Al pequeño George Miliotos lo imagino con apenas los años necesarios para que la visión de algo memorable se marque indeleble en sus recuerdos; y quede ahí, de por vida. En esas, le adivino pillastrón, colándose en un cine de los de antes, que también los había en las antípodas australes, por muy salvajes que las imaginemos, claro. Y quedándose embelesado mientras ve por enésima vez una peli yanqui de vaqueros llamada “La Diligencia”.
Ese mismo tipo, ya apellidado Miller, permutado de médico de urgencias en cineasta low cost, pare a finales de los setenta un mito contracultural, indómito, llamado Mad Max, en una cinta puro ozploitation, multireferencial, anárquica, espontanea, imperfecta y hasta ingenua, pero con un nervio visual y un modo acojonante de rodar con tres duros la acción más descerebrada.
No obstante con ello, ese primer filme no fue más que un precedente. Una credencial que presentar a los que sueltan la pasta para que le dejasen hacer lo que realmente quería, un western clásico, travestido en post-apocalíptico, con claras alusiones a cumbres del género como “Raíces Profundas”; y, por fin, con ese mi presumido recuerdo infantil encarnado en sueño cumplido que es el de remakear la secuencia de la persecución de “La Diligencia”, en los apoteósicos casi veinte minutos que epilogan “El Guerrero de la Carretera”, como se conoció aquí a la secuela de “Mad Max”.
Miller dirigiendo a una impresionante Theron
De igual modo que los Indiana Jones solo son tres, a día de hoy, los Mad Max, son también una santísima trinidad, pues no es digna del pedigrí de la saga la peli con la Turner y los niños perdidos; esa infantiloide y spielberiana, en el peor sentido, “Mas allá de la Cúpula del Trueno”. Un filme truncado, muy seguramente, por la traumática desaparición de Byron Kennedy, el compinche co-creador de las andanzas del loco Max.
Tras esto, estamos ante un tipo al que el 11-S, la mala suerte, el dinero y un largo etcétera de imponderables acaban refugiado en productos ¿infantiles? como “Babe, el cerdito en la ciudad” o “Happy Feet”, originales y estupendísimos, sí, pero meros pasatiempos para quien está obsesionando con poner en pie la digna resurrección de su mito más exudante que nunca de sangre, gasolina y puta locura.
Lo que nos lleva, tras treinta años y quince de farragosa producción a “Mad Max: Fury Road” la que dicen Capilla Sixtina del cine de acción, y digo amén a eso. Fidelísima a sus señas de identidad. Parca en argumentos, lapidaria en frases y desatada en todo lo demás, este setentón rockero metálico demuestra que ni está viejo, ni su cine muerto. Cual John Ford alucinadamente espídico, cambia Monument Valley por los desiertos de Namibia, e icónico en cada plano, fulgurante en cada secuencia, nos regala no veinte minutos, no un tercer acto, sino dos horas de glorioso homenaje, nuevamente, a la “La Diligencia” y su mítica persecución. Dicen que hay directores que ruedan siempre una y otra vez la misma película. Bendito sea eso aquí.
Un corre que te pillo autorreferencial, sin solución de continuidad, que además nos devuelve al gusto por la acción vívida, física, de verdad, de la que rodaba McTiernan o Renny Harlin en sus buenos tiempos. Esa en la que el CGI solo matiza, disimula y está para no notarse que está. Esa que convierte en loosers a tipos como Michael Bay y demás de su calaña. La que se ve, se sigue, no satura y sabes qué pasa, a quién le pasa y cómo le pasa. Un chute de actioner de alto octanaje que, a los que rendimos culto al V8 Interceptor tuneado, nos catapulta al Valhalla del subgénero que la propia saga creo y ahora, a mayor gloria de Inmortan George, se refunda.
NOTA: 10/10
TÍTULO ORIGINAL: "Mad Max: Fury Road"