Dos corazones atrapados: A la caza de matrimonio
Por Patricia Kay
4.5/5
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Información de este libro electrónico
Entre los planes de P.J. no estaba enamorarse de nadie, aunque su irresistible empleado nuevo estaba haciendo que le resultara muy difícil concentrarse en el trabajo. Entonces descubrió la verdadera identidad de Alex…
P.J. también ocultaba un secreto que podría hacer que todos sus sueños románticos se desvanecieran al llegar la medianoche. ¿O quizá esta vez Cenicienta encontrara a su príncipe?
Patricia Kay
Formerly writing as Trisha Alexander, Patricia Kay is a USA TODAY bestselling author of more than forty-eight novels of contemporary romance and women's fiction. She lives in Houston, Texas. To learn more about her, visit her website at www.patriciakay.com.
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Comentarios para Dos corazones atrapados
2 clasificaciones1 comentario
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Es una serie! estoy esperando leer el último título, ojalá sea lo que espero
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Dos corazones atrapados - Patricia Kay
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2008 Patricia A. Kay
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Dos corazones atrapados, n.º 1765- marzo 2019
Título original: The Billionaire and His Boss
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1307-441-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
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Prólogo
Mediados de julio. Mansión Hunt.
Harrison Hunt, fundador y presidente de HuntCom, se sentó tras su enorme escritorio de caoba en la biblioteca de ese coloso al que llamaba «casa» y miró a sus hijos.
—Cuatro hijos y ninguno está casado —sacudió la cabeza claramente consternado—. Nunca he pensado mucho en mi legado, ni en tener nietos que continuaran con el apellido Hunt. Pero mi ataque al corazón me ha hecho enfrentarme a una dura verdad. Podría haber muerto. Podría morir mañana.
Su expresión resultó tristemente penetrante cuando continuó.
—Finalmente me he dado cuenta de que si dejo que os las arregléis solos, ninguno de los cuatro os casaréis nunca, y eso significa que nunca tendré nietos. En resumen, no pienso dejar más el futuro de esta familia al azar.
Su mirada los taladró.
—Tenéis un año. Un año. Para cuando ese tiempo concluya, cada uno de vosotros no sólo estará casado, sino que ya tendréis un hijo o vuestra esposa lo estará esperando.
Alex Hunt miró a su padre. No podía creer lo que estaba oyendo, y podía ver, por las expresiones de sus hermanos, que ellos sentían lo mismo. ¿Era una broma? ¿Le había afectado a la cabeza ese infarto al corazón?
—Y si alguno se niega —continuó Harry, ignorando la incredulidad en sus rostros—, todos perderéis vuestros puestos en HuntCom… y los beneficios que tanto amáis.
—No puedes estar hablando en serio —dijo finalmente Gray, el mayor, de cuarenta y dos años.
—Hablo totalmente en serio.
J.T., de treinta y ocho, dos años mayor que Alex, rompió el breve silencio.
—¿Cómo dirigirás la empresa si nos negamos a hacer lo que quieres? —le recordó a su padre las expansiones que estaban realizando en Seattle y en su complejo de Delhi—. Sólo los retrasos en la construcción ya le supondrán una fortuna a HuntCom.
Pero Harry no cedió. Dijo que no le importaban los proyectos en curso, porque si no querían acceder a lo que les estaba pidiendo, vendería el imperio HuntCom, incluyendo el rancho que tanto amaba Justin, la isla que era la pasión de J.T. y la fundación que tanto significaba para Alex. A Gray le interesaba todo. Había sido el segundo al cargo desde que se había licenciado y esperaba ocupar el puesto de presidente cuando Harry se retirara.
—Antes de que muera —continuó implacablemente—, quiero veros asentados y con una familia. Quiero veros casados con unas mujeres decentes que sean buenas esposas y madres —se detuvo un momento antes de añadir—: Y las mujeres con las que os caséis tienen que ganarse la aprobación de Cornelia.
—¿La tía Cornelia sabe algo de esto? —preguntó Justin, que, a sus treinta y cuatro años, era el hermano pequeño.
A Alex también le costaba creer que su sensata tía respaldara semejante locura.
—Todavía no —admitió Harry.
Alex sabía que su alivio fue compartido por sus hermanos. Cuando Cornelia se enterara del plan de Harry, lo detendría. De hecho, ella era la única capaz de convencerlo para que cambiara de opinión. Él la escucharía.
—A ver —dijo Justin— si tengo esto claro. Tenemos que acceder a casarnos y a concebir un hijo en un año…
—Todos —le interrumpió Harry—. Los cuatro. Si uno se niega, todos perdéis y la vida que habéis conocido hasta ahora: vuestros trabajos, las participaciones que tenéis en la empresa y que tanto amáis, desaparecerá.
Tras esa declaración, se oyeron murmullos cargados de palabras malsonantes.
—Y la tía Cornelia tiene que darle el visto bueno a las novias —dijo Justin.
Si la situación no hubiera sido tan surrealista, Alex se habría reído. Si Cornelia hubiera tenido que aprobar a las novias de Harry, sus vidas habrían sido muy distintas.
Harry asintió.
—Es una mujer muy astuta. Sabrá si alguna de esas mujeres no puede ser una buena esposa.
Alex miró a Gray, cuya expresión estaba cargada de furia.
Ignorando sus rostros de incredulidad, Harry prosiguió:
—No podéis decirles a ninguna de esas mujeres que sois ricos, ni que sois mis hijos. No quiero más cazafortunas en la familia. Bien sabe Dios que ya me he casado con bastantes de ésas. No quiero que ninguno de mis hijos cometa los mismos errores que he cometido yo.
«Eso seguro», pensó Alex. Todas y cada una de las mujeres con las que Harry se había casado habían sido unas cazafortunas. Y probablemente la madre de Alex había sido la más grande de todas. Como siempre, pensar en su madre le despertaba sentimientos amargos, pero optó por eliminarlos de su cabeza. Había decidido, hacía tiempo, que pensar en su madre era contraproducente.
—No sé mis hermanos —dijo Justin finalmente—, pero por mí puedes quedarte con mi trabajo y metértelo donde te quepa. Nadie me dice con quién tengo que casarme o cuándo he de tener a mis hijos.
El semblante de Harry cambió. Por un momento, Alex pensó que a su padre le habría dolido ese comentario. Pero, ¿qué esperaba? Los estaba tratando como si fueran unas simples pertenencias. Como si los sentimientos de ellos no importaran nada. ¿Pensaba que lo aceptarían sin más?
—Bien —dijo con una dura voz. Miró a su alrededor—. ¿Y vosotros?
Alex asintió.
—Yo no soy mi madre. No puedes comprarme.
Aunque todos los hermanos estuvieron de acuerdo, Harry no se rindió. Sus últimas palabras antes de dejarlos fueron:
—Os daré algo de tiempo para volver a pensarlo. Tenéis hasta las ocho de la tarde. Hora del pacífico, dentro de tres días. Si en ese tiempo no me decís lo contrario, les diré a mis abogados que empiecen a buscar comprador para HuntCom.
—Mal nacido —exclamó Justin en voz baja mientras la puerta se cerraba.
—Se está marcando un farol —dijo Gray—. Jamás vendería la empresa.
—Yo tampoco lo veo factible —dijo J.T., pero hubo una cierta duda en su voz.
—No sé —dijo Justin—. Cornelia dice que Harry ha cambiado desde que sufrió el ataque.
Alex odiaba admitirlo, pero le daba la razón a Justin. Incluso aunque no hubiera sufrido ese ataque, Harry era un hombre testarudo. Cuando tomaba una decisión, era imposible hacerlo cambiar de idea.
—¿Diferente en qué sentido? —preguntó Gray. Su teléfono móvil sonó y lo miró con impaciencia.
—Dice que ha estado deprimido, aunque dudo que el viejo conozca el significado de esa palabra.
—Entonces a lo mejor nos ha hablado en serio —dijo Alex frunciendo el ceño.
—Los ejecutivos y trabajadores de la empresa están adquiriendo parte de ella, de modo que es imposible que se plantee venderla. Tendría que esperar unos meses. Está tomándonos el pelo.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —le preguntó Alex—. ¿Y si estás equivocado? ¿Quieres correr el riesgo? ¿Quieres perder todo en lo que has trabajado durante los últimos dieciocho años? Yo sé que no quiero ver la Fundación Hunt cerrada… o dirigida por otros —desde hacía años, Alex había estado al mando de la fundación, la rama filantrópica de HuntCom. Para Alex, era más que un trabajo. Era su pasión, su razón de ser. En lo que a él respectaba, lo mejor de ser un Hunt era tener la capacidad y los medios para hacer algo bueno en el mundo.
Los hermanos continuaron discutiendo el ultimátum de Harry, pero dado que no iban a llegar a ninguna parte, finalmente decidieron dar por finalizada la noche.
—Mañana te veo en la oficina —le dijo Gray a J.T. cuando todos se dirigían hacia la puerta—. Tenemos que revisar las cifras para esa posible instalación en Singapur.
Alex y sus hermanos cruzaron el pasillo y salieron de la casa hacia el aparcamiento, que estaba a medio camino de la colina que daba al lago Washington. Cada vez que iba allí, se maravillaba ante la belleza de ese lugar. Al otro lado del río brillaban las luces de los edificios de Seattle.
Sin embargo, no podía decirse que Alex quisiera vivir en un lugar como ése. ¿Quién demonios necesitaba una mansión? Al menos cuando los cuatro habían vivido con Harry, habían ido armando ruido por todos los rincones de ese lugar, pero ahora que su padre estaba solo, a excepción de los sirvientes, parecía ridículo tener una casa así de grande. Al parecer, Harry necesitaba dar muestras de su fortuna.
Alex siguió pensando en la condición expresada por su padre mientras conducía su Navigator plateado de vuelta a la ciudad, donde tenía un apartamento en el centro, cerca de las oficinas de la Fundación Hunt.
Para cuando había llegado a casa, se había preparado una copa, una ensalada y había calentado un poco del pollo que había cocinado dos días atrás, ya estaba completamente convencido de que sus hermanos y él habían hecho lo correcto al rechazar la propuesta de su padre. Era demasiado manipulador. Demasiado frío y calculador. Además, ya estaba empezando a creer, al igual que Gray, que Harry les estaba tomando el pelo.
Su padre había invertido demasiado trabajo y demasiado tiempo en construir su imperio como para abandonarlo.
No.
Jamás vendería nada. Lo único que tenían que hacer era esperar, y entonces él se echaría atrás.
Por esa razón, cuando los hermanos se reunieron ante una llamada de Justin la noche siguiente y éste les dijo que creía que debían aceptar, Alex se quedó impactado, incluso aunque su hermano le explicó el porqué de su propuesta.
—He ido a ver a Cornelia y cree que hay una gran posibilidad de que la amenaza de Harry de vender la compañía sea real. Me ha dicho que cada vez está más preocupada por él desde que sufrió el infarto. Que lo ve demasiado reflexivo, lo cual no es propio de él, y que en algunas ocasiones le ha dicho que lo único que quiere es que nos casemos y tengamos hijos. Cornelia dice que teme que Harry sienta una necesidad de enmendar todo lo que ha hecho mal y que lo está preparando todo, tanto en el aspecto económico como emocional, para morir.
—¿Entonces vas a dejarla que elija a tu mujer? —le preguntó Alex sin dar crédito a lo que oía.
—No —dijo Justin—. Quiero hacerle creer eso, pero en realidad yo la elegiré. Paso la mitad del tiempo en Idaho, no en Seattle. Me casaré con alguien que le resulte aceptable, la instalaré en una casa en la ciudad y luego volveré a Idaho.
—¿Crees que eso va a funcionar? —preguntó J.T.
—Oh, claro —respondió Justin cínicamente mientras arrastraba las palabras—. En el momento en que se entere de que se ha casado con un Hunt y que tiene una asignación muy generosa, vivirá en Seattle encantada mientras yo vivo donde me dé la gana. Anotaré lo que me cueste mantenerlos a ella y al niño como gastos de empresa.
—Maldita sea, Justin —dijo Alex—. Eso es muy cruel —además de deshonesto. Alex sabía que sus hermanos lo consideraban demasiado idealista, que no entendía la fría realidad del mundo.
—No es cruel. Es práctico —respondió Justin.
—Sabes que esto no funcionará a menos que todos estemos metidos en ello —dijo Gray.
—Lo sé —respondió Justin—, y sólo nos irá bien si redactamos un contrato que le ate las manos a Harry en el futuro. Tendríamos que asegurarnos de que nunca más vuelva a chantajearnos de este modo.
—Absolutamente —terció J.T.—. Si ve que puede manipularnos como si fuéramos marionetas, lo volverá a hacer.
—Pues si hacemos esto vamos a necesitar un contrato blindado que controle la situación —dijo Alex pensando en alto.
—Si Harry nos hubiera amenazado únicamente con perder nuestros ingresos —dijo Justin—, le diría que se fuera al infierno. Pero no estoy dispuesto a perder el rancho. ¿Qué pensáis vosotros?
Alex finalmente rompió el silencio que siguió a esa pregunta.
—Si fuera sólo el dinero, yo también le diría que se fuera al infierno. Pero no es sólo eso, ¿verdad?
—Se trata de las cosas y de los lugares que sabe que nos importan —dijo J.T. con tono adusto.
—Una parte de lo que exige Harry es que las novias no conozcan nuestras identidades hasta después de habernos casado. ¿Cómo vas a encontrar en Seattle una mujer que se case contigo y que no sepa que eres rico, Justin? —le preguntó Gray.
—He estado fuera del estado la mayor parte de los