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Cómo conquistar a un millonario
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Libro electrónico167 páginas2 horas

Cómo conquistar a un millonario

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Información de este libro electrónico

Tranquilo y sumiso, así quería ver a aquel hombre.
Aunque Audrey Graham era una gran entrenadora de animales, no iba a serle fácil domesticar a su nuevo jefe. Después de un año difícil, Audrey tenía que volver a organizar su vida, y aceptó un trabajo como niñera del perro del multimillonario Simon Collier. Pero Simon era muy testarudo, igual que la mascota que le había comprado a su hija. Era guapo, sexy, y siempre conseguía lo que quería. Y en esos momentos la quería a ella.
Simon no soportaba ver triste a Audrey. Iba a ayudarla y, después, la haría suya. Así le demostraría que no todos los hombres eran iguales…
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 jul 2019
ISBN9788413283937
Cómo conquistar a un millonario
Autor

Teresa Hill

     Teresa Hill tells people if they want to be writers, to find a spouse who's patient, understanding and interested in being a patron of the arts. Lucky for her, she found a man just like that, who's been with her through all the ups and downs of being a writer. Along with their son and daughter, they live in Travelers Rest, SC, in the foothills of the beautiful Blue Ridge Mountains, with two beautiful, spoiled dogs and two gigantic, lazy cats.

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    Cómo conquistar a un millonario - Teresa Hill

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2009 Teresa Hill

    © 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Cómo conquistar a un millonario, n.º 1800- julio 2019

    Título original: The Nanny Solution

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

    Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.:978-84-1328-393-7

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    PARECES una monja vestida así!

    Audrey Graham suspiró y se volvió hacia la que debía de ser la única amiga que le quedaba, Marion Givens, que tenía unos sesenta y pico, o setenta y pico años, y era su inspiración, quien más la animaba, su casera y, a partir de ese momento, su asesora laboral.

    —Gracias, creo —contestó ella.

    Se había tapado de pies a cabeza con un traje abrigado que a ella le había parecido estiloso.

    —No era un piropo —replicó Marion—. Aunque, con esa cara, eres mucho más guapa que una monja. Pero si se te mira por la espalda…

    Audrey frunció el ceño al ver su propio reflejo en el espejo.

    Se había cortado la larga melena castaña hacía seis semanas porque necesitaba… estar diferente, diferente en todos los aspectos. Al estar más corto, el pelo también se le rizaba más, dado que no pesaba tanto, y se le ponía en la cara constantemente.

    En ocasiones, le parecía que estaba mona. Esperaba no estar sexy.

    Esa mañana no se había maquillado, sólo se había puesto un poco de brillo en los labios y máscara de pestañas, y parecía…

    Audrey no sabía lo que parecía.

    No era la Audrey de antes, eso era seguro.

    Parecía más joven de lo que ella había imaginado, aunque ése tampoco había sido su objetivo.

    Había esperado… volverse invisible, o algo parecido.

    —He oído que la vida de las monjas es muy tranquila —comentó mientras tomaba el bolso y buscaba las llaves en él—. Y suena bien. Aunque, en estos momentos, estoy muerta de miedo. Hace casi veinte años que no hago una entrevista de trabajo.

    Con diecinueve años había ido a buscar trabajo a un local en el que las camareras llevaban mucho escote y la falda corta, y donde recibían muy buenas propinas. Y se lo habían dado.

    Ya casi tenía cuarenta e intentaba taparse lo máximo posible.

    —No creo que la manera de hacer entrevistas haya cambiado mucho —dijo Marion, intentando tranquilizarla.

    —¿Estás segura de que necesita a alguien? ¿No le habrás pedido que me haga un favor, o que haga una buena obra o algo así?

    —Estoy segura. Está desesperado. Casi no podía ni hablar cuando me lo encontré en el restaurante. Y eso no es normal en él. Además, cielo, recuerda lo más importante: que vive en el lugar perfecto.

    A sólo cinco manzanas de la casa de su hija que, en ese momento, la odiaba.

    Para Audrey era un sueño poder estar tan cerca de Andie, ya que nunca habría podido permitírselo.

    —Está bien, estoy lista —dijo, mirándose el reloj. Tenía que marcharse.

    —Relájate —le recomendó Marion—. Respira. No es un ogro, ni un hombre brusco, sólo un poco acelerado. No le gusta perder el tiempo. No intentes darle palique, lo odia. Y no le des besos, también lo odia.

    —¿Hay algo que le guste? —preguntó Audrey, todavía más nerviosa.

    —La paz. Me dijo que necesitaba tranquilidad, y tú puedes darle eso. Tal vez el traje de monja no sea tan mala idea después de todo.

    Audrey se aferró al volante como si fuese a enfrentarse a una muerte cercana.

    A pesar de estar desesperada por ver a su hija, odiaba ir a aquel lado de la ciudad. De hecho, nunca iba allí. Le aterraba encontrarse con alguien conocido.

    Bueno, pues tendría que superarlo.

    Porque, en realidad, a su ex marido ya no le interesaba ser padre, aunque Andie estuviese viviendo con él. La pobre no tardaría en darse cuenta de que no podía contar con él desde hacía mucho tiempo, y entonces…

    Tendría que volver con su madre, ¿no?

    Con eso contaba ella.

    Lo cierto era que el tiempo y la cercanía eran sus únicas esperanzas.

    Tal vez Andie no la perdonase, pero necesitaría una madre, y ella pretendía estar lo más cerca posible cuando eso ocurriese.

    Lo que significaba que tenía que conseguir el trabajo.

    Giró en Maple Street y agarró el volante con tanta fuerza que le sorprendió que no se partiese en dos. Al entrar en su anterior barrio, se le aceleró el corazón.

    «Respira», se recordó. «Ya no eres esa mujer, Audrey. Ya no estás tan dolida. Ni tan enfadada. Ni eres tan autodestructiva».

    El corazón se le calmó un poco.

    Después de diecinueve años siendo prudente y predecible, con un matrimonio relativamente bueno y una familia bastante feliz, lo había echado todo a perder en un ataque de ira y desconcierto el otoño anterior, cuando su marido las había abandonado.

    Era como si aquellos diecinueve años no hubiesen valido nada, y ella era sólo la mujer en la que se había convertido durante aquellos crudos y dolorosos días y noches. Mientras que el hecho de que su marido las abandonase parecía del todo aceptable.

    Cerró los ojos y respiró.

    «Ya no eres esa mujer».

    Al final de la manzana, giró y entró en la parte más antigua de Highland Park, y se dio cuenta de que Simon Collier vivía en la zona más lujosa del barrio, en la que las casas eran casi fincas.

    Era impresionante.

    La casa era una imponente estructura de piedra gris de tres pisos, con mucho terreno alrededor… un tanto descuidado en algunas partes.

    Avanzó por el camino que llevaba hasta ella y aparcó fuera del garaje de dos pisos, para cuatro coches. Salió y se miró el reloj.

    Justo a tiempo. Exactamente a las siete de la mañana se abrió la primera plaza de garaje y allí de pie, al lado de un reluciente Lexus negro convertible vio a un hombre vestido con un elegante traje negro, camisa blanca, corbata azul y zapatos impecables.

    Simon Collier, supuso Audrey.

    La forma en la que salió de la oscuridad del garaje, con la precisión de un mago, justo a las siete en punto, le dio un poco de miedo.

    Ella sonrió un poco, a pesar de que tenía ganas de vomitar. Avanzó y se dijo que lo mejor sería imaginarse que era un importante cliente de su ex marido, que iba a cenar a casa, y que tenía que asegurarse de que estuviese cómodo y lo pasase bien.

    Le tendió una mano muy cuidada, ya que la manicura era el último vicio que le quedaba y dijo:

    —¿Señor Collier? Soy Audrey Graham. Encantada de conocerlo.

    Él le dio la mano y la miró de manera aprobatoria, probablemente por su puntualidad y por no haberse puesto a parlotear nada más verlo.

    Audrey todavía estaba intentando respirar con normalidad.

    Sus ojos se ajustaron por fin de la luz del sol a las sombras del garaje y fue cuando se dio cuenta de que era un hombre muy guapo.

    Iba muy bien vestido y arreglado, y le había dado la mano con fuerza y seguridad. Tenía el pelo moreno, todavía abundante y grueso, perfectamente peinado, los ojos oscuros y una sonrisa educada. Era elegante y muy masculino al mismo tiempo.

    Y más joven de lo que ella había esperado. Y según se fue acostumbrando a la luz del garaje, más guapo y joven le pareció.

    No había esperado algo así, dado el barrio en el que vivía, y el modo en que Marion había hablado de él, debía de tener mucho dinero. Ella se había imaginado a un hombre de unos sesenta años, calvo y gordo.

    —Señora Graham, ha llegado justo a tiempo. Bien. Lo siento, pero tengo muy poco tiempo esta mañana, como casi todas las mañanas. Será mejor que vayamos directos al grano.

    —Por supuesto.

    —En estos momentos, tengo cuatro problemas en vida, Audrey. ¿Puedo llamarte Audrey?

    —Por favor.

    —Bien. Llámame Simon, por favor. Como te decía, tengo cuatro problemas. No me gustan los problemas y cuatro son demasiados.

    —Lo siento —fue lo único que se le ocurrió contestar a ella.

    —No lo sientas. Espero que puedas resolver tres de esos cuatro problemas. ¿Eres consciente de que tendrás que vivir aquí?

    —Sí.

    —Excelente. Mi primer problema es el jardín. Marion me dijo que tenías el jardín más bonito de Mill Creek.

    —Bueno… —¿qué podía decir?—. A la gente parecía gustarle.

    —Marion me dio la dirección y pasé por allí ayer con el coche, para echarle un vistazo. Me pareció muy agradable. Ni demasiado recargado, ni demasiado… ordenado. Grande, frondoso, floreciendo incluso en esta época del año. ¿Podrías hacer algo parecido aquí?

    —Por supuesto, pero quiero dejar claro que no tengo ninguna formación en jardinería…

    —Eso no me importa —dijo él, señalando con una mano el jardín delantero y echando a andar, ella lo siguió—. Ya he contratado a tres paisajistas y no me ha gustado ninguna de sus ideas. Me han hecho perder mucho tiempo. ¿Fuiste tú quien planeó y plantó el jardín de tu anterior casa? ¿Lo mantuviste sola?

    —Sí.

    —Bien. Me gustaría algo parecido. Algo… normal. Normal y verde. Y quiero que trabajemos juntos del siguiente modo: no quiero que me molestes con detalles, quiero que seas tú quien resuelva los problemas según vayan surgiendo. Quiero un diseño, un presupuesto y que tú hagas todo lo demás. ¿Entendido?

    —Sí —contestó ella, intentando no parecer asustada después de saber que había rechazado los servicios de tres paisajistas. Y con su manera de dar las órdenes.

    No es que le hablase con malos modales, sino que daba por hecho que todas sus órdenes debían obedecerse.

    Llegaron al jardín delantero y él se movió muy deprisa, casi sin hacer ruido, y ella intentó seguirlo y casi se cayó.

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