Unifica Limpia y Fija - La Rae y Los PDF
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Es evidente que desde la Historia, los italianos del xvi propugnaban una lengua co-
mún cuya autoridad ante el conjunto estaba en su cristalización, mientras que, en el
xix, ante la realidad de la unidad política de la nación italiana, los ciudadanos lo que
sienten es la necesidad de su uso en la comunicación cotidiana y en la enseñanza. En
ambos momentos, sin embargo, aun respondiendo a dos concepciones diferentes de la
organización de la colectividad, es la atención a los planteamientos de las clases hege-
mónicas la que prepondera: en el xvi, la necesidad de una lengua de distinción; en el
xix, la necesidad de una lengua de extensión. [Gil Esteve y Rovira Soler, 1997: 17.]
El concepto de lengua culta, por cuyo tamiz se pasan todas las conside-
raciones respecto de los modelos de uso lingüístico aconsejables —tal
como puede comprobarse, por ejemplo, en el Diccionario panhispánico de
dudas (en adelante, dpd05), cuya introducción analizaré en la sección
novena del presente capítulo— sirve de basamento principal de la auto-
ridad académica, que no es, por consiguiente, más que un ejemplo en el
terreno lingüístico del dominio de una clase o estamento privilegiado en
una sociedad dividida en clases sociales, tal como voy a ir desarrollando
en las páginas que siguen.
Dado que, en la actualidad, la labor de la rae, según se establece en
el propio ideario contemporáneo de esta institución, no está situada tanto
en el ámbito de la determinación de las normas del hablar y escribir co-
rrectamente, sino en otros ámbitos que voy a examinar en los apartados
siguientes de este trabajo, no parece aventurado afirmar que la idea de que
la principal tarea de la rae es establecer cómo debemos hablar y escribir
y hacernos ver y corregir los errores para evitar el deterioro de la lengua
española se ha convertido en un mito de amplia aceptación por parte del
público en general. Siguen muy extendidas las ideas de que la función
principal de la rae es establecer las reglas gramaticales del español co-
rrecto y de que debe actuar como un juez que dictamina si tal o cual uso
es o no correcto o adecuado. Por esa razón muchas personas se dirigen a
la docta institución para que indique si tal o cual palabra o expresión es o
no correcta o se usa de modo legítimo. Si esto no es cierto, es decir, si esta
institución no considera que esa es su función principal ni, posiblemente,
su cometido legítimo, entonces me siento autorizado a calificar esa idea
tan extendida de mito del pensamiento español contemporáneo.
Veamos la definición de mito que se proporciona en el diccionario
electrónico de la rae:
Si esto fuera efectivamente así, la idea de que las academias deben de-
cir cómo hay que hablar y escribir sería un mito en la cuarta acepción
de esta definición. Pero mostraré a lo largo de las páginas que siguen
que, en la práctica, la creencia de que las academias deben especificar
cómo hay que hablar una determinada lengua sigue vigente tanto en su
Voy a comenzar esta sección con el análisis del lema funcional de la rae, el
famoso «Limpia, fija y da esplendor» y su reinterpretación contemporánea.
Según relata Zamora Vicente (1999: 26), el 13 de marzo de 1715, el Mar-
qués de Villena encargó a los académicos que aportaran propuestas para el
lema de la rae. A mediados del mes de abril, se eligió lema definitivo: un
crisol en el fuego con la leyenda «Limpia, fija y da esplendor», al parecer,
original de don José Solís, conde de Saldueña y duque de Montellano.
Dice que el lema alude a que «en el metal se representan las voces, y, en el fuego, el
trabajo de la Academia, que, reduciéndolas al crisol de su examen, las limpia, purifica
y da esplendor, quedando solo la operación de fijar, que únicamente se consigue apar-
tando de las llamas el crisol y las voces del examen». [Zamora Vicente, 1999: 27.]
Como sostiene del Valle, por otro lado, es necesario disociarse del co-
lonialismo del pasado para que la docta institución pueda adquirir una
legitimación cultural de fundamentación lingüística basada en los cri-
terios de la sociedad moderna, que ha sido en alguna ocasión bautizada
como hispanofonía:
La tesis que aquí defiendo es que, ante la posibilidad de que este panorama sea
percibido o construido como neocolonial (interpretación que de hecho ha surgido
en múltiples ocasiones), estas instituciones aspiran a conceptualizar y presentar
públicamente la presencia de España en sus antiguas colonias como un hecho na-
tural y legítimo y han promovido decididamente la elaboración de una ideología
lingüística que he llamado hispanofonía. [J. del Valle, 2007b: 96.]
Nacionalismo
1. m. Apego de los naturales de una nación a ella y a cuanto le pertenece.
2. m. Doctrina que exalta en todos los órdenes la personalidad nacional completa,
o lo que reputan como tal sus partidarios.
3. m. Aspiración o tendencia de un pueblo o raza a constituirse en Estado autóno-
mo. [rae, 1992: 1423.]
Este cambio —al parecer provisional (en caso de que fructifique esa
enmienda)— en una de las acepciones del término nacionalismo, no es
más, a mi entender, que un botón de muestra, sutil pero revelador, del
tipo de ideología que predomina en las publicaciones de la rae, cuyos
fundamentos doctrinales se basan en un claro y contundente nacionalis-
mo españolista, como vamos a ver a continuación.
Un aspecto fundamental del nacionalismo español está claramente
enunciado en el artículo 2 de la Constitución española de 1978:
Artículo 2.
La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria
común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autono-
mía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.[6]
Tras lo dicho ha de quedar claro que en el artículo 2 no hay lugar ni para la libertad
colectiva, ni para la democracia. Sería posible hablar de verdadera «patria común»
si se hubiese establecido un procedimiento en el que las partes nacionales que son
reconocidas por la misma Constitución pudiesen expresar su voluntad libérrima
de pertenencia al todo nacional. Nos referimos al derecho de autodeterminación,
expresamente planteado por Euskadiko Ezkerra en el debate constitucional y re-
chazado de manera igualmente expresa por el resto de la cámara. [Bastida Freixedo,
2007: 146; comillas del autor.]
Todo esto no ha impedido que este artículo segundo goce de forma ge-
neralizada de un consenso y de un prestigio totalmente ajenos a su au-
téntica naturaleza antidemocrática:
Nuestro autor nos pinta un cuadro ciertamente tenebroso. La solución, como vere-
mos en la siguiente cita, es restaurar la unidad del idioma mediante la acentuación
de la comunicación intelectual entre la metrópoli y las antiguas colonias. [García
Isasti, 2004: 314.]
Según García Isasti (2004: 549), para Menéndez Pidal, en primer lugar,
España es eterna, no tiene principio ni fin y su unidad e individualidad
son indiscutibles. En segundo lugar, la unidad lingüística de España es
condición indispensable para su unidad política; si se quiebra la unidad
lingüística, España se desintegrará. En tercer lugar, España tiene una
vocación imperial y universalista que la empuja a proyectar su lengua y
su cultura en todo el mundo. Europa y América han sido y son sus dos
grandes líneas de expansión.
Por consiguiente, podemos decir que el ideario de la rae, según se
ve reflejado en sus estatutos y en las ideas de algunos de sus más ilustres
próceres, está anclado en una ideología nacionalista esencialista proce-
dente de la fase colonial de la ideología del nacionalismo lingüístico
(Moreno Cabrera, 2008b: 104-143), a partir de la cual esta institución ha
de cumplir el papel dirigente entre las demás academias hispanoamerica-
nas en la función de contribuir a preservar la unidad esencial de la len-
gua española y el genio o idiosincrasia propios de la lengua, claramente
fundamentados en la ideología nacionalista española.
En definitiva, todo esto no es más que una extensión de la unidad de
la lengua española dentro de la nación española, pero tal como estaba en
la época colonial, en la que había un imperio político, que ahora sobre-
vive sólo en lo lingüístico. Como es evidente que el término indisoluble
no se puede aplicar a la unidad lengua española porque es perfectamente
sabido que las lenguas presentan múltiples variedades tanto en el espa-
cio como en el tiempo y que con su extensión se produce un incremento
de dicha variación de forma inevitable, se recurre a las esencias y se
La institución ha ido adaptando sus funciones a los tiempos que le ha tocado vivir.
Actualmente, y según lo establecido por el artículo primero de sus Estatutos, la
Academia «tiene como misión principal velar porque los cambios que experimente
la Lengua Española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes
no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico».[10]
Por tanto, por encima —o, quizás, en vez de— la labor normativa y
correctiva de los usos anómalos, incorrectos o inadecuados, la rae es
depositaria de los esfuerzos por la preservación de la unidad esencial de
la lengua española que, como he argüido antes, viene legitimada por la
unidad indisoluble de la nación española, aunque esta vez en un ámbi-
to mucho mayor que el de esa nación española indisoluble: un ámbito
transnacional que agrupa todos los países que en su día estuvieron su-
bordinados políticamente a la metrópoli rectora.
La rae, además, ha de velar por el mantenimiento del genio de la
lengua —se dice literalmente en el artículo primero de los estatutos
de la rae que recojo en la página 176—, concepto también claramente
nacionalista, esta vez de base romántica. La acepción sexta de genio en
el diccionario electrónico de la rae es: «Índole o condición peculiar de
algunas cosas». Hay que mantener las peculiaridades que definen la len-
gua española en su esencia. Estamos ante un concepto de esencialidad o
peculiaridad típico de los nacionalismos. La rae ha de procurar que no
se desvirtúen las esencias (el genio) de la lengua española (J. del Valle,
2007a y 2007b; Moreno Cabrera, 2008b).
Esta rancia idea del genio de la lengua ha sido resucitada recien-
temente por Á. Grijelmo en algunas de sus reeditadas publicaciones
(Grijelmo, 1998 y 2004). He aquí una caracterización de este genio del
idioma:
[El genio del idioma] es lo más democrático que existe, porque compete no sólo
a los que estamos ahora en el planeta, sino también a los que estaban antes que
nosotros. El genio del idioma es la síntesis de lo que han pensado sobre la lengua
todas esas personas. Y lo interesante es que han tomado decisiones increíblemente
homogéneas a uno y otro lado del Atlántico. [Diario Crítico de Chile, 25/02/2008:
en línea.]
«La lengua se hace en la calle, no en las academias. Allí sólo ponemos el oído a
cómo se habla y luego emitimos la norma.» [El Universal, 18/01/2007: en línea.]
«La Academia no crea palabras, no impone su uso. La Academia hace una función
notarial, dice cómo es el habla de los españoles hoy.» [España. Cortes Generales,
2002: en línea.]
De esta manera, en el artículo del verbo coger del dpd05 aparece lo si-
guiente:
3. Debe evitarse en la lengua culta el uso de coger por caber: ⊗«Como sardinas en ba-
nasta, [...] las rodillas del uno contra las rodillas del otro, no cogíamos, oiga». (Delibes
Guerras [Esp. 1975] 262). [rae y Asale, 2005: 142.]
El uso de la bolaspa en este caso significa que una expresión como no coge-
mos en el ascensor es incorrecta en la lengua culta, por lo que debe evitarse en
ella. Ahora bien, esto no quiere decir que este uso de coger sea ciertamente
incorrecto, inadecuado, anómalo, desviado lingüísticamente; es tan legí-
timo como cualquier otro uso común existente de este verbo en la comu-
nidad hispánica; éste lo es, al menos en la comunidad lingüística española
peninsular. Puede ser desviado o incorrecto respecto del habla culta, pero
da la casualidad de que el habla culta no es más que una manifestación mi-
noritaria y elitista del uso de la lengua española en general, y, por tanto, la
no utilización de este verbo en esta acepción es un rasgo peculiar de la len-