Unifica Limpia y Fija - La Rae y Los PDF

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«Unifica, limpia y fija.» La rae


y los mitos del nacionalismo
lingüístico español
Juan Carlos Moreno Cabrera1

1. Introducción. Los mitos de la autoridad lingüística


de las academias

En este capítulo voy a analizar los fundamentos lingüísticos, míticos e


ideológicos de lo que se podría denominar autoridad unificadora y correc-
tiva de las academias de la lengua en general y de la rae en particular.
Voy a mostrar que la autoridad y prestigio popular de las academias
de la lengua están enraizados en uno de los mitos fundamentales de la
cultura occidental: el mito de la lengua perfecta2 y el carácter uni-
versal de esa lengua. Según ese mito, la lengua coloquial espontánea
está llena de imperfecciones e impurezas, pues está limitada gravemente
por la inmediatez, rapidez, informalidad e irreflexividad propias de las
actividades cotidianas. Para remediar esas imperfecciones hay que some-
terla a un proceso de elaboración purificadora que no sólo la libera de la
mayor parte de esas imperfecciones e impurezas, sino que la fija y la hace
universal o, al menos, universalizable. Esta creencia, basada en el mito
que acabo de mencionar, es uno de los pilares fundamentales en los que
se basa la autoridad lingüística de las academias de la lengua.
Sin embargo, las averiguaciones y descubrimientos de la ciencia lin-
güística contemporánea han puesto y siguen poniendo de manifiesto
que la visión del funcionamiento de las lenguas humanas en la que se
basa el mito de la lengua perfecta universal es profundamente errónea,
ya que no es capaz de dar cuenta de su verdadera naturaleza, desarrollo
y evaluación.
Por consiguiente, la autoridad lingüística de las academias de la len-
gua no sólo tiene entre sus fundamentos esenciales una serie de ideas
y conceptos míticos, sino que también carece de justificación estricta-
mente lingüística. La lingüística contemporánea no puede ser utilizada
para razonar y justificar científicamente dicha autoridad.

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Queda, pues, como único fundamento de la autoridad de las acade-


mias el predominio social de una determinada forma de lengua, asociada
con los estamentos política, cultural y económicamente dominantes de
las sociedades en las que ejercen su papel.
El proceso mediante el cual las clases hegemónicas imponen sus for-
mas de hablar como las únicas correctas o como modelos de corrección
y referencia es muy frecuente en la historia de las lenguas europeas mo-
dernas y se da tanto en los procesos de unificación lingüística como
en los procesos de creación, desarrollo e implantación de una lengua
estándar asociada a un Estado moderno. Así ocurrió, por ejemplo, con
el italiano en los siglos xvi y xix:

Es evidente que desde la Historia, los italianos del xvi propugnaban una lengua co-
mún cuya autoridad ante el conjunto estaba en su cristalización, mientras que, en el
xix, ante la realidad de la unidad política de la nación italiana, los ciudadanos lo que
sienten es la necesidad de su uso en la comunicación cotidiana y en la enseñanza. En
ambos momentos, sin embargo, aun respondiendo a dos concepciones diferentes de la
organización de la colectividad, es la atención a los planteamientos de las clases hege-
mónicas la que prepondera: en el xvi, la necesidad de una lengua de distinción; en el
xix, la necesidad de una lengua de extensión. [Gil Esteve y Rovira Soler, 1997: 17.]

En efecto, como observa Ralph Penny:


Los procesos en que consiste la normalización reflejan los diferentes grados de po-
der ejercidos por los distintos grupos sociales. Las variedades habladas por gru-
pos política y económicamente poderosos son las únicas con probabilidades de ser
seleccionadas como base de una lengua estándar. Asimismo, sólo tales grupos (o
individuos) son capaces de imponer codificaciones particulares de la lengua y de
asegurar que serán usadas en un número creciente de ámbitos. Del mismo modo,
sólo los poderosos pueden promover la aceptación de la norma emergente, ya que
únicamente ellos gozan de suficiente prestigio social como para provocar que otros
grupos sigan sus preferencias lingüísticas. [Penny, 2000: 295.]

El concepto de lengua culta escrita y hablada que manejan la rae y


las demás academias de la lengua y que, como vamos a ver, consideran
esencial para la definición de su labor unificadora y orientadora y para
la fundamentación de su autoridad en materia lingüística, tiene preci-
samente esta índole política. Así conciben precisamente Gil Esteve y
Rovira Soler la adopción de la norma culta italiana sobre la base de la
autoridad cultural de los grandes escritores de Italia:
Claro está que si en el inicio fue la auctoritas de los que la habían convertido en mo-
delo estético mediante su uso escrito (Dante, Petrarca, Boccaccio), en el siglo xvi
y el xix el uso escrito viene presidido conceptualmente por el de una determinada

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franja sociocultural que posee la fuerza económica y política. En ambos momen-


tos, se excluye la lengua no hegemónica de la praxis de poder en la unidad, y se le
atribuye la categoría de no culta. Porque cultura y hegemonía se identifican. [Gil
Esteve y Rovira Soler, 1997: 17.]

El concepto de lengua culta, por cuyo tamiz se pasan todas las conside-
raciones respecto de los modelos de uso lingüístico aconsejables —tal
como puede comprobarse, por ejemplo, en el Diccionario panhispánico de
dudas (en adelante, dpd05), cuya introducción analizaré en la sección
novena del presente capítulo— sirve de basamento principal de la auto-
ridad académica, que no es, por consiguiente, más que un ejemplo en el
terreno lingüístico del dominio de una clase o estamento privilegiado en
una sociedad dividida en clases sociales, tal como voy a ir desarrollando
en las páginas que siguen.
Dado que, en la actualidad, la labor de la rae, según se establece en
el propio ideario contemporáneo de esta institución, no está situada tanto
en el ámbito de la determinación de las normas del hablar y escribir co-
rrectamente, sino en otros ámbitos que voy a examinar en los apartados
siguientes de este trabajo, no parece aventurado afirmar que la idea de que
la principal tarea de la rae es establecer cómo debemos hablar y escribir
y hacernos ver y corregir los errores para evitar el deterioro de la lengua
española se ha convertido en un mito de amplia aceptación por parte del
público en general. Siguen muy extendidas las ideas de que la función
principal de la rae es establecer las reglas gramaticales del español co-
rrecto y de que debe actuar como un juez que dictamina si tal o cual uso
es o no correcto o adecuado. Por esa razón muchas personas se dirigen a
la docta institución para que indique si tal o cual palabra o expresión es o
no correcta o se usa de modo legítimo. Si esto no es cierto, es decir, si esta
institución no considera que esa es su función principal ni, posiblemente,
su cometido legítimo, entonces me siento autorizado a calificar esa idea
tan extendida de mito del pensamiento español contemporáneo.
Veamos la definición de mito que se proporciona en el diccionario
electrónico de la rae:

1. m. Narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por


personajes de carácter divino o heroico. Con frecuencia interpreta el origen del
mundo o grandes acontecimientos de la humanidad.
2. m. Historia ficticia o personaje literario o artístico que condensa alguna realidad
humana de significación universal.
3. m. Persona o cosa rodeada de extraordinaria estima.
4. m. Persona o cosa a las que se atribuyen cualidades o excelencias que no tienen,
o bien una realidad de la que carecen.

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La cuarta acepción es la más próxima al uso que tengo en mente al hablar


del mito de la autoridad normativa de la rae y de las demás academias de
Filipinas y de América. Ciertamente, de la rae y de las academias aso-
ciadas se puede predicar la tercera acepción. No cabe duda de que estas
instituciones son mitos en esa acepción, dado que puede mantenerse que
están rodeadas de extraordinaria estima, que disfrutan de una gran con-
sideración, respeto y admiración en el ámbito hispánico y, seguramente,
en muchos otros ámbitos culturales no hispánicos.
Sin duda, en el caso que nos ocupa, la condición de mito en la acepción
tercera podría anular la condición de mito en la acepción cuarta. Si las
academias gozan de un prestigio y autoridad en materia lingüística casi
universalmente reconocidos, entonces no debería ser mítica la idea de que
son estas instituciones las que deben establecer los usos correctos de la len-
gua española, la norma o las normas a las que se debe atener todo uso de la
lengua que pretenda o aspire a ser reconocido como correcto y culto.
Si estas instituciones, de acuerdo con la adaptación a los tiempos
actuales, insisten en la idea de que ellas no establecen las normas lin-
güísticas que determinan los usos correctos de la lengua española o, al
menos, que esa no es su función única, ni principal o, en otros casos, que
esa es una función totalmente ajena, entonces esa función normativa y
correctora formaría parte de un mito ampliamente reconocido y admi-
tido en la actualidad.
En la sección primera de este capítulo voy a mostrar dos cosas. Pri-
mero, que, en las versiones que da la propia rae sobre su función real
o primordial, no se ha eliminado la función normativa o prescriptiva
que determina los usos adecuados de la lengua española, sino que se
ha enmascarado de forma más o menos eficaz, al mantener que se trata
simplemente de sancionar los usos aceptados generalmente por la co-
munidad lingüística; según ello, la fuente normativa provendría de la
sociedad y no de las academias.
La norma […] no es algo decidido y arbitrariamente impuesto desde arriba: lo
que las Academias hacen es registrar el consenso de la comunidad de los hispano-
hablantes y declarar norma, en el sentido de regla, lo que estos han convertido en
hábito de corrección. [rae y Asale, 2005: xi; cursiva del original.]

Si esto fuera efectivamente así, la idea de que las academias deben de-
cir cómo hay que hablar y escribir sería un mito en la cuarta acepción
de esta definición. Pero mostraré a lo largo de las páginas que siguen
que, en la práctica, la creencia de que las academias deben especificar
cómo hay que hablar una determinada lengua sigue vigente tanto en su

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ideario como en la opinión pública, a pesar de las versiones edulcora-


das, que pretenden quitar importancia a esos aspectos prescriptivos o
enmascararlos.
En segundo lugar, intentaré mostrar, siguiendo las enseñanzas y ave-
riguaciones de la lingüística contemporánea, que la función prescriptiva
de toda institución cultural o política sobre el habla real de los ciudada-
nos constituye una utopía de realización imposible en términos estric-
tamente lingüísticos y, por consiguiente, que esa función prescriptiva
tiene carácter mítico, dado que atribuye a una institución una cualidad
que no tiene ni puede llegar a tener: la de influir en aspectos esenciales
del habla real de la comunidad en la que ejerce su autoridad, que tendría
que adecuarse de forma fiel a las normas fonéticas, léxicas, morfológicas,
sintácticas y semánticas dictaminadas por esa institución.
En la sección segunda de este trabajo voy a examinar el famoso lema
fundador de la rae «Limpia, fija y da esplendor». Analizo su significado
originario y la reinterpretación moderna del lema que aparece en el pró-
logo de la edición del año 1999 de la Ortografía académica. Mostraré que
se fundamenta en una ideología profundamente nacionalista que se pro-
yecta a un imperialismo cultural constituido ideológicamente en torno al
concepto de panhispanismo. La nueva interpretación viene dada por el
lema renovado «Unifica, limpia y fija», en donde aparece un concepto de
unificación cuya base nacionalista inmediata está en la indisoluble unidad
de la nación española que consta en el artículo segundo de la Constitución
de 1978. La insistencia en la unidad de la lengua surge, en mi opinión,
de esta visión nacionalista de la nación española, pero proyectada a todo el
ámbito hispánico, en el terreno lingüístico y en buena medida cultural y
económico, dado que en el político esto ya no es posible.
En la sección tercera analizo los fundamentos míticos de la lengua
estándar y del habla culta. Esos fundamentos míticos se encuentran en
el ideal de la lengua perfecta. Hago una descripción detallada de ese
ideal y luego muestro cómo el concepto de lengua estándar escrita culta
en su propuesta inicial, elaboración e implantación está basado y justi-
ficado en gran parte por ese ideal de la lengua perfecta. También argu-
mento que esas variedades estándares escritas presentan características
opuestas, y aun incompatibles, con las de las lenguas naturales espon-
táneas omnipresentes en todas las comunidades humanas conocidas y
que han sido desarrolladas de modo espontáneo a lo largo de decenas de
miles de años de evolución de la humanidad. Por esa razón, las lenguas
estándares escritas cultas nunca podrán sustituir a las lenguas naturales
espontáneas sobre cuya base se elaboran.

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En la sección cuarta analizo el mito de la imperfección y la degenera-


ción de la lengua vulgar, en el que se basa gran parte de la justificación
de la autoridad correctiva o preceptiva de las academias o de institucio-
nes similares. Hago referencia al hecho establecido de que la lingüística
moderna no da ningún atisbo de verosimilitud a esta idea y describo
brevemente las raíces históricas próximas de este mito fundamental,
cuyo origen puede situarse en la Grecia antigua y cuya formulación mo-
derna puede asociarse a la escuela de Alejandría. Aunque, precisamente,
voy a mostrar también que en la Antigua Grecia encontramos las pri-
meras afirmaciones de dignificación de la lengua vulgar, como auténtico
exponente de la capacidad lingüística humana natural, que puede aso-
ciarse a la escuela de Pérgamo (Arens, 1975: 37; Matthews, 1994: 61).
En esta misma línea podemos considerar la obra de Dante Alighieri De
Vulgari Eloquentia, escrita a principios del siglo xiv, algunos de cuyos
revolucionarios postulados fundamentales expongo y explico.
En la sección quinta ilustro de modo didáctico lo absurdo de la idea
de considerar la lengua vulgar espontánea como una desviación o dege-
neración de la lengua culta y explico con detenimiento un símil de arte
escultórico, que servirá para una mejor comprensión y valoración del
habla vulgar espontánea, sobre cuya devaluación se fundamenta buena
parte de la autoridad lingüística de instituciones como las academias.
Luego, ilustro mediante sencillos ejemplos lingüísticos concretos las
conclusiones principales que hemos de extraer del símil en cuestión.
En la sección sexta analizo la importancia que ha tenido el concepto
de lengua estándar para el desarrollo de la filología y de la lingüística.
Muestro que una de las diferencias esenciales entre la lingüística antigua
y la moderna es que la primera se centraba casi exclusivamente en la
lengua escrita normativa y tomaba esta lengua como punto de referencia
de todas las demás manifestaciones del lenguaje humano. La segunda, es
decir, la lingüística moderna, parte de que el objeto primario de estudio
que ha de tomarse como referencia para la investigación de todas las
manifestaciones de la capacidad lingüística humana, es la lengua oral
espontánea tal cual es utilizada por la gente en situaciones informales y
cotidianas en las que no existe presión alguna para hablar bien y en las
que la autoconciencia lingüística esta poco o nada activa. Esto debería
haber supuesto una gran revolución en la ciencia lingüística, pero, en
realidad, ha ocurrido que la tradición de la lingüística antigua, basada
en los métodos filológicos, es tan fuerte que la lingüística contemporá-
nea sigue usando muchos conceptos y puntos de vista heredados directa-
mente de la tradición gramatical basada en la lengua escrita normativa.

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En la sección séptima explico los procesos de evolución lingüística


histórica que hacen que las lenguas vayan cambiando y diversificándose
con el tiempo y con la actuación de las leyes de cambio lingüístico.
Estas leyes son naturales y regulan el funcionamiento espontáneo de las
lenguas y son las que hacen posible que el anglosajón del siglo vi y el
inglés actual sean lenguas muy distintas, o que el castellano del siglo xii
sea muy distinto del castellano actual. El enfoque preceptivista y nor-
mativista del cambio lingüístico ha consistido en ver ese cambio como
una especie de degeneración o corrupción continua de unos modelos de
lengua de carácter literario o culto.3 Voy a mostrar que algunos de los
usos censurados por la rae y las demás academias son exactamente de
la misma naturaleza que los que se producen a través de las inexorables
leyes del cambio lingüístico y voy a concluir que las prohibiciones o
advertencias correspondientes carecen de toda justificación lingüísti-
ca. También mostraré que fenómenos marginales y poco importantes
se convierten en normativos simplemente porque están generalizados
en los estamentos sociales considerados cultos. De esta manera, la ac-
tuación normal y habitual de las leyes de cambio lingüístico se ve, en
muchos casos, como causante de errores que hay que evitar, mientras
que algunos errores esporádicos y no sistemáticos, ni debidos tampoco a
las leyes naturales de cambio lingüístico, pero generalizados en las capas
cultas de la población, se adoptan sin reservas como normativos.
En la sección octava, analizo brevemente la influencia que ejerce el
mito de la lengua universal en las novísimas concepciones panhispá-
nicas de las academias. En esas concepciones se nos quiere hacer pasar
una lengua estándar normativa basada principalmente en una variedad
concreta de España, la castellana central, como una lengua panhispánica,
válida como referencia única y correcta en todo el ámbito hispánico. Esta
cuestión es analizada con más detalle en mi libro El nacionalismo lingüístico
(Moreno Cabrera, 2008b, cap. x) y en otros capítulos de la presente obra.4
La sección novena es una reflexión sobre algunas de las cosas que
hacen las academias y sobre otras que, en mi opinión como lingüista
comprometido con la diversidad lingüística, deberían hacer. Primero
hago un breve repaso de lo que la rae ha producido a lo largo de su di-
latada trayectoria y concluyo que esta institución no ha cumplido satis-
factoriamente algunos de sus objetivos fundamentales. A continuación,
analizo con detenimiento el prólogo y la introducción del Diccionario
panhispánico de dudas que puede considerarse un manifiesto quintaesen-
ciado del nuevo giro panhispánico de la docta institución, en el que se
reflejan algunos de los elementos fundamentales de su ideario. Hago

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un análisis crítico del concepto de norma tal como aparece definido y


fundamentado en la introducción al dpd05. Al final de esta sección
enumero de forma lacónica algunas de las cosas que tendrían que ha-
cer instituciones como la rae en defensa de la diversidad lingüística.
El artículo termina con una décima y última sección, que hace un resu-
men de algunas de las cuestiones analizadas en las secciones anteriores,
en especial de los mitos fundamentales del nacionalismo lingüístico
español, y que enuncia las principales conclusiones que cabe extraer de
lo visto a lo largo de las secciones anteriores.

2. El lema fundacional de la rae: del crisol de la purificación


al crisol de la unificación

Voy a comenzar esta sección con el análisis del lema funcional de la rae, el
famoso «Limpia, fija y da esplendor» y su reinterpretación contemporánea.
Según relata Zamora Vicente (1999: 26), el 13 de marzo de 1715, el Mar-
qués de Villena encargó a los académicos que aportaran propuestas para el
lema de la rae. A mediados del mes de abril, se eligió lema definitivo: un
crisol en el fuego con la leyenda «Limpia, fija y da esplendor», al parecer,
original de don José Solís, conde de Saldueña y duque de Montellano.

Figura 1. Emblema y lema fudacionales de la rae

Según nos aclara Zamora Vicente, la interpretación que se dio a este


lema es la siguiente:

Dice que el lema alude a que «en el metal se representan las voces, y, en el fuego, el
trabajo de la Academia, que, reduciéndolas al crisol de su examen, las limpia, purifica
y da esplendor, quedando solo la operación de fijar, que únicamente se consigue apar-
tando de las llamas el crisol y las voces del examen». [Zamora Vicente, 1999: 27.]

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Esta metáfora del crisol en el que, mediante el fuego de la actividad de la


rae, se limpian las palabras y se les da esplendor, para luego dejar que se
fijen al enfriarse, es realmente interesante porque aparecen ya algunos ele-
mentos que pueden ilustrar el mito de la autoridad de la Academia que in-
tento desvelar en estas páginas. Uno de ellos está constituido por las llamas:

El fuego, identificado con la divinidad latina Vulcano, puede ocultar de forma


críptica distintas realidades. […] Como ya advertimos, las llamas purifican con
su calor el contenido del crisol y convierten esa materia heterogénea inicial en una
realidad lingüística sometida a los efectos de la curación inicial a través de la pana-
cea o remedio que libra al español del empobrecimiento y la corrupción. Por tanto
las llamas, es decir, el fuego, constituyen el verdadero símbolo de la institución
académica. [Rodríguez Barcia, 2008: 45.]

El crisol y las llamas me sugieren otro símil relacionado conceptualmen-


te que, en mi opinión, sirve para expresar mejor la naturaleza mítica
del ideario de las academias. Este símil se basa en la epopeya de los
nibelungos, magistralmente llevada a la ópera por Richard Wagner. El
enano nibelungo Mime intenta recomponer la espada Notung a partir de
los fragmentos que se conservan de ella, sin conseguirlo. El héroe Sigfri-
do prepara y lima los fragmentos, los funde en un crisol y reconstruye
la mítica espada, con la que parte el yunque en dos y mata al dragón
Fafner. El enano Mime representa el vulgo, que no logra, a pesar de
sus esfuerzos, limar y unir los fragmentos del idioma (la espada), y el
héroe Sigfrido simboliza la labor de los académicos —representantes
cualificados de los hablantes cultos, que establecen un modelo de co-
rrección idiomática—, ya que consigue arreglar y limar las asperezas de
los fragmentos del idioma (la espada) para reconstruir una lengua fija y
unificada que puede usarse como un instrumento robusto, contundente
e irrompible, de gran pureza, brillo y resistencia.
Este símil ilustra mejor los fundamentos míticos del ideario de las
academias, porque hace evidente la contraposición entre el habla incul-
ta, representada por Mime, y el habla culta, representada por Sigfrido.
Más adelante veremos que esta oposición es absolutamente esencial para
entender y valorar en su justa medida esos fundamentos míticos e ideo-
lógicos que cimentan, entre gran parte de la opinión pública, la autori-
dad lingüística de estas instituciones.
Fuera de este enfoque simbólico, D. Fries (1984) interpreta de la
siguiente manera el lema académico:

Originariamente, el cuidado de la lengua comprendía para la Academia española


dos amplios ámbitos de actuación: 1) una actuación sobre la propia lengua en for-

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ma de una «limpieza» y estabilización expresada en el lema a través de «limpia» y


«fija»; 2) un «cuidado de la imagen» realizado con los ojos dirigidos al extranjero,
que se corresponde con la expresión «da esplendor» del lema. [Fries, 1984: 42-43;
subrayado y comillas de la autora.]

Ambos aspectos, nacional e internacional, siguen vivos hoy en día en


las nuevas formulaciones de los cometidos académicos que vamos a ver
ahora mismo y en la sección 8 de este capítulo.
En el prólogo de la ortografía compuesta en 1999 por la rae junto
con las demás academias de la lengua española se expresa que, con los
nuevos tiempos, se ha cambiado el objetivo prioritario de la rae, lo cual
supone una reinterpretación del lema fundacional:

La Real Academia Española ha elevado a la categoría de objetivo prioritario en los


estatutos vigentes el de «velar porque los cambios que experimente la lengua espa-
ñola en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la
esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico». Quiere esto decir que
nuestro viejo lema fundacional, «limpia, fija y da esplendor», ha de leerse ahora,
más cabalmente, como «unifica, limpia y fija» y que esa tarea la compartimos, en
mutua colaboración, con las veintiuna Academias de la Lengua Española restantes,
las de todos los países donde se habla español como lengua propia. [rae, 1999: xv.]

Podemos preguntarnos cuáles son las bases de este cambio de enfoque.


Tal cambio tiene que ver con el nuevo concepto de panhispanismo (J. del
Valle, 2007c) que supone una puesta al día de la ideología fundadora
de la rae, basada en el reconocimiento y preservación de una unidad
cultural y lingüística entre la metrópoli y sus antiguas colonias, que va
mucho más allá de la unidad política, y en la idea de que es la rae la ins-
titución que ha de llevar el papel dirigente en esa labor de preservación
de la unidad. Esta idea de liderazgo de la rae apareció explícitamente
mencionada en el artículo segundo de los estatutos de 1951, que espe-
cifican lo siguiente:

Art. 2.º Las Academias Correspondientes de la Real Academia Española reconocen


que esta es, por derecho propio, la llamada a dirigir esta labor colectiva de defensa
y promoción del idioma castellano. [Zamora Vicente, 1999: 356.]

Esta propuesta de la rae como directora de los empeños de manteni-


miento de la unidad de la lengua española está íntimamente unida con
la interpretación de lengua española como lengua castellana, que aparece de
modo revelador en esta versión de los estatutos de 1951. Es decir, este
papel dirigente por derecho propio de la rae está fundamentado en una

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interpretación estrecha del concepto de lengua española: aquel que tiene


como basamento fundamental las variedades castellanas peninsulares
centrales.
Es bien sabido que bajo la etiqueta de lengua española se incluyen, de
forma razonable, muchas variedades lingüísticas diferentes tanto en España
como en América. Esto se hace así porque se estima que, entre todas esas
variedades lingüísticas, hay una evidente, palpable y demostrable afinidad
lingüística. Ahora bien, esa afinidad no puede estar representada o encar-
nada en ninguna de las variedades concretas, ni siquiera en la variedad cas-
tellana central. A pesar de ello, es crucial para la justificación del liderazgo
de la rae que esta variedad lingüística castellana sea precisamente la más
relevante o decisiva como estandarte del mantenimiento de dicha unidad.
Por ello, sin decirlo explícitamente, se presenta el dialecto castellano culto
moderno, en el que se basa la norma lingüística peninsular, como un ele-
mento esencial para mantener la unidad de toda la lengua española en la
Península y en América. Por ello, en la ortografía de la rae del año 1999,
en cuyo prólogo hemos visto que figura como prioritaria la empresa de la
preservación de la unidad, subyace la idea de que el castellano peninsular
central ocupa un lugar primordial—lo cual sigue justificando el papel di-
rigente de la rae— respecto de las demás variedades. Esto explica por qué,
por ejemplo, al indicar la pronunciación de la letra z (rae, 1999: 15) se des-
cribe de forma prominente la pronunciación castellana peninsular central
(como sonido fricativo interdental sordo) y sólo como observación final se
señala escuetamente: «En zonas de seseo representa el sonido correspon-
diente a s» (rae, 1999: 15). Como afirmo en otro lugar (Moreno Cabrera,
2008b: 136-138), si realmente se persigue promover, defender y potenciar
la unidad de la lengua española habría que hacer énfasis precisamente en
uno de los rasgos abrumadoramente mayoritarios de las diversas variedades
de español, que es la pronunciación de z como s. La pronunciación castella-
na peninsular central y norteña de z es minoritaria en el ámbito hispánico,
pero es precisamente la que se adopta en el español estándar normativo
peninsular, basado, como he dicho antes, en la variedad castellana penin-
sular norcentral. Por consiguiente, en todo caso habría que mencionar esa
pronunciación castellana al final del párrafo dedicado a la letra z como res-
tringida a ciertas zonas bien delimitadas y afirmar al principio que la letra
z se pronuncia igual que la letra s en el mundo hispánico.
Esta actitud no es exclusiva de la rae, ya que está firmemente im-
plantada en el sistema educativo y universitario, y además se extiende a
todos los ámbitos de la gramática, tal como señalan muy acertadamente
Bosque y Gutiérrez Rexach en los siguientes términos:

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En España se produce a menudo una paradoja raramente advertida: es habitual ex-


plicar «el español de América» en los cursos universitarios de dialectología, mientras
que «el español de España» se desarrolla en las demás asignaturas (sintaxis, morfolo-
gía, fonología). Lo cierto es que algunas de las variantes que se estudian en esos cur-
sos de dialectología son mayoritarias en la lengua española, incluso en los registros
formales. Al presentarlas en dichos cursos como «variantes dialectales» se interpretan
indirectamente como opciones marcadas, frente a otras variantes de «lengua general»
que resultan ser, en cambio, minoritarias. [Bosque y Gutiérrez-Rexach, 2009: 41.]

A continuación, los autores citados mencionan construcciones como fue


por eso que ocurrió el accidente, que ejemplifica la construcción mayoritaria
en el ámbito hispánico frente a la forma estándar peninsular fue por eso
por lo que ocurrió el accidente. Siguiendo a estos autores, no tiene justifica-
ción estudiar la primera construcción (la dominante en América) en la
clase de dialectología y la segunda (la dominante en España) en la clase
de gramática española; y tiene menos justificación aún mantener que la
construcción americana es incorrecta o menos correcta que la peninsular,
tal como se hace en el dpd05 (rae y Asale, 2005: 543)
Sería, pues, necesario reconocer que si hay que hacer referencia a
formas dialectales de ámbito geográfico restringido, entre éstas tienen
necesariamente que estar algunas de las expresiones, palabras y sonidos
característicos del español estándar peninsular. Ahora bien, este reco-
nocimiento es claramente incompatible con la idea de que el castellano
estándar peninsular es la variedad que ha de encabezar la unidad de la
lengua española que, como digo, es imprescindible para justificar el
liderazgo que la rae se asigna, reclamando un derecho propio, en los
novísimos esfuerzos unificadores.
Antes señalaba que la afinidad lingüística de las diversas variedades
y modalidades del español no puede estar encarnada por una variedad
particular, que sería una especie de compendio completo y exclusivo de
esa afinidad. No hay ninguna variedad del español que contenga en sí
misma todo aquello que es común a todas las variedades de esta lengua.
Por supuesto, el estándar normativo peninsular, con su base claramente
castellanista central, no puede ser esa variedad que presenta solo los ras-
gos comunes a todas las variedades. Como tampoco puede serlo ningún
estándar americano. Por tanto, es un hecho que no se puede presentar
ninguna variedad escrita o hablada del español como encarnación más o
menos pura de esa unidad. Por ello las lenguas estándares, que a menudo
se nos presentan como expresión de la unidad de la lengua española, no
constituyen la expresión de esa unidad lingüística. La unidad lingüística
tampoco consiste en que todos los hablantes aspiren a hablar tal como
dictan determinadas normativas lingüísticas: ello es un deseo más que

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Juan Carlos Moreno Cabrera  |  169

una realidad tangible. En última instancia, el concepto de lengua unitaria


no es más que un caso concreto del mito de la lengua universal, al que
me referiré en la sección tercera de este capítulo, y el concepto de panhis-
panismo que se concreta en una ortografía, un diccionario y una sintaxis
panhispánicas, en la línea de los nuevos esfuerzos académicos, se basa
claramente en ese mito de la lengua universal de un amplísimo ámbito
geográfico, tal como explico en la sección octava del presente capítulo.
En última instancia, esta insistencia en la preservación de la unidad
se basa en una serie de:

[…] estrategias de autolegitimación utilizadas por la Real Academia Española


(rae) en sus esfuerzos por elaborar, a través del sistema lingüístico-ideológico que
he venido llamando hispanofonía, un nuevo imaginario colectivo para la comunidad
hispanohablante. [J. del Valle, 2007b: 82.]

Como sostiene del Valle, por otro lado, es necesario disociarse del co-
lonialismo del pasado para que la docta institución pueda adquirir una
legitimación cultural de fundamentación lingüística basada en los cri-
terios de la sociedad moderna, que ha sido en alguna ocasión bautizada
como hispanofonía:

La tesis que aquí defiendo es que, ante la posibilidad de que este panorama sea
percibido o construido como neocolonial (interpretación que de hecho ha surgido
en múltiples ocasiones), estas instituciones aspiran a conceptualizar y presentar
públicamente la presencia de España en sus antiguas colonias como un hecho na-
tural y legítimo y han promovido decididamente la elaboración de una ideología
lingüística que he llamado hispanofonía. [J. del Valle, 2007b: 96.]

En este punto, para entender el pensamiento que subyace a su política


de actuación y a su renovado enfoque panhispánico, es importante rela-
cionar la autoridad lingüística que emana directamente de instituciones
como la rae con una ideología más amplia en la que se fundamenta esta
autoridad: el nacionalismo lingüístico español (Moreno Cabrera, 2007
y 2008b). En la ideología nacionalista, la lengua y la nación van inex-
tricablemente unidas y no se pueden separar sin correr el riesgo de no
entender adecuadamente su funcionamiento.
Es necesario definir y delimitar aquí brevemente los conceptos de
nacionalismo y nacionalismo lingüístico, dado que ambos son ha-
bitualmente sometidos a muchas tergiversaciones y confusiones inte-
resadas, que hacen muy difícil un uso coherente y utilizable de estas
etiquetas. Estos usos dan lugar a innumerables prejuicios que impiden
o dificultan un tratamiento racional de estas cuestiones.

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170  |  El dardo en la Academia

Para clarificar las ideas podemos partir de las definiciones de nacio-


nalismo que aparecen en la vigésima primera edición del Diccionario de la
lengua española de la rae (drae92):

Nacionalismo
1. m. Apego de los naturales de una nación a ella y a cuanto le pertenece.
2. m. Doctrina que exalta en todos los órdenes la personalidad nacional completa,
o lo que reputan como tal sus partidarios.
3. m. Aspiración o tendencia de un pueblo o raza a constituirse en Estado autóno-
mo. [rae, 1992: 1423.]

La primera acepción no es de uso muy habitual y se refiere a los sen-


timientos que tienen respecto de su nación o patria las personas que
se sienten pertenecientes a ella. Nos interesan sobre todo la segunda y
tercera acepciones, que son las más habituales y las que dan lugar a más
manipulaciones y confusiones. La segunda acepción hace referencia a
una doctrina que va dirigida a la exaltación en todos los órdenes de la
personalidad o esencia de una nación. Ésta es, precisamente, la acepción
más habitual en el uso común. La tercera acepción alude de forma más
o menos explícita a un derecho fundamental de todos los pueblos o na-
ciones: el derecho a la autodeterminación, que puede llevar, según los
casos, a la independencia política.
Una de las virtudes de esta definición de nacionalismo está precisa-
mente en la separación entre este derecho fundamental, que unas na-
ciones han podido ejercer y otras no, y las doctrinas o ideologías que se
fundamentan en la exaltación nacional en todos los ámbitos, que suelen
conducir al etnocentrismo más radical y egoísta y que pueden ser utili-
zadas para justificar las tropelías y excesos más execrables que se puedan
imaginar. El derecho a la autodeterminación y la exaltación nacional son
cosas totalmente independientes y que, como vamos a ver a continua-
ción, no tienen por qué estar esencialmente relacionadas. Una de las ma-
nipulaciones más habituales que se pueden observar en el uso común de
este concepto es el de relacionar con un credo nacionalista radical las as-
piraciones legítimas de poder ejercer su derecho a la autodeterminación
por parte de los pueblos que hasta ahora se han visto imposibilitados de
hacerlo. Es decir, se intenta confundir la exigencia de un derecho legíti-
mo de toda nación o pueblo, con un tipo de credo absolutista y radical
para, de ese modo, deslegitimar esa exigencia. Quienes propugnan esa
confusión son normalmente los ideólogos pertenecientes a naciones que
han podido ejercer ese derecho y que han podido mantenerlo mediante
mecanismos políticos, militares o económicos. Estos ideólogos suelen

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razonar habitualmente desde un credo nacionalista radical excluyente


(la segunda acepción del concepto de nacionalismo) que se basa en la exal-
tación de la nación propia y en el desprecio y el insulto a la nación que
pide ejercer ese derecho, a la que a menudo incluso se le niega la condi-
ción de tal. Por otro lado, el discurso de dichos ideólogos se presenta a
sí mismo, a pesar de una clara exaltación de la propia nación, como no
nacionalista y se tacha de tal el discurso de quienes defienden con todo
derecho y justicia el ejercicio de la autodeterminación.
Es muy revelador que, en la versión electrónica5 de la vigésima se-
gunda edición de este diccionario (edición vigente, del 2001), se hayan
producido algunos cambios en estas definiciones. La segunda y la tercera
acepción han sido convenientemente atenuadas para intentar ocultar la
importante diferenciación conceptual que acabo de ilustrar. Respecto
de la segunda acepción se sustituye doctrina por ideología y no se habla de
exaltación sino de atribución de una entidad propia y diferenciada:

2. m. Ideología que atribuye entidad propia y diferenciada a un territorio y a sus


ciudadanos, y en la que se fundan aspiraciones políticas muy diversas.

En la tercera acepción, para evitar una referencia directa al derecho de


autodeterminación, se habla de una cierta independencia. Dice así:

3. m. Aspiración o tendencia de un pueblo o raza a tener una cierta independencia


en sus órganos rectores.

Esta modificación de las acepciones parece ir dirigida claramente, no


tanto a la modernización del diccionario, sino a la necesidad política de
eliminar cualquier expresión que pueda llevar a poner sobre la mesa el
derecho de la autodeterminación de las naciones integradas en este mo-
mento en el Estado español. Es necesario señalar que hay una propuesta
de enmienda de esta definición para la próxima edición (23.ª ed.) del
drae, en la cual se estipula lo siguiente:

2. m. Ideología de un pueblo que, afirmando su naturaleza de nación, aspira a


constituirse como Estado.

En esta enmienda se vuelve a una definición del nacionalismo más acor-


de con el reconocimiento del derecho a la autodeterminación. Cabe pre-
guntarse a qué se debe este vaivén en las definiciones; probablemen-
te, no a criterios estrictamente lexicográficos, sino más bien a criterios
ideológicos.

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Este cambio —al parecer provisional (en caso de que fructifique esa
enmienda)— en una de las acepciones del término nacionalismo, no es
más, a mi entender, que un botón de muestra, sutil pero revelador, del
tipo de ideología que predomina en las publicaciones de la rae, cuyos
fundamentos doctrinales se basan en un claro y contundente nacionalis-
mo españolista, como vamos a ver a continuación.
Un aspecto fundamental del nacionalismo español está claramente
enunciado en el artículo 2 de la Constitución española de 1978:

Artículo 2.
La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria
común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autono-
mía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.[6]

El concepto nacionalista clave aquí es el de unidad de la Nación española


desde la cual se enfocan las autonomías de las nacionalidades y regiones
que integran esa nación. Eso significa que la separación o disgregación
de las nacionalidades de esa nación (escrita con mayúsculas) supondría su
disolución, por lo que se atentaría contra sus esencias propias. Esta formu-
lación de la nación española va claramente dirigida a impedir el recono-
cimiento del derecho a la autodeterminación de las naciones que forman
parte del Estado español, tal como afirma X. Bastida Freixedo (2007):

Tras lo dicho ha de quedar claro que en el artículo 2 no hay lugar ni para la libertad
colectiva, ni para la democracia. Sería posible hablar de verdadera «patria común»
si se hubiese establecido un procedimiento en el que las partes nacionales que son
reconocidas por la misma Constitución pudiesen expresar su voluntad libérrima
de pertenencia al todo nacional. Nos referimos al derecho de autodeterminación,
expresamente planteado por Euskadiko Ezkerra en el debate constitucional y re-
chazado de manera igualmente expresa por el resto de la cámara. [Bastida Freixedo,
2007: 146; comillas del autor.]

Este autor, además, hace notar en el trabajo citado que la redacción de


este artículo fue con toda probabilidad impuesta por los elementos fran-
quistas de la cúpula militar:

Así las cosas, tenemos que el artículo 2 de la Constitución es el producto de una


imposición extraparlamentaria, casi con toda seguridad de proveniencia militar.
[Bastida Freixedo, 2007: 122.]

Todo esto no ha impedido que este artículo segundo goce de forma ge-
neralizada de un consenso y de un prestigio totalmente ajenos a su au-
téntica naturaleza antidemocrática:

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No obstante, la opinión de la doctrina dominante es otra y, desde luego, lo es tam-


bién el punto de partida de nuestros patriotas de la Constitución, que hablan sin
rubor del artículo 2 como «un gran pacto histórico de la transición democrática» que
muestra «la voluntad de todos para encontrar un marco en el que podamos sentirnos
razonablemente cómodos». [Bastida Freixedo, 2007: 146-147, comillas del autor.]

Como vemos, el carácter no democrático de este aspecto del texto cons-


titucional no es óbice para que en la sociedad española actual muchos
consideren que este artículo se adecua perfectamente al régimen demo-
crático en el que se consideran inmersos. Como vamos a ver en estas
páginas, la autoridad normativa de las academias también se basa en
unos presupuestos que no están justificados lingüísticamente, sino sólo
ideológicamente, por más que se diga que lo que se pretende es que se
ejerza esa autoridad para que no se desvirtúe o deteriore la esencia de la
lengua nacional desde el punto de vista estrictamente lingüístico.
El nacionalismo lingüístico ha de verse como un aspecto concreto de
esa exaltación en todos los órdenes de la personalidad nacional, focaliza-
da en la lengua; en este sentido, la autoridad de la rae surge del papel
de guardián de las esencias de la lengua española, que van paralelas a las
esencias de la nación española.7
El mantenimiento de la unidad lingüística de la lengua española, que,
como vamos a ver ahora mismo, es un elemento fundamental de la ideo-
logía de la rae, está, en mi opinión, directamente relacionado con esta
ideología nacionalista española según la cual la variedad central castellana
es la lengua española por antonomasia, tal como figura en el escrito que la
rae elevó a las Cortes en 1978 (Moreno Cabrera, 2008b: 93-95, y Moreno
Cabrera, 2008c, sección 3).8 En efecto, la rae propuso, sin éxito, que se aña-
diera el siguiente párrafo en el título 1 del artículo 3 de la Constitución:
Entre todas las lenguas de España, el castellano recibe la denominación de «espa-
ñol» o «lengua española», como idioma común a toda la Nación.

La docta institución insiste en que la lengua castellana ha de ser deno-


minada como lengua española por antonomasia. Esta observación supone
la introducción de una jerarquía dentro de la españolidad. La lengua
castellana es la esencialmente española, la representativa más legítima
de la españolidad. Eso hace que las demás lenguas españolas se vean
situadas en un nivel de inferioridad respecto de esta propiedad. Ello
significa, entonces, que hay una lengua mucho más española que las
demás: el castellano y que las demás lo son en un grado menor.
La ideología que está detrás de esta observación se puede calificar, sin
duda alguna, de nacionalista, pues hay una clara exaltación del español

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estándar peninsular (basado en el dialecto de Castilla) como elemento


esencial de la españolidad que tiene importantes implicaciones tanto
para las demás variantes del castellano en la Península como para las
distintas lenguas que conviven con ellas en ese ámbito geográfico:
Se pueden apreciar dos vertientes del término lengua española. En la primera ver-
tiente se dice que el español es la lengua castellana; es decir, el español se basa en el
castellano de Castilla, dado que, según lo visto antes, no se piensa en otro dialecto
como el murciano, el extremeño, el andaluz o el canario cuando se habla de lengua
castellana a secas. En la segunda vertiente, se dice que este español (registro culto
del castellano moderno) es la lengua de España por antonomasia, siendo las demás
lenguas de España, lenguas españolas de segundo orden. Dicho de otro modo, el es-
pañol es el castellano por antonomasia (es decir, el castellano de Castilla) y el espa-
ñol es además la lengua española por antonomasia (las demás lenguas de España no
lo son). Todo esto es suficiente para caracterizar el nacionalismo lingüístico español
como retrógrado (el castellano tradicional es la norma indiscutible) y excluyente
(el castellano es la única lengua realmente española; las demás están en un segundo
plano dentro de la españolidad). [Moreno Cabrera, 2008b: 94-95.]

Es interesante considerar ahora el punto sexto de ese mismo escrito ele-


vado a las Cortes por la rae. Puede leerse a continuación:
Designar exclusivamente como castellano el idioma común de España e Hispa-
noamérica implica reducir abusivamente la realidad que español y lengua española
significan. Porque el castellano es la lengua surgida por evolución del latín en un
cierto territorio de la Península, que, al extenderse, en un secular proceso de difu-
sión para implantarse en su ámbito actual, fue transformándose y enriqueciéndose
paulatinamente con multitud de elementos no castellanos: árabes, vascos, catala-
nes, aragoneses, leoneses, gallegos, canarios y, muy en espacial, hispanoamerica-
nos, etc. De tal manera que, científicamente, el castellano, como modo de hablar
propio de su viejo solar, es hoy un dialecto del español. A la constitución de este
han contribuido generaciones de hablantes castellanos y no castellanos. Solo por
costumbre, consagrada por el Diccionario, se llama al español con el término caste-
llano. Pero sería abusivo que este último nombre desplazara al anterior en el texto
constitucional, donde, insistimos, la igualdad sinonímica de ambas designaciones
debe quedar reconocida. [Zamora Vicente, 1999: 439.]

Este pasaje ilustra perfectamente uno de los elementos más importan-


tes de la ideología del nacionalismo lingüístico español. Se trata de la
idea de que el castellano se transformó en otra lengua cualitativamen-
te distinta, superior y mucho más comprensiva, que pasa a designarse
como español. Amado Alonso fue quien con más claridad enunció este
tópico nacionalista (Alonso, 1967: 14, 19), aunque también se suman a
él autores como Manuel Alvar (cit. en Moreno Cabrera, 2008b: 88-96).
A resultas de esta metamorfosis, el castellano se ha convertido en un

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dialecto de la lengua española. Sin embargo, en este razonamiento hay


algo que no encaja. Si el castellano se transformó de hecho en otra len-
gua superior, el español, no se explica cómo es posible que el castellano
siga existiendo hoy en día. Si una crisálida se transforma en mariposa,
parece imposible que subsistan al mismo tiempo tanto la crisálida como
la mariposa a que ha dado origen. Esto es lo que ha llevado a algún autor
a mantener que el castellano no existe en la actualidad:

Por supuesto, el «castellano» también es una lengua española, tristemente ya desa-


parecida al haber sido sustituida, a lo largo de los tiempos, de manera total y abso-
luta, por el idioma nacional, el «español» [...]. [Lamela, 2008: 69-70.]

Lo único que se podría mantener es que se están perdiendo hoy en día


algunas variedades castellanas rurales, pero de ahí no se puede deducir
que el castellano moderno, el habla de las dos Castillas, no exista con
sus características especiales que la oponen a otras variedades castellanas
peninsulares septentrionales o meridionales.
Por consiguiente, la única forma cabal de ver esta situación se ma-
nifiesta al decir que la lengua española estándar, la lengua escrita codi-
ficada y fijada por la rae y otras instituciones culturales y políticas, es
una variedad elaborada y enriquecida del castellano central moderno,
si es que entendemos por lengua española esa lengua estándar. Por con-
siguiente, el español estándar peninsular no es más que una variedad o
variante de ese castellano central moderno o, si se quiere, un dialecto
de él. Desde esta perspectiva, no hay problema alguno en decir que el
castellano moderno y el español estándar son dos lenguas —una natural
y otra artificial— que en este momento coexisten. Como dice la rae en
el punto sexto del escrito que comentamos, el castellano moderno tiene
una historia continuada que se puede retrotraer a la Edad Media, época
en la que se denomina castellano antiguo. Por consiguiente, el castellano
moderno procede en última instancia del castellano antiguo a través de
una serie de transformaciones, como las que explico en la sección sépti-
ma de este capítulo. Aquí sí que ha habido metamorfosis. El castellano
del siglo xiii, el castellano del siglo xviii y el castellano del siglo xxi por
definición no pueden ser coexistentes: la existencia del posterior supone
la desaparición del anterior. No ocurre esto con el castellano actual, la
lengua que se habla en las dos Castillas, y el español estándar peninsu-
lar, basado en una variedad culta del castellano central moderno. Por
ello, el español al que parece hacerse referencia en el escrito de la rae
es, en puridad, una variedad del castellano y no al revés como, de forma
manipuladora, se argumenta en dicho escrito. Precisamente esto es una

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muestra de cómo el nacionalismo lingüístico lleva a tergiversar los he-


chos para, de ese modo, presentar una lengua española supuestamente
unificadora como garante de la unidad nacional y como fundamento de
un panhispanismo de esencias ultramarinas. Como veremos al final de la
sección séptima de este capítulo, la manipulación alcanza, dentro del
nacionalismo lingüístico, hasta el nacimiento mismo de la lengua. Al
principio de la sección octava volveremos a tratar esta cuestión.
Mediante argumentos como los anteriores, la rae dejó claro que ha-
bía que dar lugar preferente y primordial a la variedad castellana central
como asociada de modo privilegiado con la nación española. Por tanto,
la preservación de la unidad de la nación española se extiende de forma
natural a la preservación de la unidad de la lengua española y queda
legitimada en la ideología nacionalista por aquella. Es relevante al res-
pecto el artículo primero de los estatutos de la rae:
Artículo 1.
La Academia es una institución con personalidad jurídica propia que tiene como
misión principal velar por que los cambios que experimente la Lengua Española en
su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial
unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico. Debe cuidar igualmente de que
esta evolución conserve el genio propio de la lengua, tal como ha ido consolidán-
dose con el correr de los siglos, así como de establecer y difundir los criterios de
propiedad y corrección, y de contribuir a su esplendor.
Para alcanzar dichos fines, estudiará e impulsará los estudios sobre la historia y
sobre el presente del español, divulgará los escritos literarios, especialmente clási-
cos, y no literarios, que juzgue importantes para el conocimiento de tales cuestiones,
y procurará mantener vivo el recuerdo de quienes, en España o en América, han
cultivado con gloria nuestra lengua.
Como miembro de la Asociación de Academias de la Lengua Española, mantendrá
especial relación con las Academias Correspondientes y Asociadas.[9]

En este primer artículo de los estatutos se plantea como preferente el


objetivo de la preservación de la unidad del idioma nacional, que he-
mos visto que la rae considera parte constituyente y característica de la
nación española y que se conseguirá en la medida en la que la lengua
española no vea deshecha su unidad esencial a través de los cambios que
va experimentando a lo largo del tiempo en todo el ámbito hispánico.
De aquí deduzco que, en última instancia, la unidad indisoluble de la
nación española no sólo legitima la preeminencia del castellano y su
unidad como lengua nacional dentro del Estado español, sino que tam-
bién legitima la pretensión del mantenimiento de la unidad lingüística
dentro de todo el ámbito hispánico, constituido además por diferentes
Estados soberanos de América.

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Estas ideas del nacionalismo lingüístico más radical adoptadas por la


rae fueron ya enunciadas y defendidas de forma cristalina y vehemente
por Ramón Menéndez Pidal, quien en su discurso de ingreso en la rae,
leído en octubre de 1902, dijo:
Por otro lado, me siento demasiado pequeño para formar parte del más alto Centro
literario de la nación, del que, por cima de la nación, representa para el bien del pro-
greso humano el principio de unidad y conservación de uno de los idiomas más pro-
pagados por el mundo. [Menéndez Pidal, 1902, cit. en García Isasti, 2004: 325.]

A propósito de este pasaje comenta García Isasti:


Pero el hecho verdaderamente importante es que Pidal coloca a la Real Academia Es-
pañola de la Lengua como «cima de la nación»; de este modo, la definición de nación
española («la idea moderna de nación») resulta inseparable de una lengua, de la lengua
cuya reglamentación corresponde en exclusiva a la Academia Española. Por primera vez
nuestro autor liga explícitamente nación y lengua (ambas españolas), de tal manera que
las demás lenguas de esa nación quedan relegadas al ámbito del idealismo regionalista,
estatus social y político evidentemente inferior. [García Isasti, 2004: 325.]

Más adelante, continúa este autor:


El nexo que une la nación con estas consideraciones universales es la Academia. En
efecto, dicha institución cumple un doble papel: por una parte es cima de la nación
española, y por otra vela por la unidad y conservación de un idioma, con lo cual cum-
ple una tarea asociada al bien del progreso humano. Resulta fácil concluir que, a través
de la Academia, Pidal vincula la nación española con el progreso humano, aunque sea
indirectamente. [García Isasti, 2004: 325.]

El mismo Menéndez Pidal insistió en el problema del mantenimiento de la


unidad de la lengua española teniendo en mente el español de los países ame-
ricanos, en los que el idioma «se empobrecía y deterioraba», tal como afirmó
el insigne filólogo en un artículo sobre el español de América de 1896:

El idioma no cesaba de empobrecerse y debilitarse; aún las personas pertenecientes


a la clase educada, según el biógrafo de Bello, hablaban y escribían espantosamente
mal la lengua nativa. La pronunciación era detestable, la ortografía peor, y las
conjugaciones, concordancias y construcciones de toda especie no eran mejores que
la pronunciación y la ortografía. Podía decirse que aquello era una jerigonza de
negros. [Menéndez Pidal, 1896, cit. en García Isasti, 2004: 314.]

Como observa García Isasti,


La independencia política de las colonias parece arrastrarlas a la situación anterior
a la colonización, una situación nada halagüeña desde el punto de vista cultural.

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Nuestro autor nos pinta un cuadro ciertamente tenebroso. La solución, como vere-
mos en la siguiente cita, es restaurar la unidad del idioma mediante la acentuación
de la comunicación intelectual entre la metrópoli y las antiguas colonias. [García
Isasti, 2004: 314.]

La cita a la que se refiere García Isasti, del artículo de 1896 sobre el


español de América, es la siguiente:
Después que los rencores políticos cedieron el paso a la amistad desinteresada entre
la metrópoli y las antiguas colonias, la comunicación intelectual se hizo continua
entre éstas y aquélla. Desde entonces, los escritores de todos los países hispano-
americanos como Bello, Baralt, Irisarri, Suarez, Caro, Cuervo y otros tantos, vienen
haciendo una guerra de exterminio contra los barbarismos, neologismos inútiles y
expresiones viciadas, y luchando con ardor por que la lengua castellana se manten-
ga pura desde Méjico hasta la Patagonia. [Menéndez Pidal, 1896, cit. en García
Isasti, 2004: 314.]

Según García Isasti (2004: 549), para Menéndez Pidal, en primer lugar,
España es eterna, no tiene principio ni fin y su unidad e individualidad
son indiscutibles. En segundo lugar, la unidad lingüística de España es
condición indispensable para su unidad política; si se quiebra la unidad
lingüística, España se desintegrará. En tercer lugar, España tiene una
vocación imperial y universalista que la empuja a proyectar su lengua y
su cultura en todo el mundo. Europa y América han sido y son sus dos
grandes líneas de expansión.
Por consiguiente, podemos decir que el ideario de la rae, según se
ve reflejado en sus estatutos y en las ideas de algunos de sus más ilustres
próceres, está anclado en una ideología nacionalista esencialista proce-
dente de la fase colonial de la ideología del nacionalismo lingüístico
(Moreno Cabrera, 2008b: 104-143), a partir de la cual esta institución ha
de cumplir el papel dirigente entre las demás academias hispanoamerica-
nas en la función de contribuir a preservar la unidad esencial de la len-
gua española y el genio o idiosincrasia propios de la lengua, claramente
fundamentados en la ideología nacionalista española.
En definitiva, todo esto no es más que una extensión de la unidad de
la lengua española dentro de la nación española, pero tal como estaba en
la época colonial, en la que había un imperio político, que ahora sobre-
vive sólo en lo lingüístico. Como es evidente que el término indisoluble
no se puede aplicar a la unidad lengua española porque es perfectamente
sabido que las lenguas presentan múltiples variedades tanto en el espa-
cio como en el tiempo y que con su extensión se produce un incremento
de dicha variación de forma inevitable, se recurre a las esencias y se

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Juan Carlos Moreno Cabrera  |  179

habla de unidad esencial. Veremos, en las secciones cuarta y séptima del


presente capítulo, que la unidad no es una propiedad esencial de las
lenguas naturales reales, sino más bien accidental.
En su página web, la rae insiste en que su función principal es contri-
buir a mantener las esencias identitarias de la lengua española para que no
se produzca la fragmentación de esta lengua en diferentes idiomas:

La institución ha ido adaptando sus funciones a los tiempos que le ha tocado vivir.
Actualmente, y según lo establecido por el artículo primero de sus Estatutos, la
Academia «tiene como misión principal velar porque los cambios que experimente
la Lengua Española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes
no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico».[10]

Por tanto, por encima —o, quizás, en vez de— la labor normativa y
correctiva de los usos anómalos, incorrectos o inadecuados, la rae es
depositaria de los esfuerzos por la preservación de la unidad esencial de
la lengua española que, como he argüido antes, viene legitimada por la
unidad indisoluble de la nación española, aunque esta vez en un ámbi-
to mucho mayor que el de esa nación española indisoluble: un ámbito
transnacional que agrupa todos los países que en su día estuvieron su-
bordinados políticamente a la metrópoli rectora.
La rae, además, ha de velar por el mantenimiento del genio de la
lengua —se dice literalmente en el artículo primero de los estatutos
de la rae que recojo en la página 176—, concepto también claramente
nacionalista, esta vez de base romántica. La acepción sexta de genio en
el diccionario electrónico de la rae es: «Índole o condición peculiar de
algunas cosas». Hay que mantener las peculiaridades que definen la len-
gua española en su esencia. Estamos ante un concepto de esencialidad o
peculiaridad típico de los nacionalismos. La rae ha de procurar que no
se desvirtúen las esencias (el genio) de la lengua española (J. del Valle,
2007a y 2007b; Moreno Cabrera, 2008b).
Esta rancia idea del genio de la lengua ha sido resucitada recien-
temente por Á. Grijelmo en algunas de sus reeditadas publicaciones
(Grijelmo, 1998 y 2004). He aquí una caracterización de este genio del
idioma:
[El genio del idioma] es lo más democrático que existe, porque compete no sólo
a los que estamos ahora en el planeta, sino también a los que estaban antes que
nosotros. El genio del idioma es la síntesis de lo que han pensado sobre la lengua
todas esas personas. Y lo interesante es que han tomado decisiones increíblemente
homogéneas a uno y otro lado del Atlántico. [Diario Crítico de Chile, 25/02/2008:
en línea.]

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Esta esencia de la lengua tiene un carácter permanente y subsiste a lo


largo de generaciones; es decir, no se ve afectada por el paso del tiem-
po y además regimenta el pensamiento de los hablantes a lo largo de
grandes distancias, dado que tiene carácter universal. He aquí explí-
citamente enunciado uno de los recovecos metafísicos del mito de la
lengua universal, que examinaré en las secciones tercera y octava de
este capítulo. Por otro lado, el supuesto genio de la lengua se llega a
caracterizar a través de una serie de propiedades: es analógico, lento, pa-
cifista, caprichoso, tacaño, genial (Grijelmo, 2004). Por supuesto, esto
sólo puede ser interpretado por parte del lingüista como una licencia
expositiva para hablar sobre el devenir de las lenguas en general y del
español en particular de una forma desenfadada, didáctica y humorística.
El problema —derivado de que las obras de Grijelmo suelen ser leídas por
un público con escasa formación o actualización en lingüística— es que
esta caracterización puede llevar a mucha gente no especializada a pensar
que realmente existe un genio inmaterial de la lengua que dirige nuestras
formas de hablar e incluso de pensar y que nos permite entendernos. Esta
creencia le puede venir muy bien al nacionalismo lingüístico que exalta su
lengua como la lengua de la concordia, del entendimiento, de la cultura,
de la internacionalidad y de la modernidad (J. del Valle, 2007a y 2007b);
aquí radica precisamente el peligro de este tipo de formas de hacer divul-
gación sobre qué es y cómo funcionan las lenguas: ese lenguaje figurado
puede ser muy útil en los procesos de manipulación ideológica.
La reafirmación del ámbito territorial internacional de la autoridad
lingüística de la rae, que está en la base de la hispanofonía y del pan-
hispanismo, no sólo tiene las raíces nacionalistas tradicionalistas que he
esbozado en los párrafos anteriores, sino que se proyecta en el presente
y hacia el futuro en una serie de políticas que van mucho más allá de lo
puramente lingüístico y cultural:
Esa afinidad cultural, sicológica y afectiva basada en la lengua común no es ni más ni
menos que esa ideología lingüística a la que yo me refiero como hispanofonía. […] Es
en este contexto, ante la fragilidad inherente a la hispanofonía, en el que los gobiernos
españoles y los líderes empresariales movilizan estratégicamente las instituciones lin-
güísticas y culturales para asegurarse de que la presencia de los agentes económicos
españoles en América Latina sea percibida no como la versión posmoderna de la vieja
relación colonial sino como «natural» y «legítima». [J. del Valle, 2007a: 40.]

Volviendo al artículo primero de los estatutos de la rae, además de velar


por el mantenimiento de la unidad de la lengua española y la conserva-
ción del genio del idioma, esta institución ha de establecer y difundir
criterios de propiedad y corrección, por lo que podemos comprobar que,

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en el ideario de la rae, la actividad normativa o prescriptiva no está des-


cartada, sino que sigue muy presente como elemento fundamental de sus
quehaceres. De esta manera, la rae reconoce tener unos fines claramente
prescriptivos y correctivos: ha de hacer explícitos los criterios según los
cuales unas formas de hablar o escribir son correctas o adecuadas a la nor-
ma y otras no. Téngase en cuenta que la evolución de la lengua española es
independiente de la rae y es esta institución —aunque no necesariamente
en exclusiva, dado que nada dicen los estatutos sobre esa exclusividad—,
la que ha de cuidar de que esa evolución no se desvíe de las esencias dife-
renciales o particulares de la lengua española, ni caiga en incorrecciones o
degeneraciones que desvirtúen dichas esencias nacionales.
Con respecto al modo en que la rae acomete su labor prescriptiva,
en el dpd05 se hace énfasis en el consejo o recomendación, más que en
la autoridad correctora:

Debido a la naturaleza relativa y cambiante de la norma, el Diccionario panhispánico


de dudas evita conscientemente, en la mayoría de los casos, el uso de los calificativos
correcto o incorrecto, que tienden a ser interpretados de forma categórica. Son más las
veces en que se emplean expresiones matizadas, como Se desaconseja […]. [rae y
Asale, 2005: xv]

La imagen general que se tiene de la rae es, sin embargo, la de un or-


ganismo que determina y legisla lo que está bien dicho y lo que no está
bien dicho y al que se acude para dirimir cuestiones relativas a la correc-
ción o propiedad de un vocablo o expresión compleja o de algunos de sus
usos. Esta imagen no coincide exactamente con lo que esta institución
afirma en la actualidad sobre sí misma y sobre sus funciones.
En efecto, en las nuevas formulaciones de la cuestión, que analizo en
la sección octava del presente capítulo al examinar las introducciones
del dpd05, se insiste en que la rae y sus filiales americanas simplemente
toman nota de cuanto acaece en el campo idiomático y de ahí surge la
norma académica. En palabras de Víctor García de la Concha:

«La lengua se hace en la calle, no en las academias. Allí sólo ponemos el oído a
cómo se habla y luego emitimos la norma.» [El Universal, 18/01/2007: en línea.]

«La Academia no crea palabras, no impone su uso. La Academia hace una función
notarial, dice cómo es el habla de los españoles hoy.» [España. Cortes Generales,
2002: en línea.]

A pesar de todo, la rae sigue mostrando una clara actitud impositiva


en materia idiomática, basada en la idea de que la gente habla mal la

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lengua, de la que me ocupo en las secciones quinta y séptima de este


capítulo. He aquí dos pasajes, en esta dirección, que recogen palabras
atribuidas también a Víctor García de la Concha:

«Respecto a las amenazas que acechan al español, el director de la rae ha comen-


tado que la principal es “el mal uso que los hispanohablantes hacemos de él”.»
[Agencia Efe, 19/11/2008; en línea.]

«[...] en el diccionario panhispánico de dudas estamos dejando, de acuerdo con


todas las academias americanas, principios muy claros que puedan ilustrar a una
persona porque, si no, va a llegar un momento en que ya no va a saber cómo tiene
que expresarse.» [España. Cortes Generales, 2002: en línea.]

Un ejemplo palmario de esta actitud descalificadora es el uso del signo


⊗, la bolaspa —término que, curiosamente, no aparece en la edición
electrónica del diccionario de la rae, ni en el dpd05—,11 que se usa para
señalar las palabras o usos de palabras incorrectos o desaconsejados. Este
símbolo es casi ubicuo en el dpd05 y se utiliza para tachar de incorrec-
tas muchas palabras y expresiones registradas en ese diccionario. En la
página xxxv del dpd05, en donde se da el significado de los signos uti-
lizados, al explicar el signo ⊗ se dice lo siguiente:

⊗ Precede a las formas consideradas incorrectas o desaconsejables, y a los ejemplos


que ilustran usos no aceptados en la norma culta. [rae y Asale, 2005: xxxv.]

De esta manera, en el artículo del verbo coger del dpd05 aparece lo si-
guiente:

3. Debe evitarse en la lengua culta el uso de coger por caber: ⊗«Como sardinas en ba-
nasta, [...] las rodillas del uno contra las rodillas del otro, no cogíamos, oiga». (Delibes
Guerras [Esp. 1975] 262). [rae y Asale, 2005: 142.]

El uso de la bolaspa en este caso significa que una expresión como no coge-
mos en el ascensor es incorrecta en la lengua culta, por lo que debe evitarse en
ella. Ahora bien, esto no quiere decir que este uso de coger sea ciertamente
incorrecto, inadecuado, anómalo, desviado lingüísticamente; es tan legí-
timo como cualquier otro uso común existente de este verbo en la comu-
nidad hispánica; éste lo es, al menos en la comunidad lingüística española
peninsular. Puede ser desviado o incorrecto respecto del habla culta, pero
da la casualidad de que el habla culta no es más que una manifestación mi-
noritaria y elitista del uso de la lengua española en general, y, por tanto, la
no utilización de este verbo en esta acepción es un rasgo peculiar de la len-

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gua culta, no un rasgo peculiar de la lengua popular, que es la lengua real


de la mayoría de la comunidad hispanohablante; una lengua cambiante
y dinámica, como todas las lenguas que se hablan efectivamente, que no
puede reducirse a unas únicas normas fijas. Por otro lado, en un dicciona-
rio que se reclama de lo panhispánico, se debería señalar que este verbo es
una palabra malsonante y zafia en algunos países como Argentina.
Por consiguiente, la bolaspa habría de adjudicarse a la lengua culta,
que no admite este uso existente en la lengua vulgar. Dado que, como
veremos en las secciones cuarta y séptima, la esencia de las lenguas es la
variación y el cambio, dentro de unos determinados límites estableci-
dos implícitamente de modo natural, la anomalía no está en la lengua
vulgar que admite o presenta este uso, sino en la lengua culta, que no
admite la variación lingüística, elemento esencial de todas las lenguas
vivas, o la reduce a un mínimo incompatible con el funcionamiento real
de las lenguas, tal como iremos viendo en las secciones siguientes.
En conclusión, según he explicado, en la interpretación moderna del
ideario tradicional de la rae se pueden detectar elementos fundamenta-
les del nacionalismo lingüístico en su fase colonial en convivencia con
los rancios propósitos correctivos y sancionadores heredados del pre-
ceptivismo tradicional, apenas disimulados en las nuevas formulacio-
nes de los juicios académicos sobre el habla común.

3. La lengua estándar culta como lengua perfecta universal

En la sección anterior he analizado los fundamentos sociales, políticos e


ideológicos de la autoridad unificadora y normativa de las academias de la
lengua en general y de la rae en particular. Además de estos, existen otros
factores culturales de tradición milenaria que son determinantes también
para la constitución de la autoridad normativa de las academias. Me refiero
a una serie de mitos referentes al funcionamiento, uso y difusión de las len-
guas, que están hondamente arraigados en el pensamiento occidental y que
tienen manifestaciones tanto en las reflexiones de los especialistas e intelec-
tuales, como en las opiniones comunes y habituales del público en general y
de los medios de comunicación, que reflejan y, en gran medida regulan, ese
conjunto de creencias, puntos de vista, opiniones e intenciones que se suelen
incluir en lo que se denomina frecuentemente opinión pública.
Entre los mitos fundamentales de la cultura europea se encuentra el
de la lengua perfecta, cuyas numerosas ramificaciones han sido sagaz-
mente expuestas por Umberto Eco (Eco, 1993).

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