismos internacionales son los organismos naciona-
les de normalizacin de los pases que desean participar en las actividades
de normalizacin internacional. La iso cuenta en la actualidad con cerca
de 220 comits tcnicos que elaboran normas que se aplican a un inmenso
rango de actividades humanas que abarcan desde el cuidado de la salud,
las ciencias naturales, las matemticas y la agricultura hasta la tecnologa
de alimentos, la ingeniera de ferrocarriles, aviones y vehculos espaciales,
la industria textil y la ingeniera militar.5
Existen otros organismos cuya misin principal si bien no es la nor-
malizacin, de hecho normalizan la terminologa de su campo, entre
los que destacan la International Union of Pure and Applied Chemistry
(Unin Internacional de Qumica Pura y Aplicada, iupac), responsable
de la nomenclatura de los compuestos qumicos a travs del Interdi-
visional Committee on Nomenclature and Symbols (Comit Inter-
divisional de Nomenclatura y Smbolos); la Organizacin Mundial de
la Salud (oms), responsable de la denominacin comn internacional
(dci) de los medicamentos; el Council for International Organizations

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Mara Pozzi|307

of Medical Sciences (Consejo de las Organizaciones Internacionales de


Ciencias Mdicas), responsable de la nomenclatura de enfermedades;
el Comit Federativo de Terminologa Anatmica, responsable de la
Terminologa Anatmica Internacional, cuyo resultado se logr me-
diante consulta internacional y cada lengua que tuvo inters en ello,
est representada.
El Comit Tcnico 37 de la iso6 (iso/tc 37) Terminologa y otros re-
cursos lingsticos y de contenido se ocupa de la elaboracin de normas que
tratan sobre los principios y mtodos para la preparacin y gestin de
vocabularios normalizados o no, as como de varios aspectos de la
terminografa asistida por computadora con el objeto de producir recur-
sos terminolgicos de alta calidad y otras herramientas lingsticas de
aplicacin en medios profesionales, acadmicos, educativos, industria-
les, comerciales, etc. Los objetivos ms importantes de estas normas son:

optimizar la calidad de las terminologas en todos los campos del


conocimiento;
mejorar la gestin de la informacin en varios ambientes industria-
les, tcnicos y cientficos;
aumentar la eficiencia de la normalizacin tcnica y de la comunica-
cin especializada.

1.2. Normas de terminologa

Las normas de terminologa que nos conciernen en este trabajo son los
vocabularios normalizados, que pese a las mltiples crticas que han reci-
bido, son un hecho. La iso cuenta con un catlogo de ms de 700 normas
de terminologa en campos del conocimiento tan distintos como los ma-
teriales de uso dental y quirrgico, diseo de experimentos, equipos de
deportes, cinematografa, estadstica,7 etc. La iec ha publicado alrededor
de 200 vocabularios normalizados en materia de electricidad, electrni-
ca y electromagnetismo;8 copant tiene 160 vocabularios normalizados9
mientras que los organismos nacionales de normalizacin de los pases
de habla espaola cuentan con un nmero muy variable de vocabula-
rios normalizados en espaol entre los que destacan aenor10 con 850, la
11 12 13
dgn con 175, iram con 120 e icontec con 90.
A continuacin se muestra un ejemplo tpico de un trmino norma-
lizado en espaol tomado de la Norma copant 1683: Vocabulario Inter-
nacional de Trminos Bsicos y Generales de Metrologa (copant, 2000: 43):

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11
La laboriosa colmena:
los diccionarios hipotticos
de la rae
Montserrat Alberte1

Cobran por definir las palabras de un diccionario que tardar ms


tiempo en concluirse que los fusionistas en desengaarse; cobran por
las nuevas que introducen en el lenguaje; cobran por los prlogos que
ponen las obras, y hasta cobran por tomarse la molestia de asistir a
las sesiones. Ahora han conseguido que los aos pasados en tan mue-
lle y oriental ocupacin, sean de abono para derechos pasivos. [...]
De modo que el ser acadmico de la Espaola es una de las ganguitas
mejores que hay en esta nacion. = Laboriosa colmena le llaman ellos,
faltando un poquito la verdad, porque los znganos no elaboran la
miel, sino se la comen. Ms propio sera llamarle hormiguero, puesto
que la mayor parte son hormiguitas para su casa.
El Buuelo. Sainete Poltico, ao i, nm. 2, 09/09/1880, p. 6.

1. Introduccin

La Real Academia Espaola, como mxima institucin de la lengua es-


paola, ha publicado a lo largo de sus casi trescientos aos de historia
ocho diccionarios, algunos con sus correspondientes ediciones y en algu-
nos casos en colaboracin con sus academias asociadas:

Diccionario de autoridades;2
Diccionario de la Real Academia Espaola;
Diccionario manual e ilustrado de la lengua espaola;
Diccionario escolar de la Real Academia Espaola;
Diccionario del estudiante;
Diccionario panhispnico de dudas;
Diccionario esencial de la lengua espaola y
Diccionario prctico del estudiante.

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368|El dardo en la Academia

Al propio tiempo, la corporacin ha emprendido la elaboracin de otras


tantas obras lexicogrficas que nunca han llegado a materializarse y que,
por lo tanto, se han quedado en proyectos, algunos ms desarrollados
que otros, pero todos anunciados en su momento como tareas acadmi-
cas de gran importancia que, sin duda, deban redundar en beneficio de
la lengua espaola y de todos sus hablantes.
Sobre la necesidad de algunos de ellos, as como de los trabajos lleva-
dos a cabo al respecto, ha ido hablando la academia durante dcadas, e
incluso siglos; sobre otros, en cambio, tras aos de promesas y anuncios
de una inminente publicacin, se dira que ha decidido correr un tupido
velo y obviar que algn da figuraron como su constante ocupacin.
Quiz el escaso inters de la rae por estos proyectos frustrados, tanto
en lo que se refiere a su posible reanudacin como a la simple mencin
de su existencia, sea la razn de la escasez de documentacin sobre es-
tas obras. No obstante, creemos que para un mejor conocimiento de la
aportacin acadmica a la lexicografa del espaol no basta con conside-
rar los trabajos realizados o en proceso de realizacin. A nuestro juicio,
la verdadera dimensin de su labor lexicogrfica slo puede captarse
comprendiendo tambin todo aquello que la Real Academia Espaola
se ha propuesto realizar, sin alcanzar jams concrecin alguna. Por ello
creemos que resultar til, a cualquier aproximacin historiogrfica a la
productividad de la academia, esta recopilacin de los datos accesibles
sobre lo que hemos calificado como los diccionarios hipotticos de la rae, a
la que aadimos otras dos obras no del todo inertes, cuya lenta y acci-
dentada realizacin las coloca en un limbo productivo.
Para comprender mejor las causas que llevaron a la academia a de-
jar en dique seco parte de su programa de publicaciones, consideramos
oportuno analizar as mismo el origen de la Docta Casa, sus races, su
esencia; porque muchas de las caractersticas de esa primera rae se han
revelado inmanentes y han dejado su huella en el proceder acadmico,
desde el Diccionario de autoridades hasta las obras contemporneas.

2. La Real Academia Espaola

2.1. Proceso fundacional

En 1711 don Juan Fernndez Pacheco, marqus de Villena, persona muy


influyente y renombrada, inici unas reuniones informales en su palacio
de Madrid con varios humanistas: cuatro clrigos (Juan de Ferreras, Juan

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Montserrat Alberte|369

Interin de Ayala, Bartolom Alczar y Jos Casani, un poeta (Gabriel l-


varez de Toledo), un abogado (Andrs Gonzlez de Barcia) y el biblioteca-
rio real (Antonio Dongo Barnuevo); en definitiva, eclesisticos y gente de
toga y garnacha, que entonces eran los que atesoraban la mayor suma de
instruccin que haba en Espaa (Snchez Ruiz, 1948: 793). All deba-
tan sobre variados temas, entre los que sobresala la compartida preocupa-
cin por la falta de un diccionario de la lengua nacional la cual, segn
ellos, ya haba alcanzado su mximo grado de perfeccin, preocupacin
que vena azuzada por una cierta envidia hacia Italia, Francia e Inglaterra,
que ya contaban por aquel entonces con su repertorio lexicogrfico, el cual,
segn ellos, era smbolo de prestigio y deba acompaar a toda lengua que
se preciase. Y, por supuesto, la lengua espaola no poda ser menos.
No obstante, los planes iniciales del marqus de Villena eran ms
ambiciosos, puesto que su proyecto era fundar una Academia general
de Ciencias y Artes3 (Sempere y Guarinos, 1785: 13).
Los ocho hombres que conformaron aquella primera academia actua-
ron movidos por unas convicciones patriticas, por una serie de ideas so-
bre el lenguaje que imperaban en el siglo xviii y que ellos sentan como
propias.4 A fin de llevarlas a la prctica, era imprescindible la creacin
de una institucin que se ocupara de la lengua espaola:

Tenianse estas Juntas en la Posda del Marqus, sin observar formalidd en assien-
tos, ni en votos. Reducianse tratar las matrias que ofreca la conversacin; bien
que siempre venan parar los discursos en que se formasse Acadmia, que tuviesse
por primero y principl instituto el trabajar un Diccionario de la lngua. []
No se dud sera trabajo util la Nacin, porque se manifestara con evidncia
las dems, que nuestra lngua Castellana no era inferior ninguna de las mas cul-
tivadas de Eurpa. = Deciase tambien ser justo fijar la lngua, que [] se hava
pulido y adornado en transcurso de los tiempos, hasta llegar su ltima perfeccin
en el siglo passado: y no era decente nosotros, que logrando la fortna de encon-
trarla en nuestros dias tan perfecta, no eternizassemos en las prensas su memria,
formando un Diccionario al exemplo de las dos celebradissimas Acadmias de Pars
y Florencia. [] los Franceses, Italianos, Ingleses y Portugueses han enriquecido
sus Ptrias, Idimas con perfectissimos Diccionarios, y nosotros hemos vivido
con la glria de ser los primeros [por la obra de Covarrubias], y con el sonrojo de
no ser los mejores. [rae [da], 1726: x-xi; la negrita es nuestra.]

Conocedor el marqus de Villena de que el rey Felipe V abrigaba su mis-


mo pensamiento desde su llegada al trono de Espaa y de que contaba,
por tanto, con la prenda estimable del real beneplcito (Ferrer del Ro,
24/01/1862: 12), se puso en accin. El 3 de agosto de 1713 celebr otra
reunin en su palacio, a la que, adems de los siete habituales, asistieron

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370|El dardo en la Academia

tres personas ms: Francisco Pizarro, marqus de San Juan; Jos de Sols,
marqus de Castelnovo, y Vincencio Squarzafigo. En esta sesin acorda-
ron que deban realizar un diccionario y, al mismo tiempo, llevar a cabo
los trmites necesarios para la constitucin oficial de la corporacin que
pensaban fundar. Con este fin, se inici la redaccin de las actas, y el
marqus de Villena, como director de la academia elegido provisio-
nalmente como tal el 6 de julio por los siete fundadores y ratificado en el
cargo el 3 de agosto, redact un memorial para notificarle al rey dicha
constitucin, exponer sus fines e implorar su proteccin. Este documento
fue aprobado en la reunin siguiente, celebrada una semana ms tarde, el
10 de agosto, y seguidamente presentado a Felipe V.
Al mpetu de los acadmicos y a la rapidez con que entraron en ma-
teria iniciaron los trabajos de redaccin del diccionario ese mismo
verano se opuso la evolucin de los trmites necesarios para que su
corporacin fuera aprobada. As, lo que se perfilaba como una mera for-
malidad, puesto que disponan del beneplcito real, se convirti en trece
meses de espera, en los que surgieron dos escollos que superar. Primero,
ellos debieron presentar al monarca un borrador de los Estatutos de la
academia, cuya redaccin tuvo lista lvarez de Toledo en menos de un
mes. Y segundo, Felipe V hubo de lidiar con la firme oposicin del
Consejo de Castilla, que, por una parte, exigi que la academia diera
cuenta del sello, o emblema, que la identificara,5 as como de con qu
fines lo utilizara; y, por otra parte, expuso claramente sus dudas sobre la
capacidad de aquellos hombres de llevar a cabo su proyecto:

Habindose visto en el Consejo pleno el contexto referido del Memorial del mar-
qus [de Villena], [] encuentra el Consejo la duda de su efecto en la prctica
de esta grande obra, por cuyos motivos le pareciera conveniente que, por ahora,
permitiera el agrado de V. M. la junta de los celosos Acadmicos en la casa del
marqus de Villena, mandndoles hiciesen alguna obra que demostrase su aplicado
intento, y la pusiesen en las Reales manos de V. M., quien, en su vista, reconocera
las precisas cualidades de utilidad, necesidad y oportunidad. [Gil Ayuso, 1927:
594; cit. en Lzaro Carreter, 1972: 21-22.]

No nos parecen descabelladas las dudas del Consejo ni su propuesta,


sino una muestra de prudencia y de precaucin; los consejeros no daban
un no por respuesta, simplemente queran hechos y no slo palabras.6
Sin embargo, al final, la presin del monarca, muestra efectiva del poder
del marqus de Villena, los oblig a firmar el documento de fundacin
oficial de la academia sin haber recibido prueba alguna de las capacida-
des lexicogrficas de aquellos acadmicos:

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Montserrat Alberte|371

Slo cuando Felipe V, a instancias del marqus de Villena, ordena en tono terminante
cumplir los deseos de la academia, el Consejo de Castilla emite, por fin, el deseado docu-
mento de reconocimiento: una Cdula real, de 3 de octubre de 1714. [Fries, 1989: 31.]

De este modo, se oficializ aquella junta y, obtenida la sancin del mo-


narca, los miembros de aquella corporacin, convertidos en lexicgrafos
aficionados, ya pudieron incorporar el adjetivo real al que hasta entonces
haba sido su nombre; as pues pas a llamarse Real Academia Espaola,
sin especificacin alguna, considerando que en Espaa no ha habido ni
hay otra con quien poder equivocarla (rae [da], 1726: xv). El mismo
da, el marqus de Villena fue elegido legal y unnimemente director de
la corporacin, un cargo que, hasta 1751, fue vitalicio y hereditario y,
hasta el ao 1761, no remunerado [rae, 1870: 56].
Con la aprobacin oficial, les quedaba a los acadmicos la redaccin
de los Estatutos definitivos, que tomaron cuerpo al ao siguiente, en
1715, as como el cumplimiento de su razn de ser: el diccionario, cuyo
primer tomo (letras a y b) vera la luz en 1726.
La Real Academia Espaola no se form en principio como un club
de notables, sino como un centro activo de trabajo lingstico. De ah
que sus estatutos llegasen incluso a prever la prdida de la condicin de
acadmico de aquellos que no concurrieran a determinado nmero de
sesiones y no contribuyeran a la tarea cotidiana (Garca de la Concha,
2003: 113). No obstante, como podremos ver, ni este espritu de labo-
riosidad ha imperado en sus casi trescientos aos de su historia, ni tal
norma estatutaria se ha aplicado rigurosamente.7

2.2. Primeros acadmicos

El 3 de agosto de 1713, los once acadmicos fundadores hicieron cons-


tar, en la que fue su primera acta, los requisitos que deban cumplir los
miembros que la compusieran:

[] sugetos condecorados y capaces de especular y discernir los errores con que se halla
viciado el idioma espaol, con la introduccin de muchas voces brbaras, e impropias
para el uso de gente discreta []. [rae, Actas 3-8-1713, cit. en Alcoba, 2007: 28.]

Recordemos quines eran esos once fundadores:

Juan Manuel Pacheco, marqus de Villena, duque de Escalona,


caballero del Toisn de Oro y mayordomo mayor de Felipe V; Su

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372|El dardo en la Academia

instruccin no se reduca a los conocimientos de que debiera estar


adornado todo noble. La Lengua Griega, y dems ramas de las bue-
nas y bellas letras, las Matemticas y hasta la Medicina, la Botnica,
la Qumica y la Anatoma merecieron el cuidado de su aplicacin
(Sempere y Guarinos, 1785: 10-11).
Juan de Ferreras, cura propio de la iglesia parroquial de San Andrs
de Madrid, examinador sinodal, telogo de la Nunciatura, calificador
del Santo Oficio, bibliotecario mayor real y autor de Historia de Espaa.
Juan Interin de Ayala, clrigo del orden de la Merced, catedrtico
de Sagradas Lenguas en la Universidad de Salamanca, predicador y
telogo de Su Majestad en la Real Junta de la Concepcin y padre
de la Provincia de Castilla del Real; autor de numerosas publicacio-
nes, casi todas de ellas de ndole moral y religiosa, traductor del
francs de un catecismo y autor de Pictor Christianus, tratado de
los errores que suelen cometerse al pintar y esculpir las Imgenes
Sagradas (Florit, 2001: 74).
Bartolom Alczar, clrigo de la Compaa de Jess, cronista de
su religin y maestro de erudicin en el Colegio Imperial; publi-
c [] obras gramaticales y retricas, entre otras (Snchez Ruiz,
1948: 675).
Jos Casani, jesuita, calificador del Santo Oficio y maestro de ma-
temticas en el Colegio Imperial; colabor decisivamente en la con-
feccin del ndice de libros prohibidos del Santo Oficio de 1747 (Mes-
tre, 2000: 30); estudi Filosofa y Teologa (Del Rey Fajardo, 1966:
325).
Gabriel lvarez de Toledo, poeta, caballero de la Orden de Alcn-
tara, secretario del rey, oficial de la Secretara de Estado y biblioteca-
rio real.
Andrs Gonzlez de Barcia, abogado, consejero del rey en el Su-
premo de Guerra; conocido [] por sus ediciones relativas a la
historia de Amrica (Mestre, 2000: 30).
Antonio Dongo Barnuevo, bibliotecario real y oficial de la Secre-
tara de Estado.
Francisco Pizarro, marqus de San Juan, caballero de Calatrava,
mayordomo de la reina y su primer caballerizo; traductor de Cinna
de Corneille (Cejador, 1917: 28).
Jos de Sols, marqus de Castelnovo, luego conde de Montellano y
despus duque de Montellano.
Vincencio Squarzafigo, seor de la Torre del Passage en la provin-
cia de Guipzcoa.

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Montserrat Alberte|373

De esta relacin de ttulos se desprende fcilmente que los acadmicos


fundadores s cumplan, por lo menos, el primero de los requisitos que
exigan para quienes pasaran a ser sus compaeros de corporacin; en
efecto, todos ellos eran sugetos condecorados, algunos incluso mlti-
plemente condecorados. Ahora bien, en cuanto al segundo requisito, no
lo cumpla la gran mayora de ellos, puesto que los acadmicos carecan
de formacin filolgica (Mestre, 2000: 30) y, en especial, lexicogrfica.8
Esta misma carencia puede hacerse extensible al resto de acadmicos
que se fueron incorporando a la Docta Casa durante los veintisis aos
de redaccin del Diccionario de autoridades, quienes, fundamentalmente,
ostentaban ttulos nobiliarios o religiosos y altos cargos polticos, admi-
nistrativos o militares. De una claridad meridiana es la definicin dada
sobre los primeros acadmicos, al respecto, por Lzaro Carreter (1972:
65): [] hombres carentes de preparacin lexicogrfica, reclutados
por amistad o propio ofrecimiento, sin especiales ttulos, en general,
que los calificaran para aquella labor [].
Los veinticuatro9 primeros miembros de la rae vieron incrementado
su repertorio de ttulos con uno ms, el de criados del rey, otorgado por
Felipe V ya en la Cdula Real del 3 de octubre de 1714, la que oficializ
la corporacin:
Y fin de mostrar mi Real benevolencia, y de que se empleen los Acadmicos con ms
aliento y continua aplicacin en el cumplimiento de su instituto, he venido en conce-
derles, como por la presente les concedo, todos los privilegios, gracias, prerogativas,
inmunidades y exnciones que gozan los domsticos que asisten y estn en actual ser-
vicio de mi Real Palacio: y ordeno y mando, que les sean todas guardadas y cumplidas
enteramente y sin limitacin alguna. [De las Reales Academias establecidas en la Corte,
ley I, D. Felipe V, por cdula de 3 de octubre de 1714; en Novsima recopilacin de las
leyes de Espaa (1805-1829), tomo vi, libro viii, ttulo xx, p. 168.]

La estrecha y protocolaria relacin entre la Casa Real y la Real Academia


Espaola se tradujo en numerosas visitas a palacio, con el besamanos de
rigor, por motivos diversos: agradecimientos, bodas, fallecimientos, pre-
sentacin de cada uno de los volmenes del Diccionario de autoridades, etc.
Con un capital relacional bien establecido, una buena carga de t-
tulos y una escasa preparacin filolgica, los acadmicos emprendieron
la realizacin del da ya en agosto de 1713. Su desconocimiento sobre
metodologa lexicogrfica los llev a improvisar, y ello, a su vez, a hacer
y rehacer. Si bien es cierto que, en parte, cubran sus carencias filolgicas
y lexicogrficas con mucha voluntad y ganas, tambin lo es que ni el es-
fuerzo inicial se mantuvo a lo largo del proyecto ni todos los acadmicos
ofrecieron la misma dedicacin ni mostraron el mismo inters.

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12
El compromiso acadmico
y su reflejo en el drae: los sesgos
ideolgicos (sexismo, racismo,
moralismo) del Diccionario
Esther Forgas
1. La Real Academia: hemos alimentado entre todos a la fiera?

La intencin crtica del presente volumen queda bien patente en su t-


tulo. Se trata de que debatamos todos los colaboradores acerca de la ins-
titucin acadmica, su razn de ser, sus cualidades y defectos, y la nece-
sidad o no de su existencia. Por nuestra parte, no nos decantamos hacia
una opinin favorable o contraria a la existencia de la real institucin,
sino que adoptamos una postura prctica y realista. La Real Academia
Espaola (rae) existe desde hace casi tres siglos, es una institucin que
goza de prestigio en el mundo hispano ms entre los profanos que entre
los especialistas, que conocen sus carencias, que trabaja ltimamente
a un ritmo muy aceptable y a la que desde hace unos aos ayudamos
entre todos a sostener econmicamente.1 Luego, dando por hecho su
existencia, lo que nos parece ms adecuado y oportuno es tratar de re-
flexionar en estas pginas acerca de cmo debe ser la Real Academia
Espaola, cul ha de ser su papel y cules sus cometidos en relacin con
la lengua espaola, la de ms de cuatrocientos millones de hablantes y
la que segn todas las previsiones va a desbancar a las otras lenguas
europeas excepto al ingls, claro como lengua de cultura en nues-
tro recin iniciado siglo. Al menos as lo publicitan las entidades que
se supone entienden de ello, especialmente la misma rae y el Instituto
Cervantes, tanto en sus escritos como en las intervenciones pblicas de
sus correspondientes cargos directivos.
La Real Academia Espaola, una de las ms rancias y venerables insti-
tuciones espaolas, se erigi en el pasado y se erige hoy en da en rbitro,
juez y parte en las cuestiones que afectan a la lengua espaola, a su gra-
mtica y a su ortografa, y muy especialmente al lxico del espaol y a su
significado, apoyndose para ello en el no menos venerable Diccionario de
la lengua espaola (drae), al que muchos critican criticamos pero del

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426|El dardo en la Academia

que nunca podemos desprendernos, ni al nos es posible obviar en cues-


tiones que ataen a la lengua, ya que entre todos y entre todas le hemos
conferido ese sacrosanto valor del que luego, a veces, nos dolemos.
La misma institucin, en su pgina web,2 explica que:

Una tradicin secular, oficialmente reconocida, confa a las Academias la responsa-


bilidad de fijar la norma que regula el uso correcto del idioma.

El Prembulo de la 22. edicin del drae (2001: x) lo deja tambin


muy claro, al asegurar que:

El Diccionario de la Real Academia Espaola, en el que, como se acaba de decir,


colaboran estrechamente las veintiuna Academias con ella asociadas, tiene univer-
salmente reconocido un valor normativo que lo hace nico en su gnero.

y se insiste, en las pginas electrnicas de la web de la rae3 en eso s


se ha modernizado, en que:

Especial cuidado ha de poner en ello el Diccionario acadmico al que se otorga un


valor normativo en todo el mundo de habla espaola.

En estas y en otras intervenciones parecidas se guarda mucho la Acade-


mia de declararse a s misma generadora de normas; antes al contrario,
se apoya y excusa, no sin razn, en que esta visin (o misin) normativa
es una opinin generalizada del hablante hispano, perpetuada a travs
de la llamada tradicin secular. Pero nos preguntamos: de dnde
viene, entonces, esta secular tradicin?
No procede solamente de la misma Academia, puesto que fueron y
son muchos los acadmicos ilustres desde Casares a su actual director,
Garca de la Concha que han desmentido la idea largamente asumida
de que a la Academia le corresponde decidir sobre qu puede o no puede
decirse.4 Baste, si no, releer los escritos de Manuel Seco5 o recordar las
palabras del siempre lcido Fernando Lzaro Carreter6 cuando reconoca
el ridculo lingstico en que se ve envuelta la Academia cuando opera en
contra del uso social de las palabras; cuando pretende, por ejemplo, que los
hablantes usemos clipes o bebamos gisqui, y cuando, al fin, no le queda
ms remedio que envainarse sus decretos y andar al unsono de los hablan-
tes, al comps de quienes nicamente tienen derecho a decidir sobre los
usos. Y este mismo convencimiento lo reiteran en las obras acadmicas,
empezando por el mencionado Prembulo a la ltima edicin, en el
que se cita al insigne poeta Horacio y a su Arte Potica, para aplaudirle

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Esther Forgas|427

el acierto con que, mucho tiempo atrs, sealaba que el uso lingstico era
el nico rbitro, juez y dueo en cuestiones de lengua.
Como decimos, la misma Academia reconoce que, a pesar de la tra-
dicin secular que le otorga ese papel, no es ella la generadora de la
norma, sino que lo es el uso. El uso, personificado en los hablantes, en
cada uno de nosotros que nos valemos de la lengua y que somos sus
dueos, sus legtimos propietarios. Somos dueos de la lengua quienes
la usamos, quienes nos servimos diariamente de ella para comunicarnos,
para debatir, escarnecer, pelearnos, amarnos, declararnos, identificarnos,
justificarnos o acusarnos a travs de ella. Y el uso, el uso del que todos
y todas somos soberanos, no lo puede constreir una institucin; no lo
puede decidir, no lo puede prohibir y ni siquiera lo puede regular, pues
cuando quiere hacer lo uno o lo otro, o ambas cosas, como pretendi de-
masiadas veces la Real Academia Espaola durante sus casi tres siglos de
historia, no consigue ms que alejarse da a da de los hablantes, y, por
ende, de la misma lengua, cuyo avance, como ro que fluye desbordando
su cauce, no logra contener.
Entonces, de dnde surge el mito del control acadmico sobre los
designios lingsticos de los hablantes?

2. La Academia, notario, juez... o... parte?

Hemos hablado muchas veces ya en otros escritos (Forgas Berdet, 1996,


2001, 2004a, 2004b y 2006a y 2006b) del doble papel que los ciuda-
danos y la historia han otorgado a la Real Academia en cuestiones de
lengua. Lo repetiremos una vez ms.
Por una parte, la Real Academia Espaola, sobre todo a travs de su
obra magna, el Diccionario dejamos aparte, explcitamente, el Dic-
cionario histrico, se erige ya desde un principio en notario del idio-
ma. Su cometido es el de dar fe de los usos y sentidos que los hablante
conferimos a las palabras de nuestra lengua en un momento determina-
do, ayudando con ello al buen entendimiento personal y social, propi-
ciando la comunicacin y favoreciendo el conocimiento de los sentidos
consensuados de cada vocablo y su adecuado empleo en la comunicacin.
Pero no es solamente la funcin notarial la que tradicionalmente se le
ha conferido a la Academia, sino que se le ha atribuido en ocasiones con
su concurso generalmente tambin otra funcin: la funcin legisla-
dora, la de dictar normas sobre el buen uso de la lengua por parte de los
hablantes. Legislar los sentidos rectos y los torcidos y las interpretaciones

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428|El dardo en la Academia

correctas o errneas y, en esta andadura, llegar incluso a conceder o de-


negar a las palabras el derecho a existir, aun cuando sean stas de uso y
entendimiento general. En efecto, es comn encontrarnos con una frase
lapidaria lanzada por un discpulo fervoroso de las leyes acadmicas en
medio de una animada conversacin en la que todo el mundo se entenda
perfectamente y reconoca el sentido de los mensajes que se cruzaban. La
frase lapidaria a la que nos referimos es: Esta palabra no existe. Silencio
expectante. Ratificacin y explicacin por parte de quien la ha pronun-
ciado: tal o cual vocablo no est en el Diccionario. Quiere decir eso que
la Academia no lo acepta..., luego, no existe. No importa que hayamos
entendido perfectamente a qu se refera quien lo ha usado y nos haya-
mos comunicado con l a la perfeccin. La palabra pronunciada no existe.
Delante de tal circunstancia quiz sea el momento de preguntarnos
si entre todos no habremos sacralizado en demasa a la Academia, si no
seremos tambin, en parte, algo culpables (o responsables, como hemos
visto que ella misma reconoca) de una tirana que auspiciamos, favore-
cemos y aun, en muchas ocasiones, reclamamos; y de ah la pregunta que
nos formulbamos en el apartado anterior: Hemos alimentado entre
todos a la fiera?.
En efecto, blandimos el Diccionario de la lengua espaola como un
arma arrojadiza y lo exhibimos orgullosos cuando coincide con nuestra
percepcin y uso de los vocablos, pero nos batimos en vergonzosa reti-
rada cuando nos pillan en falta habiendo osado emplear un trmino no
consagrado en sus venerables pginas.7 De esta manera, posiblemente
todos seamos algo culpables de lo que despus, algunos (y algunas) sen-
timos como la tirana de una institucin inflexible, arcaizante, poco gil
y desesperadamente tarda en reaccionar.
Cuando hablamos de culpables o responsables nos referimos a quie-
nes desde distintos plpitos (la escuela, las pginas de los peridicos,
los medios de difusin, las universidades) hemos conferido y seguimos
confiriendo a la Academia la mxima credibilidad, y hemos propug-
nado un respeto venerable hacia sus decisiones, respeto acorde con el
arcaico personaje que representa, pero que, desde luego, no ayuda en
nada a propiciar un aspecto moderno, juvenil y de sana vitalidad de la
institucin, aspecto que le sera muy necesario. Es cierto; desde todos los
estamentos citados, y desde muchos ms, se coadyuva a que los dictados
de la institucin sean considerados ms como leyes indiscutibles que
estamos obligados a cumplir, que como sugerencias, ayudas o consejos
que podemos aceptar y que tambin podemos y nosotros diramos
debemosconsiderar a la luz de nuestra experiencia vital. Y, con ello,

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Esther Forgas|429

someter las decisiones acadmicas al veredicto del Gran Jurado Popular,


el formado por los hablantes de la lengua.
Cuenta Umbral8 de un conspicuo acadmico que se negaba a aceptar
la definicin de la palabra pintada, propia de la dcada de 1970, ale-
gando que l no admita palabras que no haba vivido, y que se tena
que desechar tal palabra porque la Academia contaba ya con el voca-
blo cartel. Estamos completamente de acuerdo con el acadmico; tan de
acuerdo que podemos volver la frase del revs y decir que no podemos
aceptar que en nuestro diccionario, el de todos y todas, no aparezcan
las palabras vividas por nosotros, las que usamos, queremos y decimos,
las que nos sirven en nuestra misin diaria de convivir, comprender y
comunicarnos en sociedad.
Decimos esto en relacin con una repetida queja social acerca de la lenta
incorporacin de nuevas voces reclamadas desde el mundo hispanohablan-
te, auque, como veremos, no es sta, ni mucho menos, la mayor objecin
que nosotros podemos hacerle, desde nuestro punto de vista, al dicciona-
rio, ya que no nos parece tan importante el hecho de que no aparezcan las
palabras vividas por nosotros, como el hecho de que las que aparecen sean
definidas de una manera nada acorde con nuestra vivencia de ellas.

3. A vueltas con la ideologa: la visin acadmica


de la sociedad hispana

Hemos hablado ya en repetidas demasiadas ocasiones9 del sesgo


ideolgico presente en las definiciones del diccionario acadmico, pero
no tenemos ms remedio que insistir en ello otra vez, ya que es lo que
se espera de nosotros en esta publicacin. Consecuentemente, el ttulo
de nuestra aportacin no deja lugar a dudas; nos interesa la ideologa y,
con ella, el fondo del diccionario tanto o ms que la forma; nos preocupa
y nos ocupa no slo su continente, sino especialmente su contenido, y,
por ello, trataremos de sealar en este espacio limitado aquellos puntos
en los que venimos tozudamente insistiendo desde hace aos tantos
como la Academia viene, con igual terquedad, desestimndolos y que
no nos permiten reconocer en el Diccionario de la lengua espaola la obra
colectiva que debera ser, la representacin no solamente de nuestro modo
de hablar sino tambin de nuestro modo de pensar, de nuestra manera de
ser en espaol, en definitiva. Son esos puntos en los que la Academia, y
con ella el drae, parecen desor las voces, afortunadamente cada vez ms
numerosas, que le piden que afronte de manera decidida una revisin

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430|El dardo en la Academia

exhaustiva, racional y consecuente de las definiciones acadmicas que se


apartan del sentir y el vivir de una gran mayora de hispanohablantes.
Respetamos lo hecho hasta ahora por la Academia, puesto que no ne-
gamos que en la tarea lexicogrfica es importante determinar la correcta
flexin de los sustantivos, que es imprescindible jubilar los vetustos
vocablos que pueblan el diccionario acadmico, y que resulta tambin
de gran utilidad fijar la correcta pronunciacin de ciertas palabras. Pero
lo que queremos dejar bien claro en esta intervencin es que nosotros
continuamos abogando por la inmediata, ineludible y urgente ne-
cesidad de revisar de una vez por todas las definiciones de los vocablos
que, por la especial naturaleza de sus referentes sean stos individuos
aislados o colectivos discriminados por su sexo, su raza o su religin,
resultan ofensivos, discriminatorios, vejatorios o insultantes hacia unos
hablantes que, edicin tras edicin, se sienten ofendidos, olvidados, ve-
jados o insultados en sus pginas.
Para abordar esta revisin de una manera algo distinta de la que sole-
mos, partiremos de un punto de vista del todo indiscutible y legtimo:
partiremos de las palabras de la propia Academia y del contenido de sus
escritos y reflexiones sobre el Diccionario y su papel en la sociedad. As
pues, nos basaremos en textos escritos por las autoridades acadmicas en
los Preliminares de la ltima edicin del drae y en la pgina web de
la Institucin, para comprobar, con ello, dos cosas:

1) que la Academia y los acadmicos que la forman son muy conscientes


de los problemas que el Diccionario arrastra desde siempre y que,
edicin tras edicin, no atinan a resolver satisfactoriamente en su
conjunto;
2) que, a pesar de sus pblicas promesas, el texto acadmico incumple
reiteradamente lo que los redactores de su Prembulo, de las No-
tas de aviso de sus Preliminares y de las pginas institucionales
de la rae reconocen y pregonan.

4. Mentiras arriesgadas en los preliminares del drae2001

4.1. Sobre la macroestructura o entradas del diccionario

En relacin a los vocablos definidos en el diccionario, a las nuevas incorpo-


raciones y a la eliminacin de trminos antiguos y desfasados, leemos que,
en lo relativo a la supresin de vocablos, en el nuevo drae (2001: xxx):

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Esther Forgas|431

Se ha actualizado en lo posible el texto de las definiciones, sustituyendo, en los


casos en que as se acord, determinados usos anticuados o poco frecuentes [].

Por su parte, en cuanto a la revisin de las definiciones, se reconoce


(drae, 2001: xxx) que:

En este extremo se ha actuado con especial precaucin, porque, entre otros aspectos
que muestran la singularidad del Diccionario de la Academia, la forma de redactar
sus artculos es materia que debe ser revisada con gran delicadeza. Solo se ha in-
tervenido [...] en aquellos otros donde la innovacin mejoraba claramente el texto
primitivo.

Y, por fin, en el apartado de nuevas incorporaciones de palabras (drae,


2001: xxvii-xxvii), se asume abiertamente que no estn todas las que
son, apoyndose en que:

Precisamente la ausencia de algunos trminos en esta nueva versin no ha de inter-


pretarse solo como expresin de la voluntad colegiada de los acadmicos, quienes
deciden en cada momento, de acuerdo con sus criterios sobre buen uso lingstico,
acerca de la oportunidad de registrar o no un trmino dado; tal ausencia puede
deberse tambin al hecho de que, en los distintos momentos en que se hizo la selec-
cin de documentos para elaborar las propuestas despus discutidas en comisiones
o en el Pleno de los acadmicos, no haba una documentacin suficiente tanto
cuantitativa como cualitativamente sobre esos trminos que justificara su pre-
sentacin.

Pues bien, ni en el primero, ni en el segundo, ni en el tercer prrafo el


texto es fiel a la realidad, negro sobre blanco, del contenido del diccio-
nario acadmico. Por una parte, si bien es cierto que se han desechado
del diccionario algunos trminos obsoletos, no lo es menos que perma-
necen en l gran cantidad de vocablos (precisamente los que nos intere-
san en este anlisis) que estn pidiendo a gritos su supresin por tratarse
de palabras doblemente inadecuadas. Y decimos doblemente porque,
adems de intiles y obsoletas, resultan ridculas10 cuando no ofensivas.
En ese aspecto, cuando la Academia dice que:

La consulta del Banco de datos del espaol ha hecho posible tambin proceder con
cierta rapidez y seguridad en una labor de sentido opuesto, a la que se hace refe-
rencia en el Prembulo: suprimir del Diccionario muchos registros innecesarios,
que ya solo servan de incmodo lastre. [...] Resultado de esta consulta ha sido la
supresin de muchas voces o acepciones que, si en algn momento llegaron a tener
vigencia en determinadas reas geogrficas del espaol, ya la haban perdido en
nuestros das. [drae, 2001: xxviii-xxix.]

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432|El dardo en la Academia

no podemos dejar de replicar que es posible que as haya sido en algunos


casos, pero lo que es del todo seguro es que todava quedan muchas,
muchsimas palabras en el diccionario del siglo xxi que continan sir-
viendo de incmodo lastre, como, por ejemplo:

chicho. 1. m. coloq. Rizo pequeo de cabello que cae sobre la frente y es propio
del peinado de mujeres y nios.[11]
cabello. en ~. 2. loc. adj. ant. Dicho de una mujer: soltera (que no est casada).
flor. 18. f. p. us. Menstruacin de la mujer.
men, na. 3. f. coloq. p. us. Mujer, y ms comnmente nia recin nacida.

Cree, en realidad, la Academia que hace falta mantener vocablos, acep-


ciones y locuciones cuanto menos que ridculas y en perfecto desuso,
aunque se las marque convenientemente como antiguas y de poco uso?
En segundo lugar, no se ha intervenido, como se dice, en aquellos
otros [casos] en que la innovacin mejoraba claramente el texto primiti-
vo (drae, 2001: xxx), o, al menos, no en todos los artculos, puesto que
quedan sin modificar demasiados trminos o acepciones manifiestamente
mejorables, tantas como sealbamos en una publicacin conjunta que
reuna12 a todas las que se referan al mbito de lo femenino. Pongamos,
como ejemplo de este punto tanto unos vocablos referidos al universo fe-
menino ms algn otro de campos distintos, como el de la moral:

honor. 3. m. Honestidad y recato en las mujeres, y buena opinin que se granjean


con estas virtudes.
mujer. ~ de su casa. 1. f. La que con diligencia se ocupa de los quehaceres doms-
ticos y cuida de su hacienda y familia.
libertad. ~ del espritu. 1.f. Dominio o seoro del nimo sobre las pasiones.[13]

De verdad cree, tambin, la Academia que no mereca la pena interve-


nir en la redaccin de estos y parecidos trminos para que la innovacin
mejorara el texto primitivo?
Por ltimo, no es cierto tampoco que cuando no se han incluido al-
gunos trminos actuales haya sido porque no haba una documentacin
suficiente tanto cuantitativa como cualitativamente sobre esos tr-
minos que justificara su presentacin (drae, 2001: xxviii), ya que por
propia experiencia sabemos que trminos propuestos por nuestro equi-
po,14 y documentados suficientemente, fueron inexplicablemente exclui-
dos de la macroestructura final del diccionario. Estamos hablando de tr-
minos como los treinta y tres (33) que propusimos a la Real Academia
Espaola antes del verano del 2000 y de los cuales fueron desestimados,

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Esther Forgas|433

sin razn aparente alguna, diecisis (16) que contaban con el preceptivo
aporte documental de tres textos de solvencia que la misma rae conside-
raba necesario para proceder a la inclusin de trminos nuevos.15 Estas
propuestas se realizaron a instancias de la propia Academia, la cual, con
motivo de la ltima edicin del drae, decidi en principio revisar y
corregir algunos de sus sesgos ideolgicos. As, en el ao 2000, M. nge-
les Calero, Eulalia Lled y yo misma recibimos el encargo por parte de la
Real Academia Espaola de detectar dichos sesgos y proponer soluciones
o frmulas alternativas a los lemas y ejemplos que tuvieran algn bies
discriminatorio por cuestiones de sexismo, racismo o religin. La publica-
cin de la vigente edicin del drae en el 2001 nos hizo inmediatamente
evidente que la Academia haba desestimado incorporar incomprensi-
blemente muchos de los cambios propuestos.16
Sin embargo, no sera justo dejar de sealar la labor hecha por la
Academia en relacin a la incorporacin de nuevas palabras al diccio-
nario. Se vanagloria de ello en varios lugares y su director no deja de
sealarlo cada vez que tiene oportunidad de ello. Pero detengmonos
un poco a examinar cules son las palabras aceptadas. Dejando aparte la
incorporacin de nuevos trminos nacidos en la sociedad durante los l-
timos aos decisin que ha sido duramente criticada por los puristas
de siempre17 gran parte de las nuevas entradas se referan a variantes
hispanoamericanas aportadas por las academias correspondientes. Nada
que objetar, al contrario; solamente que hemos detectado, en el aspecto
que nos preocupa, que algunos rasgos de delicadeza social, que se
van incorporando poco a poco a las definiciones del lxico del espaol,
quedan descompensados a la baja por muchas de esas nuevas incorpo-
raciones, especialmente las referidas al mbito sexual y al de la mujer.
As, son ejemplos de nueva incorporacin unos 230 lemas de mbito
femenino, de los que, lamentablemente, no podemos alegrarnos, ya que
no aportan nada positivo a la imagen que el diccionario da de las mu-
jeres;18 muy al contrario, nos parecen innecesarios, absurdos e incluso,
muchos de ellos, denigratorios. El abanico de posibilidades va desde la
descripcin de nuevas prendas femeninas en las que, cmo no, se sigue
equiparando a las mujeres con las criaturas:

braga1. 1. f. Prenda interior femenina e infantil, que cubre desde la parte inferior
del tronco y tiene dos aberturas en las piernas.

y se las contina ridiculizando en relacin con su edad o con su aspecto


fsico:

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Nmina de autores

Luis Carlos Daz Salgado (Sevilla, Espaa, 1961) es licenciado en


Filologa Anglogermnica (rama Inglesa) y licenciado con grado en Fi-
lologa Hispnica por la Universidad de Sevilla, donde actualmente de-
sarrolla su tesis doctoral como miembro del grupo de investigacin So-
ciolingstica Andaluza. Adems de su faceta de divulgador lingstico,
trabaja en la redaccin de informativos de Canal Sur Televisin, empresa
para la que elabor su actual Libro de Estilo (2004). Articulista en varios
medios escritos, todos sus trabajos estn disponibles en Internet.

Juan Carlos Moreno Cabrera (Madrid, Espaa, 1956) es doctor en Fi-


losofa y Letras por la Universidad Autnoma de Madrid y, desde 1993,
catedrtico del Departamento de Lingstica, Lenguas Modernas, L-
gica y Filosofa de la Ciencia de la Universidad Autnoma de Madrid.
Ha dirigido la adaptacin al espaol de la obra de David Crystal
The Cambridge Encyclopedia of Language (Madrid: Taurus, 1994) y ha pu-
blicado cien artculos en revistas y libros colectivos, la mayor parte de
ellos sobre problemas de tipologa sintctica, semntica y clasificacin,
situacin, expansin y desaparicin de las lenguas del mundo. Es autor
de diecisis libros, entre los que figuran: Lenguas del mundo (Madrid: Vi-
sor, 1990); La lingstica terico-tipolgica (Madrid: Gredos, 1995); Curso
universitario de lingstica general (Madrid: Sntesis, 2000, 2. ed.); La
dignidad e igualdad de las lenguas (Madrid: Alianza, 2009, 6. ed.); El uni-
verso de las lenguas (Madrid: Castalia, 2003); Introduccin a la lingstica
(Madrid: Sntesis, 2004, 2. ed.); El nacionalismo lingstico. Una ideologa
destructiva (Barcelona: Pennsula, 2008).
Es miembro del consejo de redaccin y asesor de diversas revistas so-
bre lingstica terica y experimental, lingstica aplicada y antropologa
lingstica. Ha sido miembro del Comit Cientfico del Informe sobre

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630|El dardo en la Academia

las Lenguas del Mundo llevado a cabo por la Unesco (publicado como
Words and Worlds Multilingual Matters, 2005 y en castellano con el ttulo
Palabras y Mundos, Barcelona: Icaria, 2006) y particip en el proyecto
eurotyp (tipologa de las lenguas de Europa) financiado por la European
Science Foundation (1990-1994). En la actualidad es miembro del co-
mit cientfico de Linguamn-Casa de les Llenges de la Generalitat de
Catalunya.

Luis Fernando Lara Ramos (Ciudad de Mxico, Estados Unidos


Mexicanos, 1943) es doctor en Lingstica y Literatura Hispnicas por
El Colegio de Mxico (1975). Desde 1970 es director y profesor-inves-
tigador del Centro de Estudios Lingsticos y Literarios de esta misma
institucin, y desde 1973, tambin en el Colmex, est al frente del pro-
yecto de elaboracin del Diccionario del espaol de Mxico. En el perodo
1997-2003 fue asimismo director del Centro de Estudios Lingsticos y
Literarios del Colegio de Mxico.
Es miembro fundador de la Asociacin Espaola de Estudios Lexico-
grficos, presidente fundador de la Asociacin Mexicana de Lingstica
Aplicada, A.C., miembro honorario del Instituto Caro y Cuervo de Bo-
got (Colombia), y miembro o representante de diversas asociaciones y
academias nacionales e internacionales. Desde el 2005 integra el Comit
Internacional Permanente de Lingistas (cipl) de la Unesco. Fue nom-
brado miembro de El Colegio Nacional de Mxico en marzo del 2007.
Ha publicado 97 artculos especializados, ocho libros y cuatro dic-
cionarios, entre ellos: El concepto de norma en lingstica (1976), Diccionario
bsico del espaol de Mxico (1986), Diccionario del espaol usual en Mxico
(1996), Teora del diccionario monolinge (1997), Ensayos de teora semnti-
ca. Lengua natural y lenguajes cientficos (2001), Lengua histrica y norma-
tividad (2004), De la definicin lexicogrfica (2004) y Curso de lexicologa
(2006).
Es Premio Wigberto Jimnez Moreno 1995, del Instituto Nacional
de Antropologa e Historia, a la mejor investigacin lingstica por el
libro Teora del diccionario monolinge (El Colegio de Mxico, 1996), y
Premio Antonio Garca Cubas 2006, de Instituto Nacional de Antro-
pologa e Historia, al mejor libro de texto universitario por el Curso de
lexicologa (El Colegio de Mxico, 2006).

Gianluigi Esposito (Npoles, Italia, 1984) es licenciado (2008) en


Lingue, Culture e Istituzioni dei Paesi del Mediterraneo por la Univer-
sit degli Studi di Napoli LOrientale y autor de la tesis de licencia-

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Nmina de autores|631

tura La Real Academia Espaola: consolidamento dellistituzione della norma


linguistica e lotte di potere, dirigida por el doctor Antoni Rull Nomdedeu,
en la que se basa su contribucin a esta obra.

Silvia Senz Bueno (Barcelona, Espaa, 1965) es licenciada en Filo-


loga Hispnica (especialidad: Lengua Espaola) por la Universitat de
Barcelona (1990) y mster en Edicin por la Universitat de Barcelona-
Fundaci Bosch i Gimpera (1992).
Desde 1990 ha trabajado como lectora, editora, coordinadora de pro-
duccin, redactora, correctora y traductora literaria de obras de diverso
gnero, en y para distintas editoriales de Espaa y Blgica. Desde 1997
ejerce tambin como profesora de edicin de textos, tipografa y esti-
lo editorial en posgrados de Traduccin (Universitat Pompeu Fabra) y
de Edicin (Universitat Oberta de Catalunya), en maestras de Edicin
(Universidad de Alcal-ipecc e Idec-Universitat Pompeu Fabra) y en
asociaciones de traductores de Catalua (atic y aptic). Desde el 2007 es
formadora del rea de Estilo Editorial, Correccin y Edicin de Textos
en Editrain-Gremi dEditors de Catalunya.
Es autora de Normas de presentacin de originales para la edicin (Gijn:
Trea, 2001), del Libro de estilo de Edeb (no venal) y de diversos artculos
sobre edicin, estilo y correccin en las revistas Panace@, Pginas de Guar-
da y Espaol Actual.
Junto con Montserrat Alberte, administra el e-boletn sobre lengua
castellana y edicin Infoeditexto (RedIris). Es asimismo administradora
de la lista sobre lengua catalana y edicin Infoedicat, y fundadora (2005),
editora y coautora del blog Addenda et Corrigenda.

Jordi Minguell Rosell (Guimer, Espaa, 1946) es mestre de catal


por la Universitat Autnoma de Barcelona, licenciado en Pedagoga por
la Universidad La Sapienza de Roma y periodista inscrito en el Cole-
gio Italiano (Ordine Nazionale dei Giornalisti).
De 1971 al 2010 trabaj en la agencia de prensa italiana ansa en
castellano y en italiano. En distintas pocas ha colaborado con los diarios
El Correo Cataln (hoy desaparecido) y Avui de Barcelona, en el sema-
nario Jano. Medicina y Humanidades de Barcelona-Madrid y en la cadena
radiofnica espaola ser.
Es autor, con Maurzio Di Giacomo, del libro El finanament de
lEsglsia Catlica (Barcelona: Llibres de lndex, 1996).
Participa en la lista de dialectologa catalana Migjorn, en la que ha
realizado centenares de intervenciones.

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632|El dardo en la Academia

Montserrat Alberte Montserrat (Barcelona, Espaa, 1967) es licen-


ciada en Filologa Hispnica (especialidad: Lengua Espaola) por la
Universitat de Barcelona (1990) y mster en Lingstica Computacio-
nal por la Facultad de Filologa de la Universitat de Barcelona (1993).
Colabor como personal investigador en varios proyectos universi-
tarios: guay, en la Universitat Politcnica de Catalunya-Universitat de
Barcelona, bajo la direccin de la doctora Maria Antnia Mart; y eu-
reka genelex (eu-524/90) y Sistema de Diccionarios Electrnicos del
Espaol, en la Universitat Autnoma de Barcelona, bajo la direccin del
doctor Carlos Subirats Rggeberg.
Como lexicgrafa colaboradora o principal ha participado en la ela-
boracin (redaccin, lematizacin, revisin, coordinacin, compilacin
y actualizacin) de numerosos diccionarios, tanto monolinges como
bilinges, entre los cuales: Diccionario General de la Lengua Espaola, de
Larousse (1995-1996); Diccionarios Espasa espaol-francs, franais-espag-
nol, de Espasa (1998-2001); Diccionario Longman poche franais-espagnol/
espaol-francs, de Pearson Educacin (2000); Diccionarios Espasa espaol-
portugus, portugus-espanhol, de Espasa (2000-2001); Grand Dictionnaire
espagnol-franais, franais-espagnol de Larousse (2003-2005); Diccionario
de la lengua espaola. Primaria, de Enciclopdia Catalana (2006).
Trabaja asimismo como editora, traductora y correctora de obras de
distinto gnero (libro de texto, libro infantil y juvenil, ficcin, no fic-
cin, medicina) para diversas editoriales, as como de documentos ins-
titucionales.
Junto con Silvia Senz, administra el e-boletn sobre lengua castella-
na y edicin Infoeditexto (RedIris), y es fundadora (2005) y coautora del
blog Addenda et Corrigenda.

Jos del Valle Codesal (Santiago de Compostela, Espaa, 1964) es


profesor de Lingstica Hispnica en el centro de estudios de posgrado
(Graduate Center) de la universidad pblica de Nueva York (City Uni-
versity of New York, cuny). Forma parte del profesorado del Programa
Doctoral de Lenguas y Literaturas Hispnicas y Luso-Brasileas y del
Programa Doctoral de Lingstica. Recibi el ttulo de licenciado en
1988 en la Universidade de Santiago de Compostela, el de master of arts
en 1990 en la University at Buffalo de la State University of New York
(suny) y el de philosophiae doctor en 1994 en la Georgetown University.
A raz de su trabajo doctoral en temas de lingstica sociohistrica
hispnica y teora del cambio lingstico public El trueque s/x en espaol
antiguo. Aproximaciones tericas (Max Niemeyer Verlag, 1996).

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Nmina de autores|633

Su trabajo en los ltimos aos se ha desarrollado en el campo de la


glotopoltica: ideologas lingsticas y polticas del lenguaje. Ha publi-
cado numerosas contribuciones y artculos en volmenes colectivos y en
revistas tales como Bulletin of Hispanic Studies, Debats, Hispanic Review,
Historiographia Linguistica, Language and Communication, Language Policy
y Quimera. Tambin ha publicado The Battle Over Spanish Between 1800
and 2000: Language Ideologies and Hispanic Intellectuals (coeditado con
Luis Gabriel-Stheeman; Routledge, 2002), libro que analiza la elabora-
cin lingstica de identidades nacionales y panhispnicas en Espaa y
Amrica Latina durante el perodo poscolonial. Una edicin en espaol
y ampliada de este libro, La batalla del idioma: la intelectualidad hispnica
ante la lengua, fue publicada en el 2004 por Vervuert/Iberoamericana,
sello en el que tambin ha aparecido su ltima obra en colaboracin,
La lengua, patria comn? Ideas e ideologas del espaol (2007), de la que es
editor y que recoge cuatro ensayos suyos.

Graciela Barrios Guida (Montevideo, Uruguay, 1955) se doctor en Le-


tras por la Universidad Nacional del Sur (Baha Blanca, Argentina) en el
ao 2000 y, actualmente es directora y profesora titular del Departamento
de Psicolingstica y Sociolingstica de la Facultad de Humanidades y
Ciencias de la Educacin de la Universidad de la Repblica (Montevideo).
Especializada en poltica lingstica, sociodialectologa del espaol y
lenguas en contacto, su labor investigadora se ha desarrollado en la direc-
cin de diversos proyectos sobre planificacin lingstica, hablas de fron-
tera, identidades etnolingsticas y lenguas migratorias en el Uruguay.
Ha participado, como (co)autora o compiladora, en numerosas publi-
caciones; entre las ms recientes: Polticas e identidades lingsticas en el Cono
Sur (en colaboracin con L. E. Behares; Montevideo: Universidad de la Re-
pblica/augm, 2006), Aspectos de la cultura italiana en el Uruguay (Monte-
video: Archivo General de la Nacin /cei /Societ Dante Alighieri, 2003)
y Minoras lingsticas y globalizacin: el caso de la Unin Europea y
el Mercosur (Revista Letras [Santa Mara]: 32, 11-25), y Repertorios
lingsticos, estndares minoritarios y planificacin: el purismo idiom-
tico en situaciones de contacto lingstico (en Y. Hipperdinger [comp.]:
Variedades y elecciones lingsticas, Baha Blanca: Ediuns, pp. 15-39, 2009).

Jos Martnez de Sousa (El Rosal [Pontevedra, Espaa], 1933) es ort-


grafo, tipgrafo, ortotipgrafo, biblilogo, lexicgrafo, escritor y confe-
renciante. Formado en artes grficas en Sevilla y titulado como cajista de
imprenta, en 1955 se orient hacia la prctica de la tipografa y la edicin.

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Ha trabajado en los peridicos Tele/Exprs y La Vanguardia y en las


editoriales Bruguera, Labor y Biblograf (hoy Larousse Editorial), todos
de Barcelona.
Ha sido presidente de la Asociacin Internacional de Bibliologa
(aib) (1998-2000) y actualmente es presidente de honor de la Asociacin
Espaola de Bibliologa (aeb).
Con el Diccionario de tipografa y del libro, en 1974 inici una inin-
terrumpida trayectoria como autor que le ha valido consideracin in-
ternacional como una de las mximas autoridades en bibliologa, tipo-
grafa, ortotipografa y ortografa del espaol. Por haberse convertido
en obras de referencia para el estudio bibliolgico y en guas bsicas
para la labor de escritores, redactores, traductores, editores, correctores,
lexicgrafos y periodistas, de entre sus libros sobresalen Diccionario de bi-
bliologa y ciencias afines, Diccionario de redaccin y estilo, Manual de edicin
y autoedicin, Diccionario de lexicografa prctica, Diccionario de usos y dudas
del espaol actual, Manual de estilo de la lengua espaola, Ortografa y
ortotipografa del espaol actual, Diccionario de uso de las maysculas y mins-
culas y Manual bsico de lexicografa, su ltima obra (2010). Con mayor o
menor reconocimiento explcito, los criterios contenidos en estas obras
han sido adoptados con posterioridad en libros de estilo de editoriales,
en diccionarios de dudas y en las obras ortogrficas de la Real Academia
Espaola y la Asociacin de Academias de la Lengua Espaola.

Mara Pozzi Pardo (Ciudad de Mxico, Estados Unidos Mexicanos, 1949)


es licenciada en Matemticas por la Universidad Nacional Autnoma de
Mxico (1971), maestra en Traduccin Automtica (1989) y doctora en
Lingstica Computacional (1992) por la Universidad de Manchester. Des-
de 1978 es profesora-investigadora de El Colegio de Mxico (Diccionario
del Espaol de Mxico, Programa para la Formacin de Traductores, Uni-
dad de Cmputo y Centro de Estudios Lingsticos y Literarios). Desde
1994 es responsable del proyecto del Banco de Terminologa de Mxico.
Es miembro de varias asociaciones internacionales de terminologa,
entre ellas la Red Iberoamericana de Terminologa (riterm), la Red Pan-
latina de Terminologa (Realiter) y el International Institute for Termi-
nology Research (iitf).
Desde 1994 representa a Mxico ante el Comit Tcnico iso/tc 37
Terminologa y otros recursos lingsticos y de contenido de la Organi-
zacin Internacional de Normalizacin (iso), donde coordina dos grupos
de trabajo y ha participado en la elaboracin de 16 normas internacio-
nales iso de terminologa.

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Ha publicado 38 artculos especializados y ha participado en la


elaboracin de una veintena de vocabularios y lxicos tcnicos espe-
cializados, entre los que destacan: Lxico panlatino de biotica, Lxico
panlatino de energa elica, Lxico panlatino del cambio climtico, Vocabu-
lario panlatino de hemodinamia, Vocabulario panlatino de informtica, Vo-
cabulario trilinge de la gestin de desechos nucleares, Vocabulario panlatino
de la gripe aviar y pandemia, Vocabulario bsico del genoma humano, Lxico
panlatino de comercio electrnico, Lxico panlatino de geomtica, Vocabulario
cuadrilinge de comercio electrnico, Vocabulario de telefona y comunicaciones
mviles, Diccionario bsico de libre comercio.
En 2006 recibi el Wster Special Prize por avances en terminologa
terica y aplicada.

Esther Forgas Berdet (Barcelona, Espaa, 1948) es licenciada en Fi-


lologa Hispnica (1975) y doctora en Filologa Romnica (1983) por la
Universitat de Barcelona. Catedrtica de Lengua Espaola de la Univer-
sitat Rovira i Virgili de Tarragona, ha dirigido y participado en varios
Proyectos de Investigacin (i+d) de carcter lexicogrfico y de anlisis
del discurso, y ha intervenido en Redes Temticas (aeci), en proyectos
europeos finaciados (Scrates-Lingua), en proyectos con Hispanoamrica
(Universidad de Comahue) y en una Accin Integrada Mediterrneo con la
Universidad de El Cairo (aeci).
Sus publicaciones en revistas especializadas y obras colectivas versan
sobre cuestiones que relacionan lengua, ideologa y sociedad. Algunas
de las ms recientes son La sensibilidad lingstica de Mara Moliner:
enunciacin y subjetividad en el due, 2003; Yo Jane, t Tarzn: es-
tudios de gnero, realidad y estereotipo ante el nuevo milenio, 2003;
Diccionario, cortesa y norma social, 2004; Lengua, gnero y norma
social, 2005; Un paso adelante: los fenmenos de subjetividad lin-
gstica en la ltima edicin del diccionario acadmico, 2006; El tra-
tamiento de los americanismos en el drae, 2006; Sociedad, poltica
y diccionario, 2006; Es el drae un manual de buenas costumbres?,
2007; Siguiendo pistas: la emergencia de las mujeres en el dicciona-
rio, 2009, y La imagen de las polticas en la prensa hispana: Sgolne
Royal y Hillary Clinton (Roma, 2010).
Asimismo, elabor conjuntamente un Informe encargado por la
Real Academia Espaola sobre el sexismo y el racismo en el Dicciona-
rio de la rae (drae), y ha publicado, tambin en colaboracin, Mujeres
y diccionarios: anlisis de la 22. edicin del drae (Madrid: Instituto de
la Mujer, 2004).

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Susana Rodrguez Barcia (Vigo, Espaa, 1977) es doctora en Filologa


Hispnica por la Universidad de Vigo con la tesis Diccionario y sociedad.
La presencia de ideologa en la historia de la lexicografa monolinge espaola
(1611-1899). Obtuvo el Premio Extraordinario de Doctorado durante
el curso acadmico 2004-2005 y fue galardonada con el Premio a la In-
vestigacin 2007 convocado por la Diputacin Provincial de Pontevedra.
Ha sido becaria de investigacin de la Xunta de Galicia entre 1999 y
2005 en el proyecto Bibliografa Temtica de la Historiografa Lingstica
Espaola. Fuentes secundarias y colaboradora entre el 2005 y el 2006 en
el proyecto de investigacin Terminologa cientfico-tcnica desarrollado en el
Centro Ramn Pieiro para la investigacin en Humanidades, en San-
tiago de Compostela.
Ha formado parte del equipo de redaccin de los diccionarios bilin-
ges espaol-galego, del diccionario de sinnimos y del diccionario en-
ciclopdico del Proxecto Sculo21, compuesto por la Editorial Galaxia,
Edicins do Cumio y Edicins do Castro. Adems, ha desarrollado parte
de su actividad profesional en el campo de la asesora lingstica, la tra-
duccin literaria y la correccin editorial.
Es autora de diversos artculos, libros, reseas y comunicaciones
sobre la relacin que mantienen ideologa y diccionario y sobre otras
cuestiones de carcter lingstico y sociolgico como la monografa La
realidad relativa. evolucin ideolgica en el trabajo lexicogrfico de la Real
Academia Espaola (1726-2006) (Vigo: Servizo de Publicacins da Uni-
versidade de Vigo, 2008).
Actualmente desarrolla su actividad profesional como profesora con-
tratada doctora en el Departamento de Lengua Espaola de la Univer-
sidad de Vigo y participa en el proyecto Bibliografa Cronolgica de la
Lingstica, la Gramtica y la Lexicografa del espaol (bicres iv), finan-
ciado por el Ministerio de Ciencia e Innovacin, que se desarrolla en la
Universidad Rey Juan Carlos de Madrid.

Maria Antnia Mart Antonn (Barcelona, Espaa, 1950) es profe-


sora titular de Lingstica en la Universitat de Barcelona. Se docto-
r en 1988 con una tesis sobre el anlisis morfolgico automtico. Ha
participado en diversos proyectos de la Unin Europea (Acquilex-I y
II y EuroWordNet) y ha dirigido y dirige proyectos nacionales de in-
vestigacin sobre ingeniera lingstica. Actualmente es investigadora
principal del proyecto Lang2World (tin2006-15265-C06), cuyo obje-
tivo es el desarrollo de recursos de tecnologa lingstica orientados al
tratamiento semntico de la informacin.

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Es miembro desde su fundacin de la Sociedad Espaola para el Pro-


cesamiento del Lenguaje, de la que fue presidenta durante el periodo
1990-1996. Ha dirigido desde el 2000 hasta el 2002 los Seminarios
de Tecnologa Lingstica que organiza la Fundacin Duques de Soria.
Desde 1998 dirige el grupo de investigacin clic, Centre de Llenguatge
i Computaci, de la Universitat de Barcelona, que forma parte de la
Xarxa-it (Red de Innovacin Tecnolgica) del Cidem y ha creado la spin-
off de tecnologa lingstica thera s.l.

Mariona Taul Delor (Barcelona, Espaa, 1966) es licenciada en Filolo-


ga Catalana y doctora en Filologa Romnica, especialidad de Lings-
tica Computacional, por la Universitat de Barcelona. Es profesora del
departamento de Lingstica General de la misma universidad desde
1999, primero como profesora asociada y actualmente como profesora
contratada. Adems, es miembro del grupo de investigacin clic (Cen-
tre de Llenguatge i Computaci, sgr-2005-00309) de la Universitat
de Barcelona. Ha participado en diversos proyectos, nacionales (Word-
Net del Espaol y Cataln, Lexesp, Rile, Petra, Xtract, Interlingua, 3lb,
cess-ece, DialCat, HistoCat, Lang2World) e internacionales (Acquilex,
Volem, Senseval-2 y 3, SemeVal-1), en los cuales ha desarrollado su acti-
vidad investigadora, relacionada con el campo de la tecnologa lings-
tica y, especialmente, con la semntica lxica, la lingstica de corpus y
el desarrollo de recursos de ingeniera lingstica.

Silvia Ramrez Gelbes (Buenos Aires, Argentina, 1959) es profesora ti-


tular de Sintaxis y Semntica y de Escritura y Gneros Discursivos en la
Universidad de San Andrs, profesora adjunta de Correccin de Estilo
en la Facultad de Filosofa y Letras (Universidad de Buenos Aires, uba),
profesora titular de Lengua Espaola III en el Instituto Lenguas Vivas,
docente del Taller de Escritura Acadmica en la Maestra en Defensa
Nacional y del Taller de Escritura Cientfica en el caicyt, adems de
coordinadora del Curso de espaol para extranjeros a distancia del sea-
de. Doctora en Lingstica y licenciada en Letras por la uba, tiene un ms-
ter por la Universidad Nacional de Educacin a Distancia (uned, Espaa).
Ha dictado cursos de escritura para el Ministerio de Trabajo, para Clarn,
para Dosuba, para Tzedak y para distintas instituciones nacionales y em-
presas privadas. Ha publicado artculos cientficos en revistas nacionales e
internacionales como la Romanische Forschungen, Estudios Filolgicos, Zeitschrift
fr Romanische Philologie, Analecta Malacitana o Espacios Nueva Serie, entre
otras. Es autora, adems, de Ortografiemos, publicado en el 2008 por Colihue.

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