Interior - Billgren
Hace tiempo que quería hablarte
de las pequeñas cosas, Miralles. Tú que me conoces bien, sabes lo que para mí
significan, lo que me inspiran, el sentido que aportan a lo que soy y a cuanto
tengo. Cuando observo cómo se nos explica la Historia, reparo en que siempre
hemos buscado las razones que dan un sentido a la vida en la épica de las
gestas memorables. Somos en cierto modo hijos putativos del deseo, de la
codicia, del anhelo de cuanto que no podemos poseer. Pero dime, ¿tiene algo que
ver esto con nosotros, con nuestra deliberada orfandad? Alguien objetará que
así ha evolucionado el mundo y a mí se me arquea entonces una ceja, como cuando
escucho a los santurrones mediáticos hablar de una prosperidad y un progreso de
los que, aunque no reniegue, sí cuestiono seriamente su radical humanidad.
Uno diría que la vida se nos
cuela, mientras esperamos que algo extraordinario cambie nuestra existencia
insulsa; y, entretanto, seguimos posponiendo proyectos y menospreciando cuanto
tenemos y nos rodea, sin reparar en el hecho de que, tal vez, la riqueza de la
vida brilla en esas pequeñas cosas que acompañan nuestras cotidianas
transiciones. Porque existe una grandeza en las cosas corrientes que, quizá
inadvertidas para la mayoría, se vuelven bellas cuando uno las mira. Una
grandeza, como espléndidamente dice Muriel Barbery, “ataviada con indumentaria
cotidiana... que surge de la certeza de que (cuanto sucede) es como tiene
que ser, de que está bien así.”
Es realmente difícil que no
termine pegándosele a uno, por más que se proteja, una cierta anodinia
existencial, desde el momento en su invasor polimorfismo acecha por todas
partes. Pero tampoco todo es insensibilidad, ni mucho menos. Elegancia,
concordia, belleza, intensidad... son una suerte de fragancias que existen en
nosotros mismos y a nuestro alrededor. Es cosa de descubrir este inmediato
universo, de darse cuenta de que no todo cuanto se nos ofrece es estúpido,
mediocre y fatuo. Sabiéndolo, entonces, dime: ¿Crees que estamos siendo capaces
de apreciarlo? Apuesto a que sí.
Te conste, en cualquier caso,
querida Miralles, que eres para mí una de esas riquezas de las que hoy te
hablo, y que iluminas y engrandeces mi vida. Te aprecio como no imaginas, pequeña-cosa.
Comparto contigo la intimidad sin rejas que nuestros encuentros propician, y,
recogida en mi pecho, guardo la certeza de saberte cerca y, en cierto modo, de
pertenecerte... Sí, Miralles, de pertenecerte sin arrebatos.