El Périgord es una de las regiones francesas que goza de mayor encanto y muy especialmente en primavera o en otoño, cuando no hay demasiada gente. Es una tierra de castillos, célebre por sus bellos pueblos y surcada por el limpísimo Dordoña. En mi primera visita a la comarca, recorrí el llamado Périgord Noir, cuya joya por excelencia es Sarlat, una localidad que tomó auge alrededor de una gran abadía benedictina y que, gracias a sus preciosos edificios medievales y a sus palacetes renacentistas, tiene el mayor número de construcciones protegidas (por m2) de Europa.
Saliendo de Sarlat, rumbo a Montignac está la Cueva de Lascaux II, considerada la Capilla Sixtina de la Prehistoria: una reproducción exacta de la gruta original. Las explicaciones que guían la visita son en francés, pero uno puede informarse en internet antes de ir, para tener una idea de lo que va a ver, en todo caso una maravilla.
En el valle del Dordoña, se sitúan la mayor parte de los castillos y manoirs (palacetes) de la región. Varias de las localidades de esta zona figuran entre los pueblos más bellos de Francia: la bastida de Domme, La Roque Gageac, junto a un abrupto acantilado, Belvès o Castelnaud. Cualquiera de ellos, merece una relajada visita. En La Roque, por ejemplo, es obligado tomar una gabarra para navegar por el Dordoña, durante una hora, y ver desde ahí las boscosas riberas. Sobre éstas, y de cada lado del río, resaltan espléndidos los castillos medievales de Beynac y de Castelnaud.
En el valle del Vézère se puede pasar por el acantilado de la Roque Saint-Christophe, un pueblo troglodita (la Madeleine) y el pueblo de Saint-Léon-sur-Vézère, con su coqueta iglesia románica. Hay muchos monumentos y lugares que, por su notable interés prehistórico están incluidos en el Patrimonio Mundial de la Unesco. Esta opción es para quien se interese por ver y saber cómo vivían algunos de nuestros más lejanos antepasados.
En el valle del Dordoña, se sitúan la mayor parte de los castillos y manoirs (palacetes) de la región. Varias de las localidades de esta zona figuran entre los pueblos más bellos de Francia: la bastida de Domme, La Roque Gageac, junto a un abrupto acantilado, Belvès o Castelnaud. Cualquiera de ellos, merece una relajada visita. En La Roque, por ejemplo, es obligado tomar una gabarra para navegar por el Dordoña, durante una hora, y ver desde ahí las boscosas riberas. Sobre éstas, y de cada lado del río, resaltan espléndidos los castillos medievales de Beynac y de Castelnaud.
En el valle del Vézère se puede pasar por el acantilado de la Roque Saint-Christophe, un pueblo troglodita (la Madeleine) y el pueblo de Saint-Léon-sur-Vézère, con su coqueta iglesia románica. Hay muchos monumentos y lugares que, por su notable interés prehistórico están incluidos en el Patrimonio Mundial de la Unesco. Esta opción es para quien se interese por ver y saber cómo vivían algunos de nuestros más lejanos antepasados.
Por cierto, se dice del Périgord Negro que es una región que se visita con el paladar. Su generosa naturaleza ofrece productos deliciosos como el foie gras, las trufas, setas, nueces, el queso cabécou (de cabra), los vinos, etc. A la hora de comprar y comer, el rey de la gastronomía del suroeste francés es precisamente el foie-gras, o sea el hígado de pato o de oca, a no confundir con el paté, que es una mezcla de carnes, bastante más barato y que, en los restaurantes, se sirve en porciones o terrines (recomendable). Finalmente, un buen vino de la zona es el Monbazillac, blanco y dulce, de un precioso color entre pajizo y dorado, que acompaña estupendamente al foie gras como aperitivo; pero también hay otros blancos de Bergerac, algo más sencillos e igualmente sugerentes, muy en sintonía con lo que es y brinda toda esta atractiva región.