"¿Amor"? - Luvina 76

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U n i v e r s i d a d d e G ua d a l a j a r a

Universidad de Guadalajara

Rector General: Itzcatl Tonatiuh Bravo Padilla

Vicerrector Ejecutivo: Miguel ngel Navarro Navarro

Secretario General: Jos Alfredo Pea Ramos

Rector del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseo: Ernesto Flores Gallo

Secretario de Vinculacin y Difusin Cultural: ngel Igor Lozada Rivera Melo

Luvina
Directora: Silvia Eugenia Castillero < [email protected] >
Editor: Jos Israel Carranza < [email protected] >
Coeditor: Vctor Ortiz Partida < [email protected] >
Correccin: Sofa Rodrguez Bentez < [email protected] >
Administracin: Griselda Olmedo Torres < [email protected] >

Diseo y direccin de arte: Peggy Espinosa
Vietas: Montse Larios

Platn, a travs de una voz sagrada la de la sacerdotisa de


Mantinea hace al amor hijo de la carencia, por lo que de naturaleza
vida tiene, de ansia, de destruccin. El amor es un proceso del alma
humana tormento divino en el que el padecer es alimento. Pues la
percepcin del semejante es secreta, ocurre en la interioridad, en ese
adentro que es nuestro espacio. Muy pronto en el amor lo otro se
transforma en lo uno. El amor equivale a un despertar potico, en tanto
que es cuerpo, resistencia, continuidad. El amor todo lo puede dice San
Pablo.
El acto potico es de esencia ertica como lo seala Frazer y
constituye la raz de la metfora radical, en tanto que no compara sino
funde los trminos. En el amor y en la poesa brota un ritmo que es la
reiteracin de un impulso que no puede detenerse, una respiracin del
cuerpo, de las palabras que vienen de un anhelo en su relacin con el
afuera pero desde su recinto ntimo.

Consejo editorial: Luis Armenta Malpica, Jorge Esquinca, Vernica Grossi, Josu Landa,

Baudelio Lara, Ernesto Lumbreras, ngel Ortuo, Antonio Ortuo, Len Plascencia ol,

Laura Solrzano, Sergio Tllez-Pon, Jorge Zepeda Patterson.

Consejo consultivo: Jos Balza, Adolfo Castan, Gonzalo Celorio, Eduardo Chirinos,

Luis Corts Bargall, Antonio Deltoro, Franois-Michel Durazzo, Jos Mara Espinasa,

Hugo Gutirrez Vega, Jos Homero, Christina Lembrecht, Tedi Lpez Mills,

Luis Medina Gutirrez, Jaime Moreno Villarreal, Jos Miguel Oviedo, Luis Panini,

Felipe Ponce, Vicente Quirarte, Jess Rbago, Daniel Sada, Julio Trujillo,

Minerva Margarita Villarreal, Carmen Villoro, Miguel ngel Zapata.

Programa Luvina Joven (talleres de lectura y creacin literaria en el nivel de educacin


media superior): Sofa Rodrguez Bentez < [email protected] >

Luvina, revista trimestral (Otoo de 2014)


Editora responsable: Silvia Eugenia Castillero.

Nmero de Reserva de Derechos al Uso Exclusivo

del Ttulo: 04-2006-112713455400-102.

Nmero de certificado de licitud del ttulo: 10984.

Nmero de certificado de licitud del contenido: 7630.
issn : 1665-1340. L uvina es una revista indizada


en el Sistema de Informacin Cultural de conaculta

y en el Sistema Regional de Informacin en Lnea para Revistas Cientficas
de Amrica Latina, el Caribe, Espaa y Portugal (Latindex).

Ao de la primera publicacin: 1996.

D. R. Universidad de Guadalajara

Domicilio: Av. Hidalgo 919, Sector Hidalgo, Guadalajara, Jalisco, Mxico, C. P. 44100.

Telfonos: (33) 3827-2105 y (33) 3134-2222, ext. 11735.

Diagramacin y produccin electrnica: Petra Ediciones


Impresin: Editorial Pandora, S. A. de C. V., Caa 3657, col. La Nogalera, Guadalajara, Jalisco, C.P. 46170.

En el principio las cosas eran una y diferentes, reinaba la multiplicidad


sumergida en la unidad, haba concordia porque nada ni nadie era ms
ni era menos. Ese Paraso derruido habran de pagarlo las cosas y las
emociones humanas, que surgen dentro de la injusticia de ser, segn
define Anaximandro la diferencia. En cualquier caso, el ser humano se
encuentra frente a lo desconocido, lo extrao, lo extranjero. Y mediante
el acto amoroso une lo distinto. Las oposiciones de realidad e irrealidad,
de verdad y mentira, de deleite y decepcin, aparecern y reaparecern a
lo largo de la literatura de sueo ertico.

Luvina

proporciona al lector un nmero donde se muestra el amor en


sus distintas posibilidades, desde la emocin que surge del aguzamiento
extremo de las sensaciones interiores, llevando sin duda a crear un
espacio real que excede los lmites del cuerpo y la psique y donde
el amado instala en el otro un mundo antes desconocido como un
advenimiento extraordinario, hasta la destruccin de los signos creados
por el enamoramiento el cese del sueo invadido por pasiones fuera
de control como los celos, la posesin, el deseo, el odio. O la euforia del
amor, llevada a tal exaltacin que no slo traspasa los lmites del otro,
sino que lo invade y destruye. Y descoyunta su sentido en el espectro de
seres y cosas del mundo. Los lectores, entonces, podrn ser testigos de las
metamorfosis del amor y de la resignificacin de los signos amorosos

Se termin de imprimir el 31 de agosto de 2014.

www.luvina.com.mx

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ndice

54 * Principio de incertidumbre (fragmento) l


Cecilia Magaa (Ciudad de Mxico, 1978). Con Principio de incertidumbre obtuvo el Premio Bellas Artes Juan Rulfo para Primera Novela en 2013.

61 * Poemas

Natalia Carbajosa (El Puerto de Santa Mara, Espaa, 1971). Es autora, entre
otros libros, de Tu suerte est en Ispahn (Hiplage, Sevilla, 2012).

63 * La manzana de Nietzsche l
Juan Carlos Chirinos (Valera, Venezuela, 1967). El ao pasado se public su
tercera novela, Gemelas (Casa de Cartn, Madrid).

8 * Poemas

Carmen Berenguer (Santiago de Chile, 1946). Premio Iberoamericano de


Poesa Pablo Neruda 2008. Uno de sus libros ms recientes es Maravillas pulgares
(librosdementira, Sanitago, 2012).

10 * Poemas

Temsula Ao (Jorhat, India, 1945). Entre sus ltimos libros est la coleccin de
relatos Laburnum for my Head (Penguin India, 2009).

16 * Poemas

Alessio Brandolini (Frascati, Italia, 1958). Su poemario ms reciente es


Nello sguardo del lupo (La Vita Felice, Miln, 2014).

21 * La besadora de hojas rojas l


Andrea Reed (Puebla, 1992). Ha publicado cuento, reseas y ensayo en las revis-

tas Opcin (del itam) y Punto en lnea. Fue finalista en el Concurso de Crtica Literaria
de la revista Letras Libres en 2013.

38 * Tal vez l
Mario Heredia (Orizaba, 1961). Su novela ms reciente es Las machincuepas de
Silvestre y su pierna binica (Ediciones Arlequn, Guadalajara, 2011).

42 * ngel del olvido (fragmentos) l


Maja Haderlap (Bad Eisenkappel, Austria, 1961). En 2011 obtuvo el Premio Ingeborg Bachmann. ngel del olvido (Engel des Vergessens) es su novela ms reciente
(Wallstein, Gotinga, 2011).

51 * Poemas

Len Plascencia ol (Ameca, 1968). El ao pasado public el libro

Polaroids de grullas volando bajo un cielo naranja (Filodecaballos, Mxico).

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68 * Poemas l
Luna Miguel (Alcal de Henares, 1990). Uno de sus libros ms recientes es La
tumba del marinero (La Bella Varsovia, Crdoba, 2013).

72 * La cena l
Ileana Garma (Mrida, 1985). Es autora del libro Ternura (unam, Mxico, 2013),
con el que obtuvo el Premio Caza de Letras de la unam.

76 * Llmenme Ismael

Luis Armenta Malpica (Guadalajara, 1961). Su ltimo poemario es Papiro de


Derveni (Bonobos, Toluca, 2013).

78 * Jamming l
Daniel Centeno (Barcelona, Venezuela, 1974). Su ltimo libro es Retratos hablados (Universidad Autnoma de Nuevo Len, Monterrey, 2011).

83 * Poema l
Carolina Depetris (Santa Fe, Argentina, 1970). Entre sus libros ms recientes
se encuentrael poemario Pequeo mal (Libros Magenta, Mxico, 2014).
IV Concurso L iterario L uvina J oven

84 * Pluma piel imposible

S ayuri S nchez R odrguez (Guadalajara, 1993). Estudiante de Letras Hispnicas en la Universidad de Guadalajara. Ha publicado en la revista Clarimonda, el
peridico La Jornada y el suplemento cultural La Jornada Semanal. Con este poema
gan el iv Concurso Literario Luvina Joven en la categora Luvinaria/Poesa.

85 * Enemigos l
Susana Iglesias (Ciudad de Mxico, 1978). Es autora de la novela Seorita Vodka
(Tusquets, Mxico, 2013).

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87 * Primaveras y algo ms l
Eduardo Mosches (Buenos Aires, 1944). Uno de sus libros ms recientes es El

Plstica
*

ojo histrico (Universidad Veracruzana, Xalapa, 2014).

89 * Poemas

(Nueva York, 1948). Su primera exposicin individual fue en la Edward


Thorp Gallery, en 1979. Su obra forma parte de las colecciones del Museo Metropolitano de Arte, el Museo Whitney de Arte Americano y el Museo de Arte Moderno en
Nueva York, el Museo de Arte Contemporneo de Los ngeles y el Museo Beaubourg
de Pars, entre otros.
D olores G arnica (Guadalajara, 1976). Ha sido columnista especializada en
arte en el diario Pblico y, actualmente, en la revista Magis.

Dulce Chiang (Ciudad de Mxico, 1976). Su ltimo libro es Mala bar (El Golem
Editores, Mxico, 2014).

91 * Mi pequeo mundo porno (fragmento) l


Gabriel Caldern (Montevideo, 1982). Esta obra fue publicada por Criatura Editora, en Montevideo, en 2011.
l

bilinge de su poemario Zalegy list do pryszczatego anioa / An Overdue Letter to a


Pimply Angel (Mitel, Rzeszw).

110 * Poemas l
Rubn Meneses (San Luis Ro Colorado, 1951). Uno de sus libros ms recientes
es Que nadie me llame cobarde (Instituto Sonorense de Cultura, Hermosillo, 2010).
In

memoriam

Emmanuel Carballo

112 * Cambio de piel en pblico l


Vctor Ortiz Partida (Veracruz, 1970). Su nuevo poemario se titula Las bellas
destrucciones (Mano Santa, Guadalajara, 2011).

In memoriam Gabriel Garca Mrquez

116 * Gabriel Garca Mrquez: entre el ruido y los cortejos l


Pablo Montoya (Barrancabermeja, 1963). Su nueva novela, Los derrotados, se
public en 2012 (Slaba Editores, Medelln).

119 * Recuerdo mgico de Garca Mrquez l


Juan Carlos Orrego Arismendi (Medelln, 1974). Su libro La isla del Gallo

Eric Fischl

103 * Poemas l
Krystyna LENKOWSKA (Rzeszw, Polonia, 1957). Este ao apareci la edicin

xtasis

P r a m o

Cine
El amor: ese nutrido etctera l Hugo Hernndez Valdivia 129
Libros

l El misterio de la ltima novela de lmer Mendoza l

Patricia Crdova Abundis 131

l Trevas. Cancin del navegante de s mismo l G ustavo O sorio 136

l tvpr: los retornos de Vctor Coral l F ernando C arrasco 139

l Dodo o la supervivencia de la poesa extinta l J ulio E. R uiz M onroy 140
Zona intermedia

l El amor materno: punto de ausencia o de don l S ilvia E ugenia C astillero 144
Visitaciones
l

l Canijos canes. Apuntes preparatorios l J orge E squinca 146


Polifemo bifocal

l Bejamin Pret, Remedios Varo y una mano cortada entre peridicos
Ernesto Lumbreras 148
Nodos

l Amar a nuestras mquinas: hacia una era de caos cybersentimental
Naief Yehya 150

w w w.luvina.com.mx

se public el ao pasado (Eafit, Medelln).

1 0 0 a o s d e O c tav i o P a z

122 * Octavio Paz: las trampas de lo moderno l


Josu Landa (Caracas, 1953). Su libro ms reciente es ticas de crisis (Universidad
de Guanajuato, Guanajuato, 2012).

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Carmen
Berenguer

ahora

mi apreciada realizacin es ir hacia el poema que aguarda sutil


surge ese pedazo de material que nos qued extraviado en algn hueco
del armario ser este recorrido extraordinario si llego a encontrarlo
aqu est latente la palabra que se nos haba escapado al construirlo
quiz ya nada sea de igual modo y no lo es por cierto aquello qued as
y nos guarecimos como pudimos y aquello nos recorri el espinazo
lo sentimos juntos escalofro y mir mi plantacin de cardenales
rojos han sobrevivido tres esperando el agua y la noche fra
siempre fra y nada de esto era y es realmente importante

despus

ahora que ha pasado un tiempo de aquella nube


ahora que puedo mirar un tramo el recorrido
ahora mismo que me sujeto el pelo que cabe en mi mano
ahora que miro su hueco y veo la luz a travs de
mis muecas
y cabe aquello que no querra descifrar y sin embargo le debo haber hoy
ahora limpiado la mancha como siempre y observo
el poema est esperando en el medio de este rincn de la pieza
ahora que cepillo su cada y vuelvo lo vuelvo a retocar
ahora que me agacho a recoger la pinza de mis vellos
y regreso sobre mis pasos una y otra vez a mirar su brillo
de los mismos objetos desparramados en el suelo
ahora
ahora que los veo abrasarse como si se hubieran perdido
ahora

la noche llega llegan los amigos y ah estn las ensaladas todas


ellas con frutas manzanas pan rallado ajo gajos dulces y pequeos
acariciando las espinacas ese contraste de colores verde rojo verde en
el tiempo finalmente el prpado se achica y es apreciado el encuentro
hace un tantito
qu hay de extrao en la planicie de la cama el plisado de las sbanas
qu hay de entumecido el resto que ha quedado guardado all
si yo lo he palpado noche a noche
podra decir lo mismo del amor que nos
guardamos del amor que nos guarece
ayer me hablaste fuerte y te lo hice saber
que ya no me quieres ahora vieja
podrs requererme sin la paciencia ahora
cuando la pasin est despierta
y la serie de cactus se propaga como locuaces ardides y le
crecen flores entre las espinas y voy viendo una nueva variante
ramificaciones y tneles en la misma ventana husped del tiempo
transitado como una oruga arrastrando el paso a paso
nada de reverberaciones
ah sola en el tiempo nada vociferante demasiado ruido ambiental
en una longitud mnima una mujer con el rostro tapado y una
limpiadora en mano arremete en el silencio de la noche

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Temsula Ao

Pero el cielo, t dices


es donde no es tierra
porque t insistes
que no van juntos.
Y entonces, quin identifica el espacio
y distribuye el tiempo
para los des-ubicados
cielo y tierra?

C ielo y tierra
Palabras vacas stas,
alardeadas denominaciones sin localizacin
y destinos declarados
sin mapas carreteros.
No pueden llamar suya ninguna geografa,
no pueden corroborar ninguna historia,
slo astutas insinuaciones
que juegan en las mentes ingenuas.

H eaven and E arth


Empty words these, / vaunted designations without locations / and avowed destinations / without road-maps. // No geography is theirs to claim / or history to affirm,
/ only clever innuendoes / that play on gullible minds. // Heaven for me is / where
my heart throbs / and earth that clime / where it ought to thrive. // But heaven, you
say / is where earth is not / because you insist, / they do not belong. // So then, who
identifies the space / and apportions the time / for the mis-located / heaven and
earth? // Is it geography or history, / or the same old word-vendors / spewing more
/

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y perseguir
a caminantes aturdidos
como t y yo, que buscan
el cielo en la tierra vaca?

N o hay palabras adornadas para esto


No puedes ni empezar a articular
lo que pasa entre ellos en la noche oscura
sobre las duras tablas del catre
apostado junto al fogn central
que acumula holln, y es anfitrin
de ritos primordiales.

El cielo es para m
donde mi corazn palpita
y la tierra, ese ambiente
donde debera crecer.

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Es la geografa o la historia,
o los mismos viejos vendedores de palabras
que escupen ms sofistera
para acosar,

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sophistry / to harass, // and hound / befuddled wayfarers / like you and me, seeking
/ heaven on a vacuous earth?
N o F ancy W ord F or T his
You cannot even begin to articulate / what passes between them in the dark night /
on the hard planks of the cot / stationed by the central hearth / gathering soot, and
hosting the performance / of primordial rites. // He rides her in the smoky darkness
/ so that he can face his peers / in the harsh light of day, / for her, his weight on her
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l la monta en la humeante oscuridad


para poder enfrentar a sus colegas
ante la dura luz del da,
para ella, el peso sobre su cansada complexin
es su nica confirmacin
del eterno plan.
El lenguaje,
y su palabrera,
no alcanza para explicar
el encanto de la mdula melosa
que ha poblado al planeta y
propulsado sus vidas por milenios.

P alabras al muerto
ltimamente, mi muerto ha invadido el espacio de mis sueos
asaltando mi plcida vida con recuerdos
de vieja traicin e incesante furia.

Las ejecuciones de la urgencia innata


se logran con espontnea complicidad
cada una en la agona
de mundos separados
como actores que ensayan
gesticulando sus papeles.
No busques palabras adornadas,
ni siquiera amor, para colgarle
a esta antigua obra,
pues ninguna lengua puede explicar nunca
esta innata esencia
y su compulsiva insistencia

tired frame / is her only validation / in the eternal scheme. // Language, / and its
verbiage, / is inadequate to explicate / the lure of the honeyed marrow / that has
peopled the planet and / propelled their lives over millennia. // The enactments of
instinctual urgency / are achieved with effortless complicity / each in the throes /
of separate worlds / like some practised actors / miming through their roles. // Do
not look for any fancy word, / not even LOVE, to hang / on this ancient play, / for
no tongue can ever explain / this innate essence / and its compulsive insistence //
On the tryst that melds them / in the cosy darkness of faceless / nights on the hard
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En el encuentro que los mezcla


en la acogedora oscuridad de las noches
sin rostro sobre las duras tablas
del antiguo y enhollinado catre
que se mece mudo con el llamado
de la irresistible certidumbre.

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Recuerdo que la abuela dijo alguna vez, no es bueno


soar con los muertos, por qu, pregunt, porque, dijo,
algo malo les ocurre a los vivos.
Pero no es por esta razn que resiento
esta intrusin: es la simple audacia de que l
aparezca y se vea tan joven y corts como lo era entonces.
Cuando l sabe que ahora las arrugas reinan en mi cara,
una conmocin de gris blancuzco adorna mi cabeza
y otro duerme a mi lado.
Cmo puedo dirigir mi furia hirviente
a la evocadora imagen de su confianza masculina
que en mi juventud siempre haba prevalecido?

planks / of the ancient soot-encrusted cot / mutely swaying with the call / of the
irresistible thrall.
W ords to the D ead
Of late my dead has invaded my dream-space, / assaulting my placid life with reminders / of old betrayal and unceasing rage. // I remember grandmother once
saying, it is not good / to dream of the dead, why Id asked, because she said /
something bad happens to the living. // But it is not for this reason that I resent /
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Entonces recuerdo que la abuela tambin dijo


las palabras invariablemente encuentran sus blancos porque
ellas tienen tambin un espritu propio.

Que no puede haber transporte entre los vivos y los muertos;


que espere mi turno en la eternidad, y entonces si lo desea
que se atreva a proferir su voluble corazn

As que mando estas palabras a este espectro, esperando que


sus espritus tambin atraviesen la brecha
y le digan al muerto que se mantenga fuera de mi vida.

a esta despiadada nueva entrante


en la tierra de todos los muertos
cargada de recuerdos.

Tal como lo hice ese da de primavera cuando


lo ahuyent de mi puerta
donde se par con un ramo en las manos

V ersiones del ingls de H ctor O rtiz P artida

y la traicin regodendose en su cara sonriente,


pero mi determinacin se mantuvo constante
porque el perdn se haba ido de mi corazn.

l se qued afuera, no slo de mi vida,


sino tambin de la vida en s, dejndome
una pattica nota acusatoria.
Y esa engaosa cara de antao
ahora debe ser desterrada de nuevo
y el espritu de mis palabras deber insistir.

this intrusion: it is the sheer audacity that he / should appear looking as young and
suave as he was then, // When he knows that now wrinkles reign on my face, / a
shock of grey-white adorns my head / and another sleeps by my side. // How can I
direct my seething anger / at the haunting image of his male confidence / which in
my youth had always prevailed? // Then I remember grandmother also said / words
invariably find their targets because / they too have a spirit of their own. // So I
send these words to this spectre, hoping that / their spirit will somehow traverse the
divide / and tell the dead to stay out of my life. // As I did on that spring day when I /
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turned him away from my door / where hed stood with a bouquet in his hand // and
treachery gloating in his smiling face; / but my resolve had stood unrelenting / because forgiveness had fled my heart. // He did stay out, not only of my life, / but out
of life altogether, leaving me / a pathetic accusatory note. // And that specious face
of old / has now to be banished once again, / and the spirit of my words will have to
insist // There can be no truck between the living and the dead; / let him await my
turn at eternity, then if he so desires / let him dare proffer his fickle heart // to this
unforgiving new entrant / into the land of all the dead / burdened with memories.
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Alessio
Brandolini

Descubrir las causas de esta compaa zumbadora


hablamos con moscas, abejas y mosquitos, nos lanzamos
dentro de nosotros mismos. Proyectamos fugas, incursiones:
cosas que hacer por cierto no faltan, ya esto es
un efecto. La hierba cortada se lamenta, reclamando
una tumba propia, el fuego la convierte en hongo
en fases de vida. No me digas que lo hubieras deseado
hay que recomponer el futuro, proteger una va que conduzca
hacia zonas ilesas, intactas. Nado entre delfines y cangrejos
los insectos tienen alas luminosas con reflejos cristalinos.

Insectos y voces
Me odias porque me parezco a ti o por lo que digo?
Las manos no aferran las voces, ahora en otros lugares:
cronometrar las fuerzas, usarlas contra el enemigo.
El olor de la corteza de los nogales desanida la energa
de los bulbos. Los huesos tintinean, arrancan astillas
a la lengua. Atado a un palo un perro ladra
elogios al verdugo. Has hecho bien en arrojarme
al fondo de historias que nunca hubiera comprendido.
Caracoles siembran la meta que fermenta bajo
los pies, se alimenta de plumas la cpula de San Ivn.

Palpo tus ojos


Ladrillos evocan casas, color negro del ojo.
Deberas pero no puedes bien firme en la maraa
en el canto de los pjaros nocturnos: vers las huellas
si las borras? decir te amo ser fcil o tendrs
que arrancrtelo de la boca? Tratas de agujerear el crneo
de introducir hormigas y el dolor te atrapa como un lazo
en el granizo que cae sobre los olivos y en la huerta.
Andando ms abajo me encontr el incendio
de la infancia por eso no puedo alzarme en vuelo
entre las nubes. Las naves esperan el momento de zarpar
y los marineros juegan naipes en un bar del puerto.

Insetti e voci
Mi odi perch ti somiglio o per quello che dico? / Le mani non afferrano le
voci, gi in altri luoghi: / cronometrare le forze, usarle contro il nemico. /
Lodore della corteccia dei noci snida lenergia / dei bulbi. Le ossa tintinnano,
strappano schegge / alla lingua. Inchiodato al palo un cane abbaia / lodi al carnefice. Hai fatto bene a farmi colare / a picco in storie che non avrei mai compreso. / Lumache seminano il traguardo che lievita sotto / i piedi, salimenta a
piume la cupola di SantIvo. // Scoprire le cause di questa ronzante compagnia /
si parla con mosche, api e zanzare, ci si spintona / dentro se stessi. Si progettano
fughe, incursioni: / le cose da fare certo non mancano, gi questo / un effetto.
Si lamenta lerba recisa, reclama / una tomba tutta sua, il fuoco la converte
in fungo / in fasi di vita. Non dirmi che lo avresti desiderato / c il futuro da

ricomporre, una via da scortare / verso zone illese. Nuoto tra delfini e granchi
/ gli insetti hanno ali luminose dai riflessi cristallini.

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Palpo i tuoi occhi


Mattoni invocano case, il nero dellocchio. / Dovresti ma non puoi ben saldo
tra i grovigli / nel canto degli uccelli notturni: vedrai le orme / cancellandole?
dire ti amo sar facile o dovrai / strappartelo di bocca? Provi a forare il cranio
/ a inserire formiche e il male ti coglie al laccio / nella grandine che sabbatte
sugli ulivi e lorto. / Calandomi pi sotto incontrai lincendio / dellinfanzia per
questo non posso librarmi / tra le nubi. Navi attendono di salpare / e i marinai
giocano a carte in un bar del porto. // Avevi in custodia lorologio ad acqua,
locchio / mite delle sirene, ora evadi nel fiato, nel fiume / e nellombra scorre
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Tenas a tu cargo el reloj de agua, el ojo


dulce de las sirenas, ahora te evades en el aliento, en el ro
y en la sombra pasa la lnea quebrada de los das.
De par en par abres los pasajes para descubrir dnde te ocultas.
Una cena entre amigos y quieres que sea distinto
sin saber lo que pasa regresa la molestia
de s mismos y no puedes decir que est equivocado: afianzas los muros
oscila la luz de la maana. Emanaba rfagas
de energa cuando vena a buscarte al trabajo.
Segn donde uno est, ser lo que pueda: separarse
de la gusanera, concederse a las heridas, a las constelaciones.
El campo no cultivado
No es oportuno contar susurros: el instante
modifica la infancia? un pico impracticable
excavo y doy con un topo, huyo de quien
no estaba o finga no estar. Como amigos los mosquitos
mariposas, un perro. El pasado es la parte oculta
de la luna, el escenario es ste y si quiero
que los sueos se realicen tengo que estar
de viaje no el otro encerrado en un bnker.

la linea spezzata dei giorni. / Spalanchi varchi per scoprire dove ti occulti. /
Una cena tra amici e vuoi che sia diverso / alloscuro di ci che accade torna
lingombro / di se stessi e non puoi dargli torto: puntelli i muri / oscilla la luce
del mattino. Emanava raffiche / denergia quando veniva a prenderti al lavoro.
/ In base a dove si sta si quel che si pu: staccarsi / dal verminaio, aprirsi alle
ferite, alle costellazioni.
Il campo incolto
Non il caso di riferire sussurri: lattimo / modifica linfanzia? un picco invalicabile / scavo e mimbatto nella talpa, fuggo da chi / non cera o faceva finta.
Per amici zanzare / farfalle, un cane. Il passato la parte celata / della luna, lo
scenario questo e se voglio / che i sogni siano reali devo essere / in viaggio non
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Colgado del cerezo para robustecer los msculos


observo el cortejo de las hormigas y de las araas
que tejen sin prisa sus das sigilosos.
Hijos muerden padres que no saben jugar
hoy es Navidad luego ser Pascua nadie fren
las obscenas manos. No pude estar callado
ahora escucho las hojas, hice bien en no desaparecer
tengo tierra no cultivada para explorar, amapolas estallando
en el camino. El pasado es un lugar de rboles
ahorcados, de viento sin calles. Slo la oscuridad
incita a la vida, dobla los huesos en cavernas de luz.
Lo que hice no lo vuelvo a encontrar y el sol
se embadurna hacia atrs. En el campo comprend varias cosas
o es la hierba no cultivada quien me ha comprendido?
Llamo desde otro planeta
Un trueno y el alba se despierta, una hermana exige
un armario para los vestidos, la consuelo dicindole
que pronto (tendra yo diez aos) la voy a ayudar a ella
y a los otros hermanos. Los muertos espan no cierran
jams los ojos. La luz ametralla el pueblo, levanta
la cruz desmoronada sobre las casas, recoge las huellas
de la manada: el camino est aqu y rasgua la piel.
laltro rinchiuso nel bunker. / Appeso al ciliegio per irrobustire i muscoli / osservo il corteo delle formiche e dei ragni / che tessono senza fretta i loro felpati
giorni. // Figli mordono padri che non sanno giocare / oggi Natale poi verr
Pasqua nessuno fren / le mani oscene. Non riuscivo a stare zitto / ora ascolto
le foglie, ho fatto bene a non sparire / ho terra incolta da esplorare, papaveri
esplodono / lungo il percorso. Il passato un luogo dalberi / impiccati, dun
vento senza strade. Solo il buio / sprona alla vita, piega le ossa in caverne di luce.
/ Quello che ho fatto non lo ritrovo e il sole / si spalma allindietro. Nel campo
ho capito / delle cose o lerba incolta ad avermi compreso?
Chiamo da un altro pianeta
Un tuono e lalba ci sveglia, una sorella esige / un armadio per i vestiti, la
consolo dicendole / che presto (avr avuto dieci anni) aiuter lei / e gli altri
L u vin a

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Procedo masticando lo que me debes


entre espejos de inextricables enredos, entre callejuelas
alteradas por vetas rojas, por dibujos primitivos.
Hojas amarillas resisten ceidas a la rama
disfrutan el fro, la calma. Tiene fuertes dolores
el aire y el hijo que germina teme al padre
la melancola de nuestros cuerpos convalescientes.
Todo est perdido? El viento desbarata los das
no por ello encerrados en la casa
salen del techo y bajo la lluvia queman
sueos para hacer otros sueos. Llamo desde otro
planeta: el universo nos observa? semejantes pero lejanos.
Un estruendo los aos futuros, lo que hemos sido.
Versiones

del italiano de

Martha L. Canfield

fratelli. I morti spiano non chiudono / mai gli occhi. La luce mitraglia il paese,
alza / la croce franata nelle case, rileva le impronte / del branco: la via gi qui
e scalfisce la pelle. / Procedo masticando quello che mi devi / tra specchi dai
grovigli inestricabili, tra vicoli / alterati da rosse venature, da disegni primitivi.
// Foglie gialle resistono affusolate al ramo / godono del freddo, della calma.
Ha le doglie / laria e il figlio che germoglia teme il padre / la malinconia dei
nostri corpi convalescenti. / Tutto perduto? Il vento sbaraglia i giorni / non per
questo rintanati in casa / escono dal tetto e sotto la pioggia bruciano / sogni per
fare altri sogni. Chiamo da un altro / pianeta: luniverso ci osserva? simili ma
distanti. / Un rimbombo gli anni futuri, ci che siamo stati.

Luv i na

ot oo
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La besadora de
hojas rojas
Andrea Reed

Un pie baja el escaln, luego el otro. Con un propio empujn baja al siguiente. Los calcetines de rayas lila y dorado bajan uno a uno los escalones
deformes (stos son ms altos que otros o ms ligeros por las mordidas
de las termitas). Los piecitos delgados bajan la larga escalera haciendo
tronar cada centmetro de la madera vieja. La recorren completa, no se
detienen sus piernas veloces. La nia de rizos ncar y boca de almendra
agarra desde sus muslos su camisn blanco de pijama, heredado de su
prima Carlota (la ms grande), para que no se interponga con su pisada.
Desciende con cierto movimiento esquizofrnico. Por su pisada aguda,
pareciera que hay algo detrs de ella que la impulsa con fuerza a bajar. No
siempre baja en este tumulto de emociones, al contrario, se considera a s
misma muy cuidadosa, sobre todo cuando no se quita los calcetines. Todo,
porque un da vio cmo Linda, de 3 b, se haba resbalado de las escaleras
del edificio de primaria y lastimado tan fuerte que se le abri la cabeza.
Desde entonces, en los recreos, la nia cuenta que le tuvieron que coser
la cabeza; as, con aguja e hilo como a un vestido. Pensar que le podran
coser la cabeza haca temblar a la nia que baja las escaleras al stano, en
este momento, sin mucho cuidado. Le da ventaja conocer a la perfeccin
la madera de esa escalera. Sabe en qu escaln hay una tabla rota y en
cul hay una floja. Marlene recorre la escalera a la mayor velocidad posible
sin siquiera haber prendido la luz, ya que tantos recorridos le permitieron
memorizar sus pisadas con sus propios tiempos.
Marlene conoci el acceso al stano varias semanas atrs. Fue un martes

antes de irse a la escuela que descubri que exista esa parte incgnita de la
casa. Su mam, despus de prepararle el usual desayuno (jugo de naranja,
huevos con jamn y un pan con Nutella), se meti a la alacena, junto al
refrigerador, y desapareci detrs de una puerta que Marlene nunca antes
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haba visto. Pronto, la seora sali reventando la puerta y le grit a la nia:


Aprate, Marlene!, con aire de enfado reciente. Ms tarde, en el coche de
camino a la escuela, Marlene vio en el bolso de su mam, entre los flderes
de oficina, una libreta morada, vieja y amarrada por una liga que apretaba
las hojas amarillas de su interior. Una sensacin fluorescente surgi en su
consciente: la curiosidad. Marlene, deja eso, le dijo su madre, sin dejar de
mirar el camino. Con ese encuentro, creci en Marlene una angustia suntuosa por conocer a profundidad el cuarto detrs de aquella puerta en la
alacena: fuente de libretas.
La existencia del stano perturb a Marlene mucho tiempo. Su cabeza

rodeaba la idea incesantemente; en clases, ya no poda concentrarse. Ni en el


futbol. Se la pasaba imaginando ese lugar. Sera como una librera, pensaba,
una habitacin con pilas de libretas de todos tipos. O sera un cuarto secreto
en el que su mam, a escondidas, escribe historias en libretas, ser una escritora famosa? Una maana antes de irse a la escuela, Marlene inquieta decidi
preguntarle a su mam:
Ma, qu hay en el cuarto de all?
La madre mir en direccin del dedo de su hija y, de un momento a otro,
su vena del terror apareci en su frente.
Nada interesante, Marlene, cosas viejas, muy viejas, que voy a tirar un
da de stos.
Las puedo ver? pregunt Marlene con los ojos entusiasmados y una
pequea alegra en el corazn.
No, y ya sabes que est prohibido entrar a la alacena le respondi
su mam, terminando de limpiar la mesa y cerrando el tema del stano para
siempre.

Con el paso de los das, un deseo creci en el corazn de Marlene. Por prime-

ra vez, la nia de boca de almendra deseaba, y, acompaando el sentimiento,


una angustia la ba en una perpetua curiosidad insatisfecha. Haba un no
s qu, un inexplicable, que la llamaba a aquietar su impulso por romper las
reglas de la casa. As, entre la indecisin y la valenta, busc saciar su anhelo y
una tarde, a la hora en la que su madre toma su usual siesta (de cuatro treinta
a cinco), la nia de cabello corto y pantalones vaqueros (usualmente sucios)
agarr las llaves de la alacena del llavero que las une con las del coche y abri
la puerta con muchsimo miedo. Un humo ardiente la recorri por dentro. La
puerta abierta ense grandes paquetes de galletas, cajas de cereales y bolsas
de pan negro, junto, la segunda puerta que la llevara al fondo de sus inquietudes. Pas ah un buen rato. Entre las contradicciones que surgan en su mente
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y su corazn obediente, pasaron los minutos. Perpleja, inmersa en sus debates,


se qued enfrente de la puerta abierta sin moverse. Qu injusto fue el tiempo
que no cedi a acomodarse a la nia indecisa. Los treinta minutos pasaron
y, al tac, tac, tac del despertador de arriba, Marlene cerr rpido la puerta y
dej las llaves en su lugar sin haber saciado su apetito. Aun esa experiencia,
que titube sobre el tiempo y sus pies inmviles, dej a Marlene extasiada por
unos das. Se senta muy cerca.
Pronto, las ansias regresaron a consumir sus pensamientos de da y de
noche, la curiosidad la amarr y emprendi sus intentos de nuevo. Algo la
llamaba al stano. Haba algo ah que la esperaba, estaba segura. Con las repeticiones, aprendi rpido cmo quitar las llaves del llavero sin que su madre se
enterase. As, los pasos se convirtieron en ritual: todos los das (de lunes a viernes), durante la siesta, Marlene robaba las llaves, abra la puerta y se quedaba
pensando, debatiendo, treinta minutos enfrente de ella sin que nadie en el
mundo se enterase. Hasta que un da la valenta acobard al miedo y Marlene
abri la puerta que lleva al stano. Ese mismo da baj la larga escalera de madera con mucho cuidado y con todos los msculos entumidos para no hacer
ruido. Al llegar al fondo, su corazn brill de emocin al descubrir el mundo
maravilloso que tanto haba buscado: un cuarto oscuro, fro y que ola a polvo.
Dio un vistazo breve y regres de prisa a dejar las llaves. Esa tarde, Marlene se
escondi detrs del mueble de la televisin de la sala (escondite usual) para,
sin reservas, sentir lo ocurrido. Entre sus pensamientos, que slo resonaban
en alegra, nadaba la ambicin que reclamaba ms tiempo, ms tiempo, para
explorar el stano. Esa noche, la nia de pijama de camisn blanco lleg a la
conclusin de que necesitaba un gran plan para tener ese tiempo necesario
all abajo.
En las noches Marlene tramaba su siguiente exploracin al stano, estudiando en memorias las cotidianidades de su madre para encontrar una forma de escape, pero en ningn espacio del da haba suficiente tiempo para
bajar y despistar su ausencia. En cualquier instante su madre podra descubrir su embrollo, y de ah un tormentoso regao era inevitable. Marlene
sufra de ganas. Le daba mil vueltas en su cabeza. Hasta que un da la forma
de penetrar con libertad el stano se aclar. Un viernes su madre tuvo que
salir en la noche a trabajar y no encontraba niera para su hija. La madre
llam a Mara (la prima mayor), pero no estaba disponible. Llam a la ta
Clau, su hermana, pero tena a las nias con gripa. Llam a Lola, la dientona
vecina, que encantada se quedaba con la nia. As comenzaron los viernes
en casa de Lola, viernes de dibujar con crayolas prestadas y de escuchar
programas de televisin que no entenda. Marlene llegaba a casa de Lola a
eso de las 7 pm, y para cuando Marlene entraba, los crayones (rojo, dorado,
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verde y azul) y el papel blanco reciclado ya estaban en la mesita de la sala de


televisin. La nia dibujaba una hora y un poquito ms y se iba a dormir a
su cuarto prestado. Al da siguiente, su madre la recoga muy puntual para
desayunar juntas el usual huevo con jamn.
Los primeros viernes en casa de Lola fueron irremediablemente aburridos para Marlene. Le gustaba dibujar, s, pero la molestaba el ruido de la
televisin y, sobre todo, la presencia pesada de Lola. En cada comercial Lola
le peda a Marlene que le enseara su dibujo y siempre exclamaba el mismo
Qu bonito y regresaba su atencin al cigarro en su mano. O justo antes
de que Marlene se fuese a dormir, Lola, querindose hacer la linda, le ofreca un pan con mantequilla (con mucha mantequilla), que Marlene no poda
rechazar por estar en casa ajena y, obligadamente, terminaba comindoselo
indignada. Al final, Marlene pensaba que Lola era as por ser mayorcita de
edad, y slo entonces cierta compasin por ella amenizaba su estancia en
la casa vecina.
En una de sus noches de viernes, en las que su mente imaginaba stanos
de distintas formas y tamaos, dio con una ventana de su cuarto prestado
que justo daba a su casa oscura y, sobre todo, vaca. Un revuelo revolucion
su pensamiento: slo quedaba abrir la puerta de la alacena antes de que su
madre la dejara en casa de Lola y listo, se escapara por las noches a explorar
su anhelado encuentro. Pronto, Marlene hizo del stano un espacio suyo. Lo
descubri sin miramientos ni limitantes. Era tan fcil: saltaba por la ventana,
cuidando sus rodillas del patio duro, se escabulla por el jardn de Lola y
entraba a su casa por la puerta de atrs, muy cautelosa. En cuanto entraba
corra directo a la escalera y, una vez ah, bajaba con cuidado, como avisando que llegaba. El stano era todo suyo. Todito. Al final de tantos sueos,
Marlene encontr un espacio absolutamente maravilloso, aun con su polvo,
aun con su tono gris y ambiente fro. Le sorprendi que no la decepcionara
su imaginacin danzante. El stano era perfecto. Su inmensidad la cautiv
y sus olores distintos (humedad, polvo, viejo) le provocaban an mayor
inters. El stano se mostr: era una habitacin oscura, con dos sillones
muy viejos en una esquina, cuatro pilas de cajas junto y una pared repleta
de fotografas en blanco y negro. Una ausencia de luz recorra el ambiente.
Pareciera que los objetos sintieran esa falta de sol, pues la primera impresin de Marlene fue notarlos en cierta amargura, o inmviles en el tiempo.
Desde su primera noche all, la nia de ojos claros no par de abrir, ver y
oler cuanto encontr.
Mar, parece que no dormiste, por qu traes esa cara de chango mojado? le pregunt su madre una maana de sbado, caminando de regreso
a su casa.
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S dorm, Carmela, y mucho, chance por eso tengo esta cara le


contest Marlene alegre, an con el sabor en la lengua de su visita al stano
de esa madrugada.
Ahora, en la noche en la que baja de prisa la escalera del stano, en la que
sus pies casi resbalan, Marlene llega a la esquina derecha, junto a las pilas de
cajas, y prende la luz de la pequea lmpara de cermica china. La habitacin
se alumbra levemente y deja ver las paredes tapizadas de flores rojas y doradas,
que ya no guardan su original color, y las fotografas enmarcadas que rodean
casi por completo la pared izquierda. Estas fotografas fueron inspeccionadas
por Marlene durante toda una noche hace varias semanas. Ese da en que las
miraba, su cabello le colgaba despeinado a un solo lado, andaba descalza sobre
el cemento fro y su pijama termin con marcas de dedos sucios de polvo.
Le dio una experiencia extraa, todo junto fue una frmula de sensaciones
friolentas, que no quiso volver a sentir. Esa noche recorri las fotos pensando
que tal vez encontrara a su ta Paula, abuela de su prima Mayte, la nica que
sigue viva, pero todas las caras que miran fijamente a la cmara sin mucha
emotividad, personas lustrosamente vestidas, acabaron por aburrir a Marlene
y nunca ms regres a esa pared sin mucho sentido. Adems, se dio cuenta de
que todos ellos estaran muertos y le daba miedo. Esta noche abrupta, pasa
enfrente de las columnas de fotografas enmarcadas sin siquiera notarlas. Su
angustia se siente a su paso.
Ese lugar y ese tiempo en el stano se haban convertido para Marlene en
un santuario. Acababa de salir de ah cuando ya tena ganas de regresar de
nuevo. Era especial, se senta especial ah, descubriendo, abriendo submundos, entrando en otras realidades. Si bien Marlene tena algunos amigos (Jos
Luis, al que defiende de los otros, y Rosa, la que agarra su mano debajo de
la banca), se senta mejor sin tener que hablar con nadie. Por alguna razn,
se le dificultaba eso de platicar. Nunca saba de qu y nunca le importaba
mucho aquello de lo que los dems le hablaban. Antes de conocer el stano, y
de tener tantas cosas en las que inundarse, la nia, que cuelga a escondidas del
mundo un collar de oro en su cuello (regalo de su padre ausente), se acostaba
en el suelo de su cuarto a dibujar con sus colores astillados para platicarse, as
tambin pensaba mucho, o se iba con Monchi (su perro) y entablaba conversaciones mentales con l (siempre muy profundas). Por eso el stano ahora
le fascinaba, y a pesar de que slo poda ir los viernes por la noche, su ilusin
no se deterioraba con los das; al contrario, creca. Que su madre se fuese a
trabajar los viernes se haba vuelto ley. Al principio, a Marlene le chocaba
que su mam saliera, conoca las consecuencias (malhumores y regaos inmerecidos), pero as Marlene poda planear minuciosamente la caja que abrira en
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su siguiente viernes de expedicin. Al fin, Lola no era tan mala. En cuanto ella
decida irse a dormir, Lola le daba las Buenas noches con un beso en la frente y no la molestaba sino hasta el da siguiente para despertarla unos minutos
antes de las ocho. Con las semanas, su pesadez se disolvi, sobre todo desde
que su hermano comenz a ser su acompaante de los viernes de televisin.
Esta noche de viernes, Marlene llega a su lugar favorito del stano: las
pilas de cajas rellenas. Aunque ya haba abierto todas, sacado los objetos mil
veces y hecho categorizaciones mentales repetidas, una que otra vez volva a
abrirlas, contaba los objetos, guardaba alguno pequeo como recuerdo para
la semana (un amuleto que la acompaaba en sus das) y las cerraba de nuevo.
Le encantaban. Unas cajas contenan ms fotografas de gente que no conoca
(de gente muerta); otras, objetos que Marlene comenz a identificar como
preciosos: libretas, perfumes viejos, prendas de ropa apestosa, bolsos sucios y
rotos y, sus favoritos, los libros. Primero, la nia de manos de perla investig
ampliamente las libretas, como la morada de su madre. Descubri que eran
viejas y de una tal Leonora Caso. Esta Leonora tena mala letra para Marlene,
que, aunque no saba leer con agilidad (an no entenda el sentido de seguir
letras), recorri con mucha ambicin todas sus pginas y se dio cuenta de que,
de alguna forma, una libreta segua a otra. En la libreta de rayas verdes, por
ejemplo, los dibujitos que acompaan las palabras eran ms desordenados,
formas de espirales, mientras que en la primera que recorri, la de flores rojas,
los dibujos eran de cuerpos de mujer (pechos prominentes y manchas negras),
mucho ms complicados. Marlene se dio cuenta de que todo lo del stano
perteneci a esta tal Leonora Caso, nombre que nunca antes haba escuchado
y que, sin embargo, no le caus inters. Ella estaba para aquellos objetos: las
gomas de conejo, los lpices bien cuidados, los pasteles usados. Leonora habr
sido una persona muy consentida, pensaba Marlene, mientras inspeccionaba
las carteras de piel medio rotas y olorosas. Fuera de todo, cuando lleg a la
caja de los libros fue la mxima sensacin nunca antes experimentada. Los
gruesos libros de portadas diferentes la conmocionaron completamente. Una,
por ejemplo, era de una mujer dibujada con un vestido largo sostenida por el
brazo de un hombre, sus bocas muy cerca, sus manos entrelazadas; Marlene
pensaba en el contenido, en las palabras, en el sentido de todo el libro, en la
posibilidad de entenderlo todo, y una gran locura la sacuda todita. Esta caja
de libros era, definitivamente, la favorita de Marlene.
Y por eso, esta noche, en la que corre sosteniendo su pijama, Marlene

va directo a la caja que est detrs de los sillones empolvados: la gran caja
aguada (por la humedad) que guarda los libros grandes. Agarra el primero,
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el de la cubierta morada con ilustraciones en lnea negra y un ttulo en letras


grandes. Es su favorito. Haban tenido un encuentro especial haca varios
viernes: se escogieron mutuamente. Lo haba recorrido todo (excepto la
parte difcil). La maravillaban sus pginas, sus fabulosas letras de distintos
tamaos y colores y, sobre todo, las ilustraciones, oh, las ilustraciones! stas
conmovan infinitamente a Marlene, que pronto vea cmo se escurran de
las pginas y se estiraban a la realidad. Las observaba en todos sus detalles,
las memorizaba y dejaba que se disolvieran en la penumbra, luego llamaba
a otra, que repeta el proceso de aparicin y disolucin. Su libro favorito lo
guardaba al tope de la caja aguada, as era el primer libro: el que ms rpido
poda atrapar para ponerlo en sus piernas. Marlene se esconda detrs del
silln y se entregaba a este libro entregado a ella.
Esta noche llega directo a la caja y saca el libro morado sin el usual ritual de
conmemoracin. Fugazmente lo arranca de la pila de libros. El ambiente es
pesado y duro. La nia llega con miedo, trae una inercia complicada, un miedo
envuelto. Con el libro en sus piernas, busca en todas las pginas ese algo del
que saba. Gira de prisa las pginas, una detrs de la otra. Busca las palabras
precisas, las imgenes, y construye en susurros una frase, algo de muerte, de
osfraga, de estallido. A los odos de ese universo, el suelo comienza a quebrarse.
Marlene no sabe leer o, ms bien, no sabe leer frases completas. Pero el

encuentro con aquel libro le haba revelado su interior. Nunca nadie lo iba a
saber, pero, para Marlene, este libro especial es su libro de palabras. La nia de
ojos verde aceituna, que causan sensacin adonde va, guarda un gran secreto:
ella es una malabarista de palabras. Entre el juego de imgenes y letras, descubri que slo bajo su frmula el todo toma sentido, bailando en espiral en el
tiempo y la realidad. Slo cuando Marlene juega con los significados aleatorios,
los signos se vuelven una danza. Por eso, la impaciencia aplasta cualquier otro
sentido durante la semana, porque la nia aprenda cada viernes ms frmulas
y encantamientos y, pronto, comenz a ocasionar formas escurridas del libro.
Por ejemplo, para Marlene, movimiento significa mucho ms que el recorrer del
objeto esttico, podra (siempre es contingente) ser un embrollo acutico que
sobrepasa el cuerpo y las paredes. O la palabra fuerza implica el poder dominar el objeto y su inercia. La palabra afecto, por otro lado, es la ocurrencia del
hormigueo que comienza en el dedo chiquito del pie y termina en el ncleo
del crneo. Tantas palabras que causan tantas cosas! Es un mundo an por
cavar. Ahora, en esta bsqueda inquietante, Marlene entiende el poder de las
palabras, lo fuerte que son las letras y el cuidado que hay que tener al decirlas.
Sabe hacer ya algunas construcciones simples, pero busca las complejas, las
que, revueltas, pueden hasta quebrar el mundo.
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En esas noches de intenso estudio del libro y sus palabras, Marlene apren-

di a hacer frases bien hechas, encantamientos fluidos y autnticos. No se


trataba de dominar la energa del alma, sino de ser agua en el aire. Aunque,
contrario a esta propuesta, Marlene de vez en cuando jugaba con sus palabras
e intervena en sus cotidianidades. Por ejemplo, con palabras como connubio
poda hacer que su mam no le diera pollo los das que no se le antojaba (casi
nunca), o con marcial poda hacer que Estefana, su compaera de clase, no
la empujara cuando saba que se aproximaba con esa intencin. Slo con
decir las palabras precisas con la lengua (sin voz), las provocaciones brotaban.
Tambin, aunque no siempre, poda escuchar, en ilustraciones que salen de la
mente, pensamientos de los dems. As, con dctil descubri (aunque ya saba
sin mucha seguridad) que le gustaba a Gus (el vecino que va al parque), e hizo
que un da, con entelequia, en lugar de que le pellizcara las manos como usualmente lo haca, le agarrara el dedo ndice para caminar con ella de esquina a
esquina de la cuadra. O as pudo comprender lo que el cuidador de los libros
le deca con esas miradas furtivas: interpretaciones. Marlene, poco a poco, estudi intensamente todas las palabras que pudo, construa frases enteras y las
practicaba al da siguiente con dedicacin (lavndose los dientes, durante las
clases, jugando futbol en las tardes) hasta que tenan efecto.
Esta noche busca la seccin que an no ha estudiado y que crea no estudiara hasta ser ms conocedora de la ciencia. Es la zona terrible, la de las palabras
que nunca nadie se atreve a decir. En este momento, en el que comienza a
pronunciar extraos significados, el corazn se le aprieta al percibir un olor
estupefaciente, un olor que comienza a disgregarse en el stano.
Los ltimos viernes que Marlene se qued con Lola, su hermano Rubn vena a hacerle compaa. El seor era un hombre un poco panzn y mal vestido.
Tena crculos de calvicie en el crneo, una papada prominente y una barba
siempre depilada, como le contaba l a Lola. Para cuando Marlene llegaba en
la noche, el hermano de Lola ya estaba frente a la televisin. Cuando entraba
Marlene a la habitacin, era costumbre que el seor slo le lanzara una mirada
efmera y siguiera con sus dinmicas televisin-bebida-nachos. Mientras ellos
vean la tele, Marlene, con sus pies huesudos al aire, pinta sus flores de lneas
rojas y doradas acostada en el piso. Lola de vez en vez echa a la televisin una
carcajada usual, mientras Rubn sonre como si siguiera la broma pero, en
realidad, no aparta su mirada obsesiva de Marlene: linda con sus pequeos
pies, sus rodillitas flacas, pendiente de sus lneas de colores, midiendo sus
movimientos circulares en la hoja. Linda. Preciosa.

En uno de esos viernes en casa de la vecina, antes de que siquiera to-

dos se sentaran en la sala (la televisin ya prendida), Lola, al preparar los


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aperitivos (nachos, cervezas, palomitas), se dio cuenta de que no tena leche


ni mantequilla.
Se me olvid comprar leche, qu burra le dice Lola a su hermano,
despus de buscar arduamente la leche en el refrigerador, tampoco mantequilla, joder.
Mis nachos llevan mantequilla le recuerda Rubn a su hermana dirigindose a la sala, dispuesto a tomar su asiento.
Yo s que tus nachos llevan mantequilla. Qu hago? Voy a la tiendita?
exclama Lola, casi hablando consigo misma. Marlene desde lejos la mira
en este estado de confusin y no le da importancia, ella agarra sus crayones
y la hoja y se acuesta a dibujar. S, voy a la tienda rapidsimo antes de que
empiece mi programa. Marlene, mi vida, regreso en un minuto, s?
Marlene ni siquiera volte a ver a Lola, estaba muy metida en su trabajo
artstico. Lola pronto cerr la puerta y, detrs de ella, un silencio extrao se
qued en la casa. Las manos de Marlene jugaban con los crayones, la izquierda con el azul haca crculos de fondo, mientras la derecha con el dorado le
daba detalle a esos crculos. Haca flores. A Marlene le gustaba mucho dibujar
flores. Su concentracin se vio interrumpida cuando sinti el aire caer pesado. Desde el silln, Rubn la miraba detenidamente, pasaba sus ojos de sus
manos a su cintura, de ah a sus pantorrillas. Cuando el seor, palpitando, se
dio cuenta de que la nia haba notado su mirada, la apart nervioso y, a la
vez, fascinado.
Marlene, linda, me haras un favor? le pregunt Rubn desde su
silln. Marlene dej el crayn, pero no volte a responderle. Perturbado, continu: Me traes un vasito con agua?
La nia se levant sin antes asentir y camin hacia la cocina medio molesta
por tener que hacerlo (su mam le ha pedido muchas veces que sea muy obediente en casa de Lola porque Lola la cuida sin pedir nada a cambio). Del
trayecto de la sala a la cocina, en el sptimo paso Rubn la intercept jalndola
de la mueca izquierda.
Ya no voy por agua? le pregunt Marlene, dispuesta a regresarse a
dibujar.
Espera, espera, es que... alguna vez has jugado al caballito? le pregunt Rubn de muy cerquita y sin soltar a la nia de la mano. Marlene pens, y
no, nunca haba jugado tal cosa. Tampoco tena muchas ganas de aprenderlo. No? Pues te tengo que ensear, es muy divertido.
El hombre desliz su dedo ndice desde la nariz pequea de Marlene, bajando por el cuello, el pecho, hasta el ombligo. Gir sus manos por su cintura
y, en un movimiento, la apret y sent en su regazo. La nia nunca haba
estado tan cerca del seor Rubn. Fue horrible. Su boca exprima un olor
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absolutamente repugnante, pareca que hasta con bichos mortales. Marlene


se retorci bajo las manos que se movan inseguras a tocar sus extremidades:
una mano en el hombro, otra en la pierna, despus en la espalda. El hombre
se mova debajo de ella, torci la boca y entrecerr los ojos. El olor era muy
fuerte y escurridizo y, pronto, Marlene sinti una ganas terribles de vomitar.
No entenda, tena que ser obediente? En un salto, se desliz de sus piernas
y corri por el vaso con agua. En el camino de ida maldijo, jurando que el
olor de seguro se haba quedado impregnado en su ropa y en su cabello. Poco
despus, Lola abri la puerta.
Esa noche, Marlene practic las palabras indicio y luminiscencia. Palabras
que susurraron las paredes que le hablaron, y con ellas se hizo una limpia de
cuerpo.
Las frases toman sentido en la mente de Marlene, movidas por la voz juegan por todo su cuerpo. Las palabras que aprendi las ltimas semanas no
son como las que se aprenden en clase. No son construcciones perfectas
y delineadas. Sujeto, verbo y predicado. Estas lneas, tan suyas, danzan sin
mecanismos y convocan los ms profundos significados. Si encuentra en su
libro lluvia, por ejemplo, y la dice con el corazn en reverencia, de pronto un
torrente de lucirnagas doradas cae de ninguna parte e inunda la habitacin.
El espacio se llena de foquitos de luz y brillan por un rato; en un momento
preciso, se apagan todas. Un espectculo maravilloso. Marlene permaneca
fascinada mirando hasta que la ltima lucirnaga se quedaba sin luz. Marlene
tena que barrerlas del piso despus. Pero, mientras pudiera ver de nuevo esa
escena, no le importaba barrer un milln de lucirnagas! Le fascinaba, y sus
ltimos viernes pasaba toda la noche pronunciando diversidades ms complejas:
Paloma a tiempo del cuerpo
Abierto el cielo tengo

Con este encantamiento, algn viernes, Marlene hizo que las paredes
se quebraran y flores lila se desbordaran en la habitacin oscura. Marlene se
volvi loca de emocin y se tir a nadar por ese olor maravilloso, encima
de las flores esponjosas. Acostumbraba, cuando era posible, llevarse un
poco de aquello que en la noche haba provocado. Antes de tirar las flores lila,
agarr tres o cuatro y las subi a su habitacin. Su mam ni las not. As le
duraron tres das; al ltimo, las flores cayeron en un sueo que las desvaneci de materia. Una palabra despus de otra presentan las ms entraables
provocaciones: estlido, substancial, derretir. Con frmulas de palabras precisas,
las hojas rojas del parque, por ejemplo, se enfilan en espirales y penetran a
Marlene antes de caer en picada en la tierra: polvo de azufre.
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Mar, te sientes bien? Tienes cara de sapo mojado le pregunt su


mam un martes cuando la fue a despertar para ir a clases, tocando su frente
hmeda. Tienes un poco de fiebre.
Deseando que la dejaran en casa sola, Marlene pronunci al aire:
Mis alas de lilas
Veladas bailan cerradas

Y si me quedo y no voy a la escuela? le pregunt Marlene,


esperanzada.
T lo que quieres es no ir. Mar, me ests haciendo truco?
No, mam, truco? responde Marlene, en verdad sintindose enferma. Aunque la idea de quedarse sola todo el da y bajar la emocion. Si se
quedaba, obviamente bajara a experimentar mil palabras hasta empacharse.
Adems, si no iba, podra evitar a Paola, que ltimamente estaba muy intensita, jalndole el pelo durante las clases.
No, Mar, tengo que ir a trabajar. Vamos a la escuela, si te sigues sintiendo
mal, que me hablen a la oficina y voy por ti, pero vamos, seorita floja...
Marlene, con su palidez y ojeras pronunciadas, se qued en su cama unos
minutos ms imaginando cmo hubiera sido ese da de muchas palabras. Al
final se levant, tambalendose, y tuvo un da en su totalidad insignificante.
En la nia creca el cansancio sin que ella lo notara. Su angustia por bajar
al stano la persegua toda la semana. No dorma y no coma. A pesar de su
aspecto enfermo, nadie pareca notarlo.
Esta noche, en la que la pijama de Mimmie de Marlene est sucia con marcas de lodo del jardn de Lola; esta noche, en la que su respiracin tiene un
ritmo a mil por hora, en la que un miedo inunda su andar, Marlene repite palabras difciles e innobles para construir un embrujo:
Alevosa prevaricacin de muerte
Perfidia veloz alcanzable muerte

Resuena en su mente: muerte, felona, muerte.


Esa tarde, como acostumbraban despus de las prcticas de futbol, Gus y
Marlene caminaron por el parque.
Gus, y t le has dado un beso a alguien? le pregunt Marlene, afligida, a su amigo. Esa maana haba escuchado al grupito de nias que hablaban
de los besos como si fuesen dulces: Yo le di a Too, Y yo a su hermano,
Pues yo di de lengua. Marlene nunca ha besado y nunca haba pensado en
ello, pero escuchar a las nias prestarle tanta atencin le pareci que probablemente era algo que ya tena que suceder.
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Ese otoo fue la primera vez que Marlene not los rboles del parque. Para
ir a la escuela, pasa por la avenida que sigue la gran lnea de rboles grandes
con largos brazos. Con los das, la nia de sonrisa pequea se fue dando cuenta
de los colores cambiantes de las hojas, del viento agitando de distintas formas
las ramas y del sonido de la oscilacin de los rboles (as se comunican). Para
este entonces, en el que Gus y Marlene caminan, Gus apretando con su mano
el dedo ndice de Marlene, los rboles ya slo tienen hojas rojas pendiendo en
direccin vertical. Marlene las observa esperando que en cualquier momento
alguna hoja se deslice por el aire y se muestre; al mirarlas, le centellea el corazn.
Claro que no contest Gus, soltando el dedo de Marlene.
A m me dan ganas de besar las hojas de los rboles, las rojas continu
Marlene, sin notar que Gus guardaba ahora sus manos en los bolsos de su chamarra. Parece que les cuesta mucho dejarse caer, no crees? Con un beso,
a lo mejor, las ayudo a no tener miedo termin la frase Marlene sonriendo.
Gus, sin entender nada, sigue la mirada de su amiga y se re.
Ests loquita, Marlene. Yo le doy un da ms a esas hojas. Se caern
todas!
S, pero slo con mi beso, Gustavo le respondi Marlene entusiasmada y muy sonriente.
Qu tontera eso de los besos agreg Gus, mientras reciba un golpe
de labios en sus labios. Se qued atnito.
Te gust? le pregunt Marlene, maravillada, despus de unos minutos. Sin esperar respuesta sigui su camino.
Marlene aceler el paso para llegar a su casa. Ni siquiera se despidi de Gus,
que impvido y con la huella de un beso mojado la miraba desde atrs sin poder descifrar lo ocurrido. Ese beso le haba gustado a Mar y a Gus. Ese beso
simboliz la puerta ahora abierta de un amor que, con el tiempo, crecera y se
materializara. Les quedaba an mucho por explorarse. Qu injusto el viento
que sec tan rpido los labios y no dej que aquella pequea caricia siguiera
su camino en el tiempo.
De vuelta a casa, Marlene, casi escuchando las razones del cielo, le susurr
al viento:
Besos envueltos en labios
Son sacros, sagrados
Besos predestinados
de tiempos, agotados

En esa ocasin, nada sucedi. Nada se movi.


Slo por esa tarde, sus pensamientos anduvieron en su boca y no en palabras. Senta an los labios de Gus. Ese sentir por primera vez. Marlene repeta
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la escena una y otra vez, la recreaba: un beso suave, un beso abierto, un beso
salvaje. La nia, acostada con Monchi en el silln, se tocaba la boca, y no, qu
sensacin irrepetible la de otros labios! Se tambale de vergenza, apenada,
ilusionada. Un beso y otro. Le dara otro beso. Maana. Maana le dara otro,
pero ahora sera ms lento, o se lo pedira a l: Gus, me das un beso?. Si deca que no, Marlene se aventara por l. Querra sentir ese cosquilleo de nuevo.
Mar, qu haces? su madre entr por la puerta de atrs, interrumpiendo sus sensaciones. Ya hiciste la tarea de la maestra Toledo? Me mand
una carta, s sabes?
Carmela, estoy ocupada respondi la nia, que se negaba a salirse del
mundo de los recuerdos.
Ah, s? No veo que ests haciendo nada. Ya en serio, Marlene, tus profesores dicen que no pones nunca atencin, que te la pasas susurrando palabras
que no existen, que te la pasas sola y no quieres ser amiga de nadie. Tienes que
ser ms responsable, Marlene. Yo no puedo ocuparme de todo.
S, mam respondi Marlene, girando los ojos. Insignificancias, para
ella. Con las manos en las orejas, apret los ojos e intent hundirse en sus
pensamientos, cuando escuch un fugaz Lola. Qu dijiste, mam?
A las ocho viene Lola por ti, tengo que salir a hacer unas cosas y maana
paso temprano para ir a la escuela, s?
Para no dar muchas explicaciones, Carmen se dedic a evitar a Marlene
el resto de la tarde. Estaba muy inquieta y senta culpa, tal vez porque dejaba a su hija con Lola rompiendo el pacto que haban hecho de slo los
viernes. Marlene, por su parte, ya se las ola cuando escuch a su mam
discutir por el telfono aquella maana, aunque nunca crey que sera ella la
que rompera el pacto. Estaba dolida, pero actu como si no sintiera nada.
Al fin, podra bajar al stano en la noche a construir frases para su beso del
da siguiente. No sera tan malo quedarse con Lola.
Cuando llegaron por ella, Marlene, enojada, le dio un beso golpeado a su
madre, que lo sinti y no dijo nada. Marlene, inquieta, le lanz una ltima
sonrisa efmera y chiquitita antes de meterse a casa de Lola.
En esta noche de sueos olvidados, Marlene pronuncia a gritos palabras

para ahuyentar sombras:

En este grito de muerte,


Mi voz es un ultraje,
Que no injuria al viento.
En este grito al tiempo,
Encierro al denotado,
Ya que en miedo, muero lento.
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Los gritos de Marlene no se escuchan, su voz es consumida por las paredes cmplices; sin el libro en brazos, grita con todas sus fuerzas mientras un
cuerpo pesado se dirige a ella.
Hola, bonita salud Rubn a Marlene desde la sala de televisin. La
mir sonriendo. Vendrs a pintar aqu? agreg el seor. Al no tener
respuesta inmediata, regres la mirada al televisor.
Hola respondi Marlene, an enojada con su mam por dejarla ah.
Adems, en cuanto entr a la casa, le comenz a doler el estmago, con
nuseas. Un olor inmundo rodeaba la casa. Seguro provena de la boca sucia
de Rubn, sin duda, pens Marlene. O de su sudor. Y le dio tal asco que la
nia agarr sus crayones y se puso a pintar en la cocina. Esta vez comenz a
hacer crculos sin sentido: sin flores.
Lindura, preciosa, tengo que salir un ratitito lleg a decirle Lola, que
apareci de repente arreglada y maquillada, regreso muy pronto, no le
tienes ni qu decir a tu mami porque regreso rapidsimo, como una bala,
s? continu Lola, apretando los cachetes suaves de Marlene, regreso
pronto. Aqu te dej cereal, leche y pan. La miel est aqu por si se te antoja.
Marlene asinti sin prestar mucha atencin. Se ira pronto a dormir, se
saldra por la ventana y se ira a dormir a su casa, fin, pens Marlene, no tena
por qu estar ah.
S, Lola.
Cualquier cosa se la pides a mi hermano. l te va a cuidar, s? No me
tardo nadita.
Era la primera vez que Marlene vea a Lola con labial tan rojo en la boca.
Se haba puesto sombras negras en los ojos y delineado las cejas. La nia intuy que Lola andara de novio tambin, y le pareci absurdo. Pronto, sigui
dibujando sin mucha gana y dispuesta a irse a dormir, cuando escuch la
voz de Rubn.
Marlene, me traeras un vaso con leche? le grit el seor panzn
desde la sala, por favor, bonita.
Marlene dej los crayones en la mesa. Sirvi el vaso con la leche que Lola
haba dejado afuera y se dirigi a la sala. En una mano llev el vaso con leche
y con la otra se tap la nariz. Traa unas nuseas hasta la lengua, si se acercaba
mucho seguro que vomitara.
Marlene estir el brazo muy lejos de ella para darle el vaso a Rubn, que,
riendo, recibi su leche. A punto de virarse para ya irse a su cuarto, la mano
de Rubn se desliz a la de Marlene y la agarr de la mueca, apretndola. En
un jaln la atrajo a s, cerca, y le susurr:
Ya no hemos jugado al caballito.
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Marlene slo sinti que el olor muy fuerte la rode, como una especie de
nube slida, y no escuch lo que esa boca de tan cerca le balbuceaba.
Princesa le dijo Rubn, an ms de cerca, y repeta: princesita.
Sus manos movindose sobre su cabello, pasando por su cuello. El dedo
grueso del seor comenz a hacerle a Marlene crculos sobre la imagen de
Mimmie en su camisn. La nia senta el olor muy fuerte; asqueada, se alejaba, pero no, senta que la detenan duro de las muecas. No la liberaban.
Y en ese estado de confusin, por un momento, Marlene observ al hombre:
su cara con hoyitos negros, su cuello colgante, su sudor en la frente, sus
labios filosos y secos: un hombre que huele a poca agua.
Marlene, de pronto, se vio sobre su cintura, enfrente de este hombre
que la miraba entrecerrando los ojos, babeando. La apretaron de la cintura,
duro. Un desliz de confusin se desbord en Marlene, quien observaba
para comprender. El hombre aceler su respiracin, su frente se apret, sus
manos sobre sus piernas caan pesadas, y en un arranque subi el camisn
de Marlene hasta dejar ver sus dos pezoncitos, sus dos arrocitos blancos.
Oye!, Marlene se lo baj rapidsimo, inquieta.
Es un segundito, bonita, as va el juego le dijo el hombre, acaricindole los hombros, tocando su cuello chiquito.
Marlene mir al hombre, tmida, y chocaron sus miradas, una pupila
negra frente a la otra y la nia, de pronto, dej de estar confundida. El olor
repugnante los rodeaba. El hombre apareci frente a Marlene con una boca
de formas negras, con ojos de serpientes entumidas, con dientes de lobo
hambriento. Un susto hizo sucumbir el cuerpo de la nia, el miedo lleg
a ella como un cristal estrellado en el piso. Un miedo que muerde, astilla
y duele. Con el impulso de llorar, Marlene estuvo unos minutos quieta,
hasta que el hombre, con su asquerosa boca, se acerc a ella. Un susurro
del tiempo propuls sus piernas delgadas, que de un salto se apartaron del
hombre excitado.
Voy a hacer pip y vengo le dijo Marlene, forzando una voz serena,
pero con el corazn apretado.
El hombre la mir intranquilo, pero Marlene, sin preguntar ms, corri
rapidsimo a su cuarto. Cerr con seguro y unos segundos despus escuch
los pesados pasos que venan haca ella.
Tigre del tiempo salta
Que, zozobra, la vida
Sin savia
Muere,
Tigre del tiempo salta

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Un rugido se escuch al otro lado de la puerta, antes golpeada sin descanso por dos puos fuertes. Marlene escuch gritos histricos, azotes contra
las paredes y ms rugidos. Mientras, con angustia, se sali por la ventana del
cuarto. Por la prisa, cay de rodillas en el patio, dejando una raspn de sangre
en sus rodillas, pero, sin notarlo, sigui el impulso veloz por el jardn hasta
el stano. No saba qu pasaba precisamente, o el tipo de maldad que era el
seor Rubn, pero senta una necesidad incomparable de llegar a sus cajas. Ni
siquiera prendi la luz. A pasos de memoria entr a su casa y abri el stano.
Baj. Abri la caja que conoca, sac el primer libro en la pila, el libro morado,
y lo ley vidamente.
Seccin de encantos difciles y peligrosos. Marlene lee: mentiras, rencor, odio,
maldad. Las paredes truenan con sus susurros. Resentimiento. Vientos oscuros
cruzan el espacio y sus voces roncas se acercan a la nia. Lee: miedo. Carcajadas
en sus odos y manos fras revuelcan su cuerpo. Cmo la encontr? Un olor
estupefaciente, cido, empantana el cuarto. Y Marlene, aterrada, se queda
quieta. Tengo miedo. Su cuerpo entumido, de pronto, fue cubierto por
rasguos y jalones. Unas manos gordas le tocaban los muslos, las pantorrillas,
su pecho sin pechos, su cuello, su cara. Le meten dedos a la boca. Marlene
cierra los ojos y piensa en embrujos.
Sangre que corres por la vida
Con este ruego vuela
Paloma viva de lila
Florceme a m
Viva

Marlene grita muertes, pero las manos no se detienen, continan. La jalan, la


palman, le aplastan los brazos a sus lados. Le detienen la quijada. La penetran
en la boca una vez y no respira. El aire entra. Marlene aprieta los ojos con el
estmago revuelto y repite su hechizo de principio a fin:

enojado se impulsa a su boca. Marlene sin poder respirar, en un vertiginoso


aliento, se distrajo del dolor un segundo y dese.
Deseo. Un timbre de luz entr a los ojos de la nia de ojos de lgrimas, que
en un sollozo apretado mira su corazn dorado: las hojas rojas de los rboles.
Una voz, la de los rboles, quizs, la llama a besar sus hojas miedosas. Marlene
enuncia:
En el tiempo de besos,
Como las hojas que el rbol expande,
Como el tronco que sostiene
la msica de los columpios:
tus labios florecen mis labios.

Pero no respira y no se puede mover. El alboroto de lquido en su boca no


tiene a dnde salir y entre movimientos esquizofrnicos y lquidos entumidos
Marlene no respira. No respira. No respira.
La luz regresa por donde vino. La recmara polvosa, con fotografas vie-

jas en una pared, con sillones rotos y cajas rellenas de objetos que pertenecieron a Leonora Caso, la abuela de Marlene, se queda en presencia muchas
horas. Mientras los mecanismos de significados se reformulan, cambiando, y
recorriendo los espacios en un silencio lleno, las palabras flotan en el aire,
susurrndose, consolndose. En una de las esquinas, dentro de una caja,
Marlene flota en el tiempo con sus ojos cerrados. La nia de boca de almendra se arrulla con el viento que anuncia el baile de las hojas. Marlene es significado, y con todas las palabras que existen y no existen se abre paso como
bailarina del viento.

Afuera, con un beso sobre sus costados, todas las hojas rojas del parque se
sueltan a bailar al aire l

Del cielo en tempestad

El olor es fuerte. Las masas pesadas sobre ella no la dejan concentrar. Cada
que enuncia, algo la golpea. La nia escucha el piso quebrarse y comienza a
llorar. No puede sostenerlo y llora. Los monstruos del mal se deslizan a la
superficie. Criaturas oscuras que la rodean. Ms manos sobre ella. Ms jalones
de cuerpo. Marlene llora angustiada. Se la van a llevar. Las lenguas pasan por
todo su cuerpo, chupndola y dejndola quemada. Dolor. Marlene se ira a
lo oscuro. Por mencionar los malos significados, se la llevaran a las sombras.
Eso es lo que pasa cuando no sabes sostener un significado oscuro. Dolor.
La arrastran por el piso, penetrada. Dolor y tristeza. Marlene no respira, no
puede respirar. El asco de pronto es muy fuerte y en su estmago un volcn
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Voy a ir. No lo hagas y colgu el telfono. Y mi mano no se apart del

Tal vez

auricular hasta mucho tiempo despus, cuando brillaron los faros contra
la ventana. Lo saba, no poda suceder de otra manera, esper en silencio
a que dejara de escucharse el motor y entonces tus pasos que la tierra y
pasto crecido se queran tragar sin conseguirlo.

Mario Heredia

Tal vez si en ese instante que ahora quiero recordar hubiese corrido a la
puerta, cargando la escopeta como si fuera un nio recin nacido, apenas
respirando, apenas tibio por el contacto con mis brazos, te hubiera salvado. Si hubieras visto el can frente a tus ojos te hubieras dado la vuelta
y perdido en la oscuridad y en el silencio.
para que nada nos separe,
que nada nos una
Pablo Neruda

T al vez , si hubiera sucedido as, como quisiera recordarlo, no hubiera


tenido que recorrer el mismo trayecto una y otra vez para lograr encontrarte en algn grano de sal y en el silbido del viento fino que se colaba
por mi chamarra.

Tal vez el tiempo y t sean lo nico real en este mundo. Y yo solamente


un sueo muy violento y muy lejano. Como la nube oscura y pesada que
se qued aquella tarde sobre mis hombros antes de volarte la cabeza. Un
sutil murmullo, un hilo de viento tan fino como un cabello que en lnea
recta cae fue el anuncio. Estabas de frente, no como siempre de espaldas
tratando de subir la pesada red al barco.

Tal vez, y eso ni an hoy lo creo, los seres humanos en realidad no tenemos ninguna escapatoria, todo est dado y el caso es solamente tomar
el camino ms sinuoso y lejano para llegar a lo mismo y as no caer en la
monotona. Despus de todo padre, amante o vctima son slo palabras.

Por eso la escopeta, por eso tu cuello ancho y tus enormes


T al vez t, el amor y t, tal vez solamente yo que te recreo a cada
momento en este lugar, hasta que logre que todo se detenga y pueda encontrar entre todas las estatuas de la tierra la tuya, abierta, mostrando el
pecho, tu corazn musculoso y frgil, enorme de tan rojo y tan bondadoso.

manos que golpearon una y otra vez la puerta hasta sentir que la derribaras. Una y otra vez, y yo en silencio. Una y otra vez al igual que mi corazn
que lata sin ninguna sintona, como descompuesto y yo recordando el
mar, recordando el roce de nuestros antebrazos y nuestros muslos anchos
y hmedos bajo la mezclilla ensopada de agua de sal.

Tal vez un da nosotros estuvimos juntos en aquel mar violento, aunque


ni siquiera haya sido en el recuerdo, o quiz slo fue eso, el recuerdo que
se inventa para poder as crecerte hasta convertir el pjaro en idea, el
helecho en viento y tu boca.

T al vez as fue, y recorrimos una sola vez el trayecto limpio y fresco

Tal vez s, o tal vez no hice lo correcto al no querer abrir la puerta y


as no tener que disparar el gatillo con mi dedo colorado y tieso de tanto estar ah, tenso, listo. Abre. S, era tu voz, la misma voz oscura y seca
como el chocar de dos piedras. Mejor encerrarme en la habitacin para
no escucharte.

de isla a isla, apestosos a sudor y a parafina, jorobados ante el viento,


arrugados, con la barba de tres das y una sonrisa que no se nos caa ni un
segundo de la boca.
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T al vez la esperanza podra ser mi nico asidero, el deseo, esa espera

P ero no esper a ver esos dos ojos, ni siquiera a apreciar tu tamao

en el muelle a que llegara el barco y tu mano saludando, tu sonrisa bajo


la gorra de pura lana color naranja y tus piernas bien plantadas sobre la
cubierta formando una V invertida.

hubiera sido un buen hijo, un hijo modelo, tal vez. Pero la orfandad, esa
falta de la mitad del corazn, hizo imposible sanarme. Cmo poder quererte entonces sin tantos miedos, cmo querer vivirte y hacerte sobrevivir.

agachado en esa puerta que sera tan imponente como cuando me esperabas en la noche, despus de una larga faena, a compartir el estrecho catre
y jugar a no caer nunca, nunca. El mar no es traicionero, lo que sucede
es que el mar siempre est hambriento, me decas. Y tus palabras eran
todo lo que entonces necesitaba, tus palabras unidas al olor de tu boca de
dientes amarillos y lengua un poco blanca. Pero no, no esper ni tu olor
ni tu voz. Fue disparar aquel inmenso trueno que llen la casa de bruma y
olor a feria de pueblo.

E scuch el vidrio de la ventana quebrarse, la aldaba crujir y tu salto

T al vez fueron dos velas que yo convert en muchos incendios. Tal vez

sobre la duela, como de un saco pesado y viejo. Y luego tu voz, tu voz que
me llamaba y yo con la escopeta apuntando a la puerta, desde mi cama.
Esper. La puerta no tena seguro y vi la perilla dar vuelta, lentamente,
igual que el timn del barco que tantas veces dejaste en mis manos y tus
manos sobre las mas y tu cuerpo sobre mi cuerpo, apestoso, barba que
rozaba mi cabeza y bajaba por mi cuello y me hera. Un pescador eras, nada
ms fuiste eso, un pescador que contrat a un muchacho para ensearle lo
peligroso que puede ser el mar.

fue gasolina y no agua de mar con lo que ba tu cuerpo. Tal vez todo fue
un sueo mal soado para matar el recuerdo y la culpa, tal vez. Y entonces
ver las llamas subir y subir muy alto, hasta volverse parte de ese cielo y
cambiarlo de color por un amanecer. Tal vez estoy pensando el porvenir
que nunca llega, porque cuando lleg no me di cuenta. Tal vez sienta hoy
tu mano en mi cabeza, esa mano fuerte y amorosa que me dir Levntate,
hijo, ya es hora.

Tal vez mi padre hubiera sido as, tal vez podras haberlo sido, tal vez yo

L a ltima noche te sent sobre mi cuerpo, tan pesado. Me aplastas,


T al vez hoy, frente al televisor. Tal vez hoy, mientras espero que una
esposa cualquiera est lista y la vea bajar la escalera de la mano de mis
dos pequeos hijos. Tal vez hoy, que jugar a estar sentado frente a dos
caras secas. Tal vez hoy mientras un hijo cualquiera recita una poesa
navidea y una hija cualquiera me entrega un regalo, pueda echar fuera
unas cuantas lgrimas.

dije, pero t no me quisiste hacer caso y, como la nube, te plantaste sobre


m. Un padre omnipotente que me hizo su hijo, su amante y ya no pude
soportar el peso. Y qu ganas tuve siempre de tener un padre, y cmo
so con el momento de tenerte, pero no as: sudor, gemido, baba espesa.
No, as no quera tener un padre y fue entonces que me revel y hu a la
cabaa, la nica casa desde que nos conocimos.

Tal vez soar que te sueo no sea tan irreal como el amor mismo. Como

Tal vez yo no te entend, ni entend lo que era una obsesin, un deseo,

el miedo a querer aceptar al hombre que siempre ha existido aqu adentro.


Tal vez si yo te nombrara el pecado terminara y podra correr sobre el
recuerdo a tus enormes brazos tatuados con la sal de todos los bules de
la tierra.

el amor quiz, tal vez. O tal vez es se, el destino ya tirado sobre la mesa
desde que uno nace, quien me hizo alejarme tanto, esconderme y esperar,
esperar... Ven, levntate, ya es hora de empezar la pesca.

T al vez , si me hubieras hablado, si me hubieras explicado, tal vez.


Porque si es un sueo es tan real y tan largo que me agota. Tal vez yo no
entend y ahora, tal vez, s soportara tu peso, tu baba, tu aliento, tal vez.
Porque te extrao. Tal vez no hay un padre modelo, ni tampoco un hijo l

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ngel
del olvido
(fragmentos)
Maja Haderlap

L a abuela tiene sus propios acuerdos con la naturaleza. Ella cree que debe
apaciguar al campo y al bosque y no adornarlos con versos. Un poema
no significa nada para la naturaleza, dice, hay que mostrarse rendido a la
naturaleza.
La abuela guarda palmas en el tico sacadas de los arbustos, las cuales
normalmente lleva a bendecir a la iglesia todos los Domingos de Ramos.
Con las palmas, la abuela elabora pequeas cruces que en primavera llevamos a los campos y clavamos en la tierra recin arada para que el sembrado
de papas permanezca frtil y el trigo florezca. Siempre que una tormenta
se avecina, la abuela pone pedacitos de palma en el fuego y los lleva, en una
sartn de hierro, por toda la casa. El humo amargo debe depurar el aire y
aplacar las potestades de la atmsfera. La fe en Dios se debe llevar en el corazn, dice la abuela, no es suficiente lucirla en la iglesia. Uno no se puede
fiar de la iglesia. Segn ella, no se le puede tener confianza.
La abuela slo se encomienda a los smbolos inslitos en el cielo, a los que
es capaz de interpretar. Se fa de las Cuaresmas y del 8 de mayo, el da que suele ir a misa para agradecer el fin de la poca nazi. Confa en el idioma dirigido
a la voluntad, no al odo humano. Ella sostiene que las palabras disponen de un
gran poder, que pueden hechizar las cosas y curar a las personas; que un pan
al que se haya hablado, al que se haya dotado y provisto con plegarias, tiene el
poder de aliviar los tiempos de enfermedad o de penuria. A su hijo mayor lo
mordi una serpiente, cuenta. Su herida no quera sanar y los mdicos ya no
disponan de ningn remedio que le ayudase. Entonces ella, la abuela, fue a
ver a Rastonik para que proveyera al pan con un hechizo contra el veneno
de la serpiente. El viejo Rastonik, sin embargo, se neg debido a su temor
de fortalecer el resabio del veneno. Por lo tanto ella se encamin a buscar
a elodec, la cual le bendijo el pan. T, animal venenoso, debes retirar tu
veneno de ese ser humano!, le implor elodec al espritu de la serpiente.
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No conjuro su carne, no conjuro su sangre, conjuro la pavorosa convulsin,


fueron sus palabras benditas. Despus de que, todos los das, su hijo comiera un pedazo del pan y rezara un padrenuestro, sin decir amn al final,
se recuper. El veneno abandon su cuerpo. Y la palabra se torn en pan y
habit en el hijo cada vez que humedeca con su saliva la frmula sanadora.
El pan hablado, la palabra consumida.
Slo con rezar, la abuela me cura una inflamacin del prpado, un grano
de cebada1, que padezco de vez en cuando. Yo debo responder con ne verujem no creo y confiar en la cura, dice. Recita su conjura y cerca de mi
ojo remeda con las manos el movimiento de una mujer cortando hierbas.
Jemen anjem2, dice, jemen anjem, mientras repito que no creo que ella est
cortando la cebada. Debido a que reconozco mis dudas, digo la verdad y el
hechizo de la palabra surte efecto; por lo menos as me lo imagino, aunque
no lo s con certeza.
La abuela me confiesa que su mam le dej una bendicin de dote, un
techo de palabras sobre su cabeza. Debe recitarla en tiempos de penuria o
clavarla en la puerta de la casa para que est protegida, de relmpagos, de
granizo y de todo mal. La abuela conserva la bendicin en un sobre, que no
se debe abrir sin su permiso. La plegaria se puede leer y tocar, sin embargo
es mejor aprendrsela de memoria, ya que el efecto yace en lo dicho, no en
lo escrito.
Me imagino cmo las palabras se liberan de la carta y, a travs de los ojos,
se suben a la cabeza y, de ah, a alturas desconocidas; cmo las palabras, sin
que nadie las toque, llegan a desplegar sus efectos; cmo, junto a la voz del
recitante, despliegan sus alas de palabras sobre el que las pronuncia.
La vieja Keber provey a mi abuelo con una bendicin antes de que ste
se uniera a los partisanos, la guareci en un pao de terciopelo, para que
lo protegiera de una muerte inesperada, de traicin y de vileza, cuenta la
abuela. Cinco padrenuestros y cinco avemaras deba rezar diariamente. l
rez todos los das y sobrevivi su poca de partisano. Despus regres de la
selva. Tambin el hombre del cual se acuerda Romana de Remschenig sobrevivi la guerra, dice la abuela. Romana no tena ni diez aos en aquella poca, cuando la detuvieron. La estaban interrogando en la crcel de Klagenfurt
y arrastrndola del pelo cuando trajeron a un partisano a la sala, al cual ella
no conoca y que llevaba consigo un escudo divino, segn deca l, un it
boiji. La Gestapo cuestion al partisano qu fin tena, y l replic que Dios
lo protega. Acto seguido lo golpearon hasta que colaps, ensangrentado. La
1 Gesternkorn en el original: nombre coloquial para una inflamacin en el ojo (N. de la T.).
2 En esloveno en el original: Corto la cebada (N. de la T.).
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nia tuvo que presenciarlo todo, pero el partisano sobrevivi e, inconsciente, fue sacado de la sala. La palabra lo protegi, dice la abuela.
Me estremezco. Invoco al escudo divino para que me proteja de pensar
en todo lo que ste podra ahuyentar. No pienses en eso, dice la abuela, has
escuchado demasiadas cosas y has credo demasiadas cosas. Ella sonre con
su sonrisa fina y sutil y suavemente me empuja afuera de nuestra habitacin
hacia el patio.
P iko corre , encadenado y ladrando, de un lado para otro. Las gallinas con
su cacareo ruidoso bajan apresuradamente por la pradera detrs de nuestra
casa y abren sus alas en el intento de elevarse.
Debe de ser un azor, dice la abuela, ya se puso a cazar delante de nuestra
puerta! Reportara el incidente a los cazadores para que tirotearan al ave
rapaz. Mam aparece de detrs de la casa con un gallo sangrando en sus manos. Se acaba de enfrentar al azor. Tuvo que arrancar al atracador del gallo,
tanto se agarr a sus alas, cuenta ella, y coloca al animal lesionado en el piso.
Renqueando y cacareando ste retoza hacia el establo.
Vas a vendar sus heridas?, le pregunto a mam. Eso sanar, asegura, el
vendaje no remedia nada en este caso.
Al encontrarnos solas quiero saber qu es un partisano. Mam se queda
sorprendida. La abuela volvi a narrarte sus historias? Los partisanos vivan
en bnkeres de tierra y se escondan de los alemanes, replica. Eso pas hace
mucho tiempo y no debera preocuparme. Contesto que el abuelo, segn la
abuela, tambin era uno.
Mam entra en la casa sin decir ni una sola palabra. Enseguida veo a la
abuela saliendo afuera. T no me puedes dictar cmo debera tratar a la nia,
t no, grita, llena de reproches, y se sienta en la entrada, al lado del pozo.
Mam se para en el umbral de la puerta. Giro mi cabeza hacia ella, siempre
manteniendo a la abuela en la vista. Imperceptiblemente el menudo techo
se inclina hacia la tierra. Durante varios minutos, el chapoteo del agua en el
pozo es el nico sonido que interrumpe nuestro silencio.

L a abuel a decide tomar mi educacin en sus propias manos. No podra seguir con las tonteras de las canciones y los cuentos ociosos, opina.
Desconfa de mi entusiasmo por los libros trados de la escuela. Qu quieres hacer con esas boberas?, anuncia cuando me atrapa leyendo, una nia
debera saber ms que slo leer. Bailar, por ejemplo, tambin sera conveniente. Despus de la liberacin del campo de concentracin ella les ense
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a bailar a las nias. Cada vez que alguien empezara a tocar, ella pescara a
alguna mujer y girara en un crculo junto a ella. Qu risa y qu jubilo provocaba eso!, despus de que escapamos del diablo, cuenta la abuela.
C uando en la radio , en la sala, suenan una polca o un vals, me toma de la
mano y me ensea los pasos mientras me arrastra en su giro. Me aferro a sus
antebrazos y observo sus piernas, calzadas con sus zapatillas y movindose
al ritmo de la msica. No tardo mucho en aprender los pasos de la polca y
el vals. Los das festivos, cuando pap toca el acorden de Estiria, la abuela
me saca a bailar con un toque de orgullo. Eso tambin les agrada a los vecinos, que en aquellas ocasiones frecuentan nuestra casa. Qu alegra que
en nuestra sala se vuelva a bailar!, se entusiasman, han extraado el baile en
nuestra casa por un periodo largo.
Me imagino cmo habra sido el baile en nuestra sala en aquel entonces
del que todos parecen acordarse, mientras que doy giros en crculo con la
abuela. Quin habr bailado en aquel entonces, cuando todava las nias
estaban en casa? Las nias, que fueron dispersadas por los cuatro vientos
y de las cuales slo dos fueron devueltas en forma de ceniza, segn dicen.
Adoro la atmsfera animada de nuestra sala, con la cual, segn se cree, uno
puede conectarse con el pasado, y me regocijo con la sonrisa de mi abuela.

es el juego de naipes. En cuanto regreso de la escuela y


la encuentro zurciendo o hilando, me llama, diciendo Ven a jugar! A su juego
preferido lo llama administrar, el superior le gana al inferior. Entonces pretendemos ser campesinos jugndonos nuestras granjas y colocamos en fila las
fincas de nuestro valle, de las cuales escogemos entre las granjas de las zanjas
vecinas y las granjas abandonadas. La abuela juega en nombre de las ltimas
o de los agricultores ms poderosos y yo en nombre de los Keuschler, cuyos
nios son mis compaeros de escuela y a quienes creo conocer. Entonces ponemos a la prosperidad a un lado de la bancarrota, como antes lo hicimos con
las granjas; tiramos nuestras cartas a la mesa y nos remos de los infortunados,
que acaban de perder todos sus bienes. La abuela conoce el valor de cada
inmueble, la posicin de todos los campos y prados, el fruto de los rboles y
la calidad de la carne de puerco. En cuanto se harta de administrar, propone
un schnapser3, entonces apostamos centavos y no le hacemos dao a nadie.
S u segunda leccin

3 Juego de cartas austriaco (N. de la T.).


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me instruye en el arte del agasajo de los huspedes.


Siempre hay que convidarlos a sentarse, aun cuando estn apurados,
porque los vecinos que no se sientan causan noches en vela, afirma la abuela. En la despensa habra que disponer invariablemente de un buen salami,
requesn y pan para los convidados, en ningn caso un tocino carcomido,
como lo servan ciertos campesinos, cuando alguien vena de visita inesperadamente. Nadie nos debe llamar tacaos, eso es lo peor que se puede
decir de una granja.

L a tercera enseanza

frecuentemente visitas de hombres maduros del entorno


de nuestra zanja. Flori pasa casi a diario, entre otras razones porque persigue a mam. A la abuela la respeta y no le toca el pecho cada vez que tiene
oportunidad, como lo suele hacer con las mujeres ms jvenes. Nunca ha
extendido sus tentculos torcidos hacia m, dice la abuela, y pobre de l
como lo intente una sola vez! Flori sola vivir en nuestra granja antes de la
guerra, cuenta la abuela, durante la guerra le pidi dos veces que se quedara
hasta tarde en la casa. En la primera ocasin reuni a los vecinos ms queridos para una velada, puesto que el abuelo haba descubierto que la familia
estaba destinada a ser deportada al amanecer. Ella cocin el mejor jamn y
los vecinos se lo comieron todo, pero al da siguiente nadie los vino a buscar.
Un ao despus la abuela le pidi a Flori que testificara en la polica que
los partisanos haban obligado al abuelo a unrseles, que nunca se hubiera
ido voluntariamente con ellos. Sin embargo, esa historia ya no se la crea
nadie a Flori.
Tschick, otro visitante frecuente, no tena los tentculos torcidos como
Flori, sino ms bien un hueco en el tabique. A cada rato se pasa la mano por
su pelo oscuro y liso. Una vez que le pregunto por qu tiene un tercer hueco
en su nariz, por el cual echa el humo de sus cigarros, me revela que se cay
sobre un clavo. Ms adelante confiesa que se tir de un balcn y que, despus
de una desafortunada cada sobre la cabeza, le qued esa herida.
Tschick vive en el aserradero cerca del Rastonik. Por la ventana de su cuartito sale un tubo de estufa hacia afuera. A la abuela la llama teta, a pesar de que
no es su ta. l suspira cuando la conversacin entre l y la abuela gira sobre
ese acontecimiento, que parece unirlos. Ese da que la acosaron, s, ese da de
octubre que la detuvieron, l sufri lo mismo. Lo deportaron a Moringen, al
campo de nios, dice la abuela, precisamente ah, adonde llevaron tambin al
emer Johi y a los dos nios Auprich, Erni y Franz.
L a abuela recibe

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un gitano se presenta en nuestra casa, dejando su furgoneta


en el sendero cercano. Vende lienzos, manteles y loza. Cuando extiende sus
mercancas envueltas en plstico en una mesa grande, y el plstico brilla a
la luz del sol sobre las telas bordadas y estampadas, la atmsfera en la sala
se vuelve casi solemne. Entonces exhibe sus artculos y su joven esposa nos
lee las cartas. Que me casar con un hombre adinerado, que tendr una
casa y que ser feliz, eso dicen las cartas, afirma la mujer. La abuela est
complacida. Ves, no tienes que preocuparte por tu casa, dice. La abuela
desea que la gitana le revele el da de su muerte, pero la joven le contesta
que las cartas no muestran el da de nuestra muerte. No importa, contesta
la abuela. Como sea, ella ya mand a preparar un pan especial y lo puso en
su clset. En cuanto empiece a enmohecer, ella fallecer. Luego, le pide al
gitano que le muestre las toallas y compra varias.
La atencin hacia el gitano es abundante. La abuela dice que yo debera
estar consciente de las muchas penurias por las cuales pas el pobre hombre
y le pide que me ensee el nmero en su antebrazo. l se enrolla la manga y
ensea un nmero, que, en mi imaginacin, se despega de su antebrazo en ese
mismo instante y comienza a flotar en el aire. En la memoria el nmero del
campo de concentracin se separa de su portador como en un sueo que tal
vez so, en el cual un nmero flotaba de un lado a otro hasta que encontr
un brazo apto para instalarse ah como una mariposa negra.
Yo tena el nmero 24834, dice la abuela y, en ese momento ella me parece
triste y terca a la vez.
A los testigos de Jehov tambin les pide que entren, cuando se aparecen
dos o tres de ellos en la puerta para explicarnos la creacin del mundo. Pone
la mesa, mientras nos describen el paraso, las fuentes y los ros inagotables, la
riqueza, la fertilidad de los campos y los prados divinos, la proteccin firme
de Dios sobre los dbiles y condenados seres humanos, que a causa del pecado original fueron expulsados del paraso prematuramente.

U na vez al ao

S ospecho que la abuela posee poderes secretos, puesto que despierta


una sensacin de gran gratitud en los convidados. Su respeto se refleja en
forma de regalos que se apilan en los armarios. Botellas de vino y de bebidas
espirituosas envueltas para regalo se encuentran junto a cajas de bombones
cerradas. Si en alguna ocasin desenvuelve una de las cajas de bombones con
gestos solemnes, si remueve el celofn y si eleva la tapa, entonces aparecen
por debajo unos bombones, que generalmente parecen, segn dice pap
despus de haber echado un breve vistazo, excrementos de ciervo secos. El
chocolate suele ser tan incomestible que no queda otro remedio ms que
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desecharlo. A la abuela no parece molestarla. Recibi los regalos con mucha


alegra y demostr su gratitud al honrar las cajas de bombones y botellas de
vino durante un largo periodo sin tocarlos, afirma. Abrir los regalos enseguida le parecera poco delicado y descontrolado.
Ya no me sorprende encontrarme con convidados en la sala que afirman
haber crecido en nuestra casa. stos hablan con la voz amortiguada, como
si les desagradara haber dependido de la ayuda de mi abuela en algn momento. Se interesan por su salud, y la abuela les asegura que su muerte se
avecina. Por lo tanto, todos pretenden disuadirla de su enfermedad, lo que,
a su vez, incita a la abuela a exagerar en la descripcin de sus padecimientos.
L a amplificacin de la carretera facilitando el acceso a nuestras granjas
lleva a la abuela a emprender viajes ms frecuentemente.
Una vez al mes va a Eisenkappel para hacer las compras. La noche anterior al viaje inspecciona la provisin en los almacenes, prepara su ropa y
cuenta el dinero. Con la insignificante pensin de vctimas, que el cartero
le trae mensualmente, apoya a mis padres. Al retirar el dinero del sobre, el
cual guarda en una caja antigua llena de fotos y documentos, lo persigna y
slo despus lo desata de la cinta de goma que liga los billetes.

un vecino o un pariente la recogen con un carro y la llevan


a Eisenkappel. Empieza el da de compras en el pasillo de la familia Perko,
donde deposita sus bolsas repletas de huevos y requesn, tradas de casa.
Despus de tomar un caf con Mara, emprende su marcha a las tiendas.
Primero se dirige a la tienda de Majdi, donde saluda a los comerciantes con
un apretn de manos. Le ofrecen una silla, en la que se sienta para aducir sus
deseos. La seora Madi la atiende con una aplicacin cordial y le habla en
esloveno sin amortiguar su voz a la entrada de otro cliente. Hechas las compras, la abuela vuelve a depositar sus mercancas en el pasillo de la familia
Perko y procede al almacn Roscher. Sus ojos brillan detrs de los espejuelos
al ser reconocida y saludada en la plaza principal o al percatarse de que hay
jvenes quitndose el sombrero al pasar por su lado. Tambin en la tienda
miscelnea Roscher la propietaria misma atiende a la abuela.
La Seora Majdi goza del don de exponer cariosamente cada mercanca
sobre la mesa, y, de vez en cuando, la abuela pasa cuidadosamente su mano
por un paquete de pasta o una caja de pan rallado. La mercanca se apila en
la mesa, un aprendiz la ordena en cajas que esperan al lado de la puerta para
ser transportadas a Lepena.
P or la maana ,

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Al avanzar, la abuela explica que en Eisenkappel es preciso saber dnde uno


es bienvenido y a quin se puede dirigir. Ya vivi experiencias amargas, pero las
familias Majdi, Perko y Roscher siempre han sido amables. Frecuentemente
se acuerda de la poca despus de finalizada la guerra, cuando, luego de haber
regresado del campo de concentracin, lleg a Eisenkappel por primera vez
para declararse como sobreviviente ante las autoridades. La atmsfera en la
aldea era alterada y angustiada. Su to, por ejemplo, la despach de su casa
cuando vino a pedirle un poco de harina o grano, puesto que los almacenes de
la casa haban sido merodeados. Se senta tan avergonzada, tan humillada, que
nunca ms quera tener que pedir limosna, jams, repite la abuela. Los Perkos,
Majdis y Roschers, en cambio, la obsequiaron con vestimenta, medias, ropa
interior y harina de centeno, eso nunca lo olvidara.
Para finalizar el da de compras visitamos la tumba del abuelo y encendemos
una vela. La abuela afirma que pronto ella tambin estara debajo de la tierra,
al lado de los huesos del abuelo y de la ceniza de su hija adoptiva Mici, la cual
fue mandada de Lublin; ah pertenezco, dice, y me doy cuenta de que su deseo
de morir tiene una razn secreta.
[...]

en Lepena. De repente, los vecinos estn contagiados con la fiebre de viajar. En voz alta piensan adnde siempre queran viajar o qu podran arriesgar de nuevo despus de muchos aos. Las
ms discutidas son las excursiones a los lugares de peregrinacin Brezje
y Monte Luschari, as como a los campos de concentracin Mauthausen
y Ravensbrck, de los cuales Brezje, en Eslovenia, parece ser el destino
preferido.
A Sverina, el marido de ta Malka, lo conoci la abuela en Mauthausen.
l, Malka y mis padres viajan junto con un grupo esloveno al antiguo campo
de concentracin. Al regresar relatan cmo era la vida en Mauthausen y
cuntas personas se reunieron para la conmemoracin ah. El campo ahora
es un museo, explica pap. Sverina le mostr el bloque donde estaba internado, y los llev a la pedrera, donde tantos prisioneros se enfrentaron a la
muerte. A mam le resulta imposible que una persona sobreviva en un campo de concentracin. La abuela la mira incomprensiva y hostilmente. Pap
cuenta de un grupo de antiguos prisioneros polacos decorando con flores
una casa cercana al campo. Lo emocion tanto ver a los dos polacos abrazar
al propietario de la casa y darle las gracias por su salvacin que le salieron
las lgrimas e, inmediatamente, unas lgrimas brillan en las mejillas de pap.
Es la primera vez que lo veo llorar y me siento desconcertada y perpleja.

V iajar se pone de moda

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viajar a Ravensbrck este ao. Presuntamente, el viaje


dura varios das. Cuando regresa y vuelve a acostarse a mi lado, me siento
aliviada. Entonces afirma que el viaje fue agotador. Mujeres de toda Europa
acudieron al campo. Las oradoras le gustaron, a pesar de que no entendi
todo lo que decan, pero le agrad su tono de voz. Narra que antiguas
prisioneras se reunieron en el territorio del campo. Numerosas mujeres
se pararon junto a la orilla del lago y lloraron. Arrojaron flores al lago y se
reclinaron unas sobre las otras. Dos francesas y holandesas, paradas detrs
de ella, escuchando a las oradoras, abrazaron a la abuela. Menciona dos
nombres, Mici y Katrca, los nombres de su hija adoptiva y de su cuada,
ambas fallecidas en el campo. Frecuentemente piensa en Mici y Katrca, afirma la abuela. Trajo dos libros. Libros que explican los acontecimientos en
el campo de concentracin. Me los mostrara, a m y a mi madre incrdula,
cuando los terminara de leer ella, cuando llegue la hora l

L a abuela decide

Len
Plascencia
ol

M ujer

mirando un lbum de

U tamaro

(Utamakura, circa 1788)

Traduccin del alemn de Ana Nenadovic


No es lo que existe una sola idea este viento que entra de la calle de ambos lados
la nube me recuerda tal vez una postal de Bilbao o Madrs iba a decirlo Ella vestido
ligero mira las imgenes se mete la luz distinta por la ventana que da al norte mi rostro
en claroscuro no Caravaggio una luz difusa es el instinto para sobreponerse hay
demasiados perros en el edificio y Ella roza sus dedos imperceptiblemente el cuerpo
japons desnudo las telas floridas el kimono los biombos una luz la flor de cerezo
es una flor delicada abre las piernas muestra sus muslos la brisa es nueva yo soy nuevo
como una grulla perdida en los arrozales dice me gusta Utamaro y tu olor hay arquitecturas
del lugar vine porque me dijeron que aqu las piernas abiertas de Ella es mundo tengo
miedo de m dice despus el silencio pero me gusta mirar la avenida desde este cuarto
piso aqu te espero ehon kiku no tsuyu leo despacio roco en el crisantemo como si
todo estuviera dicho el cantinero muri de un ataque al corazn ya no volv ms
a escuchar a Billie Holiday me fui hoy estoy en Ella fue casi mi amigo me dio un disco
lo tengo guardado quise devolvrselo no me gustaba escuchar esa otra msica
Ella es fiebre me gusta le dir monte nevado lengua muda no tengo hijos Ella
roza sus dedos imperceptiblemente el cuerpo japons desnudo mi caligrafa es
un remedo antes de que viniera Ella la avenida se cubri de blanco granizos
millones de granizos y una estela blanca pens en otro pas no hay premura no tengas

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miedo le digo me abraza el mundo es un texto de variadas significaciones y se pasa

algo, tembl en la madrugada y so con un cielo de cormoranes, con una estacin de

de una a otra mediante un trabajo un trabajo en el que el cuerpo siempre participa

como cuando aprendemos el alfabeto de una lengua extranjera dice Simone no

en Kioto y una montaa nevada. Esto es nuevo. No hay escritura. Anoto con rapidez

existe un lugar tan claro Ella desnuda lo recuerdo bien espero que dejen de ladrar

los perros ayer vi al vecino mordi los pezones de su amiga fue rpido un relmpago

aqu hace calor, es una extensin de un amor que no se acaba, aqu la bveda celeste es

son demasiados los ruidos del amor Utamaro dice su rostro tiene la dulzura

de una kisaeng voy a construir un jardn con los restos algo se escondi en su interior

Escribo porque ella duerme o finge dormir. Voy a hacer una ecuacin demasiado peligrosa.

algo distinto algo imposible lo encontr dice Ella la flor de cerezo yo estuve enfermo

hay caballos y paisaje mi katana es una grulla yo soy una grulla y Ella es mi extranjera

est dormida o o finge dormir, repito una frase que no tiene sentido. Mejor, repito una frase

el viento ondea las cortinas nada tiene forma slo la mirada de Ella mientras entro

como mantra: escribo este poema porque te quiero, dice. Ya ests mucho mejor, me dice el mdi-

despacio es un tabachn lo que me recuerda Utamaro en su regazo Ella lanz

co (revienta la ola de seis metros con fuerza); cuando vuelvas no olvides traerme

un pedazo de carne come despacio no me gusta la cebolla pero puedes agregarle

un bloqueador solar. La sola imagen de la derrota tiene una lnea horizontal que no puedo

mostaza el paisaje es como el vuelo de la grulla mi memoria sabe el tren iba veloz

con ella. 12:35. La mujer habla. A veces recibo mensajes de texto de amigas insomnes,

y pasaban en silencio los arrozales me temo que Ella no sabe lo que es un tics pero

quieren escuchar una voz distinta. Preparo un cebiche que prob en Chorrillos; vienen

aprieta mi cintura con sus manos entro despacio algo se perdi pero estoy aqu.

a mi cabeza las piedras de La Herradura. En la madrugada tembl, aunque dice el celador

trenes
caligrfica:
distinta.
Ella

que en realidad fue una ola enorme que cimbr todo. Escucho voces, escucho un murmullo:
el mundo cabe en el poema y ella me abraza, me susurra que esto es la felicidad, dice.Aqu
Marejada

estuve antes. Un caballo es un naufragio. Me duele la piel y ella duerme o parece hacerlo.

No

Ella est dormida o intenta parecerlo. Escribo este poema porque te quiero, dice. Ayer,

se ha perdido nada. Casi matamos al jabal. 2:00 am. La luz del auto blanco lo asust. El

en la playa, la mujer jug con un cangrejo asustado o enfermo, no lo s. Escribo

desde el no decir. Hay olas estridentes, enormes monstruos, krakens furiosos. Antes de que

de palmeras, la selva, un promontorio como un poema, as suenan las palabras. Escribo

llegaran hubo marejada, dice el celador. Escribo en silencio mientras pienso

este poema porque te quiero, dice. Aquel pelcano se lanza presuroso en busca

en una posible marejada. De qu color es el horizonte? Ayer ella jug con el cangrejo. Es

de un pez; el hombre tira la atarraya y regresa con cinco ocotlanes. El cielo tiene \prpuras,

una escena cmica: el cangrejo asustado, torpe, con sus tenazas lentas. Hay demasiadas

brotes blancos, rfagas que hieren los ojos. A veces estoy ausente y mi voz viene de lejos,

posibilidades de encontrar una piedra porosa. Ella est dormida o intenta parecerlo. Hoy

un mensaje de texto, murmullos. Tengo voces mudas, voces del mundo flotante. Ella abre

corri desnuda por la playa solitaria. No tengo intencin de ser grfico: escribo este poema

sus piernas. No compramos vveres. Una parvada zurea cerca de la espuma. La playa

porque te quiero. ste me recuerda a otro de Wang Wei, pero tambin a una imagen

ya no es la misma. Estuve antes. Hay actos de amor que quedan inconclusos.

valle

precisa.

Las nubes de este cielo rojo, como la cancin, son nubes solitarias. Pero hay ms; iba a

decir
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Principio
de incertidumbre
(fragmento)
Cecilia Magaa

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Marta se sienta en el silln de hule espuma y aspira el aroma combinado con el tabaco. Olor a su hermano. Mira la cajetilla abierta sobre la mesa
improvisada que Ulises nunca pint. 100 metros, dice el enorme carrete al
centro de la sala. Cien metros de qu? Cien metros de alfombra, cien metros
de alambre, de cable, cien metros de soga. Cien metros a un lado de la cajetilla
y un cdigo escrito con un crayn azul. Qu significa, Ulises? Nada. Y por
qu no la pintas? As me gusta. Te traigo un litro de pintura, ni que costara
tanto. As est bien.
Enciende otro cigarro. Suena el telfono y va hacia la cocineta. Siente la
bocina pegajosa sobre el cachete. Tiene la frente hmeda.
Por qu no me contestas?
Es la primera vez que timbra, Ral.
No va a llegar, Marta.
Recarga los codos en la barra plastificada, fra. Toca las manchas color caf
cerca de la orilla y recuesta su cigarro sobre una, como un eco de los que su
hermano puso ah. Lo mira consumirse.
Todava no es hora.
Sabes qu hora es?
Voy a esperarlo, Ral.
Qu hora es?
Levanta la vista hacia la puerta de la nica alacena. Sabe que detrs del caf
est el reloj despertador de Ulises. No quiere sacarlo. Cierra los ojos, hace
cunto fue que chill la tubera de vapor? Mira el camino de tubos en el techo.
No se acuerda.
Las siete y media, Marta.
Debe de haberse retrasado la presentacin, no tarda.
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Ral se queda callado. Ella siente que el cabello se le pega a la nuca, a


la frente. Apoya la bocina en el hombro para usar las dos manos y hacerse
una coleta, apretando los dedos. Anoche haba besado a Ral en el cuello,
y l slo haba dicho: Ya no quiero que huelas a cloro, Marta.
Marta?
Te llamo si no llega.
Cuelga. El tabaco del cigarro ha terminado por convertirse en un cadver largo y gris. Como t, hermano. Extiende la mano hasta la manija de la
alacena y abre. Escucha el sonido del segundero y con las dos manos vuelve
a agitarse el pelo. Pega la nariz al hombro y aspira. No percibe el olor a
qumico de alberca en su piel, pero sabe que est ah. El segundero en la
alacena suena tac, tac, tac, tac. Observa las tuberas del techo. Esto es casi
un cuarto, Ulises, ests seguro de que no quieres pasar tu da libre en mi
departamento? Tac, tac, tac, tac. Y si el sonido goteara desde los codos de
metal, justo arriba del carrete de cien metros? Tac, tac, tac. La imagen de los
bloques de cemento que separan el techo de la alberca. Tac, tac. Los azulejos
partindose, y las toneladas de agua rompiendo la viga sobre ella. Tac. Cierra
la alacena de un golpe.
Finge que estamos en un barco. Mejor hay que salir, hermano, no te
sientes como si estuvieras enterrado aqu abajo? La luz fluorescente que
alguien coloc en la pared, por falta de espacio en el techo, baja de intensidad por un momento. Las calderas en el pasillo de afuera empiezan
a hacer ese ruido de motor agudo. Ms que un barco, el departamento
siempre le ha dado la sensacin de submarino. El Nautilus que nunca se
mueve, hermana. Camina por el pasillo estrecho y vuelve a entrar a la recmara. El camarote. Desde el marco de la puerta contempla el escenario
que ha compuesto para Gilberto Camarena: la mesa de plstico blanco con
los cuadernos de Ulises acomodados a propsito en fajos descompuestos.
Un intento por reproducir el desorden de las sbanas sobre el catre, un
desorden natural a su hermano. Marta se acerca y vuelve a jalar la cadena
de la lmpara de escritorio, que enciende y apaga todava. Se quita un
mechn hmedo de la frente y busca en los bolsillos de sus jeans una liga.
Sus dedos delgados hurgan hasta encontrarla y luego peinan su cabello
negro hacia atrs para atarlo de una vez. Ya volver a soltarlo cuando llegue Gilberto. Se toca la cara. El cuerpo todava un poco inclinado hacia la
mesa. Suspira con las manos sobre las mejillas y da un paso atrs. Siente el
catre detrs de su pierna. Era tan pequeo el cuarto cuando Ulises viva?
No necesito ms. Si tanto te gusta esto de las calderas al menos pudieras
trabajar para un deportivo grande, no s, alguien que te ofreciera un espacio ms digno. Digno de qu?
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Se recuesta sobre el catre. Ulises nio, jugando a ser un monstruo escondido entre las cobijas, hace que apriete los prpados y se ponga de pie otra vez.
Ya durmete, Ulises. Durmete o voy a llamar a mam.
Se talla los ojos. Entreabre los dedos y vuelve a ver la mesa, los estantes
de libros. George Orwell, Julio Verne, Mary Shelley, Borges, Bioy Casares.
Nada de Fsica, slo ficcin. Y ficcin vieja. Qu pas con tus libros? Ah
estn. No, los de la carrera. Los don a una biblioteca, qu trajiste de comer
hoy?, apretando el asa de la bolsa con los tpers de comida, como si quisiera
aventarla al suelo.
La primera vez que entr al departamento, despus del funeral de Ulises,
abri el refrigerador para tirar la comida echada a perder. Se qued observando el refrigerador vaco hasta que Ral la abraz. Ulises lo haba limpiado todo
antes. Incluso barrido y trapeado. Sus cosas estaban en cajas rotuladas: libros,
sbanas, cocina, bao. Todo empacado salvo el despertador, escondido en su
rincn. Nos da mucha pena su prdida, pero necesitamos el espacio desocupado para el nuevo tcnico en una semana, ser suficiente? La gerente del
club evitando mirar las cajas cuando dijo que necesitaba dos. Dos semanas?
S. Sin soltar el paquete envuelto en papel manila que haba sido rotulado con
su nombre: Marta. Dos semanas, por favor. Si no le molesta que alguien de
mantenimiento entre y salga para supervisar las calderas...
No haba logrado hacer la cita con Gilberto hasta ahora, que casi se cumplan las tres semanas. Djemelo dos das ms, por favor. Le pago el mes de
renta. Entendemos su dolor, seora, pero... Cada que el tcnico entraba a
ajustar la lnea del agua fra y revisar los termostatos a un lado de la puerta
de entrada haca conversacin para mirar, sin un asomo de discrecin, las cajas del difunto abiertas; las revistas con portadas retorcidas de humedad que
volvan a ocupar su espacio debajo del telfono; la lata de caf, de la misma
marca que Ulises beba, recin abierta sobre la barra de la cocina; tres tazas
blancas y una roja, pendientes de lavarse en el fregadero. Entendemos su
dolor. Entendemos.
No necesito que lo entiendas, Ral. Ya lo s. Pero de verdad tienes que hacer todo
eso? Entrevistar a esa gente que hace aos no hablaba con tu hermano y montarle un
teatro al tal Gilberto No puedes leer lo que dej tu hermano como un cuento de ficcin?
No todo es ficcin. Y si fuera?
Toca la cubierta del primer cuaderno. La levanta con el ndice y ve tan slo
un pedazo de cuadrcula y el dibujo de un gato metido en una caja con un
globo de texto: Prrrrrr. Sabe que, si da vuelta a la hoja, el mismo gato estar
dentro de la caja, pero muerto.
Escucha el telfono pero el sonido que cruza el departamento para salir
al cuarto de mquinas cubre el timbre. El vapor llena la tubera, primero a
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golpes, pam, pam, pam, y luego, con un zumbido bajo, que terminar afuera
en un chillido, un grito largo y soprano que no se repetir hasta dentro de
cuatro horas. Sale del cuarto para ir a abrirle la puerta al tcnico. Si piensa
que el departamento est solo, no tardar en usar su llave. Las luces vuelven
a parpadear antes de abrir la puerta.
Marta?
Y ah est l, vestido de traje, celular en mano. Marta no tiene tiempo de
soltarse el cabello. El abrazo obligado no se hace esperar y Marta lo recibe
como ha recibido ya tantos, dejndolo apretar su cuerpo contra la tela oscura de su traje.
Gilberto.
Siente la sombra de su barba raspndole la piel cerca del cuello, barba
seguramente de ese da, y no de varios, como la usaba Ulises. En el abrazo
percibe la forma dura de un objeto contra su espalda. Me trajo su libro. Y
siente que los msculos de su abdomen se contraen en un espasmo muy
similar al asco.
Lo siento mucho, Marta.
Se lo dice al odo y luego se separa de ella. Gilberto reacomoda la pierna
izquierda, un tic nervioso que ella reconoce. Lo haba visualizado tantas
veces en el marco de esa puerta y ah estaba, el tic. No puede ms que sonrer con un gozo secreto al contemplar otra vez el cambio en el peso de su
cuerpo, aliviando la rodilla izquierda, seguido de un ligero estiramiento de
la pierna, antes de que Gilberto seale al tcnico detrs de l:
Podemos pasar?
Por favor...
Marta se hace un lado y lo observa cruzar la puerta de metal pintada de
blanco. El tcnico inclina la cabeza en direccin a Marta. Ella se suelta el
cabello. Invita a Gilberto a sentarse en la silla de plstico y vuelve a ocupar su
lugar en el silln de Ulises. Desde ah, con las manos entrecruzadas, espera a
que el tcnico termine de ajustar las llaves, anotar los niveles de las vlvulas
a un lado de la entrada. No dice palabra ni le quita la vista de encima, consciente de que Gilberto ha preguntado algo que ella no ha entendido, que se
ha quitado el saco. Alcanza a ver que se desabotona el cuello para abanicarse.
Ha interpretado su silencio y, como ella, espera.
Buenas noches, seorita... regreso al rato dice el tcnico, sujetando
la tabla con un formato en el que apenas habr garabateado un nmero.
Buenas noches.
Es Gilberto quien contesta e incluso acompaa al hombre hasta la puerta.
La humedad del cuarto ya ha mojado su cabello castao y corto, a la altura
de la nuca. Marta lo ve tocarse la nariz con el dorso de la mano antes de
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cerrar, seguramente en un intento por disimular la irritacin que le provoca


el olor. Ya no quiero que huelas a cloro, Marta.
De verdad va a regresar? pregunta Gilberto, arrugando la frente.
Cada cuatro horas.
Marta lo mira, menos alto que antes, si eso fuera posible, menos delgado
tambin. Es verdad que tiene diez aos sin verlo? Las lneas que solan
marcarse a cada lado de la boca parecen ms profundas y el hoyuelo del lado
izquierdo sigue ah. Si quieres yo me quedo con Ulises esta noche, debes de estar
cansada, Marta. De verdad hace diez aos?
Y qu pasa si no le abrimos?
A quin?
Al tcnico.
Ella sonre, identifica de nuevo el breve ajuste de la rodilla. Est sucediendo. Est aqu. Gilberto ah, de pie, arremangndose los puos de la camisa.
Gilberto sin toga, entre los asientos de los familiares durante la misa de graduacin de Ulises. Ah, con su rostro de nio eterno, cnico. Felicidades,
haba dicho como si la felicitara a ella, porque Ulises lo evit subindose al
coche antes de que pudiera alcanzarlo. Sin perder la compostura: Felicidades.
Gilberto de pie, en la calle, con la mano en alto a modo de despedida mientras
se alejaban del templo Expiatorio. Marta manejando y Ulises en el asiento del
copiloto. Ulises hundido y ella mirando a Gilberto por el espejo.
Supongo que no quieres un caf.
Marta entra a la cocina. Se detiene frente al refrigerador, aprieta la manija y lo siente detrs, abriendo la alacena. Tac, tac, tac. Como si ya hubiera
estado ah. Tac, tac.
Tienes vasos?
Slo tazas responde, agachndose para alcanzar un par de cervezas.
Tac. La alacena se cierra. Marta pone las dos latas sobre la barra sin levantar la vista, casi rozando su hombro.

Felicidades, haba dicho como si la felicitara


a ella, porque Ulises lo evit subindose al
coche antes de que pudiera alcanzarlo. Sin
perder la compostura: Felicidades.

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Est bien. Mejor las reservamos para el caf.


Gilberto lo dice aparentemente despreocupado. Sin un dejo de extraeza.
Abre las dos cervezas, dejando escapar un suave psst, y otro psst, mientras
ella, inquieta, vuelve a recogerse el cabello. Espera que le pregunte cmo
est, que es lo que todos preguntan, cmo ests, Marta?, con esa arruga
entre las cejas y el tono dulzn de la piedad, cmo ests? Pero Gilberto da
un trago y hace la pregunta que nadie se ha atrevido a hacerle sin prembulos. Sin sugerir que lo primero que haban pensado era que Ulises era uno
ms de los que haban intentado reestructurar sus deudas y descubierto que
eran impagables. Pero tu hermano no tena propiedades, no? Gilberto slo
pregunta:
Cmo lo hizo?
Marta observa la ceniza todava compuesta en un cilindro a la orilla de la
barra. Ha olvidado limpiarla.
Se ahog en la alberca.
Haba pensado durante casi dos semanas, desde que consigui su nmero
de telfono, cmo era que iba a decrselo. Ulises esper a que todos se fueran
y en la madrugada descorri una de las esquinas de la lona, se meti a la alberca y nad hasta el otro extremo para no poder salir. Se desnud y se meti a la
alberca, hasta la zona en que la cubierta plstica no le permitiera arrepentirse.
Ulises se ahog en la alberca que est sobre nosotros, la que viste antes de
bajar aqu. Pero slo haba salido esa frase aparentemente hueca. Nada de la
llamada a las seis de la maana, ni de la visita a la Cruz Verde para identificar
el cuerpo. Ni una palabra de cmo la piel de su hermano pareca tener una
capa ms clara, una cscara casi imperceptible, lista para desprenderse. Ulises.
Su hermano. Se ahog.
Quieres sentarte, Marta?
Su mano, fra por el contacto con la cerveza, estaba sobre la de ella. Lista
para desprenderse. Escucha los pasos de sus propias sandalias de vuelta a la sala.
Toma la cajetilla y le ofrece un cigarro. Gilberto niega con la cabeza, ella le
seala la silla de plstico.
Por telfono me dijiste algo de unos papeles l va directo al grano.
Ella da una segunda calada a su cigarro. El humo se le mete al ojo izquierdo,
que le llora y entrecierra, bajando la mirada como tena planeado antes de
decir: Ulises te dej sus diarios. Fue todo. Una nota amarilla con tu nombre,
Gilberto. Marta lista para empezar. sta es la primera llamada, primera. Pero
Gilberto se adelanta:
Ulises me habl por telfono... hace ms de un mes, creo.
La ceniza del cigarro cae al suelo.
Hablaban seguido?
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Por qu no sales, Ulises? Qu pas con tus amigos, los de la universidad?


No me dijiste que Halina Lorska te haba llamado para una comida de generacin? Su hermano haciendo un ruido con la nariz, un sonido burln como
respuesta. Y Gilberto? Un tirn del msculo en el cuello de Ulises, como una
cuerda que alguien jalara desde dentro.
No levanta las cejas, de hecho me sorprendi que tuviera mi nmero despus de tantos aos de no hablar. No pens que fuera una despedida.
Te dijo algo?
De hecho no me dijo nada. Slo me pregunt por Sofa. Si saba algo de
Sofa. Y luego colg se encoge de hombros.
Y sabes algo de ella?, quisiera preguntar Marta, pero no es el momento. Se
pasa las manos por las mejillas, sin dejar de sujetar el cigarro entre los dedos.
Ser por eso que te dej sus diarios. Fue lo nico que dej en una nota.
Que te diramos sus papeles. Los dej sobre su escritorio.
Hay un momento de silencio. Marta no se atreve a mirarlo a l y mira su
fotografa en blanco y negro, impresa en la contraportada del libro al que no
le haba puesto atencin antes. El libro que Gilberto ha venido a presentar a
la feria del libro, abandonado sobre el carrete, cerca del cdigo sin referencia.
Gilberto Camarena, El xito es personal.
T ya los leste, Marta?
Sus cuadernos?
Lo ve estirar la mano hacia la cajetilla y tomar un cigarro. Marta levanta la
vista y le extiende el encendedor antes de seguir mintiendo.
No. No todos l

Natalia
Carbajosa

L os albailes
Vindoles comer as, sobre el armazn que ellos mismos
han erigido, dirase que son los verdaderos dueos de
la casa. Pasean a sus anchas por el esqueleto del saln
mientras comparten el almuerzo, despreocupados de
imaginarios aparadores y alfombras. Me gusta mirar
su desparpajo al raso, su alegre deambular que no
augura paredes venideras. Tiene cualidades intangibles
esta hora grata en que enmudecen las hormigoneras
el nico fragor es una risa abierta, sin techumbre.

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C aptatio benevolenti
Impedimenta de la vida al genio
que acaso no somos:

La manzana
de Nietzsche
Juan Carlos Chirinos

ensear cada semestre los verbos irregulares,


comprar cada semana las patatas...
y quin dijo que el yo era una deidad
de ascendente culto?

Is Google Making Us Stoopid?


Nicholas Carr

En la tierra sucia de las patatas,


en los errores de gramtica
late lo que acaso s somos:
no genios. Manos, lenguas,
seres no preferentemente duales,
dcil presa
(como en la tierra el surco,
el balbuceo primero)
de una identidad que es forma
de las cosas y en las cosas,
y que acaso slo acaso
en las noches tempranas de otoo
con su lento rumor de hoja caediza
alza unas palabras sobre el humo
de la eternidad...

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En 1882 Friedrich Nietzsche adquiri su primera mquina de escribir. La


compr en la tienda de los Herederos de Moses Mendelssohn-Bartholdy,
casa importadora, empresa amiga y desde haca aos la proveedora de sus
utensilios de escritorio; y puesto que ellos haban trado a la ciudad los primeros modelos, juzg prudente dejarse aconsejar. Sus dedos estaban deformados de tanto sostener la pluma y le haban dicho que se ahorrara muchsimo trabajo usando el singular invento, que su vista cansada podra tener un
alivio. Finalmente se decant por una bola de escribir Malling-Hansen, que
le aseguraba adems la precisin que sus ojos irritados ya no podan ofrecerle. Sali de la tienda contento y seguro de que en adelante podra proseguir
su trabajo con ms comodidad, pues era abundante la filosofa que al sabio
alemn le faltaba por desgranar en las pginas de sus libros. Mantener la
atencin fija en un folio se haba convertido en algo doloroso y extenuante
que le acarreaba punzantes dolores de cabeza. Hasta que compr la mquina,
se haba visto obligado a reducir sus horas de escritura, y si no encontraba
una solucin habra irremediablemente de abandonar su precioso trabajo.
Qu hara, entonces, si dejaba de escribir? No; de ninguna manera era una
opcin abandonar la escritura, y por eso la llegada de la bola de MallingHansen lo rescat del desastre. Al menos al principio.
Instruido por un agente de la casa Mendelssohn-Bartholdy, Nietzsche se
adiestr en el uso de su nuevo juguete de escritura, y tal fue su maestra
que pronto pudo entregarse a la plasmacin de sus reflexiones con los ojos
cerrados, dejando que fueran sus dedos los que cincelaran el papel. Los pensamientos fluyeron de nuevo y ahora no salan por la punta de la pluma sino
que se deslizaban hasta las yemas de sus dedos y desde all percutan en las
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teclas que grababan las letras sobre el papel. Las palabras eran cadenas de
pensamientos; las frases, artefactos que creaban nuevos sistemas; los prrafos
establecan galaxias de reflexiones; as naca el universo de Friedrich Nietzsche, oscuro, enrevesado, total.
Lo primero que trat de escribir, una vez que el agente de la MendelssohnBartholdy lo dejara a solas con su instrumento, lo retuvo un largo rato. Quiso
reflexionar sobre este invento, sobre las nuevas posibilidades que el saber
humano inauguraba ahora que poco a poco doblegaban a la naturaleza. La
mquina para escribir y la ametralladora son los smbolos del progreso de la humanidad,
comenz, pero pronto se dio cuenta de que no tena nada ms qu decir al
respecto. Tan slo esa frase. Senta que dentro bullan las ideas, desesperadas
por convertirse en palabras. Sin embargo, todas ellas, en su bola de escribir,
se reducan a esa frase. Tal vez, pens, este cacharro tambin sirva para resumir lo que hemos venido diciendo en cientos de pginas durante tantos
aos. Muera la retrica! Contrario a lo que supuso, este pensamiento no lo
alarm: ahora podra arrojar al mundo muchas ms ideas. Cansado pero lleno
de alborozo, se acost abrazado a su bola de escribir con la avaricia del nio
que cuida el soldadito de plomo que le han regalado.
Al da siguiente comenz su jornada temprano. Prepar la mquina y se
dispuso a contestarle a su amigo Julius, violonchelista y compositor.
Querido Julius:
Te escribo con los ojos cerrados, y no porque no quiera ver el afecto que
nos une, sino porque mis ojos ya no necesitan mirar el papel mientras
escribo, pues he encontrado un juguete que me permite hacerlo. Estoy
feliz. Una bola de escribir hace por m y por mis ojos lo que ests leyendo en este momento: sers el primero en enterarte de mis palabras, ya
que yo estoy acostado y no quiero volver a ver en mi vida un papel ms.
Slo pensar y luego t, con tu precioso timbre, me leers en voz alta
cuando vaya a visitarte. Cmo va la sinfona en la que trabajas? Sigue
con ella; no vayas a hacer como la zorra de la fbula, porque ya sabes
que nunca hay que fiarse de los animales de los cuentos, todos creados
para engaar la mente de los seres humanos. Djate guiar por los sonidos que oigas en tu cabeza, y si ves que no tienen sentido alguno, no te
preocupes; ya encontrarn acomodo en el concierto universal. Nada en
el cosmos que pueda ser creado tiene existencia porque s; el solo hecho
de ocupar un espacio entre nosotros le da un sentido. No olvides que
este enfermizo amigo tuyo est dispuesto a colaborar contigo, as que no
seas tacao y mndame al menos el primer movimiento para saber qu
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se cuece en la cabeza de mi admirado compositor. Cuida de los tuyos y


recibe mi abrazo fraternal.
Con amor, F.

El resto de la jornada continu contestando cartas; incluso las que tenan


meses de retraso, las que se acumulaban en el escritorio esperando una respuesta que voluntariamente dilataba, pues ameritaban de l horas de agotadora reflexin. Con la mquina esto ya no era necesario; bastaba colocar el
papel a tiro de la bola de escribir para que las palabras brotaran de sus dedos
como si se tratara de la sangre que fluye por las venas. As transcurrieron
los das; las mujeres de la casa agradecieron la llegada del milagroso chisme
que haba suavizado el humor del irascible escritor. En menos de dos semanas un nuevo libro estaba arribando a su final. Pero qu maravilla es este
invento!, le deca a todo el que quisiera escucharlo.
La mquina, sin embargo, tambin ejerci un sutil efecto en el trabajo de
Nietzsche. A los pocos meses de intercambiar saludos y reflexiones, recibi
esta carta de su amigo Julius:
Querido Friedrich:
Sabes la alegra que me proporcionas al escribirme todos los das, y s que
lo haces para generar en m la amplitud de nimo necesaria para terminar
esta sinfona que no me deja en paz; la amplitud de nimo que caracteriza
tu obra. Y a ti. En nombre de esa misma alma grande me atrevo a compartir
contigo mis pensamientos. No te parece, querido amigo, que tu estilo ha
cambiado en estas ltimas cartas? Y si lo has notado, tal vez me podrs decir a qu se debe esto y si es que has encontrado una nueva manera de hacer
prosa que no quieres compartir con tus amigos. Antes, tus cartas solan ser
tersas piezas que acariciaban los ojos del que lea; ahora se han vuelto ms
estrictas y creo estar leyendo un telegrama lleno de hermosas palabras, eso
s, pero dispuesto a entregar su mensaje, y nada ms. Desde luego, tus ideas
continan all, vigorosas, pero da la impresin de que se han despojado de
una pesada vestimenta y ofrecen su pecho al aire vivificante del campo. He
llegado a pensar que la bola de escribir que te has regalado te ha iniciado
en un nuevo idioma y has abandonado el uso del alemn; en mi caso, tanto
el pensamiento como el lenguaje musical dependen de la pluma y el papel
sobre el que escriba, y te aseguro que los poseo de muy mala calidad, razn
por la cual mi prosa es tan torpe y mis melodas aburridas. Quiz esto se
deba a cierto espritu frvolo de mi parte, as que no hagas caso de tu viejo
amigo y sigue explorando con tus palabras un universo que a los dems
slo nos est permitido contemplar en la distancia.
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Te mando la coda de un oratorio que se me ha ocurrido mientras viajaba por la costa en invierno; quiero que no seas indulgente, y no lo sers.
Esprame en verano; entonces podremos decirnos estas mismas palabras
acompaados de espumosa cerveza, o dejndonos seducir por el hada
verde de la absenta.
Tu fiel siervo, J.

Nietzsche, algo ofuscado, dej la carta sobre el escritorio y se asom por


la ventana. En el patio, los nios de las criadas jugaban al escondite; observ
cmo uno de ellos se haba metido en el barril de las manzanas y con pericia
se haba cubierto la cabeza con varias frutas. Uno a uno, y luego de contar
hasta cien contra la pared, el encargado de descubrir el paradero de los jugadores los iba sacando de sus madrigueras, pero no lograba encontrar al nio
del barril de manzanas, que tena a su lado. Era pequeo, silencioso y estaba
muy bien cubierto por la fruta. El nio rebusc en el granero, detrs de los
caballos y entre las faldas de las cocineras. Subi a los rboles, quiz estara
camuflado entre las ramas; se asom al pozo, pero se era un lugar demasiado peligroso para esconderse; se sent en un montn de paja, exhausto. Escudri el patio con los ojos, buscando algn rincn que se le hubiera pasado
por alto. Los dems nios lo miraban con la picarda sonriente propia del
juego, y algunos otros daban voces aconsejndole al ltimo escondido para
que no revelara su excelente guarida. Nietzsche sinti curiosidad por saber
cmo iba a terminar el juego. El sol del medioda calentaba las cabecitas y
pronto saldran las madres reclamando la atencin de sus hijos.
Al rato de no encontrarlo, los nios comenzaron a llamarlo a gritos. Que
saliera, que haba ganado, que el juego se haba acabado y ya era hora de comer. Empezaron a buscarlo por todos lados y no daban con l. A Nietzsche le
sorprendi la resolucin del nio de las manzanas para permanecer oculto, a
pesar de que le aseguraban que su triunfo haba sido total. El nio, no obstante, segua sin revelar su escondite. Quiz, pens Nietzsche, quiere asegurarse
de que nadie sepa nunca dnde se ha escondido. Quiere ese secreto para l, y
nadie ms. Los minutos pasaban y los nios se ponan cada vez ms nerviosos.
Una de las madres sali al patio y pregunt qu ocurra. Asustados ya, le explicaron lo que estaba pasando y la madre alarmada comenz a llamar primero con severa voz, y luego con llanto, al nio desaparecido. Las otras madres
salieron y se form un coro de alaridos que se confundan. Nietzsche segua el
espectculo con emocin y no quiso intervenir. Senta que traicionara al nio
si, desde arriba, gritaba y revelaba el escondite del campen. Tanto esfuerzo
para nada? No sera justo, estaran haciendo trampas porque el juego consiste
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en que te encuentren, no en que te delaten, pens. Pero los minutos pasaban


y el nio no cejaba en su empeo de permanecer escondido. Una sombra de
duda pas por la frente del filsofo: cunto tiempo se puede soportar debajo
de las manzanas? Pero se mantuvo firme: no hablara, as no se traiciona a un
compaero. Aunque su vida corra peligro.
Excitado, cogi su bola de Malling-Hansen y cerr los ojos:
Tienes razn, Julius, el equipo que utilizamos para escribir forma parte
de nuestros pensamientos. Bajo el imperio de esta maldita mquina mi
prosa ha cambiado, y ahora no escribo argumentos, sino aforismos; ahora no pienso, sino juego con las palabras, las escondo y no quiero decir
dnde estn; quiero ese secreto para m, y nadie ms. Me he librado del
estorbo de la retrica y prefiero escribir como si se tratara de un telegrama. Ese nuevo idioma del que hablas no lo he inventado yo; escribo un
nuevo alemn, me ha sido dado porque he estado sumergido en el limo
de las palabras y ahora resurjo, nuevo, absoluto, dominante: soy el rey de
mi creacin y, hasta que no me asome, nadie sabr dnde estoy. Sabes? A
veces vale ms un escondite largo en el laberinto de los pensamientos que
una rendicin fcil al gobierno de las figuras retricas. All t si sigues
siendo esclavo de los pentagramas...

Aqu est! grit uno de los nios, volcando el barril y dejando que
las manzanas rodaran por el patio.
Magullado por la presin de la fruta, el nio sali inconsciente, morado
y oliendo a podrido. Lo colocaron en el suelo mientras la madre sollozaba
sin consuelo y trataron de reanimarlo. Sin esfuerzo, el nio abri los ojos y
sonri triunfante.
Siempre estar escondido, nadie me ve! grit y revent en una
carcajada.
Las ovaciones fueron disminuyendo cuando los nios entraron en casa.
El patio qued solitario; Nietzsche, decepcionado, cogi la mquina y tipe
con avidez su primer poema: Esta bola de escribir se parece a m: / aunque
hecha de hierro, se dobla fcilmente en los viajes. / Con nosotros se requieren
paciencia y tacto en abundancia, / y unos dedos finos para usarnos. Era la
maana del 16 de febrero de 1882. Mir por la ventana y regresaron a l la ira
y una gran desolacin, como si ahora su cabeza se hubiera vaciado de ideas.
Hasta los nios traicionan a los filsofos, pens mientras se mesaba el
bigote, ya irremediablemente hirsuto. Furioso, lanz por la ventana la bola
de escribir Malling-Hansen y sta rod por el suelo como una manzana de
palabras podridas l
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Luna
Miguel

y aqu el mundo ya no crece porque hay vacas que nos guian el ojo
y aves defendindose del cuchillo
pensemos como ciudades como mujeres como mujeres que olvidan
pensemos en el nombre de Joan-Marc
pensemos la lectura en la cocina
ahora que con las flores me mudo a Marruecos
pensemos en el ruido en el premio
en la siesta de los sbados
pensemos que el hospital est lleno de gatos y no hay manera
no, no hay manera de sacarlos.

Hilos

Cerdo

de sangre

Pensemos en un hospital lleno de gatos


pensemos, los huesos se comen a los huesos,
las uas son un gesto
el esqueleto felino
su olor
pensemos en gaviotas y en carroa
en ese color que malla
en ese color
como aquel momento slo como aquel momento
en que las ratas se esconden
miau
miau
se esconden porque el cielo habla de tormentas
o ese momento exacto en que hasta el sol se
marcha y el cielo suena vaco revolviendo la maana
para que caigan sucios sus copos
ese aquel ese aquel miau ese
pensemos quimioterapias y pulmones
pensemos en derramar nata sobre ciruelas muertas
pensemos en ese y en aquel
el gato est en la silla y se ha portado mal como se portan los mundos
cuando maduran

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Me pregunto cmo ha llegado esta cabeza de conejo hasta mis manos.


Cmo ha rodado, escalera arriba, hasta el corazn del Raval,
arrastrndose, escalera arriba,
girando, escalera arriba hasta mis manos.
Me pregunto quin mutil al animal. Me pregunto cuntos estmagos
hacen falta para vencer el hambre.
Me pregunto: hay cuartos oscuros
y humedades en venta,
hay insectos de alquiler y trasteros que huelen a ceniza.
Todos los das una mariposa muere encerrada entre los calefactores.
Pero no hay peligro porque el invierno ya se acaba,
y con l los poetas que hablan del fro
y con l los suicidios y las mariposas
y con l los conejos domsticos,
comestibles.
Me pregunto cmo ha llegado mi lengua hasta el techo de los muertos.
Con la ciudad encendida.
Con su cabeza bien sujeta entre los dedos.

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Huevo

Despertar

Vaciar lo que ya estaba vaco y ordenar lo que ya saba a polvo.


El arcngel era un monstruo, el fantasma su disfraz: por eso
comamos cerdo. Por eso comamos canciones y quiz tambin
por eso las uas nos dolan al follar. Por la pose del hueco.
Por la pose del cerdo. Por el cerdo y el gato peleando en esa jaula
embadurnada de barro.

No s si sabes que por las maanas el portal de nuestra casa huele a carne,
que en la acera el pollo se amontona en cajas de plstico junto al contenedor
de vidrio, y que las vacas y los corderos esperan tendidos en el suelo, mientras
alguna gaviota picotea las cuencas de sus ojos aparentemente muertos.

Llenar lo que era aire y contemplar lo que ya saba a espinas.


Las rosas no sentan dolor al cortarlas pero gritaban
con el viento como un huevo machacado, rojas de furia, rojas
de espinas gritaban y el hombre no haca nada con su disfraz
de monstruo pero saba que comerlas an no era pecado
y por eso poda. Y por eso poda. Y por eso poda decirnos que rezar era sano.
Y por eso poda decirnos que rezar por los cerdos era sano.

Ya no temo ese lugar en donde las moscas


pequeas
bailan en espiral
chocndose
las unas contra las otras
en celebracin de la leche vertida
las moscas van hacia el desecho
hacia el excremento
pero tambin danzan en la carne
anidan en ella
se quedan, para siempre,
en el hueco coagulado de su sangre.

Masticar lo que ya era un desecho y comprar lo que ya estaba roto.


En el mundo al revs tus ojos dicen. Por el cuarto vaco.
Por las casas que se marcharon. Por los hilos del pijama.
Por el gato miserable cuando no entiende.

Definicin

en la

Rambla

del

Raval

Te lo cuento porque ya no me da asco.

No s si sabes que los gatos eran bestias cazadoras, que los perros se creen
iguales al hombre pero ms desgraciados. No s si sabes que los hombres
desprecian lo viviente atrevindose a adorar iconos invisibles. La cuestin...

del vientre

Todo est entre el pecho y la vagina. Todo lo importante


est y seguir estando aunque quiz las nubes se hayan ido
y slo quede hierba, muchsima hierba, escondida bajo la alfombra.
La mascota soy yo. La mascota se saca de paseo a s misma
en un acto de tranquila rebelda. La mascota no conoce el verano.
La mascota se come a s misma en un acto de amor. La mascota
tiene rganos y todos se encuentran entre el pecho y la vagina.
De qu manera podramos definir el vientre. De qu manera
la caja torcica esconde otra materia gris. El estmago
est entre el pecho y la vagina. Ms lejos o ms cerca que los nervios.
Ms lejos o ms cerca que el amor de la mascota.

la cuestin...
la cuestin no es Qu hago aqu
sino
Qu hago Ahora que me han trado a este lugar.
Hay hilos que se arrastran por la acera.
Te lo cuento porque es irremediable.

Todo se alinea y queda hierba. Mucha. Muchsima hierba.


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La cena
Ileana Garma

No puedo concentrarme... No comas tan rpido.


Margarita terminaba una rebanada de pastel mientras en la casa se instalaba el silencio. Su barrio era uno de esos barrios recin construidos, donde
las casas son idnticas entre s y el pasto en los jardines apenas comienza
a crecer. No hay rboles y no hay pjaros. Y al final de la calle, el fin del
mundo; monte y atardecer.
Madre trabajaba en la mesa. Una pgina y luego otra y otra. La casa era
minscula y en la mesa para cuatro las libretas de Madre y Margarita lo
ocupaban todo.
No entiendo por qu tienes que comer mientras haces la tarea...
Madre hablaba sin levantar los ojos de sus apuntes, con el marcador rojo
en la mano y el ceo fruncido. El techo de aquel lugar era bajo y las ventanas
pequeas, apenas circulaba el aire. Madre tena la frente hmeda, perlada.
Margarita termin el pastel pero no abra las libretas. A esa hora del da,
Madre acababa de llegar del colegio.
Hija, recuerdas lo que te dijo el doctor?, lo recuerdas?
Padre estaba en el cuarto, lea sobre la cama. Le gustaba silbar bajito
mientras trabajaba tambin en sus apuntes. El sol, casi apagado, estaba saliendo de su habitacin.
Fue en el comedor donde lleg primero la noche. Debajo de las sillas y
de los muebles. Lo insectos se daban cuenta. Luego en los pasillos y en la
cocina, que tambin era un pasillo.
Madre tom los papeles y se dirigi a su recmara. Empuj la puerta con
el hombro y dej caer las cosas sobre la cama. Padre dej de silbar.
No puedes terminar de trabajar en la...
Cuando lleguen los exmenes estas tareas no van a servir de nada, todo
esto es intil y yo...
Quiero... slo quiero terminar de leer esto.
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Era una habitacin nueva, pequea y nueva, blanca y nueva, an sin adornos, sin marcas, slo paredes que nada decan, un poco plidas por la partida
del sol.
Enciendo la luz?
Padre volvi a silbar. En una caja del rincn descansaban los viejos cuadros con bordes de madera, un poco descuidados, que mostraban a la pareja
el da de la boda, en el bautizo de la hija, en las vacaciones en la playa.
Padre an llevaba la corbata. Sus zapatos parecan acabados de lustrar.
Silbaba y entrecerraba los ojos para seguir leyendo, a causa de la falta de luz.
El viento, que el largo da haba vuelto clido, comenz a mover la cortina.
Padre silbaba en la penumbra, pausadamente, cansado.
Madre tom sus papeles de la cama y los acomod en la mesilla de luz.
Ahora no haca ms que mirar la pared y golpear su pierna derecha con el
marcador, una y otra vez; cerr los ojos.
Deja de hacer ruido dijo Padre.
Cuando t...
Deja de hacer ruido.
Madre regres a la mesa para cuatro. Era una mesa de madera oscura,
cubierta por un plstico transparente para evitar su deterioro. Margarita se
miraba en un espejo, haba un par de platos sucios a su lado y otro lleno de
galletas de vainilla con relleno de fresa.
Recoge esos platos y ve a lavarlos. Recoge esos platos y te acuestas.
Terminaste, verdad? Ya es tarde.
Ma...
Lleva esos platos a la cocina.
Eso estoy...
Qu te pasa?
No se puede trabajar en esta casa? grit Padre.
Margarita entr a la cocina mientras Madre tomaba el espejo.
Margarita regres a la mesa con pastelitos de chocolate.
Me faltan unos problemas de lgebra.
Mientras coma, algunas migajas caan sobre su libreta y se detena, sacuda la libreta sobre el suelo y segua comiendo sin tomar el lpiz. Era un
suelo brillante, mosaicos blancos y baratos. Madre estaba frente a ella, mirando las migajas de pastel de chocolate sobre los mosaicos limpios, nuevos,
vulgares.
Haz la tarea.
Mam, quiero...
Haz la tarea.
Quiero...
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Es la ltima vez que lo digo, deja de comer y termina tu tarea.


Mam!
Qu te est pasando? dijo Madre, golpeando el borde de la mesa
con las dos manos. Qu demonios te est pasando?
Madre tom de nuevo sus cosas y se retir a la habitacin. El techo
era ms bajo, las paredes queran tocarse. Margarita cerr el cuaderno de
matemticas.
Madre entr en la habitacin, Padre an llevaba los zapatos que parecan
acabados de lustrar. Estaba sacando calcetines de un cajn y los colocaba
en una maleta casi llena. La oscuridad haba llegado tambin a aquel sitio y
Madre pudo ver el sudor en la frente de Padre, en los prpados, en la comisura de sus labios.
Saldrs maana de comisin?
Ya basta.
Madre ech sus papeles en la cama.
No dejes de...
No me digas lo que tengo que hacer.
Lrgate... lrgate ya.
Cuando Madre sali del cuarto la casa se encontraba en completa oscuridad. Quiso ir hasta la cocina por un vaso de agua, pero en el comedor vio a
Margarita dormida sobre la mesa. Le acarici el rostro, tena la temperatura
un poco alta.
Despierta, vamos a cenar.
Margarita no abri los ojos.
Vamos a cenar repiti Madre con ms fuerza.
A Madre se le helaron las manos cuando vio la manera en que su hija la
miraba.
Vamos, levntate, a dnde quieres ir?
Marga no contest.
A dnde quieres ir?, dime.
A ningn lado.

Madre camin hacia la cocina, que era un pasillo donde slo una persona
poda permanecer a la vez. Abri el refrigerador. La casa, en aquel barrio de
casas de juguete, diminuta, recin pintada, estaba en penumbras. El viento
agitaba la maleza del fin del mundo. Madre prendi la estufa, puso una sartn con aceite, ech dos salchichas y comenz a frerlas. Margarita se levant
y fue por un par de platos, le dola el estmago, tena ganas de vomitar.
Madre llev la sartn con las salchichas al comedor y coloc una en cada
plato. Su hija mir la salchicha, la sostuvo con el tenedor, la dej de nuevo
en el plato, sinti que el aire se colaba por la ventana y se estremeci.
Madre cort en pequeos pedazos su salchicha.
Las dos comieron sin decirse nada, lentamente. Las salchichas no estaban
bien cocidas, eran inspidas, aceitosas. Afuera el viento giraba como un tigre
hambriento. Margarita tom el espejo para mirarse.
Mam, a dnde...
Come, tienes que cenar.
Antes de que Marga terminara de comer, Madre se levant y se dirigi
a su recmara. Estaba cansadsima y al da siguiente tendra que levantarse
temprano para llegar al colegio.
Margarita cerr los ojos y durmi sobre la mesa l

La oscuridad haba llegado tambin a aquel


sitio y Madre pudo ver el sudor en la frente
de Padre, en los prpados, en la comisura de
sus labios.

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Llmenme
Ismael

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Aunque prefiere las voces masculinas
y templadas, tipo Britten
l dijo: Jessye Norman.
Dije: Mado Robin

Luis Armenta Malpica

y deliramos.
Luego dieron las tres
y la sola botella de tequila
qued sobre la mesa.

Con mi admiracin y cario para Guillermo Fernndez,


quien aparece nuevamente como un fantasma hospitalario,
y cuyo crimen no ha querido ser investigado

Nos dimos un ltimo apretn


y dej boquiabierto su telfono:
una lnea ocupada fue el nico horizonte.

por las autoridades correspondientes.

No hubo rastro de Dios


ni de quien
9

maniataba las preguntas.

Lo vi dejar la ropa y su inocencia


en ese cuarto (blanco) del Pabelln Rosetto.

La noche cay calladamente

Lo vi doblar su nombre

(cinta canela en vilo)

entre los labios.

con sus anclas de llanto.

Lo vi doblar las manos


y caer

l dijo: llmame

(y caer

Ismael. Y enloquec

en ese mar insomne) de la vida

(en silencio).

sin mayor asidero


que su propia zozobra.
Lo vi con los ojos cerrados
y la boca cerrada.
Lo encontr maniatado todo
el tiempo. Amordazado
yo
con esa misma soga que el amor nos impuso
cuando se acab
(todo).
Entonces escuchamos el canto
de la ballena blanca.
Luv i na

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Jamming

Porque s: es que hay personas con las que uno realmente ha vivido, con las
que uno se ha casado y con las que uno hasta ha tenido hijos no es este
ltimo mi caso, y que de golpe y porrazo no han formado parte de nuestra
vida, nunca.

Daniel Centeno

Esa noche George Harrison volvi a tener el mismo sueo. Ella, Pattie Boyd,
era la protagonista indudable de la fantasa. Con ste sumaban treinta y cinco
aos de su recuerdo en el inconsciente. Pareca mentira que, al cabo de tanto
tiempo, esa cara lo persiguiera con el encono del primer da.
Harrison se levant de la cama con trabajo. Los estragos de la quimioterapia se estaban sumando a la metstasis que lo consuma sin pausa. Primero
haba superado un cncer de garganta. Luego sobrevivi al navajazo de un
perturbado que haba logrado entrar a su mansin. Fue el colmo que ahora sus
pulmones estuvieran rebelndose contra un pasado lleno de tabaco y licencias
de todo tipo.
Senta, era cierto, que su interior estaba lleno de carbones en brasas, que
cada da pesaba una tonelada, que los extremos de sus costillas parecan puntas
de cigarrillos con cenizas incandescentes a punto de caer. Poda existir algo
peor? S, el recuerdo insistente de esa mujer, esos sueos que le marcaban el
paso de su existencia, el estorbo que no lo dejaba seguir adelante. Quizs lo
mejor era aferrarse a lo inevitable de los dos meses que le dio el mdico en
su ltima consulta. Con la muerte vendra la solucin. Harrison convino que
esta vida haba sido plena, que con ella culminaba el ciclo trazado por los Hare
Krishna, que no tena necesidad de reencarnar para rehabilitar su espritu.
Slo deba corregir su alma con una ltima accin.
Y sta la tena bien localizada.
El Beatle retrado cerr la puerta de su estudio. Tom su ukelele y se puso a
rasgar las cuerdas en un cmodo sof lleno de almohadas indias. As estuvo un
rato, versionando sus propias canciones o tocando la misma nota en una especie de mantra musical. Pero el recuerdo del sueo no tard en volver. Harrison
se incorpor y, sin soltar el instrumento, fue como pudo a la primera repisa
de su biblioteca. Cogi un libro de un escritor peruano. Lo abri en la pgina
que tena marcada y, de vuelta al sof, ley el fragmento que haba resaltado:
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l ms que nadie saba que eso no era verdad. No era el caso de Pattie. Con
ella fue diferente, peligrosamente diferente. Desde el momento en el que se
la top en la filmacin de A Hard Days Night supo que lo que senta no era de
ac. La suya era una belleza casi mineral, sin aadidos. Pattie era tan hermosa que dola de tan slo mirarla. En menos de un ao se casaron. Creyeron
que la vida estaba hecha con el mismo material de los ptalos de flores. Una
tontera infinita.
Harrison sac las primeras notas de Something en su ukelele, y lo sobresaltaron las extraas maneras que tiene el recuerdo de aparecer en la cabeza
de sus vasallos. Por Pattie compuso esa cancin y tambin I Need You, For
Your Blue, Isnt It a Pitty y Here Comes the Sun. Todas fueron xitos;
todas formaban parte de la historia del rock. Cmo una mujer pudo dar para
tanto? Acaso esto era normal?
No, no lo era. Si l llevaba ms de tres dcadas soando con la misma mujer, qu quedara para Eric? Con l todo s que fue delirante. Eric Clapton
fue su compaero, su hermano de melenas, la sangre de sus venas. Desde el
momento en el que se conocieron hubo admiracin, respeto, cario. Clapton
era Dios, tal como rezaba el lugar comn. Acariciaba la guitarra como tocado
por quin sabe qu varita mgica. Fue todo un lujo contar con su punteo en
While My Guitar Gently Weeps. En ese da bien poda resumirse la comunin que haba entre los dos: l y Clapton entraron al estudio de grabacin
ante la indiferencia de John Lennon. Su amigo se sinti invasor y toc su parte
con prisa para complacer a Harrison. Su solo fue digno de un marciano. No
pas ni un ao para que George le retribuyera el favor. Fue en el disco Goodbye,
del grupo Cream. Harrison compuso con Clapton la cancin Badge, y ya
para el momento levit una indudable prueba contenida en un verso escrito
por su compaero: Pensando en una chica que se parece mucho a ti.
Despus vino el resto: las lnguidas miradas de Clapton hacia Pattie, su romanticismo moteado de herona y esa puta cancin. Por aquel entonces Eric
segua con mucha torpeza los pasos de Harrison en el misticismo oriental.
Era la poca en la que su amigo no dejaba de hablar de la historia de un poeta
persa del siglo xii. Resultaba muy incmodo escuchar el monotema en boca
de un adicto. Clapton resaltaba que estaba basado en la vida real. Lo deca con
los ojos nublados y echando babas. El cuento no era nada que no se hubiera
escuchado antes: una princesa flechaba el corazn de un joven, y al ser desposada por otro hombre, el enamorado se volva obsesivo hasta la locura. Lo ms
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irritante era la frase final con la que siempre cerraba el relato: La historia se
llama Layla y Majnun, George, no te olvides de eso.
Harrison sali del mantra y centr su mirada en una foto colgada en su
estudio. All sala muy joven, descalzo, sentado en el suelo, con las piernas
dobladas y un sitar inclinado a la izquierda. Se acord perfectamente de ese
momento. Fue en uno de sus tantos viajes a la India, a finales de los sesenta.
Tambin rememor un detalle: la foto original era ms ancha y captaba la
mirada atenta de su entonces esposa, Pattie Boyd, arrellanada a su diestra.
Ni siquiera la tijera pudo disolver esa realidad pasada. Aferrarse a tal creencia
constitua otra tontera como la de los ptalos de flores. Era como si el trozo
de Polaroid tuviera un aura mortal, capaz de completar el sentido y mensaje
que encerraba, aun cuando la amputacin era un hecho consumado. Pareca
como si Pattie, o su fantasma fuera de cuadro, lo siguiera viendo de la misma
manera que lo haca en sus sueos. Otra prolongacin de la extraa aura.
Esa poca tampoco fue la mejor. George Harrison estaba sumergido en un
fanatismo religioso en el que confundi la Luna con el Sol. Era su temporada de bsqueda de paz interior en el lecho de otras mujeres. Pattie lo supo.
Nunca entendi el laberinto de valores en los que se hallaba su marido, e
intent lidiar con el precipicio. Pero ninguna revancha sac sangre. Harrison
estaba desencantado, borracho en su nirvana y dentro de una fortaleza salpicada de indolencia. Todo lo contario a Clapton. Su amigo era un despojo,
un idiota trashumante, el mejor intrprete que poda tener Majnun en esta
reencarnacin. Todos sus intentos para alcanzar la evidencia dieron pena. En
una cena para tres sucedi lo inevitable. Fue en casa de Harrison. Eric se
emborrach y le dijo en las narices de Pattie: Estoy enamorado de tu mujer.
Un motn asalt las tripas de Harrison. Otra vez sinti las cenizas de sus
costillas ahora esparcidas sobre sus rganos. Algo parecido le sucedi el da de
la declaracin. Clapton se fue como pudo, pero la incomodidad levit en esa
cocina como una intuicin en la cabeza de un jugador. Te quieres ir con l?,
le pregunt Harrison a Pattie. Ella ni lo dud: No! Me quedo contigo. Y ya
nada se pudo hacer. Esa noche el sexo de reconciliacin fue tan apasionado
como llenar un formulario de declaracin de impuestos.
Eric dej de visitarlos. Engord. Se recluy en su casa arrodillado ante un
ejrcito de jeringas. Su carrera pareca haberse perdido dentro de una caja que
fue lanzada al fondo de un volcn en erupcin. Sin embargo, dentro de ese
cataclismo apareci la puta cancin: Layla. Fue en un disco de una banda
efmera: Derek & the Dominos. Cmo no recordarlo! Si hasta el ttulo del
lbum fue Layla and Other Assorted Love Songs.
El tema era perfecto. La guitarra introductoria del malogrado Duane Allman
goteaba cido. Ninguna cancin con un comienzo as poda encaminarse hacia
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la intrascendencia. Era una pieza exigente: exiga a sus intrpretes un pacto


con el diablo; y exiga a sus escuchas dejar de lado cualquier pensamiento u
ocupacin hasta la nota final. Su misin estaba en detener el tiempo, en quebrar los segunderos y vaciar la arena de todos los relojes, con el fin de vestir
en arpegios todo el desgarro sentimental de Clapton. Imposible no notar sus
aullidos, sus splicas, su rabia por haberse enamorado hasta la locura. Era
como si el flautista de Hameln perdiera la partida en esta ocasin, como si la
hipnosis tan slo le sirviera para gritarles a sus roedores, antes de ahogarse l
tambin en el ro Weser: Layla, me tienes de rodillas.
No pudo ser fcil para Eric. Ir con las venas atestadas de furia, y cantar
su desamor ante un pblico frentico, no era la manera ms inteligente de
exorcizar sus penas. Tampoco lo fue meter en ese disco otro tema lastimero
dedicado a Pattie, Bell Bottom Blues. Ambas canciones tristsimas; ambas
canciones inmensas; ambas canciones que ya le hubiera gustado componer a
Harrison. Pero no. Para entonces Pattie Boyd era otro mueble en su casa. Y a
los muebles no se les escriben canciones.
Despus de Layla slo bastaron cuatro aos para la separacin definitiva.
Cuando en la cama del matrimonio ya no hubo espacio para ms invitados, los
papeles pusieron tierra de por medio. Qu ms daba. Harrison ya no la quera.
Ni siquiera se molest al enterarse de la relacin clandestina que sostuvo Pattie
con su Majnun en el ocaso de la pareja. Tal fue el desinters del aprendiz de
Hare Krishna por su antigua musa, que le dio una palmada en el hombro a su
rival antes de decirle: Es toda tuya, amigo. Tmala.
Eso fue lo que derrumb a Pattie, lo que la oblig a pedir el divorcio, lo que
la hizo asegurar que la filosofa hippie de paz y amor era una real cagada. Eric,
en cambio, no poda ser ms feliz. Una migaja del banquete le haba cado del
borde de la mesa, como a un perro faldero, pese a que su adorada estallara
en llanto y reconociera en Harrison al amor de su vida. Pero ya nada poda
hacerse. La cancin era un hecho, estaba all, y ante un arrebato tan latente era
de sabios hacerse a un lado por un hermano. Aunque nunca lo dijo, si alguien
le hubiese preguntado la razn de ese rompimiento su respuesta no poda ser
otra que por esa puta cancin. Con ella se sell el fin de su matrimonio, y
tambin el total alejamiento de un amigo al que consider la sangre de sus
venas. Quizs por eso nunca se atrevi a tocarla.
George arrim otro ukelele al sof. Desde su segundo matrimonio intent
enmendar sus errores, hacer familia y ser un hombre de casa. La nica mana
que cultiv fue la de cambiar su sitar por el ukelele, llenar su casa de esos
pequeos instrumentos de cuatro cuerdas y obligar a sus amigos msicos a
acompaarlo con alguna cancin cuando estuvieran de visita en su residencia.
Todas sonaban diferentes, con gracia, con una vibra que invitaba a la sonrisa.
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Por eso siempre terminaban rindose como nios; por eso siempre terminaba
atenuando el efecto de largo alcance que le produca ese sueo en todas sus
maanas de haca treinta y cinco aos. Porque Pattie, en el momento que
dej de estar con l, fue cuando realmente se enquist en su vida como una
rmora. Y no hubo gur en toda la India que le diera una vlida explicacin
de ese desorden.
En fin, ya quedaban menos de dos meses para correr las persianas.
Su vida fue vaca pero feliz. Sus arrebatos onricos estaban all, pero no pudieron compararse con la debacle de Clapton. Ni caso tuvo que le escribiera
la tierna Wonderful Tonight dos aos antes de casarse con Pattie. No poda
llamarse vida el estar con una mujer que an tena los ojos puestos en otro.
La historia persa ac no tena sentido ni buen final. Eric lo supo. Por eso vivi
una dcada en infeliz unin, enterrado en mierda, con ms abismos de los que
cualquiera poda soportar y perdido en la perdicin. En esa boda fue la ltima vez que se vieron los tres. Harrison fue, les dese suerte y hasta toc una
cancin en la ceremonia. Al da siguiente comenzaron los sueos con Pattie y
el fin de una amistad signada por la admiracin.
Harrison tosi y volvi a sentir la rebelin de sus cenizas. Un movimiento
reflejo casi le sac una lgrima de dolor, antes de subrayarle lo mal llevado
de sus cincuenta y ocho aos. No bien subi la mirada, repar en el sonido de
alguien tocando a su puerta. Era su mucama. Le avisaba que haba llegado
la visita que esperaba.
Djalo pasar respondi.
Se escucharon unos pasos cada vez ms cercanos. Al poco tiempo tuvo
de frente al dueo de las pisadas. Se vieron a la cara sin decirse una palabra,
como en una escena de duelo de western pero sin rabia. El visitante no pudo
ocultar un atisbo de emocin. Sus ojos se aguaron al notar los estragos de la
enfermedad de George. A Harrison, en cambio, le pareci que a Clapton le
sentaba bien la madurez, esos lentes de aumento y el pelo corto. Le ofreci
un asiento con un movimiento de brazo. Tambin le sonri. Eric volva a ser
un muchacho. Incmodo, se frot en sus muslos las palmas de las manos.
Harrison mantuvo una sonrisa de beatitud y le acerc el otro ukelele.
Toma. Toquemos la puta cancin.
Cuando comenz a rasgar las primeras notas, el dolor del cuerpo empez
a remitir. Cuando Eric lo acompa en la meloda, ya se sinti sano. Cuando
el tema arranc a sonar diferente, con gracia, con una vibra que invitaba a la
sonrisa, ambos rieron como nios.
Entonces, Harrison pens en Pattie, en Clapton, en Layla, en Majnun. Y
crey que la vida estaba hecha con el mismo material de los ptalos de flores.
Una tontera infinita l
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Carolina
Depetris

i
So cruzaba la pequea puerta
en la plaza con arcadas que yo andaba
so que entraba a una casa en las alturas
que t me abras la puerta
Y all
detrs del hermoso ventanal se extenda el delta
el delta de ese ro que era mo
baada en sol dorado de la tarde una ciudad
a lo lejos
una ciudad que conoca
en mi niez
Era todo suavemente imposible y mo
todo ntimo y lejano
todo tan lo que no es
que despert llorando y no llor
y as estuve y viv
y dej pasar el da

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IV Concurso L iterario L uvina J oven

Pluma piel
imposible

Enemigos
Susana Iglesias

Sayuri Snchez Rodrguez


Esto es falso, lo s,
Pero lo creo.
Hugo Gutirrez Vega, Cantos de Salvador de Baha (x)

Las partes de mi cuerpo que ms mienten son las manos,


menos cuando destruyen
porque estrujan los sueos hasta convertirlos en guijarros de cristal
para lanzarlos al mar Muerto.
All las olas del suspiro ajeno no abollan mis costillas,
saltos
all uno espera que los
del sueo en el agua
expandan los hilos
con los cuales coser las cicatrices
trazadas por las pieles que una vez nos construyeron.
Todos mienten su piel
aluminio expuesto en sol de microondas
miente Apolo (a peticin de Dionisio)
y los guijarros nunca vuelven.

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noche salvaje, la caricia perdida, el beso. Silencio. La respiracin de bestia


adormecida por el desamor. Ni una sola huella de nosotros, nada. Nadie sabe
lo que es dolor. Dej tu vida, me llev tus culpas. La culpa es un roedor sin
paciencia, desgarra sin contemplaciones. Me quedan dos cigarros, aparco el
auto al ver una tienda en la carretera. Los seres humanos somos capaces de
recordar aos intiles, detalles miserables y pequeos que nos torturan hasta
el delirio de la ausencia. No son reales, nunca concretos, siempre vagos, quin

dej de amarnos. Resplandecas sonrindole al futuro mientras suba la maleta


a mi auto. Lo superars. Qu importan los recuerdos? No conozco a nadie que
viva o se muera de ellos. Mis cigarros me entienden, no se apagan, destapo
el celofn, deslizo el hilo de seguridad, el cigarro en mis labios. Solo en la
noche, imagino que tengo el ltimo Lucky Strike de la ciudad, se acerca.
Tienes una especie de mafia? Eres un mafioso que amaga a todos los tenderos
dicindoles que nada de Lucky Strike en tu barrio? No me molesta manejar, podra
manejar tu auto. Detesto hablar sobre m, contigo es diferente, somos dos extraos.

Ahora guardo mis grietas


como un diente de len en el bolsillo.
Un da soplar en ellas
y los muros habrn de desplomarse.
/

descargado contra los fantasmas que abran mi memoria para asesinar una

va a fijarse en las palabras de despedida que escupi nuestro traidor? Ese que

Este silencio carece de latidos,


pero aqu yo tengo mis trombones
las pocas gotas de mi sangre en la eternidad de la arena,
tu rostro rombo roto
el da en que un reloj cansado tom un martillo
y antes de convertirse en otra gota ms de sangre,
otro guijarro de cristal, sentenci:
Mentira la grieta en donde ya no caben ms races.

Luv i na

No tengo enemigos, ataqu lo ms cercano: mi corazn. Soledad: ese revlver

No valgo la pena. Soy un viejo armazn de huesos heridos de la bala del amor.
Me dedico a buscar recuerdos.

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Doloroso, detestable.
Nada de eso, me dedico a buscarlos sin entrometerme demasiado.
Cruzar la frontera, maana estar en California haciendo surf.
Falta una semana, vagars conmigo una semana.

Primaveras

y algo ms
Eduardo Mosches

Ests segura de que en una semana estar contigo


mirando un cadver y buscando recuerdos?
Qu cadver?
El del amor.
Quizs.
Crees que mi asesina tenga sentimientos nobles?
No, las personas que aman han perdido todo desde su primer amor, han

Fue un da como hoy


con ese mismo pedazo de luna
filtra luz entre nubes deshilvanadas
impulsar hacia el deseo de un crculo completo

perdido lmites, cuando pierdes los lmites todo parece fcil, pierdes todo rasgo de
autocontrol, convirtindote en una bestia furiosa, ni las bestias son as, matan por
su naturaleza salvaje. El hombre lleva miles de aos en proceso de domesticacin.
Nos acercamos a convertirnos en un montn de huesos insensibles dentro de poco.
Sabes por qu me gusta huir?
S.
Por qu?
En algn momento perdiste a alguien violentamente, deseas encontrar
algo en alguna de esas lunticas sueltas en las tiendas de carretera.
Cmo lo sabes?
Tus ojos estn apagados. Te gusta mi gorrin rojo? Es risueo, es fiebre, vibra.
Un tatuaje en el antebrazo. El asesino amoroso mata una sola especie:
al abandonado y decepcionado. Nunca me haba enfrentado a una boca tan
apeteciblemente filosa. Corazn mutilado hermosamente. Los que aman mutilan
hasta el final. Tom su cabello entre mis dedos, a punto de encender mi muerte
en aquellos labios algo me hizo retroceder, era tarde, desgracia, amor, un
beso, la atadura del idiota atormentado con su eterna vida de auto-stop l

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El sonido a murmullos y vasos trizando


el tiempo y los hielos al alcohol
tu sonrisa se anud a la voz
mientras nos olamos
jugar con las palabras como si fueran senos
acariciando con el deseo tus caderas
mientras se penetraban nuestras pieles
al calor cmplice de la luna
Crecieron las uas y el cabello
nuestras sonrisas se conocan
hacamos el amor con mucha ms libertad
los paseos a propias cuevas
se deslizaban a mayor profundidad
llor arrimado a tu tibieza
despertamos juntos recibiendo al da
cargu por momentos alguna de tus penas
bebimos la maana entre besos
Descubr los dientes sonrientes
de la msica tropical
bailabas arrullada por el ritmo de tambores
que se convertan en amante voraz
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acariciando tu cuerpo menudo y veloz


celoso de ese pulpo invisible de las claves de sol
que se impregnaba viscoso en tu piel
el sonido era miel entre los muslos
mientras lama tus muslos y pubis
olan a colmena horas ms tarde

Dulce
Chiang

Naci una imperceptible sombra de pez


el temor a puerto
y las tormentas de todos los inviernos
se llevaron para siempre
la posible permanencia del pez
L as demonias enamoradas

Me arropo en la franqueza sensual


calmo temblores de aos
ro con cario hacia tus ojos
mi cuerpo brama pegado al tuyo
momentos que unimos nuestras lumbres
arrimamos las cuatro manos soplando la llama
incendia y nos mata con dulce dolor

Las demonias estn enamoradas


y amorosas,
lanzan bufos aullidos en las fauces del infierno.
Calcinadas por brasas interiores
en silencio se besan las demonias,

Hemos caminado junto con las primaveras


recogimos algunas espinas para adornar las flores
cauterizado otras pequeas heridas
la vida y sus estaciones
experimento permanente
somos nuestra propia cazuela
en que hierven los brebajes
A beber con las manos
robar el agua para calmar la sed
de esta cortsima existencia

se acarician los ajados pezones,


se palpitan directas, amasadas e invencibles.
Nunca tanto amor ha visto el Cielo.
Gruen vibrantes, retorcidas,
amorosas y viles las demonias,
aprtanse los glteos horrendos
y labios de filosos colmillos
encjanse en la carne viva
en espantoso sculo desenfrenado.

Sigamos en la barca
continuemos descubriendo
nuestros continentes.

Hierve sulfurosa, hmeda de amor


la entraa desgajada del abismo,
gime en brama Cancerbero,
le estalla el sexo al muy villano.

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Ren gozosas, amantes,


sanguinarias, carcomidas las demonias
en oscuros brillos oculares
y graznidos genitales,
se aprontan a las lenguas inmundas
y lloran erectas, succionadas y amorosas.

Extasiados rostros de monstruosa mueca

son ngeles mutilados

las demonias;

enredan sus almas en pecado interminable.

Dirase que ste era el paraso


derrumbado en llamas ...
mas nunca tanto amor ha visto el Cielo.

E utanasia
Yo puedo bien morirme el da que me plazca.
Yo puedo irme de aqu.
Quebrarme en dos, e irme al infierno.
Yo puedo

Mi pequeo
mundo porno
(fragmento)
Gabriel Caldern

Personajes:
Yo solo
Mujer sola de 43 aos
Hombre solo de 52 aos
Hombre rubio de 43aos
Jovencito
Hombre gordo
Muchacha
Mujer de 70 aos
Joven morocho de 25 aos
Joven rubio de 25 aos
Hombre mayor, de unos 61 aos
Jovencita
Seor de 70 aos
Esposo joven
Esposa joven
Seis nios de alrededor de 7 aos
Diferentes habitaciones en un mismo hotel o pensin de mala muerte
en la ciudad.

si me place,
dejarte sin tu rayada escenita de viernes por la noche.
Sin tu media esquela de amor en madrugada.
Yo puedo suicidar mi foto. Convertirme en nada.

por qu quedarse en el desnudo, en lo genital: si lo obsceno es del orden


de la representacin y no del sexo, debe explotar incluso el interior del cuerpo
y de las vsceras quin sabe qu profundo goce de descuartizamiento visual,
de mucosas y de msculos lisos puede resultar?
Jean Baudrillard

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Seor de 70 aos atrs de la puerta

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El jovencito le est haciendo sexo oral al hombre rubio de 43 cuando suena
un telfono celular. El hombre rubio de 43 intenta alcanzar una chaqueta que
est en el piso. El jovencito deja de chuprsela, pero el hombre rubio le
agarra la cabeza y le hace continuar lo que estaba haciendo. El hombre rubio
de 43 atiende el celular mientras el jovencito se la chupa.

Gurdame, oh Dios, porque en


ti he confiado.
Slvame.
Mi carne tambin reposar confiadamente:
Porque no dejars mi alma.

A ti levantar mi alma.

Mustrame tus caminos.
Ensame tus sendas.
Encamname en tu verdad.
Te temo, porque nada le falta a quien te teme.

Por qu te abates, oh alma ma, y por qu te turbas dentro de m?
Por qu te jactas de maldad?
Alma ma, aprtate del mal y haz el bien;
busca la paz y sguela.
Oye, oh Dios, mi clamor;

Acude a librarme.
Apresrate, oh Dios, a socorrerme.

No te detengas.
No te detengas!

9
Dos jvenes de traje y lentes oscuros en una de las habitaciones. Tienen
alrededor de 25 aos. Uno es rubio y el otro morocho.

Abre la puerta y aparece una nia.


Nia: Me llama cuando estoy jugando, en lo mejor del juego. Hora de la
iglesia, me dice. Hago un gesto de fastidio pero no le importa, a baarse; luego me pone colonia y me viste para la iglesia. Caminamos hasta
la plaza, a la iglesia. Entramos, me aburro, te alabamos seor, la prxima
semana tomo la comunin. Quiero ir a jugar. Adis.

1 Adaptacin de los Salmos 7, 16, 25, 34, 43, 52, 61, 70.
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Hombre de 43: Hola.


Ah...
S.
No es un buen momento.
S, entiendo que sea una emergencia.
No, est bien, para eso decidimos que tuviera un celular.
Para ubicarme en caso de emergencia.
Te escucho.
S, decime.
Te digo que me digas.
S.
Yo compro las milanesas.
Y la verdura.
S.
Te tengo que colgar.
Bueno, estoy en una reunin.
Te amo.
S, yo tambin.
Un beso.

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Yo no quera, realmente no quera, pero la mina insista con hacerlo. No es que a m no me guste, y se lo dije, me gusta,
pero esa noche no tena ganas, no quiero, le dije, pero ella estaba
desesperada. Rompeme el orto, por favor, te juro que me deca
as, rompeme el orto, papito, y bueno, ta, qu voy a hacer, le romp
el orto.
El joven rubio: Le rompiste el orto?
El joven morocho: S.
El joven rubio: A una menor?

El

joven morocho:

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El joven morocho: Bueno, no saba que era una menor, supongo yo que
era una menor, no vi la cdula.
El joven rubio: Pero te la cogiste en el bao de su liceo, cmo no va a ser
menor?
El joven morocho: Y yo qu s, puede ser una repetidora, no tena pinta de
muy menor. Unas tetas perfectas, y el culo, ah... ese culo, te lo digo con
propiedad porque lo prob.
El joven rubio: Sos un anormal.
El joven morocho: Anormal? Por qu anormal? Vos no lo haras?
El joven rubio: A una menor, no.
El joven morocho: A sta s, si la vieras.
El joven rubio: No me caliento con una menor.
El joven morocho: Me vas a decir que no te calent lo que te cont?
El joven rubio: Qu?
El joven morocho: Pens en ella y yo, los dos, en un bao de su liceo, yo
bajndole la bombachita, chupndole las tetas, ponindole saliva en el
culito y cogindomela salvajemente mientras ella se muerde la ropa para
no gritar de placer...
10
Una jovencita entra a la habitacin. Detrs de ella entra un hombre mayor,
de unos 61 aos, de traje. La jovencita se tira sobre la cama y se re, luego
se para sobre la cama y salta en ella. Mientras, l se pone cmodo, deja a un
lado un bolso grande que trae, se saca el saco y afloja la corbata.
El hombre mayor: Ests contenta?
Jovencita: S, me gustan estos lugares.
El hombre mayor: Qu lugares?
Jovencita: Estos, estos cuartuchos as, estas camas, saber que sobre ellas lo
han hecho cientos de parejas antes de nosotros; si esta cama hablara...
El hombre mayor: Nosotros vamos a coger?
Jovencita: Ah... no s, s. Para qu me trajiste? Mir que yo no hago cosas
raras eh? Vamos a coger, me pags y me voy a la mierda!
El hombre mayor: Bueno, no pensaba ir tan directo.
Jovencita: Qu? Sos puto vos?
El hombre mayor se re.
El hombre mayor: No, no soy puto, ac la nica puta sos vos.

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Hay un silencio, ella no entiende qu quiso decir hasta que finalmente se re,
se ren los dos.
11
La mujer sola estaba sentada frente a la televisin haciendo zapping; se ha
quedado dormida.
12
Yo solo: So que viva solo en una casa.
Y en mi sueo estaba muy triste.
Anhelaba compaa.
En mi sueo yo soaba con compaa.
Pero me despertaba del sueo en el mismo sueo.
Y estaba solo.
Y estaba tan triste.
Porque no haba nadie.
Y yo saba.
Aunque fuera un sueo.
Yo saba que nunca iba a haber nadie.
Pero de repente me despert.
Y estaba en mi casa.
Y estaba solo.
Y nunca iba a venir nadie.
Y no estoy triste.
Para nada.
13
El hombre rubio de 43 est semidesnudo en la cama, fumando, mirando
hacia el techo, mientras el jovencito se masturba a su lado. Se masturba
un rato hasta que se detiene.
El jovencito: Seguro que no quers hacerlo vos? No quers ayudarme?
El hombre de 43: Me llam mi mujer, no s si se dio cuenta o no. No puedo
atender tus pajeras, tengo que pensar.
El jovencito: Qu pas? Puedo ayudarte.
El hombre de 43: Ayer fuimos al teatro con mi mujer, fuimos a ver una obra
clsica, lo haca una compaa clsica, nos gusta ese tipo de teatro,
nos gusta ir a teatros lindos, grandes, no esos stanos asquerosos con
asientos horribles. Nos gusta regalarnos un buen momento de teatro,
entends? Fuimos a ver esta pieza de Shakespeare, no me acuerdo
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ahora el nombre, me dorm. Cmo se llamaba? Bueno, el asunto es


que una muchachita, una prostituta en la obra, le chupaba la pija a uno
de los personajes, es un momento muy importante, porque ella est
tratando de engaarlo y para eso le chupa la pija, entends? Bueno,
el asunto es que cuando ella empieza a chuparle la pija en escena,
haba una manga de nabos en la platea que empieza a rerse y a hacer
comentarios, y yo que estoy dominado por la fascinacin de la escena,
por ese sometimiento, me distraigo por esta manga de subnormales
que no pueden contener sus ganas de comentar cuando la actriz le
chupa la pija al actor. Pero qu les pasa, idiotas, nunca vieron una chupada de pija? Imbciles! Es arte, un poco de respeto, es Shakespeare,
no es un autor de teatros alternativos, es Shakespeare, es un gran teatro, es una gran obra, mierda! Ah se callaron un poco, despus no s
qu pas porque me dorm.
El jovencito: Puedo ayudarte?
El hombre de 43: S, callate! No me jodas! Pajeate, dale. Pajeate y termin, si no, me vas a seguir molestando toda la noche.
El jovencito sigue masturbndose.
14
El hombre gordo est sentado a la mesa, solo, en silencio. Al cabo de unos
segundos entra la mujer de 70 y la muchacha, se sientan a la mesa y se quedan unos segundos en silencio.
Mujer de 70 (a la muchacha): No tens nada que decir?
La muchacha mira a la mujer de 70, se queda unos segundos callada y finalmente mira al hombre gordo.
Muchacha: Perdn.
El hombre gordo sonre satisfecho.
Hombre gordo: Te perdono.
La mujer sonre apenas contenta. La muchacha la mira.
Muchacha: Puedo ir a mi cuarto?
Hombre gordo: Todava no terminamos de comer.
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Muchacha: Hablo con mi madre.


Hombre gordo: Com y despus te levants.
Muchacha: Pero no tengo hambre.
Hombre gordo: Com igual, la comida no se tira.
Muchacha: Pero no tengo hambre.
Hombre gordo: No quiero volver a discutir, coms y te vas; si no coms te
queds ah. No tens siete aos, yo no te voy a obligar, si sabs lo que
te conviene vas a hacer lo correcto.
El hombre gordo empieza a comer su comida, mientras la muchacha llora.
15
El hombre solo, de 52 aos, al telfono.
Hola.
Hola, mam?
Mam!
Mam! Hola.
Me escuchs?
Te hablo yo...
Yo...
Tu hijo...
Me escuchs?
S, gracias, s.
Te escucho mal, mam.
Estoy ac.
Trabaj, s.
Todo el da.
S, gracias, escuch el feliz cumple.
Cincuenta y dos, s, cmo te acords.
Los extrao a todos, mam.
Que los extrao a todos.
Que los extrao!
No, no engao a nadie.
Extrao!
Extrao!
S.
S.
No, estoy bien, estoy bien.
Ac. Voy a tomar algo con amigos.
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S, tengo pila de amigos.


Regalos?
Montones.
S.
Jejeje.
Eh?
Ah, no escuchs a nadie porque tuve que encerrarme en una habitacin
porque si no no te oa nada.
S.
La estoy pasando bomba, mam.
Eh?
No, no estn tirando bombas.
Que la estoy pasando bomba.
Que no hay bombas!
Que estoy bien.
Hola?
Hola?
[...]
Mierda.
16
Seor de 70 aos atrs de la puerta: A mi edad ya se est llegando al final
y uno piensa en ese final y piensa en todo lo que no vivi. Esto pasa a
mi edad, ya se ha hecho mucho, se ha amado y odiado, he ido de viaje,
he conocido lugares extraos y maravillosos, he cenado con amigos y
almorzado con familiares. He ido a ver las pelculas que me recomendaron y he visto teatro aunque no me gusta. Me compr msica clsica y
tampoco me gusta y dej de leer revistas pornogrficas un poco tarde. Y
trat varias veces de enamorarme y casarme y tener hijos. Y trat muchas
veces de dejar mi parte oscura a un lado. Trat de cambiar. Trat de ser
mejor. Y lo fui, aunque no hice todo lo que quise. Tuve un respetable
xito en esta empresa de vivir mi vida. Pero todava hay cosas que no
quiero ni quise ser y que nunca pude cambiar, hay cosas que todava, a
esta edad, odio de m.
Abre la puerta y aparece una nia.
Nia: Cuando yo sea grande quiero ser mam, voy a ser doctora. Yo
quiero ser cantante de msica instrumental, voy a ser actriz, quiero
ser famosa. Cuando sea grande quiero estudiar ingeniera, modelaje,
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medicina, quiero ser ama de casa, quiero tener una casa. Cuando sea
grande quiero casarme y tener hijos, no quiero hijos, quiero tener una
casa con piscina. Yo quiero ser rica, quiero mantener a mis hijos, quiero
adoptar. Yo quiero casarme por la Iglesia, quiero vivir con mi novio y
quiero viajar. Cuando sea grande quiero ser feliz.
17
La mujer sola, dormida, ronca frente a la televisin, que pasa una pelcula
de terror en la que estn destripando literalmente destripando a una
pareja de enamorados en un bosque.
18
La jovencita y el hombre mayor estn sentados al borde de la cama.
Jovencita: Quers que te la chupe?
El hombre mayor: Pods esperar? Yo pago, yo pongo los tiempos.
Jovencita: Est bien.
El hombre: Ven.
Le agarra de la mano y la hace levantar dulcemente, ella se levanta y se pone
en frente de l.
Jovencita : Quers desnudarme, papi?
El hombre mayor: Quiero que te calles y que no digas nada a no ser que te
haga una pregunta.
Silencio. l la mira, le acaricia la cara y el pelo. La abraza y sin soltarla le
habla.
Siento tu corazn, tens un corazn y sabs por qu
tens un corazn? Porque lo escucho, lo siento latir, entonces tens
corazn, y me pregunto qu ms tens ah adentro? Siento tu estmago, hay una tormenta ah adentro? Si pongo mi odo aqu siento que
adentro tuyo est pasando una guerra. Vos escuchs algo?
Jovencita: No.
El hombre mayor: Pero hay una guerra ah adentro, algo est pasando,
siento todo tipo de ruidos, algo pasa aqu y adentro mo tambin, si
pones tu cara sobre mi estmago vas a escuchar mis guerras. Pero, sin
embargo, as, a simple odo no lo omos, y esto es slo lo que omos,
si pongo mi mano en tu pecho, por ejemplo, puedo sentir cmo tu piel
El

hombre mayor:

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es diferente, y esto slo con mi tacto, las cosas que esconde el cuerpo,
el mundo que oculta... Qu edad tens?
Jovencita: Dieciocho.
Silencio.
El hombre mayor: Qu edad tens?
Jovencita: Dieciocho.
El hombre mayor: Voy a volver a preguntrtelo y quiero la verdad, si no esto
no va a funcionar... Qu edad tens?

El joven rubio: Ah, conchitas peladitas, qu fea imagen.


El joven morocho: Un bao de mierda, qu le cuesta? No pido que nos
lleve a uno con jacuzzi como si furamos su putita de turno, pero un
bao, estoy pidiendo, mientras l se divierte. Pero no, ni eso, tengo que
salir afuera a mear en un rbol, como si fuera un perro.
El joven rubio: De cierta forma somos sus perritos, sus perritos guardianes.
El joven morocho: Vos sers su perro, su perrita, jejeje.
Silencio.
El joven morocho: Voy a mear.

Silencio.
Jovencita: Diecisis.
El hombre mayor: Muy bien, mejor as, sos ms linda con diecisis.
l le agarra la cara con las dos manos y le da un piquito bien dulce.
19
El joven morocho y el joven rubio. Ambos acostados en camas separadas.
El joven morocho: Tens las llaves del auto?
El joven rubio: Las tens vos.
El joven morocho: Tengo ganas de mear.
El joven rubio: Y qu? Vas a mear adentro del auto?
El joven morocho: Jaja, no. Voy a mear afuera, slo quera saber quin
tiene las llaves.
El joven rubio: Yo.
El joven morocho: El hijo de puta se pide una habitacin con todos los
chiches para l, y a nosotros nos tira en esta mierda que ni bao tiene.
El joven rubio: No te quejes.
El joven morocho: Debera valorar ms lo que hacemos por l; si abriramos la boca, flor de lo que se le arma.
El joven rubio: Si abrs la boca sos un fiambre en dos segundos.
El joven morocho: Yo no dije que fuera a hablar, dije que si lo hiciera, a este
tipo lo hundimos.
El joven rubio: Lo mejor es callarse, acatar y hacer como si nada pasara.
El joven morocho: No viste la pendeja que levant esta vez? No tiene
dieciocho sa, con suerte tiene quince; le gustan las pendejas al viejo
de mierda. Despus dice cualquiera por ah, pero en la cama le gusta
cogerse conchitas peladitas.
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El joven morocho sale de la habitacin.


20
Matrimonio joven. Mesa de comedor, cama de dos plazas, silln, televisor,
radio, heladerita; todo apilado en la misma habitacin. l est sentado a la
mesa, lee el peridico, la tele est encendida con el volumen bajo, la radio
est encendida, se escucha msica. Ella est preparando la cena, le habla
a l.
Esposa joven: Al final de todo, es mejor que las cosas se den as, que no
las... cmo decirlo? Que no lo forcemos, entends? Quiero decir: que
me parece bien que esto se haya dado sin que lo busquemos, este espacio, que lo necesitbamos, bueno, por lo menos yo lo necesitaba.
Un momento para respirar, para mirarnos, pasar tiempo juntos, en definitiva, para estar juntos sin hacer nada. Pero no me hubiese gustado
forzarlo, me gusta que se haya dado de una forma natural; compartir una
cena, un espacio en el que yo cocino, vos les, escuchamos msica, hablamos, no? As da gusto cocinar, cocinarte lo que te gusta, que con el
tiempo a m me gusta tambin, con el tiempo aprender a entendernos,
a comprender que los tiempos de cada uno son diferentes, y las necesidades, eso!, las necesidades de cada uno difieren, pero lo importante
es que las conozcamos y las comprendamos, no? Comprender al otro,
ayudarlo a vivir, no?
Pausa. l no contesta.
Esposa joven: No? No?... No? No? No?!

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21
El hombre rubio de 43 y
rando hacia el techo.

el jovencito

estn semidesnudos en la cama, mi-

Jovencito: Me ams?
El hombre de 43: No.
Jovencito: Por qu?
El hombre de 43: Porque no.
Jovencito: Te amo.
El hombre de 43: Bueno.
Jovencito: Entonces vos me ams?
El hombre de 43: No.
Jovencito: Te amo mucho.

Krystyna
LENKOWSKA

A dn le dijo a Seth
Besa
pero ten cuidado de no dejar que el grano cosechado
caiga de tu boca
como una palabra ruin
entonces la madera de la cruz no ha de crecer
en el jardn y no habr
nada que cargar.

Silencio.
Jovencito: Te amo mucho.
El hombre de 43: S, te escuch.
Jovencito: No me decs nada?
El hombre de 43: Gracias.
Silencio.
Jovencito: Realmente no s qu hacemos ac.
El hombre de 43: S, me tendra que ir.
Jovencito: Si no me ams...
El hombre de 43: Cogimos.
Jovencito: No. Hicimos el amor!
El hombre de 43: Uy, me tengo que ir.
Jovencito: Te amo.
El hombre de 43: Gracias.
Jovencito: Te amo mucho.
El hombre de 43: No me puedo quedar.
Jovencito: Te necesito.
El hombre de 43: Mejor me voy ahora.
Jovencito: Vmonos, entonces.
El hombre de 43: S, vamos.

El ojo de John K eats en Roma


Durante horas se pone de pie en la ventana
de vez en cuando se proyecta en la escalinata de la Plaza de Espaa
o en el Tber

Powiedzia A dam do Seta


Cauj / ale uwaaj eby ziarno urodzaju / nie wypado z ust / jak ze sowo /
wtedy drzewo krzya nie uronie / w ogrodzie i nie bdzie / czego dwiga.
Oko Johna K eatsa w R zymie
Caymi godzinami stoi w oknie / czasem rzuca si na Hiszpa skie Schody /
lub do Tybru // jeli na schody / rozpryskuje si a potem wraca nietknite / jak
elowa meduza do ciemnoskrej doni / ulicznego sprzedawcy // jeli do wody
/ pywa a potem lata eby wysuszy skrzyda / omiata mostom uki Hadriana

Ninguno de los dos se mueve l

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revienta
en los peldaos y luego como una medusa de gel
regresa intacto a la palma morena
del vendedor ambulante

todos pueden girar la cerradura a la derecha


y entrar
nadie puede abrirla desde el otro lado
nadie puede salir como si nada

nada
en el agua y luego echa a volar para secar sus alas
barre los arcos de Adriano que constelan los puentes
el cielo de los domos del Vaticano
las caravanas de pinos del horizonte

puesto que no sales al cosmos


en un cuerpo sin armadura

en la noche ordena el mismo vino


en el mismo bar
por fin regresa a la ventana y escribe en el cristal con su dedo
la muchedumbre en las escaleras no lo deja dormir
y l no sabe qu hacer despus
as que vuelve a empezar
desde la pupila
desde la entraa.

Un hogar para los pacientes de A lzheimer


La puerta del cuarto de Pap est cerrada con llave desde afuera
a las 6 cero cero en punto

/ niebo kopuom Watykanu / horyzontom karawany pinii // wieczorem


zamawia to samo wino / w tym samym barze / w kocu wraca do okna i pisze
palcem na szybie // tum na schodach nie daje zasn / ono nie wie co si robi
dalej / wic zaczyna wszystko od pocztku // od renicy / od jdra.
W domu opieki spoecznej
Drzwi do pokoju ojca s zamykane od zewntrz / o godzinie osiemnastej zero
zero / kady moe przekrci zamek w prawo / i wej do rodka / nikt nie
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si fijas la mirada durante mucho tiempo y ves detenidamente


si empujas dentro del picaporte
ste zumba y se abre como la luz
luego alguien entra y sonre
trae una manzana brillosa y un pan dulce
y pronto desaparece o se tranforma en alguien que deja
la misma manzana
ms tarde puedes cerrar los ojos y esperar
si no puedes esperar puedes quitar la manija del picaporte
y esconderla en el bolsillo trasero de tus pants
que ahora est en tu barriga
no puedes soltar prenda tienes la manija
que da al mundo en el que eres alguien
que sabe
quin soy yo.

moe otworzy go z drugiej strony / nikt nie moe wyj tak po prostu // bo
nie wychodzi si w kosmos / w nieopancerzonym ciele // jeli si patrzy bardzo
dugo i intensywnie na drzwi / jeli si przenicowuje waz drzwi / one szumi
i otwieraj si jak wiato / wtedy kto wchodzi do wewntrz i umiecha si
/ przynosi byszcz ce jabko i sodk buk / zaraz znika albo staje si kim
innym kto zostawia / to samo jabko // potem mona zamkn oczy i czeka /
jeli nie da si czeka mona wymontowa klamk wazu / schowa j do tylnej
kieszeni spodni od dresw / ktra teraz jest na brzuchu // nie wolno zdradzi
e ma si klamk / do wiata w ktrym jest si kim / kto wie / kim jestem.
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Una carta demorada a un ngel barroso


Te acuerdas del olor a nieve llena de tizne
que calentaba
la chimenea?
y del sabor de las ramas de abeto?
en la maana empujaste mansamente mi
trineo
oxidado para que yo antes pero antes que todos
pudiese dejar victoriosas huellas
de invierno en el jardn

estabas hormonalmente triste de felicidad


justo como ms tarde aquella primavera
tu primer vulo fue
fertilizado con una vida
divina y creci
en tu boca
para estirar tu paladar
salado y amargo hasta hacerlo globo
de intil esperanza decembrina
conocas todos sus parmetros

en la noche colgabas orgullosamente


en el rbol de enaguas
rosas hechas de pauelo de papel por
todas partes
yo no poda contarlos a todos

eras todava mi ngel


cuando te rompiste en extremidades y caste
suavemente no te entregu
un ala perdname
yo tambin era un pjaro
barroso y sin vuelo

la felicidad segn decas es no saber


cunto de ella posees
un invierno robaste
atrs del rbol de Navidad
drapeado en su encaje de escarcha
unos calcetines la faja blanca que tus primeros
grilletes de femenidad no queran dejarte
sola tocaste tus muslos bajo la falda para hacer que fueran
reales

Z alegy list do pryszczatego anioa


Czy pamitasz ten zapach niegu / z sadz jeszcze ciepy / z komina? / i smak
citej jedliny? / rano ci gn e pokornie moje / zardzewiae / sanki abym
pierwsza z pierwszych / zostawia tryumfalne lady / zimy na podwrku
// a wieczorem wisiae dumnie / na drzewku w rowych / spdniczkach
z bibuki wysoko / i nisko / nie mogam ci zliczy // szcz cie jest wtedy
mwie kiedy / nie wiadomo ile go jest // pewnej zimy przemkn e / za
choink / w poczochach w koronkow / szad biae halterki twoje pierwsze /
dyby kobiecoci nie daway Ci / spokoju wci gaskae / uda pod spdniczk
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gloria a ti ave
celestial
salida del rbol
de la vida.

aby urzeczywistnia ich / materi / bye hormonalnie smutny ze szczcia /


podobnie jak potem owej wiosny kiedy / twoje pierwsze jajeczko zostao /
zapodnione jednym boskim / yciem i roso / w ustach / rozci gao twoje
gorzkosone / podniebienie w balon / beznadziejnej grudniowej nadziei /
znae jego wszystkie parametry // wci jeszcze bye moim anioem // kiedy
pkae na czonki i spadae / cicho nie podaam ci / skrzyda wybacz / sama
byam pryszczatym / nielotem // bd pozdrowiony ptaku / bo y / z drzewka
/ ywota.
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Yo - Ella
Esta anciana con sombrero y estola de visn en hombros
que celebra su memoria
soy yo

La miro de muy cerca puedo ver claramente


sus lneas de expresin
alza una galleta con un hueco en medio al lugar plido de su piel
donde solan estar mis labios
abre su cara y pone la galleta pegada a su dedo
el dedo tiene articulaciones gruesas como una ramita primaveral
como Edith Piaf
cmo le har para tocar tu cuerpo con la mano de ella en forma de
garra?
ella alza su rostro a la altura del tuyo cierro mis prpados
olvida que no tiene labios
y yo olvido.

Ja - Ona
Ta stara kobieta w kapeluszu i etoli z norek na ramionach / witujca tu swoj
pami / to ja // przygldam si z bliska widz dokadnie kad promienist /
zmarszczk jej umiechu // podnosi ciasteczko z dziurk do bladego miejsca
skry ktre / kiedy byo moimi ustami // otwiera twarz i wkada do niej
ciasteczko nabite na palec / palec jest zgrubiay w kostkach jak wiosenna
gazka / jak Edith Piaf // jak ja teraz bd dotyka twojego ciaa jej krogulcz
piszczel? // podnosi twarz do twojej twarzy przymykam powieki / zapomina
e nie ma warg / zapominam.

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R zeszw
Por primera vez la ciudad lleg a m en la noche
asomados en la ventana todos esperaban un cometa
pens que las estrellas ardan con un fuego vivo
y tema poner mi ojo

avanz el cielo sobre m desde la calle


pas de largo pero regres otra vez en sueos y en las horas de vigilia
murmur el aire mientras el abuelo contaba los resplandores
y se preguntaba si no estallara una guerra en el cosmos
esa calle se llamaba la Calle del Carnicero
pero carne no tena slo caballos vivos
hu hacia los caballos y las orillas del Wislok
donde los gitanos golpeaban sartenes de cobre como tambores
por primera vez Rzeszw vino en la noche
y aunque nadie dijo la palabra
sent que la urbe baando en oscuridad vagaba por la tierra y el cielo
y que seguira ah al despuntar el da.
Versiones de F r anoise Roy,
a partir de las versiones del polaco al ingls
de E wa H ryniewicz -Yarbrough

R zeszw
Po raz pierwszy miasto przyszo do mnie noc / wszyscy w oknie czekali na
jak komet / wydawao mi si e gwiazdy ywym ogniem wiec / i baam
si wo y oko w magiczn lunet // a niebo sun o na mnie od strony ulicy
/ przeszo obok ale potem wracao na jawie i we nie / mruczao powietrze
dziadek byski liczy / i pyta czy kosmos wojny nie przyniesie // na tamt ulic
woali Rzenicza / ale nie byo tam misa tylko ywe konie / uciekam do koni
i nad brzeg Wisoka / gdzie w miedziane rondle jak w gongi stukali Cyganie
// po raz pierwszy Rzeszw pojawi si noc / i cho wtedy nikt gono nie
wymwi sowa miasto / czuam e to ono po ciemku szo niebem i ziemi / i
jutro wci tu bdzie gdy zrobi si jasno.

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Rubn
Meneses

Su gorra de beisbolista le oculta de los otros la mirada, pero avanza.


Por entre los vehculos tras la mano que se extiende

Va una vieja vende dulces. Pues la vida


La astuta vida no da tregua.

Latido y flujo
Setenta y dos latidos por minuto
contencin y flujo: diez mil litros

Chelt

encerrados en la estructura de mi cuerpo.

Chingaquedito el tiempo. No lo percibes en su ritmo lento


Picando suave. Como gotera sobre tu cabeza Qu lindo! (cosquillitas)
Mientras te sostienes

Va acotada soy. En ese ciclo que me expulsa


y en millones de secretos intercambios
desde una gota de mi sangre me devuelve.

Sonriendo a todo mundo, tan a gusto!


Y la gotita de agua en su tarea

Al paso del aire me percibo.

Y la sonrisa continuada

De su reflujo expandido me alimento.

Y la vida que se convierte en grieta


Y luego en surco

Lo rojo en su imperfecto contenido

Y luego en nada.

voluble se acenta en su vorgine

En ese ciclo sinuoso indomable

Orange Eldrige

que me expulsa

Jalando su carreta: ah va, la anciana en su armadura.


Por entre los autos libra otra batalla simple al da (no hay derrotas).

y en ocho dcimas de un segundo


ante el mundo me devuelve.

En embate va ofreciendo sus dulces o frituras.


Extiende su mano mientras su voz neciabundamente aflora.

Entre la caravana de seres que por la lnea de autos desesperan


bajo sus enaguas sucias su corazn y su cuerpo avanzan.

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In memoriam

In memoriam

Emmanuel Carballo

Cambio de piel
en pblico
Vctor Ortiz Partida

Es notable la confesin que Emmanuel Carballo hace en la nota previa


de su Diario pblico. 1966-1968: El diario concluy en el momento preciso
[...], cuando cambi de piel y de manera de comportarme. Me cansaron la
alegre vida literaria, la ostentacin, los salones, y comenc a entrar lentamente a otro tipo de vida, ms franciscana que jesutica.
La conmocin que me causaron estas palabras se debe a que en los aos
que llevo de frecuentar el mundo literario he conocido a muy pocas personas que, llegadas a cierta posicin, quieran o reconozcan un cambio de piel y
de comportamiento, y menos que se cansen del ajetreo, la ostentacin y los
salones. La mayora aspira a ms de la dulce vida, ya que para eso se escribe:
para frecuentar los restaurantes de moda y otros lugares menos nutritivos.
Eso de entrar a una vida ms franciscana que jesutica mejor lo dejo sin
comentarios.
La confesin de Carballo me llev a una profunda curiosidad: me pregunt si se notara el cambio de piel conforme fuera avanzando en la lectura
del Diario pblico, y quise saber por qu este escritor se haba cansado de
todo eso que menciona. Quiz por los problemas que le acarre publicar
sus dardos crticos, sabios y certeros?
La curiosidad se convirti en cierto tipo de morbo, ms teniendo en
cuenta que, en el prlogo, Carballo se describe como psimo corresponsal
y un tanto exhibicionista.
Comenc a leer el Diario pblico luego de esa nota previa: 1966. Del 6 al
12 de junio. Lezama Lima, Garca Ponce, Rabasa y Monsivis. Prometa. El
primer prrafo est muy bien, tiene ese tono de cotilleo que se encuentra
en los Diarios que el artista estadounidense Andy Warhol dictaba por telfono, casi todas las maanas, a una amiga: El lunes 6 cenaron en casa Pedro
Frank de Andrea y Luis Leal. A Pedro y a Luis los conozco desde hace ms
de diez aos....
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Emmanuel Carballo

Pero al dar la vuelta a la hoja aparece enseguida el toque Carballo en todo


su esplendor: Alejandro [Aura], para su fortuna y la nuestra, ha dejado de
ser el Ievtushenko de la Nueva Anzures para convertirse, hoy da, con modestia, en un poeta opaco, pobre y reiterativo, pero decididamente un poeta:
comienza a encontrar su camino. Hay que recordar que el interlocutor de
Carballo no es su querido diario guardado bajo llave, sino los lectores del
Exclsior, un peridico nacional.
Luego de los calificativos con los que saluda a Aura (quien, por cierto,
gan aos despus el Premio de Poesa Aguascalientes), Carballo cuenta
que le lleg la nueva novela del escritor cubano Jos Lezama Lima, Paradiso,
dedicada, por supuesto; tambin anuncia que termin de escribir el prlogo
para la autobiografa precoz de Juan Garca Ponce y que Carlos Monsivis
regres de Guadalajara al Distrito Federal y le cont que Guadalajara es una
ciudad dominada por los arquitectos. Todo esto y ms en tan slo el primer
apartado del libro, que abarca nicamente del 6 al 12 de junio de 1966.
Qu seguira despus?
En 1966, Emmanuel Carballo era ya el autor de 19 protagonistas de la
literatura mexicana. Es decir, ya haba ledo y estudiado a fondo a autores
como Jos Vasconcelos, Martn Luis Guzmn, Alfonso Reyes, Julio Torri,
Jos Gorostiza, Salvador Novo, Agustn Ynez, entre otros maestros. Haba
platicado con ellos, haba aprendido de ellos y conoca desde el centro el
mundo literario, el mundo cultural de la Ciudad de Mxico, del pas; adems
conoca tambin a los autores de Amrica Latina y otras latitudes.
En el Diario pblico, comenzado a mediados de ese ao, se va diluyendo
ese tinte warholiano (aunque no desaparece del todo) y generosamente la
serie de textos se va convirtiendo en la bitcora ntima de un crtico literario, en un diario honesto que registra el crecimiento intelectual de su autor
a los ojos de todos.
En el Diario profundiza en la obra de los autores, se especializa en el
hecho literario, pero no se desliga de los seres humanos propiamente, de
sus errores, de sus aciertos, tanto en la vida literaria cotidiana como en la
poltica.

Hay que recordar que el interlocutor de


Carballo no es su querido diario guardado
bajo llave, sino los lectores del Exclsior, un
peridico nacional.
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Emmanuel Carballo lee, delibera, propone y, con todo el conocimiento


acumulado, selecciona y predice. Por ejemplo, al hablar sobre la primera
edicin del Premio Mazatln (galardn que cuarenta aos despus ganara
precisamente con este Diario), escoge, luego de reflexionar sobre los libros
aparecidos ese ao, el libro Puertas al campo, de Octavio Paz. Explica por qu:
Doy mi voto a favor de Octavio Paz por estas razones: 1) Porque representa
en este momento el puente que une lo nuevo con lo antiguo, lo ms vivo de
la tradicin [...] y lo ms representativo de las nuevas corrientes, del surrealismo a nuestros das.... (Las otras dos razones tendrn que leerlas ustedes
en la pgina 109 del libro).
Hay que resaltar la generosidad: Carballo comparte sus estudios crticos
sobre autores, sus entrevistas, sus cartas propias y ajenas (algunas de
ellas mandadas para discutir algn tema tocado en el diario), dilogos
con autores, crnicas de acontecimientos, viajes, futuros prlogos, artculos,
pequeos ensayos.
Los autores son los del momento, aunque no olvida a los del pasado,
los afamados y los desconocidos: Jos Agustn, Fernando del Paso, Carlos
Fuentes, Gabriel Garca Mrquez, Vicente Leero, Salvador Elizondo, Sergio
Pitol, Elena Garro, Jorge Ibargengoitia, Gustavo Sainz, Luis Spota, Len
Felipe, Ral Navarrete, Calvert Casey, Reinaldo Arenas, entre una lista muy
extensa.
No se puede evitar hablar de 1968. Es el ao en que acaba este diario.
Para los que nacimos despus, es una poca que hemos tenido que ir reconstruyendo. Quiz la curiosidad de la que hablaba tiene mucho que ver
tambin con la presencia de ese ao en el diario.
El escritor mexicano Gustavo Sainz aparece profusamente mencionado en
el Diario pblico de Emmanuel Carballo, sobre todo por su novela Gazapo y,
ya casi al final, por estar en el centro de un intrincado escndalo de plagio.
(Hay, entre otros, tres grandes escndalos que se airean en el libro. En el
primero participa Fernando del Paso; en el segundo, Gustavo Sainz, y en el
tercero Reinaldo Arenas).
Sainz public en 1991 la novela A la salud de la serpiente, construida a partir de lo que escribi en su diario ntimo en 1968. La novela, que tuvo muy
poca difusin cuando apareci, incluye las cartas que el socilogo Gabriel
Careaga le mandaba a Sainz de la Ciudad de Mxico a Iowa, Estados Unidos,
donde el autor de Gazapo gozaba de una beca para escribir su segunda novela.
Sainz hace de Careaga un personaje, y sus cartas reales, aunque ligeramente transformadas, no aparecen firmadas por l, sino por Kastos. (Sainz
cuenta que le pidi permiso a Careaga para utilizar estas cartas). Al comenzar a leer este Diario pblico pens en esas cartas trepidantes que describen,
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desde el punto de vista de la clase media, la vida moderna que comenzaba a


notarse en la capital del pas.
El horror del 2 de octubre deja su marca en ambos libros, aunque el tiempo y las circunstancias fluyen por encima de l en los dos casos. Finalmente,
ambos son piezas importantes de la reconstruccin de esa poca, que tanto
intriga an.
En el apartado del 30 de septiembre al 6 de octubre, Emmanuel Carballo
narra su terrible experiencia del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas
de Tlatelolco, el lugar de la masacre, de la que l y Neus, su mujer en ese
entonces, fueron testigos de primera fila y se salvaron por pura suerte. En
una nota agregada al diario en 2004, el autor reconoce: esa tarde y noche
me cambiaron. Dej de confiar en las instituciones, en los movimientos espontneos, y procur estudiar pausadamente a las personas antes de darles
mi adhesin poltica.
Creo que este hecho es una de las poderosas razones por las que el Diario
pblico lleg a su fin. No obstante, en agosto, antes de Tlatelolco, haba
escrito: Francamente no es justo que traicione mi vocacin de anacoreta
y me convierta en agente mediocre de relaciones pblicas. Juro que mi camino es la soledad compartida, la lectura y la escritura, los solitarios y otros
minsculos juegos de baraja, la conversacin telefnica, el ocio en todas sus
formas y todos sus niveles y el aprendizaje de la teora poltica y sus conexiones con la literatura. Sin embargo, las solicitudes a la accin y la dispersin
son numerosas y a veces desagradables.
Carballo hace, al final de este Diario pblico, sus vaticinios para las letras
de los aos setenta, y hasta ah llega. Se dice que el hubiera no existe, pero
estoy seguro de que sus lectores estaramos gozando con una bitcora que
an permaneciera en las pginas de un peridico l
Texto ledo en la presentacin de Diario pblico. 1966-1968,
de E mmanuel C arballo (C onaculta , M xico , 2006),
en la librera J os L uis M artnez
del F ondo de C ultura E conmica ,
en G uadalajara , el 16 de marzo de 2006.

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In memoriam Gabriel Garca Mrquez

In memoriam Gabriel Garca Mrquez

Gabriel Garca
Mrquez:
entre el ruido y
los cortejos
Pablo Montoya

Leo a Garca Mrquez desde que era adolescente. Lo le maravillado en


esos aos en que el Nobel de Literatura le lleg como una bendicin y como
una condena. La bendicin del reconocimiento universal y la condena de la
celebridad. Lo segu leyendo, deslumbrado por su imaginacin desbordante
y su contundencia estilstica, en los aos de mi juventud. Lo sigo leyendo,
con menos intensidad emotiva, en la adultez. Su vida y su obra las he tratado
de comprender de la manera ms objetiva, es decir, sin caer en la admiracin gregaria y sin dejarme llevar por lo que han dicho y siguen diciendo
casi todos en todas partes. Es difcil lograrlo, es verdad, porque en torno a
esta vida y a esta obra, ms que con ninguna otra en la cultura colombiana,
ha habido demasiado ruido. El ruido del espectculo y el marketing, el ruido
de los medios de comunicacin y el periodismo, el ruido de la academia y
los estudios literarios, el ruido de las amistades que el escritor tuvo en los
medios del poder poltico y cultural. El ruido, en fin, que ha generado su
fama desmesurada.
Su obra, e insistir en ello acaso sea innecesario, es una de las ms logradas
en la historia de la literatura del pas. Garca Mrquez no slo fue un gran
novelista, tambin fue un gran cuentista y un gran cronista. Antes se deca,
y esto era unnime, que, si se quisiera hacer un antologa de la narrativa
colombiana, el nombre de Garca Mrquez era suficiente. Hoy sabemos
que Colombia, para una verdadera representacin, urge de otros nombres.
La literatura de un pas no es un solo rbol, es un bosque conformado por
rboles. Antes de que l y el Grupo de Barranquilla irrumpieran con su notable renovacin, se deca, y l ms que nadie y su amigo Cepeda Samudio
lo dijeron, que la literatura colombiana era pobre y lamentable. Hoy sabemos, sin embargo, que una literatura nacional no se hace con un par de
nombres o un solo grupo, sino que es un tejido de muchas obras que vienen
desde antao, que palpitan en el presente y que vendrn despus.
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Ahora bien, el hombre Garca Mrquez, luego de que se volvi una personalidad pblica de matices internacionales, me ha suscitado reservas. Prefer
no hacer la peregrinacin que los escritores de mi generacin le hacan a
su casa en Mxico. Una vez ms, ante su caso, me dije que lo que haba
que hacer con los buenos escritores era simplemente leerlos. Su funcin de
corre ve y dile de los poderosos es un captulo deslucido de su periplo
existencial. En esta perspectiva, sigui un comportamiento que en nuestro
medio inici con Rubn Daro, ese poeta adulador de los dictadores. En la
larga historia de la confrontacin entre libertad del artista y autoritarismo
del tirano, Garca Mrquez termin prosternndose ante el segundo. Con
l, por otro lado, nuestra literatura entr a una suerte de profesionalizacin
del oficio, y ahora algunos escritores pueden decir que viven de la escritura
en un pas que ha sido mezquino y avaro con sus artistas. Con l nuestra
literatura cay de bruces en la fascinacin de lo comercial. Su referente de
millones de ejemplares publicados en cada una de sus ediciones ha cado
sobre nuestras espaldas como una especie de maldicin bblica. De tal manera que siempre se est buscando, sobre todo en las nuevas generaciones,
parecerse a l en su gigantesco xito.
Fue difcil no ampararse bajo su sombra apenas empez este triunfo
caudaloso en la dcada de los sesenta con la publicacin de Cien aos de
soledad. Hubo quienes, por ser fieles a las premisas de sus credos literarios,
desaparecieron del horizonte cuando empez a fulgurar la luz tremenda y
mgica, subyugante y embriagadora del universo macondiano. En realidad,
una generacin de escritores colombianos se esfum ante el mundo porque
slo Garca Mrquez importaba. Hubo otros que, buscando tal vez el lado
ms cmodo, decidieron seguir los rumbos del realismo mgico. Imitarlo
fue la moda en su tiempo y sigue siendo una manera de ser aceptado en el
mercado editorial. Pero seguir tras esta esttica es entrar en un callejn sin
salida, porque ella tiene una sola marca, la del escritor de Aracataca. Pese a
l, o gracias a l, la idea de Colombia, es decir, su representacin, empez a
asociarse con Macondo. El pas termin macondizndose, como si fuera una
triste caricatura, ante el encanto de esta obra. Pero un pas es algo mucho
ms complejo que una literatura. Y habr que explicar, con mayor hondura
y una mejor distancia, qu significa ese Macondo y sobre qu valores se levanta la particular visin de la Colombia caribea de Garca Mrquez.

En realidad, una generacin de escritores


colombianos se esfum ante el mundo porque
slo Garca Mrquez importaba.
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In memoriam Gabriel Garca Mrquez

In memoriam Gabriel Garca Mrquez

Tal tarea pues la otra, la de ensalzarlo hasta lo hiperblico, es lo que


se ha hecho hasta el momento es necesario efectuarla. Pero establecer
una crtica, digamos controversial, de este escritor en el pas, es correr el
riesgo de que llueva una andanada de reclamos. Al patrimonio nacional hay
que respetarlo por encima de cualquier cosa. Como si fuera un deber moral
admirarlo sin condiciones. Afuera el panorama es distinto. Y estn para
demostrarlo las crticas de Octavio Paz, Harold Bloom, Reinaldo Arenas y
Roberto Bolao; los estudios de Enrique Krauze, ngel Esteban y Stphanie
Panichelli; y los movimientos Crack y McOndo, que, en cierta medida, desacralizaron al dolo. Crticas que, en general, sealan el amaamiento poltico
del escritor, su visin maniquea del poder, sus hallazgos literarios convertidos rpidamente en frmula comercial. Con su muerte, como sucede en el
cuento Los funerales de la Mam Grande, empezarn las conmemoraciones maratnicas y Garca Mrquez se har ms ubicuo y espectacular. Como
el narrador del cuento, habr que recostar la silla en la puerta, y esperar a
que pase el vendaval de los cortejos. Slo entonces podr hacerse el trabajo
de una nueva valoracin que exige su obra. Ojal el ruido deje hacerlo l

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Recuerdo mgico
de Garca Mrquez

Juan Carlos Orrego Arismendi

En la semana que sigui a la de la muerte de Gabriel Garca Mrquez,


en una de las principales universidades pblicas colombianas se organiz
una lectura colectiva de Cien aos de soledad. En ausencia del rector los
asuntos de la cultura no son de su incumbencia, el vicerrector general
tuvo el honor de inaugurar la recitacin. Dijo un par de solemnidades rutinarias, ley una vieja nota de prensa y, sin ms, acometi las primeras lneas:
Muchos aos despus, frente al pelotn de fusilamiento, el coronel Aurelio
Buenda haba de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llev a
conocer el hielo. El auditorio dej escapar una exhalacin de espanto:
la segunda cabeza de la universidad haba errado, sin advertirlo, el nombre
del ms famoso personaje de la literatura colombiana despus de Mara, su
novio Efran y el cauchero Arturo Cova.
El episodio universitario puso en evidencia dos hechos que, contundentemente, caracterizan la manera como el Premio Nobel de 1982 ha sido ledo
en su pas: que su obra se conoce slo muy superficialmente, y que lo poco
que se ha ledo de ella se recuerda de un modo mgico que, casi, disimula la
ignorancia de base. Ahora bien, el adjetivo mgico no debe entenderse aqu
en el sentido convencional, bastante huero, que suele invocarse ante la narrativa parcialmente realista de Garca Mrquez y de las dems estrellas del
Boom latinoamericano; con mgico debe entenderse en este opsculo, y por
metonimia, el sentido que le corresponde al conjuro, esto es, la necesidad
de que se le recite con estricta exactitud cada vez que se necesita actualizar
sus efectos.
Que a Garca Mrquez se lo ha ledo mal en Colombia es un hecho del
que apenas cabe hablar, tratndose de un pas en que, por ejemplo, no pueden exigirse libros a los estudiantes en las escuelas pblicas, cuyas bibliotecas, por lo dems, suelen estar psimamente dotadas; y un pas en donde
la nica editorial nativa con talla de gran empresa de hecho, el mismo
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In memoriam Gabriel Garca Mrquez

In memoriam Gabriel Garca Mrquez

sello que se encarg de la circulacin local del Nobel desde la aparicin de


Del amor y otros demonios decidi, no hace mucho, dejar de apostarle a la
literatura y concentrarse en las obras maestras de la gerencia, la superacin personal y otras materias en que las buenas ventas, impulsadas desde
las canastas de los supermercados, parecen estar garantizadas. Mucho ms
peregrino es el asunto de la supervivencia mgica de la obra de Gabo en las
cabezas de sus compatriotas.
La originalsima por no calificarla de otra manera ocurrencia de la
crtica literaria especializada, en el sentido de que El coronel no tiene quien le
escriba es la obra ms redonda de Garca Mrquez, hizo que, durante varias
dcadas, se incluyera el libro en los planes de lectura de muchos colegios
del pas (aunque no puede descartarse la hiptesis de que, por puro pragmatismo colombiano, se la eligiera por sus brevsimas setenta y dos pginas).
A nadie le pas por la cabeza que la compleja metfora poltica encarnada
en el iluso protagonista, as como su agona existencial, no resultaran muy
potables para jvenes de trece a quince aos. Con todo, la novela acab
convirtindose en un positivo hito anecdtico de esa generacin, que hoy se
acomoda entre los cuarenta y cincuenta aos. Toda ella recuerda la palabra
final, contundente y audaz: Mierda. Eso s, no recuerda nada ms, por
ms que alguno de esos lectores el que por excepcin es especialmente
perspicaz y conforma la minora estadstica sabr que el coronel, en la
primera pgina de la novela, raspa un tarro de caf hasta sacarle un polvo
salpicado de viruta metlica.
El magisterio de Cien aos de soledad est probado en el hecho de que un
buen nmero de colombianos puede recitar sin ayuda su inicio quin
hasta el primer punto y seguido, quin hasta que llegan los gitanos, quin la
pgina entera, y algunos, incluso, el apocalptico final: ...porque las estirpes condenadas a cien aos de soledad no tenan una segunda oportunidad
sobre la tierra. Pero, en este caso, el recuerdo se apoya en el hecho de que
la frmula contiene ni ms ni menos el ttulo de la novela. Mientras
tanto, las lneas inaugurales ganan por sugestivas; al menos es as hasta la
alusin a las piedras parecidas a huevos prehistricos, pero las dems lneas
de la pgina bien pueden memorizarse a modo de prueba nemotcnica o patritica. Sin embargo, la mayor parte de esos juiciosos recitadores no tienen
idea de quin es Pietro Crespi, quin labraba pescaditos de oro o cuntos
hijos tuvo y perdi Aureliano no Aurelio Buenda. Mucho se habla de
las mariposas amarillas, pero pocos recuerdan a Mauricio Babilonia.
En la obra de Garca Mrquez es palpable la intencin de dejar atrapado
al lector en las primeras lneas, o mejor, la de dejar esas lneas sembradas en
su cabeza. No pocas de las introducciones poseen la rutilancia que permite
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al recuerdo recuperarlas al instante. Muy tempranamente, La hojarasca seal


ese camino de frmulas perdurables: Por primera vez he visto un cadver;
un camino que no slo se sigui en Cien aos de soledad, sino en otras novelas que vinieron despus, como Crnica de una muerte anunciada (El da en
que lo iban a matar, Santiago Nasar se levant a las 5:30 de la maana para
esperar el buque en que llegaba el obispo), Del amor y otros demonios (Un
perro cenizo con un lucero en la frente irrumpi en los vericuetos del mercado el primer domingo de diciembre) e, incluso, la postrera Memoria
de mis putas tristes (El ao de mis noventa aos quise regalarme una noche
de amor loco con una adolescente virgen). De hecho, la compleja armazn
lingstica de El otoo del patriarca parece corresponder, en cierto sentido, al
intento de extender el sortilegio de la frase memorable entre la primera y la
ltima de las doscientas setenta y una pginas de la edicin original. Asimismo,
hay alguna lgica de conjuro en el ttulo tremebundo del por eso mismo
cuento ms popular: La increble y triste historia de la cndida Erndira y de
su abuela desalmada.
De acuerdo con la teora de la magia establecida por los antroplogos, la
eficacia de un conjuro reside, estrictamente, en que las palabras de la frmula sean recitadas en el exacto orden que les haya conferido el mago original. Los colombianos y no pocos latinoamericanos, por haber tenido,
desde muy jvenes, los libros de Gabo en sus manos, acabaron apropindose
con todo rigor de las pegajosas palabras de las aperturas y de algunos finales.
El problema es que, por arte de la magia desatada con esas palabras, para
muchos de ellos ms de los imaginables se dio y se ha dado el milagro
impo de fungir como lectores en propiedad del Nobel, sin importar que
no hayan hecho otra cosa que apenas asomarse, ablicos, por las claraboyas
de sus libros. La explicacin de este fenmeno est consignada, en buena
parte, en las primeras dos palabras de El amor en los tiempos del clera: Era
inevitable l

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Octavio Paz:
las trampas de lo
moderno

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el nico y su propiedad stirneriano. Al intelectual moderno le basta su


voluntad de poder, su pasin crtica y un dominio instrumental de ciertos
saberes extrados de los campos de la ciencia, las ideologas y la reflexin filosfica, para justificar su audacia de alzar la voz ante la sociedad y el Estado.
Un profeta de la doxa: as puede caracterizarse al intelectual moderno. As
puede definirse al intelectual Octavio Paz.

Josu Landa

1. En el fondo, Octavio Paz es un poeta: un poeta absoluto, cuya capacidad


de hacer decir al lenguaje lo que slo el poeta puede hacerle decir fulge con
intensidad y pregnancia, tanto en sus versos como en su prosa.
En la superficie, en la escena histrica del siglo xx, Octavio Paz es un
intelectual moderno: una combinacin de profeta con sofista.
En ambos niveles, el relieve cultural y poltico de Octavio Paz supera con
creces el de Jos Vasconcelos y Alfonso Reyes. A juzgar por la magnitud,
calidad y vigor de su obra, el gran poeta de Mixcoac es el ms eminente
intelectual mexicano del siglo xx.
2. La poca Moderna gener su propia variedad de profeta: el intelectual.
Segn su significado originario, profeta es el que se adelanta a hablar y, al
hacerlo, somete a crtica situaciones indeseables y anticipa acontecimientos
decisivos en la suerte de una comunidad y del orden poltico que aqulla
padece.
En un principio sobre todo, en el mbito semtico, esa audacia implicaba el respaldo de la divinidad: el profeta alzaba su voz ante el rey injusto
o el tirano, cuando contaba con la anuencia del poder divino o incluso ste
lo induca a ello.
El laicismo triunfante en la poca Moderna, junto con la expansin del
libre examen y el espritu crtico, as como de un novedoso y eficaz modelo
de ciencia cuya hegemona persiste y se afirma en nuestros das, confieren al
profeta moderno un fundamento distinto al de origen sagrado.
El idelogo y el intelectual de los ltimos tres siglos han ignorado el modelo de hombre encarnado por el sabio clsico casado con el bien, la verdad, la justicia, la belleza, la eudaimona y toda otra expresin de lo absolutamente real para asumirse como mnadas poco menos que omniscientes
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3. Ese nexo con la doxa la opinin pre-epistmica, en cualesquiera de


los niveles de aproximacin a lo real, incluidas las ideas bien fundadas sobre
equis asunto hace del intelectual-profeta moderno un sofista.
La palabra sofista no tiene buena prensa en la tradicin filosfica, pero no
siempre tiene una connotacin peyorativa. Scrates y Platn, acaso quienes
ms se afanaron en aniquilar la sofstica en general, reconocieron la vala
de sofistas como Gorgias, Protgoras y Prdico, en contraste con mediocridades patticas, como Hipias, o feroces pancraciastas del verbo, como
Trasmaco. Vistos a la luz de la autntica filosofa, hay sofistas buenos y
malos, mejores y peores.
El intelectual moderno practica una suerte de neosofstica, en la medida
en que se siente impelido a alzar la voz, para proferir y esgrimir una serie de
certezas dxicas, en actos de poder destinados a ejercer su influjo en un mbito poltico-social dado. Desde luego, es imperioso distinguir la neosofstica que se despliega en mbitos de la cultura moderna, como el periodismo,
la doxa meditica, las universidades... de la que cultivan intelectuales como
Steiner, Magris, Judt, Hitchens y Zaid, entre otros.
Octavio Paz participa con denuedo y perspicacia de la ms estimable
neosofstica moderna. Octavio Paz no slo asume, as, su condicin de intelectual moderno, sino que, dando un adicional giro de tuerca al espritu
modernista, se ceba en la tematizacin dxica de la propia Modernidad.
4. Toda formacin cultural, toda tradicin, trae aparejadas ciertas tendencias al cambio, a la novedad. Las modernizaciones son el modo en que
se cumple el eterno retorno de lo humano. Esto hace que la Modernidad
occidental no sea un fenmeno nico, exclusivo de los ltimos tres siglos de
nuestra historia. Justo lo que garantiza la permanencia de todo ser socialcultural es su apertura a la modificacin, la alteracin. En el mbito de las
estructuras humanas, sin transformacin, no hay continuidad; sin modernizacin, no puede persistir una tradicin. La idea paceana de la tradicin
de la ruptura (Los hijos del limo) no se limita al mbito de la poesa y el arte.
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Octavio Paz conoca como pocos esa inveterada dialctica. Dedic a ella
pginas insuperables en toda una ristra de obras que va desde algunas de
sus primeras letras y, sobre todo, El laberinto de la soledad, hasta La otra
voz, pasando por Corriente alterna, Conjunciones y disyunciones, los artculos y
notas que componen El signo y el garabato, las conferencias de Los hijos del
limo, El ogro filantrpico, Sor Juana Ins de la Cruz o las trampas de la fe, Tiempo
nublado y otras, como el entusiasta himno a su propia condicin moderna,
compuesto por el poeta para la ceremonia de recepcin del Premio Nobel
de Literatura en 1990.
Tan amplia y perseverante dedicacin a desentraar las cifras de lo moderno evidencia una obsesin. Esa actitud de Paz, colocada en la heterognea atmsfera cultural del siglo xx mexicano, se antoja acorde, en lo
esencial, con el espritu de poca que encarnaron tanto los atenestas y los
Contemporneos como los Estridentistas, al mismo tiempo que procura ir
ms all, ser acaso ms radical que todos ellos.
En un libro insoslayable, La construccin del poeta moderno. T. S. Eliot y
Octavio Paz, Pedro Serrano rastrea y exhibe el proceso en virtud del cual el
mexicano arma gradual y deliberadamente, al menos, desde los tiempos de
la Guerra Civil espaola, una identidad esttico-poltica sustentada en un
modernismo militante. Quise ser un poeta moderno,1 reconoce el poeta
en La bsqueda del presente, y lo logr, si por tal se entiende la concrecin del modelo de artista que viene pariendo una vetusta Modernidad pagada de s a las puertas de la desazonante y confusa condicin posmoderna.
Los rditos de esa voluntad y sus consiguientes maniobras, en trminos de
poder, llegan a su mxima expresin en el momento en que Octavio Paz se
convierte en el caudillo cultural que nos toc conocer. Esa deriva poltica de
una operacin inicialmente autopotica se sostuvo en una suerte de biomodernizacin, por la que el poeta, ya en su madurez, termina articulando su
vida toda en sus dimensiones biolgica y existencial de acuerdo con los
ideales modernos en ltimo trmino, burgueses en los planos de la cultura, el arte y la poltica: libertad, espritu de vanguardia, democracia al estilo
yankee, libre mercado (aunque de rostro humano: no neoliberal), pasin
crtica, culto al futuro y a la novedad en s (pero morigerado por la conciencia
de los excesos del progresismo y el utopismo, extremos de la concepcin
lineal del tiempo), omnipotencia del hombre (en su avatar fustico o al modo
del revolucionario, el artista, el empresario...), laicismo, autonoma moral y
esttica, confianza en el trabajo en detrimento de la inspiracin, supremaca
de lo urbano ante lo rural, prevalencia de la cultura burguesa sobre la popular,
1 La bsqueda del presente, de Octavio Paz: goo.gl/hhhjt9
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exaltacin de las tradiciones que enriquecen y engalanan lo moderno (por


ejemplo, el caso de Japn, en Tiempo nublado), etctera.
5. Octavio Paz intuy con nitidez la naturaleza finalmente ilusoria de lo
moderno.2 Advirti, asimismo, la rareza histrica que comporta el hecho de
que una era asuma la modernidad como significacin de su esencia (Los hijos
del limo), como si esa poca no tuviera ms fondo que su proclividad a huir hacia delante. Capt la quiebra de los proyectos polticos de innegable cariz moderno, sustentados en la concepcin judeocristiana del tiempo, por lo menos,
desde fines de los aos sesenta del siglo pasado en Conjunciones y disyunciones
habla de el fin del tiempo lineal,3 o incluso desde los tiempos en que
madura su crtica a la idea de revolucin, en Corriente alterna (antes de 1967).
Corrigi hasta donde le resultaba posible el occidentalismo prevaleciente en
su idea de la Modernidad, al menos, desde las reflexiones que registra El ogro
filantrpico (1979). Percibi con tino que la llamada posmodernidad no ha sido
sino una modernidad an ms moderna,4 lo cual implicaba la decepcin y
la desazn de un anclaje en un orden civilizatorio sin futuro claro, justo por
haberse consumido en el ara del culto al futuro en s.
Pese a todo ese despliegue de lucidez crtica, Octavio Paz nunca reneg
de un modo especialmente problemtico de entender y asumir la ya referida dialctica de lo moderno. Sus brillantes intuiciones postreras sobre el
presente y sus relaciones con el pasado, especialmente en el mbito latinoamericano y mexicano, ostentan la impronta del modernismo raigal que
caracteriz al pensamiento y a la obra del poeta.
Abducido por la dialctica de lo moderno, Octavio Paz cay en su trampa ms temible: el ejercicio de una crtica de la Modernidad que termina
siendo absorbida por sta. Uno de los secretos de la asombrosa continuidad
de la manera moderna occidental de ser en el mundo radica en el rejuego
otro avatar de la dialctica de la historia de su intrnseca apertura a
la crtica y su capacidad para neutralizar sus efectos y ponerlos a su favor.
Desde luego, la misma metacrtica a la que sirven ciertas zonas del discurso paceano en ltimo trmino, slo metadoxa, pese a sus pretensiones
2 La modernidad es una palabra en busca de su significado: es una idea, un
espejismo o un momento de la historia?, se pregunta Paz en La bsqueda del
presente, op. cit., p. 7.
3 Conjunciones y disyunciones, de Octavio Paz. Joaqun Mortiz, Mxico, 1a. reimp. de la
2a. ed., 1985, p. 136.
4 La bsqueda del presente, p. 7.
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teorizantes pierde fuerza entrpica y termina siendo asimilada por la modernidad hegemnica. Practicar la crtica al modo de Paz o de los idelogos
revolucionarios es jugar el juego conveniente al espritu modernista: aceptar
una dinmica donde la casa siempre gana.
Esa paradoja con todo y su ingrediente de pasin intil ya se vea
trenzada con el destino del intelectual moderno, en el siglo xix. Esto es
algo que demuestra, por ejemplo, la actitud intempestiva (unzeitgemss)
con que el joven Nietzsche se enfrent a la Modernidad todava pujante del
ltimo tercio de ese siglo. De lo que se trataba, segn el pensador alemn,
no era de asumir la lgica de lo moderno aun por medio del ejercicio de la
impugnacin crtica de sus limitaciones, excesos y malas secuelas, sino de
oponerse al espritu de la poca, es decir: de evadir dicha lgica.
La solucin nietzscheana, la salida intempestiva ante una modernidad hegemnica, no est exenta de dificultades. La dialctica de lo moderno opera
como virtualidad inmanente a la realidad social. La actitud intempestiva no
puede ignorar ese hecho, pero tampoco puede aceptar que se le imponga
su lgica. La respuesta a esa tensin no consiste en producir ms discurso
crtico, para ser metabolizado por la lgica de esa posibilidad de lo moderno, sino impugnar desde la raz el espritu por el que fluye, la imagen del
mundo que la sostiene: rechazar y soslayar el espritu de la poca, la manera
hegemnica de ser moderno: nadar contra la corriente del tiempo: eso es
lo que exige lo unzeigemss, la condicin intempestiva. Octavio Paz impugn
ciertas cifras de una poca, de una concrecin de la historia, pero su pasin
crtica se con-fundi con las aguas del modernismo burgus y occidental,
siempre vocado al futuro del futuro, y se neg as a cualquier otra modernidad. El propio poeta lo confiesa: Quera ser de mi tiempo y de mi siglo.5
6. Su ferviente modernismo impidi a Octavio Paz apreciar o siquiera
atisbar una posibilidad dialgica de lo moderno, distinta y aun opuesta a
la modernizacin rupturista vigente en los ltimos tres siglos. A un lado
de la vertiente del espritu que impulsa una modernidad a la postre reida con el espritu, corre con el vigor que da la humildad un impulso
modernizador que dialoga con la tradicin clsica es decir: con el mundo grecolatino y, ms limitadamente, con la Edad Media, el Renacimiento
y el Barroco y procura, as, su continuidad renovada. En la primera
corriente, fluyen Bacon, Descartes, Locke, Hegel, Comte, Marx, Bakunin
y afines; en la segunda, Montaigne, Vico, Spinoza, Nietzsche, Unamuno,
5 Ibid., p. 6.
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Machado, Santayana y congneres, sin olvidar a romnticos como los hermanos Schlegel, Novalis, Kleist, Byron, Leopardi y pocos ms.
En esas listas obviamente simplificadoras, los primeros cortan en lo posible las amarras de la tradicin que obturan el despliegue de su pasin por
el futuro, la novedad y el cambio en s. Los segundos optan por un curso de
cambios e innovaciones que dialoguen con todo avatar de lo clsico y lo actualicen. Aunque siempre son limitantes los contrastes reductivos, los planos en
blanco y negro, no es descabellado sugerir que, en general, los pensadores del
primer grupo asumen una idea lineal del tiempo, mientras que los del segundo pueden abrirse, de maneras no siempre claras ni uniformes, a una visin
cclica del tiempo. Pero acaso el punto de mayor contraste entre ambas corrientes es otro: el modernismo rupturista tiende a preterir el alma humana,
el dialgico nunca se desentiende de sta. El modernismo rupturista rompe
con los avances ticos impulsados por la filosofa clsica y estimula el olvido del
alma parejo al olvido del ser en la tradicin filosfica. Ya en el colmo de
la simplificacin, impera una Modernidad sin alma, mientras apenas se ha
hecho sentir una Modernidad con alma. Desde luego, Octavio Paz advirti
muchas veces la vacuidad del modernismo hegemnico y protest contra ella.
Todo indica que ste asimil esos afanes del poeta sin el menor empacho.
7. La Modernidad rupturista y, a su modo, desalmada, implica necesariamente la figura del intelectual moderno: el hbrido de profeta con sofista
referido al comienzo de estas reflexiones. Su mbito representativo inevitablemente pre-epistmico es el de la doxa: la opinin en cualesquiera
de sus alcances, intensidades y profundidades. Su dominio existencial es el
de los mltiples avatares de la experiencia. Al sofoprofeta o intelectual
moderno en la mayora de sus variantes le tiene sin cuidado la consideracin del fundamento de sus representaciones y sentimientos; de ah la
endeblez de sus nexos con la verdad y con el bien. La tierra que pisa es la de
la doxa y acta como los antiguos sofistas, slo que ahora cuenta con ms
informacin, datos, as como con medios de mayor poder para influir en las
invertebradas sociedades contemporneas.
Cabe advertir, entonces, que estamos en una situacin anloga a la de
Atenas en los tiempos de Scrates (finales del siglo v, a. C.): crisis ticopoltica, en una atmsfera de auge sofstico y vencimiento o insignificancia
de las implicaciones humanas de la originaria filosofa de la fisis. Esto viene a
ser un retroceso, de cara a los diversos avances del discurso tico de estirpe
socrtica. Toda proporcin guardada, nuestro presente puede dibujarse, a
modo de esquema, con esos trazos.
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Esa situacin exige, ahora, reinventar el alma humana y colocarla en el


centro de atencin de la praxis filosfica; dejar atrs el eruditismo con
frecuencia, en nuestro medio, una especie de orientalismo endgeno y
el enciclopedismo de cariz ilustrado (y su derivacin wikipedista). Reclama,
asimismo, resignificar los avances de la tica en la historia del pensamiento, reimpulsar una genuina filo-sofa: la actitud que cimienta un modo de
vivir vocado al constante examen racional de las cosas: un ferviente amor
por la verdad: un compromiso raigal con el bien y una apertura gozosa y
realizadora a lo bello. Junto a esto, redimensionar el valor del dilogo vivo,
reduciendo al mximo el papel de todo lo que implique mediaciones en la
comunicacin iluminadora y formativa entre personas.
A fin de cuentas, el problema que motiva las reflexiones precedentes
no es slo Octavio Paz, sino su siglo: un tiempo de desmesura sofstica y
profetismo: una era de saturacin dxica y de una cuasiepisteme cientfica
postrada ante la tcnica y su reduccin instrumentalista de la vida: una poca cuyo caquctico espritu moldean unos medios de barbarizacin masiva
y expresan los productos de la industria cultural. La poesa de los buenos
versos y la mejor prosa de Octavio Paz sobrenad en esas aguas de cariz estigio. Lo contrario de su enjundia dxica, su palpitacin proftico-sofstica,
trituradas en la noria de la modernidad hegemnica. La andadura o historia
intelectual de Octavio Paz aparece, as, como la consumacin de todo un
orden del discurso. Su silencio definitivo el 19 de abril de 1998 marca la
clausura de una posibilidad del verbo; lo que no impide que la neosofstica
moderna siga su curso, pero slo como estertor de un espritu en agona.
Poco a poco se abre paso, otra vez, el tiempo de la filo-sofa, la hora de la
verdad, la hora de la buena voluntad, la hora de los nuevos avatares de lo
bello. Nada nuevo bajo el sol del tiempo, ciertamente; pero, todo nuevo bajo
el sol del logos amaneciendo a la boca de la caverna o antro de las ilusiones l
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