Del gusano al tamagotchi
Octidi, 18 de Germinal de 212
Dentro de las tribus humanas que ocupan los diferentes roles de la partida de la sociedad, me considero directamente científico, muchísimo más que intelectual, y casi en contraposición a profeta.
Amante de la Ciencia en su planteamiento mismo: la búsqueda por sí sola. Y defensor a ultraja de la cimbra que sostiene el edificio en construcción: el método.
Me descubro ante la tecnología, que viene permitiendo una mayor interpretación del tiempo que nos toca; por activa, en el retraso del inesquivable deceso; y por pasiva, en la liberación de peonadas sobre las que acumulamos esos paréntesis de saber, que no ocupan lugar.
Pero me rebelo, desvelándome en mi habitual ensoñación pseudourbana, contrario a la tecnología de lo fácil, del todo hecho.
Me rebelo, al permutar lo esencial de lo posible, al confundir lo prescindible de lo innato, y al permitir que las nuevas necesidades generadas por los tiempos nos espoleen y galopen, arrastrándonos sin voluntad hacia aquellos mundos de Alicia y Carroll.
Por qué queremos deshacernos, o por qué nos hemos deshecho ya de lo natural, de lo que nos hizo humanos sin dejar de ser animales.
Retornan los tamagotchis periódicamente a las tiendas de variedades para satisfacer el instinto maternal y paternal de los adultos que vienen.
Pero ahora siento abrir la primavera y me revuelvo en la Felicidad de aquellas horas "perdidas" mirando mi caja de gusanos de seda, tocando tímida y escrupulosamente la blandura de los cuerpos. Desvalijando moreras de los parques, a golpe de burlar o desorientar a los pobres vigilantes. Todo para ver forjar los capullos, ver como mis simples bichitos se complicaban la vida para tejer un escondite en el que se producía ajeno a mi vista, el milagro de la metamorfosis.
Hasta que un día al volver de la escuela, rugía el sentir de la vida, el pasar del tiempo, sobre mi arremolinada coronilla de nueve primaveras, y al abrir la caja de zapatos revoloteaba una nube de mariposas que huia inevitablemente fuera de mi alcance. Yo permanecía entonces analizando los cartuchos de seda desfondados, tiraba la caja y los restos de hojas, y tendía a interpretar como podía las formas y las leyes del Mundo que aún hoy ocupo, y me ocupan.
Del tamagotchi, apenas sé nada, sólo que es un intento virtual de desvirtuar esas sensaciones que recorrían los rincones de mi casa mediados los años 80.
Si alguien me lo quiere explicar, reboso en curiosidad.
SALUD