25 octubre, 2009

CIEGO Y MUDO

El vértigo del eros - Matta

He codiciado acercarme hasta ti, por más que te presintiera intacta y lejana como un lucero. Más allá del misterio que envuelve esta noche, he intentado rescatar tu imagen de diosa griega, colmada de sensuales y vaporosas armonías. Te he querido respirar, como se inhala la esencia espirituosa de una copa de malvasía. Tal como la tierra seca y cuarteada implora una nube cargada de promisorios augurios, yo febrilmente te he deseado en silencio. He ansiado allegarme a tu lado, a pesar de las tinieblas, para sentir que existes, para saberte viva, acuciado por la necesidad de retener el frágil bramante que me une a ti, mi amor, mi más bello sueño...
Pero he vuelto sobre mis pasos, sin atreverme siquiera a mirarte... porque tus ojos me dejan ciego, me dejan mudo tus labios.

18 octubre, 2009

SILENCIO DE OCTUBRE

Cercle doré - Cuixart

Hay silencio, sobre todo silencio. Y un sol tibio que me acaricia la cara y me lleva a entrecerrar los ojos según escribo. Esto es en octubre, en un octubre ya mediado y fresco, de manso viento norte. Esto es en la hora meridiana de un día de asueto; esto es en Laredo, donde estoy, el lugar al que indisociablemente están ligados los veranos de mi primera juventud. Cuando se es joven, se es para toda la vida... Bien dijo Picasso. Para mí, una cuestión de fondo y de forma, lo de ser joven, lo de estarlo; sobre todo, una cuestión de actitud. El modo en que..., esta es la clave. Por eso, ahora que inicio la década de los cincuenta, no me siento mayor; en realidad, no más de lo que soy.
Este sol y este paisaje me retrotraen a mí mismo en pretérito, con dieciséis, diecisiete años: tostado a rabiar, con un Levi’s ajustado a las piernas, cada año estrenado en un sagrado baño de mar que tenía algo de iniciática liturgia, las John Schmidt blancas, el imperecedero Lacoste. También aquellos eran tiempos de marcas y las marcas nos definían; es decir, nos limitaban. Luego las marcas pasaron a otro plano y fueron más entrañadas, más morales: de activismo y compromiso social, de rebeldía contra la mitología militar, contra aquel orden establecido... Lo justo, lo necesario.
Hoy, varios lustros después, mis marcas son otras. No es que uno esté de vuelta de nada (felizmente hago algunos caminos de ida), pero ese uno, más allá de su razonable coquetería, ya no se juega gran cosa por una apariencia, del mismo modo en que le ha perdido la fe a la universalmente joven idea de cambiar el mundo. Suficiente con que el mundo no le cambie a uno. Y es que sucede que ese uno que soy ahora se integra sencillamente porque es, no porque lleva o tiene o ha hecho o predica; y ya está. Se es joven en este momento de otro modo: más sereno, más entero, menos vistoso... y más mayor. Uno explora sensorial e intuitivamente la vida, procura abrirse a la contemplación y camina pertrechado de un ramillete de principios y de convicciones que le dan un cierto aire anacrónico y atemporal. Uno, o sea yo, deseando vivir el momento, el aquí y ahora, y apurarlo en su plenitud... Tal y como apuro este mismo instante que pretendo perdurar en el papel, en esta terraza al sol de octubre que me frunce ligeramente el ceño y entrecierra los ojos de tanta luz, mientras a mi alrededor hay silencio, sobre todo mucho silencio.
Y lo intento disfrutar como si fuera el último. El último sol, el último octubre, el último paisaje... Como si fuera el último silencio.

11 octubre, 2009

EL DESENCANTO

La tempestad - Kokoschka

Eyaculó dentro de Rosa y se sintió nuevamente insatisfecho. Insatisfecho y mal; tanto que necesitó decírselo. No deseaba que ella se sintiera culpable, porque sabía que no es en términos de culpa como se resuelve la ecuación sexo-amor. Ambos eran responsables. Habían hablado del deseo en alguna ocasión; la última vez, ella le dijo: «No entiendo por qué le das tantas vueltas a todo...», y Manuel se sintió extrañamente solo. La idea de que el deseo era una pesada carga sin la que agradecería vivir, frecuentaba su pensamiento; era un producto de la relación que había ido entretejiendo con su mujer.
«Nunca hablamos de esto», le dijo. «Nuestra vida sexual es anodina y pobre... Quizá influyera mi torpeza inicial al demandarte las cosas, la actitud que me secuestraba hace años, cuando tenía más revuelta la sangre... No sé.»
Manuel siempre sostuvo que el sexo no era demasiado importante, pero cambió de opinión, a su pesar, en la medida en que le fue faltando. Para él, el sexo evidenciaba el amor, un amor que veía languidecer cada vez que Rosa mostraba su desapego.
«Lo nuestro es una representación insípida y apagada. Después de hacerlo, con frecuencia me siento triste... Son contados los momentos en los que hemos disfrutado dedicándonos afecto y tiempo, mimándonos con devoción.»
¡Devoción!
, había dicho. Lo cierto es que Rosa nunca mostró mayor interés por conocer su cuerpo; la veía pasiva y contenida, cada vez más ausente. Cuando la quería guiar, ella se sentía discutida como amante y mostraba su enojo. Y, cada vez más inseguro, Manuel ensayaba torpes aproximaciones, derrotado de antemano, por no poder estar a la altura de sí mismo. Le dijo:
«Parece que creas que eyacular es un buen final, el mejor posible. Te empeñas en acabar cuanto antes... Y, de verdad, no sé qué tiene que ver esto con hacer el amor.»
Practicaban el sexo cuando ella lo consentía; siempre fue así. Hasta el punto de que Manuel se sentía ridículo, un idiota en permanente estado de disponibilidad. Era humillante. Por eso, hacer frente al deseo le resultaba fastidioso: Era una servidumbre que no podía gestionar sin el concurso de su mujer. Así, desear no le llevaba a saberse más vivo, sino más limitado... Y sus limitaciones nada tenían que ver con la aceptación de la monogamia. No, no se trataba de esto. Él sabía que sin el deseo se las podría apañar perfectamente en la vida y ser más auténtico: él, quien realmente era, y no el tipo mustio en que se estaba convirtiendo. Manuel se sentía vencido, doblegado por el desencanto.
«Tal vez de todo esto debimos haber hablado hace muchos años, cuando nació Carlos y absorbió nuestro tiempo; cuando nos invadió el trabajo, la rutina; antes de que aparecieran los reproches... Pero creo que aún estamos a tiempo», le dijo Manuel.
Rosa se giró levemente hacia él, le dio una leve palmada en el hombro y bostezó: «Venga, intenta dormir y no te atormentes, ¿vale? No entiendo por qué le das tantas vueltas a todo», fue lo que le dijo, antes de hundirse nuevamente en el vientre de su almohada.

04 octubre, 2009

TOCO TU BOCA - Cortázar

Mujer durmiendo - Lempicka

«Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar. Hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad, elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua.»

De Rayuela.
 
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