Max Ferguson - Tiempo
Somos humanos y, como tales, no conocemos sino una minúscula
parte del todo, que es infinito. En consecuencia, lo pertinente es ser y
mostrarse humilde. Pese a los formidables logros del ser humano, éste nunca debería
olvidar que es el heredero extravagante de aquellos primeros microorganismos
que poblaron los mares. Y, en la medida en que lo sepa y acepte, su
perspectiva tendría que volverse más ajustada y real, menos presuntuosa.
Hasta aquí y ahora hemos llegado, pues, huyendo necesitadamente
de la ignorancia, persuadidos de que el conocimiento nos ayuda a adaptarnos
eficazmente al mundo y a la vida. Tal es, desde tiempos inmemoriales, la
estrategia de progreso que sigue la Humanidad. Así es que hoy conocemos
nuestros orígenes y anticipamos nuestro futuro... Y, sin embargo, el mismo conocimiento
que nos redime y fortalece termina por sumirnos en las mayores incertidumbres
imaginables. Esta es la paradoja evolutiva con la que ha de vivir el ser humano;
un ser humano que, en nuestros días, ya no busca tanto verdades que justifiquen
y den sentido a su existencia, como certezas que le sostengan y le libren del
miedo, la desesperación y la derrota.
Capaz de metabolizar sus emociones, de razonar, de
predecir, de postergar sus necesidades; conocedor, en fin, de sus límites
inexorables, el ser humano también sabe que un día morirá y esa angustiosa conciencia,
tan sombrío conocimiento, es lo que, pese a su pequeñez, le sitúa singularmente
a años luz del resto de las especies animales de las que proviene. Como
escribió el biólogo T. Dobzhansky: «El hombre tiene que cargar con la
conciencia de la muerte. Un ser que sabe que tiene que morir surgió de aquéllos
que no lo sabían.»