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La novia embarazada
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Libro electrónico178 páginas3 horas

La novia embarazada

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Ellie deseaba comprar la librería donde trabajaba como dependienta, de modo que por las noches limpiaba las oficinas de Alexiakis International para ahorrar... hasta que Dio Alexiakis la sorprendió en una actitud sospechosa y creyó que era una espía.
Secuestrada por Dio para que no pudiera pasar información a la competencia, Ellie se encontró de pronto en una isla griega, disfrutando de la más inesperada pasión... seguida del igualmente inesperado embarazo. Dio insistió entonces en que debían casarse por el bien de su hijo y, para entonces, Ellie estaba irreversiblemente enamorada de él.
¿Acaso era demasiado pedir que Dio aprendiera a amar a su novia embarazada?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 feb 2022
ISBN9788411055413
La novia embarazada
Autor

Lynne Graham

Lynne Graham lives in Northern Ireland and has been a keen romance reader since her teens. Happily married, Lynne has five children. Her eldest is her only natural child. Her other children, who are every bit as dear to her heart, are adopted. The family has a variety of pets, and Lynne loves gardening, cooking, collecting allsorts and is crazy about every aspect of Christmas.

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    La novia embarazada - Lynne Graham

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 1999 Lynne Graham

    © 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    La novia embarazada, n.º 1097- febrero 2022

    Título original: Expectant Bride

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

    Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.:978-84-1105-541-3

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    QUÉ diablos llevas en la cabeza? —preguntó Meg Bucknall tras apretar el botón para llamar al ascensor de servicio.

    —Es para que no me caiga polvo en el pelo —contestó Ellie llevándose una mano al pañuelo de flores.

    —¿Y desde cuándo eres tan puntillosa?

    Ellie suspiró y decidió ser sincera con la buena mujer:

    —Hay un tipo que suele quedarse a trabajar hasta tarde en mi planta y… bueno… es…

    —¿Se hace notar demasiado? —volvió a preguntar Meg sin sorprenderse, con un gesto de desaprobación. Ellie podía atraer la atención de los hombres en cualquier circunstancia. Era menudita y esbelta, joven, con un cabello de un rubio natural que brillaba como la plata y ojos verdes enmarcados por inesperadas cejas y pestañas negras—. Apuesto a que está convencido de que con una humilde mujer del servicio de limpieza como tú es cosa hecha. ¿Es joven o viejo?

    —Joven —contestó Ellie dejando que Meg pasara delante en el ascensor—. Y te aseguro que está acabando con mi paciencia. He estado pensando en contárselo al supervisor.

    —No, hagas lo que hagas no lo hagas oficial, Ellie —se apresuró a recomendar Meg con una mueca—. Si ese cerdo trabaja hasta tarde es que es una persona importante. Y seamos sinceros, Ellie: de ti pueden prescindir mucho más que de cualquier ejecutivo.

    —¿Acaso crees que no lo sé? Seguimos viviendo en un mundo de hombres.

    —Pues ese tipo debe de ser bastante insistente cuando está acabando con tu paciencia… Escucha, haz tú mi planta esta noche y yo haré la tuya. Así por lo menos te tomas un respiro. Quizá más adelante alguien quiera cambiar definitivamente de planta contigo.

    —Pero no tengo permiso para subir a limpiar la última planta —le recordó Ellie.

    —¡Va, no te apures por eso! —exclamó Meg sin darle importancia—. ¿Para qué va a necesitar nadie un permiso especial para abrillantar un suelo y vaciar una papelera? Ahora, eso sí, si el agente de seguridad se da una vuelta justo cuando estás tú apártate de su vista. Si puedes, claro. Algunos de esos sujetos serían capaces de incluirnos en su informe. Y no te atrevas a traspasar la puerta doble que hay de frente. Es la oficina del señor Alexiakis, y está prohibido entrar allí, ¿de acuerdo?

    Ellie sonrió agradecida mientras Meg empujaba el carrito con los utensilios de limpieza para salir a la planta que normalmente limpiaba ella.

    —Aprecio mucho tu gesto, Meg.

    Ellie nunca había estado en la planta superior del edificio Alexiakis International. Al salir del ascensor de servicio se dio cuenta de que era distinta de las plantas inferiores. Nada más dar la vuelta a la esquina vio, a su derecha, una lujosa y enorme área de recepción. Más allá de ella todas las luces estaban apagadas, pero a pesar de todo pudo ver una impresionante pareja de puertas en la penumbra.

    Sin embargo, al mirar a la izquierda, al fondo del corredor había otra pareja de puertas idénticas. Ellie hizo una mueca y supuso que la parte en penumbra, más cercana a recepción, albergaba la oficina prohibida. Decidió comenzar a trabajar por el fondo para ir acercándose al ascensor y se relajó. Estaba encantada con la idea de que Ricky Bolton no fuera a interrumpirla aquella noche con sus monsergas.

    Llevaba unas zapatillas de lona que no hacían ruido. Abrió la puerta doble y cruzó toda la habitación para vaciar la papelera. Entonces se dio cuenta de que la oficina contigua estaba ocupada. La puerta estaba entornada, y de ella salían inequívocas voces masculinas.

    Por lo general en un caso como aquél Ellie hubiera anunciado su presencia, pero tras la advertencia de Meg decidió que era más inteligente retirarse en silencio. Lo último que deseaba era causarle problemas a su compañera. Justo cuando estaba a punto de salir escuchó pisadas que se acercaban por el corredor desde la zona de recepción. Aquello le produjo casi un ataque al corazón.

    Sin pensar siquiera en lo que hacía se escondió detrás de una de las dos puertas. El corazón le latía acelerado. Las pisadas fueron acercándose, y de pronto se detuvieron justo al lado de la otra puerta. Ellie contuvo la respiración. En aquel silencio pudo escuchar palabra por palabra la conversación que aquellas dos voces masculinas mantenían en la oficina contigua:

    —… así que mientras yo siga fingiendo que me interesa comprar Danson Components la Palco Technic se mantendrá igual —murmuraba una voz satisfecha—, pero en cuanto se abra la bolsa el miércoles por la mañana moveré pieza.

    Ellie escuchó cómo el intruso, cuyas pisadas había oído, contenía el aliento. Era una estúpida. ¿En qué diablos había estado pensando? El carrito con los utensilios de limpieza estaba fuera, delante de la puerta, como prueba evidente de su presencia.

    Sin embargo el intruso ni avanzó ni entró en la habitación. Para sorpresa y alivio de Ellie volvió sobre sus pasos por el corredor con mucha más cautela de la que había entrado. Ellie volvió a respirar de nuevo. Estaba saliendo de su escondrijo, de puntillas, cuando la puerta de la oficina contigua se abrió apareciendo un hombre tremendamente alto de aspecto alarmante. Ellie se quedó helada, se ruborizó y abrió inmensamente los ojos verdes. Unos ojos más negros que el ébano la miraron desafiantes y agresivos.

    —¿Qué diablos estás haciendo tú aquí? —gritó incrédulo e irritado el hombre de ojos negros.

    —Ya me marchaba…

    —¡Estabas detrás de la puerta, escuchando! —arremetió de nuevo lleno de ira.

    —No, no estaba escuchando —contestó Ellie atónita ante tanta agresividad.

    De pronto lo reconoció y se puso completamente tensa. Nunca lo había visto antes, pero había un enorme e indecente retrato de aquel tipo en el vestíbulo de la planta baja. Aquella foto era el blanco de numerosas bromas y comentarios femeninos. ¿Por qué? Porque Dionysios Alexiakis era terriblemente atractivo. Dionysios Alexiakis, conocido popularmente como Dio, era el millonario griego, despiadado y falto de escrúpulos, que dirigía la Alexiakis International. De pronto Ellie comprendió que se había confundido de puertas y se sintió enferma. Su empleo y el de Meg estaban en la cuerda floja. Tras Dio Alexiakis apareció un hombre mayor de pelo cano. Al verla frunció el ceño y sacó un teléfono móvil.

    —No es la mujer que limpia siempre esta planta, Dio. Voy a llamar a seguridad de inmediato.

    —No hace falta —protestó Ellie muerta de miedo—, yo sólo he venido a sustituir a Meg esta noche, eso es todo. Lo siento, no pretendía interrumpir… ya me iba…

    —Pero tú no tienes por qué subir aquí —dijo el hombre mayor.

    Dio Alexiakis la escrutaba con mirada intensa, con ojos negros tan brillantes que la ponían nerviosa.

    —Estaba escondida detrás de la puerta, Millar.

    —Un momento, puede que pareciera que estaba escondida detrás de la puerta, pero ¿para qué iba a hacer eso? —argumentó Ellie, desesperada—. No tiene sentido, yo sólo soy del servicio de limpieza. Comprendo que he cometido un error al venir aquí, y lo siento de veras, pero… me iré ahora mismo.

    Una mano morena la agarró entonces, sin previo aviso, de la muñeca, obligándola a quedarse.

    —Tú no vas a ninguna parte. ¿Cómo te llamas?

    —Ellie… es decir, Eleanor Morgan… ¿qué estás haciendo? —gimoteó.

    Pero era demasiado tarde. Dio Alexiakis le había quitado el pañuelo de la cabeza. Todo aquel cabello rubio platino cayó revuelto por los hombros. Él le bloqueaba el camino. Ellie, sintiéndose amenazada por aquella muralla humana, miró para arriba. Sus ojos verdes se toparon con otros negros e insondables. Ellie sintió que el corazón le daba un vuelco. Sentía una extraña sensación de mareo, la cabeza le daba vueltas. El irritado escrutinio de él se había convertido en una mirada provocativa y sexy.

    —No pareces una mujer de la limpieza, yo nunca he visto ninguna igual —dijo él al fin en un tono de voz duro y profundo.

    —¿Y has visto muchas? —inquirió Ellie sin comprender hasta más tarde lo impertinente de su pregunta.

    Lo cierto era que ella no había sido la primera en atacar. Los ojos de él expresaban sin ningún género de dudas aquella actitud masculina arrogante y sexualmente excitada que Ellie tanto detestaba.

    —Ellie… hay una Eleanor Morgan en el servicio de mantenimiento —intervino el hombre mayor al que el otro había llamado Millar—. Pero se supone que trabaja en la octava planta, y el servicio de seguridad no le ha concedido ningún permiso para subir aquí. Voy a ordenar al supervisor que venga inmediatamente a identificarla.

    —No, deja ese teléfono. Cuanta menos gente se entere del incidente, mejor. Toma asiento, Ellie —añadió Dio soltándole la muñeca y acercándole una silla.

    —Pero es que yo…

    —¡Siéntate! —gritó él como si estuviera tratando con un animal doméstico al que tuviera que adiestrar.

    Ellie, atónita ante aquella forma de dirigirse a ella, se dejó caer sobre la silla con la espalda rígida y el corazón acelerado. Había entrado donde no debía, pero se había disculpado. Lo había hecho todo excepto arrastrarse por el suelo, reflexionó resentida. ¿Por qué tanto jaleo?

    —Quizá quieras explicarme qué estás haciendo en esta planta, por qué has entrado en este despacho en particular y por qué te has escondido a escuchar detrás de la puerta —dijo Dio Alexiakis con dureza y precisión.

    Hubo un silencio. Ellie se preguntó si serviría de algo echarse a llorar, pero aquellos ojos negros paralizaron su corazón. Aquel hombre la trataba como si hubiera cometido un asesinato, así que lo más inteligente era ser sincera.

    —He estado teniendo problemas con un ejecutivo que trabaja siempre hasta tarde en la octava planta —admitió Ellie inquieta.

    —¿Qué clase de problemas? —preguntó Milllar.

    Dio Alexiakis dejó que su intensa y negra mirada vagara provocativa por la diminuta y tensa figura de Ellie, deteniéndose sobre los pechos moldeados por el delantal y las largas y perfectas piernas. Luego sonrió y torció la boca mientras un mortificante rubor subía a las mejillas de ella y coloreaba su blanca piel.

    —Mírala, Millar, y luego dime si todavía necesitas que te explique de qué tipo de problema se trata —intervino Dio.

    —Le mencioné mi problema a la mujer que limpia esta planta —continuó Ellie con respiración entrecortada—, y le pedí que me cambiara por una noche. Después de mucho insistir accedió, y me advirtió que no atravesara las puertas dobles pero… por desgracia hay dos pares de puertas dobles en esta planta.

    —Eso es cierto —concedió Dio Alexiakis.

    —Me equivoqué de puertas, y estaba a punto de salir cuando escuché pasos y comprendí que venía alguien. Tuve miedo de que fuera un guardia de seguridad, porque eso le hubiera podido causar problemas a Meg, por eso me escondí detrás de la puerta. Fue una estupidez…

    —Por aquí no ha venido nadie de seguridad desde las seis —intervino el hombre mayor—. Y cuando llegaste tú, Dio, hace unos diez minutos, la planta estaba vacía.

    —Bueno, no sé quién era el que subió. Estuvo parado delante de la puerta unos veinte segundos, y luego se marchó… —añadió Ellie mientras su voz se iba desvaneciendo, sin comprender por qué aquellos hombres ponían en entredicho su explicación.

    Dio Alexiakis dejó escapar el aire contenido con un silbido, dio un paso atrás y se apoyó sobre el borde de una mesa mirando al otro hombre con ansiedad.

    —Vete a casa, Millar, yo me ocuparé de esto.

    —Mi deber es quedarme y solucionar este problema…

    —Tienes una cita para cenar —le recordó Dio seco—. Y llegas

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