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Justo antes de la boda
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Libro electrónico148 páginas1 hora

Justo antes de la boda

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Información de este libro electrónico

Cuando a Natasha Merrill la dejaron plantada prácticamente en el altar, el despreocupado de su primo, Chase Taggart, le ofreció una salida sorprendente. Podía pasar por el bochorno de cancelar su boda, ¡o casarse con él!
En el arrebato del momento, todo parecía muy sencillo. Chase le estaba ofreciendo un matrimonio de conveniencia temporal para mantener los cotilleos a raya y el orgullo de Natasha intacto. Pero el día después de la boda, alojada en un hotel increíblemente romántico de París, con su nuevo marido, Tasha descubrió que ni siquiera los matrimonios fingidos eran sencillos...
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 ene 2021
ISBN9788413751467
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    Justo antes de la boda - Linda Miles

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    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 1999 Linda Miles

    © 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Justo antes de la boda, n.º 1465 - enero 2021

    Título original: Last-Minute Bridegroom

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

    Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-1375-146-7

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    LLOVÍA torrencialmente en la oscuridad. El viento aullaba entre los árboles. No era la mejor noche para subir andando tres kilómetros por una carretera rural, pero a Natasha Merrill no le quedaba otra opción. El servicio de taxis más cercano estaba a cincuenta kilómetros de allí, y había llamado por teléfono a la casa, pero no habían contestado.

    No era la primera vez que había mirado enfurecida desde la cabina telefónica de la estación hacia la casa de la colina. Todas las luces estaban encendidas; su padre estaba en casa, pero el teléfono sonó diez, veinte, treinta veces y no contestó. Estaría en su estudio, y desde allí no se oía el teléfono. Personas que no conocían bien a su padre le habían señalado que podría poner una extensión en su estudio sin mucha dificultad.

    —Podría –era su respuesta habitual—. Pero entonces tendría que trasladar mi estudio a otra habitación donde no me molestase el teléfono.

    Tasha suspiró. Había intentado hablar con él desesperadamente todo el día, pero en ese momento casi se alegraba de no haberlo localizado. No quería decírselo por teléfono. Quería arrojarse en sus brazos y llorar hasta hartarse. Él no podría hacer nada, pero no importaría. La abrazaría, hablaría de lo ocurrido y, al cabo de un rato, recordaría algo completamente irrelevante, pero más interesante para un profesor de filosofía. Entraría en una discusión sobre alguna cuestión filosófica e insistiría en que ella también participara, y así se olvidaría de Jeremy y de lo que le había hecho.

    Un relámpago iluminó el cielo. Segundos después se oyó un trueno. Estaba calada hasta los huesos, pero casi se alegraba de la violencia del tiempo. Durante unos segundos le hacía olvidar la catástrofe que era su vida. ¿No iba a aprender nunca? Porque lo peor era que no se trataba sólo de Jeremy. Había descuidado sus estudios en la universidad por dedicar demasiado tiempo a promover varias producciones teatrales protagonizadas por Malcolm, su novio. No había sido una relación ideal, pero ella había hecho todo lo posible para que funcionase; entonces, Malcolm había conocido a la hermana de un famoso productor y la había dejado plantada.

    Tasha aprobó los exámenes finales por los pelos y encontró un trabajo a pesar de sus referencias que, merecidamente, dejaban mucho que desear. Empezó desde abajo en el departamento comercial de una editorial, trabajando como una loca para olvidar lo de Malcolm, y pronto obtuvo un ascenso. Justo cuando las cosas empezaban a irle bien empezó a salir con Colin, un aspirante a escritor. Colin se fue a vivir con ella, pero olvidó pagar el alquiler durante dos años, y luego se casó con una conocida agente literaria. Tasha no era de la teoría de que los hombres fueran unos canallas, pero ¿por qué siempre acababa con esa clase de hombres que no entendía que una relación era un dar y tomar? Encontró otro trabajo en el departamento comercial y de promociones de una famosa revista femenina, tuvo una corta relación, desastrosa para variar, y entonces conoció a Jeremy. Y ya tenía veintiséis años. ¿Iba a ser así el resto de su vida?

    Una ráfaga de lluvia le golpeó el rostro. Tasha frunció el ceño. Era una estupidez lamentarse del pasado y amargarse por cosas por las que no podía hacer nada. El único problema era que eso era mejor que la alternativa: amargarse por todas las cosas por las que tenía que hacer algo. Encontrar trabajo, por ejemplo, porque había presentado su dimisión para trabajar con Jeremy, y su sustituta llegaba esa semana. Encontrar un sitio para vivir, por poner otro ejemplo, porque el nuevo inquilino de su apartamento se mudaba también la próxima semana y Tasha, por supuesto, no iba a estar viviendo con Jeremy. Y por último, pero no por ello menos importante, horror de los horrores…no. No iba a pensar en eso. Estaba tomando la última curva del camino. Cinco minutos más, y habría llegado.

    Las luces de la casa estaban encendidas. Sin embargo, si su padre no había oído el teléfono, probablemente tampoco oiría la puerta, y Tasha estaba demasiado mojada y helada para averiguarlo. Como todos los hijos, hijastros, nietos, sobrinos y primos segundos del profesor, Tasha tenía una llave. La hizo girar en la puerta principal, y entró.

    Se miró, compungida, en el espejo de la entrada, y se vio tan horrible como se sentía, que ya era un decir.

    Nunca había sido una belleza; lo mejor que tenía eran sus ojos de color verde grisáceo, pero estaban insertados en un rostro que combinaba unos grandes pómulos con una barbilla puntiaguda. Sus ojos, ligeramente rasgados hacia arriba bajo unas cejas oblicuas, en un buen día, daban a la extraña forma de su rostro cierto aire seductor, casi delicado. En un buen día había algo casi como de ensueño en su aspecto, con su cabello rubio platino cortado a la altura de la mandíbula como un marco brillante de sus ojos cristalinos y su pálida piel.

    Ese día, sin embargo, claramente no era un buen día. El pelo mojado y pegado a la cabeza parecía paja sucia empapada y estaba pálida como la pared. Los ojos no estaban rojos de llorar porque no había podido hacerlo; sólo miraban fijamente al vacío. Era una estupidez preocuparse de su aspecto en un momento como ése, aunque viéndose en el espejo, tan poco agraciada, empapada, abatida, casi no podía culpar a Jeremy de haberla abandonado.

    Hizo una mueca, y se dirigió automáticamente a las escaleras que llevaban a la parte de arriba de la casa. Su padre estaría allí, sin ninguna duda, lidiando con una recalcitrante nota a pie de página.

    Había padres que resolvían las crisis amorosas de su hijas ofreciéndose a dar una buena paliza al novio, o enviándolas a Hawai de vacaciones. Y había otros padres que hablaban pensativamente del filósofo del siglo diecisiete Spinoza, quien analizaba las emociones de acuerdo a las reglas de la geometría. El profesor pertenecía a esa pequeña categoría de padre, y el resultado era que las emociones de las que él hablaba parecían existir en algún lugar del Planeta Filosofía, y no tenían nada que ver con lo que alguien pudiese sentir en el mundo real. La madre de Tasha siempre había encontrado esa actitud intensamente irritante, pero a Tasha le gustaba: le hacía sentir como si nada en el mundo real importase demasiado. Un minuto y…bueno, nada habría cambiado, pero su padre la rodearía con el brazo, le diría algo de su héroe y tal vez se sentiría un poquito mejor.

    Acababa de poner el pie en el primer escalón cuando oyó el inconfundible sonido de un vaso al ser depositado en una mesa.

    —¡Papá! –exclamó, y corrió hacia el cuarto de estar—. Papá, soy yo…

    Había un hombre de pie, frente a la chimenea, de espaldas a la puerta.

    —Me temo que no está aquí –dijo él—. He llegado esta mañana y no había rastro de él.

    Tasha se quedó muda, mirando al hombre que volvía el rostro hacia ella con una burlona sonrisa. Había recorrido seis kilómetros en bicicleta, trescientos kilómetros en tren y más de tres kilómetros a pie bajo una lluvia torrencial para encontrarse sola con el demonio de su primo Chaz.

    Chase Adam Zachary Taggart parecía salido de uno de esos anuncios donde unos hombres altos, ágiles e increíblemente guapos corrían por las calles de París al amanecer. Estaba de pie, apoyando el peso del cuerpo en una pierna, las manos en los bolsillos, con ese garbo natural que poseía; llevaba un traje que parecía, a pesar de su deslumbrante elegancia, como si se lo hubiese echado por encima en el último momento para presentar un espectáculo, recoger un Oscar o improvisar jazz en un bar. Él había hecho las tres cosas. El rostro burlón, el pelo negro peinado hacia atrás; ojos negros que miraban cínicamente el mundo bajo unas cejas negras bien delineadas; y una boca sensual que se curvaba en una ligera sonrisa cínica. Era instintivamente grácil, terriblemente elegante, increíblemente guapo y, al contrario que ella, estaba seco.

    Y se suponía que estaba a muchas millas de distancia de allí. Ella había hecho lo correcto y le había enviado una invitación para la boda hacia seis meses. Chaz había respondido que, a pesar de que le encantaría ir, sus compromisos de trabajo le impedían abandonar Nueva York en esa fecha concreta. Tasha no recordaba exactamente la grosera excusa que él había utilizado, porque se había sentido demasiado

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